El contrato de la Princesa y la Duquesa Monstruosa – Capítulo 56

Traducido por Ichigo

Editado por Lucy


—¡Taryn!

Gritó el marqués a su hermano, que le había dado la espalda.

Él se detuvo y permaneció inmóvil en el sitio, sin moverse ni respirar. En sus sueños nocturnos afloraban terribles recuerdos que le aterrorizaban. Las viejas cicatrices de su espalda seguían calientes y le apuñalaban con dolor en días como aquel. Los sonidos de un látigo rasgaban el aire cerca de sus oídos y le susurraban que volviera a ver al marqués y le pidiera clemencia.

Pero no miró atrás. Sus ojos estaban fijos en la niña que necesitaba que él la salvara de los mismos horrores. Así que trató de controlar su respiración agitada y sonrió a su sobrina. Luego, reemprendió la marcha hacia la salida y caminó hacia la luz de las puertas abiertas.

El marqués estaba furioso. ¡¿Cómo se atreve a desobedecerme?! ¿Cómo se atreve? Su boca hizo un gran “O”, pero los gritos se detuvieron al surgir los murmullos en la corte.

—Parece que el marqués está a punto de gritar mentiras.

Alguien soltó una risita y los demás murmuraron. Todos pudieron oírlo. Se burlaron e él y lo observaron divertidos.

El marqués lanzó una mirada asesina en dirección a los susurros, pero no sirvió de nada. Llegaron más voces y más burlas resonaron en sus oídos.

—¿Hay necesidad de continuar el juicio, Majestad? —preguntó Ruenti al Emperador, clavando un clavo en el ataúd.

El rostro del marqués se contorsionó con furia.

—¡Aún no ha terminado, Lord Salvatore!

Aferrándose a una paja, el marqués señaló a su hija con dedo tembloroso.

—¿Cómo explicas la magia en mi hija? ¡Viste con tus propios ojos cómo reaccionaba a la divinidad! ¿Cómo lo explicas?

Sus labios se torcieron en una sonrisa conspiradora.

Sí, todavía la tengo. Si no pueden demostrar que la suma sacerdotisa se equivoca, no tendrán más remedio que devolvérmela. Sigo siendo su padre. Al diablo con la sociedad y sus burlas. En cuanto la tenga devuelta, aunque solo sea por unas horas…

Un ceño frustrado se anudó en los castaños de Ruenti. El marqués tuvo que contener la respiración para no estallar en carcajadas al verlo. Luego, se levantó de la silla y se acercó con sorna a la mesa de Salvatore.

—La propia suma sacerdotisa había hablado y lo había demostrado. Además, ¡hermano mío!

Su voz se alzó en una declaración confiada, apagando los murmullos de los nobles, y su pecho se infló con arrogancia.

—Sufre un trastorno genético. ¡Pierde el conocimiento y se convierte en un animal sin mente que ataca a la gente! ¡Mi padre y yo, nuestras manos se vieron por desgracia obligados a enviarlo lejos para su propia recuperación!

No existían historiales médicos oficiales ni otros testimonios, pero el marqués mintió con descaro. Al fin y al cabo, era pariente consanguíneo tanto de su trastornado y desobediente hermano como de su hija.

—¡Por desgracia, la misma enfermedad aqueja a mi hija! Así que me vi obligado a tomar medidas drásticas para disciplinarla.

La multitud se agitó incómoda, sin duda en conflicto por la declaración. Pero la mayoría pareció concluir en su contra, volviéndole los hombros fríos. Sin embargo, a él no le importó, ya que logró agitar a parte de la multitud.

—Sí, todo esto parece difícil de creer, pero es la verdad. El verdadero problema ahora es ¿cómo va a refutar el testimonio de la suma sacerdotisa, Lord Salvatore?

Volvió a encarar a la duquesa con fingida curiosidad.

—¿Va a quedarse sentada, duquesa Salvatore?

Es mejor que se vaya antes de que pase vergüenza. La miró con esos sentimientos no expresados, pero ella se limitó a resoplar.

—Si hablo, se arrepentirá de haber dicho eso, marqués Sperado.

—Sigues siendo una engreída, ¿verdad? Bien. Ya veremos lo que dura.

Las cejas de Ruenti se arquearon y se crisparon con enfado. ¿Cómo había involucrado a la suma sacerdotisa y por qué Leslie había reaccionado así? No tenía una respuesta, lo cual le molestaba, sobre todo cuando el marqués le estaba utilizando contra su madre.

