Herscherik – Vol. 4 – Capítulo 8: El regreso, la enfermedad y la repetición de la tragedia

Traducido por Shisai

Editado por Sakuya


A pesar de ser por la tarde, la ciudad del castillo estaba lúgubre. Las voces de los propietarios de las tiendas no tenían vida mientras trataban de atraer a los clientes, y los habitantes de la ciudad se miraban unos a otros con ansiedad antes de mirar hacia el castillo. Justo el otro día habían recibido la sorprendente noticia de que el Séptimo Príncipe Herscherik había derrotado al ejército del imperio de cien mil hombres con menos de veinte mil hombres propios.

Antes de eso, los habitantes de la ciudad habían estado de mal humor tras escuchar el rumor de que la capital había perdido el contacto con la expedición y que el príncipe había desaparecido, pero al recibir la edificante noticia el ambiente se había vuelto alegre mientras se intercambiaban brindis de celebración en las tabernas. Pero de la nada, como para burlarse de la gente que esperaba ansiosamente el regreso del príncipe, habían recibido una noticia más terrible: El rey Soleil Greysis, vigésimo tercer rey, había caído enfermo.

Inmediatamente después de conocer la noticia, la gente se acordó de la tragedia que había sufrido la familia real hacía más de veinte años. El anterior rey, conocido como el Rey Sabio, junto con dos príncipes, había enfermado y finalmente fallecido. Desde entonces, la vida se había vuelto difícil para el pueblo de Greysis. Un rey insensato, nobles y autoridades que se cebaban con el pueblo, funcionarios serviles y ricos… El pueblo temía que esos días difíciles volvieran a llegar.

—¿Qué es eso?

El dueño de una tienda notó una nube de polvo en la distancia, más allá de la calle principal. Al forzar la vista, pudo ver a un hombre con el pelo del color del sol y un uniforme de caballero blanco que revoloteaba mientras espoleaba su caballo. Detrás de él le seguía un grupo de caballeros ligeramente equipados, igualmente montados. Gritaban instrucciones para abrirse paso mientras corrían por la calle sin aminorar la marcha. En la cola de la procesión iba un solo carruaje, adornado con el escudo real de un sol brillante.

—¡¿Ha vuelto el príncipe?!

El príncipe Herscherik había regresado. La noticia se extendió por toda la ciudad en un abrir y cerrar de ojos.

Sin prestar atención a los ciudadanos, el carruaje de Herscherik pasó por la puerta principal mientras se dirigía al castillo. Habían pasado sólo diez días desde que abandonaron la fortaleza fronteriza. Herscherik había viajado a casa a una velocidad que superaba con creces la que llevaba cuando partió.

El carruaje se detuvo, y Herscherik abrió inmediatamente las puertas y saltó al exterior. Herscherik, quien normalmente no corría por los pasillos, se precipitó a tal velocidad que los funcionarios que le esperaban se vieron obligados a apartarse. Oyó pasos detrás de él mientras corría hacia el interior del castillo, pero no necesitó volverse para saber que pertenecían a sus hombres de servicio. Atravesó a toda velocidad un pasillo y se adentró en los aposentos reales, sin mirar siquiera a los lados mientras corría hacia la habitación de su padre.

Sin embargo, alguien lo detuvo en su camino. Era el médico de la familia real.

—¡Por favor, espere, Príncipe Herscherik!

—¡¿Doctor?!

Como Herscherik solía tener fiebre varias veces al año, conocía bien al médico. El viejo médico solía hablar con una sonrisa amable en el rostro, pero ahora tenía una expresión severa mientras trataba de mantener a Herscherik al margen.

—¡Su Alteza, no debe!

—¡Por favor, quítate de en medio! —gritó Herscherik en respuesta, con un volumen de voz casi inimaginable. Al oír su tono crispado, el médico estuvo a punto de apartarse, pero se detuvo.

—Su Majestad sufre actualmente de una enfermedad desconocida. Si algo le ocurriera a Su Alteza…

Pero Herscherik no esperó a escuchar el final de la frase; corrió rápidamente junto al médico y abrió de golpe la puerta de la habitación de su padre.

El olor a papel llenaba la habitación. Había montones de papeles sobre un escritorio, y estaba claro que su padre había estado trabajando día y noche. Cuando Herscherik echó un vistazo a la habitación, apareció el sofá junto a la chimenea. Recordó la vez que se sentó en ese sofá mientras suplicaba a su padre que salvara al conde. La cara de su padre aquel día le vino a la mente, alimentando aún más su preocupación. Sacudió la cabeza de un lado a otro en un intento de sacudirse sus oscuros pensamientos mientras entraba en el dormitorio.

—¡Padre!

Cuando Herscherik abrió la puerta de golpe, pudo sentir que el aire de la habitación temblaba, y el olor a medicina le hizo cosquillas en la nariz. El dormitorio estaba oscuro y el aire se sentía tenso.

