El contrato de la Princesa y la Duquesa Monstruosa – Capítulo 66

Traducido por Ichigo

Editado por Lucy


—Señorita Leslie.

—¿Hmm?

Leslie levantó la cabeza cuando Sulli la llamó con suavidad. Había estado dormitando debido al agotador entrenamiento de antes, mientras Madel le secaba el pelo en una toalla suave y esponjosa después de un baño relajante.

—Hay una carta para ti.

Los ojos de Leslie se abrieron de par en par ante la noticia. Fiel a sus palabras, Sulli sostenía una pequeña bandeja plateada con un sobre blanco impoluto.

—¿Una carta?

Leslie se apresuró a alcanzar la carta. Aparte de las cartas de su tío, la primera carta de su vida y también la carta que la hizo llorar a mares, ésta era la primera correspondencia oficial como miembro de la familia Salvatore.

Había visto a Eli recibir invitaciones y cartas muchas veces. El viejo mayordomo solía subirlas por las escaleras con la misma bandeja de plata hasta la habitación de Eli. Los sobres eran de colores, y algunas, incluso olían a perfume caro. Eli los abría con orgullo y alegría, con una hermosa sonrisa en la cara y un melodioso zumbido llenando la habitación.

Leslie siempre se preguntaba qué hacía tan feliz a Eli. Incluso rebuscaba en la basura, tratando de vislumbrar el contenido de las cartas.

Pero cuando las encontraba, no estaba tan emocionada ni feliz como Eli. Las cartas eran para Eli y no para Leslie. Como es lógico, ella no entendía ni podía relacionarse con nada de lo que estaba escrito. Se enteraba de los cotilleos del momento o del estado de los tribunales, pero eso era todo.

Así que Leslie no podía hacer otra cosa que mirar a Eli con envidia, deseando que alguien le escribiera. Soñaba con el día en que sería tan feliz como Eli.

La primera carta le rompió el corazón y la hizo llorar, pero también se sintió agradecida. ¿Y la segunda carta? Los ojos de Leslie brillaron de expectación.

¿Quién será?

Leslie colocó con cuidado la carta frente a ella de la bandeja de Sulli, parpadeando despacio. Antes de que Sulli pudiera decir nada, sus ojos ya estaban buscando el sello de cera con el sigilo de la Casa.

El lacre en el centro del sobre era azul, contrastando con elegancia con el sobre color crema marfil. Tenía un aspecto brillante y extravagante.

—¡Es de la Casa de Altera!

Es de sir Konrad. Las mejillas de Leslie se sonrosaron mientras extendía la mano, esperando con paciencia un abrecartas.

—Por favor, ten cuidado —añadió Sulli mientras le tendía un pequeño cuchillo de hoja fina y bien afilada.

Leslie asintió distraída, con los ojos fijos en el sobre.

Aquel era el momento con el que había soñado. Al igual que Eli, una carta dirigida a Leslie estaba ante ella. Igual que ella, ahora iba a abrir el papel y leer el contenido. Su corazón latía rápido, tamborileando excitado.

El cuchillo penetró en el papel y cortó con suavidad a través de los pliegues, revelando la carta en su interior. Los papeles con cuidado doblados olían refrescantes, como el algodón limpio de la ropa recién lavada.

Huele a sir Konrad.

En efecto, los papeles olían como el aroma que desprendía cada vez que estaban tan cerca como para que el viento llevara su olor. Era como el olor de la brisa durante una lluvia de verano.

Sabía a qué olía, pero era difícil describirlo con palabras. Se quedó pensativa un rato más y volvió a centrar su atención en la carta.

Los papeles doblados eran del mismo material caro, de color marfil y crema. Cuando los desdobló, encontró una elegante letra cursiva que decía “para la señorita Leslie”. Una risita deliciosa escapó de sus labios. No estaba dirigido a “la señorita Eli”, pensó Leslie.

—Oh.

Pero su alegría se apagó rápido cuando sus ojos recorrieron las palabras que había debajo de la dirección. Era una petición formal para posponer las clases de teología debido a circunstancias inesperadas.

Mi nombre… No llegué a decirle mi nombre.

Llevaba esperando ver a Konrad desde la noche en que fue bendecida con su segundo nombre. Esta vez me presentaré como es debido, ya que soy Leslie Sperado. “Me llamo Leslie Shuya Salvatore”. Leslie había practicado varias veces como recordatorio.

Pero esa anticipación se esfumó en un abrir y cerrar de ojos, sobre todo porque desde que tenía memoria solo había imaginado momentos felices al escribir cartas.

Madel y Sulli intercambiaron miradas rápidas cómplices ante el repentino cambio de humor de Leslie. Entonces, Madel sonrió con expresión de “ajá” e hizo una sugerencia.

—¿Qué le parece si le escribe una carta, señorita Leslie?

Leslie miró a Mdel, que seguía apretando la carta contra su pecho.

—¿Responder?

—¡Sí! Escríbale sobre cómo se siente ahora mismo.

