El contrato de la Princesa y la Duquesa Monstruosa – Capítulo 58

Traducido por Ichigo

Editado por Lucy


—Oye, Konrad, ven conmigo.

Ruenti lo llamó y lo arrastró hasta un pasillo desierto. Había abandonado el tribunal en cuanto terminó el juicio y estaba esperando a su madre cuando lo vio salir del tribunal.

—¿Cómo has hecho eso?

—No estoy seguro de entender lo que quieres decir con eso, mago Ruenti.

Él se echó el pelo hacia atrás con brusquedad, molesto, y arqueó las cejas. ¿Hablas en serio? No eres tonto, pensó mientras ponía los ojos en blanco en su mente.

—¡No te hagas el tonto conmigo! Antes usaste la divinidad con Leslie, pero ella no reaccionó. ¡Y nunca había oído algo así! ¿El poder de un sumo sacerdote hiriendo a gente débil?

¡Eso no se lo creen ni los niños pequeños! exclamó Ruenti con agresividad, y Konrad sonrió.

—La condición de la que hablé existe.

—¿Qué?

—Sí que existe. Hay personas cuyos cuerpos son demasiado débiles para resistir una poderosa divinidad.

—¿De verdad…?

Sí, las hay. Konrad arrugó las comisuras mientras esbozaba una brillante sonrisa.

—Sí. Por supuesto, pero la señorita Leslie no es una de ellas.

Ruenti frunció el ceño ante la respuesta.

—Entonces, ¿cómo…?

Entonces cayó en la cuenta. ¡No se había equivocado! Entre los pocos segundos, después de haber usado el poder divino, vio que el brazo izquierdo de Konrad temblaba un poco. Sin pensarlo, agarró su brazo y tiró con violencia de él hacia arriba. Aunque fue repentino y debió causar un dolor considerable, su amigo lo observó soportarlo en silencio y sin expresión.

—No es gran cosa. Solo redirigir el dolor que la señorita Leslie habría sentido hacia mi propio cuerpo.

—¿Repites eso?

Los ojos de Ruenti se agrandaron y casi se salieron de las órbitas. Konrad soltó una leve risita, divertido por su conmoción.

—Espera un momento. Eso sí que es importante. Por lo que sé, la transferencia de dolor es dos o tres veces peor para el receptor.

—Sí, correcto. La persona que usó el poder divino sentirá el dolor varias veces más fuerte de lo que se pretendía.

Era una magia muy desaconsejada, ya que suponía un gran riesgo para el usuario. Si se transfiere el dolor mayor que su fuerza original, y la mayoría de las personas mueren o se vuelven locos, siendo derrotado por el dolor incrédulo. Desde entonces, no se usó tanto y ha sido una práctica moribunda.

—¿En qué demonios estabas pensando? ¿Por qué ayudaste a Leslie?

Konrad apareció de la nada y se ofreció a participar. No solo eso, soportó un inmenso dolor y mintió para ayudarla.

¿En qué está pensando este ratón de biblioteca? Ruenti volvió a fruncir el ceño, incapaz de descifrar el misterio.

—Yo…

El silencio los envolvió. Era de los que incomodaban y hacen pensar en muchas cosas, lo que no ayudaba en nada a Ruenti. Justo cuando Konrad estaba a punto de hablar, otra voz llegó desde detrás.

—Ruenti, ¿por qué estás aquí de pie?

Él se dio la vuelta y vio a Leslie, que estaba en brazos de la duquesa. Tenía los ojos hinchados y enrojecidos, prueba de que había estado llorando. Ella los miró a ambos con curiosidad.

—Estaba a punto de despedirme. El mago Ruenti tuvo la amabilidad de acompañarme a la salida.

Consciente de que los ojos de Leslie se dirigían al brazo que su hermano sujetaba, Konrad lo torció para zafarse del fuerte agarre. Luego, hizo una ligera reverencia a ambas.

—Ya me voy, duquesa Salvatore y señorita Leslie.

Se dio la vuelta para alejarse a grandes zancadas, pero no pudo porque sintió un pequeño tirón en el dobladillo de su capa. Fue muy suave y casi tenue, pero lo sintió de inmediato. De no haber sido por el suave tirón, ya habría abandonado la corte y cabalgado de vuelta a sus obligaciones.

—Um, Sir Konrad.

Cuando bajó la vista, encontró una mano diminuta y pálida aferrándose a su capa. Poco a poco se giró para ver a Leslie, que con cautela levantó la vista con el rostro manchado de lágrimas, preguntándole en silencio si estaba bien, él sonrió con calidez.

