El contrato de la Princesa y la Duquesa Monstruosa – Capítulo 71

Traducido por Ichigo

Editado por Lucy


Los ojos de Leslie se abrieron de golpe mientras estaba tumbada en la cama. Eli aterrorizaba su sueño y ella se despertó con brusquedad de la pesadilla. Su conejito de peluche se le cayó de los brazos y rodó por debajo de la cama.

¿Qué hora es?

Pensó mientras bajaba y se dirigía a la ventana más cercana. Levantó las pesadas cortinas y vio el lucero del alba a lo lejos. Pronto amanecería.

¿Debería volver a la cama? Podría quedarme allí tumbada hasta que Madel venga a despertarme. Evaluó el tiempo con un pequeño bostezo, una mano tapando su pequeña boca y la otra agachándose para tomar su muñeco de conejo.

Al final, volvió a la cama. Se revolcó de un lado a otro con los brazos apretados alrededor del juguete. No hablaba ni pensaba. Se limitó a rodar con tranquilidad. Pasaron treinta minutos hasta que se oyó su suave voz.

—¿Adónde crees que iremos de picnic? Quiero ir a ver el bosque o los lagos sobre los que leí en los libros. ¿Y tú?

Como era obvio, no hubo respuesta, ya que no había nadie en la habitación aparte de ella. Pero algo oscuro y ondulado salió poco a poco de debajo de su cama como respuesta. Se deslizó por los largos extremos del edredón y Leslie rodó hasta el extremo de la cama para ver mejor los zarcillos sombríos. Seguía abrazada al conejo de peluche.

—Eli solo quería irritarme. ¿Qué te parece, Sombra?

Ese fue el nombre que se le ocurrió tras muchas, muchas horas de reflexión. Como expresando acuerdo, las formas negras como serpientes se agitaron como humo.

—Tenemos que tener cuidado. Podría estar tramando algo otra vez.

Esta era la desafortunada realidad para ella. El marqués y su familia eran un grupo persistente. Ya habían demostrado con dolorosa claridad lo que estaban dispuestos a hacer para conseguir grandes riquezas y gloria. De hecho, eran personas tan terribles que alojaron por su propia voluntad a su propia carne y sangre a un pozo de fuego, además de abusar de ella durante toda su vida mientras la trataban peor que a un insecto. La vida y los sentimientos de Leslie no significaban nada para ellos.

Frunció el ceño ante el recuerdo de sus sufrimientos pasados, que seguían atormentándola. Sombra extendió con suavidad su zarcillo como si quisiera consolar a la niña.

—¿Me estás consolando? No pasa nada, estoy bien.

Sombra se arremolinó y se agitó con entusiasmo en respuesta.

—De verdad, ya estoy mejor.

Leslie le sonrió y rodeó con sus brazos al conejito de peluche una vez más para demostrarle que estaba bien. Sombra se calmó y se contorneó en silencio. Las comisuras de los labios de la niña se curvaron en una leve sonrisa. Se sintió comprendida y reconfortada por la situación.

Durante todo esto, el sol empezó a salir. El plateado cielo crepuscular se teñía ahora de una amplia gama de rojos y naranjas.

Al ver el resplandor ámbar que se filtraba a través de las cortinas, se levantó de nuevo de la cama y se cubrió con un grueso chal. Estaba demasiado despierta y ya era de día. Creo que podría leer un libro o dos antes del desayuno, concluyó.

Probemos otra vez con los libros de historia y luego con los de teología. Subrayaré y dibujaré estrellas junto a las líneas que no entienda.

Le preguntaré al señor Konrad la próxima vez que lo vea. Y entonces…

Justo cuando se disponía a salir de la habitación, recordó que las puertas de la biblioteca y del estudio habían sido cerradas y encadenadas a causa del incidente de la hemorragia nasal. Las horas de estudio y lectura se limitaban ahora entre después del desayuno y antes de la cena.

