Herscherik – Vol. 4 – Capítulo 4: La llovizna, la corazonada y la emboscada (2)

Traducido por Shisai

Editado por Sakuya


—¡Su Alteza! Príncipe Herscherik, Su Alteza, ¿está usted bien? —Se oyó una voz llamando a Herscherik desde el exterior del carruaje. 

Herscherik, que estaba envuelto en un abrigo y listo para salir en cualquier momento, miró hacia la puerta. Rápidamente miró a Shiro, que también llevaba puesto su abrigo. Shiro dirigió una mirada molesta hacia la fuente de la voz y se levantó lentamente de su asiento.

—Príncipe, ¿estás bien? —escuchó decir a su caballero de servicio poco después, por lo que se limitó a responder con un golpe en la puerta. La puerta se abrió de inmediato para revelar a Oran, con su armadura empapada de lluvia y sangre, con una mirada seria—. Salga —continuó Oran, y Herscherik asintió. Obedeció, guiado por Oran, y se quedó sin palabras al salir del carruaje y ver el panorama exterior.

Alrededor del carruaje había dos tipos de cuerpos tendidos en el suelo, cuyo único rasgo distintivo era su armadura, ya fuera de su propio ejército o del imperio. Independientemente de su armadura, todos los cadáveres derramaban la misma sangre roja, manchando el suelo de un negro sucio. Como Herscherik ya había presenciado una vez, el incesante flujo de sangre se cobraba una vida tras otra, y el aire se llenaba de un hedor metálico. Repitió los acontecimientos de aquel día en su cabeza mientras apretaba los dientes.

—Los enemigos eran cincuenta mil al comienzo de la emboscada, seguidos de un refuerzo de treinta mil. El número total es probablemente inferior a cien mil.

Inmóvil ante la visión de los cadáveres, Herscherik volvió en sí al oír la voz detrás de él. Sólo movió los ojos para descubrir que Kuro estaba ahí de pie. No llevaba su habitual uniforme de mayordomo, sino un traje negro bien confeccionado que recordaba al de un viajero corriente, y parecía estar en alerta máxima. Justo cuando Herscherik estaba a punto de preguntar a Kuro sobre la situación actual, oyó otra voz que le llamaba.

—¡Alteza, estás a salvo!

Herscherik desvió su mirada de Kuro hacia el origen de la voz. Un hombre, la misma persona que debía estar gritando fuera del carruaje hace un momento, estaba arrodillado con la cabeza inclinada. Herscherik lo reconoció como el capitán de los treinta guardias reales que habían sido asignados para protegerlo durante la expedición.

—¿Cuál es la situación? —preguntó Oran, quien estaba de pie junto a Herscherik, sin dejar de observar su entorno. El hombre asintió y miró a Herscherik.

—Hemos sido emboscados por lo que parece ser el ejército del imperio de Atrad.

—¿Cómo de graves son nuestras pérdidas? —preguntó Herscherik, ante lo cual el rostro del hombre adoptó un profundo ceño.

—A causa del ataque sorpresa, el ejército se encuentra actualmente en un estado de confusión, y es difícil hacerse una idea clara de la situación. La primera división está especialmente desordenada…

Herscherik apretó el puño, a lo que el capitán no dio importancia y continuó.

—Aconsejo a Su Alteza que se retire inmediatamente. —Herscherik puso los ojos muy abiertos ante la sugerencia del capitán—. Parece que el enemigo está buscando a Su Alteza específicamente. El mejor medio para garantizar su seguridad es huir del lugar de la batalla lo antes posible.

—¿Me estás diciendo que deje a todos atrás y huya? —respondió Herscherik con voz tranquila, pero muy enfadada. En respuesta, el hombre bajó aún más la cabeza.

—La seguridad de Su Alteza es de suma importancia. Aunque son pocos, confío en que sus hombres a su servicio serán capaces de repeler a cualquier soldado enemigo que se cruce en su camino. Por favor, Su Alteza, tome la decisión.