—Gracias por ayudarme hoy.

Al oír su vocecita, sus ojos dorados centellearon y se arrugaron en medias lunas. Su sonrisa se ensanchó de forma agradable, lo que era muy diferente de su interacción con Ruenti. Ya no estaba apagado, sino animado y muy enérgico.

—No he hecho nada digno de recibir tanta gratitud.

Sus miradas se cruzaron y se intercambiaron más sonrisas. Sus ojos son siempre tan cálidos, como un hermoso sol dorado, pensó Leslie, incapaz de romper el contacto visual hasta que la voz de Ruenti sonó en algún lugar detrás de ella. Miró hacia atrás con las mejillas un poco coloradas y vio a Ruenti agitando la mano.

—¡Vamos, Leslie! Tienes que saludar a nuestro padre y hermano.

Ella se volvió hacia Konrad, sintiéndose vacilante. La voz de Ruenti sonó de nuevo, apremiándola para que se despidiera pronto y se acercara a él. Leslie los miró a ambos y sintió curiosidad por saber por qué la apuraba. Nunca lo había hecho. Se sintió confundida. Después de un rato, abrió la boca y habló casi susurrando.

—Am, um… Nos vemos en la próxima lección.

—Sí, en la próxima lección.

Nos vemos entonces. Las palabras nunca salieron, dando vueltas dentro de sus bocas pero sin llegar a pronunciarse. Al final, Leslie le sonrió con timidez antes de salir corriendo hacia Ruenti como una abeja atareada.

—Se escapó del templo, así que está ocupado.

Ruenti levantó a Leslie y se quejó. Leslie se quedó quieta y dejó que Ruenti la sujetara, aunque sus brazos eran menos estables y sus piernas se tambaleaban.

Ya se ha ido.

Se quedó mirando el pasillo donde había estado Konrad hacía unos momentos. No sabía cómo era el edificio ni a qué velocidad caminaba, pero ya lo había perdido de vista. Sintiéndose un poco decepcionada, aceptó la explicación de Ruenti sobre lo ocupado que estaba Konrad.

—Vamos, Leslie.

—De acuerdo.

Pero sus ojos se mantuvieron en el pasillo hasta que llegaron al salón donde estaba su familia.

♦ ♦ ♦

—¿Así que fracasó?

Las diligentes manos de Medea se detuvieron y se volvió hacia su dama de compañía. Ahora mismo, Medea no podía hacerse a la idea de lo que acababa de oír.

—Así que estás diciendo que fracasó incluso después de que le prestara a Debaine como testigo y pusiera a dos de los sirvientes de Salvatore en contra de la duquesa.

La piel alrededor de los ojos de Medea se crispó un poco. Pero desapareció en un abrir y cerrar de ojos, y Ephiel no se dio cuenta porque parpadeó despacio. La expresión de Medea volvió a ser apacible, y su atención regresó a la flor que estaba cuidando.

—Ya veo. El marqués era aún más idiota de lo que yo había pensado en un principio. Qué mala suerte.

La respuesta vino de otra persona. Era Debaine, la sacerdotisa, que abandonó la corte antes de tiempo.

—Aún no puedo creer que perdiera el juicio. Entonces, ¿cómo anuló la duquesa mis declaraciones?

Ephiel respondió con diligencia mientras servía una nueva taza de té a Debaine.

—Lord Altera utilizó sus poderes divinos.

Debaine parpadeó despacio y pronto formó una sonrisa pensativa y tenue.

—Ah, ah… Ya veo. Bueno, ya que los dos hemos mentido, no hay nada que objetar. ¿Qué hacemos ahora?

—¿Mentir?

—Sí, Majestad, Reina Viuda. Le jugué una pequeña broma a la joven dama. De todos modos, debe haber sido muy doloroso. No hace falta decir que estoy bastante impresionada y que no esperaba menos del paladín de Tesentraha.

Medea suspiró un poco ante el tono despreocupado de Debaine y continuó podando sus flores. Pensaba evitar las flores más hermosas del invernadero a la emperatriz y al príncipe Arlendo. Iba a enviarlas después de decorarlo bien.

—Antes de que sea demasiado tarde, ¿hacemos una petición contra el compromiso del príncipe Arlendo con la marquesa? Parece el momento perfecto para romperlo sin perder nada.

