El contrato de la Princesa y la Duquesa Monstruosa – Capítulo 55

Traducido por Ichigo

Editado por Lucy


Bethrion y los caballeros trabajaron con las manos desnudas, arrancando las tablas y apartando los troncos del camino. Él se subió a los troncos ardiendo y arrancó la puerta con un sonoro crujido. Luego, metió la mano y recuperó a un niño inconsciente.

—Gracias a Dios.

Suspiros de alivio y vítores resonaron entre el público. Las mujeres se agarraban el pecho y los hombres meneaban la cabeza con el rostro pálido.

Los minutos siguientes fueron enfrentamientos entre los caballeros de Rince y los hombres que estaban detrás de los árboles. Uno de ellos fue sujetado por el cuello, con los pies colgando en el aire, pero acabó escapando. En cuanto se vio libre del agarre mortal de Bethrion, se alejó de la escena junto con los demás hombres.

Ruenti apagó el pájaro y dio por terminada la grabación. Sus labios se torcieron en una sonrisa sarcástica mientras miraba al marqués.

—¿Qué dices, marqués?

—Cómo te atreves, maldito mocoso…

Temblaba de ira. Su mano se cerró en un puño y sus mandíbulas se apretaron con fuerza. Una criada, que había venido a servir a Eli, dio un paso atrás para no estar al alcance de sus violentos arrebatos. Su cara estaba contorsionada por el miedo. Mientras el resto de la corte se distraía con la grabación, el emperador vio a la criada y observó al hombre con vivo interés.

—¿Cómo sabemos que ese aparato no esta siendo manipulado por ti? Los magos están bajo su influencia, ¿no es así?

Pero el Marqués no hizo ninguna tontería. En lugar de eso, su ira se dirigió a Ruenti en forma de más mentiras y suposiciones arrogantes.

Por supuesto, él esperaba todo eso y se rió de su previsibilidad.

—¿No te informé de que se trataba de una colaboración entre los magos y el templo? Cuestionar la autenticidad del funcionamiento del artefacto es cuestionar el propio templo.

La cabeza del marqués se disparó hacia el techo y su espalda se arqueó con furia. ¡El maldito templo! No podía atacarlo porque su testigo más fuerte era la suma sacerdotisa. Había mucho en juego. Por desgracia, no había terminado.

—¿Y has dicho que tengo a los magos bajo mi influencia? ¿Desde cuándo son tan fáciles de controlar? Desde el momento de la financiación del Imperio, 10 magos legítimos y reconocidos e imparciales se han tomado un período especificado por igual para dirigir a los magos. ¿Te atreves entonces a cuestionar la imparcialidad de los 10 magos?

Las voces resonaron de acuerdo en defensa del honor de los magos. Algunos lo eran, y los otros eran gente no mágica cuyas Casas tuvieron sangre mágica hace muchos años. El marqués, ya sin fuerzas para discutir, se dejó caer en su silla, y Ruenti continuó después de otro gran suspiro.

—De hecho, tengo una teoría sobre por qué el Marqués intentó asesinar a su propia hija de una forma tan cruel.

Se pasó una mano por el pelo y continuó, aumentando la tensión en la sala como un artista que intenta captar la atención de la taberna. Pero la tensión era de un tipo diferente al ver las crueles grabaciones del incendio del carruaje. Era de suspenso y, sin embargo, menos salvaje. Ruenti sonrió encantado al cruzar una mirada con el marqués.

—Teorizo que es por ser quien es.

El hombre intentó levantarse de nuevo y discutir, pero el joven ignoró el intento con indiferencia y se volvió hacia el público.

—Puede que la gente decente como ustedes y su majestad no se den cuenta de esto, pero hay personas como el marqués que encuentran un placer perverso en torturar y dañar a otras personas.

Algunos tosieron incómodos. Si hablaban aquí, sería para admitir que eran violentos con sus propios hijos.

—Por lo general, comienza con un animal pequeño, luego con los sirvientes y criadas que ocupan los puestos inferiores y, por último, con su propia familia. Puede encerrarlos en un sótano oscuro o quemarlos vivos.

Como ese hombre de ahí, Ruenti se tragó las palabras, pero la multitud oyó bien las últimas palabras de la frase y clavó sus dagas en el marqués y su familia.