—Hmm…

¿Qué debo hacer? Ladeó la cabeza de izquierda a derecha con los ojos recorriendo la habitación en busca de algo que hacer. Sus ojos se posaron en la mesita, que tenía un libro y utensilios de escritura con pergaminos apilados encima para escribir cartas a Konrad y a su tío Taryn. Como había estado bastante deprimida, Jenna le permitió leer un libro y escribir un par de cartas para pasar el rato. ¿Debería leer o escribir más cartas?

Se lo pensó mucho pero se dio la vuelta para salir de la habitación. No estaba de humor para ninguna de las actividades y prefería dar un paseo por la mansión.

Cuando cerró la puerta, sintió que un aire frío envolvía su pequeño cuerpo. Su habitación había sido cálida, casi caliente, debido a la chimenea mágica y a todas las ventanas que habían sido cerradas de forma hermética. Unas pesadas cortinas las cubrían para impedir que entrara la brisa invernal. Así que, en comparación, el pasillo estaba frío. Al observar con más atención, descubrió que una de las ventanas estaba abierta.

¿Se había olvidado la criada de cerrarla o había sido el viento helado lo que había hecho que se abriera una rendija? Reflexionó mientras se acercaba a ella y alargaba la mano para cerrarla.

—Ah.

A través de la ventana abierta, vio una figura alta que guiaba a un grupo de hombres y mujeres ligeros de ropa hacia el campo de entrenamiento. Era su hermano, Bethrion. ¿Van de cambio a los entrenamientos matutinos? Movió los labios y lo llamó en voz alta.

—¡Hermano!

Sin embargo, él no se detuvo y siguió caminando. A lo mejor no me oye. Se aclaró la garganta y gritó esta vez más fuerte.

—¡Hermano! ¡Bethrion…!

—Leslie.

Esta vez, se detuvo y se giró para verla. Sin embargo, era un misterio cómo pudo encontrarla entre todas las ventanas que había allí. Ella saludó con alegría, y él le devolvió el saludo. Los caballeros que iban detrás también saludaron y saltaron con alegría al verla.

—¿Puedo unirme a ustedes? —gritó, y su hermano asintió con la cabeza.

—Por supuesto.

—¡Eres bienvenida, señorita Leslie!

La voz tranquila y monótona de Bethrion viajó en el aire frío de la mañana aunque no hablaba en voz alta ni gritaba para responderle. Los caballeros también respondieron con jovialidad, gritando y ululando con entusiasmo.

Se rió al ver su bienvenida. Luego, bajó rápido las escaleras hasta el salón principal y pronto se plantó ante su hermano mientras resoplaba y sonreía. Él la miró con una sonrisa igual de feliz.

—Parece que tienes un poco de frío.

—La verdad es que el chal es bastante grueso y me mantiene caliente. Está forrado de piel y…

Abrió el chal y le mostró el interior, donde en efecto estaba forrado de piel gruesa y suave. Bethrion asintió con prontitud y volvió a colocarle el chal, preocupado por si se resfriaba. Ella sintió que él se afanaba en tirar de la prenda y la envolvía con fuerza como un capullo.

Tuvo que retorcerse un poco para liberar los brazos. Cuando estuvo cómoda y movió los miembros con libertad, caminaron hacia el campo de entrenamiento tomados de la mano.

Pronto, los caballeros se dispersaron hacia sus lugares de entrenamiento para calentar y entrenar. Bethrion también se dirigió al centro del campo, calentando y haciendo rondas para entrenar a los caballeros.

Leslie también quiso unirse, pero se vio obligada a permanecer en el banquillo. La orden de la duquesa seguía vigente y, por lo tanto, se vio obligada a descansar. Subió las piernas al banco y se hizo un ovillo mientras observaba a los caballeros. De sus labios se escapaban, a intervalos regulares, suspiros de niebla blanca.

En poco tiempo, su atención se fijó en los alientos, y siguió inspirando y espiernado para verlos dispersarse en el aire.

—¿Tiene frío, señorita Leslie?

Una de las caballeras se acercó a ella y le preguntó con preocupación. Asintió con la cabeza y se sintió contenta de que hubiera preguntado. Estaba a punto de volver a entrar y pedir que una doncella le trajera una manta o una chaqueta para abrigarse.

—Sí, un poco.