Herscherik cerró los ojos. No seré de mucha ayuda aunque me quede aquí. Esa era la verdad inconmovible. Herscherik era muy consciente de lo débil que era. Si se quedaba atrás, sólo podría estorbar. Y así, se decidió.

—Muy bien.

El guardia real parecía aliviado. Sin embargo, las siguientes palabras que salieron de la boca del príncipe lo dejaron atónito.

—Orange y Weiss, ustedes dos quédense atrás. Pongan en orden nuestras fuerzas y aniquilen al ejército enemigo. Schwarz será suficiente para protegerme.

—¡¿Su Alteza?! —El capitán, que no esperaba que el príncipe dejara atrás a la mayor parte de su convoy, comenzó a inquietarse. Sin embargo, Oran no hizo caso al capitán y se limitó a asentir, al igual que Weiss, que había salido del carruaje y ahora observaba los alrededores, aunque de mala gana. Tras confirmar sus respuestas -y antes de que el capitán pudiera decir una palabra-, Herscherik se dirigió a los soldados y guardias que en ese momento luchaban por protegerlo.

—¡Herscherik, el Séptimo Príncipe de Greysis, os lo ordena! —Su digna voz resonó en el campo de batalla—. ¡Ahora haré una retirada temporal! Te unirás al comando de Orange mientras escapas de aquí, ¡después te reunirás con el General Blaydes!

Herscherik respiró profundamente antes de continuar.

—Mi orden más importante es sólo ésta: ¡Sobrevivan!

Los soldados rugieron en respuesta a la orden de Herscherik, y la confusión en el campo de batalla comenzó a disiparse. El príncipe había dicho que dejaría atrás a su propio caballero, el que venció a los Cien Fanaticos. Y no sólo eso, no les había ordenado protegerlo ni morir por su país, sino simplemente sobrevivir. Las mentes de los antes aterrorizados soldados estaban ahora fijadas en una sola cosa: seguir vivos. Con una sola orden, Herscherik había insuflado nueva vida al ejército.

Sin embargo, esa no fue la única consecuencia de su discurso. Su voz se había apoderado de la confusión de los soldados y les había subido la moral, pero al mismo tiempo también había informado al enemigo de su paradero.

Sonó un silbido estridente, y rápidamente le siguió una voz que gritaba: —¡El príncipe está ahí!

Los soldados enemigos cercanos empezaron a reunirse inmediatamente. Oran preparó su espada mientras llamaba a Kuro.

—Perro negro, date prisa y sal de aquí. Weiss, quédate. Ahora mismo vuelvo. —Tras ver que Kuro levantaba a Herscherik con un brazo y que Shiro asentía desganado, Oran continuó—. Voy a abrir un camino para ti. Date prisa.

Con eso, Oran empezó a correr. Los enemigos se percataron de su asalto e intentaron interceptarlo, pero Oran los cortó por la mitad a la altura de la cintura -con armadura y todo-, les cortó la cabeza y les cercenó las extremidades. Sin apenas sudar, y sin que nadie cruzara la espada con él, Oran acabó con la vida de un soldado tras otro.

Kuro corrió tras él, llevando a Herscherik bajo el brazo. Dejando atrás tanto a los soldados enemigos como a Oran, saltó al bosque cercano. El enemigo intentó perseguir a la pareja, pero fue bloqueado por un muro brillante y transparente que había aparecido aparentemente de la nada. Oran miró hacia Shiro para descubrir que su pelo brillaba en un color azul cielo y comprendió que había levantado una barrera mágica. Oran se dio la vuelta y se dirigió directamente al centro de la batalla, deteniéndose junto a Shiro.

—Weiss, gracias por la barrera, —dijo Oran a Shiro. Incluso a Oran le habría resultado difícil impedir la huida de todos los soldados enemigos. Sin embargo, ningún soldado ordinario sería capaz de atravesar una barrera, y circunvalarla les costaría tiempo. Con ese tiempo extra para escapar, Kuro podría evitar ser capturado por el enemigo.

Lo siguiente en la agenda era averiguar qué hacer con su situación actual.

