Herscherik – Vol. 3 – Capítulo 11: Lo inevitable, el derramamiento de sangre y la pérdida

Traducido por Shisai

Editado por Sakuya


A través de la agonía que sacudía su cuerpo y las intrincadas fórmulas que se materializaban a su alrededor, Shiro podía sentir que estaba siendo reconstruido en algo inhumano. La enorme cantidad de Magia Flotante cosechada por el Círculo Mágico estaba siendo amplificada y vertida en él, expandiendo también sus reservas personales de magia. El enorme volumen de magia podría haber destruido cualquier cuerpo humano ordinario desde el interior, ya que su capacidad de magia estaba desbordada. Shiro, en cambio, podía sentir que su cuerpo absorbía cada gota.

Ni siquiera podía gritar mientras el dolor lo consumía todo, pero una parte de él seguía observando con calma lo que le estaba sucediendo. 

¿Me convertiré en… un verdadero monstruo? pensó socarronamente. Me han llamado así más veces de las que puedo contar. ¿Qué diferencia habrá si me convierto realmente en uno ahora? De hecho, parecía más fácil dejar de lado su mente y su sufrimiento, resignándose a ser la marioneta de Hoenir. 

¿O debería usar mi poder para destruirlo todo? El mundo lo había golpeado toda su vida. ¿Por qué no iba a hacerlo pedazos? pensó Shiro con una ira temeraria. Las diferencias de nacimiento, apariencia, habilidad… Todas esas cosas eran meras cualidades personales a pequeña escala, pero la sociedad, de alguna manera, había llegado a considerarlas insoportables. Cosas que podrían haber sido meras diferencias se percibían como amenazas. Shiro se preguntaba por qué era perseguido por sus diferencias mientras otros eran aceptados por las suyas, y por qué el mundo era tan cruel con él. 

Cuando sintió que las emociones oscuras se apoderaban de él, comenzó a dirigirse hacia ellas… hasta que una voz lo detuvo. 

—¡El señor Shiro te quiere! —gritó el peculiar principito. El príncipe de pelo rubio y ojos verdes se consideraba inferior a los que le rodeaban, pero nunca se sintió inseguro por ello. Siempre había tenido una visión positiva. A pesar de no saber manejar la magia, era un apasionado de los estudios y siempre estaba dispuesto a aprender.

Al cabo de un tiempo, Shiro había empezado a esperar con ansia sus sesiones quincenales de tutoría. 

—Mírame, Noel.

La magia residual de Hoenir en su interior obligó a su cuerpo a moverse. Shiro vio a Hoenir más allá del Círculo Mágico iluminado, sosteniendo una pequeña figura como rehén. La daga en la mano de Hoenir había marcado una línea en su mejilla. La sangre brotaba de la herida, empapando la mitad del rostro del príncipe. Aunque no hablaba ni pedía ayuda, sus ojos mostraban que se negaba a rendirse. Hoenir levantó la daga para acabar con su vida. 

El tiempo que Shiro pasó con el príncipe le vino a la memoria en un instante. 

El príncipe diciendo que sentía haberle confundido con una mujer. 

El príncipe estudiando apasionadamente la magia. 

El príncipe intentando hablar con él, incluso cuando Shiro se mostraba frío con él. 

El príncipe mirándole con admiración, no con miedo, al ver sus poderes. 

Siempre había hablado con una determinación impropia de su edad. —Señor Shiro —había empezado a llamarle el príncipe sin permiso después de que se negara a dar su nombre.

Ahora, ese mismo príncipe estaba a punto de serle arrebatado para siempre. 

¡No! Algo dentro de él se rompió. Justo cuando Shiro se dio cuenta de que la Magia que le había estado confinando se había roto, utilizó su propia Magia, así como la constante afluencia de Magia Flotante, para calcular una fórmula. 

Objetivo: Todas las criaturas vivas excepto yo, el príncipe -y esa mujer, ya que estoy-. 

Alcance: Esta habitación. 

Al mismo tiempo, construye una fórmula para romper la barrera… Utilizando toda la magia que disponía, Shiro construyó instantáneamente complejas fórmulas sin apenas conjuros. El mismo acto sirvió como testimonio de su inhumanidad, pero a Shiro no le importó. 

