Herscherik – Vol. 3 – Capítulo 6: El príncipe, la cita y el propósito de la vida

Traducido por Shisai

Editado por Sakuya


Este día en particular, después de que la nieve se derritiera y el sol brillará para despedir el invierno, fue un día encantador para Violetta. Habían pasado dos meses desde su primer encuentro con Herscherik. Cada encuentro con el príncipe había sido maravilloso: fiestas de té, prácticas de baile, escuchar las composiciones de su hermana… y cada vez que los gentiles ojos verdes de Herscherik se encontraban con los suyos, el corazón de Violetta se aceleraba.

En cada encuentro, había encontrado algo nuevo que le gustaba de Herscherik: su amabilidad, su ética de trabajo, sus conocimientos, su comportamiento amistoso, su madurez, su sorprendente terquedad… Cuando le preguntó si podía llamarle por su nombre de pila, su vergonzoso “sí” la hizo sentir positivamente encantada. Cuando accedió a hablarle con más franqueza, casi bailó de alegría en el acto. Siempre temía sus despedidas y contaba los días para su próximo encuentro. Violetta aún no sabía cómo llamar a este sentimiento. Lo único que sabía era que su corazón se calentaba y una sonrisa aparecía en su rostro cada vez que pensaba en él. 

—¡Príncipe Herscherik! —Hizo una reverencia como una auténtica dama a Herscherik en cuanto éste apareció por la puerta, agitando la falda. Había pasado toda la mañana eligiendo su vestido. Por supuesto, había pedido a su hermana que la maquillara y la peinara. Su hermana hizo una reverencia a su lado, y Violetta no pudo evitar sentirse orgullosa del refinado gesto de su hermana mayor. 

—Hola, Violetta. Señorita Jeanne. Siento haber llegado tarde, —dijo Herscherik en forma de disculpa genuina. 

—Nos dijeron que Su Alteza se retrasaría por sus estudios. Por favor, no se disculpe por nosotros. Simplemente estábamos disfrutando de nuestro té. 

Herscherik negó con la cabeza. 

—Una promesa es una promesa. Estudiar no es motivo para faltar a mi palabra. —Con otra disculpa, instó a las hermanas a tomar asiento y se unió a ellas.

Kuro preparó inmediatamente una taza de té para su maestro, que Herscherik tomó. Violetta no pudo evitar quedarse mirando sus elegantes gestos.

Herscherik dejó su taza y le dedicó a Violetta una brillante sonrisa. 

—Estás muy guapa como siempre, Violetta. 

—Gracias… —respondió ella con un rubor. A Violetta le habían dicho que los hombres tendían a no notar cuando una mujer cambiaba algo de sí misma, pero Herscherik parecía ser una excepción. 

Además de su atuendo, a menudo halagaba aspectos más específicos de su apariencia, como la forma en que se peinaba, el color de su lápiz labial o sus joyas. A Violetta le daba un vuelco el corazón cada vez que pensaba en cómo Herscherik la había observado con tanto detalle. 

La verdad era que Herscherik, como mujer que era, se daba cuenta de esos pequeños cambios y simplemente daba su sincera opinión. 

Como para disimular sus mejillas enrojecidas, Violetta sacó una bolsa de la cesta que había traído y se la entregó a Herscherik. 

—Príncipe Herscherik, hoy he hecho unas galletas. 

—¿Me has vuelto a hacer dulces? Gracias, Violetta. ¿Te importa si me las como ahora? En realidad, no he almorzado…

—¡Claro que no!

Había sacado las galletas más bonitas del lote ligeramente quemado que había horneado ella sola… con la ayuda de su hermana, aquí y allá.

Herscherik desató la cinta que mantenía cerrada la bolsa y sacó una galleta. Parecía un poco crujiente para ser una galleta cuando le dio el primer mordisco, pero Herscherik pareció disfrutarla, masticándola un poco antes de tragar. 

—Las nueces y el chocolate… Me gustan ese tipo de sabores.

—¡Me alegro! —se alegró Violetta. 

—Tu repostería es cada vez mejor, Violetta.

Las mejillas de Violetta volvieron a sonrojarse. Sin embargo, estaba descontenta por una pequeña cosa. Herscherik, después de todo este tiempo, seguía llamándola Violetta. Desde luego, tenía un estatus lo suficientemente alto como para llamarla como le diera la gana; de hecho, sólo se dirigía a sus subalternos por apodos, y a nadie más. Sin embargo, Violetta no podía evitar sentir una brecha entre ella y Herscherik por ese motivo. Deseaba desesperadamente que la llamara “Vivi”. 

—Príncipe Herscherik, si usted quisiera… 

—¿Sí? —Herscherik la miró fijamente, con la galleta en la mano. 

—Nada… —Violetta cedió, demasiado nerviosa para pedirle el favor a Herscherik ahora que la miraba fijamente. 

Curioso por el hecho de que Violetta parecía estar actuando un poco rara, Herscherik terminó la galleta. 

—Gracias. Estaba deliciosa. 

—No es nada… —Murmuró Violetta—. ¿Qué haremos hoy?

—¿Por qué no salimos a la ciudad? Estaremos seguros con Oran. Pero hay alguien más que quiero llevar con nosotros. Os presentaré a los dos más tarde. —Herscherik arrugó el entrecejo en señal de disculpa—. Odio preguntar, pero… ¿Te importaría cambiarte de ropa, Violetta? Tengo un traje preparado para ti. Para la señorita Jeanne también. 

Después de que Herscherik les explicara que destacarían demasiado tal y como estaban, las hermanas siguieron a Kuro a otra habitación para cambiarse. 

Al cabo de unos veinte minutos, las hermanas volvieron con sus nuevos trajes. 

—¿Qué te parece, príncipe Herscherik? —Violetta dio vueltas con su vestido de una sola pieza. Era más reservado que su traje original, pero seguía dando la impresión de ser una chica aristocrática y con clase. Se había recogido el pelo en un moño por encima de la cabeza para darle más movilidad.

Jeanne también se había puesto el tipo de ropa que llevan las chicas de ciudad de su edad. Con su pelo cobrizo recogido en una trenza, parecía una joven con buenos modales.

—Las dos están muy guapas —dijo Herscherik, feliz. Él también se había puesto su traje de “joven-noble-heredero”, su habitual disfraz de huida.

Se oyó un golpe en la puerta, seguido de la entrada de Oran. 

—¿Está listo, Príncipe Hersche? —Su uniforme de caballero había sido dejado de lado por su ropa casual más ordinaria.

—Estamos todos listos. ¿Ustedes? 

—Nosotras también. 

