El contrato de la Princesa y la Duquesa Monstruosa – Capítulo 67

Traducido por Ichigo

Editado por Lucy


Un lujoso carruaje salió del Ducado de Altera, y siguió avanzando hasta detenerse frente a una mansión de aspecto bastante destartalado. Salió del carruaje y se dirigió al cochero, dándole unas monedas de oro.

—Hace frío. Vete a algún sitio y quédate hasta que te llame.

El hombre tomó el oro y se inclinó.

¿Estará viendo aquí a sus conocidos? 

Pensó mientras se enderezaba. La mansión era un lugar de reunión popular para los nobles de la alta sociedad. Había un par de lugares como el que tenía delante en las afueras de la capital, pero éste era el que frecuentaba el Duque.

Bueno, da igual, me parece bien. 

Sopesó el oro que tenía en la mano. Con ese dinero, podría coquetear con el dependiente o disfrutar de una comida con bebida y aún le quedaría cambio.

—Gracias, mi Señor.

En cuanto se marchó, el duque movió los pies y entró en la mansión. En todo el lugar había un denso humo de puros.

Sus párpados se movieron poco a poco y las comisuras de sus labios se fruncieron. Había evitado lugares como éste, alejándose de la corrupción y los placeres de la alta sociedad, donde el juego, la usura y los asquerosos puros llenaban las paredes de la mansión. Además, era el tipo de lugar que frecuentaba el marqués Sperado.

Avanzó a grandes zancadas, moviéndose rápido para evitar el olor y la multitud que discutía algún chisme barato. Una expresión de desagrado era ahora visible en su elegante rostro, por lo general bien compuesto. Pero no llegó muy lejos antes de ser detenido por un noble que lo reconoció.

—¡Duque Altera!

Un hombre regordete, con la cara enrojecida por el licor y los puros, se tambaleó hacia él. Era el conde Rabon. Con cada paso y cada revoloteo de su túnica, le seguía un enfermizo olor agridulce a alcohol.

—Ha pasado tiempo, duque Altera. Qué sorpresa verle aquí.

A pesar de su estado de embriaguez, su pronunciación era clara y sus gestos sobrios. Él miró su mano extendida, con frialdad, antes de tragar un suspiro y estrecharla.

—Sí, en efecto, ha pasado tiempo. Me enteré de su papel en el reciente juicio, por supuesto.

—¡Bajajaja!

El conde soltó una carcajada sonora y jovial. Retumbó por toda la sala, haciendo girar las cabezas sorprendidas.

—Ha oído bien. Tuve un papel importante en el juicio.

Entonces, el gran hombre se desplomó en el suelo, agarrándose el estómago y riendo como un maniático. El Duque chasqueó la lengua al verlo, deseando sin duda estar en cualquier otro lugar que no fuera éste.

—Creo que ha bebido demasiado, conde.

—No, no, no.

Él sacudió la cabeza con entusiasmo y lo miró.

—¿Sabe lo que hice en el juicio? Siento desacreditar a la Duquesa, pero hice un trabajo importante en el cierre del juicio. Sí, señor, ¡lo hice!

Entonces bajó rápido la mirada hacia los dedos de los pies, como si intentara no vomitar. Al cabo de un rato, volvió a levantar la vista hacia el Duque, que esperaba paciente.

—Gracias a mi esfuerzo, todo terminó bien. ¡Hasta pude ver llorar al marqués! Oh, qué encantador… quiero decir, oh, qué desafortunado fue. He oído que se ha perdido en la bebida, así que, como buen amigo preocupado, yo también estoy bebiendo.

El Duque tenía toda una expresión de fastidio. No podía soportar más la conversación del Conde, así como los detalles que de otro modo nunca se molestaría en escuchar. En pocas palabras, lo único que quería era marcharse ya de aquel desdichado lugar. ¿Por qué tenía que programar la reunión justo aquí? Se quejó en silencio, incapaz de entender la lógica.

—Tal vez sea por su alcoholismo que ha estado haciendo cosas extrañas. El otro día envié a mi criado a entregar una carta al marqués, y volvió para decirme que estaban desenterrando los jardines y estaban construyendo un cenador de aspecto extraño en medio de ellos.

La voz, ahora somnolienta, seguía pronunciándose con claridad.