—¿Cómo me siento…?

Los ojos de Leslie bajaron la carta y Madel la pinchó con suavidad.

—¿Cómo te sientes ahora después de leer su carta?

—Estoy triste por el aplazamiento de las clases…

Leslie respondió en voz baja, y las dos criadas dejaron escapar un suspiro de alivio. Los repentinos cambios de humor de Leslie eran preocupantes, pero era el tipo de niña que no se quejaba ni lloraba por sus problemas. En lugar de eso, lo embotellaba todo y lo soportaba sola. Así que Madel y Sulli habían sido más proactivas a la hora de conseguir que Leslie expresara sus sentimientos para encontrar juntas una solución. Por fortuna, Leslie se mostró complaciente a la hora de compartir, y eso alivió a Madel y Sulli.

—Entonces, ¿qué tal si escribes sobre lo triste que estás en la carta?

Leslie asintió con la cabeza y Sulli sacó montones de papeles y sobres con el sello del Ducado.

—La próxima vez que visitemos el centro, vamos a comprar papeles y sobres. Hay algunos muy bonitos con flores secas, papeles perfumados, ¡e incluso de colores! He visto papeles lilas preciosos del mismo color que tus ojos.

—¿En serio?

—De verdad.

Sulli entabló una pequeña charla con Leslie mientras colocaba todo en el escritorio frente a ella. Pero cuando hubo terminado y Leslie estaba bien sentada, no se movió y se limitó a mirar el papel en blanco.

—¿Señorita Leslie?

Madel la llamó, dándose cuenta de que estaba atascada. Leslie levantó la vista, sonriendo con torpeza, algo avergonzada.

—No sé qué escribir.

Había tantas cosas que quería decirle a Konrad. Pero no sabía cómo ni por dónde empezar. Además, nunca había escrito una carta.

—Preferiría transcribir un libro entero de filosofía —murmuró Leslie desalentada, con los ojos escrutando la hoja en blanco—. Se me da bien, ¡y seguro que será suficiente para llenar la página en poco tiempo! —concluyó.

Con Leslie, Madel y Sulli también pensaron mucho en qué o cómo escribir la carta. Habían escrito e intercambiado cartas en el pasado, pero nunca con un noble como Konrad. Se les formaron arrugas en la frente mientras fruncían el ceño. Al cabo de un rato, Madel comentó.

—¿Qué tal si empezamos por el tiempo?

¿El tiempo? Leslie se giró rápido para mirar por la ventana. Habían caído copos de nieve durante el día, cuando ella daba vueltas por el campo de entrenamiento. Ahora caían en abundancia y el terreno estaba cubierto de blanco.

—Querido señor Konrad. Este último tiempo, ha estado… nevando bastante.

Leslie comenzó a escribir despacio, eligiendo con cuidado sus palabras. Sulli añadió rápido desde detrás de Leslie con una voz llena de ánimo.

—Oh, asegúrate de escribir lo decepcionada que estás por las lecciones.

—Sí, lo haré.

Leslie mojó la pluma en el frasco de tinta y asintió con la cabeza, llenando la página sin prisa pero sin pausa.

Y así pasaron las horas. Madel y Sulli se habían marchado hacía un rato cuando Jenna las llamó, dejando a Leslie sola. Durante esas horas, ella siguió escribiendo y escribiendo. A veces, pensaba tanto en qué más añadir que su pluma goteaba y la tinta salpicaba toda la página. Leslie tuvo que reescribirlo un par de veces. Por supuesto, después lo reescribió de nuevo, por errores ortográficos y demás.

—Está hecho.

Uf. Leslie suspiró con una sonrisa en su pequeño rostro. Aunque le llevó muchas horas y una pila de papeles ensuciaba el escritorio, por fin estaba terminado. Le daba un poco de vergüenza la cantidad de papel que había necesitado para terminar la carta, pero aun así se sentía orgullosa de ella. Tiró de una cuerda junto al escritorio para llamar a alguien que trajera cera caliente para sellar el sobre.

Sulli no tardó en responder. Comprendió lo que Leslie necesitaba y volvió a salir de la habitación para traer lacre. En ese momento, ella releyó su carta para asegurarse de que todo estaba bien.

La leyó una y otra vez y confirmó que todo estaba en orden tal y como ella quería. Pero había un gran espacio vacío al final de la última página, lo que le molestó aunque tardó un poco en entender por qué. Cuando se dio cuenta de lo que faltaba, tomó rápido la pluma y lo añadió sin dudarlo.

[La próxima vez que nos veamos, te diré mi nombre completo.

De Leslie.]

♦ ♦ ♦

—Milord.

El viejo mayordomo de la Casa de Altera detuvo a su joven amo en el pasillo. Iba a buscarlo justo cuando Konrad salía de su habitación. Entonces, le ofreció una bandeja de plata a Konrad.

—Una carta para usted, milord.

—¿Una carta?

El viejo mayordomo, Gwin, sonrió y asintió.

