Herscherik – Vol. 4 – Capítulo 2: El Príncipe, el pueblo y la ceremonia de partida (2)

Traducido por Shisai

Editado por Sakuya


El día anterior a la ceremonia de partida, Shiro acompañó a Herscherik a su habitación antes de cenar e ir a visitar cierta sala del departamento de Magia. Al no recibir respuesta al llamar, puso la mano en el pomo y abrió la puerta. Al entrar, el olor a productos químicos asaltó la nariz de Shiro, haciéndole hacer una mueca mientras buscaba en la habitación a la persona que buscaba.

La habitación no era especialmente grande, así que rápidamente encontró a su objetivo junto a un escritorio cerca de la ventana, tomando notas con un tubo de ensayo lleno de productos químicos en la otra mano.

—Maestro Sigel, —llamó Shiro al hombre, que estaba de espaldas a él, pero seguía escribiendo sin detenerse, aparentemente sin darse cuenta de la presencia de Shiro. Shiro suspiró y se acercó—. Maestro Sigel. —Repitió el nombre del hombre, esta vez más alto. Esta vez pareció darse cuenta por fin de la presencia de Shiro, dejó de escribir y se giró hacia él.

—Oh, Weiss. Lo siento, no te noté. Además, como ya te he dicho muchas veces, no hace falta que me llames ‘Maestro’ —Aunque se disculpaba ostensiblemente, el hombre no parecía estar arrepentido en lo más mínimo. 

Shiro frunció el ceño ante aquel hombre de gafas -Sigel- que parecía tener poco más de veinte años. Sigel colocó el tubo de ensayo que sostenía en un estante, con cuidado de no derramar su contenido, y luego volvió a mirar a Shiro mientras se reajustaba las gafas.

A continuación, Shiro le entregó a Sigel unos documentos.

—Maestro Sigel, tenga esto.

—¿Has conseguido descifrarlo…? —Sigel respondió, sorprendido, aceptando los documentos que Shiro le había entregado y estudiando detenidamente la escritura con sus ojos ultramarinos. Ahí encontró una fórmula mágica que había estado necesitando. Se trataba de una fórmula que normalmente llevaría a varios hechiceros más de medio año descifrar, pero que Shiro había descifrado -por sí mismo, nada menos- en casi nada de tiempo. Sigel se quedó boquiabierto.

Supongo que así es un verdadero genio… El propio Sigel pertenecía a la categoría de personas a las que se suele llamar genios. De niño, se le consideraba un prodigio, ya que poseía conocimientos de magia que a menudo superaban a los de personas de muchas veces su edad. Sin embargo, el magnífico hombre que tenía delante estaba en un nivel completamente diferente, y no sólo en lo que se refiere al asunto en cuestión. Desde que Sigel conoció a Shiro, habían mantenido extensas discusiones sobre el tema de la magia, y cada vez Sigel se quedaba asombrado de lo dotado que estaba realmente Shiro.

Lo que más le había sorprendido era saber que las fórmulas mágicas que utilizaba Shiro eran de su propia invención, y por lo tanto eran realmente únicas para él. La mayoría de los hechiceros sólo utilizaban fórmulas previamente descubiertas. Los hechiceros muy experimentados y poderosos podían adaptar las fórmulas existentes a sus propios fines, pero la fórmula fundamental seguía siendo la misma.

Sin embargo, Shiro había inventado por completo sus propias fórmulas. Aunque la magia resultante fuera la misma, las fórmulas en sí seguían siendo diferentes. Además, sus fórmulas eran eficientes y económicas, pero igual de eficaces que las más tradicionales, si no más. 

El propio Shiro afirmaba que podía utilizar las fórmulas estándar, pero eran muy costosas debido a la naturaleza de su poder, por lo que había decidido inventar las suyas propias. 

—No es especialmente difícil con algo de imaginación y creatividad, —había dicho, pero si el hechicero medio fuera capaz de hacerlo, no dependería de las fórmulas existentes para empezar.

No obstante, como sus fórmulas estaban diseñadas teniendo en cuenta su propia habilidad especial, era difícil que otros hechiceros las utilizaran con eficacia. Shiro, en cambio, era capaz de utilizar cualquier fórmula mágica sin problemas, e incluso encontraba problemas en las fórmulas existentes y las mejoraba sin esfuerzo.