Muy bien, ¿qué hago ahora? Oran se devanaba los sesos mientras cortaba a los adversarios que se lanzaban contra él. La emboscada había dividido la larga y delgada línea de soldados, y al estar apostados en medio de la comitiva, no podían escapar hacia el frente o la retaguardia. Evadir el cerco enemigo trepando por las laderas circundantes les supondría importantes pérdidas, pero al mismo tiempo, quedarse simplemente donde estaban no haría más que aumentar la pila de cadáveres en el suelo.

Si pudiéramos reunirnos con Heath, probablemente se nos ocurriría algo… Oran no tenía experiencia práctica en el campo de batalla; cualquier conocimiento que tuviera era puramente teórico. Heath, en cambio, poseía una gran experiencia, y sabía cómo manejar situaciones como ésta.

La mejor opción es probablemente retroceder en busca de Heath, decidió Oran, y justo cuando estaba a punto de instruir a los que estaban cerca para que lo hicieran, escuchó un pequeño estornudo. Miró a su lado para encontrar a Shiro tapándose la nariz, con cara de disgusto.

—Hace frío.

Oran suspiró ante la total falta de tensión de Shiro. Sin embargo, la siguiente afirmación de Shiro le hizo sentir escalofríos.

—Entonces… ¿Necesitas acabar con estos tipos, o qué?

—¿Qué?

—Si están en el camino, puedo acabar con ellos, ¿no? —preguntó Shiro en tono apático, ignorando al estupefacto Oran—. Hersche nos dijo que los aniquiláramos… Si puedo matarlos a todos indiscriminadamente, no tardaré mucho.

Una sonrisa despiadada afloró en el bello rostro de Shiro.

Al escuchar al maniático de la magia pronunciar algo tan aterrador con cara seria, Oran casi se olvidó de que estaba en medio de la batalla.

—¿Cómo puedes decir algo así tan alegremente? ¡No puedes estar planeando en serio eliminar a nuestros propios soldados mientras estás en ello! Oye, ¿por qué pareces tan decepcionado?

La sonrisa despiadada de Shiro de un momento antes había sido sustituida por un mohín. Oran derribó una flecha con su espada mientras discutía con él.

—Bueno, bromas aparte…

No, de ninguna manera eso era una broma, pensó Oran, pero se lo guardó.

—Puedo eliminar sólo a los soldados enemigos, pero necesitaré algo de tiempo.

—Entendido. —Oran no dudaba de que pudiera lograrlo. Shiro no tenía tanta confianza como para pretender hacer algo que no podía. Oran asintió y preparó su espada—. ¿Cuánto tiempo necesitas?

—Diez… No, ocho minutos deberían ser suficientes.

—Muy bien. Todos, el Hechicero está a punto de preparar un hechizo que nos permitirá salir de aquí con vida. ¡No dejen que nadie se acerque a él! —Oran instruyó a los guardias reales y soldados cercanos. En respuesta, un soldado enemigo se separó de los guardias reales y se lanzó contra Shiro, pero Oran se interpuso entre los dos en un abrir y cerrar de ojos y cortó al soldado enemigo por la mitad.

—Weiss, no te preocupes por el enemigo.

—De acuerdo. —Shiro asintió, y sin reparar en los soldados enemigos que caían a su alrededor, empezó a recoger magia de los alrededores usando su propia habilidad especial. Como la lluvia contenía Magia Flotante, fue capaz de recoger incluso más de lo habitual.

Un hechizo a gran escala será un poco pesado, se quejó internamente mientras empezaba a componer sus fórmulas mágicas. Su ondulado pelo blanco empezó a brillar con un verde pálido. Cuando Shiro empezó a recitar un conjuro, unas bandas de luz verde pálido con el hechizo inscrito empezaron a rodearlo. Al mismo tiempo que terminaba su conjuro, cortó el aire horizontalmente con su brazo. Un viento estalló, cortando la niebla.

Área de efecto establecida. Objetivos fijados. Comienza la construcción de la magia ofensiva a gran escala, la magia de barrera defensiva y los conjuros paralelos. Activar… Incontables bandas de luz danzaron alrededor de Shiro, y su pelo empezó a brillar con un arco iris de colores.

