Herscherik – Vol. 3 – Capítulo 12: El funeral, la voz y el compromiso

Traducido por Shisai

Editado por Sakuya


Las campanas de la iglesia tocaron, anunciando la partida del alma del difunto. Vestidos completamente de negro, Herscherik y sus hombres salieron de la iglesia después del servicio y se quedaron mirando la campana.

La melancólica brisa agitaba el cabello dorado de Herscherik, y el pendiente de color cobre asomaba entre las hebras, brillando a la luz del sol. La daga había dejado una vívida cicatriz en su mejilla. La Santa Iglesia que adoraba al dios creador se encargaba de despedir las almas de los difuntos y celebraba funerales para cualquiera, independientemente de su fe. Herscherik no sabía cómo sentirse ante el hecho de que la misma Iglesia que había matado a Jeanne estuviera despidiendo su alma al otro mundo. 

Había pasado una semana desde el incidente en la Catedral. La historia oficial era que la facción extremista de la Santa Iglesia había planeado un golpe, pero había sido frustrado por Herscherik y sus amigos. Todos los miembros de la Iglesia implicados en el incidente habían sido dejados al juicio de la propia Iglesia, ya que estaban protegidos de las leyes de las naciones individuales. Hubo algunos dentro de Greysis que se opusieron a esta decisión, pero decidieron respetar a la Iglesia y su juicio. Dado que la Iglesia prohibía la ejecución de cualquier miembro de su clero, la sentencia prevista era la cadena perpetua. 

Hoy se celebraba el funeral de una mujer que se había convertido en una víctima del intento de golpe de estado. 

—¿Cómo te sientes hoy? —Kuro echó un abrigo negro sobre los hombros de Herscherik. La primavera estaba cerca, pero el aire frío aún se sentía. 

—Estoy bien. —Herscherik le dedicó una sonrisa. 

—Has estado fuera un rato. No te esfuerces, —dijo Oran con preocupación. Herscherik se rio de sus hombres, más sobreprotectores que de costumbre. 

—Hace tres días que ni siquiera tengo fiebre. 

Era natural que se preocuparan por Herscherik, quien llevaba tres días postrado en la cama después del incidente, tal vez por haber asimilado toda esa magia. Sin embargo, después de esos días pasados en la cama, ahora estaba tan sano como antes. Resulta que toda esa magia se le había escapado como el aire de un globo abierto.

—Príncipe Herscherik —dijo una voz detrás de él—. Gracias por agraciarnos con su presencia hoy. 

Herscherik se dio la vuelta para encontrar a Volf Barbosse con una profunda reverencia. Él también iba vestido de negro con una expresión de dolor en el rostro, interpretando el papel del padre angustiado cuya hija se había visto trágicamente envuelta en este terrible incidente. Sabiendo que todo era una fachada, Herscherik sólo sintió asco. 

Sin embargo, mantuvo sus emociones ocultas mientras respondía con una expresión de dolor propia. 

—No hay palabras que puedan expresar mi pesar por no haber protegido a su hija. 

Barbosse negó con la cabeza. 

—La valentía de Su Alteza protegió a nuestra nación. Qué más podría desear, como servidor real del reino… Por favor, perdona a un padre afligido por el momento. —Barbosse miró al suelo. Cualquiera que no conociera las sutilezas ocultas de la situación se habría dejado engañar por la actuación. 

Una ráfaga de viento pasó entre ellos. 

—No te alimentarás de este país durante mucho tiempo, zorro decrépito —espetó Herscherik en voz baja. 

Los hombros de Barbosse se crisparon. 

—¿Perdón…? 

—No he dicho nada, —sonrió Herscherik con la suficiente inocencia como para que Barbosse no pudiera seguir con el tema—. Debo irme. Por favor, dele recuerdos a mi prometida. —Herscherik giró sobre sus talones, seguido por sus hombres a su servicio—. Le arrancaré esa estúpida máscara de la cara —murmuró Herscherik, lo suficientemente alto como para que sus hombres lo oyeran. Su sonrisa había desaparecido por completo. 

