Herscherik – Vol. 4 – Capítulo 5: El informe urgente, el plan y la locura del Rey

Traducido por Shisai

Editado por Sakuya


En el despacho de Barbosse, el ministro y varios nobles se reían entre sí.

—Todo avanza sin problemas, Su Excelencia.

Barbosse asintió con calma. El castillo se encontraba en estos momentos sumido en la confusión tras perder toda comunicación con la expedición que había sido enviada a la frontera. Sin embargo, Barbosse ya sabía que la expedición había sido emboscada, que el ejército estaba desorganizado y que el Séptimo Príncipe había desaparecido. Se había enterado por sus tropas privadas, que le habían informado de la caída en picado de Herscherik en el turbulento río y del hecho de que el principito no tenía ninguna posibilidad de salir con vida.

Por fin me he librado de él… sonrió Barbosse. Por culpa de ese molesto principito, había corrido el riesgo de perder todo el poder que había obtenido durante tanto tiempo. A principios de la primavera, había empleado a la Iglesia en un intento de asesinar al príncipe, pero fracasó en el último momento. También había fracasado en su intento de utilizar a su propia hija para hacer caer al príncipe.

Así que Barbosse había recurrido a una estrategia algo más agresiva: obligar a Herscherik a salir de la capital y hacer que lo mataran en algún lugar que no pudiera estar directamente relacionado con el propio ministro. Recientemente se había enterado de que el ejército del imperio estaba planeando convenientemente un ataque a lo largo de la frontera, por lo que Barbosse había decidido aprovechar el complot del imperio. Hizo un trato con los nobles del imperio que deseaban ganarse el favor del emperador, filtrando información sobre el ejército de Greysis. También había amenazado en secreto al Principado de Parche para que no interfiriera en sus planes. Barbosse había hecho uso de todas y cada una de las conexiones que tenía para asegurarse de que Herscherik fuera eliminado limpiamente.

El imperio había lanzado entonces su invasión tal y como estaba previsto, obligando a Greysis a enviar una expedición para enfrentarlos. Todo lo que Barbosse necesitaba en ese momento era obligar a Herscherik a unirse a la expedición como apoderado del rey, con el pretexto de elevar la moral. Ya había hecho los preparativos para sofocar cualquier oposición a su plan. Para asegurarse de que la expedición no se desviara de su ruta prevista, también había colocado en la vanguardia a un general que le era leal, y para que todo fuera lo más seguro posible, incluso había enviado a sus propias tropas privadas.

El único problema real del plan era la posibilidad de perder territorio a lo largo de la frontera con el imperio. Sin embargo, si eso ocurriera, ese territorio podría recuperarse fácilmente, ya sea mediante la batalla o negociando un matrimonio político con el emperador. Todos los miembros de la familia Greysis eran de una belleza inigualable. Sería un desperdicio no aprovecharlos para la diplomacia.

Puedo ocuparme del problema del territorio más tarde, había decidido Barbosse, sin reparar en los ciudadanos que vivían en la zona. Para Barbosse, la familia real, los nobles y los plebeyos -todos menos él- no eran más que peones, y sólo había tres tipos: los peones explotables, los peones desechables y los que debían ser eliminados del tablero.

Todo había salido según lo previsto. Sin embargo, la puerta del despacho se abrió de golpe con gran fuerza, interrumpiendo los pensamientos del ministro.

—¡Ministro Barbosse!

—¡¿Qué significa esto?!

El responsable del ruido era el jefe de seguridad del castillo, un miembro de la policía.

—Lo siento mucho, Su Excelencia, pero… —El jefe de seguridad vaciló al oír la voz airada de Barbosse, pero aun así continuó—. ¡Su Excelencia, la situación se nos está yendo de las manos! Por favor, díganos qué hacer. ¡La gente de la ciudad está protestando junto a la puerta del castillo!

—¿Las masas? —respondió Barbosse tras una breve pausa; no se había preparado para un incidente así. Aunque no era inaudito que la gente de fuera de la capital acudiera a la casa de un señor local con alguna petición, Barbosse nunca había visto en toda su carrera que la gente intentara asaltar el propio castillo.

—Todos gritan por la seguridad del príncipe Herscherik y de la expedición… No sabemos qué hacer… Por favor, ¡denos una orden! —En cuanto el soldado hubo pronunciado su petición, la sala quedó en silencio.

♦ ♦ ♦

El soldado de guardia de ese día maldijo su mala suerte.

Cada día, desde que la expedición había partido, unos cuantos habitantes del pueblo se habían detenido para preguntar por ellos y por el príncipe en particular, según le habían informado. Las órdenes de los superiores eran ahuyentarlos de la forma más inofensiva posible. No había previsto que ocurriera algo así mientras estaba de servicio.

