Mi prometido ama a mi hermana – Arco 8 – Capítulo 5

Traducido por Ichigo

Editado por Lucy


La bañera preparada por el posadero era muy cómoda.

Al verme envuelta por la suave agua caliente, el cansancio acumulado pareció derretirse junto con la sangre pegajosa y el barro.

Me pesaba todo el cuerpo y estaba a punto de dormirme por descuido. Para no cometer el mismo error que una vez, salí de la bañera y me puse la ropa que Crow me había preparado.

Aunque era ropa de segunda mano, no estaba sucia, sino que olía bien y estaba recién lavada. No podía decir que me quedaran bien, pero se notaba que habían sido cosidas para que pudieran llevarse durante mucho tiempo. La textura rígida se debía al tejido grueso y resistente. Tenía la corazonada de que eran prendas exclusivas de esta ciudad.

Los vestidos que yo llevaba siempre estaban hechos a medida, por lo que casi no había espacio entre mi cuerpo y la tela. Eran difíciles de poner y quitar sin la ayuda de una criada, pero la mayoría de las ropas que llevaban las demás nobles estaban hechas así. Un vestido precioso con un largo dobladillo que se enrollaba alrededor de mis piernas y que acentuaba mi delgada cintura para que me sintiera orgullosa de mi esbeltez era una prenda que me vinculaba a la aristocracia.

Por eso, ahora era muy fácil. Fácil de respirar.

En parte porque la talla no me quedaba bien, ya que es algo que recibí, pero también era una cuestión emocional.

Tiremos el vestido manchado de sangre. Salí del baño pensando eso.

—Tu cara parece un poco roja…

Desde lo alto de la cama donde estaba sentado, Crow ladeó la cabeza. Llevaba una camisa blanca y unos pantalones negros, lo que le daba un aspecto natural y sin pretensiones, y tenía las piernas estiradas, pero aun así desprendía cierta sensación de elegancia.

—¿Ilya?

—Ah, no… No pasa nada.

—No es cierto, ¿verdad? Hay algo extraño.

Su pelo negro bailaba sobre sus mejillas blancas mientras Crow ladeaba la cabeza. Aunque estaba expuesto a mucho viento en el carruaje, no estaba cubierto de la más mínima mota de polvo.

Mientras le miraba, de repente me di cuenta de que su bata, que me había prestado, estaba colgada en la pared.

Debía de estar manchada de sangre. No podía asegurarlo porque la tela era negra.

Crow, que había seguido mi mirada, sonrió.

—Lo lavaré más tarde. Y lo que es más importante, a ti.

Me hizo señas para que me acercara a la cama.

—Sí. Como has dicho Crow, puede que tenga un poco de calor porque me he empapado en agua caliente.

Envolví mi pelo mojado en una toalla. Gotas de agua mojaban el suelo de madera. Mientras me preguntaba por qué me había llamado si en un principio no estaba tan lejos de él, Crow dejó escapar un suspiro risueño y dijo.

—Te secaré el pelo, así que sube aquí. Pero aún no puedo usar magia que cree viento, así que lo frotaré.

Y añadió algo que trascendía el ámbito de mi comprensió.

Ya que se puede usar “todavía”, ¿será posible que controle hasta el viento?

—Más tarde, vamos a comprar un poco de aceite que puedas ponerte en el pelo. Te has esforzado mucho para tener un pelo bonito, así que tienes que cuidarlo bien.

Cuando me senté en la cama de espaldas a Crow, me limpió el cuello y detrás de las orejas con la toalla que le había dado.

De paso, me relajó los músculos tensos. Sonreí cuando me apretó los hombros.

Hace mucho, mucho tiempo.

Crow estaba tumbado en mi cama con la cabeza sobre mi regazo.

Hablábamos de muchas cosas infantiles y tontas.

Aquella noche le pedí que salvara a mi hermana pequeña… que salvara a Sylvia.

¿Y si la vida hubiera seguido sin problemas después de aquello? Me pregunté qué final habríamos alcanzado Crow y yo.

Al menos, no creo que nos hubiéramos vuelto a encontrar en esta vida.

—¿Por qué no descansas un rato?

—Sí, tienes razón… Lo haré.

Estaba cabeceando mientras la somnolencia me asaltaba. Pasaron tantas cosas a la vez que mi cerebro no podía procesar la información. Me tumbé en la cama sin más.

