Herscherik – Vol. 4 – Capítulo 4: La llovizna, la corazonada y la emboscada (1)

Traducido por Shisai

Editado por Sakuya


El ejército de veinte mil personas, dirigido por Herscherik, había avanzado hasta ahora según lo previsto, y sólo quedaban unos días hasta que se esperaba que llegaran al fuerte de la frontera.

Me siento un poco… mareado, suspiró Herscherik mientras iba en su carruaje. Sin embargo, no era sólo el carruaje tembloroso lo que le hacía sentir mal. Hasta ahora todo va tan bien que me siento mareado.

Herscherik se había visto obligado a participar en la expedición por uno de los planes del ministro Barbosse, con el pretexto de elevar la moral e inspirar a los soldados. Había supuesto que Barbosse intentaría algo durante la marcha. Sin embargo, ahora estaban a tres cuartas partes del camino desde la capital hasta el fuerte fronterizo, y aún no había ocurrido nada. Herscherik se sentía incómodo, la ausencia de problemas le punzaba como una pequeña espina de pescado clavada en la garganta.

El exterior del carruaje era bastante lúgubre a pesar de ser pleno día, con una espesa niebla que limitaba la visión de Herscherik y una ligera llovizna que reducía la temperatura. El tiempo había ido empeorando poco a poco a medida que se acercaban a la fortaleza fronteriza, con algún que otro chaparrón. Este tipo de tiempo era bastante común para la región y la época del año, y lo habían estado esperando incluso antes de salir de la capital; como habían planeado la expedición teniendo en cuenta el tiempo, todavía estaban en el programa. Sin embargo…

—No para de llover, hay niebla, aún nos quedan unos días para llegar… Por no hablar de la ubicación… —Herscherik murmuró como a veces tenía la costumbre de hacer desde su vida anterior, donde inconscientemente hablaba consigo mismo cada vez que pensaba mucho en algo.

Herscherik analizó la situación mientras visualizaba el trazado de los alrededores. El camino por el que viajaban era estrecho, con pendientes cubiertas de árboles a ambos lados. Para pasar por ahí, los soldados se habían reorganizado en una larga y delgada procesión.

Herscherik tenía un mal presentimiento sobre todo esto, derivado de su larga experiencia como otaku en su vida anterior. Exceptuando el terror, había disfrutado de una gran variedad de juegos, libros, manga, anime y películas de casi todos los géneros. Le gustaban especialmente las historias de guerra. Muchas de ellas no sólo trataban en detalle las batallas, sino también las estrategias y las tácticas. Cubrían todo, desde la dotación de personal y la logística hasta la planificación de la marcha y el impacto del terreno y el clima en el campo de batalla.

Si Herscherik hubiera sido un oficial enemigo, habría elegido este lugar para lanzar un ataque. Cuando vio por primera vez un mapa de esta zona mientras planificaba la expedición, las alarmas saltaron en su cabeza. Sin embargo, con sólo su intuición, sin pruebas ni argumentos, no podía esperar convencer a nadie de desviarse de la ruta más rápida hacia el fuerte de la frontera. Además, había otra cosa que le preocupaba.

Herscherik dejó escapar un profundo suspiro.

—¿Hersche? —preguntó Shiro, quien le acompañaba como siempre, mientras levantaba la mirada de su libro. 

Herscherik arrugó la frente y gimió en respuesta.

—Tengo una especie de… mal presentimiento en las tripas.

Una larga y delgada fila de soldados; las inclinaciones boscosas a ambos lados; un clima frío y miserable con visibilidad limitada; soldados que han bajado la guardia tras una semana de marcha sin problemas… Todos estos hechos se unieron para dar crédito a la premonición de Herscherik.

De repente, se produjo una conmoción en el exterior. Herscherik escuchó el sonido de múltiples objetos golpeando el techo del carruaje y los rugidos de los soldados. Levantó los brazos para protegerse la cara mientras caía de espaldas sobre el montón de almohadas apiladas en su asiento. El polvo bailó en el aire y Shiro hizo una mueca, aunque Herscherik, con la cara enterrada en sus brazos, no lo notó.

—Maldita sea, mi presentimiento era correcto de la peor manera posible, —murmuró Herscherik, abatido.