Por eso Sigel lo consideraba un verdadero genio.

—Me sorprendes, como siempre. Esto será tremendamente útil para nuestra investigación.

—No estaré por aquí a partir de mañana. Cuento contigo para terminarlo, —respondió Shiro y se dio la vuelta para salir de la habitación, pero Sigel le detuvo.

—Weiss, ¿de verdad te vas? ¿Estarás bien? —A pesar de no tener experiencia en ello, Sigel comprendía que el campo de batalla era un lugar peligroso. Algunos de sus propios colegas habían partido hacia la batalla en el pasado, para no volver jamás.

Los hechiceros eran extremadamente valiosos en la batalla. Un Hechicero de alto nivel podía muy bien igualar a todo un batallón en poder. Al mismo tiempo, tenían muy poca fuerza física en comparación con los soldados y los caballeros; y en el combate cuerpo a cuerpo, a pesar de toda su capacidad ofensiva, bien podrían haber estado hechos de cristal. 

Los soldados enemigos siempre apuntaban primero a los Hechiceros, y si su Magia Interior se agotaba, quedaban totalmente inmovilizados, nada más que una carga para cualquiera a su alrededor. Por no hablar de que los Hechiceros tenían que recitar conjuros antes de activar sus hechizos. Shiro no era diferente, y durante un encantamiento sería un blanco fácil. Si el enemigo aprovechaba la oportunidad, ni siquiera Shiro saldría indemne. Para un Hechicero, estar en el campo de batalla era un acto de muerte.

Sin embargo, Shiro no prestó atención a la preocupación de Sigel y respondió con naturalidad: —Bueno, soy el Hechicero al servicio de Hersche.

—Pero, eso es sólo porque…

Shiro sólo se había convertido en el hechicero al servicio del príncipe para protegerse. No tenía ningún interés en el poder político, ni nadie le había obligado a aceptar el cargo.

Sigel también había participado en las investigaciones en torno al intento de ataque terrorista de la Iglesia y sabía que Shiro, como resultado de la experimentación humana, había sufrido una transformación única. Si no fuera por su condición de Hechicero al servicio del príncipe, podría haber sido objeto de muchos otros experimentos. Al haberle rescatado durante el ataque terrorista y haber evitado que sufriera más daños, Herscherik le había salvado la vida en más de un sentido.

Pero, al mismo tiempo, Shiro era una víctima de este gobierno, ya que había resultado que la droga que le había alterado había sido desarrollada originalmente en un laboratorio de investigación real. Si no fuera por esa droga, Shiro podría haber llevado una vida normal.

Sigel se preguntó si Shiro realmente tenía que arriesgar su vida en la batalla por un título vacío como ese. Al parecer, sintiendo lo que Sigel estaba pensando, Shiro respondió a su pregunta no formulada.

—Hersche me salvó.

—Pero…

Shiro negó con la cabeza ante la duda de Sigel.

—Hersche me salvó de mí mismo.

Cuando Shiro se sintió invadido por la desesperación, dispuesto incluso a desprenderse de su humanidad, Herscherik le había detenido. Le había dicho que nunca se llamara a sí mismo monstruo. Herscherik había sido la primera persona que le aceptó de verdad.

—Por eso debo estar a su lado. Si Hersche parte a la batalla, sería impensable no unirme a él —declaró Shiro, con una sonrisa lo suficientemente hermosa como para hacer temblar los cimientos de un país.

Sigel asintió en respuesta. Como hechicero de servicio que era, iría con gusto a la guerra si fuera por el bien de Mark, no porque éste fuera un príncipe, sino porque era su subalterno de la academia, alguien con quien se llevaba bien y al que consideraba como un hermano menor. Si no fuera por eso, nunca habría entrado en su servicio, por muy tentador que fuera el alojamiento y la comida garantizados.

—Lo entiendo. Por favor, cuídate. Rezaré por tu éxito —dijo, dejando escapar un profundo suspiro. Sosteniendo los documentos, continuó—: Puedes dejarme esto a mí. Prometo llevar esta investigación a buen puerto.