Entonces otra figura entró en la habitación a la llamada de Oran. Las hermanas se quedaron sin palabras. Estaban convencidas de que se habían encontrado con una diosa de la belleza, con el pelo blanco perfectamente liso y los ojos de color ámbar. Incluso el mejor artista del mundo tendría dificultades para recrear semejante belleza. La diosa en cuestión, por su parte, fruncía el ceño mientras se metía en su traje masculino.

—Este es Shiro, mi tutor mágico. 

El hombre que recibió la presentación sólo miró una vez a las hermanas sin saludarlas. Herscherik no pudo evitar impresionarse al ver que incluso la falta de etiqueta de Shiro resultaba elegante. 

Es absolutamente impresionante… pensó Violetta. No podía creer que existiera tanta belleza en este mundo. Si alguien le hubiera dicho que Shiro era una diosa, le habría creído. Dicho esto, había una pregunta persistente en su mente. 

—Príncipe Herscherik… ¿Prefiere a las mujeres mayores? —murmuró. 

—¿Eh? —soltó Herscherik, y entonces se dio cuenta de que los ojos de las hermanas estaban pegados a Shiro—. Dejando de lado mis preferencias, el señor Shiro es un hombre. 

—¡¿Qué?! —gritó Violetta sorprendida, y Shiro resopló ante la reacción. 

—Príncipe Hersche…

—Sí, vámonos. 

Guiados por Oran, Herscherik y Violetta les siguieron de cerca. Esto dejó que Jeanne y Shiro se quedaran atrás. 

—No esperaba verte aquí… —Shiro habló, en voz lo suficientemente baja como para que nadie más que Jeanne le oyera, pero sin llegar a mirarla. Su tono era considerablemente más bajo que cuando hablaba con Herscherik. Jeanne respondió con el silencio—. ¿Qué pretendes?

Jeanne se mordió el labio. Sólo por la forma en que Shiro hizo esa pregunta, Jeanne sintió que estaba mirando a través de ella. 

—Sólo estoy acompañando a mi hermana, —escupió. 

Shiro levantó una comisura de los labios, pero no dijo nada más. 

Sí, ahora soy la querida hermana de Violetta. Nada más… 

Hacía el papel de hermana protectora, pero también era el peón de su padre que ejecutaba sus órdenes. Incluso mataba, cuando era necesario. Jeanne sabía muy bien cuál era su papel a los ojos de su padre. Entonces, Jeanne observó al príncipe caminando frente a ella. Tenía una sonrisa en la cara, como si estuviera complaciendo los caprichos de Violetta. No parecía incómodo, más bien como si fuera un adulto escuchando las demandas de un niño. De alguna manera, este niño de siete años era mucho más maduro de lo que parecía. 

—¿No va a tocarnos esa canción otra vez, señorita Jeanne? —había pedido Herscherik después de una de sus prácticas de baile con Violetta. Se refería a la canción sin palabras que ella había cantado cuando se conocieron. Cuando ella le preguntó por qué le gustaba tanto esa canción en particular, él dijo—: De alguna manera me resulta nostálgica, —con una mirada avergonzada. Luego, había suplicado con esos ojos de cachorro que tan bien se les da a los niños. Por supuesto, Jeanne había cedido y tocado la melodía. El príncipe, mientras escuchaba la canción, parecía aún más maduro que de costumbre, como si fuera un viajero condenado a no volver nunca a su lejano hogar. Su expresión era tan dolorosamente triste que ella no pudo evitar ofrecerse a tocar la canción de nuevo cuando terminara. Jeanne se alegró al ver que la expresión de dolor de Herscherik se convirtió en una brillante sonrisa cuando lo hizo. 

Jeanne se sorprendió a sí misma sonriendo al recordar aquel acontecimiento. ¿Qué es lo que me pasa…? Nunca encontró una respuesta a la pregunta, y simplemente se hundió en su corazón. 

Jeanne y Shiro siguieron, la cola del grupo ahora silenciosa. Ninguno de los dos se dio cuenta de que alguien estaba escuchando la conversación entre ellos.

Herscherik no se dirigió a la puerta principal del castillo, sino a una de las entradas traseras que utilizaban tanto los comerciantes como los soldados, caballeros y oficiales que trabajaban en el castillo. Al fin y al cabo, la puerta principal estaba reservada a los nobles y a los invitados. Sin embargo, como esta puerta trasera en particular se abría a una zona menos poblada de la ciudad, serviría mejor a Herscherik. 

El guardia, al que Herscherik ya conocía bien, le dedicó una sonrisa de complicidad. 

—Gracias, Alteza, por haber presentado correctamente una solicitud antes de su partida esta vez. 

Herscherik respondió al chiste sacando tímidamente la lengua. Se conocían lo suficiente como para bromear entre ellos. Sobre el papel, la realeza siempre debía presentar una solicitud antes de salir del castillo fuera de su horario. 

Herscherik había aprendido a prescindir de todas esas normas “estúpidamente burocráticas”. Solía escabullirse del castillo cada vez que quería ir a la ciudad, pero lo máximo que podía conseguir con ese método era un viaje de un día. Durante sus operaciones de la Fortuna favorece a los audaces, los viajes de un día eran menos útiles. Por eso, recientemente había empezado a salir por las puertas oficiales del castillo. 

Al principio, intentaba salir casualmente por la puerta con un amistoso —¡Buen trabajo, señores! —al guardia de turno, como si fuera un soldado u oficial a la salida del trabajo, lo que casi le permitía pasar. Cuando lo atraparon justo a tiempo, Oran hizo un gran esfuerzo para fingir que no había oído a su amo chasquear la lengua en señal de decepción. El guardia había tratado desesperadamente de detener al principito, inculcando a Herscherik el hecho de que realmente necesitaba presentar el papeleo adecuado y que era peligroso más allá de las murallas. Herscherik se negó obstinadamente, lo que hizo que el encargado de la seguridad del castillo acudiera al lugar.

—Dices que es peligroso fuera. ¿Qué tanto abunda la delincuencia en nuestro país? —preguntó Herscherik con pena al encargado. Estaba cambiando de tema, pero al ver que el encargado se callaba, continuó—. Además, ni siquiera una banda entera de ellos puede ponerle un dedo encima a mi caballero… —Lanzó una mirada de disculpa a Oran. 

Oran había arrasado en los Juegos de Combate sin ningún rasguño, lo que significaba que su destreza era bien conocida. De hecho, se había planeado un entrenamiento de combate al estilo de la realeza en una fecha posterior; en secreto, el propósito era derribar a Oran mediante el enfrentamiento con él. Oran se enfrentó al reto y derrotó a todos los combatientes, infundiendo miedo al resto de los soldados. Incluso los hermanos de Oran se habían animado a unirse a la lucha. 

