Herscherik – Vol. 4 – Capítulo 6:  La frontera, la batalla y un plan astuto (1)

Traducido por Shisai

Editado por XXX


Roy se escondió detrás de los arbustos, acurrucado mientras se envolvía con los brazos y temblaba. El día anterior no tuvo ninguna duda de que llegarían al fuerte sin incidentes. Sin embargo, sus expectativas se habían roto en un solo momento, cuando se encontró corriendo por su vida para escapar de la espada de un soldado enemigo.

Yo… Yo…

En su mente destellaron imágenes de sus compañeros, con los que había estado riendo ayer mismo, sangrando profusamente mientras caían al suelo. Sólo pensar en el espectáculo que había presenciado le hizo temblar incontroladamente.

Eso… Era imposible para mí. Toda la práctica con la espada que había recibido del caballero del príncipe había sido en vano. Aunque quería sobrevivir, le faltaba la decisión de hacer lo necesario para lograrlo. Cuando estuvo a punto de morir a manos de un soldado enemigo, se limitó a huir tan rápido como pudo en lugar de desenvainar su propia espada. Los sentimientos de miedo e inutilidad surgieron en su interior, dejándolo al borde de las lágrimas.

De repente escuchó a alguien tosiendo.

Ese es…

Se asomó entre los arbustos, mirando hacia la fuente del sonido. En esa dirección había un río que bajaba de las montañas de Greysis, para luego dividirse hacia Parche y Atrad. En la orilla del río vio una pequeña figura, sentada y tosiendo.

—Vaya, pensé que estaba perdido. Esta vez sí que pensé que estaba muerto de verdad. Y me siento mal de tanto ir a la deriva en el río…

A pesar de mencionar la muerte, la persona hablaba con bastante despreocupación. La voz sonaba joven. Cuando Roy forzó la vista para distinguir la figura en la niebla, se dio cuenta de que realmente la reconocía.

—¡¿Príncipe Herscherik?! —Roy se olvidó por completo de esconderse y salió corriendo de los arbustos.

—¡¿Hwa?! —La pequeña figura -Herscherik- saltó cuando Roy lo llamó, dejando escapar un extraño aullido. Entonces se dio la vuelta para encontrarse con la inesperada visión de Roy corriendo hacia él. Mientras Roy se acercaba, una expresión de alivio apareció en el rostro de Herscherik.

—Me alegra ver que estás a salvo, Roy.

—No, yo… —Roy se quedó callado, incapaz de admitir que había huido. Herscherik, sin embargo, entendió lo que Roy intentaba decir y le dio un golpecito en el brazo con su pequeña mano.

—Ahora mismo, alégrate de estar vivo. Puedes preocuparte por el resto después.

Al oír eso, Roy se sintió un poco mejor. Después de verle sonreír torpemente, Herscherik empezó a quitarse el abrigo.

—Ahora bien, ¿dónde puede estar esto…? Ugh. —Mientras intentaba quitarse el abrigo, sintió un fuerte dolor en el brazo izquierdo e hizo una mueca.

Supongo que no podía esperar salir completamente ileso, se reprendió internamente Herscherik.

Cuando Herscherik había sido rodeado por los asesinos junto al acantilado, había caído al río embravecido que había debajo. Un niño normal no habría sobrevivido a la caída, pero Herscherik llevaba consigo un práctico artilugio.

Este reloj de bolsillo es realmente sorprendente, ¿eh?

Herscherik había supuesto que su reloj de bolsillo funcionaba simplemente absorbiendo la Magia Flotante y utilizándola para invocar hechizos. Sin embargo, el maniático de la magia, Shiro, descubrió que en realidad tenía más características que eso. Una de ellas era la capacidad de recordar múltiples fórmulas mágicas, ya que los objetos mágicos normales sólo podían contener una fórmula a la vez. Otra característica que tenía era la capacidad no sólo de convertir la magia, sino también de almacenarla.

Iniciar una fórmula mágica requería una cierta cantidad de magia. Como el reloj de bolsillo podía almacenar magia en su interior, simplemente se podía utilizar su energía almacenada para invocar el hechizo asociado. Como alguien que no tenía Magia en su interior, era como si este objeto mágico hubiera sido hecho específicamente para el propio Herscherik. Lo que le había parecido un simple teléfono plegable, ha resultado ser un smartphone de altas prestaciones.