—Príncipe Herscherik…

Herscherik oyó su nombre y se volvió hacia la fuente de la voz para encontrar a Rook con un cubo de metal y una toalla. Rook miró a Herscherik por un momento, pero rápidamente desvió su mirada hacia abajo. Herscherik no pudo evitar preocuparse aún más al verlo.

—Rook, ¿cómo está papá…?

Rook permaneció callado, limitándose a mirar a través de la habitación. Herscherik siguió su mirada hasta una extravagante cama, aparentemente ocupada. Se armó de valor y comenzó a acercarse a la cama. Dando un paso tras otro sobre la mullida alfombra, pudo oír una débil respiración a medida que se acercaba a la cama. Se detuvo junto a la almohada y jadeó al mirar hacia abajo.

No puedo creer lo delgado que se ha vuelto…

Su padre siempre había sido delgado, pero no bajo de peso. Podía parecer frágil a simple vista, pero en realidad era más robusto de lo que parecía y podía levantar fácilmente su propio peso, por no mencionar que Rook siempre había prestado mucha atención a la salud del rey. Herscherik nunca había visto a su padre enfermo.

Ahora, sin embargo, estaba tumbado en la cama, con las mejillas hundidas y tan pálido que era casi blanco puro.

—Padre… —Herscherik llamó a su padre en voz baja y luego cerró los labios en una línea apretada.

La última vez que vio a su padre fue el día de la ceremonia de partida, cuando recibió el bastón de mariscal como representante del rey. Sólo había pasado un mes desde entonces, pero su padre parecía haber envejecido muchos años desde la última vez que se vieron.

Al parecer, percibiendo al paralizado Herscherik, Soleil abrió los ojos cerrados, revelando unos ojos del mismo color esmeralda que su hijo, y miró a Herscherik.

—¿Hersche…? 

Su voz sonaba débil, como si sólo estuviera medio despierto. Extendió la mano, la cual Herscherik agarró instintivamente con ambas manos. Soleil parpadeó un par de veces antes de darse cuenta de que no estaba soñando, y luego esbozó una débil sonrisa.

—Bienvenido de vuelta… Es un alivio ver que estás a salvo… —Su voz era débil, pero era tan amable como siempre, mostrando preocupación por su hijo a pesar de la cantidad de dolor que debía tener. 

Herscherik sintió que el pecho se le apretaba, y le costaba respirar mientras hacía una mueca de tristeza.

—No deberías estar aquí, Hersche… —Soleil continuó—. ¿No te lo dijo el médico?

Herscherik negó con la cabeza mientras se aferraba a la mano de su padre.

—Tengo que estar aquí.

—Hersche… —Soleil esbozó una sonrisa de dolor cuando Herscherik, quien solía ser muy obediente para un niño de su edad, desechó sus preocupaciones.

Soleil se incorporó lentamente, mientras Rook intervenía inmediatamente para ayudarle, colocando almohadas detrás de él para que estuviera más cómodo y poniéndole un abrigo sobre los hombros para evitar que se congelara. Soleil se volvió hacia su mayordomo y amigo de la infancia y le agradeció en silencio con la mirada, tras lo cual le dio unas palmaditas en la cabeza a su hijo menor con la mano libre.

—Estoy tan, tan feliz de ver que estás a salvo…

A pesar del dolor que sentía, emocionalmente era todo lo contrario a lo que había experimentado cuando se enteró de que Herscherik había desaparecido. Soleil dijo entonces lo que había jurado decirle la próxima vez que se vieran.

—Escúchame, Hersche. Tienes que huir del castillo.

—¿Qué? —Sorprendido, Herscherik miró a Soleil. Su expresión era una mezcla de sorpresa y desconcierto.

—Puedes sobrevivir sin ser un príncipe.

—Padre, ¿qué estás…? —Herscherik negó con la cabeza, incapaz de comprender lo que decía su padre. Pero Soleil siguió tratando de persuadir a su hijo.

—Ya he hablado con los padres de tu madre en caso de emergencia. Están resentidos, pero han prometido cuidar de ti, el hijo de su hija.

Soleil les había robado a su querida y única hija. En realidad, se había casado con Soleil por voluntad propia, pero en lo que respecta a sus padres no era diferente a que les robaran a su hija. Incluso después de que naciera Herscherik, se habían negado a responder a cualquier invitación para ir a verlo, y ésta era la primera vez que Soleil recibía una respuesta a cualquiera de sus comunicaciones con ellos.

—También he hablado con el marqués Aldis, así que deberías estar bien.

El jefe de la familia Aldis, Roland, era aficionado a Herscherik. Además, su hijo Octavian era nada menos que el propio caballero al servicio de Herscherik. Por ello, la familia Aldis había jurado protegerlo, incluso si renunciaba a su título de príncipe.