Al ver partir al príncipe, Barbosse gruñó internamente. Estuve así de cerca de encargarme de ese príncipe… Cuando se había enfrentado al príncipe por primera vez, este tenía sólo tres años, Barbosse tuvo la extraña sensación de que el príncipe no era un niño pequeño. Después del incidente del tráfico de drogas, su facción había sufrido: había desertores que habían desaparecido sin dar muchas explicaciones. También había otros que ahora simplemente se negaban a cooperar con él aunque permanecieran en la capital. Sólo había descubierto que el joven príncipe había sido el causante a través de un chivatazo de la Iglesia.

Tras la investigación, vio a ese mismo príncipe en las sombras de todos los incidentes que lo aquejaban. Por eso Barbosse había tramado llevar al príncipe al redil o deshacerse de él por completo. Si Herscherik no se casaba con Violetta y se convertía en una de sus piezas en el tablero, había planeado simplemente eliminarlo. 

Esa chica no fue más que una carga hasta el final. Ni siquiera Barbosse, quien gobernaba el reino desde las sombras, podía asesinar impunemente a la realeza. La mejor solución para él habría sido asesinar al príncipe durante el reciente caos y culpar a quienes organizaron el golpe. Sin embargo, el intento de asesinato fue frustrado por la propia Jeanne, quien protegía al príncipe. 

A pesar de que el príncipe se comprometería formalmente con Violetta, las preocupaciones de Barbosse continuaban. Temía que el riesgo de dejar al príncipe con vida pudiera ser mayor que el de eliminarlo ahora. Y si lo sabe… Barbosse chasqueó la lengua en silencio al ver que el principito se marchaba con sus hombres. El último acontecimiento no le había sentado nada bien. 

Una ráfaga de viento volvió a soplar, levantando una mancha de polvo. Barbosse se protegió la cara de la fuerte brisa primaveral. Entonces, vislumbró al príncipe entre sus dedos. El pequeño llevaba cuatro figuras a cuestas. Mientras el mayordomo de pelo negro y el caballero de pelo crepuscular seguían ahí, un hombre de porte noble con el pelo color mostaza y una dama con el pelo como el cobre pulido caminaban con ellos.

Barbosse se frotó los ojos y volvió a mirar al príncipe y a su grupo, pero sólo vio tres figuras. 

♦ ♦ ♦

La habitación no estaba iluminada más que por haces de luz solar, o tal vez de luna, que se filtraban por las grietas de las paredes de piedra. Hoenir estaba ahora prisionero en esta celda gobernada por la oscuridad, con los brazos sujetos con bandas mágicas anuladoras y un hechizo con el mismo efecto lanzado sobre la habitación. 

—Nunca esperé fallar realmente… —murmuró Hoenir, sentándose en el suelo. Habiendo perdido su título de arzobispo, sólo pudo reírse. Pero entonces, se detuvo—. Pero, ¿cómo detuvo el chico el ritual? 

El Ritual de la Trascendencia, una vez activado, continuaba hasta su finalización. Si no tenía éxito, estaba programado para sobrecargarse, convirtiendo todos los alrededores en escombros, incluyendo todas las pruebas disponibles de sus crímenes. En cuanto el lanzador desapareciera, todos los presentes en la catedral debían morir. 

Sin embargo, no había habido ningún Djinn ni ninguna explosión. ¿Acaso Noel lo controló de alguna manera? se preguntó Hoenir, pero recapacitó. Noel no sólo no se convirtió en Djinn, sino que además construyó un hechizo que destruyó la barrera y neutralizó a todos los presentes en un instante. Hoenir esperaba que ese hechizo hubiera agotado a Noel lo suficiente como para impedirle lanzar nada más. 

Entonces, ¿quién podría haber sido? Dejando de lado a su preciada marioneta, había otras dos personas importantes en la sala, y Hoenir sabía que la hija del noble no tenía conocimientos de magia. 

—¿Podría haber sido…? 

El príncipe más joven, con su pelo rubio y sus ojos esmeralda, le vino inmediatamente a la mente. Sin embargo, Noel le había dicho que el príncipe carecía de cualquier tipo de Magia Interior. 