♦ ♦ ♦

—¡Fuego! —La voz de un oficial que no pertenecía al ejército del reino reverberó a través de la niebla. Inmediatamente después, se oyó el sonido de muchos objetos cortando el aire desde las laderas de ambos lados, mientras una lluvia de flechas caía sobre la comitiva.

El repentino asalto detuvo al ejército en su camino, mientras la lluvia de flechas arrastraba sin piedad a los caballeros de sus monturas, los caballos relinchaban y se oían los gritos de los soldados cuando las flechas atravesaban los techos de tela de sus carruajes.

—¡Nos atacan!

No estaba claro quién había gritado, pero la voz sirvió de señal. Como si una presa hubiera estallado, los soldados enemigos bajaron a raudales desde las pendientes junto al camino, dividiendo la larga fila de soldados. Los que habían sobrevivido a la lluvia de flechas saltaron de sus carros e intentaron recoger sus armas, pero fueron atravesados por detrás por espadas y lanzas y cayeron al suelo, con los ojos muy abiertos. En los ojos de los soldados, que yacían en el barro sin poder hacer nada más que esperar su propia muerte, se reflejaba una bandera blasonada con un león que sostenía una corona: la bandera del imperio de Atrad.

—¿Por qué…? ¿Por qué…? —gemían los soldados mientras perecían. En el campo de batalla se escucharon innumerables gritos y alaridos mientras los veinte mil soldados se veían abocados a un abismo de desesperación y confusión.

Teodor Seghin, testigo de este espectáculo, se quedó helado.

—¡General Seghin! ¡Nos están atacando! ¡Hemos sufrido grandes pérdidas! Por favor, ¡díganos su orden!

—¿Qué… has dicho? —Teodor se tambaleó ante el informe de su subordinado gritando. El subordinado notó cómo incluso un general no podía evitar tambalearse en una emboscada. Sin embargo, ese no era el motivo de la reacción de Teodor.

¡Esto no es lo que me han dicho! Cuando el ejército estaba a punto de partir, Teodor había recibido una orden secreta del ministro. Debía entregar al enemigo al Séptimo Príncipe, al que el ministro consideraba peligroso.

Así era como Teodor esperaba que se desarrollara: El príncipe llegaría al fuerte de la frontera, sólo para encontrarse con un ejército de cien mil hombres. El ejército del reino, formado por apenas veinte mil soldados, no tendría ninguna posibilidad contra el enemigo en la batalla, así que, tras negociar con el ejército del imperio, entregarían al príncipe como rehén. Ante semejante fuerza, el príncipe no tendría más remedio que aceptar si no quería enviar a sus propios soldados a la muerte.

Y el ministro ya había llegado a un acuerdo con el imperio, que le permitía acabar con este peligroso príncipe y forjar un alto el fuego con el imperio de un solo golpe. La culpa de todo el calvario recaería en el mercenario convertido en general que le acompañaba.

Sin embargo, las cosas estaban resultando muy diferentes a lo que el ministro había descrito.

—A este paso, nosotros… ¡argh! —Mientras el subordinado intentaba continuar con su informe, una flecha impactó en su nuca y se desplomó. Teodor dejó escapar un grito mientras apenas lograba evitar caer de su caballo.

Teodor era un general, pero no era el tipo de persona que estaba en el frente empuñando un arma. Normalmente, se le encontraba en el cuartel general dando órdenes. En una situación inesperada en la que realmente temía por su vida, estaba muy desorientado.

Otro subordinado se acercó a Seghin.

—¡General Seghin! ¡Sus órdenes, por favor!

—…en…

—¿General Seghin? —Debido a la conmoción y a lo bajo que había hablado Teodor, el subordinado no logró distinguir lo que decía el general, y pidió su orden una vez más. Sin embargo, como tuvo que levantar su escudo para protegerse de las flechas que le llegaban, no pudo escuchar una vez más la respuesta de Teodor.

El subordinado bajó su escudo y volvió a mirar al general, sólo para descubrir que estaba dando la vuelta a su caballo.

—¡Retírense! ¡Caballería, síganme! ¡Protéjanme! —gritó Teodor con voz estridente, ante lo cual sus subordinados, con los escudos levantados contra la lluvia de flechas, abrieron los ojos con incredulidad. Los subordinados corrieron hacia Teodor, quien parecía dispuesto a despegar en cualquier momento.