Shiro asintió con la cabeza y salió de la habitación.

♦ ♦ ♦

Un agotado Oran se arrastró por la puerta de su casa. Estas dos últimas semanas, Oran también había estado ocupado como caballero al servicio de Herscherik, ocupándose de los asuntos relativos a la defensa nacional, supervisando la dotación de personal, reuniéndose con los guardias reales que lo acompañaban y con otros líderes diversos, revisando los datos de los encuentros pasados con el imperio, recopilando información sobre sus actuales comandantes, y mucho más. Sólo había podido ir a casa una vez cada tres días, y después de que todos los demás estuvieran ya durmiendo. Por la mañana, practicaba con la espada, se metía el desayuno en la boca y se dirigía de nuevo al castillo.

Al haber terminado por fin todos los preparativos para la ceremonia de partida, hoy había podido volver a casa antes de lo habitual. Por supuesto, todavía era casi medianoche cuando finalmente se dirigió a la calle. Supuso que su familia ya estaba durmiendo, sólo para encontrar a sus hermanos esperándolo en la puerta.

—¿Qué pasa, chicos?

—¿Qué crees que pasa? Estábamos esperando a nuestro hermano menor, que está nervioso por su primera expedición militar. —El hermano más cercano a Oran en edad -Krehl, el segundo hijo de la familia Aldis- se burló de su confundido hermano menor con una entrañable sonrisa en el rostro. A su lado estaba el hijo mayor, Georges, tan fornido como su padre, quien se encogió de hombros con una expresión resignada en su cincelado rostro.

—Bueno, no es que pueda ver a Octa alguna vez nervioso.

Oran respondió a sus dos hermanos con una vaga sonrisa.

No puedo decir que esté completamente tranquilo… pensó, pero se lo guardó. En efecto, estaba un poco nervioso; pero era el nerviosismo justo, el que te ayuda a concentrarte justo antes de un partido.

—Mamá y papá te están esperando, —le dijo su hermano mayor, haciéndole pasar al interior. 

Oran entró en la casa y se dirigió al salón, donde encontró a su padre Roland y a su madre Ana, así como a su hermana pequeña Liliana, la cual parecía un poco adormilada.

Pero eso no era todo lo que lo esperaba. Frente a la chimenea se había colocado una flamante armadura. La coraza, los petos y los guanteletes estaban diseñados para cubrir completamente la parte superior del cuerpo, mientras que las rodilleras, las grebas y los robustos sabbatones protegían las piernas. Toda la armadura era de un color carmesí oscuro y sangriento.

—¿Esto es…?

—Lo mandamos hacer para mañana, —respondió su madre al aturdido Oran con una suave sonrisa—. Octavian, en comparación con tu padre y tus hermanos mayores, aún te falta fuerza física. Sin embargo, tu destreza lo compensa con creces, y esa será tu mejor arma en el campo de batalla. Teniendo eso en cuenta, mandamos hacer la armadura con un material resistente pero ligero, para no entorpecer tu velocidad. Me alegro de que estuviera terminada a tiempo para tu partida.

Oran se sorprendió y confundió al escuchar todo esto de su madre, quien hasta entonces nunca había aventurado una sola opinión sobre la lucha con espada o la batalla.

—¿Qué es este color? —Era un carmesí intenso, muy parecido a la sangre. Le recordó su propio traje blanco, manchado de rojo oscuro tras la batalla en la iglesia.

—Este es el color de tu determinación, ¿no es así? —Ana sonrió con conocimiento de causa, igual que aquel día.

El día que habían evitado el acto terrorista de la Iglesia, todos sus hermanos se habían quedado sin palabras al verlo empapado de sangre. Incluso su padre, curtido en mil batallas, parecía no tener palabras. Sin embargo, su madre se limitó a coger su uniforme manchado de sangre y le dirigió al baño, sonriendo como siempre.

—Ese es mi hijo —había dicho justo al cerrar la puerta del baño. 