Y dudo que Barbosse quisiera hacerse enemigo de la familia Aldis… Por sus propios intereses, Barbosse había atrapado y arruinado a todos los nobles que se interponían en su camino. Sin embargo, no podía poner sus manos sobre alguien como Roland Aldis, un antiguo general cuya reputación estaba ligada a las fronteras nacionales. Aunque ya no estaba activo, su nombre seguía teniendo una enorme influencia. No había nada que ganar y todo que perder para Barbosse si intentaba dañar a la familia Aldis, pensó Soleil.

El padre y los hermanos de Soleil no habían durado ni un mes después de caer enfermos. Su joven hija había muerto a los pocos días. La próxima vez que el rey cerrara los ojos, podría no volver a abrirlos nunca más.

Soleil movió su mano de la cabeza de Herscherik a su mejilla.

—Hersche, te quiero. No necesitas sacrificarte por este país.

Soleil sabía que su hijo había descuidado su propia salud mientras se dedicaba a su familia y a su país, pero lo único que había podido hacer era observar desde lejos, incapaz de protegerlo.

—¡Padre! —Herscherik gritó. Puso la mano sobre la de su padre y sacudió la cabeza para objetar.

—Su Alteza, ya es hora… —Rook habló al notar que Soleil había comenzado a tener un aspecto aún peor que antes. Pero Herscherik sólo movió la cabeza de un lado a otro como un péndulo, con los ojos llorosos. 

Los hombres al servicio de Herscherik no podían entrar en la habitación privada del rey, así que habían esperado fuera de la sala; el propio Rook no tenía fuerzas para obligar al príncipe a salir de la habitación en su estado actual.

Mientras Rook reflexionaba sobre qué hacer, sintió que alguien se acercaba. La persona se dio cuenta de que Rook lo miraba y asintió una vez antes de acercarse por detrás de Herscherik y levantarlo antes de que pudiera darse cuenta. Sorprendido, Herscherik desvió la mirada de su padre a la persona que lo sujetaba y se encontró con un rostro conocido.

—Hersche, nos vamos.

—Mark… —Al escuchar la voz severa de su hermano, Herscherik finalmente se resignó y aceptó—. De acuerdo.

Herscherik salió de la habitación, todavía llevado por su hermano, y luego salió de los aposentos privados de su padre. Una vez fuera, su hermano volvió a dejarle en el suelo, y Herscherik permaneció en silencio mientras sus hombres a su servicio le lanzaban miradas de preocupación.

Mark sugirió que volviera a su habitación por ahora. A mitad de camino, Oran se marchó para ocuparse de los soldados que habían regresado con ellos; Shiro también se marchó, diciendo que tenía algo de lo que ocuparse. Kuro fue entonces a la cocina a preparar un poco de té, así que cuando Herscherik llegó a su habitación en el tercer piso, se encontró solo con su hermano. Herscherik dejó escapar un profundo suspiro mientras se hundía en el sofá del salón; Mark entró en la habitación y se apoyó en la pared justo al lado de la puerta.

—Hersche, es bueno ver que has vuelto a salvo. Si no fuera por la situación actual, ahora mismo estaríamos celebrándolo —dijo su hermano, intentando sonar lo más alegre posible, pero esto sólo sirvió para inspirar sospechas en Herscherik. Era el que mejor conocía a Mark de todos sus hermanos, y su hermano tenía la costumbre de sonreír mientras fruncía el ceño cuando intentaba ocultar algo.

—Mark, ¿exactamente qué estás tratando de ocultar? ¿Dónde está Will? —Herscherik se dio cuenta de que no había visto a ninguno de sus hermanos, aparte de Mark. William debería estar en los terrenos del castillo, y a Herscherik le costaba creer que los trillizos y Eutel asistieran a la academia mientras su padre estaba postrado en la cama.

Mark apartó la mirada al principio, pero pronto dejó escapar un pequeño suspiro de resignación.

—Will, Arya, Reinette, Cecily y Eutel… también han caído enfermos. Eutel, en particular, tardó en mostrar algún síntoma, pero ahora está en un estado bastante malo. Mi madre y las otras reinas están igualmente enfermas, aunque sus síntomas son lentos comparados con los de las otras.

—No…

Como Herscherik se quedó sin palabras, Mark continuó.

—No hemos informado a Meno, que está recibiendo tratamiento fuera de la capital, ni a Tessily, que está estudiando en el extranjero. Tenemos que preservar la línea de sangre en el peor de los casos, ya ves. También pensábamos mantenerte en la oscuridad, pero entonces alguien fue a informarte… por orden del ministro.

Herscherik permaneció callado mientras el ceño de su hermano se fruncía. Había sido atraído hasta aquí como parte del siguiente plan del ministro.