El duque miró al gordo con cara de fastidio, pero el conde no se dio cuenta de lo borracho que estaba. No podía expresar su frustración porque había muchos ojos clavados en ellos. Todos eran nobles. Él era un alto noble, y actuar de forma precipitada mancharía su reputación.

—Ahora no es el momento de cuidar de sus jardines. ¡Ah, bueno! Al menos no está estresado por todo el incidente y se mantiene despreocupado. Por supuesto, ¡nadie sabe cuándo podría quebrarse! Como sea, ¿qué lo trae por aquí, Duque Altera?

—Me invitó mi amigo, el conde Ethan. Ya era hora de que se presentara una nueva ópera.

—¡Ajá! ¡Conde Ethan, dices! Me considero un crítico de arte y me encantaría formar parte de las representaciones de ópera. Por favor, hable bien de mí, Duque Altera… ¡Blah!

El conde siguió parloteando. Por suerte, se detuvo en seco cuando se arrodilló y empezó a tener arcadas. No acabó vomitando, pero ahora estaba en el suelo y muy agotado. Un par de sus socios salieron rápido de entre la multitud y lo llevaron a una de las muchas habitaciones. Por fin, el Duque fue liberado del borracho.

Se alejó rápido de la sala principal y subió las escaleras, hasta el vestíbulo desierto que conducía a las habitaciones privadas del piso superior. Por el camino, se quitó los guantes y los tiró a un cubo de basura. Estaban sucios y ya no servían.

—Bienvenido, mi Señor.

Al final del pasillo, junto a las habitaciones más interiores, un hombre esperaba y dio la bienvenida al duque.

—Espera su presencia. Entre, por favor.

No dudó y entró por la puerta abierta. De inmediato, el repugnante y migrañoso olor a puro desapareció. En su lugar, un fragante aroma floral llenó la estancia. En el centro había un biombo que lo separaba de quienquiera que estuviera dentro.

—Ha pasado mucho tiempo, duque Altera.

—Creo que dejé claro que no debíamos vernos más así…

Respondió con voz fría y dura.

—¿Por qué no tomas asiento? Esta podría ser una larga conversación.

—Perdone, pero debo decirle que no. Solo he venido hoy para dejar clara mi postura, ya que usted insiste en enviar correspondencia. No deseo prolongar este encuentro ni ninguna otra asociación futura.

Enderezó la espalda y levantó la barbilla. Aunque no era su intención, a la persona que estaba detrás del biombo le pareció que lo hacía para reforzar su determinación. Una pequeña carcajada surgió detrás de la separación.

—Por favor, deja de enviarme cartas, no quiero crear conflictos en la familia imperial.

—¿Conflicto? Qué extraña elección de palabra, duque Altera. Las luchas de poder por la herencia de la Corona siempre han estado presentes.

La mujer sonrió mostrando su hermosura y continuó.

—Ha llegado el momento de que el Emperador oficie un heredero, y yo solo deseo tener voz en la elección. No hay conflicto en opinar y emitir un voto. Es algo natural.

Él odiaba estar de acuerdo, pero ella tenía razón. El Emperador tenía que tomar una decisión. Había una guerra silenciosa entre los nobles en apoyo de los dos Príncipes. El pueblo, por supuesto, ya daba por hecho que el primogénito iba a ser el próximo Emperador. Sin embargo, no era oficial, y el hombre aún no había mostrado su favoritismo. Pero el momento se acercaba y no podía retrasarse más. Había que elegir un heredero.

Por lo tanto, no había nada malo en lo que decía la mujer. La lucha por el poder siempre ha sido algo natural en la familia imperial. Pero el Duque negó la cabeza con obstinación.

—Pero hay más, ¿no? Tu deseo no es tan simple como influir en la elección del próximo gobernante. Estás ocultando algo, y parece bastante peligroso. No quiero saber nada de eso. Hemos terminado.

Dio por terminada la conversación. No tenía sentido seguir escuchando, ya que no tenía nada más que decir ni ganas de continuar su relación. Había sido bastante paciente y respetuoso con la mujer al aceptar conocerla y escucharla hasta el momento. Ya había hecho bastante. Pensó con determinación.

Entonces, se dio la vuelta para marcharse sin esperar respuesta. Ya se habría marchado si no fuera por lo que dijo a continuación.