En ese momento, Oran supuso que se refería a la prevención del ataque terrorista. Sin embargo, ahora comprendía lo que realmente quería decir. No importaba cómo se disfrazara, al final el asesinato seguía siendo un asesinato. Oran había aceptado sus crímenes y había seguido adelante a pesar de todo, y por eso Ana había elogiado a su hijo.

Ana vio la mirada de Oran y, sin dejar de sonreír, continuó hablando.

—Has resuelto recorrer un camino espinoso con el príncipe Herscherik. Lo único que puedo hacer como tu madre es despedirte. Continúa por ese camino, de una manera acorde con un miembro de la familia Aldis.

Oran asintió en respuesta y se puso delante de la armadura, la cual reflejaba brillantemente la luz en tonos rojos. Mientras permaneciera al lado de Herscherik, mientras estuviera en el campo de batalla, esta armadura probablemente nunca perdería su color, pensó.

—Octavian, toma esto —dijo su padre Roland, entregándole una espada. 

Cuando Oran la tomó, sus ojos se abrieron de par en par con asombro. A pesar de ser la primera vez que empuñaba el arma, le resultaba tan natural como una espada que le hubiera acompañado durante muchos años. La desenfundó y se vio reflejado en la hoja de plata laboriosamente pulida.

Se alejó de su familia y practicó unos cuantos golpes con la espada; tal y como había pensado, no parecía que fuera la primera vez que la empuñaba. Oran dejó de practicar sus golpes y estudió detenidamente el arma cuando Roland comenzó a hablar de nuevo.

—Esta es la espada legendaria que se entregó a la familia Aldis cuando se nos concedió el título de marqués.

—¿Qué? ¿De verdad? —respondió Oran, confundido al escuchar las palabras “espada legendaria”. 

Ya era consciente de que la familia Aldis había recibido algún tipo de arma fenomenal en lugar de que se les concediera territorio cuando recibieron el título de marqués. Sin embargo, Oran había imaginado algo muy extravagante, y esta espada estaba muy lejos de eso. Aunque era realmente hermosa, no tenía ningún adorno, era una espada práctica hecha para el combate. La vaina tampoco estaba adornada con gemas ni oro. Era una espada sencilla que no habría desentonado en el almacén de un comerciante de armas corriente.

—Esta es una de las armas divinas bendecidas por la propia diosa de la guerra. Se dice que esta espada nunca se embotará ni se romperá, no importa a cuántos mates con ella, y cuanta más sangre beba, más brillará la hoja de plata y más afilado será su filo.

Oran volvió a fijar su mirada en la espada tras escuchar a su padre. Las Armas Divinas eran, tal y como su nombre indicaba, armas que habían recibido la bendición de la diosa de la guerra, y sólo existían diez en todo el mundo. Se decía que albergaban un poder místico distinto al de la magia. Las leyendas relativas a estas armas iban desde las fantasiosas historias en las que su portador salía siempre victorioso de la batalla y disfrutaba de una buena fortuna sin fin, hasta las historias de terror en las que se le maldecía a seguir luchando hasta morir o se le obligaba a matar a una persona cada día para no perder su alma. Incluso se contaba que un reino estaba tan obsesionado con las Armas Divinas que le declaraba la guerra a cualquier país que las poseyera.

Oran nunca habría imaginado que una de esas armas podría encontrarse en su propia casa.

—¿Esto es… real…?

—No podría decírtelo. Pero lo que sí puedo decirte es que no he pulido ni afilado esta espada ni una sola vez en mi vida. —Por muy manchada de sangre que estuviera, con un solo movimiento de la espada siempre recuperaba su brillo, y su superficie nunca había sufrido ni un solo rasguño.

Oran permaneció en silencio, aturdido.

—Octavian, ¿entiendes por qué a la familia Aldis no se le dio territorio, ni riqueza, sino sólo esta espada? —preguntó su padre, dirigiendo una mirada aguda hacia Oran, quien no sabía qué responder.

La espada era, en efecto, un tesoro legendario; sin embargo, no era adecuada como recompensa. Si realmente era una de las Armas Divinas bendecidas por la diosa, como afirmaba su padre, era una responsabilidad demasiado grande para una simple familia noble.

Roland continuó.