—Hersche, tienes que dejar el castillo como dijo papá, antes de que te enfermes también. No, antes de que haga su siguiente… —Mark se interrumpió cuando su cuerpo comenzó a balancearse hacia adelante y hacia atrás. Todavía apoyado en la pared, se deslizó lentamente hacia el suelo.

—¡¿Mark?! —Herscherik se puso en pie de un salto, pero justo cuando iba a correr hacia su hermano, Mark levantó una mano para indicarle que se detuviera.

—Estoy… bien…

Sin embargo, Herscherik ignoró a su hermano, corrió hacia él y le tomó la mano. Estaba espantosamente fría. A continuación, colocó su mano libre en la frente de su hermano, sólo para descubrir que, en cambio, estaba ardiendo.

¡Fiebre!

Herscherik salió inmediatamente de su habitación para intentar encontrar a alguien que le ayudara. Al final del pasillo, se encontró con Oran, quien acababa de llegar.

—¡Oran! ¡Deprisa!

Presintiendo que algo iba mal, Oran empezó a correr, mientras Kuro -que debía de haber oído la voz de Herscherik- se asomaba por la esquina del pasillo.

—¡Kuro! ¡Trae al doctor!

Kuro asintió y empezó a correr en dirección contraria a Oran, bajando las escaleras. Herscherik volvió rápidamente a su habitación, donde su hermano seguía sentado en el suelo apoyado en la pared, y volvió a coger la mano de su hermano.

—Hersche… —Mark le dijo a su hermano menor, sintiendo que su mano envolvía la suya—. Tienes que sobrevivir, al menos…

Herscherik no respondió, sólo se limitó a agarrar con más fuerza la fría mano de su hermano. Oran apoyó a Mark en su hombro mientras se dirigían a la habitación de éste y lo dejó al cuidado de su mayordomo de servicio -que más tarde descubriría que era un pariente de Rook-, tras lo cual Herscherik salió corriendo de la habitación en cuanto apareció el médico. Quería quedarse con su hermano, pero no sólo no sería de ayuda en el examen, sino que probablemente sólo estorbaría. En su lugar, volvió a su propia habitación. Una hora más tarde, Kuro fue a ver a Mark y le comunicó su estado a Herscherik.

—Kuro, ¿cómo estaba Mark?

—Acaba de tomar una medicina y se ha calmado un poco, pero… —La expresión facial de Kuro era más reveladora que sus palabras. Oran agarró la empuñadura de su espada y su expresión se tensó.

—Ya veo —dijo Herscherik desde el sofá, su posición por defecto en su habitación, mientras cerraba los ojos.

Recordó lo que le habían dicho su padre y su hermano.

—Me niego a huir —murmuró como si tratara de convencerse a sí mismo.

♦ ♦ ♦

Tres días después de que Mark cayera enfermo, un silencio espeluznante se había apoderado del castillo, y con razón; el rey, el príncipe heredero, todos los miembros de la familia real estaban postrados en la cama excepto Herscherik, y era difícil que alguien se sintiera optimista. Sobre todo, las personas que estuvieron presentes durante el reinado del anterior rey recordaban la anterior tragedia de la familia real y temblaban de miedo.

Después de que Mark cayera enfermo, a Herscherik se le prohibió ver a ninguno de los miembros de su familia. No sólo era el único miembro sano de la familia que quedaba en la capital, sino que además era muy popular entre las masas tras haber regresado victorioso de su expedición. Si un príncipe como él sucumbiera también a la enfermedad, no se sabía qué sería del país. Los funcionarios sólo se inclinaban ante el príncipe, mucho más joven, y Herscherik no podía hacer lo que deseaba.

Como los funcionarios se encargaban de los asuntos del gobierno mientras el rey estaba fuera de servicio, Herscherik no tenía mucho que hacer, ni tampoco tenía fuerza de voluntad para hacer nada, ya que el tiempo simplemente pasaba. Se sentaba en el sofá junto a la ventana, mirando el hermoso cielo, dejando escapar a veces un profundo suspiro. Sus hombres a su servicio lo observaban con miradas preocupadas, pero al no saber qué decir, la habitación permaneció en silencio.

Rompiendo el silencio, Kuro anunció de repente que un oficial a cargo de la policía deseaba verle.

—Disculpe, Su Alteza —El funcionario saludó humildemente a Herscherik antes de continuar titubeando—. Verá… La gente del pueblo se ha reunido y pide verlo.

—¿Qué? —Herscherik se quedó boquiabierto ante el inesperado acontecimiento. Mientras Herscherik se esforzaba por procesar este giro de los acontecimientos, el hombre continuó.

—Antes, la gente del pueblo se presentó en el castillo, aparentemente preocupada por usted, justo el día después de que partiera a la batalla.

