Traducido por Rencov
Editado por Herijo
—Aunque tengas un carácter terrible, cuido bien de lo que es mío. —escupió Shael, aguardando mi reacción con ojos desafiantes.
Era una situación similar a la de aquella vez. Actué rápido: invoqué magia de detección. ¿Habrá tomado otra de esas extrañas píldoras?
No. No había rastro de ninguna sustancia. Entonces… ¿habrá perdido el juicio?
El crujido de la puerta interrumpió el silencio. Shael se giró, petrificada.
El duque Jespen había entrado sin anunciarse. Su boca entreabierta delataba que había escuchado la declaración.
—Impresionante… —musitó el duque, con una sonrisa que apenas contenía una mezcla de asombro y complicidad.
Shael enmudeció. Sus mejillas encendidas eran su única confesión.
El duque recorrió la habitación con la mirada: montones de fármacos junto a mi lecho, brebajes de hierbas en recipientes… todo un arsenal de sabores amargos.
—Vaya, cuánta preocupación por tu recuperación —comentó, señalando las medicinas—. Debe de importarle mucho.
Shael intentó justificarse, titubeante:
—Era… para que probara lo amargo que es… —la frase murió en sus labios, sonaba absurda.
¿Tantos medicamentos solo para darme a probar algo amargo? Hasta el duque alzó una ceja, incrédulo.
La villana, acorralada, optó por el silencio. Su mutismo era más elocuente que cualquier excusa.
¡Qué disparate!
El duque Jespen contuvo una carcajada ante la torpe excusa de su hija. Luego, observó la insípida comida en mi plato. Incluso él, acostumbrado a banquetes más austeros, frunció el ceño ante aquel despliegue de desdén culinario.
—¿Y esto? —preguntó, señalando las verduras mustias que Shael me había servido.
Shael volvió a enmudecer, sonrojada. La villana, por primera vez, sentía el peso de su propia farsa.
El duque, satisfecho con el espectáculo, cambió de tema:
—Me informaron del incidente en la torre de magos.
—Sí. Nos vimos envueltos en el caos inesperadamente.
—¡Tenía que ser cosa de ese novato! Vuelve a demostrar su ineptitud —bufó el duque, refiriéndose al señor de la torre con el desdén de un veterano.
El apelativo “novato” me sorprendió. Claro que, siendo Jespen, cuyo poder eclipsaba al de muchos magos, quién usaba el término, era apropiado.
Una mueca siniestra surcó el rostro del duque. Los Azbel eran considerados una familia benevolente. Bueno, todos excepto Shael. En la novela original, se destacaba su bondad casi ingenua. Pero ahora, viviéndolo en carne propia, descubría matices ocultos. Mientras hablaba, el duque Jespen esbozaba una sonrisa de villano, como sacada de un antiguo códice. Asintió con gravedad, como si sellara un juramento de venganza contra el señor de la torre.
Pero enseguida, su expresión se suavizó al posar los ojos en Shael.
—Hija, ¿nos permitirías un momento a solas?
Shael se levantó con una rigidez inusual, las mejillas aún teñidas de escarlata. Sin protestar —algo raro en ella— abandonó la estancia.
El duque y yo quedamos sumergidos en un silencio cargado de significado.
Jespen entrecerró los ojos, evaluándome. Era evidente lo que buscaba: idear cómo estrechar el vínculo entre su hija y yo.
Hasta que, de pronto, una sombra de inquietud cruzó su rostro.
—Dime… —inquirió con voz temblorosa, casi paternal— ¿acaso planeas… vivir sometido a Shael?
La pregunta me dejó helado. ¿Sometido? Recordé sus palabras anteriores: «Lo que es mio». El duque, al parecer, las había interpretado literalmente.
Antes de que pudiera responder, Jespen negó para sí mismo:
—No, eso no.
Así es, pensé. No viviría sometido a ella. De hecho, sería al revés: Shael viviría sometida a mí. Era lo natural. El duque Jespen no solo deseaba nuestra unión, sino que esperaba que yo fuera quien pusiera freno a los excesos de Shael.
Respondí al duque, que aguardaba mi respuesta con expectación:
—Será ella quien viva sometida a mí. No se preocupe.
Una larga exhalación de alivio escapó de sus labios. Qué irónico: se sentía aliviado al oír que su propia hija viviría bajo mi control.
—Entonces… ¿cumplirás tu compromiso de matrimonio? —insistió el duque, ávido de una confirmación.
—Sí. Algún día lo haré —afirmé, inclinando ligeramente el rostro para ocultar la ambigüedad de mi expresión.
No mentía del todo. Para redimir a esa villana indómita, casarme era una opción; así ganaría el tiempo necesario. Desde que llegué a este mundo, Shael había despertado en mí un extraño apego. Ya había invertido enormes esfuerzos en intentar cambiarla. Aunque los cambios eran sutiles, comparado con el rumbo oscuro que tomaba en la novela original, había logrado avances notables.
Permitir que su destino se cumpliera trágicamente era impensable. No dejaría que los Azbel lloraran su perdición. Además, no quebrantaría la promesa que había hecho.
El duque asintió con satisfacción. Su mirada se desvió hacia la puerta de la enfermería, y una sonrisa enigmática floreció en su rostro.
♦♦♦
Shael había salido de la enfermería a petición de su padre, pero no se había alejado. Rompiendo toda norma de etiqueta nobiliaria, pegó la oreja a la madera de la puerta. Había usado magia de sigilo —un hechizo recién aprendido— para ocultar su presencia. Ignoraba que, si bien podía engañar a Eran, era inútil contra la aguda percepción del duque Jespen.
Las voces que se filtraban la golpearon:
—¿Acaso planeas… vivir sometido a Shael?
—Será ella quien viva sometida a mí. No se preocupe.
Shael se mordió el labio. ¿Qué estupidez es esa? Quiso irrumpir en la habitación para reclamarle, pero recordó sus propias palabras incendiarias de hacía un momento y contuvo el impulso.
El diálogo continuó:
—Entonces… ¿cumplirás tu compromiso de matrimonio?
—Sí. Algún día lo haré.
Esa fue la respuesta de Eran. Shael estaba segura de que se negaría. ¿Por qué demonios decía Eran algo así? Y lo más importante… ¿a cuenta de qué? ¡El matrimonio no es algo que decida una sola persona! ¿Dónde quedaba su opinión? ¿Qué le daba a Eran el derecho a afirmarlo con tanta convicción?
¿Casarme con Eran? ¡Lo odio!, pensó Shael.
Sin embargo, de repente, otra idea cruzó su mente.
¿Y si Eran se casa con otra?
Eso también lo odiaba. No porque le gustara Eran. ¡Era porque no podía soportar la idea de verlo feliz! ¡Shael quería atormentar a Eran para siempre!
Pero eso era imposible si no se casaban. Si pasaba la edad de contraer matrimonio sin haberse casado, el compromiso inevitablemente se rompería. Ambas familias necesitaban continuar sus linajes. Así que, si quería atormentar a Eran eternamente, solo quedaba una opción.
El matrimonio.
¿Qué cambiaría si se casaba con Eran? Solamente que podría atormentarlo para siempre. Aparte de eso, nada más cambiaría realmente… Al menos, eso pensaba Shael.
Así visto, reflexionó, casarme con Eran no parece tan mala idea después de todo.
♦♦♦
Mis heridas cicatrizaron por completo, sin dejar rastro. Al fin, hoy podía abandonar este tedioso encierro hospitalario.
Entonces, un rumor impactante llegó a mis oídos:
—¿Ha oído? Dicen que el señor de la torre de magos ha retado a duelo al duque Jespen.