El rostro de la marquesa palideció y sus manos temblaron sin control. Eli volvió la cara con las mejillas enrojecidas por la humillación y un sentimiento de culpa que aumentaba poco a poco. Solo el Marqués mantenía la cabeza alta con una sonrisa cruel.

—Qué sarta de sandeces. Soltando tonterías como si estuvieras en un teatro de tercera, lord Salvatore. ¿Acaso tienes prueba de lo que dices? Le devuelvo la pregunta que me ha hecho antes: ¿puede asumir toda la responsabilidad de lo que ha dicho?

Preguntó con seguridad y arrogancia. Menuda sarta de estupideces. Todavía está verde, y con esas palabras nunca ganará contra mí. Pero la sonrisa arrogante de Ruenti no hizo más que aumentar.

—Eso me recuerda que pusiste en duda la legitimidad de mis testigos porque eran un sirviente y un caballero, ¿no?

Por supuesto, el título de caballero solo está permitido a los nobles, por muy menores que sean, pero al parecer, eso no es suficiente para ti, ¿verdad? Sonrió con maldad.

—Ya que exiges un testigo más reputado, te presento a un miembro de la gloriosa Casa de Sperado, de alta cuna noble.

Ruenti se retorció y utilizó con sarcasmo las palabras del marqués y de Eli en su contra mientras saludaba al portero. Un hombre entró en la corte, y el murmullo creció.

—¿No ha dicho que es de noble cuna..?

—Parece un vulgar minero.

Todos sentían curiosidad por saber quién era aquel hombre. El honor de haber nacido noble les impedía perecer de hambre y vergüenza ante la pobreza. Por muy mal que les fuera, su orgullo no les permitía realizar trabajos manuales, que se creían propios de plebeyos.

Sin embargo, el hombre que entró no se parecía en nada a uno. Sus manos estaban sin duda callosas por el trabajo servil, tenía la piel bronceada y la cara sucia de tierra, y su cuerpo olía a carbón. También iba mal vestido y sucio. No era más que una mina para los curiosos.

—¿Es un occidental?

—Tal vez. El Imperio del Oeste tiene muchas minas bien establecidas. Oigamos su acento, y podremos saberlo mejor.

Al oír todos los susurros y murmullos, el hombre subió al escenario y miró al marqués. Aunque era raro, él sintió una extraña familiaridad. El hombre le miraba con tristeza y resignación, algo tan familiar que no era probable que olvidara nunca.

—Soy yo.

El marqués se quedó pensativo, intentando recordar aquella abrumadora familiaridad justo cuando el hombre habló. Su voz era débil pero bien controlada. No tenía acento y hablaba con todo el vocabulario adecuado y poniendo énfasis en ciertas sílabas que solo los nobles de la capital usaban. Y cuando se quitó el sombrero, el marqués dejó de respirar.

—¿Cariño…?

Sin pensarlo, saltó de la silla y clavó sus ojos con intensidad en aquel hombre. La marquesa y Eli miraron a uno y otro lado, hacia el marqués y el hombre varias veces sorprendidas. Leslie y el Emperador también tuvieron la misma reacción.

—Soy el tercer hijo de Roberten Pirune Sperado, el anterior marqués de Sperado, Taryn Sperado.

El rostro sin sombrero tenía un parecido asombroso con el marqués. Ambos tenían los mismos ojos azules verdosos en forma y tamaño iguales. Sus narices, labios e incluso lóbulos de las orejas eran muy parecidos. La única diferencia era el color de sus cabellos. El marqués era rubio, mientras que el hombre era moreno.

Los nobles también se sorprendieron, cuando se inclinó ante el Emperador con una reverencia perfecta de un noble. Algunos de los más viejos parecían recordar un par de cosas sobre Taryn.

—¿No decían que había muerto?

—No, eso fue sobre el segundo hijo. Escuché que el tercero se escapó.

—Bueno, yo escuché algo diferente. Alguien dijo que el tercero  murió de una enfermedad…

—Me dijeron que ambos hijos murieron en un accidente de carruaje.

Aunque todos los relatos diferían, la conclusión era la misma: debía estar muerto.

