Herscherik – Vol. 3 – Extra: El bardo y el Himno de la Esperanza

Traducido por Shisai

Editado por Sakuya


Un bardo viajero llamado Tohne vio a una niña en la plaza de la fuente cuando se acercaba la noche. Era una muchacha delgada de unos diez años, con el pelo del color del cobre pulido, y estaba sentada en el borde de la fuente, con la mirada perdida. Había muy poca gente, y pronto oscurecería. Incluso en la capital del próspero Reino de Greysis, no era del todo seguro que una niña estuviera sola al anochecer. 

Tohne pensó en su hermana menor de vuelta a casa y no pudo evitar llamar a la niña.

—¿Qué está haciendo aquí, señorita? 

La niña se sobresaltó. Miró a Tohne e inmediatamente desvió la mirada. 

—No puedo… estar en casa, —murmuró. 

—Pero está oscureciendo. No es seguro aquí fuera; tienes que ir a casa. —La sugerencia de Tohne fue recibida con silencio. Después de un momento, cedió. No era raro que un niño se “escapara” de casa después de pelearse con sus padres—. Entonces, ¿por qué no te quedas conmigo? —le ofreció, planeando acompañarla a casa una vez que hubiera cambiado de opinión. 

La chica le miró mal. 

—Se supone que no debo seguir a extraños… Y menos a los viejos. 

—¿Viejo? ¡Todavía tengo veinte años! —Tohne suspiró, frotándose la barbilla—. Supongo que realmente parezco viejo. 

Intentaba mantenerse bien arreglado para su trabajo, pero a menudo pensaban que era mucho mayor de lo que era debido a sus rasgos bien definidos y maduros. Ya había funcionado tanto a su favor como en su contra. 

—Me llamo Tohne. Soy un bardo viajero. ¿Puedes decirme tu nombre, pequeña?

—Jeanne… 

—Qué nombre tan bonito. —Tohne esbozó una sonrisa para no asustar a la niña. 

Tohne llevó a la niña a un bar que frecuentaba cerca del barrio rojo, donde la gente había empezado a entrar después de su trabajo. Todas las mesas estaban llenas, así que tomaron asiento en la barra. Después de pedir un vaso de zumo y un poco de sopa, Jeanne dudó al principio, pero no tardó en engullirlo, demostrando el hambre que tenía. 

Tohne observó a la chica a su lado mientras daba un sorbo a su té. No es muy expresiva, pensó. Qué pena. Aunque la chica parecía demasiado delgada, su rostro tenía rasgos atractivos. Imaginó que, con buena comida, sueño y ropa, parecería una persona totalmente diferente.

El dueño del bar se acercó a él y le dijo: —¿Qué es esto, Tohne? ¿Estás harto de las mujeres adultas?

Tohne escupió su té. Jeanne miraba de un lado a otro entre Tohne y el dueño. 

—¡No! —negó Tohne—. ¡No se trata de eso!

—¿Ah, sí? ¿No estabas llorando porque esa chica a la que has estado comprando cosas terminó con otro tipo? 

—Deja el pasado en el pasado… —Era un recuerdo fresco y doloroso para Tohne: una chica a la que había estado colmando de regalos le había pedido consejo para cortejar a otro hombre. El dolor se había calmado un poco después de ahogarlo en cerveza y música… No es que la herida fresca se haya curado del todo.

—Muy bien, mi error —dijo el dueño, sin sinceridad—. Oh, ¿puedo molestarte por una canción? El tipo que había reservado nunca apareció… ¿Sólo una? 

Tohne cogió su violín. Normalmente tenía programadas actuaciones en varios bares, pequeños teatros y plazas, según el día, pero tampoco era raro ver alguna petición de última hora. Por pequeño que fuera el concierto, Tohne sabía que el boca a boca acabaría por darle más trabajo.

—Quédate aquí un momento —dijo Tohne a Jeanne, y subió al pequeño escenario. Saludó al público, que ya estaba borracho y animado, y se lanzó a cantar una canción alegre. El público, muy entregado, lo mantuvo durante cinco canciones, hasta que Tohne consiguió finalmente bajar del escenario entre estruendosos aplausos.

