El Caballero Afortunado y la Princesa Condenada – Historia paralela: ¿Estaba loco por pensar que esto no era tan malo después de todo?

Traducido por Kiara Adsgar

Editado por Yusuke


¡¿Cómo ocurrió esto?! Fue todo lo que pude decir. No, tengo una lista de quejas de una montaña de altura. Pero, abrumado por la insatisfacción con la situación, no tengo ni idea de dónde empezar a descargar mi frustración.

—Príncipe Severin, acelere el ritmo. Si no llegamos a nuestro próximo destino antes del atardecer, tendremos que acampar en la montaña. —La voz que llegó tan rápido como su ritmo pertenecía a unos de los caballeros de la Orden de las Piedras, que se otorgaban por nacimiento en el reino de Pharrell: el Caballero de Amatista, Agnes Bell.

Desde que dejamos el Palacio Real, me ha vuelto loco siguiéndome a donde quiera que vaya. Era una rubia preciosa cuyo ladrido era tan malo como su actitud, además ni siquiera tenía un solo hueso femenino en su cuerpo. Mientras tanto…

—Desearía que te dieras prisa. No quiero empezar a acampar afuera. ¿No estás de acuerdo, cariño?

—Sí, amor. Estoy seguro de que si estuviéramos solos hace tiempo que hubiéramos llegado al pueblo más cercano incluso si fuéramos caminando.

Los tortolitos que coqueteaban a mi lado mientras caminábamos eran una pareja casada. El marido era otro miembro de la Orden de las Piedras, el Caballero Emeralda, Clement. Su joven esposa es una sanadora, Clara. ¡Al igual que Agnes, estos dos eran mis asistentes personales sólo de nombre!

—¡Un príncipe no debería arrastrar los pies! —regañó Agnes.

—Será peligroso si no salimos de este bosque antes de que oscurezca. ¡Severin, levanta tus pies! —instó Clara.

—¡Podríamos encontrarnos con bandidos! —le advirtió Clement.

¡¿Por qué se comportan de esa manera?! ¡¿Y cómo se atreve Clara a llamarme Severin?! ¡No me muestran ni una pizca de respeto como su príncipe!

—¡Cállense! Si estás tan ansioso por avanzar, ¡¿por qué no trajeron caballos?! ¡No estoy acostumbrado a caminar y mucho menos a trotar!

—Como dijimos cuando nos fuimos, esto es parte de tu entrenamiento. Haz lo mejor que puedas para llegar al destino confiando únicamente en ti mismo. Esa fue la orden emitida por Su Majestad, tu padre —explicó Agnes.

—Te lo hemos dicho muchas veces, pero tu padre, el rey, ordenó, no hay necesidad de ver a Severin como un príncipe durante su entrenamiento. Me gustaría que interactuaras con él y lo perfeccionaras como lo harías con cualquier joven —añadió Clement.

—¡Claro! Aunque también servimos como sus guardias, es nuestra responsabilidad enseñar y guiar en el mejor de los caminos. De los cuatro, tú eres el mayor perdedor. No puedo creer que te jactes de que no estás acostumbrado a caminar —dijo Clara.

—Hemos estado repitiendo lo mismo una y otra vez. ¿Todavía no entiendes la posición en la que te encuentras? —preguntó Agnes con un suspiro.

Entre las palabras frustradas y el suspiro, la sangre se me subió a la cabeza y aceleré el paso.

¿Por qué las cosas resultaron así? La razón por la que sucedió, bueno, fue por lo que había hecho…

Oh, mi querida Katherine… Criada en un ambiente privilegiado, no había nada que no pudiera obtener. Excepto, por supuesto, la mujer a la que amé con todo mi corazón. Cuando conocí a Katherine, ya era una mujer casada. Pero esa realidad sólo avivaba las llamas de mi amor.

Incluso ahora, me siento mal por haber conspirado para aprovecharme de mi amigo de la infancia. Pero también me dolió que mi corazón, dotado del más puro amor, haya sido usado como un juguete. Si me hubiera reunido con Sonia antes de conocer a Katherine, quizás me habría enamorado de ella.

—Hombre, mi tiempo en el amor apesta —me quejé, un suspiro se me escapó. Y entonces la verdad me golpeó.

¡Eso es todo! ¡Aún no es demasiado tarde! Con mi juventud y mi brillante y largo futuro, sin mencionar mi estatus de príncipe, soy mucho más atractivo que ese viejo pedorro de Christ, que no tenía nada a su favor excepto su título de caballero.

Y luego estaba Sonia, ahora una mujer casada… La delicada y pura flor debe ahora seguramente desprender el sensual aroma único de las mujeres casadas.