Continuó explicando cómo decenas de personas se habían agolpado a las puertas del castillo tras la desaparición de Herscherik, y cómo el general Aldis, que por pura suerte había estado presente, los había calmado.

—Pero ahora, se ha corrido la voz de que la familia real ha enfermado, y desde el día en que volvió hay gente que se presenta todos los días, preguntando por su seguridad.

Al haber estado encerrado en su habitación desde su regreso, Herscherik no se había enterado de la situación en el exterior, y estaba desconcertado. Al mismo tiempo, le resultaba difícil de creer el informe del hombre.

—¿Es eso… cierto?

—Sí. Ya se han convertido en un obstáculo para nuestro trabajo. Su Alteza, lo siento mucho, pero ¿no se reunirá con la gente del pueblo y los calmará?

Herscherik asintió incrédulo en respuesta al atribulado hombre.

Menos de una hora después, cuando Herscherik llegó a la puerta principal que daba acceso a la ciudad del castillo, vio que el hombre había dicho la verdad.

Desde la puerta principal hasta las puertas del castillo había un camino empedrado donde se podía subir y bajar de los carruajes, flanqueado por arbustos y parterres perfectamente cuidados, así como por estatuas de piedra. Era una puerta magnífica, digna del gran reino de Greysis. Por lo general, era un lugar por el que pasaban nobles, altos funcionarios y diplomáticos de otros países, pero ahora rebosaba de ciudadanos corrientes de la ciudad del castillo. Viejos y jóvenes, hombres y mujeres, todo tipo de personas llenaban la plaza. Herscherik no podía creer lo que veían sus ojos al contemplar el espectáculo.

Oran puso una mano en el hombro del congelado Herscherik y lo empujó hacia delante. Al hacerlo, un hombre situado en la parte delantera se fijó en Herscherik y levantó la voz.

—¡Todos! ¡El Príncipe Herscherik está aquí!

En un momento, la gente acudió a Herscherik.

—No estás herido, ¿verdad? ¿Estás bien? —le preguntó la señora de la tienda de comestibles. Cuando había recorrido la ciudad como Ryoko, ella siempre le explicaba cuidadosamente cómo utilizar las distintas herramientas de su tienda.

—¡Me alegra ver que estás bien! ¿Cómo le va al rey? Eh, quiero decir… ¿Su Majestad está bien, Alteza? —preguntó el alegre verdulero mientras se corregía torpemente para ser más cortés. Siempre le mostraba a Herscherik todo tipo de verduras desconocidas y extrañas, e incluso le dejaba probarlas a veces.

—Además, no pasó nada malo mientras estabas fuera, ¿verdad? Estábamos muy preocupados cuando supimos que habías desaparecido. —Esta encantadora voz pertenecía a la madame del barrio rojo. Herscherik la había conocido por primera vez cuando él y Oran la habían salvado de los intentos de seducción de un noble demasiado persistente, y como trabajadora nocturna, normalmente estaría durmiendo unos preciosos momentos a esta hora del día.

—¡Ryoko! ¡Ryoko!

—¿Estás bien? ¿Te sientes bien? ¿Estás bien?

Herscherik miró hacia abajo al sentir que alguien le tiraba de la ropa, para encontrar a los niños con los que solía jugar mirándole. Sus padres les advirtieron: —¡Es el príncipe Herscherik, no Ryoko! —pero los niños sólo miraron desconcertados.

—Todos… —Herscherik sintió que algo brotaba de su interior, pero lo reprimió—. ¿Pero por qué? Yo… Les he estado mintiendo todo el tiempo.

Había temido que lo abandonaran si sabían que era de la realeza. Aunque sabía que algún día tendría que confesarse, también quería pasar todo el tiempo posible con ellos. Por ello, había mantenido oculta su verdadera identidad hasta que finalmente fue imposible.

La gente intercambió miradas al ver al perplejo Herscherik.

—Bueno, eso es… ¿sabes?

—Sí, ¿sabes?

La gente del pueblo se devanaba los sesos, sin encontrar las palabras adecuadas. De repente, apareció una mujer con una gran barriga que se abrió paso entre la multitud.

—Bueno, Ryoko-Príncipe Herscherik-eso es porque todos te queremos.

—¿Luisa? ¿Y tu marido también? ¿Estás segura de que deberías andar así?

Luisa sonrió como siempre en respuesta a Herscherik, cuya primera reacción había sido preocuparse por ella y su bebé.

—Lo siento mucho, Príncipe Herscherik, por todas las cosas que hemos dicho, aunque no lo supiéramos.

La animada ciudad del castillo también había rebosado de descontento hacia la familia real y la nobleza, pero a pesar de ello, Herscherik siempre había lucido una sonrisa tan brillante como el sol. Cuando Luisa pensó en cómo debía sentirse al escuchar todas esas voces de descontento, le dolió el corazón.