Shiro le había preguntado, asombrado: —¿Cómo no te has dado cuenta? —Pero como Herscherik no tenía magia y no entendía casi nada de todo el tema, se limitó a decirle a Shiro que esperar que alguien como él se diera cuenta de algo mágico era pedir demasiado.

Al final había sido la barrera mágica que Shiro preparó para él la que le había salvado de ser tragado por la corriente. Sin embargo, la magia había tardado un momento en activarse, y mientras tanto había conseguido golpearse el brazo.

Supongo que debería considerarme afortunado de que no fuera mi brazo dominante… Siento que he gastado suficiente suerte para toda la vida. 

Y no fue sólo la ubicación de su lesión lo que le dio suerte: había llegado a tierra, en un lugar ventajoso, y había encontrado a Roy ahí. Si hubiera seguido a la deriva por el río, la magia del reloj de bolsillo se habría agotado y Herscherik probablemente se habría ahogado; si hubiera acabado en la orilla opuesta, habría tenido grandes dificultades para volver a este lado del río. Y, si no se hubiera encontrado con Roy, sino con las tropas de Barbosse, habría sido el fin de todo. Herscherik agradeció a sus estrellas de la suerte que su apuesta hubiera dado resultado.

—¿Su Alteza? ¿Estás herido? —preguntó preocupado Roy al tranquilo Herscherik.

—Sí, parece que he conseguido golpearme el brazo. Odio pedir esto, pero ¿te importaría ayudarme a quitarme el abrigo?

Herscherik luchó contra el dolor mientras se quitaba el abrigo con la ayuda de Roy, tras lo cual hizo que éste arrancara el forro de la parte trasera del mismo. En el forro había un mapa de tela de los alrededores. Era, por supuesto, un mapa que Herscherik había pedido a Rook que hiciera antes de partir. Era impermeable para garantizar que pudiera seguir leyendo el mapa, aunque acabara sumergido en el agua.

—Tenía esto preparado de antemano.

Con Roy mirando perplejo a su lado, Herscherik pasó el dedo índice de su mano dominante por el mapa.

—Aquí debe ser donde nos emboscaron. Suponiendo que sea aquí donde caí al río… —Murmuró para sí mismo mientras seguía el río con el dedo y se hacía una idea de dónde debía haber llegado a la orilla—. Basado en el terreno… Probablemente en algún lugar por aquí.

—Eso creo. —Roy confirmó la suposición de Herscherik, empezando a sentirse un poco ansioso de nuevo. Había huido para salvar su vida, pero teniendo en cuenta la dirección en la que había estado corriendo, Herscherik parecía estar señalando el lugar correcto.

El mapa estaba marcado con varios símbolos, además de la ubicación de las aldeas cercanas, y Roy se preguntó con curiosidad qué podrían significar.

—Bien, esta sería la aldea más cercana. Roy, ¿por qué no vienes conmigo por ahora?

—¡Si! —respondió Roy, mientras Herscherik se levantaba antes de que tuviera la oportunidad de preguntar qué significaban los símbolos.

♦ ♦ ♦

Herscherik y Roy caminaron y caminaron, y para cuando la niebla comenzó a aclararse, un pequeño pueblo se hizo visible. Sin embargo, no era más que los rastros de una aldea, si es que lo era.

—Esto es… —Roy se quedó sin palabras ante el estado del asentamiento. No había ni una sola persona a la vista, y los edificios y campos estaban todos en ruinas. El pequeño pueblo había sido destruido.

—Debe haber sido atacado por el ejército del imperio… —Herscherik se había agachado para recoger un juguete de peluche que había en el suelo, haciendo una mueca de dolor en su brazo izquierdo. Aun así, lo aguantó mientras estiraba la mano derecha para coger el conejo de juguete, cuyo relleno se desparramaba por el suelo donde había sido pisoteado.

Shisai
Me recuerda a la escena de Mulan con la muñeca

—Su Alteza, su herida es realmente peor que…

—Estoy bien. —Herscherik sacudió la cabeza ante la expresión de preocupación de Roy. Su dolor no era nada comparado con lo que debió sufrir la gente de este pueblo, pensó Herscherik con el ceño fruncido.

