El contrato de la Princesa y la Duquesa Monstruosa – Capítulo 74

Traducido por Ichigo

Editado por Lucy


—¡N-no!

Serea sacudió la cabeza con desesperación. Sus ojos azules lagrimeaban y todo su cuerpo se había quedado sin color?

—¿Por qué está pasando esto? —gritó.

Serea pensaba que Leslie estaba por debajo de ella. Desde el primer momento en que vio a la niña, Leslie no era más que una cosita lamentable que no merecía el tiempo de Serea. Su cuerpo esmirriado, vestido con harapos, y su carita sucia eran los de una plebeya. Era la vergüenza de la familia y con razón la maltrataban y ocultaban de la sociedad.

Por eso se acercó a Eli y le habló de Leslie. Dijo que había una niña asomada de la ventana del piso más alto que parecía frágil y hambrienta. Luego añadió una frase más que lo cambió todo para ella.

“¿Sabe el Príncipe algo de ella?”

Ante la mención de su prometido, una sonrisa perezosa se borró por fin de la cara de Eli. A Eli se le saltaron las lágrimas y le rogó a Serea que mantuviera el secreto y que ella le daría todo lo que Serea quisiera: Los vestidos de Madam Arlong, así como numerosas joyas caras.

Sintiéndose satisfecha con todo lo que Eli le había dado, Serea se sintió generosa y habló bien de Leslie. Comentó que la niña parecía demasiado delgada y débil y que tenía el pelo blanco como una anciana, por lo que Eli debería ir con cuidado con ella.

Serea pensó que todos saldrían ganando. Leslie podría librarse de una paliza severa gracias a sus comentarios, ella recibía cosas bonitas y caras, y Eli conseguía mantener a salvo su secreto. Ella creía que todo era una muy buena negociación para todos los involucrados.

Utilizó el conocimiento sobre la niña para conseguir más vestidos y joyas de Eli después de ese incidente, y mantuvo su silencio como había prometido.

También se convirtió en confidente de Eli. Eli empezó a quejarse de Leslie delante de Serea. A menudo hablaba de lo estúpida e ingenua que era la niña y de que era una completa inútil. Serea tenía la sensación de que Eli ocultaba algo más, pero no se molestó en preguntarle al respecto, pues su acuerdo ya le parecía perfecto.

Entonces, un día surgió el rumor de que la segunda hija de los Sperado se convertiría en una Salvatore.

Era increíble, pero se abrió el juicio, y el marqués perdió. Leslie fue adoptada de manera oficial en el Ducado, y Serea se distanció de Eli.

Y hoy, vio a Leslie todo este tiempo después en los jardines del templo.

“La gente no cambia tan fácil.”

Serea se acercó a Leslie con una sonrisa. Alardeó en voz alta de que se conocían bien y presumió delante de las demás damas de casas nobles prominentes.

Serea creía que merecía ser la primera y única amiga de Leslie porque la había ayudado en el pasado. Sería invitada todos los días al Ducado, donde ni siquiera el Emperador podía ir a su antojo, y podría celebrar una fiesta en la zona con los famosos Salvatore. Sería favorecida por la Duquesa e incluso podría hacerse íntima del valiente caballero sir Bethrion y del talentoso mago sir Ruenti.

Todos la envidiarían y sería la estrella de todas las fiestas… Pero las cosas no iban como ella imaginaba. De hecho, iban en la dirección opuesta.

—No menosprecias al Ducado, ¿y sin embargo te atreves a comportarte así conmigo?

La niña lastimosa a la que golpeaban y dejaban llorar hasta dormirse cada noche estaba ante ella, pero como una persona muy diferente. Ya no era tan lastimera y la miraba a los ojos con una mirada muy gélida. Las señoras que estaban detrás de ella cuchicheaban ahora de forma escandalosa.

Peor aún, no podía ver los ojos lilas de Leslie. Agachó aún más la cabeza para evitarlos.

—¿O quieres decir que fuiste cómplice y partícipe silenciosa de mis abusos?

Serea levantó la cabeza. ¡No! Serea se enteró de que la Duquesa había facturado al Marqués una cantidad imposible de juntar por daños y prejuicios.