—¡Cálmense! Por favor, cálmense todos. —Fue todo lo educado que pudo, con cuidado de no enfadar a nadie, levantando la voz todo lo que pudo para dirigirse a todos los presentes. Sin embargo, la gente no tomó nota de sus esfuerzos, ya que siguieron gritando al desafortunado guardia que les impedía el paso.

—¡¿Cómo puedes pedirnos que nos calmemos?!

—¡¿Es cierto que la expedición fue aniquilada?!

—¿Dónde está Ryoko? ¡¿Dónde está el príncipe Herscherik?!

—¡Dinos qué fue del príncipe!

Desde los ancianos con la espalda encorvada hasta los niños pequeños se veían entre la multitud. A pesar de que todavía eran horas de trabajo, la gente del pueblo, hombres y mujeres por igual, estaban reuniéndose en la puerta principal del castillo.

—Estamos, eh… Estamos tratando de evaluar la situación, y… —Normalmente, el guardia se limitaría a agitar su lanza para dispersar a la multitud, pero esta vez había tanta gente que había empezado a temer por su propia seguridad, así que había decidido actuar con humildad. Sin embargo, esta actitud suya sólo sirvió para irritar aún más a la gente.

—¡Envíen soldados para confirmarlo ahora mismo! Rápido, antes de que sea demasiado tarde.

—¡Exactamente! Además, ¡el príncipe Herscherik es todavía un niño! ¡¿Qué están pensando, enviando a un niño pequeño como él al campo de batalla?!

—¡Sí, exactamente!

Los niños de la multitud comenzaron a gritar de acuerdo, y la situación se volvió aún más caótica. Justo cuando el guardia empezaba a temer que la multitud atravesara la puerta por la fuerza, alguien acudió en su ayuda.

—¡Silencio!

La multitud se quedó muda mientras sus miradas se dirigían a la fuente del estruendo. Sentado sobre su caballo, con su flamante pelo revoloteando junto a las crines del caballo, estaba un antiguo general que incluso ahora parecía tan musculoso y poderoso como el día en que se retiró. Conocido como el General Ardiente en el campo de batalla y temido por sus enemigos, este hombre era el Marqués Roland Aldis.

—¡Sir Aldis!

—Ciudadanos, ¿qué es todo este alboroto? —preguntó Roland, desmontando galantemente su caballo mientras la multitud se lanzaba desesperadamente hacia él.

—Sir Aldis, ¿es cierto que han perdido el contacto con la expedición, que han sido derrotados?

—¿Dónde han oído eso exactamente? —preguntó Roland a la multitud. Él mismo se había enterado por sus hijos de que habían perdido el contacto con la expedición, pero se suponía que había una orden de silencio para evitar el pánico.

La gente respondió a la firme pregunta de Roland sin dudar.

—He oído el rumor de que algunos soldados estaban hablando de ello en una taberna… —Al parecer, alguien del ejército se había emborrachado y había dejado caer que no podía ponerse en contacto con la expedición, y la información se había extendido como un reguero de pólvora hasta que prácticamente todo el mundo en la capital se había enterado. La gente había corrido entonces al castillo para verificar el rumor.

Tendré que ir a limpiar mi antigua casa más tarde, pensó Roland mientras una mujer desesperada se le acercaba.

—Yo… he oído que todos los que participaron en la expedición murieron… Mi hijo está entre ellos.

—¡¿Y al parecer el príncipe Herscherik también ha desaparecido?!

—¡Tengo familia cerca de la frontera!

Mientras todos intentaban gritar por encima de los demás, Roland levantó ambas manos y esperó a que la multitud se callara. Después de escuchar cómo se calmaban los gritos, volvió a abrir la boca.

—En primer lugar, les pido que entiendan que no puedo compartir en este momento ningún detalle sobre este asunto, ya que no queremos invitar a una confusión innecesaria basada en información incierta, —dijo a una multitud ahora silenciosa. Al ser el jefe de una reputada casa que había producido una larga estirpe de caballeros, nadie se atrevió a objetar sus palabras, sobre todo porque el pueblo conocía sus logros como general—. Como jefe de la familia Aldis, les pido a todos que se retiren por hoy.

Las expresiones de preocupación que aún se mostraban en sus rostros, la gente de la multitud asintió a regañadientes con la cabeza.

—Sin embargo, puedo decir esto, —continuó Roland con voz segura—. Mi hijo es el caballero al servicio del príncipe. No hay ninguna posibilidad de que el príncipe sufra ningún daño mientras esté con él. Tampoco puedo imaginar que un ejército dirigido por un príncipe así pierda.

La gente se miró después de oír hablar al General Ardiente. Sin embargo, incluso ante la confianza de Roland, la multitud seguía sin poder borrar su preocupación de sus rostros.