Mientras activaba múltiples hechizos y construía complicadas fórmulas mágicas, Shiro miró rápidamente hacia Oran. Éste se encontraba en medio de cortar a un soldado enemigo. Incluso Shiro, que no tenía experiencia en la lucha con espadas, se dio cuenta de que Oran superaba a los guardias y soldados que le rodeaban, a pesar de que luchaba con la niebla limitando la visibilidad, el suelo embarrado por la lluvia y mientras protegía a un Shiro completamente indefenso.

Los hechiceros no podían defenderse mientras recitaban conjuros. Shiro, a pesar de ser más poderoso que la mayoría y de poseer cantidades inconmensurables de Magia Interior como resultado de su propia habilidad natural y de los acontecimientos del ataque terrorista de la Iglesia, no era una excepción.

Cuando Herscherik presentó por primera vez a Shiro a sus otros hombres a su servicio, se había mostrado muy receloso con ellos, una cautela provocada por la desconfianza innata de Shiro en los demás. Desde joven lo habían llamado monstruo, e incluso después de ser acogido por la Iglesia, la gente lo miraba con extrañeza. Y como hombre con apariencia de mujer, había estado a punto de sufrir varias experiencias indescriptibles. Shiro sólo había confiado en dos personas en su vida; en el pasado, había sido su padre adoptivo, y después de que Hoenir le traicionara, Shiro había llegado a confiar en Herscherik. Consideraba que cualquiera que amenazara con acercarse a él era un enemigo potencial.

Sin embargo, sus compañeros de servicio eran diferentes a los demás. El caballero había hecho todo lo posible por cuidar de Shiro, mientras que el mayordomo parecía totalmente indiferente a él. Aun así, Shiro estaba constantemente en guardia, manteniendo a los demás a distancia como un gato herido. Entonces, un día, Oran se dirigió a él con una mirada triste.

—Vamos, no tienes que estar siempre en guardia. —Shiro le dirigió una mirada dudosa, pero Oran continuó—. Todo el mundo necesita algún tiempo antes de poder confiar realmente en una persona -aunque supongo que Herscherik es una excepción-. Pero yo confío en ti, lo hago porque Hersche confía en ti. Estoy seguro de que el perro negro siente lo mismo. El hecho de que sea él mismo a tu alrededor, aunque siempre suele poner una fachada, es una prueba en sí misma.

Delante de los demás, Kuro siempre se mostraba muy sociable. Sin embargo, frente a Shiro, era exactamente lo contrario y no se esforzaba por atraer a nadie. Esto era una señal de que Kuro confiaba en Shiro, pensó Oran.

—Entonces, ¿por qué no intentas tener un poco de fe en nosotros, la gente en la que Herscherik deposita su confianza, aunque sea un poco?

Al oír esto, sintió que toda su ansiedad se había disipado. Sintió que podría bajar la guardia con ellos, sólo un poco. Si no le gustaba algo de lo que hacían, podía simplemente ignorarlo, se dijo a sí mismo. Sin embargo, no ocurría nada desagradable cuando estaba con ellos. Con el tiempo, estar con ellos empezó a ser algo natural, incluso cómodo. No pasó mucho tiempo antes de que eso se convirtiera en verdadera confianza.

Por supuesto, también tenían sus diferencias de opinión. Sin embargo, eso también estaba arraigado en el respeto mutuo, aunque a Shiro nunca se le ocurriría decírselo a los otros dos. Así que Shiro podía confiar su vida a Oran mientras construía sus fórmulas mágicas completamente indefenso.

Mientras Shiro seguía construyendo su hechizo, recordó algo que había sucedido antes de que partieran. Oran le había preguntado a Shiro lo mismo que a Sigel: si realmente iba a ir al campo de batalla. Shiro le dijo lo mismo que le había dicho a Sigel, pero Oran había negado con la cabeza.