Si la acusaban de cómplice, podrían exigirle el mismo castigo y la misma indemnización. Entonces, su familia quedaría en bancarrota, ya que no eran ni influyentes ni tan ricos como lo había sido el marqués.

Además, también estaba el castigo del Emperador. ¡Sería horrible! La mente de Serea se agitó y empezó a temblar de miedo.

—¡No, lady Salvatore! —gritó Serea, con los ojos llenos de lágrimas, y empezó a implorar la clemencia de Leslie—. ¡Me equivoqué! Cometí un terrible error. Por favor, perdóneme, Lady Salvatore. Por favor…

Los murmullos y susurros eran fervientes detrás de ella, pero Serea no podía oírlos. Estaba aterrorizada y solo veía los fríos ojos de Leslie. Se arrancó el collar y se lo ofreció a Leslie.

—Por favor, toma esto. Te los devolveré todos. Te traeré todos los vestidos y las joyas cuando vuelva a mi finca. Por favor…

—No necesito ni quiero tus sucios sobornos.

Leslie cortó con brusquedad a Serea a media frase. Se mordió los labios y la miró. Se olvidó de denunciar mis abusos a las autoridades y me condenó al cruel maltrato de mi familia. Incluso la utilizó contra Eli para meter sus codiciosos deditos en los lujos de Eli. Y hoy, ha intentado utilizarme echándome en cara mi pasado.

—Lady Patelrotte.

Leslie llamó con suavidad a Serea, que se estremeció y tembló con violencia del terror. Sin embargo, Leslie no sintió compasión.

—Por favor, procede con cautela y evalúa mejor a tu oponente la próxima vez.

Leslie se inclinó hacia delante para susurrar las siguientes palabras.

—Piensa antes de actuar. Considera  si tienes la capacidad o el poder para dominar a la persona que tienes delante. De lo contrario, podrías ser devorada por alguien como yo.

Leslie se enderezó y se colocó un mechón de pelo plateado detrás de la goma de borrar. El rostro de Serea estaba muy pálido.

Serea jadeó y respiró rápido cuando los labios de Leslie se torcieron en una sonrisa lenta y perezosa.

—Le contaré a mi madre este pequeño intercambio cuando vuelva al templo. Que tenga un buen día, Lady Patelrotte.

Luego se dio la vuelta rápido, y el aire a su alrededor hizo un ruido de látigo. Se alejó, dando a Serea helada en el sitio. Detrás de Leslie se oyeron gritos y sollozos, pero no miró atrás.

Leslie caminó y caminó hasta que dejó de oír los gritos. Cuando llegó lo bastante lejos, se detuvo y se llevó una mano al pecho, donde el corazón le latía con fuerza.

Alejarse de Serea no era difícil, pero hacerlo usando el nombre de los Salvatore sí lo era. El corazón le latía deprisa de tanta ansiedad.

¿Cómo habría reaccionado si Hart no me hubiera dicho que era una Salvatore?

Leslie se sintió en cierto modo aliviada. Era como si se hubiera quitado un peso de encima. ¿Qué diría su familia si volviera con ellos y les contara lo que acababa de pasar?

Se enfadarían.

Leslie veía con claridad cómo su madre, su padre y sus hermanos se irritaban y se enfadaban con ella.

Le dio una sensación agradable saber que ahora tenía gente que la respaldaba.

—Señorita Leslie.

Leslie caminaba con paso ligero por los jardines del templo, sin rumbo fijo, hasta que una voz la detuvo. Cuando miró hacia atrás, encontró a Konrad caminando hacia ella con la misma sonrisa amable. También sus ojos dorados se arrugaban en forma de media luna y brillaban con intensidad.

—El patio interior es solo para sacerdotes.

A pocos pasos se alzaban unas cortas vallas. Fieles a las palabras de Konrad, las vallas separaban con claridad las zonas abiertas al público de las zonas prohibidas. Incluso la disposición de los límites de las vallas era muy diferente.

Ahora que lo pienso, me han dicho que hay zonas prohibidas para que los sacerdotes se reúnan y descansen. Leslie echó un breve vistazo a la zona vallada y se volvió para encontrarse con Konrad a mitad de camino.