El ejército del imperio debió pasar por esta aldea de camino al lugar de la emboscada. Después de saquear todo el lugar, deben haber destrozado también los edificios.

—…y, —murmuró Herscherik mientras abrazaba al conejo de juguete.

—¿Su Alteza?

Roy se arrodilló y miró al príncipe, que estaba quieto e inclinado hacia delante. Sin embargo, Herscherik no le hizo caso y se limitó a abrazar el juguete con más fuerza. Sus ojos estaban llenos de rabia y tristeza. Al principio, Roy no sabía qué decirle, pero después de pensarlo un poco, se decidió.

—Su Alteza, tengo algo que decirle. —Roy describió lo que el general Seghin había soltado cuando la expedición había sido emboscada por primera vez, y el hecho de que el general había abandonado su ejército para salvar su propia vida.

Herscherik esperó a que Roy terminara, asintiendo en respuesta.

—Ya veo… Así que eso pasó… —Herscherik murmuró y cerró la boca, repasando en silencio los acontecimientos en su cabeza. Sin embargo, Roy interpretó las acciones de Herscherik a su manera. Temía que el príncipe no creyera a un simple plebeyo que hablaba mal de un noble, o que incluso lo castigara. La idea le hizo palidecer.

Sin prestar atención al aterrorizado muchacho soldado, Herscherik ordenó sus pensamientos antes de volverse hacia Roy.

—¿Qué piensas hacer después?

—¿Eh? —respondió Roy, desconcertado, mientras Herscherik continuaba.

—Voy a ir al fuerte de la frontera.

Roy volvió a ponerse pálido, esta vez por una razón diferente. El ejército que se dirigía al fuerte de la frontera estaba desorganizado. Roy podía imaginar fácilmente lo que eso significaba si el fuerte fronterizo tenía que enfrentarse a las fuerzas del imperio. Sería sólo cuestión de tiempo que el fuerte fronterizo, con sólo unos pocos miles de efectivos, cayera ante el ejército del imperio de más de cien mil hombres. Ir ahí bien podría considerarse un suicidio. Las palabras del general Seghin también seguían molestando a Roy.

Esto no es lo que Su Excelencia prometió… Dijo que simplemente entregaríamos al príncipe al imperio.

Roy no sabía exactamente a qué se había referido el general, pero le resultaba difícil creer que Herscherik saldría indemne si iba al fuerte de la frontera.

—¡Eso es demasiado peligroso, Alteza! Volver a la capital sería mucho más…

—Sí, eso probablemente sería más seguro, —convino Herscherik, pero luego sacudió la cabeza de lado a lado—. Pero tengo que ir.

Una luz decidida brilló en los ojos de Herscherik.

—Roy, si no quieres volver a ver un campo de batalla, deberíamos separarnos aquí.

—Pero… —Roy se mostró indeciso al ver que Herscherik le miraba directamente. El príncipe sonrió en respuesta.

—No te preocupes. Aunque dejes el ejército por esto, hablaré bien de ti para que no te castiguen, como agradecimiento por hacerme compañía durante todo este camino. Pero si puedes, me encantaría que les contaras a mi padre y a mis hermanos lo que has visto y oído aquí. —Herscherik trató de mantener su tono lo más alegre posible en un intento de calmar a Roy.

Normalmente, abandonar el ejército estaba estrictamente prohibido. Dependiendo de las circunstancias, se castigaba incluso con la muerte. Sin embargo, con sólo una palabra de Herscherik, sus hermanos se encargarían de que todo terminara bien para Roy.

Sin embargo, Roy no pudo aceptar la propuesta de Herscherik. Mientras el joven príncipe se preparaba para partir hacia el campo de batalla, Roy se sentía patético, ya que parecía no poder hacer otra cosa que temblar de miedo. Aunque consiguiera volver a casa con vida, no sería capaz de enfrentarse a su familia. Al ver a Herscherik, sintió que tenía que hacer lo que fuera para ayudarle, por insignificante que fuera.

—Su Alteza, por favor, déjeme acompañarle.

En respuesta, Herscherik se limitó a decir: —Gracias, Roy —y sonrió.