En cuanto las fórmulas se completaron, el hechizo se activó. Las cintas de fórmulas mágicas que formaban el Círculo Mágico a su alrededor se disiparon, depositando a Shiro de nuevo sobre sus pies. Al mismo tiempo, la poderosa barrera fue destruida, y una ráfaga de viento cargó hacia los objetivos del hechizo, golpeándolos contra la pared. 

Mientras los clérigos gemían y caían al suelo, Hoenir -quien había sido arrojado contra la pared- contemplaba a Shiro mientras su conciencia se desvanecía. La criatura había roto la maldición que con tanto cuidado había lanzado durante años, y ahora se encontraba adornada con una luz brillante y una belleza similar a la de una diosa. 

No esperaba que rompiera mi maldición y usará un hechizo para… No, Hoenir recapacitó. Lo que realmente no había esperado era que Noel lo atacara. Aunque hubiera sido falso, él había criado al muchacho. Incluso si el chico iba a atacarlo, Hoenir esperaba que al menos dudara.

Pero Shiro no dudó. Eligió al príncipe, con el que había pasado apenas unos meses, antes que a su propio padre. Hoenir recordó que le había costado varios años ganarse la confianza de Shiro. El príncipe había logrado fácilmente todo eso y más en una fracción de tiempo. Hoenir se dio cuenta de que desde el momento en que había intentado utilizar al príncipe, el momento en que se había excedido en su intento de solidificar su plan… 

—Estaba condenado a fracasar, —murmuró Hoenir, y cayó inconsciente. 

Herscherik, ahora liberado de las garras de Hoenir, vio que el arzobispo estaba inmóvil en el suelo. Se limpió la sangre de las mejillas y se dio la vuelta. 

—Gracias, señor Shiro… —dijo, y luego vio que Shiro, a pesar de haber roto la maldición, seguía de pie dentro del Círculo Mágico activo—. ¡Señor Shiro! —llamó—. ¡¿Por qué?! Los has dejado a todos fuera de combate. —El hechizo de Shiro había dejado inconscientes a todos los clérigos y al propio Hoenir. Aun así, el ritual continuaba; de hecho, la sala estaba más iluminada que antes, el viento recorría todo el espacio. 

—¡Príncipe Herscherik! —gritó Jeanne, corriendo hacia ellos. De alguna manera se había liberado de las cuerdas que la ataban. 

Herscherik miró sus muñecas y notó una fina línea roja en las marcas que las cuerdas habían dejado en su piel. Jeanne debía llevar un cuchillo oculto que le permitía cortar sus ataduras por sí misma.

—Es el núcleo del hechizo —continuó—, así que…

—Ella tiene razón. Esto no se detendrá… hasta que sea un Djinn o esté muerto. Lo uno o lo otro. Además, ahora que los Hechiceros que controlaban el hechizo han sido derribados, dudo que el ritual concluya correctamente. En el peor de los casos, podría sobrecargarse y llevarse toda la catedral por delante.

La valoración de Shiro era calculada, a pesar de que su vida estaba en juego. El dolor había remitido, pero seguía sin poder moverse en ninguna dirección, quizá atado por el efecto del Círculo Mágico. Además, había aún más Magia Flotante que se precipitaba hacia él, y podía sentir que lo modificaba mientras hablaba. Ya sea por el efecto secundario de la droga que le habían administrado o como resultado de haber gastado toda su propia magia para un hechizo complejo, Shiro era ahora incapaz de elaborar otra fórmula. 

Nunca pensé que realmente sería incapaz de hacer magia… Siempre había utilizado la magia con la misma naturalidad con la que respiraba, así que a Shiro le resultaba curiosa su situación actual. Nunca había esperado llegar a esto. También tenía curiosidad por saber quién había enseñado a Hoenir esas fórmulas de alto nivel y, en particular, el Círculo Mágico, que era desconocido en la actualidad. Pero, sobre todo, sentía curiosidad por Herscherik. 

El príncipe, quien había mantenido su expresión de calma con la daga en la garganta, parecía ahora conmocionado. Al ver la cara de Herscherik, Shiro sintió una sensación de satisfacción. Ahora estaba seguro de que el principito era el único que le había aceptado de verdad. Eso le hizo comprender lo que tenía que hacer, aunque le costara la vida. 

