¡Juro que no volveré a acosarte! – Capítulo 88: Un fragmento de malestar

Traducido por Lugiia

Editado por Freyna


Violette se encontraba completamente desolada después de lo que había pasado. Dejó más de la mitad de su almuerzo sin tocar e incluso abandonó el postre que tanto ansiaba probar. Su comportamiento era sospechoso, incluso inestable. Rosette estaba preocupada por ella, por mucho que Violette protestara diciendo que estaba bien.

Rosette solo había mantenido un breve intercambio con Violette, pero incluso ella se dio cuenta de que sus palabras no reflejaban sus verdaderos sentimientos. Como Violette seguía siendo incapaz de expresar sus sentimientos con palabras, ambas se quedaron estancadas manteniendo conversaciones superficiales mientras Rosette apartaba la mirada. Violette intentó procesar sus emociones y la realidad que se le imponía.

♦ ♦ ♦

Quizás por primera vez en su vida, Violette vio las ventajas de tener una familia que no se preocupaba por ella. Cuando sufría, lo pasaba mal o estaba preocupada, la dejaban en paz. Su gratitud tenía un límite, porque el absurdo número de inconvenientes de su familia superaba con creces las ventajas. Pensaba que eso era preferible a que le hicieran polvo su inseguridad, pero tampoco tenía muchas opciones.

Su familia no se daría cuenta de su estado de pánico cuando volviera a casa, ni la visitarían si se quedaba encerrada en su habitación. Se sintió aliviada de que Maryjun no estuviera aún en casa; sin duda, la chica se daría cuenta de su estado anormal y la acorralaría si estuviera presente.

—Bienvenida a casa, señorita Violette —dijo Marin.

Violette entró en su habitación mientras Marin limpiaba. Al ver que su señora cerraba la puerta con la mirada clavada en el suelo, Marin la miró con desconfianza. Violette parecía haber vuelto a casa antes de lo normal, pero sus movimientos eran lentos e inseguros. Aunque ver a Violette rebosante de energía en esta casa sería de lo más desconcertante, estaba claramente deprimida más allá de lo normal. Por lo general, reprimiría sus emociones de una manera mucho más hábil que esta, aguantando hasta que su último nervio cediera.

—¿Algo…?

Marin pretendía terminar su pregunta con un “¿algo sucedió?”, pero su vista se vio repentinamente envuelta en gris. Las sábanas en los brazos de Marin se agitaron hasta el suelo mientras Violette se aferraba a ella, saboreando el calor de su cuerpo. Violette enterró la cara en el hombro de Marin y le rodeó la espalda con ambos brazos, arrugando presumiblemente su uniforme de doncella al hacerlo.

La doncella quedó totalmente sorprendida por el gesto. Enseguida agarró a su maestra, pero no tenía ni idea de qué hacer a continuación. Marin se limitó a mirar la cabeza ligeramente más baja que la suya y se puso rígida. Marin estaba tan confundida que ni siquiera podía concebir rodear la espalda de Violette con sus propios brazos.

—¿Lady Violette…?— preguntó Marin.

Violette nunca la había abrazado así. Se habían tocado antes: mientras cuidaba de Violette, Marin se esforzaba por curar su corazón, por mimarla y consolarla, y el contacto físico era una forma de hacerlo. Del mismo modo, Violette había acariciado el cabello y las mejillas de Marin con su delicada mano. Expresaba así su gratitud y también consolaba a la trabajadora doncella cuyo corazón dolía por ella. Sin embargo, nunca se habían acercado tanto… No podían hacerlo.

Marin deseaba poder abrazar a Violette para siempre, dándole calor y dejándola llorar en su pecho. No quería que Violette se sintiera aterrorizada por las pesadillas ni que se abrazara a sí misma para dormir. Qué feliz habría sido Marin compartiendo su calor con este cuerpo frío y frágil. Había deseado fervientemente que le dieran la oportunidad de proteger a Violette con sus propios brazos.

Pero desde luego, yo… no podría…

Marin tuvo miedo de devolverle el abrazo a Violette. Marin recordó la imagen de aquella mujer sonriendo y abrazando a Violette cuando era una niña. La niña estaba embotada y sin vida como un cadáver en el abrazo extasiado de la mujer. Cada palabra de la madre robaba aún más vitalidad a su hija, escupiendo veneno de sus labios en forma de amor. Sus ojos repugnantes y brillantes, del mismo color rojo que los de Marin, no hacían sino agravar la pesadilla.

No podía soportar la imagen de esa… cosa.

Los ojos de Marin eran similares a los de Bellerose, y la propia Violette los llamaba hermosos. Esas palabras habían cambiado la vida de Marin, y desde entonces, guardaba un hogar seguro para Violette en lo más profundo de su corazón.

Así que… ese miedo era lo que me detenía, ¿verdad?

A medida que esa pequeña semilla brotaba y florecía, otra emoción echaba raíces en su interior. Cuanto más apreciaba Marin a Violette, más preocupada se sentía por el tono rojo al que, por fin, le había cogido cariño. La horrible escena de aquel día se negaba a abandonar su mente. Con los brazos flácidos, los ojos desenfocados y la voz sin emoción, Violette había renunciado claramente a vivir en aquel entonces. Si Marin abrazara a Violette, y su nombre fuera pronunciado con esa expresión, con esa voz… Imaginarlo hacía que el corazón de Marin sintiera como si se estuviera haciendo pedazos.

Marin puso lentamente las manos en la espalda de Violette. Sus dedos se enroscaron en los mechones de cabello que acababa de tocar esta mañana. Cuando recorrió las hebras para confirmar su suavidad, sintió el calor de la vida irradiando de todo el cuerpo de Violette. Esta persona estaba inequívocamente viva. Su querida ama aún respiraba, incluso dentro de sus brazos.

Inmediatamente, la sofocante ansiedad de Marin desapareció. Lo que había visto como un muro entre ellas en realidad solo había sido niebla. No estaba siendo retenida; simplemente no había sido capaz de dar un paso adelante. Su mente había creado una ilusión que no tenía nada que ver con lo que Violette sentía en realidad. En ese momento, Violette se aferraba a ella. Violette rebosaba emoción, anhelaba algo, y ahora mismo, necesitaba a Marin. Marin solo podía hacer una cosa en una situación así.

—¿Qué ocurre, señorita Violette?

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