Roy se puso rápidamente en acción. Calculando que necesitarían comida y agua para el viaje, buscó en las casas asoladas provisiones y cantimploras. Prometió en voz baja que volvería un día para pagar todo lo que había cogido mientras sacaba agua del pozo y llenaba las cantimploras. En su camino de vuelta se encontró con un caballo suelto, al que consiguió capturar acercándose muy lentamente para que no huyera. La bestia parecía ser un caballo de carreras, y estaba acostumbrada a la gente. Su dueño debió de soltarlo justo antes de que el pueblo fuera atacado, para que volviera directamente. Roy buscó algunos aperos de montar en una casa cercana; luego equipó al caballo con un bocado, riendas y una silla de montar, y lo cargó con la comida y el agua. Le costó un poco, pero lo consiguió gracias a su experiencia como niño soldado.

Una vez terminados los preparativos, Roy sintió que su ánimo aumentaba un poco al darse cuenta de que, después de todo, podía ser útil. Condujo el caballo de vuelta a donde Herscherik estaba esperando.

Cuando regresó, encontró al príncipe junto a una valla al lado del campo devastado, donde se retorcía con curiosidad.

—Alteza, ¿qué está haciendo?

—Bueno, no mucho… —dijo Herscherik y se dio la vuelta. Detrás de él, un pañuelo estaba atado a la valla—. Oh, ¿has encontrado un caballo? Qué suerte. ¿Sabes montar uno?

—No, no sé, pero al menos puedo guiarlo. Lo he traído para que puedas montarlo… Alteza, ¿qué es ese pañuelo? —preguntó Roy con una mirada de desconcierto. El pañuelo estaba hecho de seda cara, pero no era la tela lo que despertaba la curiosidad de Roy. Más bien se preguntaba por qué un pañuelo tan elegante estaba atado con un lazo a una valla que parecía que iba a derrumbarse en cualquier momento.

Herscherik se abstuvo de responder a la pregunta de Roy y sólo le dedicó una vaga sonrisa mientras se acercaba al caballo.

—Bueno, entonces, nos dirigiremos aquí primero. Cuento contigo —dijo Herscherik, indicando un lugar en el mapa. Roy asintió con una mirada insatisfecha.

Roy subió a Herscherik al caballo, ya que no podía montarlo él mismo debido a su baja estatura y su lesión.

Cuando los dos se fueron, una sombra apareció en el pequeño pueblo. La sombra encontró el pañuelo, observó cómo había sido atado y dejó escapar un pesado suspiro antes de volver a abandonar la aldea.

♦ ♦ ♦

Se suponía que el fuerte de la frontera debía estar ya animado con las voces de los soldados de la expedición, pero en su lugar se llenó con el temor de cien mil soldados del imperio dispuestos a atacar el fuerte al amanecer. En una tensa sala de consejo, el general a cargo de la protección de la frontera estaba sentado junto a sus subordinados, intercambiando miradas tranquilas. A pesar de que aparentemente se trataba de un consejo de guerra, nadie abrió la boca, y un pesado silencio impregnó la sala. Eran más de las tres de la mañana, y el consejo llevaba casi quince horas, con sólo breves descansos.

—¿Qué podemos hacer…? —murmuró el responsable del fuerte, el general Barthold.

Hacía muchos años que le habían puesto al frente de este fuerte, que siempre había sido un punto de conflicto con el imperio. Se le había confiado este cargo por su carácter robusto. Sin embargo, incluso Barthold, que destacaba en las batallas defensivas, consideraba que su situación actual era realmente sombría. 

En la actualidad había menos de cinco mil soldados en la fortaleza: la fuerza existente de tres mil, junto con los dos mil que llegaron con Teodor. El ejército de Atrad, por su parte, estaba compuesto por más de cien mil soldados. Había contactado inmediatamente con la capital y solicitando refuerzos, pero incluso en el mejor de los casos tardarían al menos tres semanas en llegar.

Si se establecían para un largo asedio, había al menos una pequeña posibilidad de que pudieran rechazar al imperio, aunque a costa de la vida de muchos soldados. Sin embargo, no tenían suficientes provisiones para ello. Y ante una batalla que no veían esperanza de ganar, la moral de los soldados estaba por los suelos.