¡Si la memoria no me falla, íbamos por el camino correcto! De hecho, el Castillo D’Claire era uno de los puntos de control en el camino a nuestro destino.

—¡Puedo decir por tu cara que estas pensando cosas sucias! —Clara se mofó, trayéndome de vuelta a la realidad.

—¡N-No me mires a la cara! Hace que caminar sea más difícil.

—Apuesto a que estás planeando buscar ayuda de tu vieja amiga, la duquesa de D’Claire. ¡Maldita seas, Agnes!

—Y ya que estás en ello, ¿la cortejarás bajo las mantas?

¡Eek! ¿Clara?

—Sigue soñando…

¿Clement? ¿Qué fue esa mirada de simpatía?

¡Ahora estoy enfadado! ¡Se estaban metiendo bajo mi piel! Pero tenía miedo de que me pagarán el cien por cien si les dejaba tenerlo, así que no les daría ningún golpe. Sin embargo, su falta de respeto hacia su príncipe y, las frases de “olvidalo, ninguna mujer se enamoraría de ti”, la actitud era tan dolorosamente obvia como el hedor de algo podrido.

Por supuesto, estaban claramente equivocados. Durante toda mi vida estuve constantemente rodeado de damas en el palacio. Algunas lloraban lágrimas de alegría si les decía una sola palabra, afirmando que atesorarían ese momento por el resto de sus vidas. Las chispas volaban siempre que llegaba a un baile.

Sonia, por otro lado, había pasado la mayor parte de su vida en la Abadía Real. Ignorante del mundo, particularmente lejos de los hombres, ella debe haber visto a Chris como la última figura de un hombre, la forma en que arriesgó su vida para protegerla.

Es cierto, arriesgar su vida para protegerla de un demonio fue… increíble. Estaba dispuesto a admitirlo. ¡Pero! Incluso haciendo tales concesiones, mi estatus, mi juventud y mi belleza superaron las suyas.

¡Lo haré! ¡Empezaré de nuevo! ¡Esta vez cortejaré a Sonia con un corazón lleno de las más puras intenciones!

—¡Lleguemos hoy al Castillo D’Clare! —declaré.

—No podemos llegar en un día. Hacen falta dos días para llegar en carruaje —dijo Agnes.

—Además con el ritmo que llevas, nos tomará al menos cuatro días —añadió Clement. Mi motivación se marchitó bajo sus agudas palabras.

—Pero si mantenemos este ritmo, llegaremos al punto de relevo de la ciudad transitoria. ¡Sigue así, Severin! —dijo Clara y me dio una palmada en la espalda.

—¡Ay…! ¡Eso me dolió! ¡Jesús, ejercita un poco tu decoro femenino a mi alrededor! Las damas de la corte real eran mucho más elegantes, refinadas y bonitas que tú —grité.

—También soy un oficial real. ¿Y crees seriamente que todas las damas de la corte son elegantes, modestas y bonitas? Eres demasiado ingenuo —dijo Clara y estalló en una risa seca. A su lado, Agnes resopló.

¡Las miradas en sus rostros!

—Desearía que hubiera un espejo para que ustedes dos pudieran ver las miradas en sus caras ahora. ¡Los celos por las jóvenes y bellas damas las han convertido en monstruos!  ¡Los celos de las viejas brujas son realmente horribles!  ¡Un verdadero terror para la vista!

Me moría por silenciarlas de una vez por todas. Llevaban tiempo atacándome, sin prestar atención al hecho de que soy uno de los príncipes de este país. Iba a hacerles recordar que como oficiales de la corte, debían obedecerme.

Desafortunadamente…

—¿A quiénes llamas viejas brujas? —respondió Agnes con un suspiro exasperado—. Si crees que somos viejas brujas, lady de Chalier es una historia antigua.

—¿Eh?

—Severin, ¿no sabes cuántos años tiene Katherine? —preguntó Clara.

—No… es grosero preguntarle a una dama su edad, pero ¿no puedes adivinar una estimación aproximada con sólo mirarla? —respondió.

Agnes apoyó una mano en su cadera y se señaló a sí misma con la otra.

—Tengo 26 años, Clara tiene 23, y lady de Chalier tiene 35 años.

No pude articular palabra por un momento. No podía conseguir que los engranajes de mi cabeza giraran. Una vez que las edades que Agnes había proclamado finalmente se hundieron, me di cuenta de lo que eso significaba exactamente.

—¡¿Queeeeé?!

Esa piel suave y lisa. Esa pequeña cintura. Ni una sola arruga o mancha en su rostros. Pechos alegres que permanecían erguidos. Pelo negro brillante sin una sola hebra blanca.

—¡Estás mintiendo! Agnes, ¡cómo te atreves! ¡No mientas sólo porque estás molesta porque te llamé vieja bruja!