Había gemas y piedras mágicas incrustadas entre los muros del Ducado para detectar cualquier amenaza y lanzar hechizos protectores cuando surgiera la necesidad. Pero no sería suficiente para desencadenar tal reacción. Si lo hiciera, todos en el Ducado gritarían de dolor y huirían de los sacerdotes como monstruos. Peor ese no era el caso. Entonces, ¿cómo?

Si traemos a otro mago…

No. Sacudió la cabeza, pensando bien en las repercusiones de involucrar a los magos para refutar la afirmación. Entonces, tendrían que celebrar otro largo y agotador debate.

Esto debe terminar hoy.

Al fin y al cabo, si no se tomaba una decisión, Leslie no tendría más remedio que volver con el marqués debido a la ley de tutela. Pero por mucho que pensara o preguntara a otros magos, incluso a su familia, no podía contraargumentar para explicar por qué reaccionaba con tanta violencia contra el poder divino de la gran sacerdotisa.

No ha sido tratada desde su estancia en el Ducado.

No había entrado en contacto con la divinidad desde que vino a quedarse en el Ducado de forma oficial después del incendio del carruaje. No sufrió ningún daño mientras estuvo con ellos. La Duquesa le dijo que debía haber una explicación, pero no podía desentrañar el misterio y ahora estaba cada vez más ansioso por el giro de los acontecimientos.

Maldita sea. ¿Cómo es esto justo, dándole ventaja solo porque es el padre biológico de Leslie?

—No tiene usted muy buen aspecto, Lord Salvatore.

El marqués rió ante la ansiedad de Ruenti, haciendo que éste frunciera el ceño irritado.

—¿Qué vas a hacer? Para anular el testimonio de la gran sacerdotisa, vas a necesitar algo más que un sirviente o un caballero. Alguien que tenga una divinidad igual o más poderosa que ella. ¿Quizás un paladín de Tesentraha? Oh, pero tendría que ser un paladín de sangre azul.

Quiero decir, ¿cuántas personas con tales cualificaciones existen? añadió el marqués con una sonrisa malévola. Luego, sus ojos viajaron hacia su hija antes de solicitar al Emperador.

—¡Su Majestad! Se ha hecho bastante tarde desde que comenzó este juicio.

Los ojos se volvieron hacia la amplia ventana circular situada sobre la cabeza del Emperador. La luz del sol había entrado a raudales por detrás de él cuando comenzó, pero ahora no aparecía por ninguna parte. La oscuridad era densa y las estrellas brillaban en la distancia.

—Los registros dicen que cuando el juicio no terminó más allá de las primeras estrellas de la tarde, el Emperador anterior lo aplazó y lo reanudó al cabo de cuatro días. Por lo tanto, solicito…

—Disculpe.

Una voz suave cortó al marqués en seco. Todas las cabezas se volvieron hacia el fondo del tribunal, donde las puertas se abrieron en silencio. Los ojos del Emperador se agrandaron al ver una figura inesperada.

—¿Qué hace Lord Altera? ¿Por qué está aquí?

Leslie torció el cuello al oír las palabras susurradas y miró hacia las puertas. Una figura masculina de tamaño medio bajaba los escalones y se dirigía hacia ella a grandes zancadas. Su uniforme era ahora de un blanco impoluto, vestido con elegancia, a diferencia de horas antes, y su rostro mostraba la misma sonrisa serena de siempre.

—¿Qué le trae por aquí, Lord Altera…? —preguntó con brusquedad el marqués con tono agraviado, pero la sonrisa se mantuvo en el rostro de Konrad.

Los ojos dorados, sin embargo, eran fríos como el hielo.

—Vengo portando la verdad. Los dioses de Recardius no desean que guarde silencio cuando se me ha dado una idea.

Konrad se inclinó ante el Emperador y habló con firmeza.

—Honorable Majestad, soy muy consciente de que no puedo ser testigo a menos que el tribunal sea notificado con antelación. ¿Puedo pedirle permiso para defender el honor del mago Ruenti y de la duquesa Salvatore?

Hmm, el Emperador miró a su sobrino. La Casa de Altera eran sus parientes consanguíneos que compartían la sucesión al trono. Tal vez por este hecho solía ser benévolo con Konrad y estaba dispuesto a pasar por alto algunas peticiones y desafíos. De hecho, lo adoraba mucho por su atrevida confianza. Una pequeña y agradable sonrisa colgaba de sus labios mientras lo estudiaba.