—¿Realmente no hay nada que podamos hacer? —Barthold dijo lo que estaba en la mente de todos.

Todos los presentes eran conscientes de que, si cien mil soldados asediaban el fuerte, éste sería arrollado como un pequeño barco pesquero tragado por una ola gigantesca. Si eso ocurría, lo que les esperaba a los soldados dentro del fuerte -incluido el propio general- era ser hechos prisioneros en el mejor de los casos, y la muerte en el peor.

Rompiendo el ambiente de la sala, una puerta se abrió con fuerza y entró un soldado.

—¡Disculpe!

—¡Estamos en medio de un consejo de guerra! ¿Qué pasa? —gritó uno de los altos mandos que estaba sentado junto a la puerta. Sin embargo, el soldado continuó.

—Lo siento mucho, pero tengo un informe urgente.

—¿Qué es? ¡¿No me digas que el imperio ha lanzado su ataque?! 

La sala se puso repentinamente enérgica, pero el soldado sacudió rápidamente la cabeza.

—No, es… El príncipe… Ha aparecido alguien que dice ser el príncipe Herscherik.

A los treinta minutos del informe del soldado, el asiento, que antes había pertenecido al jefe del fuerte, estaba ahora ocupado por un joven de pelo rubio y ojos verdes: el propio Herscherik. Había llegado al fuerte al amparo de la oscuridad sin que el ejército del imperio lo encontrara. Algunos sugirieron que podría ser un espía del imperio, pero rápidamente cambiaron de opinión al ver el rostro de Herscherik.

La familia real de Greysis era una familia de belleza sin parangón. Aunque se viera eclipsado por sus parientes más atractivos y estuviera actualmente vestido con ropas sucias, Herscherik seguía siendo sin duda un miembro de esa misma hermosa familia real. Por no hablar de que, desde el incidente en la iglesia, el rostro de Herscherik se había hecho bien conocido por muchos, tanto de alto como de bajo nivel. Casi todos los presentes conocían a este joven de pelo rubio claro y ojos esmeralda.

—Príncipe Herscherik, me alivia ver que está a salvo.

Herscherik asintió en silencio a las palabras de Barthold, con Roy detrás de él. El pequeño príncipe parecía no estar bien, con su brazo izquierdo aparentemente herido y envuelto en vendas. Mientras los adultos le lanzaban miradas de compasión, el propio príncipe recorría la tensa sala.

—No se preocupen por mí. General Barthold, póngame al corriente de la situación. 

Con unos ademanes y un aire general que parecían muy alejados de los de un niño de siete años, Herscherik dejó a los demás en la sala -incluido el general- atónitos. Pero Herscherik se limitó a poner una cara simpática e inclinar la cabeza mientras repetía. 

—¿General Barthold?

—¡Si, Su Alteza!

Cuando Barthold terminó su informe, Herscherik asintió con la cabeza y apoyó la barbilla en la mano mientras pensaba.

—Ya veo, —dijo finalmente Herscherik, dejando a los demás sin una pista de lo que estaba pensando. Entonces, un hombre en particular abrió la boca, mirando directamente al príncipe.

—Alteza, tengo algo que quiero decir.

—¿Tienes algo que quieras decirme? ¿Una disculpa, quizás? —Herscherik se burló—. General Seghin, no tengo ni el tiempo ni el estado de ánimo para escuchar sus disculpas ahora mismo.

Teodor se encontró con un Herscherik sarcástico que lo derribó de inmediato. Sin embargo, tal reacción era de esperar. En realidad, ni siquiera debería estar aquí. Después de todo, a pesar de haber estado a cargo de veinte mil soldados, los había abandonado y huido al fuerte de la frontera para salvar su propia vida.

Habiendo sido ridiculizado por un niño, aunque de la realeza, Teodor apretó los dientes, pero aun así continuó hablando.

—Tal y como están las cosas, lo único que ocurrirá es que nuestros soldados se agotarán y perderán la vida innecesariamente. No obstante, con Su Alteza aquí, tenemos una oportunidad para negociar.

—¿Y? —Herscherik volvió a cruzar las piernas mientras le decía al general que continuara. Era como si tratara de mostrar lo imperturbable que era. Teodor sintió que la irritación bullía en su interior, pero la reprimió.