♦ ♦ ♦

Barbosse observó cómo Roland pacificaba a la multitud desde una ventana cercana. Aunque no podía oír nada desde fuera, podía imaginar más o menos lo que decía la multitud por el aspecto de la situación, así como visualizar las respuestas de Roland. Arrugó la frente.

—¿Por qué…? —No completó su frase en voz alta.

No podía entender por qué el príncipe era tan querido por el pueblo. Para Barbosse, todo podía entenderse en términos de ventaja o desventaja. ¿Era realmente el príncipe una ventaja para ellos? ¿Era porque era de la realeza? Pero el pueblo no habría sabido que el chico que conocían del pueblo era de la realeza antes de la ceremonia de partida. De toda la familia real, el rey y el príncipe heredero Marcus deberían haber sido mucho más conocidos por las masas.

Normalmente había un muro invisible pero impenetrable entre la familia real y el pueblo. Se les podía ver, pero no se les podía tocar: esa era la naturaleza de la relación entre la realeza y el pueblo que gobernaban. Pero aquel príncipe era diferente. Para él, no había ninguna diferencia entre él y el pueblo, y si encontraba algún tipo de barrera entre ellos, él mismo la destruiría mientras caminaba entre las masas.

Cuando Barbosse oyó por primera vez la noticia de los movimientos de Herscherik, no podía creer lo que oía. Le dijeron que el joven príncipe se había colado en la ciudad del castillo y que los ciudadanos lo aceptaban como si fuera uno de sus hijos.

No tenía ningún sentido. El joven príncipe poseía una personalidad, una inteligencia, un valor y, sobre todo, una extraña capacidad de encantar a la gente que le rodeaba que desmentía su edad. ¿Por qué la gente se había encariñado tanto con él?

—Su Excelencia… —Un solo noble habló en la silenciosa sala, pero no recibió respuesta.

♦ ♦ ♦

Un ambiente sombrío impregnaba el despacho del rey. Los únicos sonidos que se oían en la sala eran los de la pluma del rey rayando el papel y algún que otro suspiro. Su rostro estaba pálido y era evidente que se sentía angustiado. Los funcionarios que le asistían le miraban regularmente, temiendo que el rey se desplomara tarde o temprano. Sin embargo, el rey seguía repasando el papeleo que tenía delante, sin prestar atención a los demás. De vez en cuando dejaba de escribir y se paralizaba un momento, para volver a recobrar el sentido y reanudar su tarea.

Después de soltar más suspiros de los que se pueden contar, Soleil Greysis dejó la pluma y se frotó la frente. Tenía un terrible dolor de cabeza después de no haber podido dormir bien durante las dos últimas noches. La razón de su insomnio era que habían perdido el contacto con la expedición militar dirigida por Herscherik.

Antes, habían tenido contacto regular con el ejército mediante el uso de objetos mágicos de comunicación. Pero hacía dos días el ejército había dejado de responder repentinamente. Soleil había solicitado que se enviaran soldados desde el fuerte de la frontera, con el que aún se podía contactar, al lugar donde se esperaba que estuviera la expedición tres días antes de llegar, pero la petición había sido denegada por un alto cargo de la Defensa Nacional.

—Sería una pésima idea dividir ahora el ejército estacionado en el fuerte fronterizo, —había afirmado el funcionario—. Como el tiempo suele ser malo en esta época del año, tal vez la cantidad inusualmente grande de Magia Flotante en el aire esté simplemente interfiriendo con la comunicación. Otra posibilidad es que los objetos se hayan estropeado de alguna manera.

A diferencia de los elementos mágicos instalados en las fortalezas y similares, los utilizados para la comunicación durante la marcha eran portátiles y ligeros, pero al mismo tiempo sensibles al clima y a la Magia Flotante circundante. Además, eran máquinas delicadas, y si una se estropeaba durante la marcha, sería imposible que un Hechicero la reparara en el lugar.

—Puede que tengamos noticias de ellos mañana. Como mínimo, deberíamos tener noticias del fuerte en tres días, —convenció el oficial a Soleil, que no tenía nada que decir en respuesta.

Sin embargo, no hubo noticias de la expedición ni al día siguiente, ni al otro. Según el cronograma, deberían llegar al fuerte de la frontera al día siguiente, donde podrían utilizar los elementos de comunicación ahí instalados para contactar con el castillo, se dijo Soleil en un intento de desterrar sus sentimientos de preocupación. Sin embargo, aplastando cualquier esperanza que aún tuviera Soleil, un funcionario de Defensa Nacional entró en su despacho.