—Pero, eso es…

Teniendo en cuenta lo mal que les había tratado el gobierno, Herscherik comprendía perfectamente por qué sentían la necesidad de expresar su descontento. Sabía que pasaban sus días soportando una terrible opresión. Y mientras ellos sufrían, la realeza y la nobleza miraban al pueblo desde arriba, dedicando su tiempo a disfrutar de sus fastuosos estilos de vida.

—Además, dejé morir a mucha gente…

Herscherik no tenía medios para detener la guerra. La única opción que le quedaba era burlar a Barbosse y al imperio preparándose para lo peor e intentando minimizar las bajas lo mejor posible. Aun así, había sido imposible evitar todas las muertes; aunque estadísticamente había sido capaz de reducirlas en comparación con las batallas anteriores, eso sólo era verlo desde lejos. Tras la emboscada, Roy lamentó la pérdida de sus compañeros. Aunque ese era el deber de un soldado, una abrumadora sensación de impotencia asaltó a Herscherik al pensar en las personas que habían perdido la vida y en sus familias. No quería sacrificar a nadie, y tampoco tenía intención de hacerlo. Pero, en realidad, la gente seguía muriendo. Atrapado entre sus ideales y la realidad, la impotencia de Herscherik le atormentaba.

—Pero hiciste todo lo que pudiste, Príncipe Herscherik.

Luisa se arrodilló frente a Herscherik, su mirada se mantenía en el suelo, a pesar de lo difícil que debía ser para ella con su gran barriga; luego puso sus manos en las mejillas de Herscherik y le giró la cara hacia arriba.

—Tú eres la razón por la que este país se ha vuelto más soportable últimamente, ¿no?

Luisa sonrió y retiró las manos de la cara de Herscherik, mientras la gente a su alrededor asentía.

—¡Eso es! Siempre has estado ayudando a todos, tanto a los nobles como a los plebeyos.

Sabían que el joven noble llamado Ryoko había estado recorriendo la ciudad, con un hombre de pelo negro y un caballero de pelo naranja a cuestas. Parecía casi el Príncipe de la Luz del que cantaban los bardos; de hecho, algunos incluso sospechaban que era el mismo.

—Es muy triste pensar en la gente que murió. Algunos podrían estar resentidos por eso, pero… también hay mucha gente que sólo está viva gracias a ti.

Herscherik sintió una gran mano sobre su cabeza. Al levantar la vista, vio una figura imponente como la de un oso: era el marido de Luisa, el dueño de la frutería.

—Todo el mundo tiene que morir algún día. Pero no hay razón para que cargues con todas las muertes. Sólo haz lo mejor que puedas para no olvidarlos, y no dejar que hayan muerto en vano.

—Dueño… —Herscherik se sorprendió al oír hablar al habitualmente callado dueño de la tienda, pero al mismo tiempo sintió que la sensación de impotencia que le había estado royendo se suavizaba ligeramente.

—Tengo que decir que todo encajó cuando supe que Ryoko era un príncipe.

—¡Sí, no se parece en nada a esos nobles altaneros!

—Empecé a sentir que tal vez este país no es tan malo después de todo.

—¡Y como si tuviéramos que hacer algo para ayudar también!

Mientras escuchaba a los habitantes del pueblo hablar uno tras otro, una genuina sonrisa apareció en su rostro. Había vuelto al lugar que creía haber dejado atrás para siempre. No sólo eso, sino que incluso le habían consolado.

Herscherik sintió de nuevo que alguien le tiraba de la ropa. Miró hacia abajo y encontró a los niños de antes con cara de preocupación.

—Si eres un príncipe, ¿significa eso que no podremos verte más?

—¡No! ¡Quiero jugar con Ryoko!

Los niños se aferraron a Herscherik, con los ojos llorosos. Él les devolvió el abrazo.

—Gracias… Muchas gracias… —Herscherik dijo desde el fondo de su corazón.

Siempre había querido proteger a esos niños, pero en realidad, tal vez eran ellos los que le habían protegido a él y a su corazón. Su deseo de protegerlos creció aún más.

Quiero protegerlos. Quiero estar aquí… Quiero ser un verdadero príncipe. Este lugar, donde había renacido, era ahora su verdadero hogar. Herscherik sonrió al verse rodeado por la gente del pueblo. Era la misma sonrisa que el niño noble que una vez habían conocido como Ryoko solía dar.

Observando a Herscherik desde la distancia, Vivi respiró aliviada. Cuando había visitado el orfanato el día antes de que partiera la expedición, había habido algo extraño en él. Tenía el aspecto de alguien que lo entendía todo y se preparaba para algo. Pero Vivi había estado demasiado preocupada por sí misma en ese momento y había perdido la oportunidad de interrogarlo.