—Esta espada es la prueba de la fe que este país tiene en la familia Aldis. Protegemos al reino, al pueblo y también a nuestros propios señores. Eso es la familia Aldis. 

El rey de entonces había solicitado la lealtad y el poder de la familia Aldis, y había confiado en ella lo suficiente como para otorgarle esta espada legendaria.

—Yo… fui incapaz de proteger a mi propio señor, —dijo Roland con amargura, entrecerrando los ojos mientras desenterraba viejos recuerdos. 

Había perdido al hombre al que servía por una intriga, y para cumplir el último deseo de su maestro, Roland había dedicado su vida a proteger el país. Sin embargo, desde entonces no había podido empuñar la espada. 

—No acabes como yo. Asegúrate de proteger a tu maestro, tu país y tus convicciones. Y vuelve a casa de una pieza.

Oran cerró los ojos por un momento y respiró profundamente. Luego envainó su espada y se arrodilló.

—Lo juro. —Fue una declaración corta, pero impregnada de su determinación.

Después de explicar el horario que comenzaba al día siguiente, Oran se retiró a su habitación, donde se acercó a un escritorio junto a la ventana sin encender la luz. Entonces cogió una caja de madera de la parte superior del escritorio, la abrió y sacó una cinta. Era la misma cinta, del color de su propio pelo, que no había podido regalar a su prometida en el pasado.

—Esta vez, juro que no fallaré.

Se llevó la cinta al pecho mientras pronunciaba el nombre de la mujer que había amado.

♦ ♦ ♦

Kuro se preparaba para el día siguiente en su habitación. No llevaba su uniforme de mayordomo, sino que estaba vestido con un atuendo sencillo. Aun así, el atuendo que llevaba era del mismo tono que su pelo, prueba de que, tal y como sugería el nombre que le había otorgado su amo, efectivamente le gustaba el color negro.

En la parte superior de su escritorio había una serie de herramientas de asesinato. Había, por supuesto, armas blancas como cuchillos y dagas; productos químicos como pólvora, veneno y antídotos; y, por último, un alambre largo y fino como un hilo de acero. Cuidó escrupulosamente cada uno de los objetos que tenía delante.

Con el alambre en particular tuvo un cuidado meticuloso. Este alambre parecía solo un hilo a simple vista, pero en realidad consistía en muchas hebras de acero muy finas que se hilaban para formar un solo alambre. Además, cada una de estas hebras tenía grabada una fórmula mágica que hacía que se extendiera cuando se vertía magia en ella. Esto permitía manipular el alambre, hasta su durabilidad y filo, a voluntad. Era el producto de la investigación más avanzada de su país de origen.

Tras terminar de enrollar el alambre en una bobina especial, Kuro dejó escapar un suspiro mientras se masajeaba los hombros. Siempre era cuidadoso cuando se trataba del mantenimiento de las armas, pero hoy lo había sido especialmente. Mirando el reloj, vio que ya era más de medianoche.

Ya tan tarde, eh… Han pasado dos horas desde que empezó, y había estado tan absorto en su trabajo que no se dio cuenta del paso del tiempo.

De repente, escuchó un leve ruido, y giró los ojos hacia la puerta de la que provenía el sonido. No era la puerta que daba al pasillo, sino una que estaba conectada directamente con la habitación de Herscherik. Al ser el mayordomo de Herscherik, le habían dado una habitación adyacente a la de éste para poder llegar a su amo sin tener que pasar por el pasillo.

¿Sigue despierto? Herscherik había enviado a sus hombres a su servicio a casa, alegando que se iba a la cama para asegurarse de que llegaría a tiempo para la ceremonia que empezaba temprano al día siguiente. Kuro suspiró, se levantó y se dirigió a la habitación de Herscherik. Sin embargo, al alcanzar el pomo de la puerta, se detuvo repentinamente, se dio la vuelta y salió por la puerta que daba al pasillo.

♦ ♦ ♦

En una habitación oscura, iluminada únicamente por la luz de la luna, Herscherik estaba sentado en un sofá junto a la ventana, abrazando sus rodillas mientras miraba distraídamente el cielo nocturno. En su mano tenía el reloj de bolsillo de plata, que de vez en cuando acariciaba con el pulgar. Luego bajaba la vista para observarlo un momento, para volver a mirar el cielo poco después.