Cuando el funcionario terminó de dar su informe, una pila de papeles cayó al suelo. Los funcionarios de la sala miraron rápidamente hacia los papeles del suelo, pero luego dirigieron su atención al dueño de la sala, Soleil. El rey miraba fijamente al funcionario que acababa de dar el informe, inmóvil. Su corazón se aceleró, un escalofrío le recorrió la espalda y le entró un sudor frío.

—¿Es…? ¿Es cierto? —dijo con voz ronca. Soleil apoyó las manos en su escritorio y se levantó lentamente, con su larga y plateada cabellera cayendo sobre sus hombros. El funcionario tragó saliva antes de continuar.

—La expedición de veinte mil personas ha caído en una emboscada y el mando se ha roto. Nos han informado de que el príncipe Herscherik ha desaparecido. —Ese era el contenido del informe que habían recibido desde el fuerte de la frontera hacía unos momentos.

El oficial continuó explicando la situación actual, pero Soleil sintió que la voz del hombre era de alguna manera distante. Podía oírle hablar, pero era incapaz de procesar el significado. La boca de Soleil se abrió ligeramente y pareció decir algo, pero el funcionario fue incapaz de oírle.

—¿Su Majestad?

—…consigue…

Sin embargo, al no poder entender lo que decía, el funcionario le preguntó de nuevo.

—Su Majestad, lo siento mucho, pero podría repetir…

—Salgan. Todos ustedes. —La voz de Soleil era fría, inimaginable viniendo del rey, habitualmente tan cálido y sonriente. Miró fijamente al funcionario con ojos aparentemente desprovistos de emoción, haciendo que éste y los demás funcionarios huyeran inmediatamente del despacho.

Al oír el sonido de la puerta al cerrarse en la sala, ahora vacía, Soleil repitió en su cabeza el informe que acababa de recibir. Tras caer en una emboscada, el general Seghin había tomado a sus dos mil soldados de caballería y se había precipitado durante la noche hacia la fortaleza fronteriza. Al principio, el general se había mostrado desconcertado, incapaz de articular con claridad lo que había sucedido, pero después de calmarse un poco, había explicado que la expedición había sido emboscada por el imperio Atrad.

Inmediatamente habían intentado enviar soldados para verificar el estado de la expedición cuando, como si hubieran esperado este momento, los refuerzos del imperio habían aparecido a lo largo de la frontera, con cien mil efectivos. No habían recibido ninguna noticia previa de los refuerzos por parte de su espía situado en el imperio. Al enfrentarse a un gran ejército del imperio, la fortaleza no pudo enviar ningún soldado al lugar de la emboscada.

Una emboscada dentro de las propias fronteras del reino, los refuerzos imprevistos, los movimientos que parecían sugerir que conocían los planes de Greysis… Soleil no podía imaginar que fueran meras coincidencias.

¿Podría ser que se estuviera filtrando información sobre nosotros todo el tiempo, mientras que nuestra inteligencia sobre el imperio era falsa? ¿Era todo un montaje? Esa era la única conclusión posible a la que podía llegar Soleil. Todo había sido planeado de alguna manera desde el principio.

La mente de Soleil se dirigió a una, y sólo una, persona.

Barbosse… ¡Debe haber…! El ministro había apuntado a la vida de Herscherik desde el principio. Incapaz de hacer su jugada dentro del castillo, ideó una situación de la que ni siquiera un miembro de la familia real podría escapar y envió a Herscherik junto con el ejército.

El territorio en disputa a lo largo de la frontera fue testigo de constantes conflictos con el imperio. Barbosse debió filtrar información sobre el ejército de su propio país y prometer territorio a cambio de que asesinaran a Herscherik… No, este era Barbosse, después de todo. Para asegurarse de que Herscherik fuera eliminado, probablemente también había enviado a sus propios hombres para hacer el trabajo.

Herscherik… Soleil podía imaginarse claramente la sonrisa del príncipe más joven. Le recordaba a su reina favorita, a la que tanto había querido.

—Estará contigo, incluso cuando yo no esté —le había dicho ella, antes de confiarle a su hijo mientras partía hacia el Jardín de Arriba.

—Me equivoqué… —murmuró Soleil en un tono desprovisto de su habitual calidez—. Me he equivocado todo el tiempo…

¿Por qué había decidido seguir siendo rey? Había perdido a su hija, su orgullo y a la mujer que amaba más que a nada en el mundo… Y ahora, había sufrido otra pérdida más.

¿Por qué había intentado soportarlo todo? El dolor, la frustración, la ira, la pérdida…

—No es demasiado tarde… —Los ojos esmeraldas de Soleil brillaron con locura mientras los dirigía hacia una espada que descansaba en una esquina de la habitación. Casi como si se sintiera atraído por la hoja, Soleil se dirigió hacia ella con pasos inseguros, pisoteando los documentos del suelo. Lentamente extendió la mano hacia la espada y la desenvainó.