Tal vez porque mi cuerpo estaba caliente, mi pelo a medio secar se sentía un poco frío.

—Como prometí, te cantaré una canción.

Mientras escuchaba su suave voz, la cama crujió. Cuando entreabrí los ojos, Crow estaba tumbado igual que yo y me miraba.

Dos personas solas en una cama estrecha. Pensando que era como una recreación del pasado, mi corazón palpitó. Crow de rostro joven me dio la medicina. Se tumbó junto a mí, que estaba de espaldas ya que ni siquiera podía darme la vuelta debido a mi debilitado cuerpo. Su mano fría me agarró la mano.

En realidad, ¿sigues en esa vieja cama?

¿Todo lo que siguió fue un sueño y no la realidad?

Si es así, ¿dónde diablos estoy…?

♦ ♦ ♦

—Estoy seguro de que vivirás una larga vida… Y serás feliz. Y… si… Si… un día, un pájaro negro aparece delnate de ti, no tomes la decisión equivocada.

Estas fueron las últimas palabras de mi madre. Tenía una suave sonrisa en su demacrado rostro.

¿Por qué estaba tan tranquila ante la muerte?

Un viaje demasiado duro había dejado exhausta a mi mamá. De hecho, algo le pasaba en el cuerpo desde que salimos del pueblo, pero había ocultado su estado para no preocuparme a mí que era muy joven. Por eso nunca fue examinada por un médico durante nuestro viaje. No tomaba medicinas ni alimentos nutritivos.

Recuerdo haberla sorprendido gimiendo de vez en cuando porque le dolía la espalda. Pero cada vez que le preguntaba si se encontraba bien, ella siempre respondía: “Parece que me estoy haciendo vieja”, con una amable sonrisa. Tuve un presentimiento ominoso, al verla así.

No había forma de detener a mi madre, que se apresuraba a ir a la capital real lo antes posible.

Después de un mes desde que dejamos nuestra ciudad natal, ya ni siquiera podía caminar.

Al final, se desplomó al borde de la carretera. Me arrastró en su caída y fui aplastada por su peso. No podía respirar. Estaba luchando con mi pequeño cuerpo pero no podía hacer nada, cuando de repente.

—¡¿Estás bien?!

Alguien me tendió la mano.

Era una mujer joven que estaba aquí por pura casualidad.

Esta persona que me rescató a salvo estaba preocupada por el estado de debilidad de mamá y sugirió llevarla a descansar a la posada donde trabajaba. Incluso se ofreció a alojarnos a un precio muy barato. Nos explicó que la posada estaba regentada por sus padres y que por eso era posible bajar el precio.

Por un momento pensé que quizá se hacía pasar por una buena persona para acercarse a nosotras y secuestrarme. Tenía esos temores, pero nuestra situación era tan desesperada que, a pesar de todo, quería pedirle ayuda, así que, vacilante, agarré su mano extendida.

Sabía que era una tontería pedir ayuda a una completa desconocida, pero no se me ocurrió una alternativa mejor.

No tenía conocimientos suficientes para elaborar un plan y salir de nuestra crítica situación.

El resultado de esta elección fue…

Mi instinto de confiar en ella se demostró correcto.

Me sorprendió mucho que incluso llamara a un médico, porque fue una especie de coincidencia que nos encontráramos así. Cuando me dijo que no tenía que pagar la consulta, me di cuenta de que la gente divina existía.

Sin embargo, dicho esto, eso no significaba que “la realidad” nos mostrara ninguna amabilidad.

El médico que nos visitó unas horas después de nuestra llegada a la posada anunció que la enfermedad de mamá no era para reírse. Me quedé sin palabras al oírle. Temblando de miedo, apreté las manos sobre mis temblorosos labios.

El médico suspiró con asombro y me acarició la cabeza mientras añadía que era extraño que hubiera llegado tan lejos.

—Incluso tiene una niña tan pequeña con ella… lo siento, pero no se puede hacer nada.

Sus palabras se clavaron en mí como un cuchillo. Cuando extendí las manos para aferrarme a la cama, los finos dedos de mi madre me limpiaron los ojos.

Con voz ronca y apagada, dijo: “Lo siento”. Si hubiera abierto la boca en ese momento, me habrían salido palabras de acusación como “¿Por qué me dejas atrás?”, así que me limité a morderme los labios.

Fiel a las palabras del médico: “No le quedan más que unos días”, mi madre falleció dos días después.