—¿Son realmente mi familia? Ya no lo sé, —murmuró mientras miraba a lo lejos. 

Herscherik sólo se había enterado del incidente a posteriori. 

—¿Solicitaron que Oran estuviera ahí y le tendieron una emboscada?, —había gruñido, sin intentar disimular su ira por una vez. Naturalmente, dado que los líderes de ambos departamentos habían participado en la orquestación de esto, el jefe de seguridad se había callado por culpa. 

Después de dejar sin palabras a los guardias en su primer intento de salir simplemente del castillo, Herscherik añadió: —No quiero que se metan en problemas por mis acciones. —Con eso, Herscherik se retiró por ese día, para alivio del equipo de seguridad. 

Al día siguiente, Herscherik regresó con un permiso de salida del castillo firmado por el propio rey, así como por Oran, quien juró asumir toda la responsabilidad si le ocurría algo al príncipe. Según el testimonio de otro guardia en una fecha posterior, ese día también pasó mucho tiempo mirando al espacio. 

El sobreprotector Rey Soleil, antes de firmar el permiso, había sentado a Herscherik en su regazo y lo había regañado durante casi una hora sobre todo lo que había bajo el sol: no sigas a extraños ni aceptes comida de ellos, grita si alguien intenta iniciar una pelea, no intentes alejarte de Octavian, no te acerques a zonas peligrosas, etc., etc. Herscherik no podía confesar que había vagado solo por la ciudad del castillo con tanta frecuencia que la gente del pueblo se había acostumbrado a alimentar a Herscherik siempre que estaba ahí. 

—Esta vez tenemos la compañía de un par de damas —le dijo al guardia—. Nos vemos pronto. —Había pasado por la petición de permiso que normalmente omitía desde que las hijas del marqués estaban en su compañía. 

—Que se lo pase muy bien, Alteza. Señoras, —declaró alegremente el guardia. Al fin y al cabo era un hombre y tenía debilidad por las chicas guapas.

No le diré que uno de ellos es un hombre, pensó Herscherik, y fingió no ver el aspecto malhumorado de Shiro. 

—Oh, todo el mundo en la ciudad me llamará por un nombre diferente, pero no te preocupes por eso. Y no le digan a nadie que soy de la realeza, por favor —indicó Herscherik a los otros tres mientras se acercaban a las afueras de la ciudad, bajando aún más su capucha sobre el rostro. 

A diferencia de antes, cuando ni siquiera la gente del castillo lo reconocía, ahora tenía más de un conocido. Si se cruzara con alguno de ellos por la calle y escuchara que le llaman príncipe, sólo causaría confusión. Ahí Herscherik seguía siendo conocido como Ryoko.

Una vez que llegaron a la ciudad, el grupo se limitó a viajar por donde quiso. Violetta iba de un lado a otro, hipnotizada por el hecho de que ahora caminaba por calles que sólo había visto a través de las ventanas de un carruaje. Esto mantenía a Jeanne ocupada, incapaz de soltar la mano de su hermana.

Mientras Herscherik observaba a las dos hermanas, se le acercaban personas de todo tipo. 

—¡Mírate, Ryoko, paseando por la ciudad con un rebaño de bellas damas! —le llamó el dueño de la tienda de dulces. 

Su mujer le oyó hablar con Herscherik y sacó una bolsa de papel de detrás del mostrador, entregándosela. 

—Estas son nuestras nuevas recetas para el año. No olvides compartirlas con las chicas, Ryoko. 

Al coger la bolsa, Herscherik miró a Oran, esperando que pagara por ella. Antes de que Oran pudiera sacar la cartera, la pareja de la tienda de dulces sacudió la cabeza y se negó. Bueno, pensó Herscherik, sería descortés insistir en pagar ahora. Se limitó a dar las gracias a la pareja y se marchó.

—¿Qué hay ahí, príncipe Herscherik? —susurró Violetta. 

Herscherik abrió la bolsa para mostrarle el contenido. Dentro había una porción de masa frita y crujiente que le recordaba a Herscherik el sata andagi que había disfrutado como Ryoko, en su vida anterior.

Una sonrisa floreció en el rostro de Violetta. 

—¡Tienen un aspecto maravilloso! 

Herscherik no pudo evitar sonreír con ella. 

—Compartámoslos más tarde. 

—¿Compartir? 

¿Compartir…? ¿Sólo nosotros dos? ¡Es como si realmente estuviéramos en una cita! Violetta se llevó las manos a sus mejillas sonrojadas, que pronto se pondrían más rojas por otra sensación de vergüenza.

—Sí, creo que hay suficiente para todos, —dijo Herscherik sin una pizca de malicia. 

Mientras Violetta buscaba una roca bajo la que esconderse, escuchó la conversación entre el dueño de una pescadería cercana y uno de sus clientes. 

El dueño soltó un largo suspiro. 

—Oye, ¿has oído que los impuestos van a subir otra vez? 

El cliente chasqueó la lengua, frunciendo el ceño. 

—Sí. Por lo visto, está pasando algo en la frontera del suroeste, así que la Defensa Nacional necesita más fondos. Esa es la historia, al menos. 

—Mientras tanto, la familia real hace fiestas día tras día… Sólo creen que pueden exprimirnos más cada vez que se les acaba el dinero.

Herscherik dejó vagar torpemente su mirada. Lo de que la realeza daba una fiesta todos los días era, por supuesto, una exageración, pero el aumento de los impuestos no lo era. Después de que el conde Grim advirtiera a Herscherik en el baile de Año Nuevo, llegó un informe de que el Imperio de Atrad, al oeste, estaba estacionando tropas cerca de la frontera, donde el reino y el imperio se habían enfrentado en numerosas ocasiones. Esto había llevado a la decisión de reforzar la seguridad fronteriza, seguida de un aumento temporal de los impuestos. 

Herscherik no tuvo conocimiento de ello hasta que la decisión ya estaba tomada. Aunque no tenía ningún reparo en reforzar la frontera, consideraba que había otros puntos en los que se podía apretar el bolsillo del país antes de aumentar los impuestos. Sin embargo, no había forma de oponerse a la medida, y mucho menos de que su impotente padre pudiera hacer algo. También Mark había sido incapaz de impedir la aprobación de la moción. Eso no significaba que Herscherik hubiera renunciado a hacer algo al respecto. 

Recordó sus acciones posteriores, y una sonrisa se dibujó en su rostro. Je, je, je… Eso sí que era un trabajo bien hecho. 