—Gracias por informarme, sir Konrad.

—No ha sido nada, la verdad.

Konrad sonrió agradable y sostuvo la mirada lila de Leslie.

—¿Puedo preguntarle qué la trae por aquí, tan lejos de los jardines principales?

—He venido a verle, sir Konrad.

Leslie le devolvió la sonrisa y respondió con sinceridad. Konrad ladeó la cabeza con curiosidad.

—¿Has venido a verme?

—Sí. Hacía tiempo que no nos veíamos.

Konrad entrecerró los ojos mientras calculaba en su mente el número de días.

—Claro. Ya han pasado dos semanas. Le pido disculpas por mi tardanza, señorita Leslie. No soy tan buen profesor, ¿verdad?

—No, sir Konrad, está bien. Usted dijo que su hermano estaba enfermo. Entiendo las circunstancias.

Se hizo el silencio entre ellos, Leslie tenía mucho más de lo que quería hablar con Konrad. Por ejemplo, quería volver a presentarse con su nuevo nombre. Pero no sabía cómo empezar la conversación. No quería hacer el ridículo soltándolo al azar. Quería hacerlo bien, en una conversación fluida.

Leslie se quedó pensativa, con la cabecita llena de demasiados pensamientos. Konrad la observó, pero no la interrumpió ni la apresuró. En lugar de eso, esperó un poco y luego habló.

—Señorita Leslie, es posible que tenga que volver pronto a la zona principal. Los carruajes están partiendo y muchos han comenzado a regresar a sus hogares.

—¿Ya es esa hora?

Sairaine le había dicho que se tomara su tiempo y viera los terrenos cuando le dio una ruta de escape de la horda de nobles curiosos que se acercaba. Leslie pensó que tendría más tiempo para explorar y encontrar a Konrad…

“Parece que he perdido mucho tiempo tratando con Serea. Qué tontería.”

Leslie tenía tiempo en abundancia, pero no quería gastarlo de forma imprudente e improductiva invirtiéndolo en interacciones inútiles con gente como Serea. Ahora que por fin había encontrado a Konrad, no tendría tiempo suficiente para darle las gracias y decirle su nombre. Leslie frunció el ceño ante el desagradable recuerdo del incidente anterior y sus consecuencias.

—¿Vamos? La acompañaré a la sala de oración, señorita Leslie.

Konrad se ofreció a ser el guía de Leslie. Por supuesto, Leslie no tenía razón ni motivación para rechazar su ayuda. Pronto los dos estaban paseando juntos por los jardines.

—¿Cómo está tu hermanito?

—Está mucho mejor gracias a tu preocupación y buenos deseos. Era un simple resfriado.

—Ya veo. Me alegro.

Al escuchar a Konrad, una pregunta surgió en la mente de Leslie y su cabeza se inclinó hacia un lado, pensativa. Sir Konrad tiene los poderes divinos de la curación. Entonces, ¿por qué no curó a su hermano?

—Si una dolencia puede curarse de forma natural, es mejor dejar que siga su curso. Confiar en la divinidad puede ser contraproducente.

Konrad giró la cabeza y sonrió. Sus ojos sostuvieron con firmeza los grandes y redondos ojos de Leslie mientras explicaba en respuesta a su silenciosa pregunta.

—¿Cómo has…?

—Tenías cara de curiosidad.

Oh. Leslie se frotó las mejillas con vergüenza, ambas ahora un poco sonrosadas. La sonrisa de Konrad se hizo más grande ante la vergüenza de Leslie.

—Y yo sabía que mi hermano pequeño, Frit, se resfriado. Había metido a escondidas varios helados en sus aposentos y se los había comido todos a espaldas de su niñera un par de veces a pesar del frío que hacía hoy en día. Esperemos que este frío le haya enseñado una buena lección.

—¿Helado?

La mente de Leslie evocó de inmediato la imagen y el sabor del helado de limón que había probado en el Ducado. Era increíble. Era ácido y dulce a la vez. Sin embargo, todo su cuerpo tembló de forma casi incontrolable cuando se lo terminó. Era como si el hielo correia por sus venas, helándola hasta los huesos. ¡Y pensar que lo había hecho un par de veces en invierno! Leslie se estremeció al pensarlo.