—No es una mentira. No he dicho nada más que la verdad honesta de Dios —respondió Agnes suavemente.

Parado a su lado, Clement dejó caer otra verdad impactante.

—Para que conste, tengo 23 años. Tengo la misma edad que Clara.

—¡Ahora definitivamente estás mintiendo! Obviamente tienes más de 30 años, ¡ah, lo siento! —le pedí disculpas después de que Clara usará su bastón en la mano para golpearme en el trasero con una mirada feroz en su rostro.

—Esto demuestra que no se puede juzgar a una mujer sólo por las apariencias. ¿No es así como te engañaron? —declaró Agnes con una voz tranquila y monótona, disipando cualquier deseo de discutir el punto más allá.

—Démonos prisa… Estoy ansiosa por llegar a una cama de verdad —dije cambiando de tema.

—¡Tú eres la razón principal por la que nos estamos retrasando Severin! —Clara se quebró con dureza, tal vez todavía enojada por cómo había degradado a su marido, pero sus palabras cayeron en oídos sordos.

Pensé que Katherine era más joven… Había llorado, diciéndome que a pesar de lo joven que era, su libertad le había sido arrebatada por un marido anciano de llamativo pelo blanco…

Pero pensando en el pasado, puede que hubiera signos que lo indicarán. Puede que no quisiera reunirse en una tarde brillante porque vería las arrugas y manchas a la luz del sol que el maquillaje no podía ocultar.

No, lo mejor es olvidarlo. Pondré mis esperanzas en Sonia… La conozco, así que no puede mentir sobre su edad. Haré que ella cure la tristeza de mi corazón.

♦ ♦ ♦

Después de que el sol se hundiera bajo el horizonte, finalmente llegamos a la ciudad transitoria. Llegamos tan tarde que sólo pudimos conseguir una habitación en el hostal. O eso dijo Clement.

Podríamos habernos alojado en una posada que atendiera específicamente a la nobleza o a una de las haciendas reales, pero Agnes afirmó:

—Nuestros fondos son limitados. No podemos derrochar desde el principio.

¡Es tan testaruda! Eso es lo que odio de los soldados. Chris también se quejaba de que evitará los gastos innecesarios. Afirmaba que en lugar de gastar dinero jugando con las damas del lugar, perfeccionar mi cuerpo era más saludable para mi cuerpo y mi mente.

¿Qué hay de malo en jugar de vez en cuando? 

—Severin, ¿ya te bañaste? —preguntó Agnes, volviendo del baño.

No me molesté en mirarla, ya que respondí mientras miraba por la ventana.

—No puedo usar un baño público. Esas cosas son ruidosas y sucias. Además, no tengo ningún deseo de acercarme a ese lugar.

—Ruidosas y sucias, ¿eh? Tu falta de conocimientos nunca deja de asombrarme —respondió. Me di cuenta de que había una pizca de desdén en sus palabras, que me restregandome lo equivocado que estaba.

—¡Eso es lo que he oído! —Me di la vuelta y le grité a Agnes, sólo para recuperar el aliento.

Después de quitarse la pechera y parte de la armadura, sólo le quedaban la camisa y las mallas. Una leve neblina de vapor se elevó de su cuerpo, recién salido del baño caliente. Libre de su apretada trenza, su pelo rubio colgaba húmedo y libre en su espalda.

Los ojos morados dignos de su título de caballero de amatista parecían brillar de emoción. Y por último pero no menos importante. Había dos montañas que se levantaban bajo su camisa.

Tiene un pecho sorprendentemente grande… Agnes debe haber notado que la miraba con asombro.

—¡Dónde crees que estás mirando! Además no es que esto sea algo nuevo para ti —dijo ella. Escondió su pecho detrás de sus brazos y se dio vuelta enojada.

No me extraña que sus mejillas estuvieran ligeramente enrojecidas.

—No es asunto mío si no te bañas, pero no me culpes si pierdes a la chica de tus sueños porque huele mal —dijo. Estoy seguro de que no fue sólo mi imaginación, pero sonaba un poco más suave de lo habitual.

—Supongo que puedo experimentar cómo se bañan los campesinos, no puede ser algo tan malo —dije.

Saqué una toalla de mi equipaje y salí de la habitación. Mientras pasaba por delante de Agnes, nuestros ojos se encontraron. Parecía una señorita de la corte jugando con su pelo suelto con vergüenza.

Entonces me di cuenta. Esto puede ser más simple de lo que me había dado cuenta. Ese pensamiento fue suficiente para entender que este viaje de entrenamiento no era tan malo  después de todo.

Imagino que la sensación que nos ha invadido es pasajera. No, probablemente no lo sea.

Al final, al día siguiente  fui derribado como si no hubiera pasado nada.

 

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