¿Quién pudo enviarla? ¿Los templos? Konrad tomó un sobre de la bandeja y le dio la vuelta, lo que reveló un lacre verde oscuro con el sigilo de la Casa Salvatore. Su interés se despertó al instante.

—Es de la señorita Leslie.

Frit había enfermado, así que Konrad tuvo que aplazar las clases con Leslie. No tardó en enviar la carta de aviso el día anterior.

Frit insistió en que estaba bien y que Konrad debía ir a cumplir con sus obligaciones. Pero Konrad no podía dejar solo a su hermano postrado en cama. La duquesa, su madre, había abandonado el Ducado por asuntos personales en su Casa de soltera, y su padre estaba demasiado ocupado con los barcos mercantes hundidos. Así que se quedó, preocupado de que si él también se iba, Frit saldría herido emocional y físicamente.

Frit seguía insistiendo en que no estaría solo, ya que Gwin y otros criados estarían disponibles para cuidarle, pero Konrad decidió quedarse con su hermano hasta que la fiebre desapareciera. Aunque su decisión era definitiva y firme, sintió el impulso de enviar una carta no solo a la duquesa, sino también a Leslie.

—No pensé que ella me contestaría.

¿Qué podría haberme escrito? Incapaz de resistir a la curiosidad, abrió el sobre, aún de pie en medio del pasillo.

Esto no era propio de Konrad. Los ojos de Gwin se agrandaron de sorpresa ante el comportamiento de impulsividad de Konrad, pero el viejo mayordomo no hizo ningún comentario ni detuvo a su joven amo.

[A Sir Konrad.

Buenos días, sir Konrad. ¿Cómo está?]

Pudo escuchar la suave y tersa voz de Leslie narrar mientras sus ojos viajaban por la carta.

Cierta carta tenía manchas de tinta grandes y pequeñas, revelando a Konrad cuánto pensamiento y cuidado se puso en escribir esto.

Solo tenía una página y era bastante sencilla. Hablaba del tiempo y de cómo hay que tomar chocolate caliente con ese tiempo, etc. También decía que estaba decepcionada por el aplazamiento de las clases, pero lo que más le llamó la atención fue la última parte, escrita en un tamaño más pequeño, como si hubiera sido añadido en el último momento.

—La próxima vez que nos veamos te diré mi nombre completo.

Konrad lo leyó en voz alta sin motivo y por impulso. Sí, ahora está adoptada en el Ducado, ya no forma parte de la Casa de Sperado. También debe de haber sido bendecida con un segundo nombre. Puede decirme su nombre con confianza, a diferencia de la primera vez que nos vimos.

Konrad rió por lo bajo, imaginando la carita orgullosa de la niña que se presentaría ante él sin vacilar ni avergonzarse.

Justo entonces, el padre de Konrad, el duque, se acercó a ellos desde el fondo del pasillo.

—¿Qué hacen aquí fuera?

El duque iba vestido formal, como si fuera a asistir a una reunión importante. Por eso, sus ojos eran fríos y su rostro duro, inexpresivo, por no decir otra cosa, mientras miraba con atención a su primogénito. Sus ojos encontraron rápido la carta que Konrad seguía sosteniendo.

—¿Y de quién es esa carta?

—Es de los templos —respondió Konrad con indiferencia, cerrando sus ojos dorados en forma de luna creciente—- Está llegando la hora de que los sacerdotes viajen a los lugares históricos de la guerra para ofrecer sus servicios. Así que han escrito para solicitar la protección de los paladines, uno de los cuales seré yo. ¿Quieres leer la carta?

Konrad preguntó con descaro, como para demostrar que no tenía nada que ocultar. El duque no respondió. En su lugar, sostuvo la mirada de su hijo durante un momento antes de volverse hacia el viejo mayordomo.

—Gwin, ¿el carruaje?

—Está listo, milord.

—Bien. Volveré tarde esta noche. Tengo una cita con alguien importante.

Fue irónico. Aunque el Duque no se molestó en explicar sus acciones a su propio hijo, estaba informando al mayordomo, aunque poco. Luego, se alejó, sin molestarse en mirar a su hijo. Gwin se quedó allí de pie, torpe e incómodo, con los ojos vagando entre el padre y el hijo hasta que el duque desapareció de su vista.

—Joven amo…

—Estoy bien, Gwin.

Konrad sonrió sereno a Gwin, que ahora tenía la frente cubierta de sudor frío por el pánico de no saber cómo consolar a Konrad y arreglar la relación rota entre el padre y el hijo.

—Entiendo por lo que está pasando, y sé que es por culpa de la tormenta.

Sí, la tormenta y no yo. No la tormenta que hundió nuestros barcos mercantes, sino la tormenta desconocida que se cierne a su alrededor. Aunque Konrad no sabía quién o qué era la tormenta, sin duda se avecinaba para su padre y para su Casa. Y su padre, que antes parecía una montaña inamovible, era ahora como un junco azotado por la brisa más suave.

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