—Si podemos negociar un alto el fuego, podemos evitar un derramamiento de sangre innecesario.

—¿Y? —Herscherik sonaba como si estuviera aburrido, lo que incitó a Teodor a continuar.

Roy observó la escena desde detrás de Herscherik y sintió un escalofrío que le recorría la columna vertebral, como si alguien hubiera dejado caer hielo por su espalda. Había acompañado a Herscherik en el viaje hasta aquí, aunque sólo fuera por unos días, y nunca había escuchado una voz tan fría salir de su boca. Empezó a preguntarse si el príncipe que tenía delante era realmente el mismo príncipe que había llegado a conocer.

—¡Por favor, Alteza, haga lo correcto! —Teodor, ajeno a los pensamientos que corrían por la cabeza de Roy, se arrodilló ante Herscherik y le suplicó con la cabeza inclinada. 

Pero Barthold le interrumpió, levantándose con fuerza de su silla.

—¿Está usted loco, General Seghin? No puede pedir seriamente a Su Alteza que se sacrifique por el imperio.

—Pero General Barthold… El general Seghin tiene razón —dijo otro hombre, coincidiendo con Teodor.

—¡A este paso nuestros soldados morirán por nada! No nos queda más remedio que confiar en el príncipe —se apresuró a decir otro hombre.

—¡¿Y tú te llamas a ti mismo oficial de Greysis?! Deberías estar avergonzado.

Dejando a Herscherik fuera de la discusión, los generales y los altos mandos empezaron a discutir, con dos bandos opuestos: uno defendía que el príncipe fuera entregado al imperio para poder sobrevivir, y el otro se oponía firmemente. Mientras las burlas iban de un lado a otro, Herscherik suspiró repetidamente. Luego le hizo un gesto a Roy para que se acercara y le susurró algo al oído. Sorprendido por lo que le acababan de decir, Roy miró fijamente a Herscherik, pero el príncipe se limitó a asentir. Roy respiró profundamente y luego golpeó con el puño la mesa que tenía delante con toda la fuerza que pudo.

La sala se quedó en silencio ante el repentino y fuerte ruido mientras todas las miradas se dirigían a Roy. Frotándose la mano dolorida, Roy se encogió de hombros torpemente, pero antes de que nadie pudiera preguntarle, Herscherik habló.

—Siento haber interrumpido la fiesta… —Herscherik dejó escapar un profundo suspiro antes de volverse hacia Teodor—. ¿Es eso lo que te ha ordenado Barbosse?

—¿Qué? —Teodor se quedó sin palabras. Y no era sólo él: todos los que habían coincidido con él reaccionaron exactamente igual, hecho que no pasó desapercibido para Herscherik ni para los que habían estado en el bando contrario.

Algunos en la sala eran conscientes de la situación actual de Greysis. Barthold, en particular, siempre había sido demasiado honesto y firme para llevarse bien con Barbosse. Por eso había sido apartado de la capital y relegado al fuerte de la frontera. Barbosse y quienes estaban en su esfera de influencia alejaban de la política y de la capital a cualquiera que se interpusiera en su camino.

Herscherik continuó hablando con una expresión madura, como si lo hubiera visto todo.

—Sabía que no podía ser sólo el general Seghin. Tú ahí, y tú… saltaste ante la mención de Barbosse, ¿no es así? —Herscherik sonrió mientras señalaba con una pequeña mano—. Además, están gravemente equivocados. ¿Creen que el ejército del imperio se retiraría si me entregan? ¿Por qué iban a desperdiciar una oportunidad tan favorable sólo por un príncipe? Usen sus cabezas.

—¡Eso es…! —Teodor intentó argumentar, pero Herscherik se limitó a sacudir la cabeza como si hubiera tenido suficiente.

—Vamos, ya te has dado cuenta, ¿no? Acepta los hechos: Barbosse los ha utilizado como peones desechables.

—¡Eso no es cierto! ¡Si lo entrego al imperio, saldré de esto sano y salvo! Eso es lo que Su Excelencia… —Teodor se tapó de repente la boca con la mano… Pero era demasiado tarde. Todos los presentes ya lo habían oído.

—¿Cavando tu propia tumba, eh? Realmente no tienes remedio, —dijo Herscherik, asombrado. 

