Traducido por Yonile
Editado por Noah
Cerdina se quedó sin palabras. Sus ojos temblaron, demacrados por días sin descanso. Forzó una sonrisa, pero las comisuras de sus labios apenas lograron alzarse, luciendo más una mueca. En especial, cuando tenía los ojos inyectados en sangre, haciendo que aquella sonrisa luciera extraña. Sus dedos, manchados y pegajosos con recortes de césped, acariciaron lentamente el rostro de Blain. Y cuando por fin habló, su voz temblorosa reveló astucia.
—Eso es imposible, Blain. El amor no es una emoción tan oscura como la que sientes… —Tomó aire antes de continuar—. No estás enamorado. Solo quieres poseerla.
Blain miró a su madre en silencio. Cerdina le había dicho exactamente lo mismo la primera vez que comenzó que amaba a Leah.
—Te dije. Cuando te conviertas en rey, y luego en emperador, tendrás el continente a tus pies. Habrá muchas mujeres como ella…
—Madre. —Los labios secos de Blain se movieron lentamente—. Si no hago lo que quieres, ¿también me hechizarás?
—¡Blain!
El grito resonó en el dormitorio. Cerdina, jadeante, bajo su mirada hacia su muñeca vendada. Respiró agitadamente, pero en lugar de volver a gritar, se inclinó y lo abrazó.
—No seas tan cruel con tu madre.Todo lo que hago es por tu bien.
Sus delgados dedos acariciaron suavemente su cabello plateado.
—Ya casi terminamos, ¿verdad? Solo queda un poco más. Si lo deseas, también te dejaré tener su corazón. Pero luego lo entenderás… No es gran cosa.
Su voz susurrante estaba llena de afecto desmesurado. No importa qué capricho quería Blain, ella siempre lo aceptaba sin dudar. Siempre había sido así. Quería que su hijo tuviera lo mejor de todo.
Blain sonrió con desgana. Le parecía que no actuaba diferente a los demás, aunque no estaba bajo ningún hechizo.
—Entonces lo sabré cuando la tenga —le dijo a Cerdina, quien lo miró sin pestañear—. Por favor, dame el corazón de Leah. Mientras pueda tenerlo… haré lo que quieras, madre.
♦ ♦ ♦
Como era de esperar, se había desmayado otra vez. Bueno, más que desmayarse, se había quedado dormida.
O eso creyó Leah.
Cuando abrió sus ojos, se encontró acostada en la cama del Palacio de la princesa. Una tenue luz se filtraba por la ventana: era el amanecer.
Miró a su alrededor y descubrió que las sábanas, casi rasgadas por la intensidad de la noche anterior, habían sido ordenadas. Toda la habitación estaba impecable, como si lo sucedido la noche anterior hubiera sido una ilusión.
Pronto un vacío inexplicable llenó su corazón. Leah se mordió el labio inferior al instante; pero al girarse, encontró una pequeña nota en la mesita de noche al lado de su cama. Estaba escrita con letras toscas en un trozo de papel rasgado:
[¿Vendrás conmigo al desierto?]
La caligrafía de Ishakan seguía siendo mala, aunque parecía haber mejorado un poco desde la última vez. ¿Estaba practicando? No pudo evitar reírse al imaginarlo, con una pluma en sus grandes manos, esforzándose en escribir en ese pequeño trozo de papel.
Leah abrazó la nota y se dejó caer de nuevo en la cama. No era un comportamiento apropiado para una princesa, pero nadie estaba mirando.
Leyó la nota unas cuantas veces más y luego volvió a colocarla sobre su pecho.
Curiosamente, le hizo recordar el intenso dolor de cabeza de la noche anterior. Aunque solía sufrirlos con frecuencia, el de anoche fue la primera vez que experimentó tanta intensidad. Parecía haber alcanzado su límite; pero, de manera extraña, después de aquello su mente se sintió más clara.
Por lo general, su cuerpo se sentía pesado cuando se despertaba por la mañana. Las migrañas crónicas lo sumía en nubes oscuras y depresivas que parecían penetrar hasta lo más profundo de su corazón.
Pero ahora, todo estaba tan claro como un día soleado. Sentía que podía hacer cualquier cosa y, por primera vez, pensamientos esperanzadores brotaron imparables. Su mente estaba tan nítida como el agua de un manantial.
¿No sería maravilloso ir al desierto con Ishakan?
Todo se había arruinado de todos modos. Las negociaciones y reformas tributarias no se llevarían a cabo al final. Era mejor mirar hacia el futuro que renunciar a su vida. Tal vez este era, después de todo, el camino que debía seguir por el bien de Estia. Aunque tuviera que sacrificar su reputación para proteger a su país, seguiría cumpliendo con su deber como princesa.
Llegaban tantos pensamientos que no podría haber contemplado antes. Si realmente se convirtiera en la reina de Kurkan, podría persuadirlos de no invadir Estia. Podría reanudar las negociaciones o incluso fomentar el comercio entre ambos reinos.
Y… ella podría estar con Ishakan.
En ese instante, su corazón comenzó a latir con tanta fuerza como si fuera a explotar. Su cuerpo tembló por la intensidad de las emociones, causando que no pudiera controlarlo. Caminó inquieta por la habitación mientras su imaginación corría.
En el desierto, sería libre. Podría ser Leah, no la princesa de Estia. Comer lo que deseara, no volver a ver la cara de su hermanastro, librarse de la vigilancia constante de su madrastra.
Cuando su cuerpo comenzó a arder con la emoción, Leah se acostó en el suelo. Solo al imaginar una vida sin todos esos lazos y restricciones, el calor la envolvía. La fría superficie de mármol contra su piel desnuda la ayudó a recuperar la calma. Inspiró hondo, obligándose a pensar.
Todavía quedaba tiempo. Tenía que pensar en esta decisión cuidadosamente.
Aun así, Leah sabía que su corazón se inclinaba hacia un lado.