El contrato de la Princesa y la Duquesa Monstruosa – Capítulo 63

Traducido por Ichigo

Editado por Lucy


—¡¿Romper el compromiso?!

La voz de Eli resonó en la habitación. Gritó asustada delante del Príncipe y se tapó rápido la boca, observando con cautela su reacción. Por suerte, Arlendo no se preocupó de molestarse por su descortesía, aunque su sirviente la miró de manera amenazadora.

—Me han informado de que ya fuiste elegida candidata, ¿correcto? Si es cierto, tampoco será un problema esta vez.

Apretó los dientes en silencio ante sus palabras.

Por aquel entonces, el marqués había donado una tremenda cantidad de oro para convertirla en candidata. Había comprado su entrada a través de la carta de recomendación imperial, pero ya no tenía ni el oro ni el favor de la corte. Esto significaba que dependía solo de ella superar los exámenes de candidatura y las calificaciones.

Lo hace a propósito, sabiendo que me recomendaron la última vez.

Forzó una débil sonrisa y suplicó con voz lastimera.

—Príncipe Arlendo, por favor, no me queda nada más que usted. Entiendes lo que pasó hace poco…

Bajó la cabeza una vez más, sus ojos verde esmeralda dejaron caer al instante muchas lágrimas. Parecía frágil mientras actuaba como una pobre chica desesperada, haciendo que su aspecto pareciera bonito a pesar de su llanto.

—¿Me abandonarás de verdad…?

Las largas pestañas doradas se agitaron, y las lágrimas gotearon como perlas, brillando a la luz como joyas preciosas. Levantó la cabeza en cierto ángulo, acentuando sus mejillas sonrosadas. Parecía un ángel con un ala rota. Los sirvientes que esperaban detrás de él jadearon y suspiraron con simpatía, olvidando en un abrir y cerrar de ojos su anterior descortesía. Si hubieran sido pintores o escultores, no cabía duda de que habrían hecho un cuadro permanente de su bello aunque lúgubre estado.

Pero él seguía indiferente. Estaba impasible y poco convencido, su respuesta seguía siendo fría.

—Sí…

Sus ojos se agrandaron con una inteligente mirada de dolor, pero Arlendo continuó con frialdad.

—Este compromiso era una transacción, ¿no? Igual que tú querías algo mío, yo quería algo tuyo. Así que déjame preguntarte: si yo no fuera el primero en la línea de sucesión de la Corona y no fuera Príncipe, ¿me habrías elegido cuando te ofrecí mi mano?

—¡Por supuesto! Acepté este compromiso porque te amo. Más allá de t posición o título, te habría elegido. Por favor, no dudes de mí, mi amor.

Arlendo soltó una risita en cuanto terminó el dramático alegato de Eli, mirándola con frialdad. Ella se estremeció y se mordió el labio superior porque sabía que él miraba a través de sus mentiras.

—Hubiera sido lo que hubiera sido, esta es tu última oportunidad, amada mía. Lady Eli Darren Sperado, mi adorada prometida, te deseo suerte para que apruebes el examen de candidatura al final del invierno.

Con esto, él abandonó la sala en medio de los jardines imperiales, dejándola sola y abandonada hasta que un sirviente se acercó a ella para decirle que su carruaje estaba listo. Al final, ni siquiera se le permitió quedarse a tomar el té y a contemplar la  situación, ya que el criado la acompañó a la salida.

El viaje fue corto y silencioso. Entonces, en el momento en que entró en la mansión, explotó.

♦ ♦ ♦

—¡Ugh!

Agarró todo lo que alcanzaban sus manos y lo arrojó todo a ciegas. Uno de los objetos, un grueso libro, aterrizó en un estante de porcelana y rompió un plato de hueso labrado. Un cuadro de una pequeña bailarina se hizo añicos y las criadas lo observaron con ansiedad y amargura. El plato valía más de diez veces su salario, pero todas estaban demasiado asustadas para detenerla.

—¡Al diablo con todo!

Se tiró del pelo peinado a la perfección, despeinándolo. Luego, reanudó el lanzamiento de cosas. Las criadas más experimentadas esquivaban los objetos, pero la más joven era demasiado lenta y fue golpeada por un pesado libro. La niña gritó con fuerza, agarrándose la frente con un amano temblorosa. Los ojos furiosos de Eli se clavaron en la forma caída.

Sus hermosos ojos esmeralda ya no eran bonitos. Estaban negros de furia y parecía loca. Sus hombros se hincharon y su pecho se levantó y bajó con rapidez, resoplando con rabia.

—¿Acabas de gritar?

—No, milady. Ha sido el libro, no yo.

—¿Me tomas por tonta?

Saltó sobre la joven criada, con las uñas afiladas como las de un gato. Se subió encima de la niña, la sujetó con su peso y empezó a golpearla. Arañó, golpeó e incluso pateó el pequeño cuerpo como una loca.