Tras presionar a Roland para que le diera una explicación, le confesó que Herscherik le había jurado guardar el secreto para no preocupar innecesariamente a Vivi y a los demás huérfanos. Vivi había tenido ganas de llorar por su propia incapacidad y, cuando se enteró de que Herscherik había desaparecido, se sintió atenazada por un profundo sentimiento de arrepentimiento. ¿Por qué siempre era ella la protegida?, se había preguntado. Por una vez, ella también quería protegerlo.

Esta vez, lo había visto volver vivo. ¿Pero qué pasará la próxima vez?

La próxima vez que le ocurra algo, ¿estará ella a su lado? ¿Sería capaz de salvarlo? ¿Será capaz de protegerlo? ¿Qué debe hacer para estar a su lado?

—Vivi, ¿estás segura de que no quieres saludarlo? —preguntó con curiosidad Colette, de pie junto a Vivi—. Estabas muy inquieta por ello hasta ayer.

—Sí. Estoy feliz de haber podido confirmar que está bien.

No necesitaba que él se fijara en ella. Mientras él estuviera vivo, Vivi sería feliz.

Hoy no, quizás… Pero un día, ¡lo juro! Cumpliría la promesa que hizo el día que renunció a su padre, a su casa y a su nombre. Había renovado su determinación.

—Rick, gracias por traerme aquí —le dijo Vivi a Rick, quien también estaba junto a ellos. Había arrastrado a Vivi hasta aquí de la mano después de que ella se hubiera pasado toda la mañana inquieta.

El propio Rick sólo lanzó una rápida mirada a Herscherik antes de fruncir el ceño y mirar deliberadamente hacia otro lado.

—Volvamos entonces.

Vivi echó a andar y Rick la siguió. Colette miró de un lado a otro entre los dos niños y Herscherik, antes de correr ella misma tras ellos. Herscherik no se dio cuenta de que Vivi se iba.

Después de que los niños que se aferraban a él lo soltaron, Herscherik se volvió para dirigirse a la gente del pueblo, pero Luisa levantó de repente una mano, con la otra en el vientre.

—Siento mucho estropear el momento, pero…

—¿Luisa?

—Una vez que me calmé después de verte a salvo… sentí una contracción. Creo que… que me estoy poniendo de parto.

El ambiente se congeló inmediatamente.

♦ ♦ ♦

Una vez que las cosas se pusieron en marcha tras la proclamación de Luisa el día anterior, poco después había dado a luz a una niña sana. Herscherik, quien había acabado presenciando el nacimiento por casualidad, se había alegrado tanto como los propios padres al ver al bebé.

Shisai
Quiero saber que nombre le pusieron, ¿será Ryoko?

Hoy, sin embargo, Herscherik fruncía el ceño mientras miraba a Kuro. Su mayordomo acababa de anunciar una visita: era el propio ministro.

—Bien. Hazle pasar —le dijo Herscherik a Kuro mientras apretaba el reloj de bolsillo de plata en su mano.

Pronto, Kuro condujo al ministro al interior, y Herscherik sintió que el aire de la habitación se había vuelto tenso. Ahora estaba solo en la sala con Barbosse. Kuro y Oran habían pedido participar en la reunión, pero Herscherik había declinado y ahora se enfrentaba a él a solas.

—Alteza, mi más sincero pésame —dijo el ministro con expresión afligida mientras inclinaba la cabeza. Sin embargo, cualquiera que entendiera las circunstancias sabría que eso no era más que una fachada.

A Herscherik le pareció risible la conducta de Barbosse, pero se abstuvo de chasquear la lengua. En su lugar, buscó el reloj en su bolsillo.

—Puedes saltarte las pretensiones —dijo Herscherik con voz fría, dirigiendo al ministro una mirada penetrante—. No estás aquí para eso. No necesito tu cháchara. Sólo dime para qué has venido.

El ministro levantó la cabeza y entrecerró los ojos de color avellana mientras miraba a Herscherik.

—Hmph, mocoso detestable.

—Me alegro de que el sentimiento sea mutuo —replicó Herscherik. 

Barbosse respondió con una burla desagradable.

—Príncipe, si haces exactamente lo que te digo, perdonaré a tu familia.

—¿Los vas a ‘perdonar’? ¿Te das cuenta de que básicamente estás admitiendo ser el que les hace daño en primer lugar?

—Nos estábamos saltando las pretensiones, ¿no es así? —Barbosse sonrió con astucia mientras Herscherik le miraba con furia.

Debe estar convencido de que tiene la ventaja y ha decidido revelarse. Con las vidas del padre y los hermanos de Herscherik en sus manos, Barbosse estaba seguro de que tenía una ventaja abrumadora. Así que, sin intentar ocultar nada, amenazó abiertamente al príncipe.