Basándose en la experiencia y los logros, Herscherik había calculado el salario de los soldados desplegados, así como el coste del transporte de las tropas y el mantenimiento de una frontera segura. A continuación, añadió el coste de los materiales y equipos necesarios para fortificar la línea fronteriza, todo ello teniendo en cuenta el precio de mercado actual y exacto, por supuesto. A partir de los ingresos fiscales actuales, estimó los ingresos para el año fiscal y calculó cuánto podían gastar ahora. Luego, presentó el presupuesto a Soleil a través de Mark.

El rey utilizó los documentos de Herscherik para convencer a los oficiales reticentes, manteniendo la subida de impuestos de emergencia al mínimo. Si nadie intentaba embolsarse nada, el proyecto se mantendría dentro del presupuesto. Si se excedía, tomarían el resto de la nobleza. 

Trabajan duro para mantener sus arcas llenas, concluyó Herscherik. De hecho, era legal que la familia real se apoderara de los bienes de los nobles y los altos funcionarios en nombre de la defensa nacional. Como Herscherik había previsto, la amenaza había hecho que todos ellos se esforzaran por mantener sus carteras seguras. 

Sin embargo, sigue siendo una mierda para el pueblo… Había gente en cualquier mundo a la que no le gustaban los impuestos más altos y las mayores cargas financieras, por supuesto, especialmente cuando no sentían que sus vidas se enriquecían con el aumento de los impuestos. 

—Shh… ¡Baja la voz! Aquí viene un policía —advirtió el dueño de la pescadería en tono bajo. 

El cliente no bajó la voz. 

—¡No tengo miedo de ningún policía! Hacen la vista gorda por un poco de dinero. Apuesto a que podríamos compartir un trago y compadecernos de esos podridos nobles y miembros de la realeza. 

Herscherik gimió en silencio. Era cierto que algunos miembros de la policía eran así. La mayoría eran honrados guardianes de la paz, por supuesto, pero los que hacían el mal acaparaban la mayor atención. Bastaba con que uno de cada diez fuera corrupto para que todos quedaran mal. 

No creo que debamos quedarnos aquí. Justo cuando Herscherik se volvió para hacer esa sugerencia, se dio cuenta de que Violetta había desaparecido. Miró a su alrededor y la encontró marchando hacia los hombres cuya conversación acababan de escuchar. 

Se detuvo ante ellos y les señaló dramáticamente con el dedo. 

—¿Cómo se atreven a faltarle el respeto a la familia real de esa manera? —exigió Violetta. Los otros se congelaron. 

—¿Qué hace una chica tan correcta como tú, espiando a los campesinos? —El cliente, un hombre corpulento cinco veces mayor que Violetta, le gruñó. 

Cualquier otra chica de su edad se habría sentido intimidada hasta las lágrimas, pero Violetta no. 

—No es asunto tuyo. Pero lo que has dicho ha sido muy irrespetuoso. Retíralo ahora mismo. 

¡Cómo pueden burlarse así del príncipe Herscherik cuando no saben nada de él! Violetta no pudo soportarlo, precisamente porque sabía cómo sonreía con tanta delicadeza y siempre consideraba a la gente de su país, incluso cuando caminaba entre ellos por las calles.

—¿Irrespetuoso? Todo es cierto. Ahora, si no lo dejas…

Jeanne fue la primera en entrar en acción. 

—¡Me disculpo por mi hermana! —Agarró a Violetta, tapándole la boca. A pesar de los murmullos y el movimiento detrás de su mano, ésta permaneció resueltamente sobre los labios de Violetta. 

Cuando los hombres estaban a punto de decir algo, dos figuras -grande y pequeña- se interpusieron entre ellos y las hermanas. 

—Ya, ya. ¿No podemos dejarlo pasar? Es sólo una niña. —Oran esbozó una sonrisa amistosa. 

—¡Tú eres…! —La pareja reconoció a Oran, el guardián de una cara conocida, que ahora estaba protegiendo a las dos hermanas con cara de disculpa.

—Lo siento…

—Ryoko… —El tendero y el cliente compartieron una mirada incómoda. Para cualquier persona de la ciudad del castillo, Ryoko no era un niño rico cualquiera, sino el heredero de un noble excéntrico, muy probablemente muy importante en el país. Su comportamiento realista y genuino le había hecho muy popular entre la gente de la ciudad del castillo.

Por eso los hombres se sintieron incómodos de que aparentemente hubiera escuchado su conversación. 

—No te disculpes, Ryoko. Es un error nuestro. Sabemos que algunos nobles son como tú, pero… —Una vez pasado el calor del momento, comprendieron que habían ido demasiado lejos. No pudieron evitar buscar a alguien a quien culpar por el empeoramiento de sus vidas. 

—No pasa nada. Si así es como les parecemos a los de aquí, les agradezco la sincera valoración. —A continuación, Herscherik volvió a disculparse, antes de alejar a Violetta, Jeanne y Shiro (ahora completamente fuera de juego) de la escena.

Ahora, sólo quedaba Oran. 

—No diré mucho después de lo que dijo Ryoko. —Sus ojos azules atravesaron a los dos hombres. Ya no era el amable acompañante al que estaban acostumbrados: un escalofrío que no tenía nada que ver con el tiempo les recorrió la espalda—. Tengan cuidado al difundir información no verificada. Podría acabar costándoles caro. —Y con eso, Oran se fue. 

Los dos hombres se quedaron congelados en el lugar.

En una pequeña plaza, rodeada de edificios que solían servir de lugar de reunión para niños, amas de casa y ancianos, se encontraba un gran árbol viejo con unos cuantos bancos colocados a su alrededor. Este lugar de descanso estaba ahora desierto, ya que el sol empezaba a ponerse. 

—Este es un buen lugar para descansar un poco. Espero que no estés demasiado cansada, Violetta —dijo Herscherik con un tono decididamente alegre. Sin embargo, sus esfuerzos no fueron recompensados. 

—Lo siento, príncipe Herscherik… —murmuró Violetta, mirando al suelo y conteniendo las lágrimas. 

—No te preocupes —tranquilizó Herscherik con un tono calmado—. Tienen razón. El resto de la familia real y yo somos los que les obligamos a pagar la factura.

—¡Pero…! —Violetta se avergonzó de su inmadurez. Sabía que causaría una escena al hablar con esos hombres. Aun así, no podía soportar cómo habían denigrado a Herscherik. Como resultado, terminó obligando al príncipe a disculparse con ellos. 

—Sé que te frustraste en mi nombre, Violetta. Gracias. —Herscherik sonrió, evitando que Violetta volviera a disculparse. 

Los problemas de la nación y el descontento del pueblo recaían directamente sobre los hombros de la familia real. Violetta no tenía por qué cargar con ninguna parte de ese peso. Si la culpa de la situación recaía realmente en la familia real o no, no era importante. 