Cuando regresó a la barra, fue recibido por los ojos brillantes de Jeanne. 

—¿Te ha gustado mi actuación? —preguntó Tohne con orgullo, ahora que había visto por primera vez una expresión apropiada para su edad en Jeanne. 

—¡Ha sido increíble! —dijo ella, emocionada—. ¡Sonó tan bonito! ¿Puedes tocar algo más?

—Por supuesto. Así es como pongo la comida en mi mesa. Puedo tocar todo tipo de canciones con el violín, el piano o la guitarra. Cualquier cosa que te guste. ¿Te interesa, Jeanne?

Tras mirar al bardo con admiración, Jeanne asintió. Después, Jeanne escuchó a Tohne hablar sobre qué canciones o historias eran populares últimamente, así como sus explicaciones sobre los instrumentos. 

Al cabo de una hora más o menos, Tohne le dijo a Jeanne que esperara en su silla mientras él se dirigía al dueño del bar a por su paga.

—Aquí está, Tohne. —El dueño intentó entregarle cinco monedas de plata, pero Tohne sólo cogió tres, ya que sólo le habían contratado para hacer una canción. Había tocado cinco por su propia voluntad. Tohne se lo explicó al dueño, y llegaron a un acuerdo para que éste cubriera además su cuenta de la noche. 

—Entonces, sabes quién es esa chica, ¿verdad?

—¿Te refieres a Jeanne? —Tohne negó con la cabeza. 

—¿No lo sabes?, —dijo el dueño, incrédulo—. No es que conozca todos los detalles… Pero su madre trabaja en el barrio rojo. Solía trabajar en la mansión de un noble, por lo que he oído. Al parecer, ella era de nacimiento decente. Entonces el noble le puso las manos encima y ella tuvo a la niña. La echaron de la casa del noble y la separaron de sus padres. —El dueño explicó que lo sabía porque su mujer había ayudado a la madre de Jeanne cuando aún estaba embarazada. La madre soltera de pelo cobrizo y buen aspecto fue la comidilla del pueblo durante un tiempo—. Esa pobre mujer y esa pobre chica. Otra vida más arruinada por un bastardo ricachón. 

Tohne pidió entonces la dirección de la chica y salió del bar. 

Llevó a Jeanne de la mano por el barrio rojo, lo que Tohne imaginó que se encontraría con miradas inquisidoras que le acusaban en silencio de actos inconfesables, pero apretó los dientes a pesar de todo. 

Finalmente llegaron a una casa en mal estado y Tohne llamó a la puerta. Tras un par de toses desde el interior, la puerta se abrió con una mujer con el mismo color de pelo que Jeanne. Tohne supuso que la mujer era la madre de Jeanne. Tal como había dicho el dueño del bar, la encontró delgada, pero hermosa. La madre lanzó una mirada inquisitiva a Tohne antes de ver a su hija escondida a su lado. 

—¡Jeanne! ¿Dónde te has metido, quedándote fuera hasta tan tarde? —le preguntó enfadada. 

—M-Mamá… —Los hombros de Jeanne temblaron y soltó la mano de Tohne—. Lo siento…

—¿Cuántas veces tengo que decirte que no me hagas preocupar…? —La regañina de la madre se aplastó en un ataque de tos. 

Jeanne corrió hacia ella. 

—Mamá, ¿estás bien?

—¡Cállate…! Entra ya. —Tiró de Jeanne hacia el interior de la casa y la espantó. 

Jeanne miró hacia atrás un momento antes de retirarse al interior de la casa, dejando a la madre y a Tohne de pie, torpemente, en la puerta. 

—Siento que hayas tenido que ver eso —dijo la madre, rompiendo el silencio.

—No, es mi culpa por mantenerla fuera tan tarde… Oh, no es que estuviera haciendo nada… —se apresuró a explicar Tohne. 

La madre se rio ante esto, suavizando amablemente el paso en falso. Luego, una sombra cruzó su rostro. 