Herscherik apretó aún más el reloj de bolsillo que sostenía.

—¿Qué será? —preguntó el ministro, sonriendo con satisfacción al ver la expresión de angustia del príncipe.

—Sólo dime dos cosas —dijo Herscherik con voz tensa—. ¿Incriminaste a Klaus?

—¿Klaus?

—El Conde Luzeria, la persona a la que inculpaste durante mi tercer cumpleaños.

—Oh, ese tipo —recordó Barbosse y asintió—. Si hubiera aprendido la lección después de perder a su mujer y a su hijo… Era un hombre verdaderamente insensato. Se negaba a callar, hablando del bien del país. Sin embargo, me las arreglé para darle un buen uso. Como tuvo la amabilidad de reunir a su propia gente para mí, me facilitó la limpieza. Gracias a él, no tuve que hacer grandes esfuerzos para encontrar a toda la gente que me estorbaba.

Barbosse sonrió con desprecio.

Al oír la respuesta del ministro, Herscherik puso aún más fuerza en la mano que sostenía el reloj de bolsillo. No obstante, no dejó que se le notara en el rostro al formular su segunda pregunta.

—¿Por qué? … ¿Por qué mataste a Jeanne, tu propia hija?

—¿Yo maté a Jeanne? Me han dicho que murió protegiéndolo a usted, Su Alteza.

Herscherik lanzó una mirada penetrante al ministro, pero éste se limitó a inclinar la cabeza con desconcierto antes de hablar con la misma despreocupación que si estuviera hablando del tiempo.

—Simplemente me deshice de un peón que ya no necesitaba.

—¡¿Y tú te llamas a ti mismo su padre?!

—Ella fue la única que afirmó eso. Si realmente fuera mi hija, nunca habría actuado de forma tan tonta.

Para empezar, nunca había pensado en ella como su hija. Simplemente la había utilizado y luego la había dejado de lado. Al oír esto, Herscherik apretó los dientes, pero Barbosse se limitó a esbozar una sonrisa de satisfacción.

—¿Esas son todas tus preguntas? Entonces es tu turno de hacer lo que te digo. En primer lugar, sí… ¿Por qué no te conviertes en rey?

Quería instalar una vez más un títere que hiciera su voluntad. Herscherik tenía el apoyo del pueblo. Si se convertía en rey, el pueblo dejaría de manifestar su descontento, aunque sólo fuera por un tiempo. Barbosse planeó que Soleil renunciara, alegando su enfermedad, y que los demás príncipes se retiraran igualmente de la línea de sucesión. Si alguien se opusiera, sólo sería cuestión de echarlos.

—Pero antes de eso, ¿qué tal si devuelves lo que te dio esa chica?

—Esto es… —Herscherik se tocó reflexivamente el pendiente mientras daba un paso atrás. Barbosse le tendió la mano.

—Sé lo que se llevó. Esperaba poder borrarlo junto contigo… La condición era que hicieras mi voluntad, ¿verdad?

Con una mueca de frustración, Herscherik se quitó el pendiente y se lo entregó a Barbosse, quien no le había dado otra opción.

—Ah, sí, y luego está la cuestión de… ¿Roy Bildt, creo que se llamaba? ¿Dónde está?

—¿Qué quieres con él?

—¿No es obvio?

Roy fue un testigo clave para desenmascarar las fechorías del ministro. Teodor y los demás hombres que habían recibido órdenes en secreto del ministro estaban actualmente cautivos en la prisión dirigida por el departamento de Defensa Nacional. Roy, sin embargo, se escondía junto a su familia en la residencia Aldis. No había ningún lugar en la capital tan seguro como la casa de los Aldis.

Con su familia como rehén, Herscherik no tuvo más remedio que decirle al ministro la verdad. Cuando terminó de explicar dónde estaba Roy, el ministro asintió satisfecho y luego hizo una exagerada reverencia.

—Espero trabajar con usted, mi futuro rey.

Barbosse le dio la espalda a Herscherik y comenzó a caminar hacia la puerta. Al mirar detrás de él, vio a Herscherik con la cabeza gacha, temblando con los brazos envueltos en sí mismo. En ese momento, Barbosse sintió una aguda sensación de superioridad.

Al final, la manzana no cae lejos del árbol. Ese rey también había elegido su propia sangre antes que a su pueblo. Independientemente de lo espléndidos que fueran sus ideales, al final la naturaleza humana es mirar por uno mismo antes que por los demás. Este príncipe no es diferente de su padre. Este país no cambiará. Me pertenece.

Barbosse se burló internamente mientras extendía la mano hacia la puerta.

Shisai
¡Noooo! Qué malvado ministro, no puede seguir saliéndose con la suya.

Una respuesta en “Herscherik – Vol. 4 – Capítulo 8: El regreso, la enfermedad y la repetición de la tragedia”

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