—Sal de aquí, ahora —dijo Shiro—. Sellaré toda la magia que pueda. —Utilizando su propia vida, Shiro pensó que al menos podría limitar el radio de explosión sin necesidad de utilizar ninguna fórmula. No, pensó con determinación. Tengo que hacer esto. 

—Sellar, ¿y luego qué…? No me digas que te vas a explotar. —Herscherik quería desesperadamente que Shiro lo negara. 

No lo hizo. Shiro sonrió en silencio, la primera vez que Herscherik lo veía mostrar esa expresión. Una sonrisa divina como la de la diosa de la belleza, pero de alguna manera trágicamente frágil. 

Herscherik se perdió en esa belleza por un momento antes de volver a centrarse en el presente. 

—No dejaré que lo hagas… ¡Nunca! —gritó. 

¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo hacer?

Una cosa que no iba a hacer era rendirse. Herscherik no iba a aceptar ningún sacrificio como una conclusión inevitable. Así se lo había declarado a Hoenir. Estrujando su cerebro para recordar lo que Hoenir y Shiro habían dicho, junto con sus propios y escasos conocimientos de magia, adivinó que el Círculo Mágico se utilizaba para reunir la Magia Flotante y verterla en Shiro, lo que acabaría transformándolo en un Djinn. Si esa magia no entra en Shiro, entonces… 

Una bombilla se encendió dentro de su cabeza. Herscherik sacó el reloj de bolsillo de plata, una antigua reliquia imbuida de poderes tan extraordinarios como los de Shiro. Herscherik pensó que el reloj podría robar parte de la abrumadora magia concentrada en Shiro. Era una apuesta. Herscherik no sabía si funcionaría, o si su cuerpo sin magia podría resistir algo así. Pero era la única oportunidad que tenía para salvar a Shiro. 

—Jeanne… Tienes que correr. —Era una táctica peligrosa, así que Herscherik quería al menos sacar a Jeanne de ahí.

Jeanne, sin embargo, negó con la cabeza. 

—No, príncipe Herscherik. Siempre permaneceré a tu lado. —Jeanne sonrió con dulzura.

—Gracias… —Herscherik no encontró nada más que decir. Sujetó con fuerza su reloj de bolsillo—. Te salvaré, Shiro, te lo prometo. No te rindas. 

Y con eso, Herscherik entró en el Círculo Mágico. Pudo hacerlo, ya que la barrera había sido destruida, pero algo que parecía electricidad estática le picó la piel al hacerlo, haciéndole estremecerse. Aun así, Herscherik se acercó a Shiro paso a paso. A medida que se acercaba al centro del Círculo donde estaba Shiro, el dolor se intensificó. Apretó los dientes para soportarlo mientras las gotas de sudor corrían por su cara y goteaban en la herida de su mejilla, provocando un fuerte escozor. 

—Para… —Murmuró Shiro, pero Herscherik le ignoró mientras avanzaba—. ¡Para, por favor! —imploró Shiro, viendo que Herscherik se acercaba mientras su rostro se retorcía de dolor—. ¡No tienes que sufrir así! 

—¡Cállate! —le gritó Herscherik, y luego esbozó una sonrisa para tranquilizar a Shiro—. Soy egoísta, sabes. No voy a renunciar a nadie. —Un torbellino surgió de donde estaba Shiro cuando la luz se refractó y magnificó. Preparándose para no salir volando por los aires, Herscherik dio otro paso adelante—. ¡Así que…! —Y otro más—. ¡Confía en mí, Shiro! 

Finalmente, Herscherik se situó a un brazo de distancia de Shiro. Extendió su mano con el reloj de bolsillo de plata agarrado en ella. Por favor, reloj de bolsillo…

¡Klaus! Como si respondiera a la silenciosa súplica de Herscherik, el reloj brilló más que nunca. Al hacerlo, pudo sentir que la magia fluía hacia él, y no la minúscula cantidad de magia que el reloj le otorgaba normalmente. El torrente de magia hizo que su visión nadara. Cuando Herscherik se tambaleó, mareado, sintió que alguien lo sostenía. 