—He estado enferma y le dije que no se acercara a mí. Por lo visto, lo interpretó como que no podía estar en la casa… —explicó con tristeza. 

Tohne se preguntaba si la madre, una prostituta, estaba interpretando un papel para ganar simpatía. Sin embargo, si ese fuera el caso, probablemente lo habría interpretado desde el momento en que abrió la puerta. Si su salud le impedía salir a buscar a su hija, Tohne podía imaginar cómo la madre podía haberse vuelto loca de preocupación. Y si lo que había dicho el dueño del bar era cierto, tenían una historia complicada. Dudaba que su relación fuera sólida. Recordando cómo Jeanne tomaba la sopa y, el aspecto de ambas, Tohne podía imaginar lo mucho que estaban luchando. 

—Me llamo Tohne. Soy un bardo viajero, y puede que no lo parezca, pero sólo tengo veinte años. —La repentina presentación de Tohne fue recibida por una mirada curiosa de la madre—. Si no te importa, ¿puede Jeanne acompañarme mientras estoy en la capital? Me vendría bien un par de manos más para ocuparme del trabajo extra que conlleva. Pagaré, por supuesto. ¡Oh, y no me gustan las chicas pequeñas ni nada por el estilo! No te preocupes por eso. También la acompañaré a casa todos los días. —Tohne siguió hablando sin dar a la madre la oportunidad de hacer una pregunta. 

Al día siguiente, Tohne salió a la ciudad con Jeanne a cuestas. Le pidió que recogiera las monedas que le arrojaban mientras tocaba en la plaza y que llevara mensajes a los bares y teatros donde tenía programada una actuación. Por la noche, comían en bares y comedores baratos antes de que Tohne acompañara a Jeanne a casa con una comida para su madre y un poco de dinero de bolsillo. 

Incluso para un humilde bardo, esto no era un gasto excesivo para Tohne. Cada vez que acompañaba a Jeanne a casa, la madre miraba cómo Jeanne entraba en la casa antes de dar las gracias a Tohne una y otra vez. Ella también le agradecía siempre que cuidara de Jeanne, lo que había llevado a Tohne a esperar que la relación de Jeanne con su madre mejorara. 

—No puedes dejar de meter las narices en las cosas, ¿verdad? —le había dicho el dueño del bar a Tohne. 

Unos días después, tras una actuación en un pequeño teatro, se dio cuenta de que Jeanne le miraba como si quisiera hacerle una pregunta. 

—Tío Tohne…

—No me llames así. 

—¿También puedo tocar música? 

—Por supuesto. ¿Te interesa? —preguntó él. Jeanne asintió después de un tiempo—. Entonces te enseñaré. 

Jeanne sonrió por primera vez desde que la conoció. 

Había pasado un mes desde que conoció a Jeanne. Después de ver que su madre se había recuperado y vuelto al trabajo y que sus vidas normales habían regresado, Tohne decidió finalmente marcharse. Después de todo, era un bardo viajero, un músico en busca de nuevas canciones mientras viajaba de ciudad en ciudad y de país en país. En ocasiones, se quedaba más tiempo del habitual en una capital u otra gran ciudad, pero nunca de forma definitiva. Además, tenía que seguir aprendiendo nuevas canciones para mantener al público enganchado. Ya se lo había dicho a los bares y teatros, e incluso a la madre de Jeanne el día anterior. 

Hoy, antes de irse, por fin ha venido a decírselo a Jeanne. Había esperado tanto tiempo porque, a decir verdad, no quería dejar a Jeanne. 

—Señor Tohne… ¿Cuándo volverá? 

Tohne se lo pensó. Después de recorrer varias naciones, serían al menos unos años. Además, hoy en día siempre existía la posibilidad de morir en algún lugar del camino. 

—No estoy seguro… ¡Oh, no llores! ¡No llores! —se apresuró a decir Tohne, y luego propuso—: Hagamos un trato. Quiero que escribas una canción antes de que te vuelva a ver. Algo que caliente el corazón de la gente. 

—¿Calentar… sus corazones? ¿Qué tipo de canción es ésa? —Jeanne parpadeó un par de veces, tratando de procesar la figura retórica. 