—P-Pero, General, ¿qué pasa con los otros soldados? —Un subordinado preguntó qué hacer con los soldados a pie restantes.

Teodor volvió sus ojos inyectados en sangre hacia el soldado y gritó: —¿Por qué debería importarme? —A continuación, se puso en marcha con su caballo, y la caballería le siguió tras un momento de vacilación. Ninguno de ellos quería morir ahí.

Había un niño soldado que había presenciado la escena que acababa de desarrollarse.

No puede ser… Roy no podía creer lo que acababa de ver.

Por pura suerte, Roy había evitado ser alcanzado por una flecha cuando comenzó la emboscada. Se había escondido detrás de un carruaje, y no había podido hacer nada más que ver cómo los amigos con los que había hablado el día anterior caían uno a uno. Un soldado armado le pidió que fuera a recibir órdenes de su capitán, al que salió a buscar mientras esquivaba a los soldados enemigos. Por pura casualidad, había dado con el general. Sin embargo, el general simplemente había huido ante sus ojos, priorizando su propia vida sobre la de sus soldados.

Mientras huía, el general también había dicho algo increíble.

—Esto no es lo que Su Excelencia prometió… ¡Dijo que simplemente entregaríamos al príncipe al imperio!

¿No es lo que Su Excelencia prometió? ¿Qué significa eso? Roy no logró entender exactamente lo que estaba sucediendo. Sin embargo, consiguió entender que su general los había abandonado y que el príncipe estaba en peligro.

—¡Mátenlos a todos! —gritó el enemigo. Roy escuchó un grito justo a su lado y el olor a sangre llenó el aire. Su corazón se aceleraba y su armadura, empapada por la lluvia, se sentía pesada y fría.

—¡Muere!

Roy se giró hacia la voz para encontrar a un soldado enemigo levantando su espada.

♦ ♦ ♦

Un hacha de batalla atravesó el aire mientras las cabezas de los soldados enemigos se separaban de sus cuerpos y su sangre se mezclaba con la lluvia que caía. Una flecha fue lanzada en dirección al hombre que blandía el hacha.

—Whoopsie.

Sin embargo, junto a este comentario completamente desprovisto de tensión, el hacha rápidamente tiró la flecha al suelo, y luego cortó al soldado que había disparado la flecha por la mitad. El portador del hacha, Heath, apoyó el mango contra su hombro, respiró profundamente y echó un vistazo a la zona.

El ataque había sido repentino, pero la confusión sólo duró un rato antes de que Heath, junto con los capitanes directamente bajo su mando, tuviera su división bajo control.

—¡General Blaydes! —El ayudante de Heath vino corriendo hacia él, y el general lo miró desde su caballo. 

El ayudante no tenía ningún atisbo de pánico en su rostro, sosteniendo su espada manchada de sangre y un pequeño escudo en el que se alojaban varias flechas, mientras hablaba con Heath sin perder de vista su entorno.

—¡General Blaydes, tengo que hacer un informe!

—No estoy de humor. ¿De qué se trata? —Heath asintió mientras reajustaba el agarre de su hacha.

—Estamos siendo atacados por una fuerza enemiga. Su estandarte muestra un león con una corona: es el Imperio Atrad. Todavía no sabemos su número exacto, pero parece ser un grupo de cincuenta mil. Sin embargo, es posible que haya más de ellos escondidos en las cercanías. Además, la división del general Seghin sigue desordenada y aún no se ha establecido una cadena de mando. —El ayudante era capaz tanto en el castillo como en el campo de batalla, informando a Heath con naturalidad sobre los puntos más importantes.

—¿Y el paradero del general Seghin?

—Desconocido, señor.

Heath suspiró ante la cortante respuesta del ayudante.

En primer lugar, ser emboscado por el imperio dentro de las fronteras del reino simplemente no tenía ningún sentido. Se suponía que la frontera estaba protegida por los soldados estacionados en la fortaleza. Entonces, ¿cómo llegó el ejército del imperio al país?

Heath sólo veía una explicación. Habían pasado por el Principado de Parche, que limitaba con Greysis y Atrad. El principado era el país de origen de la Primera Reina y siempre había estado en buenos términos con Greysis. Debieron traicionar al reino y ponerse del lado del imperio.