Antes de morir, me contó una historia sobre un pájaro negro, que me dejó bastante perpleja y me pesó en la mente, pero aunque quisiera entender lo que quería decir, ya no podía preguntárselo.

Si las cosas tenían que acabar así, entonces no deberíamos haber abandonado el pueblo. Pero mis remordimientos no significan nada ahora que lo he perdido todo.

Como era la única que quedaba atrás, no pude evitar quedarme aturdida e incapaz de pensar en el futuro.

Sin otro recurso, un empleado de la posada pidió a una funeraria local que incinerara el cuerpo de mamá. Luego, hizo los arreglos necesarios para internarme en una institución. Sin embargo, en ese momento, algunas personas empezaron a poner objeciones.

Se preguntaban si era buena idea internar a una niña de origen dudoso en una institución financiada con donativos de la gente influyente de la ciudad.

En otras palabras, como yo no había nacido en esta ciudad, no había razón para ocuparse de mí.

Como su actitud era muy amenazadora, me gustara o no, me di cuenta del tipo de situación en que me encontraba. Yo era un completo estorbo.

Mientras tanto, incluso la gente de la posada que había hecho todo lo posible por ser amable conmigo había llegado a menospreciar, así que ni siquiera podía quedarme en la ciudad. Decidí dirigirme sola a la capital real.

Los fondos para el viaje que teníamos ya se habían agotado, e incluso si yo quería ganar suficiente dinero para vivir día a día, tener el cuerpo de una niña era un inconveniente. No encontraba trabajo. No sabía si lo decían por amabilidad o no, pero algunas personas me aconsejaron que entrara en un burdel y empezara a trabajar como aprendiz. Sin embargo, pensé que mi madre se pondría triste si entraba en un sitio así sin tener ninguna deuda.

Cuando salí del pueblo, me dieron dos monedas de cobre como regalo de despedida. Cuando incliné la cabeza en señal de agradecimiento, la pareja de ancianos que regentaba la posada lloró y dijo: “Sentimos mucho no haber podido acogerte”. La mujer que nos había ayudado a mamá y a mí parecía ser su única hija. Tanto los padres como la hija eran muy buenas personas.

Sin embargo, la compasión por sí sola no puede solucionarlo todo.

Sonreír y decir “No pasa nada” era más importante que darles las gracias.

En realidad, estaba muy asustada.

Me dirigía hacia la capital real, pero sin mi madre, no sabía a qué fin me dirigía. Había planeado confiar en sus parientes, una vez en la capital, pero solo intercambiaron cartas una vez antes de  que abandonáramos la aldea, por lo que no parecían tener una relación muy estrecha. Aun así, tuve que confiar en ellos.

Porque nuestro pueblo era muy pobre.

Los días sin lluvia se prolongaron durante mucho tiempo, las cosechas se marchitaron y solo quedaban unos pocos productos secos almacenados.

Al poco tiempo, los hombres de la aldea empezaron a salir a cazar, pero estalló una disputa con otra aldea y no tuvieron tiempo de cazar presas.

Debió de ser inevitable que empezaran a aparecer algunas personas que preferirían ir a la capital real antes que morir así. Aunque tuvieran que ir a pie en un viaje que llevaría semanas con un carruaje tirado por caballos. No sería un viaje fácil, pero tenían la esperanza de que si llegaban sanos y salvos, podrían incluso conseguir un trabajo.

Mi padre era uno de ellos.

Dijo que conseguiría trabajo en la ciudad y que se aseguraría de enviarnos dinero. Nos pidió que aguantáramos hasta entonces y se marchó.

Me hizo promesas amables como “Te enviaré una carta”, “Volveré algún día”, “Sé buena y espérame”. De hecho, nunca recibimos noticias de que hubiera llegado a la capital real.

¿Se había olvidado de su mujer y su hija, o había muerto en el camino?

No sabía cuál de las dos era la verdad, pero sabía que mi padre nunca volvería con nosotras, así que mi madre y yo decidimos abandonar el pueblo.

Para mí y para mi madre, que no estábamos acostumbradas a viajar, el camino era duro.

Como ni siquiera pudimos preparar el equipo de viaje, se puede decir que desde el principio se cernieron negros nubarrones sobre nuestro viaje.

De hecho, mi madre acabó perdiendo la vida.