Sé que tengo que dormir, pero… Herscherik murmuró en su cabeza. Al día siguiente era la ceremonia de partida. Después de la ceremonia inicial, una gran procesión marcharía a través de la ciudad del castillo, para luego dirigirse directamente a la fortaleza de la frontera. Como la ceremonia comenzaba a primera hora de la mañana, había despedido a sus hombres a su servicio temprano y se había metido en la cama.

Sin embargo, a pesar de estar tumbado en su cama con los ojos cerrados, y por muchas ovejas que contara, no había podido dormir. Así que, habiendo renunciado a dormir, ahora estaba contemplando el cielo nocturno.

—Te hace volver a cuatro años atrás, ¿no es así, Klaus? —Herscherik habló a una habitación vacía. Nunca había olvidado lo que ocurrió durante su tercera fiesta de cumpleaños, el día en que conoció el lado oscuro de su país. 

Herscherik se preguntaba qué estaría haciendo ahora si nunca hubiera cogido el reloj de bolsillo y si nunca hubiera conocido a ese hombre. Tal vez habría disfrutado de una vida dichosa como miembro de la realeza, sin ninguna preocupación en el mundo, ignorante de cómo le estaban protegiendo.

—Han sido cuatro años. Cuatro largos años… —susurró Herscherik, apretando inconscientemente el reloj de bolsillo.

—Hersche. —Se oyó una voz en la oscuridad. Herscherik se volvió en dirección a la voz, donde una sombra parecía moverse. Enseguida supo de quién se trataba.

—Kuro, ¿todavía estás levantado?

—Esa es mi frase, —respondió Kuro, contrariado, mientras aparecía de entre las sombras sosteniendo dos tazas—. Fuiste tú quien nos dijo que nos acostáramos temprano esta noche, ¿sabes?

Herscherik no pudo hacer otra cosa que sonreír torpemente en respuesta.

—Toma, bebe esto. Y vete a dormir ya.

Herscherik cogió una de las tazas de Kuro y descubrió que contenía leche caliente.

—Gracias, —dijo, pero justo cuando iba a tomar un sorbo de la taza, se quedó helado. Se acordó de una ocasión anterior en la que había bebido algo que le habían ofrecido—. Kuro, no me digas…

—Esta vez no he añadido nada. —Kuro se encogió de hombros al ver a su maestro mirándolo con desprecio y tomó un sorbo de su propia taza. Herscherik dejó escapar un pequeño suspiro en respuesta y bebió un trago. Pudo detectar un leve sabor a miel mientras su rostro se relajaba y podía sentir que la tensión de la que no había sido consciente se disipaba lentamente.

—En serio, ¿qué mayordomo drogaría a su amo? —le reprochó en broma a Kuro el ahora relajado Herscherik.

Después de haber detenido el ataque terrorista de la Iglesia y de haber despedido a la hija del marqués Barbosse en su funeral, Herscherik había pasado cada momento de vigilia investigando las injusticias que se daban en el país.

—No puedo descansar. Tengo que hacerlo. Si no, ella habría muerto en mi lugar para nada —había dicho Herscherik desesperadamente, preocupando tanto a sus hermanos como a sus hombres de servicio. Sin embargo, había continuado, sin ahorrarles un pensamiento, jugando a ser un príncipe inocente y gentil durante el día y asaltando los archivos de cada departamento por la noche. Llevado al límite en su investigación, empezó a dormir tan poco que más bien parecía que se desmayaba por un momento.

Herscherik tenía tendencia a enfermar si no dormía lo suficiente durante un periodo determinado. Sabiendo esto, su mayordomo había intentado advertirle muchas veces, pero su amo se había negado a hacer caso. Al final, Kuro había tomado medidas extremas para obligar a su amo a descansar un poco: le había echado pastillas para dormir en el té. Ahora bien, no se trataba de las mismas píldoras de mala calidad que le habían dado a Herscherik con motivo de su secuestro hacía algunos años: con la dosis adecuada no había efectos secundarios, y aliviaban el estrés mientras te dormían suavemente. Kuro había hecho un buen uso de sus contactos para conseguir sólo los productos de mayor calidad.