—No me refiero a eso. Cuando estés en el campo de batalla, ¿realmente serás capaz de quitarle la vida a alguien?

Al ver que Oran parecía inusualmente serio, Shiro guardó silencio por un momento antes de responder: —Sí. Sí, lo haré.

Al oír esto, Oran no tuvo nada más que decir.

Mataré a cualquiera que se interponga en nuestro camino, ya sea humano, dios o Djinn. Así fue como Shiro, habiendo llegado a aceptar el “monstruo” que era, expresó su gratitud y determinación.

El pelo de Shiro parpadeaba entre el púrpura, que significaba magia de rayo, y el azul cielo, que significaba magia de barrera, mientras las bandas de luz que le rodeaban empezaban a brillar aún más. Las fórmulas mágicas estaban casi completas. La magia de alta densidad hizo que el aire palpitara y se llevara la llovizna. A continuación, extrajo aún más Magia Flotante de su entorno, convirtiéndola en su propia Magia Interior, amplificando aún más el hechizo.

Habían pasado casi ocho minutos desde que empezó a lanzar el hechizo.

—¡Weiss!

La voz angustiada de Oran atravesó el campo de batalla cuando un soldado enemigo se acercó a Shiro por delante de él, con la espada desenvainada. Si no detenía su conjuro y huía, casi seguro que lo matarían. Sin embargo, Shiro permaneció inmóvil.

Oran lanzó su espada al enemigo, la cual se incrustó en el pecho del soldado, pero éste permaneció de pie con la espada en alto.

¿Qué clase de idiota lanza su arma? pensó Shiro mientras extendía los brazos, casi como para recibir el golpe del soldado enemigo.

Ese gesto significaba la liberación de su hechizo a gran escala. Justo antes de que la espada pudiera golpear a Shiro, se oyó un rugido parecido a un trueno, que reverberó por todo el campo de batalla.

♦ ♦ ♦

Llevando aún a Herscherik bajo el brazo, Kuro corrió entre los árboles del bosque, ocultándose en la niebla. A veces se encontraban con soldados del imperio escondidos en el bosque, pero Kuro se limitaba a lanzarles una daga en la frente o a utilizar su cable para decapitarlos, dejando un rastro de cuerpos mientras corría. Sin embargo, Kuro consideraba que el enemigo podría utilizar ese mismo rastro para seguirles la pista, y sólo era cuestión de tiempo que los atraparan.

Pero ese no era su único problema.

—¿Estamos rodeados?

—¿Son soldados del imperio? —preguntó Herscherik, pálido, no por el miedo, sino por el mareo que le producía el transporte. Kuro negó con la cabeza en respuesta.

—No, son demasiado rápidos para ser perseguidores del ejército enemigo. —Ya estaban bastante lejos del lugar de la emboscada inicial, y era poco probable que el imperio tuviera soldados apostados aquí.

Si no son soldados del imperio… Kuro llegó a una cierta conclusión, y arrugó aún más la frente.

—Kuro. —Herscherik, quien seguía siendo transportado, le dio un suave toque a Kuro en el brazo—. Kuro, ya puedes bajarme. Si se produce una pelea, sólo te estorbaré. Incluso para alguien tan hábil como tú, protegerme con un brazo mientras me llevas con el otro no sería precisamente fácil, ¿verdad?

Herscherik pudo notar cómo Kuro se sacudía por la sorpresa, pero lo ignoró y continuó hablando en tono tranquilo.

—A partir de aquí seguiré yo solo. No tendrás problemas para ocuparte de ellos tú solo.

Pero la boca de Kuro permaneció cerrada. Herscherik suspiró tranquilamente mientras daba otro golpe en el brazo de Kuro y hablaba como si lo amonestara.

—Kuro, bájame —dijo con calma, pero era una orden.

En respuesta, Kuro bajó lentamente a Herscherik al suelo. Luego se arrodilló a la altura de los ojos de Herscherik, pero mantuvo la mirada en el suelo, abriendo la boca y volviéndola a cerrar sin decir nada. Después de repetir esta acción unas cuantas veces, finalmente comenzó a hablar.