Si hubiera sido mayor, habría reservado una posada y la habría hecho examinar antes por un médico. Sobre todo, me habría planteado detener el viaje.

Aunque no hubiéramos llegado hasta la capital real, mi madre habría podido conseguir algún trabajo en una gran ciudad en la que nos detuvieramos. Al menos, no tendría que morir sin recibir el tratamiento adecuado.

Pero por mucho que lo pensara, ya era demasiado tarde…

Ahora mismo, yo estaba en un aprieto.

Era una cuestión muy importante cuándo utilizar las monedas de cobre que se ofrecían con buenas intenciones. Después de pedir las indicaciones para llegar a la capital real, solo me quedaba caminar hasta ella, aunque mis únicas posesiones fueran las ropas que llevaba puestas… En tal situación, no sería extraño morir en cualquier momento.

Fue pura suerte que no me atacaran los bandidos, y una mera coincidencia que no me secuestraran. Después de caminar unos dos días, de repente me di cuenta de que tenía hambre, y cuando saqué de mi bolsa de pan que me había dado el posadero, estaba mohoso y ya no podía comerlo.

Desperdicié mi comida con la idea simplista de que algún día llegaría a la capital real si caminaba.

Yo era una niña ignorante.

Tras caminar durante unos cinco días, me quedé sin agua y me di cuenta de que no había tiendas donde comprar comida. Quizá fue entonces cuando alcancé mi límite mental. A cada paso que daba, sentía como si me estuvieran segando la vida. Trastabille unos pasos y caí de rodillas.

Cuando caí, mis pies aparecieron en mi visión borrosa por un momento. Me reí al darme cuenta de que había un agujero en la puntera de los zapatos que llevaba.

Debía de haber llegado a mi límite, al límite absoluto.

Estaba sola en este mundo. Ninguna mano me tendería la mano.

Pero antes no era así.

Cuando la aldea era mucho más próspera que ahora, mi padre solía caminar por los campos llevándome a los hombros. Las espigas de arroz que cultivábamos se mecían y susurraban al viento. Cuando le dije que los crujidos parecían risas, mi padre respondió: “Quizá se rían de verdad”.

Estaban enraizadas en tierra fértil, se bañaban en los rayos del sol y, por último, daban pesados frutos que hacían inclinar la cabeza.

—Parecen felices —dije.

—¿Se ríen…? ¿Están despiertos? O tal vez están durmiendo…

De repente tuve la impresión de oír a alguien haciéndome estas preguntas. Pero no tenía suficiente energía para responder.

Aun así, me sorprendió poder abrir los ojos. Pude distinguir un par de zapatos negros en mi visión borrosa. Su brillo negro se debía a que eran bastante lujosos.

Ni en el pueblo ni en la ciudad donde había muerto mi madre, había habido niños que llevaran zapatos como éstos.

Sí… Un niño.

—Joven maestro, es peligroso.

—¿Qué parte parece peligrosa…? Porque ni siquiera parece estar consciente.

—Aun así. No te acerques demasiado.

—¿Es así? Quiero decir, esta niña. Creo que morirá si no la ayudo. ¿Está bien dejar que pase?

—Bueno, no, no está bien… pero…

—¿Verdad? Por favor, que alguien lleve a esta niña.

Junto con esa voz, mi cuerpo flotó hacia arriba. Mientras me dejaba llevar, el balanceo se sentía demasiado cómodo. Pensé que no tendría remordimientos aunque muriera así. Pero…

—¡Aguanta!

Me animó muchas veces una voz suave.

Después, me dormía y me despertaba, pero gracias a esta persona conseguí sobrevivir.

Al final, supe muy bien que eran los criados de la mansión quienes me cuidaban. El chico se limitaba a sentarse en una silla colocada junto a la cama, y ni siquiera sabía escurrir la toalla mojada.

Sin embargo, cada vez que me despertaba, el niño me miraba a la cara con expresión preocupada, y gracias a él pude mantenerme con vida a pesar de que tenía mucha fiebre.

No sabía cómo se llamaba, pero estaba a mi lado.

Pensé que todavía estaba bien que yo estuviera viva.

—Dejé mi ciudad natal con mi madre y nos dirigíamos a la capital real, pero mi madre… murió de enfermedad…

Una vez que recuperé la conciencia, expliqué lo que había sucedido. Omití la historia de la ciudad en la que vivía antes de venir aquí. Pensé que sería inútil hablar de ello. Apenas hablé del pueblo donde nací y crecí.