El marqués se agarró a las barandillas cercanas a su mesa y se preguntó lo mismo con los dientes apretados. ¿Cómo sigue vivo ese bastardo y qué demonios hace aquí?

—Necesito venderlos pronto. Son inútiles, pero su sangre es preciosa. Tendrán un buen precio. Podemos usar el dinero que ganen para la Casa.

Antes de que su segundo hermano cumpliera la edad legal para independizarse, el marqués escuchó una conversación entre su padre y el mayordomo de la familia. Su padre era un hombre de gustos caros en todas las cosas, por lo que sus hermanos iban a ser su forma de obtener unos cuantiosos ingresos.

—Por fin han hecho sus deberes.

No pasó mucho tiempo hasta que sus dos hermanos desaparecieron de su vida para siempre. Lo último que supo fue que murieron en el camino siendo vendidos como esclavos en algún lugar de un reino lejano. Su padre se había enfurecido porque tenía que devolver el oro porque nunca llegó al comprador. Gritó y vociferó con los puños en alto. Entonces…

Entonces estaba aquí ahora. ¡¿Pero cómo y por qué ahora?!

—Cariño, ¿qué está pasando? ¡¿Quién es ese hombre?!

Sintiendo el pánico silencioso de su marido, se agarró con fuerza a su frac. No sabía que tenía hermanos, ni su difunto suegro los había mencionado nunca. Por supuesto, eso solo demostraba lo poco que tanto el padre como el hijo pensaban en la Casa de sus suegros. La finca, además, estaba desprovista de cualquier señal de otros miembros de la familia que alguna vez la habitaran. La marquesa también se asustó ante la revelación.

—¿Qué me estás ocultando?

Para empezar, nunca debí haber venido aquí. Primero, su marido la humilló e insultó su capacidad reproductiva ante una multitud tan numerosa. Y ahora, ¿esto? ¿Qué va a pasar con la herencia estando él aquí? ¿Qué pasará con mi seguridad financiera?

Tiró con violencia del abrigo de su marido.

—¡Cállate!

El marqués gritó y apartó de un manotazo la mano de su esposa. La corte enmudeció y las frías miradas se centraron en los miembros de la familia. Los ojos lilas de la mujer también se volvieron gélidos y lágrimas cayeron de sus ojos.

—Cómo has podido…

Él resopló furioso y miró a su llorosa esposa hasta que se dio cuenta de lo silencioso que estaba todo. Levantó la cabeza y con rapidez observó a la multitud. En los rostros de los nobles, que observaban tensos, se dibujaban caras de asombro, incredulidad, sospecha y duda. Recuperó la compostura al darse cuenta de su error y forzó una sonrisa para controlar los daños. Por desgracia para él, ya era demasiado tarde para engatusar a su esposa o a la multitud.

—Cariño, amor mío, no quería decir eso… Escucha, Derrial…

—¡No me toques!

La marquesa golpeó con fuerza su mano, que intentaba consolarla con falsa sinceridad. Gritó a pleno pulmón con su voz aún conmocionada y humillada resonando en la corte.

—¿Cuánta vergüenza debo soportar? ¡¿Sabes cuánto… cuánto lo he intentado?!

Pero no pudo terminar porque las lágrimas se le atragantaron en la garganta, abrumada por la emoción, y cayó sobre su silla.

—Madre…

Eli trató de calmar a su madre mientras le susurraba con urgencia que se detuviera. Pero la marquesa comenzó a lamentarse cada vez más fuerte.

—Marqués Sperado, parece que el largo proceso le ha pasado factura. ¿Por qué no la deja descansar en otra habitación?

Al final, el Emperador tuvo que mitigar la situación. Frunció el ceño sin aprobación, aburrido por su incompetencia.

Menudo desastre. El Emperador había visto un juicio de nobles cuando era Príncipe en tiempos de sus predecesores. Pero no fue tan desordenado como el que se desarrollaba ante él.

—Gracias por sus buenas gracias, Majestad… Se despedirá.

—Sí, sí.

¿Por dónde empiezo a arreglar esto? El Emperador suspiró, y el Marqués apretó los dientes, y los nudillos se le pusieron blancos al apretar la mano en una apretado ovillo. Pasaron unos minutos hasta que la marquesa fue escoltada fuera de la corte.