La mano de Medea se detuvo una vez más ante la sugerencia de Ephiel. Era una idea tentadora, pero pronto negó con la cabeza.

—No. Será difícil encontrar a alguien con mejores calificaciones que la hija del marqués. Además, la prueba para las cualificaciones de los candidatos comenzará pronto. No tendremos tiempo de encontrar a otra chica —continuó Medea mientras cortaba lo que no hacía falta en el vapor.

Debaine y Ephiel sonrieron juntas con complicidad.

—Pero, ¿por qué Salvatore adoptó a la niña de la nada?

No hubo respuestas porque todos en el invernadero sabían que no era una pregunta sino más bien un reflejo de la situación para pensar las cosas. Los ojos avellana de Medea brillaron con frialdad bajo la luz del sol.

—¿Y por qué la segunda hija de Sperado? Por supuesto, adoptar a una niña paa conseguir el mismo objetivo que yo… Hmm.

Fue repentino pero comprensible. Esperaba que usara a sus hijos y los casara. Ah, bueno. Esa es su elección, y yo hice la mía. Pero una pregunta sin resolver es, ¿por qué la segunda hija de Sperado?

Había muy poca información sobre la niña. Los abusos que se mencionaron en el juicio eran en su mayoría ciertos. Apenas salía de la finca y, cuando lo hacía, no se parecía en nada a una niña noble. De ahí que nadie se diera cuenta de quién era. Los relatos de los criados y criadas eran todos muy similares: hambre, confinamiento, abusos físicos y psicológicos, etc. No había nada importante ni digno de mención. El informe era tan breve que bastaba una página para saber quién era la chica.

Así que Medea no entendía por qué la duquesa se desvivía por traer a la segunda hija de la casa Sperado. No tenía ningún sentido que los Salvatore invirtieran tanto tiempo y recursos en el juicio de alguien tan insignificante. Los fríos ojos de Medea se volvieron hacia Ephiel, y ésta asintió de inmediato.

—Estoy investigando más a fondo y le informaré en breve, Majestad, Reina Viuda.

Ante la obediencia e inteligencia de Ephiel, Medea sonrió y entrecerró los ojos.

—Sí, sin duda, debe de haber algo muy entretenido.

Una pequeña flor rosa pastel aún por florecer fue cortada por el cuello, y sus suaves pétalos se esparcieron por el aire, aterrizando en el suelo cerca de los pies de Medea.

♦ ♦ ♦

El lustroso cabello plateado ondeaba cada vez que el carruaje doblaba una esquina o golpeaba con suavidad en el camino de grava. El gran carruaje negro de la Casa Salvatore se dirigía al Ducado desde la corte imperial. Leslie quiso mirar por la ventanilla y sentirse refrescada por la suave brisa invernal. Pero tenía la cabeza gacha y la cara ardiendo de calor.

Sintió como si le echaran lava caliente en la cara al sentir tres pares de miradas intensas clavadas en ella.

—Basta.

La duquesa Salvatore cubrió a la niña con su larga capa oscura mientras sentía que Leslie volvía a moverse incómoda por enésima vez. Cuando Leslie estuvo oculta a sus miradas, los tres hombres Salvatore dieron un pequeño suspiro de decepción, entrecerrando los ojos hacia la Duquesa.

—Leslie está pasando mucha vergüenza.

Sairaine, que estaba casi pegado al costado de la Duquesa, habló con un entusiasmo desmedido, con los ojos aún fijos en la silueta de la niña detrás de la capa.

—¡Pero cómo no voy a mirarla si es tan adorable!

Se abrieron las compuertas y las voces no tardaron en llenar el vagón. Todos hablaron a la vez, esforzándose por captar la atención de Leslie.

—¿Podrías llamarme “hermano” otra vez?

—¿Por qué estás sentada en el regazo de mamá? Hoy he hecho yo casi todo el trabajo —se quejó Ruenti, gimoteando en voz alta.

Al oír sus palabras, la cabecita de Leslie se asomó despacio por la capa. Estaba a punto de sentirse demasiado embutida por la gruesa y pesada tela con todos los Salvatore grandes y corpulentos juntos en el carruaje. Pensó que ahora el carruaje parecía muy pequeño y demasiado caluroso.

Los Salvatore se rieron al ver a Leslie. Para ellos, ella parecía un ingenuo conejito que asomaba la cabecita de su madriguera.