El primer día, Herscherik había asumido simplemente que estaba cansado. El segundo día, se había quedado perplejo, y al tercer día había notado que algo iba mal y había empezado a interrogar a su mayordomo.

—Pero te negaste a escuchar, Hersche —le reprendió Kuro a Herscherik en voz baja y fría, a lo que el príncipe no tuvo más remedio que admitir su error.

Para entonces, poco a poco había empezado a darse cuenta de que se estaba exigiendo demasiado. Era incapaz de concentrarse durante las clases matinales, sus ataques se desviaban con más facilidad de lo normal durante su entrenamiento con la espada, y durante las prácticas de equitación casi se cae de la silla. Así que entendía por qué Kuro había intentado obligarle a descansar, y lamentaba haberle hecho preocuparse.

—Diría que soy una buena opción para un maestro que ni siquiera reprende a su mayordomo por drogarlo —dijo Kuro con una sonrisa socarrona en el rostro, ante lo cual Herscherik se echó a reír.

—Han pasado tres años, casi cuatro, desde que nos conocimos… 

Esos cuatro años parecían haber pasado rápidamente en algunos aspectos, pero lentamente en otros. Si no fuera por Kuro, Herscherik no habría sido más que un niño sin poderes. Lo mismo ocurría con Oran, Shiro, sus hermanos y todos los que le habían apoyado durante estos años. Sin habilidades ni magia ni ninguna otra capacidad, nunca habría llegado tan lejos por sí mismo.

—Gracias…

—Hersche, es demasiado pronto para agradecerme. Apenas estamos empezando, —interrumpió Kuro a Herscherik, quien asintió en respuesta.

Así es. No podemos olvidar el propósito de todos los preparativos que hemos hecho. La verdadera lucha no ha hecho más que empezar.

Como para animarse, Herscherik engulló el resto de su leche de una sola vez.

♦ ♦ ♦

Un enorme número de sirvientes decoraba ambos lados de la sala del trono, dándole la apariencia de un valle con una alfombra roja que corría por el centro: un extremo junto a la entrada, el otro junto al trono. En ese trono estaba sentado el rey, Soleil, y a su lado se encontraba el ministro Barbosse. En medio del murmullo de los sirvientes, una voz anunció la entrada de la figura central del día, y todos los ojos se volvieron hacia las puertas.

Las puertas se abrieron lentamente, casi como para prolongar el momento, y apareció una pequeña figura. Ataviado con un uniforme militar de color violeta oscuro con bordados dorados, con un manto rojo real ondeando tras él, el príncipe más joven del reino, Herscherik, se dirigió majestuosamente hacia la alfombra. Sus hombres a su servicio le seguían, su cabello dorado claro se balanceaba al caminar; fijaba sus ojos, del mismo color esmeralda que los de su padre, al frente.

El rostro de Herscherik estaba desprovisto de su habitual sonrisa soleada, y su boca estaba ahora marcada en una línea. Caminó con paso firme por la alfombra roja, deteniéndose al llegar al trono; ahí se arrodilló, con una mano en el pecho, mientras inclinaba la cabeza ante su padre. Sus hombres a su servicio siguieron el ejemplo de su señor.

Soleil se levantó y asintió, tomó del ministro un bastón de mariscal dorado, hecho a la medida de Herscherik, y se lo entregó a su hijo.

—Herscherik Greysis. Te declaro mi apoderado y te concedo este bastón. Comandarás un ejército de veinte mil hombres para expulsar a las fuerzas que amenazan nuestra tierra.

—Sí, Su Majestad.

Herscherik levantó la vista en respuesta a la ceremoniosa voz de su padre. Luego se puso de pie, aceptó el bastón de mando del gran mariscal y miró a Soleil. Sonrió por un momento, intentando ofrecer algo de consuelo a su pálido y angustiado padre, antes de volver a poner una expresión solemne en su rostro.

—Por el bien de Su Majestad, por el bien del pueblo y, sobre todo, por el bien de Greysis, mi patria, juro alejar al enemigo sin falta.