—¡Tú! ¡Todo es por tu culpa!

Se había perdido, gritando en su delirio. Cuando la criada se enrolló con fuerza en posición fetal, la golpeó con más fuerza. Su retorcida rabia llovía sobre la pobre chica sin tregua mientras dejaba que se apoderara de ella.

¡Todo es culpa de ella! ¡Todo es culpa de esa zorra! Agarró la cabeza de la criada por el pelo y la obligó a levantar la cara, abofeteándola con fuerza. Las mejillas de la niña estaban hinchadas y rojas, y sus ojos se tragaban entre la carne magullada e hinchada. Pero Eli no se detuvo, y sus ojos destellaron con un brillo maníaco.

Si Leslie nunca hubiera salido del fuego, yo sería la maga negra más fuerte del siglo y ya estaría casada con el príncipe Arlendo. Sería la honorable princesa heredera, intocable y todopoerosa.

Sería todo lo que quisiera y tendría todo lo que deseara, ¡incluso la posición de Arabella! Pero todo eso se ha esfumado, y es culpa suya que mi padre se convirtiera en un borracho empedernido, incapaz de protegerme de toda esta humillación, que mi madre me abandonara para volver a su Casa de soltera, ¡y que yo tenga que hacer el maldito examen de candidatura!

—¡Todo! ¡Todo! ¡Todo es culpa suya!

Abofeteó de nuevo la mejilla de la doncella.

Las lenguas antiguas y sagradas eran demasiado difíciles, pero de ellas trataba el examen. No era difícil imaginar su catastrófico fracaso si tenía que hacer los exámenes. ¡Hay demasiado que memorizar y estudiar!

Tomó un libro de teología que estaba tirado cerca de ella con las páginas ya abiertas, pero enseguida volvió a tirarlo. Esta vez salió volando por la ventana y se oyó el grito lejano de un jardinero. Pero lo ignoró y se centró en sus frustraciones:

—¡No sé leer ni entender nada!

De forma pública, dominaba lenguas antiguas y sagradas. En realidad, y en privado, Leslie era quien lo hacía y trabajaba para que ella pareciera muy culta. Su hermana traducía todos los trabajos, se los volvía a explicar y luego ella los presentaba como si todos fueran obra suya.

No podía culparse a nadie más que a sí misma, ya que había decidido dejar todo el trabajo duro en manos de Leslie. Sin embargo, Eli no aceptó ni reconoció la culpa, convirtiéndose en chivo expiatorio y descargando con violencia sus frustraciones sobre la joven criada.

—Ah, ah. Ah, ah…

Pasó mucho tiempo cuando por fin cesó el maltrato. Para entonces, la niña estaba tumbada en el suelo, inconsciente y cubierta de sangre. Eli se levantó del pequeño cuerpo y permaneció inmóvil en medio de la habitación. Las criadas mayores se acercaron con cautela, observándola con ansiedad, y sacaron con rapidez el cuerpo de la habitación.

—¿Qué hago ahora?

La rabia seguía bullendo en su interior. La paliza había ayudado, pero no era suficiente. Se agarró la cabeza martilleante y gimió frustrada, sin saber qué hacer, pues ya no había nada que lanzar ni nadie a quien agredir.

Se desplomó en una silla cercana y se concentró en respirar, intentando calmarse. Entonces, la puerta se abrió de golpe sin llamar y entró el viejo mayordomo de la familia. Frunció el ceño ante el rostro familiar del veterano.

—¿Qué ocurre?

—Señorita Eli, ¿ha hecho algún encargo en el salón de Madame Arlong?

Preguntó con una cara de desesperación extrema que ella nunca había visto antes, pero no le importó. En lugar de eso, su ceño se frunció mientras asentía con fastidio.

—Sí, hace cosa de medio año, cuando me habló de los nuevos diseños. ¿Por qué?

—¿Sabes algo de nuestras finanzas? ¡No tenemos ni para pagar el salón!

Replicó desesperado. Sus ojos estaban llenos de desesperanza y agotamiento.

Era un anciano al que ya le faltaban las fuerzas para ocuparse de la hacienda. Ya no era el joven que había dedicado su juventud al marqués, lo que había empeorado en los últimos días. Desde el juicio, su señor, el jefe del marquesado, había estado bebiendo hasta la muerte, y la marquesa abandonó todo para irse a su Casa de soltera, huyendo de las habladurías y el deshonor. El último miembro de la familia, Eli, tampoco ayudaba. El viejo mayordomo quedó encargado por defecto de arreglar los asuntos de la finca, los financieros incluidos.

—La duquesa exigió al marqués reparaciones que suponen más de tres años de impuestos. Por favor, cancele el vestido ahora y ahórrenos el oro, señorita Eli.

—¡No!

Gritó enloquecida.

—¡Nunca! ¿Sabes cuánto tiempo he esperado ese vestido? ¡Le dije a todo el mundo que lo llevaría a la fiesta del té de Lady Fedelia! Además, ya pagué la mitad cuando lo encargué. Dime, ¿no tenemos dinero para pagar el resto?