—Está sentada en mi regazo porque no hay sitio en este carruaje. ¿Por qué subieron todos en éste? Hemos traído más de uno a palacio, ¿no? —preguntó la duquesa riendo entre dientes.

Fiel a sus palabras, detrás del enorme carruaje negro venían otros carruajes de gran tamaño. Si Leslie tuviera uno de ellos para ella sola, estaría más cómoda. De hecho, podría haber corrido y saltado por todo el interior del carruaje, y todos seguirían de vuelta cómodos al Ducado. Sin embargo, todos acabaron en el carruaje más grande, y Leslie se sentó en el regazo de la Duquesa para proporcionar el poco espacio que ocupaba a los tres grandullones.

—Pero yo quería montar con ella —respondió Sairaine, con los ojos de verdad asombrados ante la pregunta de su esposa, y la Duquesa volvió a reír.

Por supuesto, no debería haber hecho una pregunta tan obvia. La duquesa suspiró, sonando divertida y un poco resignada.

—Perdone, pero, ¿adónde vamos? —dijo nerviosa la vocecilla de Leslie.

Aunque la escena tras la ventana le parecía familiar hacía unos momentos, ahora no reconocía el camino por el que iban.

—Vamos al templo antes de volver a casa —respondió la duquesa mientras jugaba con el cabello plateado de Leslie, ganándose una desesperada mirada de envidia de su marido.

Sus dedos se crisparon, con ganas de hacer lo mismo.

—¿Al templo?

¿No vamos a casa? Los grandes ojos de Leslie se volvieron hacia Bethrion, que estaba sentado frente a ella, y él asintió, respondiendo en silencio a su pregunta.

—Necesitamos ocuparnos de algo antes de regresar al Ducado.

—Deberíamos habernos ofrecido a llevar a lord Altera. ¿No iba él también al templo? —comentó Sairaine despreocupado.

Ruenti respondió a su padre mientras arreglaba su postura para apoyar la cabeza en la pared del fondo.

—No, padre. Volvió al Ducado de Altera. Al parecer, el duque Altera lo convocó.

Los ojos de Ruenti se entrecerraron, llenos de sospecha. A través de su conversación, se enteró de que Konrad ayudó a Leslie quitándole y soportándole la dolorosa reacción a la divinidad. Pero aún no estaba seguro de los motivos de Konrad y seguía teniendo dudas. Era cierto que Konrad y él estaban unidos de un modo poco convencional. Sin embargo, eso no significaba que fueran mejores amigos o que tuvieran motivos personales para ayudarse el uno al otro.

Entonces, ¿por qué nos ayudó? ¿Porque Leslie es linda? Quiero decir, sí, es tan linda que sería monstruoso solo alejarse de su angustia, pero… Ruenti se detuvo de asentir con la cabeza y pensar en el asunto de forma irracional.

No, espera, eso no está bien…

Apenas unas semanas atrás, Ruenti había pensado que todo el mundo se había vuelto loco al aplaudir y alabar a la niña que levantaba con orgullo una taza de chocolate caliente en el aire haciendo flotar con éxito un trozo de galleta. Pero ahora, él estaba haciendo lo mismo. Estaba igual de irracional y loco, sobrecogido por la pequeña presencia de Leslie.

Ruenti quería golpearse la cabeza contra la pared del vagón para despejarse la mente. De lo contrario, le daba la impresión de que podría acabar siendo uno de los muchos que estaban en aquel comedor, aplaudiendo y alabando a Leslie si alguna vez ocurría algo parecido.

—Uf.

Ruenti se cubrió las manos, se tiró del pelo y emitió un extraño gemido de animal herido. Pero a nadie le importó. Sairaine se limitó a mirar de reojo a su hijo y se volvió para arrullar a Leslie, sin importarle la agitación interior de Ruenti.

—Señorita Leslie, no, quiero decir… Leslie.

Sairaine sonrió alegre y orgulloso de poder llamar por fin a Leslie sin formalidades.

Estaba tan feliz que se olvidó por un momento por qué quería la atención de Leslie en primer lugar. Al cabo de unos segundos, salió de su ensoñación y, todavía con orgullo, le entregó una carta. La carta era sencilla. No tenía el escudo ni el sello de la Casa, ni tampoco la dirección. ni siquiera tenía sobre, sino muchas páginas de papel rugoso de baja calidad atadas con una cuerda fina. Leslie las sostuvo con cuidado en las manos y miró por delante y por detrás, intentando averiguar quién se las había enviado.

—Estas son de tu tío, Taryn.

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