El contrato de la Princesa y la Duquesa Monstruosa – Capítulo 77

Traducido por Ichigo

Editado por Lucy


La Duquesa era hija única. No tenía que competir con ningún hermano para mantener su estatus como próxima Señora de la Casa. Además, el Ducado ya era muy poderoso en el Imperio. Así que no tenía que casarse para mantener su Casa prominente en la sociedad. Por lo tanto, el matrimonio no era más que una opción si le apetecía. Pero no lo hacía. No quería un hombre que se acobardara ante su fuerza y despreciaba a los hombres estúpidos y arrogantes.

Si sus padres le hubieran molestado alguna vez, se lo habría planteado. Pero ni al Duque ni a la Duquesa les importaba mucho.

Haz lo que te convenga. 

Eso fue lo único que mencionaron sobre el matrimonio. Al final, se casó con Sairaine, a quien conoció durante la guerra. Pero se habría quedado soltera para siempre si no lo hubiera conocido. Por eso quería que Leslie tuviera la misma capacidad de elección a la hora de tomar una decisión tan importante.

—Pero todos decían que debía hacerlo para ser feliz…

—¿Todos parecían felices y satisfechos con su matrimonio?

Leslie se tomó un momento para responder a esa pregunta mientras intentaba recordar a todas las personas que le habían dicho que no casarse no era una opción. Después de un gran rato recordando, sacudió la cabeza. Recordó a un criado del marqués que siempre hablaba de su deseo de sentar la cabeza con una mujer hermosa. Al final, encontró una hermosa novia y se casó feliz con ella. Pero poco después, volvió a ver, y se sorprendió al ver al hombre triste y deprimido. Había adelgazado y tenía ojeras.

Ria había rumoreado sobre ellos un día. Le habló a la niña de sus conflictos de personalidad y de sus peleas constantes.

La duquesa rió en voz baja. Luego se levantó de su lado del sofá y se acercó. Se agachó hasta su altura y le acarició la cabeza mientras sostenía con amabilidad los bonitos ojos lilas con sus ojos verde oscuro.

—Olvídate de lo que te diga la gente y vive la vida como quieras, hija mía.

♦ ♦ ♦

En el último tiempo, Ria se sentía de lo peor. Una de las razones más obvias por las que esto ocurría era por los recientes cambios en el Marquesado de Sperado, y estos cambios no eran tan buenos para la pobre criada.

Su único consuelo era encontrar la culpa en una niña pequeña a la que solía cuidar, Leslie. Para ella, todo era su culpa, por lo que ahora trabajaba demasiado y no era apreciada. Ella creía que porque era desagradecida por su cuidado y corrió a la Duquesa mientras le mentía que ahora estaba siendo castigada. La situación empeoró porque le mintió con descaro a esa mujer.

Así que el Marqués estaba en la ruina. Era un borracho y un drogadicto, la Marquesa huyó a su Casa de soltera, y Eli era mezquina y cruel porque ya no sentía la necesidad de ocultar su verdadera personalidad. Además, los cobradores de deudas y sus cartas llegaban todos los días sin piedad.

Montañas de cartas en sobres rojos se apilaban sobre una bandeja de plata, que el viejo mayordomo jefe solía utilizar para entregar cartas al marqués. El mayordomo mayor comenzaba el día con un profundo y sonoro suspiro.

Una vez que se hizo evidente que las finanzas del marqués eran inestables e incluso la señora huyó de la finca, los empleados también empezaron a abandonar el lugar uno a uno.

—Whew…

Ria enderezó la espalda, sobrecargada durante toda la mañana. El dolor se disparó desde la parte superior de la columna como una corriente eléctrica hasta la punta de los dedos de los pies, haciéndola gemir.

Hizo un ovillo con la mano y se masajeó la espalda, un hábito que había adquirido hace poco, mientras miraba el montón de ropa. Aún quedaba mucha ropa por lavar.

La mayoría eran vestidos caros de Eli. Por desgracia, no podían lavarse con métodos que ahorraran tiempo y trabajo porque el material se estropearía. Así que se vio obligada a lavarlos a mano uno a uno y con mucho cuidado. Solo hacer esto le llevaba la mayor parte del día, y eso solo si lo hacía con los menos descansos posibles entre trabajo y trabajo.

Se le llenaron los ojos de lágrimas. Quería dimitir y abandonar la finca como el resto de sus compañeros. Desde que la ascendieron para cuidar de Eli y Leslie, la habían excluido de los trabajos que requerían mucha mano de obra, como lavar la ropa. Se le permitía dormir hasta tarde, comer mejor, llevar vestidos caros y asistir a fiestas elegantes junto a Eli. Todo ello la distinguía del resto de los empleados. Pero cuando desertaron en favor del marqués, se vio obligada a contribuir y trabajar duro.