Cuando terminó de hablar, Herscherik se inclinó una vez, agitando su manto, antes de darse la vuelta y marcharse por donde había venido. Sus hombres a su servicio le siguieron. Con ellos a cuestas, se dirigió directamente desde la sala del trono a la puerta principal. Atravesó un par de puertas abiertas, y un ejército de soldados que esperaban en formación quedó a la vista.

Al frente se encontraban dos generales, los oficiales al mando de esta expedición. Uno era Teodor Seghin, un noble con el rango de vizconde. El otro era Heath Blaydes, un mercenario convertido en general. Ambos hombres hicieron una profunda reverencia cuando apareció Herscherik, ante lo cual todos los demás soldados y caballeros también se inclinaron al unísono.

Herscherik levantó el bastón de mando y alzó la voz.

—¡Soldados, marchen!

En el momento en que habló, la banda comenzó su actuación, los dos generales montaron sus caballos y la procesión de soldados se puso en marcha. El propio Herscherik subió a un carruaje preparado para la ceremonia de partida. El carruaje no tenía techo ni laterales y estaba más elevado del suelo que un carruaje normal. Si un hombre adulto lo montara, sólo sus rodillas y la parte superior serían visibles para la gente de la calle. Herscherik, al ser un niño -y más bajo que la media-, se subió a un elevador que se había colocado en el carruaje para él. Shiro subió al carruaje con él, ocupando su lugar detrás de Herscherik. Kuro iba a hacer de cochero, mientras que Oran montaba su propio caballo.

Con los preparativos listos, sólo quedaba esperar a que el carruaje se pusiera en marcha. Herscherik respiró profundamente.

Por fin empieza… Por fin había llegado el día. Él sabía que llegaría tarde o temprano. Era el día en que la gente de la ciudad del castillo, a la que se había acercado tanto, se enteraría de la verdad.

El carruaje se puso en marcha, y Herscherik se mantuvo firme en su contrahuella, tratando de evitar una desagradable caída. A medida que avanzaban, se oían las voces de la gente del pueblo, y el final de los días de Herscherik en el pueblo del castillo, mientras Ryoko se acercaba.

Herscherik cerró los ojos mientras el carruaje avanzaba, abriéndolos de nuevo justo cuando atravesaron la puerta del castillo hacia la ciudad. Vio un cielo azul despejado, banderas ondeando que mostraban un brillante estallido de sol, los soldados marchando, así como la gente del pueblo saludando. Entre la multitud de ciudadanos que habían acudido a despedir a los soldados, Herscherik vio a la pareja de la tienda de caramelos que siempre compartía algunos de sus productos con él. Habían abierto los ojos de par en par, conmovidos por el espectáculo. Y no fueron los únicos: a medida que el príncipe avanzaba por la calle, las voces de la gente del pueblo pasaron de los vítores emocionados a la confusión al reconocerlo.

Manteniendo el rostro de frente, pero dejando vagar la mirada, se fijó en que Luisa era sostenida por su marido. Entre los niños del orfanato que habían acudido a mirar, también vio a Vivi, Colette, así como a un Rick de aspecto enfadado. Todos los que conocían a Ryoko tenían una mirada de desconcierto.

No, esto no va a funcionar. Herscherik no podía hacer que se preocuparan. Un miembro de la realeza nunca debe ser responsable de hacer que el pueblo se preocupe. Para el pueblo, la familia real era la cara de su país.

Herscherik levantó la cabeza y puso su habitual sonrisa soleada. Aunque llegaran a odiarlo por haberlos engañado o lo abandonaran con disgusto, como príncipe de este país, seguía queriendo protegerlos. Ese era su propio deseo, además de su deber.

Así que sonríe. Sonríe. Sonríe.

Sonríe para que su preocupación desaparezca. Sonríe para que sepan que todo está bien. Sonríe para que tengan esperanza en el futuro.

Después de todo, eso es lo que él mismo deseaba.

♦ ♦ ♦

Así comenzó la primera campaña militar de Herscherik, que algún día se denominaría el primer capítulo del Reino en Agitación.


Shisai
Es decir que pasa de estar en aflicción a estar en agitación.

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