Por supuesto, Herscherik había agitado deliberadamente a Teodor más allá de su límite, pero no pudo evitar sentir un poco de lástima por el general, caminando directamente hacia su propia muerte con tanta facilidad.

Como para decepcionar aún más a Herscherik, Teodor comenzó a cavar aún más su tumba.

—Desertaré al imperio —dijo en lo que sólo podía describirse como un intento de escapar de la realidad, dejando a todos los presentes boquiabiertos. Habiendo perdido cualquier atisbo de cordura, continuó con su voz elevándose a un grito—: ¡Me niego a morir así! ¡Me llevaré al príncipe y me entregaré al imperio! Los demás también quieren vivir, ¿no?

—¿Tienes idea de lo que estás diciendo? —Mientras Teodor hacía un berrinche infantil, la persona que habló para criticarlo fue nada menos que Roy—. ¡¿Y tú te llamas a ti mismo general de Greysis?!

Mientras tanto, ¡Su Alteza vino hasta aquí a pesar del peligro! Roy sintió como si su propia sangre empezara a hervir de rabia. Estaba tan furioso que olvidó por completo que estaba hablando con un general -y con un noble- mientras lo reprendía.

—¡Silencio! —Con la cara roja, Teodor sacó su espada. Roy y Barthold se levantaron, protegiendo a Herscherik de Teodor.

Pero a pesar de la tensa situación, Herscherik se limitó a soltar un pequeño suspiro antes de empezar a hablar.

—Sinceramente, ¿en serio estás intentando luchar contra tus propios aliados? Kuro.

—Sí, mi señor.

En silencio, un hombre vestido de negro apareció detrás de Teodor. Si hubiera habido alguien atento en la sala, que además destacara en la observación de las personas, podría haber notado que el hombre era el mismo superviviente que había venido a informar de la derrota del ejército de Greysis.

—¿De dónde has salido? —Teodor levantó instintivamente su espada, pero con un movimiento fluido el hombre agarró el brazo de la espada de Teodor con una mano y le dio un puñetazo en su desprotegida tripa con la otra.

—¡Uf! —Teodor gimió, soltando la espada y cayendo de rodillas con el estómago agarrado con ambas manos.

Mientras todos los presentes se quedaban boquiabiertos, incapaces de procesar lo que estaba ocurriendo, el hombre de negro se lanzó hacia cada uno de los hombres que habían aceptado el plan de entregar al príncipe y los fulminó de un solo golpe.

Todos los presentes se quedaron helados ante la visión; Herscherik fue el único que hizo algún movimiento. Simplemente se levantó de su silla y se acercó al hombre.

—Kuro, ¿cuál es la situación?

—Me he apoderado de todas las pruebas que necesitamos… ¿Estás herido? —Era difícil ver la cara de Kuro bajo la capucha, pero Herscherik tuvo la sensación de que fruncía el ceño.

Herscherik se dio un golpecito en el brazo envuelto en vendas como respuesta.

—No es nada importante, no te preocupes. Ahora sólo tenemos que pensar qué hacer con el ejército del imperio. ¿Dónde están Oran y el resto?

—Están escondidos en un bosque cerca de donde el ejército del imperio está esperando.

—Entendido. Vamos, entonces. Ustedes también, general Barthold, Roy y el resto, —dijo Herscherik mientras echaba a andar, con Kuro a cuestas. Abrió la puerta, ordenó a un soldado cercano que detuviera a Teodor y miró al general agachado.

—General Seghin, permítame decirle esto. —La expresión de Herscherik era lo suficientemente fría como para hacer temblar a cualquiera—. Soy de la realeza. No tengo intención de huir del deber que conlleva. Si pudiera salvar a mucha gente a cambio de mi vida, me sacrificaría con gusto. Sin embargo…

La mirada de Herscherik se clavó en Teodor, quien miraba hacia arriba.

—No renunciaré a mi vida por tu codicia personal. Cuando volvamos a la capital, lo revelaré todo, y serás juzgado ante la ley. Será mejor que te prepares… Nunca te perdonaré —dijo Herscherik, pero añadió internamente: Así es. No te perdonaré. Ni a ti, ni a Barbosse, ni a mí mismo por ser tan impotente como para llegar a esto.

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