—De verdad que no lo tenemos.

Al mayordomo le entraron ganas de llorar. En todos sus años de servicio al marqués, nunca había experimentado un desastre semejante.

—Señorita Eli, por favor, deme parte de los vestidos y de las piezas de joyería que ya no usa. Las venderé para conseguir fondos para el vestido, la comida y los sueldos de los empleados. También necesito prepararme para fondos de emergencia si y cuando llegue el castigo del Emperador.

No puede ser. Eli temblaba de la humillación ante la perspectiva de tener que vender sus posesiones para ganarse la vida. ¿De verdad hemos llegado a esto? ¿De verdad es tan malo? Y el castigo del Emperador… ¿Castigo por pegarle a la niña? Se mordió el labio con fuerza, el sabor de la sangre extendiéndose por su lengua.

—Si no, por favor, ve al Ducado y habla con la Duquesa. Pídele clemencia y tal vez cosas como plazos y prórrogas…

—¿Estás loco?

Gritó con estruendo. Su voz era ronca y áspera, ya no era suave y cálida como la brisa primaveral.

—Ese lugar está lleno de monstruos y… ¡Esa cosa también está allí!

Sí, esa cosa llamada Leslie. Eli se imaginó suplicando de rodillas delante de ella. Sonreía de forma malvada, viéndola suplicar como una pobre plebeya.

Qué lamentable.

—No dejaré que eso pase…

Eso es lo que ella quiere, ¿no? Quiere que llore y suplique delante de ella, ¿verdad?

Se tapó los oídos, pero la voz de Leslie resonaba cada vez más fuerte.

—Nunca. Por encima de mi cadáver.

Murmuró como una loca y pronto salió corriendo de la habitación.

—¡Señorita!

El mayordomo la llamó, pero Eli lo ignoró y echó a correr por el pasillo y subió las escaleras. Los empleados tropezaban al apartarse de su camino, algunos se caían de espaldas. No les prestó atención hasta que llegó al estudio.

—¡Padre!

Abrió la puerta de par en par y de inmediato la recibió un fuerte olor a alcohol. Las botellas de licor se amontonaban en el suelo, bloqueando la vista.

Sin embargo, no dudó en entrar en el estudio. Maniobró con cuidado alrededor de las botellas de cristal, conteniendo la respiración para combatir el nauseabundo aroma a alcohol. Al final, en un rincón oscuro del estudio, encontró a su padre, que estaba desplomado en un sillón. Llevaba la corbata desabrochada y desordenada y los gemelos arrancados. Parecía un hombre que había renunciado a su vida, derrotado y sin esperanzas.

Sus ojos azul verdoso estaban distantes, sin duda desenfocados por el alcohol y las drogas. Eli frunció el ceño y buscó alrededor, encontrando un cubo lleno de hielo derretido y agua.

Mojó a su padre con el agua fría, haciéndole saltar del rincón por la sorpresa. Aún tenía los ojos nublados, pero ahora fijos en ella.

—¿Qué?

El marqués se dejó caer en el sillón, sin dejar de mirar a su hija. Antes de que sus ojos volvieran a estar desenfocados y apagados. Habló rápido en voz alta.

—Padre, ¿te vas a quedar ahí tumbado? ¡¿Vas a quedarte aquí viendo cómo la Duquesa se lo lleva todo?!

El hombre tartamudeó, pero no logró dar una respuesta. Aunque era algo consciente del brusco despertar de Eli, aún tenía la cabeza demasiado nublada por haber consumido demasiadas sustancias.

No teniendo paciencia para esperar a que volviera a intentar hablar, ella tomó otro cubo lleno de agua fría de una criada que pasaba por el estudio. El agua estaba sucia y asquerosa y sin duda se había utilizado para limpiar la fregona. Volvió a salpicar a su padre con el agua maloliente. Esta vez, él se vio obligado a mantenerse bastante lúcido, ya que tuvo que intentar con todas sus fuerzas evitar que su estómago vomitara su contenido. Tenía arcadas incontrolables y los ojos llorosos por las náuseas.

—Tengo una idea que salvará a nuestra Casa de este peligro.

Sus orejas se agudizaron cuando levantó la cabeza para encontrarse con los ojos de Eli. Sus ojos se enfocaron con locura y saltó de la silla, agarrándose a sus hombros con fuerza.

—¿Qué pasa? ¿Qué tienes? ¿Vas a pedirle prestado oro al Príncipe?

—¿Estás loco? Si se me ocurre preguntar eso, ¡me abandonará en el acto!

Le gritó al marqués, frustrada, y luego inspiró y expiró. Cuando se calmó un poco, sonrió de forma inquietante mientras anunciaba con claridad. Diciéndole cómo conseguir lo que más deseaba.

—Quemar a Leslie hasta la muerte.

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