—Ya veo, el príncipe… ¡Ah-hah! Eso lo explica todo. 

La falta de poder de la magia no garantizaba que el príncipe fuera inexperto en el lanzamiento de la magia. 

Hoenir sabía muy bien que el poder de ingerir y convertir la Magia Flotante como si fuera propia no era exclusivo del muñeco que había manipulado tan cuidadosamente. Ese poder había pertenecido alguna vez a quienes vivían en la Era Antigua; al menos, eso es lo que le habían dicho a Hoenir. Ahora se daba cuenta de que el príncipe poseía de alguna manera ese mismo poder antiguo, y era un recipiente lo suficientemente grande como para soportar la abundancia de magia en esa habitación, sin necesidad de usar drogas.

Hoenir se estremeció de éxtasis. El tesoro al que había renunciado tan recientemente volvía a colgar ante él. 

Entonces, se sacudió como si le hubiera caído un rayo. Cayó a cuatro patas, gritando: —¡Maestro! ¡Oh, gran maestro! Perdóname. —Si alguien hubiera presenciado tal comportamiento, habría concluido que el antiguo arzobispo se había vuelto finalmente loco. 

Hoenir levantó la vista del suelo, inclinándose una y otra vez mientras miraba al espacio vacío. 

—No tengo palabras para excusar mi miserable exhibición de… Después de todo el conocimiento que nos has concedido… —Hoenir suplicó en señal de disculpa. Escuchó una voz que nadie más podía oír por un momento antes de que su expresión se iluminara de felicidad—. No merezco vuestra amabilidad. Estoy abrumado por el honor que me has concedido… ¡Pero he encontrado un recipiente sagrado para Su Magnificencia! No uno falso, sino una verdadera Eucaristía. 

Hoenir se estremeció de alegría, como si hubiera alcanzado la salvación en ese mismo momento. 

—Sí… Sí… —Escuchó, con expresión eufórica, asintiendo una y otra vez—. Lo entiendo. Entonces, esperaremos… hasta que se consagre la Eucaristía. Sí, Maestro… San Ferris. —La voz de Hoenir resonó en la ominosa oscuridad. 

♦ ♦ ♦

Violetta comprobó su aspecto en el espejo de cuerpo entero preparado para ella. Su vestido amarillo claro, encargado especialmente para que hiciera juego con el pelo de su prometido, estaba espolvoreado con innumerables gemas, acompañadas de un collar de jade y unos pendientes que hacían juego con sus ojos. Todos ellos brillaban a la luz de la habitación con sutil excelencia. Su peinado y maquillaje fueron supervisados por los mejores artistas de la capital, completando su sublime aspecto. 

Ese día se celebraría la fiesta del séptimo cumpleaños de Herscherik, en la que se haría oficial su compromiso con Violetta. Violetta no había salido de casa desde el funeral de su hermana, donde había intercambiado unas palabras con Herscherik. Desde entonces no lo había vuelto a ver.

Recordó cómo Herscherik había venido a contarle la muerte de Jeanne. —¡Deja de mentirme! —le había reprochado. Lloró en sus brazos, golpeando con el puño su pecho. Aunque se dio cuenta de la herida en la mejilla de Herscherik y comprendió lo peligroso que había sido para él, no podía aceptar el hecho de que no podría volver a ver a Jeanne, y se había empeñado en culpar a Herscherik por ello. No importaba cuántas palabras crueles dijera Violetta o cuántas veces golpeara al príncipe, ni él ni sus hombres la detuvieron. De hecho, Herscherik la había sujetado hasta que se calmó.

Cuando el llanto de Violetta se calmó, Herscherik la miró a los ojos y le susurró: —Te protegeré con mi vida. 

Esas palabras habrían enviado a Violetta a la luna, si no fuera por la muerte de su hermana. Pero lo que impactó a Violetta más que esas palabras fue la expresión de Herscherik al decirlas. Herscherik no estaba llorando, pero parecía más apenado de lo que ella podía imaginar. Su rostro hizo que a Violetta se le apretara el pecho. 