Al haber nacido en la nobleza y criado en ese ambiente, Violetta era sabia para su edad en algunos aspectos; como tal, entendía cómo se sentía Herscherik. Se abstuvo de decir nada más. 

—Se está haciendo tarde. ¿Volvemos al castillo después de descansar un poco? Yo también estoy un poco cansado, y me encantaría tomar unos cuantos de esos dulces —bromeó Herscherik. 

—¡Príncipe Herscherik! —Violetta se levantó—. ¡Iré a comprar unas bebidas a ese puesto por el que pasamos!

No era una tarea propia de una niña noble, pero Herscherik no pudo detenerla mientras salía casi corriendo de la plaza. Además, pensó que, si el pequeño recado distraía a Violetta durante un rato, no había nada malo en ello. 

—De acuerdo —dijo Herscherik—. Oran, ¿puedes ir con ella?

—Sí. —Oran siguió a la niña mientras se alejaba corriendo. 

Después de observarlos durante unos pasos, se sentó en un banco. Shiro también se había sentado en otro banco, dejando a Jeanne sola. 

—¿Por qué no toma asiento, señorita Jeanne? 

—La gente de la ciudad del castillo realmente adora a Su Alteza —dijo Jeanne, todavía de pie. 

A pesar de que su invitación fue ignorada, Herscherik se rio. 

—Más bien, me cuidan. Son todos buena gente… Y no saben que soy de la realeza. —La soledad se filtró en su sonrisa. 

Salvo algunas excepciones, nadie en la ciudad del castillo sabía quién era realmente Herscherik; sólo lo conocían como el peculiar chico aristócrata llamado Ryoko. Se preguntó qué pensarían si descubrieran que era de la realeza. No se atrevía a esperar que le aceptaran con la misma franqueza. 

—Ni siquiera se acercarían a mí si supieran que soy un príncipe.

—Entonces, ¿por qué te molestas en venir aquí? —intervino Shiro—. Es evidente que pasas mucho tiempo en la ciudad. Hoy no puede ser la primera vez que escuchas una conversación así.

Shiro tenía razón. No era ni mucho menos la primera vez que Herscherik se encontraba con que la gente del pueblo del castillo compartía críticas y descontento con el gobierno, desprecio por la clase alta e historias de funcionarios corruptos. Todas ellas llevaban a denunciar a la familia real.

—¿Qué sentido tiene exponerse, sabiendo que saldrás herido? —espetó Shiro—. Si no quieres mirar, cierra los ojos. ¿No quieres oír algo? Tápate los oídos. No hay ninguna virtud en quedarse ahí de pie soportando todo ese abuso. —Si dejas de involucrarte, no te hará daño. La gente siempre tiene una opción, creía Shiro. Pueden elegir excluir todo lo que no necesitan.

Para Herscherik, parecía que Shiro estaba tratando de convencerse a sí mismo más que nada. A decir verdad, Herscherik también se sintió tentado por estos pensamientos. Pero negó con la cabeza. 

—Lo sé. Pero soy un príncipe. —Ese era el propósito de Herscherik en esta vida. No podía permitirse aceptar la sugerencia de Shiro, por muy tentadora que pareciera. Se puso de pie y comenzó a caminar. 

—¿Príncipe Herscherik? —llamó Jeanne. 

Herscherik respondió, todavía alejándose.

—Sólo tengo comida en mi mesa y ropa en mi espalda porque los ciudadanos de esta nación trabajan duro cada día. Ese es mi privilegio por haber nacido en la realeza. —Se detuvo y se dio la vuelta, ahora lo suficientemente lejos como para poder ver la totalidad del gran árbol, así como a Jeanne y a Shiro—. No puedo huir sólo porque tengo miedo de salir herido. Es mi deber real servir a mi pueblo. 

La voz del pueblo era la voz de la nación, sus penas eran sus penas, y su alegría era la alegría de la nación. Herscherik se dio cuenta de que no podía ignorar ni la más mínima queja. Aunque no pudiera responder a todas, no debía dejar de intentarlo. 

—¿Por qué tienes que ser tú…? —Shiro exhaló, como si estuviera luchando con algo en su interior—. Nadie te ha pedido que hagas todo esto. 

—No se trata de que me lo pidan. Es algo que quiero hacer. —No es que Herscherik siguiera órdenes o quisiera la validación de otras personas. Simplemente quería hacerlo, porque tenía cosas que quería proteger—. Entonces… —Herscherik continuó—. No tendré piedad con quien se interponga en mi camino o intente hacer daño a mi familia. —El tono de Herscherik era inimaginablemente más frío que de costumbre. 

El príncipe más joven siempre les había recordado el sol de la primavera, pero ahora era casi como si estuviera parado en una ráfaga de aire gélido y punzante del lejano norte. 

La pareja atrapada en la mirada de Herscherik se quedó muda y congelada.

Una alegre llamada rompió la tensión. 

—¡Príncipe Herscherik!

Herscherik se sacudió el aura de frío que había crecido a su alrededor y se volvió para mirar a Violetta. 

—¡Viol-Oran! —Tras un momento de conmoción, Herscherik llamó inmediatamente a su caballero. Un hombre se acercaba a ellos por detrás.

Oran lanzó al aire la copa que sostenía. Se giró mientras sacaba su espada, bloqueando el ataque. Un choque metálico resonó en la plaza, y Violetta quedó inmovilizada por el aterrador ruido. Manteniéndola a su espalda, Oran miró fijamente al atacante. 

—Si sólo eres un matón callejero, lárgate. Es tu día de suerte… Pero si sabes con quién estás tratando, no me contendré. —Esa fue la última advertencia de Oran.

El atacante lo ignoró, retirando su espada antes de ir inmediatamente a por otro golpe. Oran esquivó fácilmente el feroz ataque. La única razón por la que no contraatacó inmediatamente fue porque Violetta estaba justo detrás de él.

Al darse cuenta, Herscherik gritó: —¡Por aquí, Violetta! Date prisa. —La llamada sacó a Violetta de su aturdimiento. Dejó caer la copa donde estaba y comenzó a correr para escapar de la escena de la batalla. Cuando casi había llegado a Herscherik, apareció otro atacante desde una de las otras cuatro calles que salían de la plaza. Se había escondido en la esquina del edificio.

—¡Vi! —Herscherik se lanzó hacia ella en cuanto vio al segundo atacante, tendiéndole la mano. En cuanto ella la tomó, Herscherik la acercó y la rodeó con sus brazos tan fuerte como pudo. 

—¡Príncipe Herscherik! —Su grito resonó en la plaza. Herscherik la abrazó con fuerza incluso mientras ella gritaba, dándole la espalda al atacante. Un cuchillo brillaba en la mano del agresor mientras lo levantaba en alto, listo para golpear a Herscherik.