La hoja era plateada y estrecha. La guardaba para su propia protección, pero nunca la había utilizado. Al blandir la espada, pudo oír el sonido de la hoja cortando el aire y, satisfecho de que todavía estaba en buenas condiciones, la envainó de nuevo. Luego, comenzó a recitar un conjuro, convirtiendo su Magia en el elemento viento, y construyó un hechizo de investigación.

Pero antes de que Soleil tuviera la oportunidad de soltar su hechizo, la puerta que daba al pasillo se abrió de golpe. El ruido le distrajo y su hechizo falló, liberando una ráfaga de viento en la habitación que hizo saltar por los aires todos los papeles desechados.

La persona que abrió la puerta debía estar corriendo. Sin aliento, observó cómo los documentos bailaban en el viento con una mirada desconcertada mientras buscaba al dueño de la habitación.

—Padre, ¿dónde está…? ¿Padre? —La persona -nada menos que Mark- encontró finalmente al hombre que buscaba entre el papeleo danzante, pero rápidamente se quedó con los ojos abiertos al ver lo que tenía en la mano. En la mano de su padre había una espada.

Incluso desde que Mark había nacido, era muy raro que viera a su padre con un arma en la mano. A lo sumo, podía sostener una espada ceremonial, pero Mark nunca lo había visto desenvainar una.

—¿Eres tú, Mark? —Las palabras de su padre sonaban inimaginablemente frías.

Soleil solía hablar con amabilidad, incluso a sus sirvientes. Cuando hablaba con su familia, su voz se volvía aún más suave. Ahora, sin embargo, sonaba como una persona completamente diferente. Mark sintió que el aire de la habitación se ponía tenso.

—Padre, ¿qué estás…? —Mark fue incapaz de completar su frase. La mirada de Soleil, aún más fría que su voz, le había dejado atónito.

Por reflejo, Mark movió la mano hacia la empuñadura de su espada, pero se detuvo justo antes de tocarla y cerró el puño. Se dio cuenta de que en realidad se había sentido intimidado por su padre.

No puedo creer que me haya sentido intimidado… Que tuviera miedo de mi propio padre…

Mark recordó entonces un comentario que había escuchado una vez. En comparación con su difunto hermano mayor, su padre era menos hábil tanto con la espada como con la magia. Sin embargo, eso era sólo en comparación con su hermano. Por lo que Mark había oído, su padre estaba a la altura de los guardias reales con la espada y de los poderosos hechiceros con la magia. Poseer una u otra habilidad no era algo insólito, pero poseer ambas a la vez era excepcional.

—Me ocuparé del problema de raíz —dijo Soleil en voz baja a Mark, quien seguía en silencio. Su expresión distaba mucho de la habitual del rey amable y gentil.

—Padre, por favor, cálmese. —Mark se esforzó por hablar con la mayor calma posible.

La “raíz del problema” sólo podía referirse a Volf Barbosse, pensó Mark, antes de reevaluar rápidamente su suposición. Para su padre, la raíz del problema no sólo incluía a Barbosse, sino también a todos los habitantes del castillo leales al ministro.

—Ya estoy harto de que me quiten gente, sin dejarme más que lamentos. Si tengo que sufrir esto, también podría…

—¡Padre!

Con la locura brillando en sus ojos, Soleil se dirigió a Mark. ¿Por qué había soportado todo este arrepentimiento? Cuando perdió a su hija, en lugar de ceder a las amenazas del ministro, debería haberlo matado ahí mismo. Debería haber eliminado a cualquiera que se interpusiera en su camino. Así nunca habría tenido que pasar todos los días de su vida con miedo. Y nunca habría perdido a Herscherik.

Mark se quedó paralizado ante su padre, que aún sostenía su espada. El propio Mark detestaba a Barbosse tanto como su padre. Cuando se enteró de la emboscada y del destino de la expedición, la primera persona que le vino a la mente fue ese hombre, el que lo había planeado todo. También le invadió un profundo sentimiento de pesar.

Siempre soy el último en enterarme… Tanto cuando había perdido su amistad con Octavian como cuando había descubierto la verdad sobre su país, siempre parecía estar un paso por detrás de todos los que le rodeaban. Y esta vez, si tan sólo se hubiera negado a dejar ir a Herscherik, tal vez todo este calvario podría haberse evitado.

No puedo permitirme seguir siendo ignorante. Sí padre va a blandir su espada, entonces yo también compartiré su deshonra. Mark se armó de valor.

Afortunadamente, tenía varios hermanos menores brillantes. Estarán bien sin él, concluyó.

—Padre… —Lleno de determinación, Mark pronunció el nombre de su padre.