Tohne veía en ella talento musical. En la escritura de canciones y letras, en particular. Después de enseñarle a leer y escribir música, así como a tocar algunos instrumentos durante el último mes, había creado unas cuantas composiciones propias que aún no eran lo suficientemente refinadas como para llamarlas canciones, pero que eran prometedoras.

—Eso es algo que tienes que averiguar —respondió Tohne—. Una vez que lo hagas, la cantaré por todo el mundo. Entonces siempre estaremos juntos a través de esa canción.

—¡Está bien…! —dijo Jeanne con una sonrisa.

Cuando Jeanne lo despidió, Tohne abandonó la capital. Fue la última vez que se vieron. 

Tohne colocó un ramo de flores en una lápida dentro de un cementerio en los terrenos de cierta iglesia. La lápida decía “Jeanne Barbosse”. 

—Lo prometimos… —murmuró Tohne, tocando la parte superior de la lápida. 

Tres años después de su separación, Tohne había vuelto a la capital, a la casa de Jeanne. Sin embargo, la casa estaba ocupada por otra persona, y le dijeron que el anterior inquilino había muerto. Volvió al bar para enterarse de que la madre de Jeanne había fallecido medio año después de que él dejara la capital, y que Jeanne había sido acogida por su padre, el noble. Aunque lamentó no haberse quedado más tiempo en la capital, se sintió aliviado al saber que ella vivía en un hogar aristocrático y no se moría de hambre. Esa vez, permaneció en la capital durante un mes. 

Cuando regresó de nuevo en primavera, tres años después, descubrió que la hija de un marqués había sido asesinada. Cuando preguntó por su nombre, descubrió que se trataba de la misma chica del pelo cobrizo. 

Tohne lamentó dolorosamente haberse separado de ella seis años atrás. Entonces, oyó pasos sobre la hierba y se dio la vuelta para encontrar a un niño noble de pelo dorado y ojos verdes, acompañado de un joven que debía de ser su guardaespaldas, a juzgar por la espada que llevaba al cinto. El niño llevaba un ramo de flores en la mano. 

—¿Tú eres…? —preguntó el niño, y Tohne le contó todo. Cómo era un bardo viajero, cómo era un viejo amigo de Jeanne, y sobre la promesa que le hizo. No sabía por qué. Quizás quería compartir esos recuerdos con alguien que la conociera. 

—La canción de Jeanne… —El chico cerró los ojos un momento antes de preguntar—: Señor Tohne, ¿puedo ser yo quien cumpla esa promesa?

El bardo estaba tocando su última canción de la noche en un bar del barrio rojo. Era una canción reconfortante que recordaba a un cálido día de primavera. Mientras que el resto de su repertorio solía ser recibido con vítores, abucheos o silbidos, todos los presentes en el bar escucharon en silencio la canción y aplaudieron cuando concluyó. Tohne declinó cortésmente un bis y bajó del escenario. 

—Oye, Tohne. ¿Era una canción nueva? ¿De dónde es? —le preguntó el dueño del bar. 

Tohne sólo asintió vagamente con una sonrisa. 

Había terminado la melodía que le había enseñado el chico de pelo rubio. El chico había dicho que Jeanne era la que había escrito la melodía. Al final, Tohne adivinó quién era el chico. Sabía que Jeanne, la hija del marqués, había poseído una belleza extraordinaria. Combinado con las historias del Príncipe de la Luz que había escuchado en sus viajes, así como las noticias de quién había resuelto el incidente en la Catedral…

Pero Tohne decidió que no necesitaba saber quién era realmente el chico. 

—Es una buena canción —dijo el dueño—. ¿No tiene letra? ¿O un título?

—No hay letra… Pero, veamos… —Tohne reflexionó durante un rato—. ¿Qué tal el Himno de la Esperanza?

El Himno de la Esperanza, sin letra, se extendió por todo el mundo, sin que nadie supiera quién lo había escrito en un principio. La historia ha señalado que el famoso héroe Herscherik tarareaba a menudo el Himno de la Esperanza para sí mismo.

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