Una sola lágrima cayó de sus ojos mientras un sollozo escapaba de sus labios. Frustrada, tiró un bonito vestido azul al otro lado de la habitación.

—¿Cuánto tiempo tengo que hacer esto?

¡Soy una niñera, no una mísera criada! ¿Por qué tengo que lavar la ropa? ¡Mi trabajo es cuidar de los niños! Se quejaba de su destino. No entendía cómo ni por qué le estaba pasando esto.

Pronto se desplomó sobre un pequeño taburete en un rincón de la habitación. Ya no sentía los brazos y necesitaba un descanso con desesperación. No me importa que me peguen. No puedo trabajar. 

Se secó las lágrimas con brusquedad con las mangas. En ese momento, un pequeño grupo de criadas entró en la habitación. Una sirvienta de aspecto juvenil le tendió vacilante una cesta tras ver las manchas de lágrimas en su rostro.

—Umm… Niñera, la señorita Eli me ordenó que te trajera esto. Es de su muda matutina y quiere que lo laves de inmediato.

Ria se quedó con la boca abierta al ver un precioso vestido verde en la cesta de mimbre.

—Y dice que quiere cambiarse dos veces más por la tarde…

—¿Qué? ¡Está loca! —gritó furiosa.

Eli debe ser una ilusa al pensar que sigue siendo una dama del gran marquesado. ¡¿Entonces por qué se cambia tan a menudo y con todos esos vestidos tan caros?! ¡¿Acaso no se da cuenta de que andamos escasos de personal y yo lavando la ropa?!

La joven criada se encogió y se acobardó ante sus furiosos gritos

—Tranquila, niñera. Por favor, no te pongas así.

Una de las criadas de la parte de atrás del grupo se interpuso entre ellas e intentó calmarla. Pero Ria no hizo caso y le propinó una violenta bofetada.

—¿Tranquila? Malditas sean. Si de verdad les importara cómo me siento, ¡ayúdenme a lavar la ropa!

—Lo siento, niñera, pero no podemos. También tenemos que hacer. No sabemos qué han planeado el marqués y la señorita Eli, pero nos han ordenado construir algo raro en los jardines, y todos estamos llamados a trabajar allí.

Fieles a sus palabras, ambos habían estado gastando todos sus fondos y empleados en construir un pabellón en medio del jardín principal. Hicieron caso omiso de las quejas y no les importó que el oro se agotara de forma brusca, sino que insistieron en terminar la construcción como poseídos por algo.

Así quedó enmarcado, con el centro vacío y la estructura metálica luciendo poderosa como una jaula gigantesca. Se ordenó que las paredes fueron de cristal, como si quisieran exhibir algo, lo que alimentó el cotilleo entre los empleados de que podrían traer a una bestia para encerrarla allí.

—Al menos estás aquí lejos del sol y no tienes que mover pesadas rocas en el jardín todo el día.

La joven criada se deslizó rápido hacia la parte de atrás del grupo, escondiéndose de Ria, mientras las otras replicaban.

—Sí, te envidio, niñera —añadió una para distraerla.

—¿Envidiarme? ¿Cómo puedes decir eso después de ver cómo me va?

—No, no me refería a eso. Me refiero a la señorita Leslie.

Se explayó rápido ante la estruendosa réplica.

—Tú eras la más cercana a ella, ¿no? ¿No puedes dejarlo e irte a trabajar al Ducado ahora?

Ah. Ria parpadeó mientras las criadas charlaban.

—Conozco a un amigo que trabaja allí, y dice que es un lugar maravilloso para trabajar. Te pagan tres veces más e incluso se ocupan de tu familia. Te dan buenas comidas y hasta te dejan ver al médico cuando te pones enfermo o te haces daño.

Todas las miradas se volvieron hacia la criada que comentaba, incluida la de Ria.

—¿De verdad? ¿Hay una Casa noble dispuesta a llegar tan lejos por sus criados y criadas?

—Bueno, eso es lo que he oído, y no veo razón para que mienta.

Se encogió de hombros ante las preguntas.

No hay razón para que me quede aquí, ¿verdad?

Los empleados parlotearon más, pero Ria estaba sumida en sus pensamientos.

Consideró sus opciones. Ya no le quedaba lealtad. El trato que recibía era una auténtica pesadilla. El marqués se había vuelto loco. Gritaba todo el tiempo e incluso le arrojaba objetos. La marquesa, que siempre estaba de acuerdo con ella, había abandonado la finca.

Y ya no aguanto más la insolencia de esa zorra de Eli. 

Se quejó en silencio de que debía de haber perdido la cabeza como su padre, cambiándose sin parar de vestido a pesar del estado en que se encontraba. Que Leslie le cayera mejor en el Marquesado le hizo confiar en que sería bienvenida en el Ducado.