No, supongo que la probabilidad de eso es bastante baja. Heath abandonó inmediatamente esa línea de pensamiento. Si eso fuera cierto, el departamento de Relaciones Exteriores ya debería estar al tanto. Y por mucho que el imperio hubiera aumentado sus fuerzas últimamente, Greysis seguía siendo la potencia más fuerte. En estas circunstancias, era difícil creer que el principado, quien normalmente destacaba en la evaluación de situaciones políticas, traicionara a Greysis.

Justo entonces, un soldado se acercó al ayudante. Tras escuchar el informe del soldado, se dirigió a Heath para transmitirle la información.

—General Blaydes, parece que los soldados enemigos están buscando a alguien en particular.

—¿A quién? —preguntó Heath, mientras despreocupadamente apartaba las flechas que le llegaban. El ayudante se protegió igualmente de una flecha con su escudo antes de continuar.

—El príncipe Herscherik.

Heath se congeló por un momento al escuchar el nombre del príncipe antes de suspirar profundamente, como si se hubiera olvidado por completo de la emboscada de la que se estaban defendiendo.

—Así que es eso, eh. —Con la ayuda de algunas especulaciones, todo se unió en la mente de Heath.

Así que es básicamente el peor de los casos. Sheesh, ¿por qué tengo que lidiar con esto?

Heath siempre se veía arrastrado a un problema tras otro, y normalmente era él quien tenía que limpiar después. Sin embargo, ciertamente no le importaba ser arrastrado a algo sólo para morir. Su pacífica vida en la granja le esperaba después de la jubilación.

—Maldita sea. Bien, entonces ordene a cada batallón que se prepare para la retirada. Tú encárgate del primer batallón, dirígete a la primera división y confirma si el general Seghin está vivo. Si lo está, entonces estamos bien. Dígales que se retiren y vuelvan aquí. Sin embargo, si está muerto o desaparecido, toma el control de la cadena de mando de la primera división y retírate con cuidado mientras luchas. Una vez que se haya unido a la segunda división, comenzaremos la retirada. Si alguien se queja, diles que es por orden mía. Amenázalos con un consejo de guerra si no obedecen. —Repartió las órdenes en rápida sucesión, su comportamiento había cambiado completamente respecto a cómo era hace un momento. Su ayudante se giró para empezar a cumplir las órdenes de inmediato antes de recordar un detalle importante.

—¿Qué pasa con el príncipe Herscherik? —El general no mencionó al príncipe en sus órdenes; el ayudante se preguntó qué debía hacer con la figura más importante de la expedición.

—Está bien. No se preocupe por él en este momento, —dijo Heath con rotundidad, dejando de lado la preocupación del ayudante—. Todo el mundo está al límite por la emboscada. A este ritmo, el ejército se derrumbará poco a poco. Poner en orden el ejército es más importante que el príncipe en este momento.

—Pero… —El ayudante siguió argumentando, ante lo cual Heath enarcó una ceja.

—Sabes, recuerdo que dijiste que no te interesaban las mujeres. ¿El príncipe es más tu tipo o algo así?

—¡Claro que no! ¿Tiene usted deseos de morir, señor? —El ayudante refutó inmediatamente a su superior con un tono amenazante. Heath se encogió de hombros como si dijera que se trataba de una broma. A pesar del aprieto en el que se encontraban, Heath era el mismo de siempre, pero también por eso el ayudante tenía tanta fe en su general, por muy frívolo que fuera.

—Asumiré toda la responsabilidad si le ocurre algo. Date prisa, —ordenó Heath. La expresión de su rostro ya no era la del habitual oficial superior desganado, sino la del hombre al que llamaban el General Invicto.

En cuanto a la razón por la que le llamaban “invicto” en lugar de “invencible”, era porque, aunque a menudo sufría reveses y derrotas, al final siempre reclamaba la victoria. El ayudante, al menos, no le había visto perder una batalla ni una sola vez desde que se incorporó a su mando. No siempre ganaba, pero nunca perdía. Incluso en las situaciones más desesperadas, hacía todo lo posible por dar la vuelta a las cosas sin preocuparse por la victoria, y siempre llevaba el conflicto a su fin. Por eso le llamaban el “General Invicto”.

—Entendido… —El ayudante obedeció la orden del General Invicto.

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