—Manténgase fuerte, Príncipe Herscherik. 

—Jeanne… —Herscherik inclinó la cabeza hacia atrás para verla, abrazándolo por detrás. Jeanne parecía débil, pero su rostro aún mostraba una sonrisa. Rodeó con su mano la de Herscherik, de modo que ambos se aferraron juntos al reloj de bolsillo—. Gracias, Jeanne. —Herscherik apretó el reloj. Una magia abrumadora se apoderó de él, amenazando con borrar su conciencia, pero Herscherik se mantuvo firme. No me rendiré. 

El Círculo Mágico brilló en una silenciosa explosión de luz. 

Un mundo de nieve se extendió ante sus ojos. Salió de su casa, con Hoenir llevándolo de la mano. Luego, se dio la vuelta para mirar al hombre y a la mujer que los veían salir. 

—Lo siento. Lo siento… —gritó la mujer, y se derrumbó. El hombre la abrazó. Los rostros de ambos estaban difuminados como por nubes de niebla. 

Oh. Así es. Shiro recordaba ahora. Era un recuerdo que había estado reprimiendo hasta ahora. Sus padres, al fin y al cabo, sólo eran humanos, no lo suficientemente fuertes como para soportar la malicia de los que le rodeaban. Se desquitaron con su hijo para protegerse. Seguía siendo inexcusable, ya que habían abandonado su deber de proteger y criar a su hijo, pero… Shiro también reconocía que, de haber permanecido en ese entorno, ninguno de ellos habría salido adelante. Al final, Shiro creyó que sus padres realmente habían sentido algo más que odio por él, en el fondo.

Cuando Shiro abrió los ojos, vio que el príncipe de pelo rubio y ojos verdes lo miraba con preocupación. 

—¿Se encuentra bien, señor Shiro? ¿Me reconoce?

—Herscherik… —respondió. 

Herscherik sonrió aliviado. 

—Y gracias, Jeanne. —Comenzó a ayudar a Shiro a sentarse—. ¿Cómo está tu mano?

—Está bien, príncipe Herscherik —le tranquilizó ella mientras se sentaba en el suelo. 

Cuando los tres se tomaron un momento para recuperar el aliento, la puerta se abrió de golpe. 

—¿Estás herido, Hersche? —Oran, empapado de sangre de la cabeza a los pies, entró furioso con Kuro apoyado en su hombro. Cuando vio que Herscherik, así como los otros dos, estaban a salvo y que el resto de la sala estaba incapacitado, suspiró aliviado. 

—¿Están ustedes dos… heridos? —preguntó Herscherik. 

El Oran empapado de sangre y el Kuro aletargado no inspiraban confianza. 

Oran sonrió a su vez. 

—¿Hm? No estoy herido, pero al perro le cuesta moverse. Ha sido envenenado. Pensé en traértelo aquí.

A pesar de su espantoso aspecto empapado en la sangre de sus enemigos, Oran había derrotado a los templarios sin un rasguño. Kuro, aunque no corría peligro de muerte, había provocado que el veneno recorriera rápidamente su cuerpo al moverse de forma demasiado activa durante el combate. El antídoto que había tomado de uno de sus oponentes tardó en hacer efecto, por lo que tuvo que apoyarse en el hombro de Oran por el momento.

Mientras Oran acomodaba a Kuro, éste chasqueó la lengua. 

—Esto es humillante…

—¿Por qué pareces tan enfadado conmigo? —dijo Oran, mientras Kuro apretaba su brazo alrededor del cuello de Oran—. ¡No intentes asfixiarme! 

Herscherik se sintió aliviado al escuchar sus habituales bromas. Todos están bien… ¿Cuánto tiempo tenemos hasta que aparezca Mark? Herscherik comprobó en su reloj que aún quedaba algo de tiempo hasta el momento en que estaba previsto que llegaran los guardias reales, encabezados por sus hermanos. En cuanto estén aquí, tenemos que guardar todas las pruebas que podamos… Tiene que haber algo que relacione esto con el ministro. Si salía a la luz que estaba vinculado a una facción revolucionaria (o más exactamente, terrorista) de la Iglesia, Herscherik no veía ninguna manera de que el ministro se librará de ello. Si tenían suerte, incluso podrían procesar al ministro por todas sus fechorías después de esto.