Más le vale. He sido tan buena con ella. Me lo merezco. 

Aunque habían tenido algunos desacuerdos antes de que dejara el lugar, las discusiones eran menores.

Estoy segura de ello. 

Era su niñera. Se esperaba que Leslie la recordara y la acogiera. Esperaba que la tratara mejor de lo que el Marqués y la Marquesa lo habían hecho nunca.

Puede que me recompensen con una habitación grande y soleada para usarla yo sola. 

Ya utilizaba un dormitorio privado en casa del marqués, pero Ria siempre pensó que la habitación era demasiado pequeña. Quería una cama más grande, mejores muebles y cosas que solo soñaba con usar como ama de llaves o niñera. El Ducado era mucho más próspero. Teniendo en cuenta el carácter de Leslie, parecía factible que le proporcionara una criada.

Sintió que las lágrimas volvían por un motivo muy distinto ante su futuro imaginado.

Sabía que ella era algo, mi pequeña señorita Leslie. Ojalá hubiera hecho más cuando aún estaba en el Marqués. 

Se arrepintió de no haberle llevado algo de comida en secreto o de no haber compartido algunos de sus tentempiés. A la pobre chica solo se le permitían dulces una o dos veces al año. Sus cejas se fruncieron al pensarlo.

Sintió una punzada de arrepentimiento por no haber cuidado mejor de Leslie cuando un criado entró en la habitación y se unió al grupo.

—¿Qué demonios hacen aquí? ¡Holgazaneando cuando hay tanto que hacer! —gritó el sirviente mayor, y la charla se apagó de inmediato.

Los empleados salieron corriendo de la sala y volvieron a sus tareas.

El hombre los observó alejarse durante unos segundos antes de volverse hacia Ria, que seguía sumida en sus pensamientos.

—Niñera.

—¿Qué?

Frunció el ceño y lanzó una mirada asesina al hombre que había interrumpido su feliz imaginación. Él sonrió con torpeza ante la brusca respuesta y señaló hacia el techo.

—El marqués Sperado te convoca.

—¿Por qué?

—No tengo ni idea. Solo dijo que te trajera en este instante.

Entonces se dio la vuelta para marcharse, dejándola sola. Ella empezó a pasearse por la habitación, mordiéndose las uñas con ansiedad. ¿Por qué me ha llamado? ¿Sabe que voy a dejar el marquesado? 

Pero se detuvo en seco y subió corriendo las escaleras. No quería esperar demasiado y que le arrojaran una botella de licor.

♦ ♦ ♦

—Oh, estás aquí.

Cuando llegó al estudio, vio al marqués y a Eli sentados juntos en medio de la habitación. El rostro de Ria se contrajo de inmediato en una expresión de dolor.

Lleva un vestido diferente. Solo conseguirá que tenga que lavarlo al atardecer. Chasqueó la lengua en silencio, frustrada.

—Siéntate. Esto llevará mucho tiempo.

La última vez que lo vio, estaba empapado en alcohol y drogado. Pero hoy, su aspecto era fino, como antes de que ocurriera todo. Seguía teniendo la cara un poco pálida, pero no olía a licor ni tenía ataques de locura.

Se sentó con cautela frente a la niña, lanzándoles miradas nerviosas. El marqués nunca le había ofrecido asiento.

¿A qué está jugando? 

Las dos personas ignoraron su cautela y continuaron hablando.

—Entonces, Ria. ¿Cuánto hace que trabajas para el marqués?

Sus ojos se movieron con desconfianza. Pensó que algo le olía mal pero calculó con rapidez el número de años que llevaba empleada ya que no tenía poder para ignorar a su señor.

Empecé después de mi divorcio… que fue cuando Leslie tenía unos 3 años…

—Hace nueve años.

En cuanto Ria contestó, otra pregunta fue formulada, esta vez por Eli.

—¿Y cuánto tiempo llevas cuidando de esa mocosa… digo, de Leslie?

Esa mocosa. Ria hizo un mohín ante su elección de palabras y contestó enfurruñada.

—9 años. Me contrataron como niñera cuando la señorita Leslie tenía tres años y cuando la señorita Eli tenía seis.

—9 años.

Los ojos de ambos se entrecerraron ante su respuesta de Ria, que volvió a ignorar su tono.

—Ria, ¿había alguien más, aparte de ti, cercano a Leslie? ¿Alguien a quien ella tuviera apego o cariño?

Hizo lo posible por contenerse y no hacer demasiados pucheros. Era bastante irónico que Eli le hiciera una pregunta así. Había sido muy hostil con cualquiera que hubiera mostrado la más mínima amabilidad hacia su hermana. De ahí que, por miedo a ella, los empleados participaran a sabiendas en hacer la vida de Leslie un infierno. Así que era curioso que se interesara tanto por las personas un poco cercanas a ella.

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