Cuando Herscherik se preparó para la inminente agonía, una ráfaga de viento pasó junto a él, seguida de un fuerte impacto y un gemido ahogado. Herscherik levantó tímidamente la vista para encontrar al atacante desplomado y completamente inconsciente junto a la pared fracturada de un edificio. Volvió la vista hacia Oran para ver a su oponente desplomado a sus pies.

—Gamberros.

Herscherik se volvió hacia la voz. El pelo blanco de Shiro brillaba con un verde intenso. Estaba claro que había salvado a Herscherik con un hechizo. 

—Gracias, señor Shiro… —dijo Herscherik, acariciando el pelo de Violetta mientras ésta se aferraba a él con miedo.

Cuando unas cuantas estrellas empezaron a asomar en el cielo, Herscherik había acudido con Oran a la puerta principal para despedir a las hermanas. Los atacantes parecían ser simples delincuentes callejeros, por lo que los habían entregado a la policía antes de regresar a salvo al castillo. Como Shiro ya había regresado a la Iglesia, Herscherik y Oran despedían a sus últimos invitados del día.

—Siento mucho haberte puesto en peligro hoy —se disculpó Herscherik ante Jeanne. Violetta, agotada por el cansancio y el miedo, se había quedado dormida en su carruaje. 

Antes de dormirse, le había preguntado a Herscherik: —¿Puedes llamarme siempre ‘Vi’ a partir de ahora?

Herscherik, quien aún se sentía culpable por lo ocurrido, aceptó. 

Aliviada, Violetta se había quedado finalmente dormida tras escuchar su promesa. 

—No es necesario, Alteza… —Jeanne negó con la cabeza. Ella misma no parecía estar muy bien—. ¿Cómo se mantiene Su Alteza tan fuerte?

Herscherik ladeó el cuello. ¿Fuerte? Se miró a sí mismo. Era el mismo cuerpo viejo y débil, sin ningún músculo. Por mucho que lo intentara, Herscherik no podía pensar en ninguna parte de él que fuera fuerte.

—Sí, Su Alteza es muy fuerte —añadió Jeanne, como si hubiera leído su mente. 

Herscherik siguió confundido. 

—Señorita Jeanne, no soy fuerte en absoluto. Quiero decir, sólo mírame. 

—No me refiero a eso. No físicamente… pero su corazón y su determinación… Su Alteza es muy fuerte por dentro. 

Mientras ella confirmaba en silencio lo frágil que era, Herscherik respondió—: Eso no es especialmente cierto. —Se rio—. A veces pienso en que podría estar equivocado, y estoy tentado de dejarlo todo. 

No es que lo usara como excusa, pero incluso él se cansaba de su trabajo. Pero las personas de las que se acordaba en momentos así, era siempre la que había fallecido y le había confiado esta tarea, y la que había elegido su camino, junto con su querida familia y las dos personas más cercanas que creían en él. Sólo tenía un deseo: cambiar este país. Sólo eso le satisfaría. 

—No quiero tener más remordimientos. —Creería en sí mismo y en sus aliados, y seguiría luchando para hacer realidad su deseo.

Jeanne sólo hizo una profunda reverencia, y subió al carruaje. No se considera fuerte… Pero la fuerza de Su Alteza radica en lo dedicada que está a perseguir sus objetivos. Era una característica que contrastaba fuertemente con su propia personalidad, una fuerza que residía en un poderoso sentido de sí mismo. No hay manera de que se una a nosotros. Elegirá la muerte antes que el compromiso. 

Mientras el carruaje se mecía, ella enterró su cara en las palmas de las manos. De lo contrario, sintió que iba a romper a llorar.

Después de despedir a las hermanas, Herscherik y Oran dieron la vuelta. Siguieron por los pasillos del castillo, dedicando a los caballeros y funcionarios con los que se cruzaban la misma sonrisa cálida de siempre. 

Cuando llegaron al pasillo del patio donde están los cuartos de la realeza, Herscherik dejó caer su máscara sonriente, revelando una mirada aguda debajo de ella.

—¿Cómo ha salido esto…? —preguntó Herscherik, sin dejar de caminar. 

Una figura acechaba en las sombras. Ahora, Kuro apareció de la oscuridad a la llamada de su amo. 

—Podría haber sido el ministro o la Iglesia, o ninguno de los dos —contestó, ataviado con un equipo de espía negro como el carbón que se confundía con la noche, caminando junto al príncipe sin que se oyera ni una sola pisada.

Herscherik miró al suelo. Hoy había presentado a propósito un permiso para salir del castillo con el fin de rastrear cómo se filtraba la información. Quería colgar algo en un anzuelo y ver cómo picaba el enemigo, pero esa operación había sido en vano. Ministro o Iglesia… 

Sería estupendo que nuestros asaltantes dieran algo, pero lo dudo. Herscherik se detuvo a pensar un poco antes de mirar a Oran. 

—¿Cuál crees tú? 

—Estaban tras Lady Violetta. Lady Jeanne parecía sacudida por ello, así que diría que no lo sabía. Si eso fue un acto, nunca más confiaré en una mujer. 

Después de investigar los antecedentes de Jeanne, habían descubierto un secreto sobre ella. Pero al ver cómo reaccionó ese día, estuvieron de acuerdo en que Jeanne no había participado en el ataque, al menos. 

—Pensé que eso hacía menos probable que el ataque viniera del ministro… Pero viendo como el Hechicero la protegió, no puedo decir ni una cosa ni la otra. 

Shiro, quien estaba prácticamente asignado a Herscherik por la propia Iglesia, le había protegido, así que estaba de acuerdo con la valoración de Oran. 

¿No es el ministro o la Iglesia…? ¿Podría ser una tercera facción? Herscherik se había ganado enemigos por todas partes con su operación “La fortuna favorece a los audaces”. Evidentemente, todos ellos se habían buscado su perdición, pero era muy consciente de este riesgo cuando concibió la operación. Dicho esto, todos ellos habían estado bajo los pulgares del ministro. No podía imaginar que ninguno de ellos se atreviera a atacar a la hija del ministro. 

Oran compartió una mirada momentánea con Kuro. 

—Hersche. ¿Qué has hecho realmente hoy?

Herscherik levantó la cabeza y dejó que su mirada se perdiera. 

—No sé de qué estás hablando.

Oran se puso delante de su maestro, mirándole fijamente a los ojos de jade. 

—Entiendo que querías ver lo que harían. Pero no había necesidad de ponerte en tanto peligro. ¿Estás de acuerdo, Perro Negro? 