—No es ningún secreto que te aprecio, Lord Altera. Sin embargo, la ley debe ser justa, y la justicia imparcial. Solo lo permitiré si el marqués está de acuerdo. ¿Qué me dice, marqués Sperado?

Los ojos de Konrad se dirigieron hacia el hombre, que había marchado al centro del escenario cerca de él, sonriendo con inocencia al hombre que resoplaba.

—¡Claro que no! No podemos permitir la presencia en este tribunal de un testigo no solicitado.

Una obvia respuesta de negativa salió del marqués. Konrad no se dio por vencido, sino que sugirió.

—Entonces, ¿qué le parece usar la divinidad con la señorita Leslie en lugar de un testimonio, marqués Sperado?

—¿Divinidad, señor Altera?

Pero, ¿por qué? ¿Por qué se ofrece a usar la divinidad de repente? El marqués miró fijo a Konrad con los ojos entrecerrados con suspicacia.

“Sufrirá mucho cuando entre en contacto con los poderes divinos. Ten cuidado con cómo la tratas. No podrás llamar a un sacerdote para que la cure si resulta herida.”

Le había dicho la suma sacerdotisa con una sonrisa igual de serena que no le llegaba a los ojos, igual que al chico que tenía delante. Malditos sacerdotes, nunca puedo saber lo que piensan. ¡Y la forma en que sonaba como una advertencia o incluso una amenaza! El marqués apretó los dientes al recordar a Debaine. Debía de haber ido a informar a su amo.

¿Así que él también fue enviado por ella? Escrutó con cuidado a Konrad con mucha suspicacia. Debido a los trabajos anteriores de la gran sacerdotisa, Leslie no debería sentir nada más que dolor cuando entra en contacto con la divinidad. Así que si usaba sus poderes, no ayudaría en nada al argumento del marqués. Entonces, ¿por qué hacer esto? ¿Y qué quería decir con saber la verdad?

¿Sabe por qué su cuerpo rechaza los poderes divinos? ¿Ha visto a través de él y ahora sabe una manera de evitarlo?

Era posible que se diera cuenta de las mentiras debido a su asociación y a su condición de paladín.

Pero fueran cuales fueran sus motivaciones, Leslie estaba bajo los poderes de la gran sacerdotisa. Podía ser la persona que confirmara la acusación sobre la duquesa, y el marqués lo necesitaba con desesperación. No tenía pruebas tan sólidas ni testigos tan creíbles como Ruenti. No tenía nada para contrarrestar el artefacto del pájaro grabador.

Y la aparición de su hermano que se suponía muerto había sido una gran desventaja.

Si Konrad, el hijo del Duque de Altera, el heredero del Ducado y el paladín más joven del Imperio, podía resultar útil para dar la vuelta a la tortilla una vez más…

El marqués sonrió con sorna. Aunque se estaba haciendo tarde, la noche aún era joven. Si Ruenti tenía algo más que presentar, las cosas seguro se pondrían feas para él. Utilizar a Konrad podría cambiar todo eso, sería capaz de hacer pasar el tiempo para poder pedir que se levantara la sesión.

—¡Muy bien! Ya que es nada menos que el Ducado de Altera quien lo solicita, accederé a ello. ¡Pero! Debe usar solo la divinidad ya que no pidió otra cosa, Lord Altera.

Consintió por fin y dio un paso atrás, dejando espacio para que Konrad se acercara a su hija.

—Señorita Leslie.

Ella se estremeció por instinto, sabiendo cuánto dolor le infligirían sus poderes. Y el dolor no hacía más que complacer al marqués.  Le aterrorizaba el resultado si aquello volvía a ocurrir. Vaciló y se apartó. En lugar de agarrarla por la fuerza, Konrad esperó con una suave sonrisa en los labios. Sus hermosos ojos dorados se curvaron en forma de media luna.

Los orbes dorados eran cálidos y le pedían permiso en silencio. Ella creyó oirlos aliento y seguridad. Así que se levantó con cautela y se acercó a él.

—Te prometí que te ayudaría, ¿no?

Susurró mientras se acercaban. Sonrió con alegría cuando tomó su pequeña mano.

—Por favor, confía en mí. La duquesa me eligió para ser tu tutor de adivinación por una razón. Si aún tienes miedo, confía en la Duquesa.

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