No, no es que no hablara de ello, más bien podría ser que no podía hablar de ello. Porque me sentía culpable.

Siempre había soñado con ello.

Soñaba que, si iba a la capital real y ganaba dinero, podría convertirme en una salvadora. Aunque no pudiera ganar mucho dinero, si enviaba una parte de mi salario a la aldea podría alimentar a los niños pequeños durante uno o dos días.

No podría salvar a todos los aldeanos. Aun así, podría salvar algunas vidas. Sí, eso creía yo.

Mi madre debe haber pensado lo mismo.

Pero a pesar de eso, ella terminó perdiendo la vida.

Al final, descubrí que si ni siquiera puedes alimentarte a ti mismo, es imposible salvar a otros.

—No pongas esa cara tan triste… Porque lograste sobrevivir. Ahora estás viva.

Los ojos oscuros del chico se apagaron. Al parecer, no tenía familia. Incluso sin una explicación, era capaz de deducirlo porque no había señales de ningún adulto aparte de los sirvientes. Por la noche, todo estaba tan tranquilo que el silencio absoluto parecía resonar en mis oídos.

Aunque la mansión era demasiado grande, de seguro esa no era la única razón.

Recordaba esta especie de peculiar soledad. Podía sentir la misma impresión que sentí después de perder a mi madre flotando en el aire de toda la mansión.

—Sí, ya veo… Tienes razón. Gracias por ayudarme.

Incliné la cabeza ante el pequeño dueño de la mansión.

Me sentía mucho mejor, pero no era como si de repente pudiera caminar. Aún así, medio sentado en la cama, hablé con el chico.

—Levanta la cabeza.

De repente sentí las manos calientes. Frente a mí, su brillante pelo negro se mecía.

Las manos del chico se superponían a las mías, que descansaban sobre la colcha.

Me acarició con ternura las maltrechas yemas de los dedos. La suave sensación me recordó a mi madre. En ese momento, recordé sus últimas palabras.

El pájaro negro…

—Oye, si no te importa, ¿podemos vivir juntos? Creo que no está mal que dos solitarios como nosotros estemos juntos.

Hablaba como si estuviera bromeando. Pero su mirada sincera me llegó al corazón.

Necesitaba a esta persona… Pero pensé que él también me necesitaba a mí.

Aunque acabábamos de conocernos, me sentía así por alguna razón.

—Sí, si no te importa… Quiero vivir contigo…

Sus dedos apretaron los míos, y la sensación de que se aferraban a mí no era un error. Estábamos tan solos.

—Por cierto… ¿no quieres saber mi nombre?

Mi nombre es…

Emma…

Y tú, ¿cómo te llamas?

9 respuestas a “Mi prometido ama a mi hermana – Arco 8 – Capítulo 5”

  1. Muchas Gracias. Siempre me complace leer esta novela.

    Realmente me hace muy triste leer los pensamientos de Ilya, pero esta es…. después de todo… la esencia de esta historia.

    En el momento en que dijo:—cabello dorado, —lo supe, aunque la había olvidado. Me alegro tanto por la vida de Marianne. Dale amor a Ilya, se lo merece.

    1. Hola! Puedes esperar al 23 para leerlo gratis o comprarnos un café (que sale 2 USD) para conseguir la contraseña VIP y leer todos los caps de acceso temprano que quieras durante 90 días.

  2. Y si… Ilya es una reencarnación de Emma? :0

    Nah no se crean, pero me está dejando intrigada. Quizá el autor quiera hablar sobre Emma para poder cerrar la historia de Crow? Además aún quedan otros puntos para resolver por ejemplo ese de porque parece que Solei está en piloto automático-

    En fin, gracias por el capítulo!

    1. Ahhh!!! Puede ser!!! Buen punto.
      También es que todavía nos quiere contar algo más de Crow.

      Que Solei este en ese modo debe ser por el dios de ese universo. Todavía hay mucho que resolver.

  3. Muchas gracias por este capítulo. Muchas gracias a Ichigo y a Lucy.

    Quería leer más de Ilya y Crow. Quería saber más de ellos en este nuevo camino que emprenden.

    No sé si la autora no sabe cómo ir cerrando este arco y la historia. Tampoco sé las cuestiones externas de la autora dado que actualiza una vez cada año. Tampoco sé si es que está procrastinando o es algo más 🙂😐

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