—Siento haberte hecho esperar, Violetta. —La voz la devolvió al tiempo presente. Herscherik, vestido más principesco que de costumbre, le sonreía. 

Violetta se sintió aliviada al ver que la cicatriz en la mejilla de Herscherik se había desvanecido, y le hizo una reverencia de dama -manteniendo la espalda recta tal y como Jeanne le había enseñado. 

—Tu vestido es precioso. 

Violetta sonrió ante el inusual cumplido, diferente de su repertorio habitual. Le hizo feliz que él aún pareciera complacido de verla después de que lo tratara tan mal. 

—¿Oh? ¿Es lo único bonito que ves? 

—¡No, claro que no! —se apresuró a negar Herscherik, y Violetta dejó escapar una risa por primera vez en mucho tiempo. 

—Príncipe Hersche, —llamó su mayordomo—. Es la hora. 

Herscherik asintió, y le tendió la mano para acompañar a Violetta al baile.

—¿Vamos, princesa? —preguntó, y Violetta le tomó la mano. 

Una elegante melodía sonó, mientras una pareja (demasiado joven para ser descrita como amantes) bailaba en el centro del salón de baile. Uno era el Séptimo Príncipe Herscherik, quien acababa de cumplir siete años y ya había evitado un golpe de estado desde dentro de la Iglesia con sólo él y sus dos hombres. Tanto los nobles como los plebeyos quedaron desconcertados por la noticia, hasta que la Iglesia emitió una declaración oficial de disculpa y la gente empezó a ver las similitudes entre Herscherik y el famoso Príncipe de la Luz. 

Además, la chica que bailaba con él no hacía más que aumentar la credibilidad de la historia. La chica era Violetta, hija del marqués Barbosse y su esposa. Su compromiso parecía significar la importancia que el ministro concedía al Séptimo Príncipe. El rumor que había circulado antes -que el ministro estaba presionando para que el Séptimo Príncipe sucediera en el trono- había vuelto a cobrar fuerza. 

—¿Estás segura, Violetta…? —preguntó Herscherik, mientras bailaban antes del anuncio oficial de su compromiso. 

Violetta giró con una sonrisa. 

—Sí, estoy decidida. 

—Pero… 

—Soy una chica ignorante y tonta, —interrumpió Violetta—. Pero, por muy ignorante que sea, no soy tan desvergonzada como para pretender que nunca he aprendido nada. 

Cuando estaba revisando las pertenencias de su hermana junto con los sirvientes de la mansión, Violetta había encontrado una carta dirigida a ella de Jeanne, metida en la pila de partituras que había escrito. La carta contenía detalles sobre el nacimiento de Jeanne, las siniestras acciones de su padre, la confesión de Jeanne de haber participado en ellas, así como sus sentimientos hacia Herscherik y su hermana. 

La carta había permitido a Violetta volver a sonreír a Herscherik. Herscherik cerró los ojos. 

—Eres fuerte, Violetta. Jeanne también lo era…

¿Había sido Ryoko alguna vez tan fuerte como cualquiera de ellos? Herscherik pensó en la época en que Ryoko estaba en segundo grado, y luego en el instituto, cuando se había dedicado a sus aficiones. No había soportado ninguna dificultad real y era egocéntrica. Nunca había pensado que esos días se acabarían. 

—No, príncipe Herscherik —continuó Violetta, poniéndose al ritmo de la música—, si no te hubiera conocido, nunca habría aprendido a pensar por mí misma. Estoy segura de que lo mismo ocurrió con mi hermana. 

—¿Crees que conocerme…? —¿Causó la muerte de Jeanne? Herscherik no se atrevió a preguntar. Todavía recordaba vívidamente cómo el cuerpo de Jeanne había perdido gradualmente su calor. No había sido capaz de separarse de ella, ni siquiera después de la llegada de sus hermanos. Mark se había visto obligado a trasladar a Herscherik a la fuerza. 