—¿Quieres esto?

Se había desabrochado la capa y se la ofreció con una sonrisa verde.

Era una capa verde oscuro que a Leslie le recordó los ojos de la duquesa. Ella sonrió agradecida y la tomó, envolviéndose rápido con ella.

—Gracias, Dama… La mantendré limpia.

—De nada, señorita Leslie, y por favor, llámeme Lesso.

La Dama se presentó con una mirada cálida. Su cabello estaba erizado por la fría brisa invernal, y el rubio brillaba con intensidad bajo la luz del sol.

—Gracias, Dama Lesso.

Leslie también sonrió, asintiendo con la cabeza. Entonces, los otros caballeros comenzaron a acercarse. También se habían desabrochado las capas y procedían a ofrecérselas con entusiasmo. Algunos incluso corrieron a los barracones y se acercaron con sus mantas.

—Por favor, señorita Leslie, acepte también mi capa.

—¡Yo también tengo una!

—La mía es una manta de lana. ¡Es muy caliente!

Una, dos, tres y más capas y mantas fueron lanzadas hacia delante. Pronto, estaba atrapada por completo bajo los pesados conjuntos de ropa y mantas.

—Esto es demasiado…

Luchaba por liberar su cabeza para poder respirar. Bethrion la vio desde lejos y se acercó para rescatarla. Levantó a la niña, y muchas capas de abrigo se deslizaron hacia abajo de su cuerpo con un golpe sordo. Leslie lanzó un pequeño suspiro de alivio.

—Vuelvan todos a entrenar.

Su hermano sonrió ante el fiasco y la dejó con suavidad en el banco, que ahora era de peluche. Luego, buscó su chal de piel gruesa y se lo puso encima, así como algunas de las mantas más gruesas para mantenerla caliente. Sintió que el calor la envolvía, pero no tan fuerte como antes.

Bethrion llamó a una criada y pidió una taza de chocolate caliente. Cuando por fin recibió una taza con el humeante líquido, todos habían regresado ya a sus puestos y habían comenzado su entrenamiento físico.

Estaba sola, sorbiendo el espeso líquido dulce, cuando Hart se le acercó. Parecía agotado. Empezó a estirarse y a hacer ejercicios de calentamiento junto a ella.

—Señorita Leslie, ¿por qué no duerme?

—Tenía mucho en qué pensar y estaba inquieta.

—Eso no está bien. Alguien de tu edad no debería tener tantas cosas en la cabeza como para no poder dormir.

Ella soltó una risita y bajó la vista hacia su taza.

—Señor Hart, ¿qué hace usted cuando persiste el pensamiento de alguien que no le gusta?

Leslie se esforzó mucho por olvidarlos. Pero hiciera lo que hiciera, no podía olvidarlos y seguir adelante. Como un hilo al final de una bata, los recuerdos seguían apareciendo a la vista y la molestaban.

Él comprendió de inmediato qué le quitaba el sueño.

—¿Se trata de los Sperado?

—Sí. Hago todo lo posible por olvidarme de ellos, pero no puedo. Me inquietan y me ponen nerviosa. Y yo…

—En ese caso, señorita Leslie.

Estiró los brazos por encima de los hombros mientras continuaba con indiferencia.

—Aprende y actúa según las costumbres de los Salvatore.

¿Las costumbres de los Salvatore? Los ojos lilas de la niña se agitaron de izquierda a derecha, sintiéndose confusa y curiosa.

—Hmm… Es un poco difícil para mí explicarlo como una persona normal.

Él frunció el ceño y se le arrugó la frente. Dejó de moverse y se quedó quieto mientras entrecerraba los ojos pensativo. Su boca se abrió, luego se cerró durante algún tiempo antes de continuar con un pequeño suspiro.

—Solo hacer lo que la joven señorita quiera hacer.

—Lo que quiera hacer…

—Sí. Piénselo, señorita Leslie. ¿Ha visto alguna vez a la Duquesa o al resto de los Salvatore perturbados por los demás?