De repente, Mark sintió que una mano se posaba en su tenso hombro. Se volvió hacia atrás para encontrar al propio mayordomo de servicio del rey, Rook, quien entró en el despacho y se detuvo frente al príncipe.

—Su Majestad… No, Soleil.

—Rook… —Soleil dudó un momento antes de responder a su amigo, con la mirada perdida—. No me detengas, Rook. Yo…

—Como mayordomo a su servicio, nunca traicionaría a mi amo, pase lo que pase, —dijo Rook, interrumpiendo a Soleil—. Sin embargo, un amigo cercano me confió su seguridad.

Esta era una promesa que Rook había hecho con la mujer que había sido la reina favorita del rey. Lo que ella había temido, finalmente había sucedido.

—Soleil es un rey gentil. No obstante, en el momento en que experimente realmente el miedo y la desesperación, ya no podrá seguir siendo un rey.

Tal y como ella había dicho, Soleil estaba en camino de perder su lugar como rey.

—Protege a Soleil por mí… Detenlo, si es necesario.

Rook cerró los ojos por un momento. Luego los abrió de nuevo y miró directamente a los ojos de su amigo.

—Si el hombre que ella amaba está a punto de desviarse de su camino, tenía que detenerlo. Recuerda: ¿por qué has aguantado todo este tiempo? Querías proteger a todos, ¿verdad? ¿Quieres que todo lo que has hecho hasta ahora se eche a perder?

Sin embargo, Soleil permaneció inmóvil mientras el aire entre el rey y su mejor amigo se volvía aún más tenso. Entonces, como para romper esa tensión, apareció otra persona.

—Disculpen.

—¿Will…? —Mark pronunció el nombre del hombre que acababa de aparecer. Era el Segundo Príncipe, William.

William cerró los labios por un momento al ver la escena desordenada que era el despacho del rey, antes de murmurar: —Ya veo… 

Luego miró a su vez a las tres figuras inmóviles del despacho y dejó escapar un pesado suspiro.

—Padre, hermano -y también el maestro Rook-, por favor, cálmense —habló con un tono totalmente exasperado. Sin embargo, esto era sólo una mala costumbre de William, y en absoluto un intento de burlarse de ellos. Como los músculos de la hermosa cara que había heredado de sus padres nunca vieron ningún uso fuera de su trabajo, siempre parecía que estaba de mal humor, hasta el punto de que la gente rara vez se daba cuenta de cuándo estaba realmente de buen humor—. Hersche me dijo que, si alguna vez llegaba a esto, tenía que asegurarme de detenerlos a todos.

—¿Qué…? —dijo Mark, sorprendido, y William continuó.

—Hersche me dio un mensaje para que les transmitiera a todos. ‘En caso de que desaparezca, no hagan nada precipitado hasta que se encuentre mi cuerpo’, dijo.

—¿Quieres decir que Hersche vio venir todo esto? ¿Y por qué te lo dijo a ti, precisamente a ti? 

De los dos, Mark había estado cerca de Herscherik durante más tiempo que William; sintiéndose excluido, Mark le pidió a William que aclarara la situación. William se encogió de hombros al responder.

—Hersche también me lo explicó. Dijo: ‘Si se lo digo a papá, me impedirá ir, y Mark tiende a volverse demasiado emocional y fácil de leer. Pero tú, Will, pareces capaz de mantener la cabeza fría pase lo que pase’. Por lo tanto, hasta que no se hayan calmado, no los dejaré dar un solo paso fuera de esta habitación —declaró William, antes de volverse hacia su inmóvil padre—. Padre, si haces algo precipitado ahora, podrías interponerte en lo que Herscherik está tratando de lograr. Por favor, ten paciencia.

—William… ¿Sabes realmente lo que Herscherik está tratando de hacer?

—No, no me lo ha dicho. —Herscherik había permanecido en silencio. Lo único que decía era que William tenía que intervenir en el peor de los casos.

William miró directamente a su padre, quien se había callado al escuchar lo que William tenía que decir.

—Si sigues insistiendo en tomar medidas drásticas con tu espada, tendrás que cortarme a mí primero. Me niego a hacerme a un lado.

—William…

—Si realmente Herscherik no regresa, ni tú ni Mark tendrán que preocuparse por nada, ya que yo mismo me encargaré de los asuntos. Los eliminaré a todos sin piedad en tu nombre —dijo William, con una tranquila determinación visible en el fondo de sus ojos azules.

Soleil miró su espada por un momento, antes de negar con la cabeza. Rook se acercó y le quitó la espada de las manos; el rey se desplomó en su silla como una marioneta a la que le habían cortado los hilos de repente.

De repente, se oyó la voz de una mujer en la sala.

—Su Majestad…

—¿Perla…? —Soleil miró hacia el origen de la voz para encontrarse con una mujer que no esperaba ver aquí. 