Durante tres noches después de ir a ver a Violetta, Herscherik tuvo la misma pesadilla en la que Jeanne moría, para despertarse en mitad de la noche con fiebre; tenía que recordarse a sí mismo lo que era real tocando el pendiente de Jeanne. 

—No, príncipe Herscherik —dijo Violetta con calma—. Mi hermana se alegró de haberle conocido. Yo también estoy feliz. —Sonaba sincera—. Príncipe Herscherik, ¿elegirías una vida sin libertad donde tuvieras todo lo que quisieras, o una vida ganada con tus propias decisiones?

—Una donde puedas tomar tus propias decisiones.

—¡Correcto! —contestó Violetta con una sonrisa desbordante al concluir la canción.

Herscherik condujo a Violetta hacia el individuo más venerado del Reino de Greysis. Sonrieron a los hermanos de Herscherik, todos los cuales les aplaudieron por el camino. Una vez que llegaron ante el rey, cada uno hizo una profunda reverencia y se inclinó. 

Soleil aplaudió su baile con una sonrisa. 

—Ha sido maravilloso, los dos.

—Gracias, padre —respondió Herscherik. 

Violetta mantuvo su postura en reverencia, ya que levantarse de una reverencia sin el permiso del rey iba en contra de la etiqueta real.

—Por favor, levante la cabeza, Lady Violetta. 

—Sí, Su Majestad. —Violetta levantó la cabeza, y se sorprendió por su primer encuentro cercano con la belleza del rey: su pelo platino que parecía luz de luna solidificada y los mismos ojos tranquilos de Herscherik. Más que nada, parecía demasiado joven para tener cuarenta años, especialmente cuando estaba vestido de punta en blanco para la ocasión. Realmente es el padre del príncipe Herscherik… 

—Violetta —interrumpió una voz tranquila con una risa—. Es de mala educación mirar fijamente a Su Majestad, sobre todo cuando Su Alteza está a tu lado. —A pesar de su tono bromista, el comentario de Volf Barbosse pareció aumentar la tensión en el salón de baile. Se inclinó ante el rey y Herscherik—. Un increíble honor tener a Su Alteza el Príncipe Herscherik comprometido con mi hija, Violetta.

—Me alegro mucho —respondió el rey—. Parece una joven inteligente. 

Violetta apretó su vestido. Cuando empezó a temblar por el nerviosismo, se reprendió en silencio. 

—Está bien, Violetta. Estoy aquí, —susurró Herscherik y sonrió. Eso detuvo el temblor de Violetta. 

Estoy bien, se dijo a sí misma. El príncipe Herscherik está aquí. Y también Jeanne… 

—Perdónenme por hablar en presencia de Su Majestad, —comenzó Violetta mientras inclinaba la cabeza. 

♦ ♦ ♦

Un carruaje esperaba en la entrada trasera del castillo al caer la noche, donde por lo demás no había señales de vida. 

—Déjame el resto a mí, Alteza, —contestó el marqués Roland Aldis, padre de Oran y antiguo general de Greysis. En el carruaje detrás de él esperaban los hermanos de Oran, ambos caballeros, y su esposa Ana estaba a su lado. Una muchacha con ropas sencillas dio la espalda a la familia Aldis y se inclinó. Era Violetta, hija del marqués Barbosse, quien había bailado con Herscherik en su baile de cumpleaños esa misma noche. Frente a ellos estaban Herscherik y sus hombres.

—Te escribiré, Violetta. Te espero. 

—Príncipe Herscherik. Ya no soy Violetta Barbosse. Sólo Vivi —dijo ella con orgullo. 

—Así es… Vivi. 

En el baile, Vivi había pedido al rey que rompiera su compromiso con Herscherik. Esto tomó al ministro por sorpresa, y había intentado todas las tácticas que se le ocurrieron, desde un suave codazo hasta la rabia total, pero Vivi se negó rotundamente a reconsiderarlo. 

Después de todo, el hecho de que una persona ajena a la realeza rompiera un compromiso real era motivo suficiente para que toda la familia fuera castigada por faltar al respeto a la familia real. Cuando Barbosse declaró finalmente que no era su hija y le ordenó que abandonara la mansión, Vivi respondió —¡Con mucho gusto! —con una brillante sonrisa. Herscherik recordaría durante mucho tiempo la expresión de estupefacción de Barbosse cada vez que necesitara una pequeña risa. 