—¡Hersche! —gritó Oran. 

Sus pensamientos fueron interrumpidos y Herscherik levantó la vista. Ahí estaba uno de los clérigos que había sido noqueado, cargando ahora contra Herscherik con una reluciente espada en la mano. El hombre cargaba tan rápido que Herscherik no podía creer que hubiera estado inconsciente hace un momento.

Oran dejó caer a Kuro en el lugar donde se encontraba y corrió hacia adelante. Kuro sacó una de sus armas ocultas, pero dudó en lanzarla mientras su mano aún temblaba por el veneno. Después de todo, Herscherik se interponía entre él y el clérigo. Shiro tampoco podía usar la magia y le costaba incluso moverse. El clérigo había elegido su momento para atacar cuando todos tenían la guardia baja.

Herscherik reconoció al hombre como el que había golpeado antes a Jeanne. Oyó que Oran se abalanzaba sobre él por la espalda, pero Herscherik pudo ver claramente que el clérigo lo alcanzaría primero. 

Entonces, un destello de cobre entró en su campo de visión. ¿Qué? 

—¡Apártate! —La voz del hombre resonó, pero Herscherik no pudo verlo por el largo pelo cobrizo que se había interpuesto entre él y su agresor. Siguió el sonido del impacto, y la cascada de pelo tembló—. ¡Suéltalo!, —gritó el hombre, antes de que se oyera otro impacto. Luego otro. 

Aun así, el velo de cobre permanecía. Herscherik vio cómo Oran pasaba corriendo junto a él y sacaba su espada. El clérigo gimió, pero a Herscherik no le interesaba su destino. El pelo de cobre se tambaleó, y luego cayó al suelo.

—¿Jeanne? —llamó Herscherik. Ella permaneció inmóvil—. ¡Jeanne! —Se apresuró a colocarla de espaldas. Su estómago se hundió cuando vio su ropa empapada de sangre desde el pecho hasta el estómago. 

—¡Déjame ver, Hersche! —Oran se apresuró a acercarse, y la visión del estado actual de Jeanne le dejó sin palabras.

Eso hizo que Herscherik se temiera lo peor. 

—Jeanne se pondrá bien, ¡¿verdad, Oran?! —gritó, poniendo las manos sobre una de sus heridas para frenar la hemorragia. Recordó que en los dramas médicos siempre se hacía presión sobre la herida para detener la hemorragia. Hiciera lo que hiciera, los cálidos torrentes de sangre seguían fluyendo, manchando sus manos de color carmesí. 

Kuro arrancó un trozo de la túnica de un clérigo cercano y se la lanzó a Oran. Oran vendó las heridas de Jeanne con ella, pero la hemorragia no se detuvo. El charco rojo en el suelo no hacía más que crecer. Era evidente para todos que Jeanne no sobreviviría, excepto para Herscherik, quien seguía presionando desesperadamente sus pequeñas manos sobre sus heridas. 

—Hersche… 

—La hemorragia no se detiene, Kuro. ¿Cómo puedo hacer que se detenga? —suplicó Herscherik, porque no quería que Kuro terminara esa frase. Nadie podía darle la respuesta que quería… 

Hasta que un susurro diabólico le llegó al oído. 

—Puede que sea capaz de mantenerla con vida. —Hoenir se había puesto en pie, apoyándose en la pared y mirando a Herscherik con una suave sonrisa—. Con mi magia curativa… bueno, incluso con mi magia curativa, le daría un cincuenta por ciento de posibilidades. Y nadie en este país maneja una magia curativa más poderosa que la mía. Un simple médico no tendría ninguna posibilidad, incluso si tuviera tiempo de encontrar uno. 

—¿Tú planeaste esto…? —murmuró Herscherik. 

Hoenir negó con la cabeza. 

—No. Ahora que la trascendencia de Noel ha fracasado, su muerte no me beneficiaría. Parece que ese hombre era leal a algo más que la Iglesia, después de todo. No es que me importara. Ese hecho no tenía relación con mi plan.

Sólo había otra persona de la que el clérigo podía estar hablando. 