—Si…

—No voy a morir. —Herscherik le interrumpió antes de que pudiera terminar. Kuro levantó rápidamente la vista, para encontrar a Herscherik sonriendo como siempre.

Kuro a veces le parecía un niño pequeño a Herscherik, con unos ojos que parecían que iban a empezar a llorar en cualquier momento por toda la preocupación que tenía embotellada en su interior. Herscherik se preguntaba si algo había sucedido en su pasado que le había hecho ser así. Sin embargo, a menos que Kuro sacara el tema primero, Herscherik no pensaba preguntarle sobre ello. Todo el mundo tenía cosas que no quería mencionar y pasados de los que no podía hablar.

Así que, en su lugar, Herscherik sonrió.

No morirás antes que yo. Cuando tú mueras, yo también moriré. Esa fue la primera promesa que se hicieron. La promesa que hizo con Kuro aquel día, en aquel carruaje tembloroso. 

—Tal como lo prometimos: mientras tú no mueras, yo tampoco lo haré.

Además de la promesa, Herscherik también había decidido algo por su cuenta: seguir confiando en Kuro, pase lo que pase. Y eso iba para sus otros dos hombres que siempre le ayudarían, Oran y Shiro, también. Pasara lo que pasara. Incluso si le traicionaban.

También había jurado confiar en sí mismo, en quien sus hombres confiaban, y seguir caminando hacia adelante.

—Así que, —continuó Herscherik—, cree en mí, Kuro. Igual que yo creo en ti, en todos ustedes.

Kuro cerró los ojos por un momento, dejando que las palabras de Herscherik calaran. Luego los abrió de nuevo, miró directamente a su maestro con sus ojos rojos como la sangre y asintió. Su mirada ya no era la de un niño asustado.

Herscherik también asintió, se dio la vuelta y echó a correr. Al ver que su pequeño maestro se alejaba, Kuro se levantó y desapareció en la niebla.

El hombre que los había estado observando no estaba seguro de lo que acababa de presenciar. Pero al momento siguiente, soltó un grito de intenso dolor, como si le hubieran apretado la espalda con un hierro candente. Sin embargo, antes de que el grito pudiera salir de su boca, una mano le cubrió la cara por detrás mientras se desplomaba en el suelo y moría. Mirando el cadáver inmóvil estaba el objetivo del muerto, Kuro. Sus fríos ojos sólo observaron al hombre durante un momento antes de volver a desaparecer en la niebla. Uno tras otro, tomó por sorpresa a las figuras escondidas en el bosque, acabando con sus vidas con un rápido golpe por la espalda. Sólo se dieron cuenta de sus compañeros caídos después de haber perdido a casi la mitad de ellos.

♦ ♦ ♦

Herscherik corrió por una colina y luego por otra, sus pies a veces se atascaban en el barro mientras corría entre los árboles tan rápido como podía. Había tropezado varias veces y sus ropas, su pelo dorado claro y su piel clara estaban cubiertos de barro, pero Herscherik no tenía tiempo para preocuparse por eso. Haciendo un esfuerzo excesivo con su delicado cuerpo, finalmente logró salir del bosque y llegar a un claro. El cielo estaba cubierto por gruesas y oscuras nubes, y seguía cayendo una llovizna. Ante él había una amplia llanura que se extendía hasta el Principado de Parche.

Sin embargo, Herscherik se detuvo, ya que lo separaba de la llanura un violento río desbordado, y el propio Herscherik se encontraba en la cima de un precipitado acantilado. Se inclinó ligeramente, apoyando las manos en los muslos, respirando hondo una y otra vez. Si hubiera podido, se habría desplomado en el suelo para descansar ahí mismo, pero se detuvo, dándose cuenta de la mala idea que habría sido.

Correr tanto pasa factura al cuerpo de un niño… pensó Herscherik, aunque pronto se dio cuenta de que a él no le habría ido mejor en su vida anterior y se rio tristemente para sí mismo. Incluso para Ryoko, de treinta y tantos años, una carrera corta completa habría sido difícil, ya que no tenía masa muscular. Por no hablar de que habría estado dolorida todo el día -o incluso dos días- después.