El plan para romper el compromiso se había urdido en secreto mientras Vivi seguía llorando a su hermana. Se había negado a seguir adelante con el compromiso, lo que la dejaría todavía a las órdenes de su padre y sería una carga para Herscherik. Romper el compromiso en la misma ocasión en que debían anunciarlo era la forma más descarada en que Vivi podía desafiar a su padre en este asunto. 

Para ello, Vivi renunció a su título de hija de marqués e incluso al nombre de Violetta. Viviría en un orfanato dirigido por la familia Aldis. El orfanato, sin embargo, era más bien un internado privado, que proporcionaría a Vivi una vida cómoda y una educación adecuada, manteniéndola al mismo tiempo fuera del alcance de Barbosse. Todos los arreglos se habían hecho por carta, entregada en mano por Kuro y Oran llegando a la mansión Barbosse, a la que Vivi había respondido escribiendo en el reverso de esa misma carta. Ni siquiera Barbosse podía prever que la pareja, que se iba a comprometer, se disponía a romper su compromiso en público. 

—Debo confesar, príncipe Herscherik, —dijo Vivi con expresión seria, habiendo dejado de sonreír—. Una pequeña parte de mí sigue resentida por no haber salvado a Jeanne —Herscherik contuvo la respiración—. Pero, —continuó ella—, yo también sigo estando un poco resentida con Jeanne, por haberte robado la sonrisa durante tanto tiempo. —Herscherik levantó la vista hacia ella—. Por favor, sonríe, príncipe Herscherik. A Jeanne y a mí nos encanta tu sonrisa. Es como un cálido rayo de sol. Debes iluminar nuestra nación con ella. 

—Gracias, Vivi. —Herscherik sonrió. Aunque todavía era forzada, empezaba a recuperar su antigua sonrisa. 

Nada podía devolver las vidas perdidas. Por muy fantástico que fuera este mundo, había cosas que eran irreversibles. Herscherik sabía que volvería a perder a alguien en algún momento. Sin embargo, nunca se rendiría y aceptaría que no había nada que pudiera hacer al respecto. Aunque el dolor lo destrozara, lo llevaría todo consigo. Herscherik renovó su decisión de que era lo único que podía hacer. 

—Príncipe Herscherik, —llamó Vivi, mientras Herscherik sentía una cálida sensación en su mejilla, seguida del suave sonido de un beso. 

—¡Vivi! —Herscherik se sujetó la mejilla. Una vez que comprendió lo que Vivi había hecho, pudo sentir cómo sus mejillas se enrojecían.

Vivi sonrió con orgullo. 

—¡Te protegeré, príncipe Herscherik, cuando te vuelva a ver! —Vivi giró sobre sus talones y subió al carruaje. 

Roland se rio al ver que Herscherik se quedaba ahí de pie, y su esposa sonrió también. Los hermanos de Oran tomaron asiento en la parte delantera del carruaje, bromeando —¡Oh, ser joven de nuevo! —entre ellos. Cuando Herscherik salió de su parálisis, el carruaje ya se alejaba en la distancia.

—¿Hersche?

—¿Hola?

Sus hombres a su servicio le miraron a la cara. Herscherik, con la cara visiblemente roja, incluso en la oscuridad, miró a sus hombres de un lado a otro. 

—Creo que nunca tendré una oportunidad contra las chicas… —murmuró, a pesar de haber sido una mujer en su vida anterior. 

Sus hombres bromearon: —¿Ahora te das cuenta? —como respuesta. 

Más tarde, Violetta Barbosse ganaría una beca para ingresar en la academia. Demostraría ser una excelente estudiante y más tarde una talentosa y devota funcionaria del gobierno que trabajaba en el castillo.


Shisai
Entonces, Hoenir se comunica con San Ferris o eso cree él y Vivi eligió liberarse de las garras de su padre. Me alegro por ella.

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