Con un asentimiento confirmatorio, Kuro lanzó a Herscherik una mirada penetrante. Se había opuesto a este plan desde el principio. Los siguió durante todo el día, observando cuidadosamente su entorno. Permaneciendo cerca hasta el ataque; de hecho, originalmente había cinco personas acechando a Herscherik. Kuro eliminó a tres cuando entraron en acción. Ya había entregado a esos tres a la policía bajo la acusación de actividad sospechosa. Mientras Herscherik sostenía a Violetta, a punto de ser abatido, Kuro se contuvo al darse cuenta de que Shiro estaba lanzando un hechizo. Consideró que había sido una gran suerte que Herscherik se hubiera librado sin un rasguño. Un movimiento en falso y podría haber acabado muerto.

Herscherik se rio ante el par de miradas acusadoras. Se dieron cuenta de lo que pasaba. No puedo ocultar nada a estos dos, ¿verdad? Se sintió mal por haberles ocultado un secreto, pero también feliz y un poco avergonzado. ¿Quién no lo habría hecho? Es hora de tirar la toalla… Herscherik se decidió a confesar. 

—Quería advertirles.

—¿Advertirles? 

—Sí. Aunque el señor Shiro y la señorita Jeanne tienen sus secretos, no parecen malas personas. 

Durante los dos últimos meses, Herscherik había observado a quienes le observaban. Independientemente de quiénes fueran, Herscherik no se atrevía a creer que ninguno de ellos estuviera realmente podrido hasta la médula. Así que les había mostrado sus verdaderos colores para darles una advertencia, aunque eso le hubiera puesto en una posición más difícil. 

—Si puedo evitarlo, no quiero hacer daño al señor Shiro, ni a la señorita Jeanne, ni a Violetta.

—Eres un blando de corazón —reprendió Kuro con exasperación. 

Oran suspiró en silencio. Parecía compartir el sentimiento. 

—Lo siento… —Un susurro salió de los labios de Herscherik. Sabía que estaría poniendo en peligro a Kuro y a Oran, además de a sí mismo. Sin embargo… Herscherik apretó los puños.

—Es lo que eres, —dijo Kuro. Su tono era muy suave. 

—Ya lo resolveremos. —Oran sonaba igual. 

Herscherik cerró los ojos. Siempre estarían a su lado. El príncipe se prometió en silencio que algún día sería digno de su devoción. 

—Gracias, a los dos. 

Cada uno de ellos asintió, aceptando plenamente a su maestro.

—Oh, una cosa más, —dijo Kuro—. Esa chica Jeanne y el Hechicero se conocen. 

La hija de un noble y el hijo adoptivo de un arzobispo no compartían ningún círculo social. En todo caso… 

—Puede que tengan alguna conexión que no podamos ver. —Ahora entendían la conexión entre el ministro y la Iglesia, pero Herscherik no creía realmente que compartieran los mismos objetivos finales, aunque estuvieran cooperando. 

—Y la Iglesia está tramando algo —añadió Kuro, mientras los otros dos se quedaban atónitos ante la información añadida. 

♦ ♦ ♦

Después de acostar a su hermana, Jeanne acudió al despacho de su padre para informar de los acontecimientos del día. Cuando entró en la familiar y opresivamente solemne habitación, su padre estaba leyendo documentos, como siempre.

—Estoy en casa, padre. ¿Puedo hacerle una pregunta…?

—No. Sólo dígame su conclusión, —interrumpió Barbosse cuando Jeanne trató de preguntarle si fue él quien ordenó el ataque. Sus ojos, sin embargo, seguían apuntando a sus documentos.

Jeanne bajó la mirada, silenciada. Apretó los puños. Había llegado el momento de hacer por fin el informe que había aplazado todo lo posible. Su conclusión, sin embargo, era obvia. Incluso sin los acontecimientos de este día, se había encontrado con numerosas ocasiones en las que podía sentir la fuerza de la determinación de Herscherik.

—Es imposible poner al príncipe de nuestro lado —declaró. 

Barbosse, por primera vez desde que Jeanne entró en la sala, apartó la mirada de los documentos que tenía en la mano y la fulminó. 

—¿Violetta ha fracasado? —exigió con voz retumbante.

Jeanne no pudo leer ni una pizca de las emociones de su padre. 

—Violetta y el príncipe tienen una buena relación. 

Su hermana estaba enamorada del príncipe, aunque no parecía darse cuenta de que sus sentimientos eran de naturaleza romántica. Sin embargo, era evidente para cualquier otra persona. El propio Herscherik también trataba a Violetta con amabilidad. De hecho, hoy mismo la había protegido con su vida. Sin embargo, Jeanne sabía que él nunca se quebraría. Había declarado que no tendría piedad con nadie que se interpusiera en su camino. 

—El príncipe nunca se unirá a nuestro bando. 

El informe de Jeanne fue recibido con silencio. En este momento, ella sólo deseaba una cosa. Esto es indignante. Por favor, reconsidere… Jeanne sabía muy bien que su padre había cometido numerosos crímenes para mantener su poder y que ella participaba activamente en ello. Sin embargo, esto era demasiado para soportar. De todos los demás en el mundo, Herscherik era la única persona a la que no quería hacer daño. Su deseo, sin embargo, sería negado. 

—Encárgate de él, como estaba previsto —le ordenó de forma despreocupada pero implacable, como si le dijera que se deshiciera de un juguete roto.

—¡Padre! ¡El príncipe es sólo un niño! Es muy posible que lo envíen pronto a algún país extranjero —gritó, sabiendo que, en todo caso, sólo conseguiría que el príncipe ganara un poco de tiempo. 

Herscherik seguramente se interpondrá en el camino de su padre en el futuro, pasara lo que pasara. Molesto por el primer signo de resistencia de Jeanne, Barbosse dejó escapar un suspiro. 

Luego, la miró sin ninguna emoción, como si acabara de notar una piedra suelta en la acera. 

—¿Cuál es tu propósito al decir esto?

—¡Pero…! 

—Si quieres desobedecerme, sal de esta casa. No me importa utilizar a Violetta para que se ocupe de las cosas en su lugar.

Jeanne imaginó el rostro de su hermana, que era la única persona que la amaba incondicionalmente. 

—Sí… Señor… —Aunque eso significara que Violetta la odiara para siempre, Jeanne no tuvo más remedio que obedecer.

♦ ♦ ♦

La Gran Catedral, tenuemente iluminada, estaba dedicada al culto de varios dioses, con el dios creador en su centro. Un altar se alzaba ante la enorme estatua de piedra del dios creador, donde el arzobispo Hoenir daba sus sermones de día. Frente a él, sus seguidores estaban sentados en una fila tras otra de bancos, escuchando devotamente el sermón del arzobispo.