De repente, Herscherik oyó un ruido silencioso detrás de él. Volvió a enderezar la espalda, respiró hondo otra vez y apretó el reloj de bolsillo de plata que llevaba en el bolsillo. Luego se armó de valor y miró detrás de él.

Se encontró con un grupo de hombres, no más de los que podía contar con una mano. Los hombres no pertenecían ni al ejército del imperio ni al del reino. Sus rostros estaban ocultos por capuchas y telas, y sólo se veían sus ojos. Todos iban vestidos con trajes oscuros, que le recordaban al equipo de espionaje de Kuro. Herscherik supuso que debían estar en la misma línea general de trabajo. 

—¿Y quiénes son ustedes? —Herscherik se felicitó en secreto por haber evitado que le temblara la voz.

Ahora mismo, Herscherik estaba solo. Por mucho que se armara de valor, no podía borrar su miedo. Sin Kuro, Oran ni Shiro aquí, incluso si intentaba defenderse, estaría muerto en un abrir y cerrar de ojos. Aun así, Herscherik fingió una expresión de confianza y volvió a dirigirse a los hombres que se dirigían lentamente hacia él.

—¿Ni siquiera saben presentarse correctamente? ¿No tienen boca ahí debajo o qué?

—No tenemos ninguna razón para responder.

—Vaya, qué frío eres. —Herscherik se encogió de hombros—. Seguro que Barbosse los envió, ¿no?

A Herscherik no se le escapó el hecho de que los hombres se congelaron durante un segundo al mencionar el nombre de Barbosse. Agarró con más fuerza su reloj de bolsillo. Sin embargo, no dejó que sus emociones se reflejaran en su rostro mientras continuaba hablando.

—¿Qué busca, entonces? ¿Mi vida? —Herscherik puso sus mejores ojos de cachorro, como si les suplicara una respuesta, y el que parecía ser el líder del grupo respondió con un murmullo.

—No importa. Pronto estarás muerto de cualquier manera. —El hombre se dio cuenta rápidamente de su error. Su respuesta era en la práctica una confirmación de la pregunta de Herscherik. No había planeado responderle, pero los dignos y cautivadores ojos esmeralda de Herscherik le habían superado. Darse cuenta de esto pareció molestar al hombre.

Sin prestarle atención, Herscherik dejó escapar un profundo y teatral suspiro.

—No puedo creer que un grupo de hombres adultos se confabulen contra un niño pequeño, —continuó Herscherik, encogiéndose de hombros.

—Tu vida está perdida. —Haciendo lo posible por no verse afectado por la transparente actuación de Herscherik, el hombre sacó un cuchillo bajo su capa. Los demás hombres también sacaron sus armas mientras rodeaban a Herscherik, impidiéndole huir. Cuando el cerco se cerró sobre él, Herscherik dio un paso atrás, y luego otro.

—No me gusta mucho el dolor, ¿sabes? —murmuró Herscherik mientras retrocedía aún más. Mirando detrás de él, ya estaba al borde del acantilado.

Volviéndose hacia los hombres, todos con dagas y cuchillos en las manos, parecían estar a punto de atacar a Herscherik.

—Ah… —Una voz lastimera dijo. Eso fue lo último que pronunció Herscherik.

Herscherik desapareció de su vista, y se oyó un violento chapoteo en las aguas de abajo. Los hombres corrieron a toda prisa hacia el borde del acantilado y miraron hacia abajo, pero no pudieron ver nada más que el río turbio e inundado. No había rastro del príncipe.

—Supongo que se cayó…

—No le veo sobreviviendo a un río tan violento como éste.

Los otros hombres asintieron de acuerdo con su líder. Un hombre adulto podría haber tenido alguna posibilidad, pero un niño pequeño como el príncipe no tenía ninguna esperanza de sobrevivir.

—Volvamos —dijo el líder, y todos desaparecieron en el bosque.


Shisai
¡Qué tensión!

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