—¡Barbosse…! —murmuró Herscherik. ¿Quién más podría haber sido, teniendo en cuenta todo esto? 

—Ahora, príncipe Herscherik. Si quieres salvar a la chica, debes aceptar mis condiciones. 

—¿Cuál es tu precio? —preguntó Herscherik con el ceño fruncido, pues ya sabía la respuesta. 

Hoenir sonrió con satisfacción. 

—Su eterna lealtad hacia mí, Su Alteza.

Herscherik negó con la cabeza ante el término esperado. Si aceptaba, Hoenir nunca aflojaría su control sobre él. Tampoco tenía sentido mentirle. Herscherik sabía que, si aceptaba, acabaría siendo la marioneta de aquel hombre. 

Hoenir dejó escapar una risa divertida. 

—Creía que despreciabas los sacrificios, Alteza. Ella se sacrificó por ti. 

—Yo… —Herscherik lo sabía. Por muy idealista que parezca, no quería perder a nadie por el bien de su causa. Pero ahora, Jeanne había caído para protegerlo, y su vida estaba a punto de desvanecerse. 

—Si estás de acuerdo, salvarás su vida. ¿Qué dice usted, Su Alteza? —Herscherik sintió que su cuerpo pesaba más por segundos. Le pareció oír a Oran y a Kuro, pero sus voces parecían muy lejanas. 

—¡Despierta! —gritó Shiro, y el dolor se disparó en la cara de Herscherik—. ¡Caballero! Deja de quedarte como un tonto y haz callar a ese hombre. 

Después de un rato, Herscherik se dio cuenta de que Shiro le había dado una bofetada en la cara. 

—¿Señor Shiro…? —Llamó, sorprendido. 

—Un hechizo de ataque mental. Uno sutil que no necesita una fórmula, pero muy efectivo contra alguien sin magia. Especialmente en su estado mental actual. 

Herscherik miró para ver a Oran arrastrar a Hoenir al suelo y poner la punta de su espada contra el cuello del arzobispo. 

—Ese es mi Noel. 

—¡No me llames así! —escupió Shiro. 

—Pero Jeanne va a… —Incapaz de tomar una decisión, Herscherik observó cómo Oran ataba a Hoenir con una cuerda que Kuro había sacado. No podía aceptar las condiciones de Hoenir, pero eso significaba una sentencia de muerte para Jeanne. 

¿Qué debía hacer…? 

—Príncipe Herscherik… —Una voz tranquila le llegó. Un par de manos temblorosas que perdían rápidamente su calor sostenían las de Herscherik, manchadas de rojo por sus desesperados intentos de evitar que ella se desangrara. 

—Jeanne… —Herscherik sostuvo sus manos entre las suyas y la miró a los ojos. 

Jeanne lo miró y el alivio inundó su rostro.

—Por favor, no te preocupes por mi bien… Es hora de que coseche lo que he sembrado. —Jeanne recordó cómo había destruido tantas vidas, incluso asesinando a personas inocentes. Nunca esperó escapar de su pasado. Había cometido demasiados pecados para eso. Esto es exactamente lo que merezco… 

—¡Pero…! —Herscherik apretó con fuerza sus manos. La frialdad de las mismas significaba el poco tiempo que le quedaba—. ¡Pero…! —No pudo decir el resto en voz alta. Si lo hacía, su determinación se desmoronaría. 

Jeanne puso una mano en la mejilla de Herscherik, inclinando su rostro hacia arriba, y se obligó a sonreír. 

—No debes mentirte a ti mismo. —Herscherik le había dicho una vez lo mismo. 

Con una tos, la sangre salió de su boca. La vida se le escapaba a cada segundo. Jeanne soltó la mejilla de Herscherik y se quitó el pendiente. 

—Por favor, toma esto… Príncipe Herscherik. —Le entregó su pendiente con forma de cilindro enrollado en un círculo. La joya de metal compartía su color con el pelo de Jeanne, y llevaba inscritas unas detalladas runas. 