En la Gran Catedral, ahora cerrada y vacía, Shiro se sentó en el primer banco, contemplando las estatuas de los dioses. 

—Noel —llamó Hoenir desde detrás de él—. ¿Qué te han parecido los dos últimos meses con el príncipe?

—Nada… —Shiro se giró hacia el otro lado. 

Al principio, había considerado a Herscherik un extraño ejemplo de realeza. El principito no temía su naturaleza monstruosa, y siempre se acercaba y hablaba con él sin importar las veces que Shiro lo alejara. Como resultado, el príncipe se había infiltrado silenciosamente en su corazón. Aunque era incompetente con la magia, Herscherik había sentido una increíble curiosidad por ella, absorbiendo conocimientos como si fuera una esponja.

Además, estaba el lado del príncipe que Shiro había visto ese día: alguien con un aura completamente diferente a la suya. “No hay piedad para los que se interponen en mi camino”, había dicho. ¿Cuánto sabía? se preguntó Shiro. Su padre adoptivo, Hoenir, estaba preocupado por el estado actual del país. La familia real oprimía al pueblo, y aunque la Iglesia se mantenía al margen de la política, también era la que escuchaba sus lamentos y apoyaba a los necesitados. Por eso Hoenir había entablado una relación con el ministro en un intento de hacer algo con la corrupta realeza del país.

Incluso eso era algo prohibido, y el propio Shiro nunca se había interesado por cómo acabaría el país, de una forma u otra. Pero tenía una deuda con Hoenir que nunca podría esperar pagar. Por eso había tratado con el príncipe, a pesar de su aversión a la interacción humana.

Justo entonces, se le ocurrió un pensamiento a Shiro. ¿Sería la familia del príncipe, a la que tanto aprecia, realmente del tipo que oprime a sabiendas a los ciudadanos de este país? Si conocía algo de Herscherik, sabía que el príncipe no confiaría ciegamente en alguien sólo por ser de la familia.

—¿Significa eso que… realmente te has divertido, Noel?

—¡Maestro Hoenir! —dijo Shiro, como si fuera una reprimenda. Ensanchó los ojos para mirar fijamente a su padre adoptivo. 

Normalmente, Hoenir habría lucido una sonrisa bondadosa. Hoy, sonreía maníacamente.

—Eso significa que ya es hora…

—¿Maestro Hoenir…? —Shiro dio un paso atrás, ya que nunca lo había visto así. Las campanas de alarma clamaron en su cabeza, amplificando su nerviosismo. Sin embargo, la otra parte de él, que se negaba a dudar de Hoenir, acalló sus temores.

—El príncipe se ha vuelto tan importante para ti como yo, o casi. ¿No es cierto? —dijo Hoenir, burlonamente, en un tono más bajo de lo normal.

Shiro dio otro paso atrás. 

—¿Qué estás…?

—Mi pequeño Noel… Mi pequeño y querido Noel.

En cuanto Shiro vio que las fórmulas se habían materializado alrededor de Hoenir, su cuerpo se puso rígido como si la electricidad lo atravesara. Sin poder siquiera gritar, cayó al suelo. 

¿Un hechizo de Manipulación…? Una Magia, que no le pertenecía, invadió su cuerpo, arrebatándole el control sobre él. Los hechizos de Manipulación rara vez tenían éxito; además, aunque Hoenir tenía más Magia que la mayoría, la Magia Interior de Shiro superaba con creces la suya. No tenía sentido que Shiro fuera víctima de su hechizo tan fácilmente. ¿Había alguien más aquí con más Magia que Shiro? No, pensó Shiro. Eran las únicas personas en toda la catedral.

Mi pequeño y querido Noel. La frase resonó en la cabeza de Shiro. Y entonces, por fin se dio cuenta de algo que nunca había querido saber.

Las maldiciones eran uno de los hechizos de Manipulación menos poderosos, pero sólo en términos de resultados inmediatos. Si se lanzaban a lo largo del tiempo, y repetidamente, su efecto aumentaba gradualmente. Si se lanzaba una a lo largo de años, era prácticamente imposible de descubrir. El efecto se reforzaba con el uso de un objeto o una palabra concreta como medio.

Eso incluía el nombre de una persona. 

Cuando Shiro fue arrebatado a sus padres biológicos, Hoenir le había dado un nombre. Cuando le preguntaron cómo se llamaba, habiendo olvidado el nombre que le habían puesto sus padres por primera vez, Shiro había respondido simplemente “Monstruo”. Hoenir había respondido llamándole “Noel”. 

Una maldición podía activarse escribiendo la palabra media, además de pronunciarla en voz alta. Cuando Shiro estuvo alejado de Hoenir durante un tiempo, quedándose en la sede principal de la Iglesia, había recibido una carta de Hoenir al menos una vez por semana.

Todas ellas habían comenzado con “Mi pequeño y querido Noel”. 

Desde su primer encuentro, la persona a la que Shiro atribuía haberle salvado la vida le maldecía. Cuando se utilizaba junto con una maldición, la magia de Manipulación tenía mucho más éxito.

La única persona en la que Shiro confiaba en todo el mundo le había estado mintiendo todo el tiempo. Esa comprensión fue suficiente para despojar a Shiro de su propósito en la vida, enviándolo en espiral hacia un pozo de desesperanza.

—Duerme bien, mi pequeño y querido Noel. —Aunque la voz de Hoenir sonaba amable, no había ninguna emoción real detrás de ella.

¡Señor Shiro! Justo antes de que le arrebataran la consciencia por la fuerza, Shiro casi pudo oír al príncipe llamarle en su mente.

Ordenando a sus hombres que se llevaran al chico inconsciente, Hoenir dejó escapar un largo suspiro. Todos los hechizos de manipulación requerían una gran cantidad de Magia, así como una intrincada fórmula. Maldecir a su marioneta durante años había sido un calvario, y controlarlo en el acto había sido aún más agotador. Sin embargo, pronto todos sus esfuerzos darían fruto.

Hoenir se arrodilló y se inclinó ante la estatua de San Ferris. Este santo era el héroe que unió el mundo durante la Era del Nuevo Amanecer y ascendió a la divinidad. Representaba la paz entre los dioses, y Hoenir había adorado a San Ferris durante toda su vida con una devoción acérrima.

—Todo en su santo nombre —dijo Hoenir con su habitual tono tranquilo. Sin embargo, un velo de locura nublaba sus ojos, lo suficiente como para que cualquiera que lo viera temblara de terror.


Shisai
Me pregunto si los planes de la Iglesia y el ministro chocaran

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

 

error: Contenido protegido