—Le ruego me disculpe, Majestad. ¿Puedo continuar con mi testimonio?

Cuando la perdieron de vista, Taryn preguntó con voz suave. Sus modales y etiqueta eran perfectos de manual.

—Sí, puede.

El Emperador agitó la mano, sin duda agotado de tanto drama, mientras se dejaba caer para enterrarse profundo en su silla.

—Gracias, Majestad. Como acaba de presenciar, mi hermano, Travis Sperado, es malhumorado y rápido para la ira. No solo eso, sino que también disfruta infringiendo dolor a los demás.

La historia de Taryn comenzó de forma estoica. Su expresión era vacía, pero a medida que su narración continuaba, su voz temblaba y sus manos también eran incontrolables. Tuvo que sujetarlas con fuerza contra su pecho.

—Utilizar su cuerpo era solo el principio. Cuando estaba de mal humor, me azotaba con un látigo para montar a caballo. Aún llevo las marcas de la violencia en la espalda. Si cometía el más mínimo error, me encerraba en un pequeño desván sin comida ni agua durante días y días. Y lo mismo ocurría con nuestro padre, que abusaba de mi otro hermano y de mí.

Leslie tragó saliva y se le cortó la respiración al recortar los malos tratos. Y no era la única que lo pensaba.

—¿No dijo la niña algo parecido antes?

—¿Algo parecido? Dijo lo mismo.

—Y ninguno de los dos tiene el nombre bendito.

—Además, la forma en que trató a su esposa. Menudo escándalo.

Taryn echó una rápida y nerviosa mirada alrededor de la corte y continuó.

—Entonces, una noche, me sacaron de la finca de los Sperado. Por qué me llevaron… no lo sé. Estaba durmiendo con mi otro hermano, y nos tomaron y nos metieron en un carruaje. Las ventanas estaban tapiadas y las puertas cerradas. Mi hermano y yo estábamos asustados. Éramos unos niños.

Sus palabras sonaban lejanas, y su reato era tan estremecedor que costaba creer que fuera una historia real.

—Podrían haber pasado días o semanas, pero el carruaje estaba en constante movimiento. No sabíamos dónde estábamos ni con quién. Podíamos salir del vagón tres veces al día, y el paisaje cambiaba sin parar. Entonces, hubo un accidente. El carruaje rodó y volcó. Todos murieron menos yo. Me hirieron de gravedad y en poco tiempo perdí el conocimiento.

Las venas se abultaron en el torso de sus huesudas manos mientras su agarre se endurecía aún más.

—Me encontraron los aldeanos de un pueblo minero cercano. Allí me curó una mujer con la que me casé y con la que decidí establecerme en su pueblo, en la zona minera del oeste. El trabajo era duro y la vida difícil, pero nunca había sido tan feliz. Me alegraba estar por fin lejos del infierno del Marqués.

Entonces, por fin se volvió para mirar a la niña con la que compartía un vínculo indescriptible que solo ellos conocían. Sus ojos se encontraron en el aire, intercambiando un silencio de simpatía y afecto.

—No quería venir hoy aquí. Estar aquí, en la capital y tan cerca de aquel lugar de pesadilla, hacía aflorar viejos recuerdos dolorosos. Pero tenía que ser valiente por mi sobrina, que corría la misma suerte que yo.

Sonrió por primera vez desde que puso un pie en la pista. Era pequeña y fantasmal, Leslie la vio con claridad.

—Así que aquí estoy. Aquí estoy… Me armé de valor para decir la verdad.

Los ojos de Taryn se llenaron de lágrimas, pero no cayeron. Tenía los ojos inyectados en sangre y la piel arrugada de los ojos enrojecida. Se secó con rápido las lágrimas y sonrió de nuevo a Leslie antes de volverse de nuevo hacia el Emperador.

—Mi hermano, no, el Marqués es un cruel abusador, y un hombre malvado. La huida de mi sobrina hacia la Duquesa puede haber sido su última oportunidad de vida. Por favor, escúchanos, y no devuelvas a la pobre niña a ese infierno. No la arroje a la muerte.

Con eso, había terminado. Bajó del escenario con una leve sonrisa de esperanza.

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