—¿No le irrita que alguien esté por encima de usted, duque Altera?

Él se volvió hacia el biombo. Aunque no podía ver a la mujer que había detrás, no cabía duda de que sonreía en señal de triunfo como solía hacer. Era una leona que al final siempre sonreía.

—Acabas de hacer una pregunta muy peligrosa… ¿Eres consciente de ello?

—Por supuesto que lo soy. Pero la verdadera pregunta es: ¿qué vas a hacer? ¿Te quedarás y escucharás o te irás y te contentarás con una vida de servidumbre al Emperador para siempre?

Se quedará. Pensó. Conozco demasiado bien a los de su clase. 

Sonrió como un ángel tras el biombo, cubriéndose los labios con un abanico.

El abuelo del actual Emperador tuvo gemelos. Como era obvio, solo uno de ellos heredó el trono.

No importaba lo buena que fuera su relación.

Los dos hijos compitieron durante muchos años hasta que uno de ellos cometió un error crucial. El mayor de los dos se convirtió en Emperador y el menor fracasó.

Su padre se apiadó de su hijo y le dio el título de duque y un nuevo apellido. Así se convirtió en el primer Duque de Altera, el padre del actual Duque.

—Aunque haya jurado lealtad al Emperador, ¿no le irrita que pudiera haber sido suyo?

El Duque era un hombre de principios y honor. Su padre, como primer Duque de Altera, había jurado su lealtad eterna al Emperador hacía mucho tiempo. Sin embargo, sufrió a puerta cerrada. Estaba enloquecido por su error y se enfrentaba a la idea de que podría haber sido suyo. Y esa sangre también estaba en él. Al ver la dualidad de la obediencia arrepentida, el duque sintió que le hervía la sangre y murmuraba sobre “lo que podría haber sido”.

Además, estaba su sangre real. Lo que pasa con la gente con sangre real es que todos ellos, por muy amables o humildes que fueran como individuos, querían estar en la cima y por encima de todos los demás. Esto también era cierto para el Duque. El poder era su droga, y la sugerencia de la mujer era una dulce tentación.

Así que no pudo quejarse y permaneció en silencio, con la espalda rígida y el rostro duro. Su silencio fue toda la respuesta que la mujer necesitaba. Rompió el silencio con voz amable y gentil, tratando de contener una risita que le hacía cosquillas en la garganta.

—Si me ayudas en mi plan, te daré total independencia para el Emperador. Tendrás tu propio reino, el Gran Ducado.

Allí serás rey. La mujer le persuadió. Aunque no será lo mismo que la posición del Emperador, sí que sería independiente y libre de hacer lo que quisiera, intocable por cualquier ley del Imperio. 

—¿De verdad crees que podría convencerme una oferta así? Si es verdad, eres más tonta de lo que pensaba.

Escupió con rencor, pero su voz era temblorosa. La mujer se dio cuenta de inmediato y se percató de su falsa bravuconería.

—Entonces supongo que sí soy tonta, y no hay nada que pueda hacer.

No le presionaré demasiado. Por ahora tengo que darle zanahorias. Concluyó con inteligencia.

—¿Cómo le va a la duquesa?

Seguro no muy bien. La Duquesa Swella se encontraba en este momento lejos en la tierra de su Casa de soltera, la Casa de Kairi. La tierra es amplia y rica, con buen suelo para la agricultura. Hace poco, una plaga se había extendido, y ella fue allí para cuidar de su familia. El Duque, preocupado, había estado enviando cartas con frecuencia, pero las cartas de la Duquesa llegaban cada vez con menos frecuencia a medida que pasaba el tiempo.

Sin duda, él estaba preocupado y cada vez más ansioso, lo que la mujer utilizó con alegría y eficacia en su contra.

—He abandonado muchas cosas mías, pero algunas siguen conmigo. Una cosa que conservo es cierta información sobre la peste.

Ella tenía una sonrisa brillante tras el biombo, lo que podía oírse en su alegre voz. El duque podía imaginársela a pesar de no poder verla.

—Si nos convertimos en benefactores mutuos, seguro podré ayudarle con algunos inconvenientes, duque Altera.

Los ojos avellana de la mujer brillaron a la luz de la araña, y su sonrisa se ensanchó.

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