Esta vez, ella entrecerró los ojos pensativa y trató de imaginar a la mujer molesta por alguien o tratando de apaciguar al Emperador, pero fracasó. Ella, en su imaginación, brillaba como el sol y lo sujetaba por el cuello, con las piernas colgando en el aire.

Hart continuó mientras se enderezaba.

—El joven maestro Ruenti golpeó a un colega mago porque intentó tenderle una trampa. La duquesa Salvatore, como ya has oído, tenía al Emperador cogido por el cuello.

Los ojos de la niña se agrandaron por la sorpresa. ¿Me había leído el pensamiento? ¿Cómo sabía lo que me estaba imaginando? ¿Y el hermano también lo hizo?

Hart giró sobre sus talones y se puso ambas manos en la cintura, con el pecho hinchado de orgullo.

—¡Diles “soy Leslie Shuya Salvatore”! Y nadie se atreverá a molestarte.

Ella rió encantada mientras él hablaba con voz aguda e infantil en un intento de imitarla. El hombre sonrió.

—No olvides que ahora eres uno de los nuestros. Eres miembro de la orgullosa Casa Salvatore, más allá del pasado.

El pasado. La risa de Leslie se apagó y lo miró. ¿Eso también incluía la sangre?

—Señor Hart, ¿podría decirse lo mismo aunque no tuviera la sangre de Salvatore?

Los ojos del hombre se agrandaron y luego se entrecerraron con reproche. Había estado fuera del Ducado por órdenes y se había perdido la sesión informativa sobre la niña. Así que no conocía los detalles de su pasado. Pero por la mención de la sangre, comprendió de inmediato lo que quería preguntarle.

Puede ser un poco pesado para un niño. Pensó pero no dudó en contestar y sonrió con serenidad antes de continuar.

—Por supuesto, señorita Leslie. No sé si ya lo sabe, pero no soy un ciudadano nato del Imperio. Soy un extranjero, nacido del reino caído de Artvana.

¿Es extranjero? Ella lo miró con una expresión de asombro y sorpresa. Ahora que conocía su lugar de nacimiento, creía ver los sutiles rasgos distintivos de uno. Aun así, fue inesperado que revelara su nacionalidad.

Por desgracia, el Imperio y su gente eran racistas. Sentían una fuerte aversión por los extranjeros, más allá de su nacionalidad. Por lo tanto, la mayoría ocultaban su condición a menos que fueran de alta cuna o estuvieran de visita como parte de una delegación real.

Hart suspiró, soltando un aliento de niebla blanca en el aire, que se dispersó de inmediato.

—Seguí a la Duquesa hasta el Imperio y decidí formar parte de él. Gracias a ella, pude alcanzar el título de caballero. ¿Le molestan estos hechos, señorita Leslie?

Las manos de la niña se apretaron en torno a su taza aún caliente mientras negaba con la cabeza.

Sus anteriores tutores en el Marquesado siempre le decían que los extranjeros eran malas noticias. Eran todos criminales perezosos y peligrosos, sucios de sangre sucia. Pero él no era vago ni malo. Además, ella ya sabía que todo lo que le enseñaban sus antiguos tutores era seguro muy tendencioso, estrecho de miras y no reflejaba en absoluto el mundo real.

—Bueno, el ejemplo no es perfecto, pero lo que quería decir es que la sangre no importa. Lo que más importa es cómo eliges vivir y actuar en el momento presente. ¿Tiene sentido?

Ella asintió con la cabeza al instante. No solo había entendido su mensaje, sino que se lo había tomado muy a pecho.

—Sí, Sir Hart. Gracias.

Ella sonrió, y él se frotó la nuca con torpeza por agradable vergüenza.

—Espero que lo que te he dicho te haya aliviado alguna inquietud. Ahora, vuelve a la cama y duerme un poco. Dentro de unas horas tendrás que asistir a la misa, y no querrás quedarte dormida mientras rezas, ¿verdad?

—¿La misa?

¿Era hoy? 

Hoy era el día. 

Volvió a la mansión y fue a desayunar temprano. Después del desayuno, se vistió con la ayuda de Madel, que le dijo: “No lo olvide, señorita Leslie. Hoy asistirá a la misa.”

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