Al igual que Mark, su cabello parecía haber sido formado por la fusión de los más finos rubíes, con ojos parecidos a gemas pulidas del mismo tono. Alta y con una figura bien proporcionada, aunque se acercaba a los cuarenta años, seguía siendo tan bella como a los veinte. Era la Primera Reina de Greysis, Perla.

—Su Majestad, debo disculparme, —habló Perla tras cerrar la puerta, agachando la cabeza—. Barbosse me obligó a hacerlo. Dijo que, si no incluía un mensaje secreto junto con mi carta al principado, Su Majestad y Mark, junto con las demás reinas y sus hijos, correrían la misma suerte que mi hija.

Perla aún recordaba la pena que había sentido como si hubiera ocurrido ayer. Un día, su hija acababa de aprender a mantenerse en pie mientras se agarraba a algo; al siguiente, sólo quedaba un cuerpo frío. Así que Perla había incluido el mensaje del ministro junto con el suyo propio. No había conocido el contenido, pero tras enterarse de la emboscada del imperio, había llegado a la conclusión de que el mensaje que Barbosse la había obligado a enviar había sido la causa. El ministro había hablado con el imperio y el principado en secreto y había invitado al enemigo a su propio país.

Aunque Greysis y Parche tuvieran una relación amistosa, estaban lejos de ser iguales. Greysis era mucho más poderoso. Si el ministro, líder de facto del país, les amenazaba, Parche no tenía más remedio que cumplir.

¿Está dispuesto a sacrificar incluso a su propio país? Soleil estaba furioso tanto con el ministro como consigo mismo por no haber podido detenerlo. Sin embargo, lo primero que tenía que hacer era ocuparse de la reina que tenía delante, que temblaba de miedo. Ella estaba tan apenada como él, pero él estaba demasiado preocupado por sí mismo como para darse cuenta.

Soleil se acercó a Perla y la abrazó.

—Te he causado dolor. Perdóname, Perla —le susurró Soleil al oído, disculpándose de todo corazón. Mark y William desviaron torpemente sus miradas al ver aquello.

Al oír las disculpas de Soleil, las lágrimas empezaron a correr por las mejillas de Perla.

—¡No, en absoluto! Se equivoca, Su Majestad.

Nadie esperaba lo que salió de la boca de Perla a continuación.

—Pensaba rechazar al ministro. Juré que nunca ayudaría al monstruo que mató a mi hija. Y vengarme por ella. 

Pero justo cuando había resuelto cortarle la cabeza a ese hombre, el mayordomo al servicio de Herscherik había aparecido. Apareciendo fuera de su habitación sin previo aviso, había venido con un mensaje de Herscherik: “Por favor, confía en mí”.

—Por eso, decidí hacer lo que decía el ministro. Pero nunca esperé que desapareciera.

Soleil apoyó a Perla cuando se derrumbó entre lágrimas, ayudándola a sentarse en una silla antes de arrodillarse frente a ella, cogiéndole la mano. Mientras tanto, la reina seguía disculpándose.

Los dos príncipes, al escuchar las palabras de la reina, se miraron y ambos suspiraron con fuerza.

—Así que por eso… —murmuró Mark.

Durante el consejo en el que se había decidido que Herscherik actuará como apoderado del rey, Mark había pensado que algo había parecido extraño en Herscherik. Había hecho alarde de sus hombres de servicio ante todos los presentes, casi como si hubiera enfatizado la fuerza que podía aportar. Aunque, como la fuerza de los hombres a su servicio pertenece a su amo, no sería incorrecto llamarla fuerza propia del príncipe.

Pero normalmente, Herscherik nunca ordenaba a sus hombres que le acompañaran a no ser que fuera necesario, nunca los trataba como si fueran de su propiedad. En otras palabras, Herscherik debía tener una razón para exhibirlos como lo hacía. Había querido provocar al ministro y atraer toda su atención. Todo había sido parte de su plan.

—Bueno, se va a llevar un golpe en la cabeza cuando vuelva. —El hermano menor asintió a la propuesta de su hermano mayor. La preocupación y la inquietud que habían estado acumulando en su interior se habían desvanecido.

♦ ♦ ♦

Un oficial de la unidad de emboscada estaba dando un informe en el cuartel general del ejército de Atrad. Sentado en el centro había un hombre de unos cuarenta años con los ojos y el pelo del color de las hojas caídas. Era un noble del décimo rango y el comandante supremo de la invasión de Greysis: Dick Eol Lynx, del ejército del imperio de Atrad.

—¡Hemos recibido noticias de la unidad de emboscada de que se trasladarán a su posición mañana por la mañana, como estaba previsto!

Dick asintió, aparentemente satisfecho con el esperado informe.