—Sí, desde luego. Prefiere sus tentempiés fríos. No es raro verlo postrado en cama con bastante frecuencia en invierno. Hemos hecho todo lo posible por impedírselo, pero aun así encuentra la manera de tomarlos, de ahí que lo haga a escondidas.

Leslie soltó una risita ante la cariñosa queja de Konrad. Konrad observó el rostro entretenido de Leslie mientras continuaba.

—Hablando de helados. ¿Sabías que sir Ruenti tuvo un fuerte dolor de estómago porque comía demasiado? Ya lo curé una vez, así que lo recuerdo muy bien.

¿Que hizo qué? Los ojos de Leslie centelleaban, y su cuerpo se inclinó más hacia Konrad con ferviente curiosidad, deseosa de saber más de su familia.

—Creo que fue hace unos años, cuando visitó los templos con otros magos.

Leslie escuchó con atención, tratando de captar cada palabra. Leslie sentía curiosidad por saber qué había pasado después. Aunque los miembros de su familia seguían siendo humanos que podían enfermar o herirse, a ella le parecían invencibles. Por eso, oír hablar del desafortunado sufrimiento de Ruenti le sorprendió para bien.

—Los sacerdotes habían preparado una gran cantidad de helado para los visitantes. Pero…

La voz de Konrad se detuvo. ¿Por qué se detuvo? pensó Leslie y levantó la vista.

Un primer plano del rostro enrojecido de Konrad llenó la vista de Leslie. No se había dado cuenta de lo cerca que estaba y, por lo tanto, de lo cerca que estaban. Sus rostros estaban a escasos centímetros.

—Está… Está demasiado cerca, señorita Leslie…

Konrad bajó la cabeza en un intento de ocultar su rostro, ahora enrojecido. Su voz temblaba sin control en apenas un susurro.

—¡Lo siento!

Leslie se retractó rápido, dando grandes pasos hacia atrás y tropezando. Sintió el calor subir a sus mejillas, que se sentían demasiado calientes a pesar de los fríos latigazos de la brisa invernal.

—Um… ¿Nos vamos?

—Sí, por favor.

Una vez más se hizo un silencio incómodo entre ellos. Leslie tenía los ojos fijos en el suelo y Konrad se revolvía el pelo, avergonzado, mientras reanudaban su lento paseo por los jardines. No volvieron a hablar hasta que por fin llegaron a la boca de los jardines del templo, donde se veía la sala de oración.

—Entonces, me despido.

Konrad hizo una elegante reverencia, despidiéndose. Leslie también se inclinó, pero aún no quería separarse. Lanzó miradas nerviosas a Konrad y sintió que se le secaba la boca.

Konrad se dio la vuelta para marcharse y Leslie lo vio partir mientras se mordía los labios con ansiedad. Por fin, lo llamó en voz alta haciendo acopio de todo valor del que pudo reunir.

—¡Señor Konrad!

Konrad se detuvo, giró despacio la cabeza y vio a Leslie corriendo hacia él.

—¡Shuya! ¡Me llamo Leslie Shuya Salvatore!

Leslie resopló un poco mientras medio gritaba y medio le decía su nombre completo. Los ojos de Konrad se agrandaron por un momento ante una presentación un poco tardía y quizás hecha al azar, pero pronto se vio incapaz de controlar la sonrisa.

—Gracias por decírmelo. Me dio un poco de pena irme sin enterarme. Pensé que no me lo dirías.

—Por supuesto que lo haría. Me ayudaste durante el juicio, ¡y eres mi amigo!

Sí, somos amigos. Leslie asintió con energía con una sonrisa encantadora y segura. Siempre había estado a mi lado. Me escuchaba y me ayudaba. Un amigo amable y digno de confianza.

Leslie estaba segura de que eso era Konrad para ella y que los sentimientos eran mutuos.

—Sí, un amigo…

Konrad, sin embargo, no podía sonreír con tanta alegría como hacía unos instantes. Ahora estaba un poco rígido y algo tenso mientras asentía con torpeza.

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