»Príncipe Herscherik, esto le ayudará en su… —Su voz se debilitó. Ya no sentía dolor, como si su cerebro rechazara cualquier señal de él. Empezó a sentir frío, excepto en la mano que Herscherik seguía agarrando con fuerza. La fuente de ese calor, sin embargo, había torcido el rostro con el esfuerzo de contener las lágrimas—. No llores, príncipe Herscherik…

—Yo… no… —Es cierto que Herscherik no estaba llorando, exactamente, pero sentía que lo aplastaban lentamente. Habría sido mucho más fácil para él si pudiera simplemente ahogarse en sus lágrimas y mostrar sus emociones. Pero su corazón parecía congelado, dejándolo incapaz de expresar nada. 

—Siempre… estaré a tu lado… —Jeanne pronunció el único deseo que se había atrevido a tener para sí misma. 

—Jeanne… —El agarre de Herscherik se estrechó alrededor de sus manos. 

—Me alegré tanto de que te gustara mi canción, príncipe Herscherik… —Jeanne podía sentir que su propia vida estaba a punto de desaparecer. Su mundo empezó a oscurecerse, como si alguien hubiera empezado a apagar las luces—. Me encanta cómo tu sonrisa… es como un rayo de sol… —Lo último que Jeanne vería en este mundo era la cara de Herscherik—. Por favor, cuida… de Vivi… —Sus manos soltaron las del príncipe, y la luz de la vida parpadeó en los ojos de Jeanne. 

Tras contener a Hoenir, Oran regresó a cerrar sus párpados. Ahora parecía que sólo dormía. Herscherik sintió que una parte antes cálida de su corazón se congelaba: una emoción que había permanecido en su interior desde que Jeanne le confesó sus sentimientos se desmoronaba ahora en la nada. No… Eso no es todo, Jeanne. 

Es cierto que nunca pudo jurar lealtad a Hoenir, pero su deseo de no perder a Jeanne era igual de real. Eso es lo mucho que ella había significado para él. Ah, es cierto. Herscherik se dio cuenta de algo por primera vez, Ella fue mi… primer…

Sin embargo, ahora que se había dado cuenta, no había nada que pudiera hacer para traerla de vuelta. 

Con su mano izquierda aún sosteniendo la de Jeanne, Herscherik estiró la derecha para acariciar su pelo pulido y cobrizo. Le encantaba lo sedoso que se sentía contra sus dedos. La primera vez que le tocó el pelo así fue cuando ella lloró en sus brazos como una niña pequeña. Había querido protegerla. Herscherik aún recordaba con claridad la primera sonrisa genuina que ella le había mostrado, justo después de llorar tanto.

Nunca volvería a verla sonreír. 

—Jeanne… —Herscherik llamó, una última vez. 

Permaneció donde estaba sin decir una palabra, sólo acariciando tiernamente el cabello de Jeanne hasta que los guardias reales cargaron. 

Tras verla pasar, la Bruja Eterna desechó el espejo que flotaba en el aire con un movimiento de mano. En cuanto pudo confirmar que ya no la saboteaban, había sacado el espejo para observar el avance del príncipe, pero ya era demasiado tarde para que pudiera hacer algo al respecto. 

El destino puede ser ilimitadamente cruel… La bruja había previsto originalmente algunas posibilidades. Una de ellas era un futuro en el que Herscherik fuera asesinado por Hoenir, Shiro se convirtiera en un Djinn, y el mundo fuera destrozado por la guerra. Otra era que el Círculo Mágico se descontrolara y acabara con la catedral y todos los que estuvieran cerca. Esto fue evitado por el propio Herscherik. 

Entonces, el destino le presentó dos caminos. Herscherik podría haber sido asesinado, o Jeanne podría haberlo protegido con su vida. Sin embargo, la que finalmente tomó la decisión fue Jeanne. 

—Ella eligió su destino… Por el chico que amaba. 

Un momento de vacilación habría resultado en la muerte de Herscherik. Jeanne no tuvo reservas en elegir la vida de Herscherik sobre la suya propia. Y así, Herscherik sobrevivió y Jeanne no. 

—Será mejor que investigue eso… —La Bruja Eterna suspiró.

Su expresión no fue escuchada por nadie, y se disipó en el aire mientras la propia Bruja desaparecía de la vista.


Shisai
Ver y no poder hacer nada, que impotencia. Me gustaba Jeanne.

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