—Genial. Dile a cada unidad que empiece a prepararse. Comenzamos el asedio mañana por la mañana.

—¡Sí, señor!

Los soldados salieron de la tienda, seguidos por los miembros del personal encargados de transmitir las órdenes a cada unidad. Dick, quien se quedó en la tienda, tomó un vaso de licor que le ofreció su ayudante y se lo bebió de un trago.

Todo esto ha salido mejor de lo esperado.

Cuando el emperador ordenó atacar Greysis, había llegado un mensaje secreto. Un noble de Greysis lo había enviado a través de un comerciante; puede que ambos países fueran enemigos, pero no era como si no tuvieran ninguna relación. Nunca se sabe cuándo un contacto en el país enemigo puede ser útil, pensó Dick.

El mensaje secreto era una petición para asesinar, o posiblemente hacer prisionero, a un miembro de la familia real. Al principio, Dick había considerado que podía tratarse de una trampa, pero un informe de un espía que tenía destinado en el reino había dado credibilidad al mensaje. El informe decía que el ministro Barbosse veía al Séptimo Príncipe como una amenaza. Dick conjeturó que la carta secreta procedía en realidad del propio ministro.

Finalmente, había decidido aceptar la oferta. Como comandante supremo del ejército, utilizaría cualquier medio a su disposición para asegurar su victoria.

Así que este ministro de Greysis desea tanto deshacerse del Séptimo Príncipe que estaría dispuesto a sacrificar territorio por ello… Había oído que el Séptimo Príncipe era el hijo favorito del rey. Vender su propio país sólo para matar a un solo niño… El reino no durará mucho a este ritmo.

Sin embargo, eso no le importaba a Dick. Lo único que le importaba era hacer uso de la información que le habían dado para apoderarse del territorio del reino. No había necesidad de compasión en el campo de batalla.

Con esto, debería ser capaz de ganarme la confianza de Su Majestad Imperial, y a su vez mejorar mi posición en el país aún más.

El objetivo de esta invasión era demostrar el poder del nuevo emperador a los países vecinos. La derrota no era una opción. Si salía victorioso de esta batalla, su posición social estaría asegurada.

♦ ♦ ♦

Mientras tanto, en una sala de consejo de la fortaleza situada a lo largo de la frontera con el imperio de Atrad, un soldado malherido apareció, apoyado por ambos lados, ante los generales encargados de vigilar la frontera. Era el único hombre que había conseguido llegar al fuerte fronterizo por sus propios medios, desde la expedición con la que habían perdido el contacto tres días antes.

—Tengo que hacer un informe… —dijo el hombre débilmente. A su armadura militar le faltaban piezas, y tenía una venda alrededor de la cabeza que le cubría la mitad de la cara—. El ejército ha sido casi aniquilado… Yo…

El hombre cayó entonces de rodillas; la única razón por la que no se desplomó completamente en el suelo fueron los dos soldados que lo sostenían. No es de extrañar, ya que estaba casi al límite. Sólo había llegado hasta aquí gracias a su habilidad como jinete.

—Es suficiente. Has hecho bien en llegar hasta aquí. Por ahora, descansa —dijo el veterano general a cargo del fuerte mientras le dedicaba al soldado una solemne inclinación de cabeza. Su nombre era Ivan Barthold, conde y general. Había estado en muchos campos de batalla, donde su estilo de lucha robusto y firme reflejaba su personalidad, y había ahuyentado innumerables asaltos enemigos. Si el General Ardiente era una espada, Barthold era un escudo que protegía al país.

A continuación, Barthold dirigió su mirada al hombre pálido sentado en una silla en un rincón de la sala.

—General Seghin, ¿tiene algo que añadir?

—Yo… —Teodor fue incapaz de reunir otra palabra.

Teodor había escapado al fuerte de la frontera el día anterior. Había llegado junto con dos mil soldados de caballería, habiendo corrido sin parar, día y noche. Poco después, los refuerzos del ejército del imperio habían llegado y tomado posición en la llanura fuera del fuerte, a lo largo de la frontera. El ejército del reino estacionado en el fuerte había sido incapaz de realizar un solo movimiento.

—El líder de la primera división abandona su ejército, huye para salvar su propio pellejo, y ahora se niega a hablar siquiera… Tenga un poco de vergüenza —dijo Barthold con disgusto, mientras dejaba escapar un profundo suspiro. Sin embargo, en ese momento había un asunto más importante que atender que el joven de rostro pálido que tenía delante—. Dejaré para más adelante pedirle cuentas. Ahora mismo tenemos que pensar en cómo enfrentarnos al ejército del imperio.

Comenzó un consejo de guerra y el soldado herido salió de la sala junto con los dos hombres que le apoyaban. Nadie en la sala se dio cuenta de que estaba sonriendo.

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