Herscherik – Vol. 4 – Capítulo 9: El príncipe, el ministro y el fin de la tragedia

Traducido por Shisai

Editado por Sakuya


Barbosse extendió la mano hacia el pomo de la puerta, pero se encontró con que agarraba el aire en su lugar. Entonces abrió los ojos al ver quién había aparecido exactamente en la puerta.

—Este es el final del camino para ti, Barbosse —Mark sacudió la cabeza, con el pelo rojo revuelto, mientras lanzaba a Barbosse una mirada penetrante.

—¿Por qué… estás…? —Barbosse retrocedió unos pasos.

Una escena increíble se desarrollaba ante él. William entró en la habitación después de Mark, seguido por Oran y Kuro a su vez. Sin embargo, al ver a la última persona, los ojos de Barbosse se abrieron tanto que parecía que iban a salirse de sus órbitas.

—Barbosse…

La persona pronunció el nombre de Barbosse, y éste supo que no estaba soñando ni alucinando. Ante él, apoyado por su mayordomo, estaba el rey que el otro día había estado tumbado en su cama, a las puertas de la muerte. Todavía estaba delgado, pero parecía mucho más sano que antes.

Una vez que todos entraron, William se dirigió al dueño de la sala. 

—Hersche, puedes dejar la actuación.

Al oír esto, de la boca de Herscherik se escuchó un sonido como el del aire que se escapa de la boca de un globo. Su cabello claro y dorado se agitó violentamente mientras estallaba en carcajadas, luego comenzó a toser, para finalmente abrir y cerrar la boca repetidamente como un pez con problemas para respirar. Finalmente, respiró profundamente y se calmó.

—Vaya, eso estuvo cerca. Pensé que me asfixiaría por tener que contener toda esa risa.

—¿Por qué…?

Herscherik le dedicó una sonrisa angelical al estupefacto ministro.

—Por cierto, grabé toda la conversación desde que entraste en la habitación. La verdad es que fue curioso lo abierto que fuiste con todo. Gracias por ello —dijo Herscherik, mientras le enseñaba el reloj de bolsillo que llevaba en la mano—. Y he grabado no sólo la conversación de hoy, sino también la de los hombres que me atacaron durante la expedición, así como la confesión del general Seghin y el testimonio de Roy. Ah, y ya he hecho copias de todo lo que no sea la conversación que acabamos de tener. ¿Quieres pruebas?

Herscherik emitió en silencio una orden mental al reloj de bolsillo, mientras el artefacto, ya cargado de Magia Flotante, comenzó a brillar débilmente antes de reproducir la conversación.

La ventaja de los objetos mágicos es que no es necesario recitar conjuros. Los dispositivos mágicos sólo servían para aumentar otros hechizos y, por lo tanto, seguían requiriendo todos los procedimientos habituales de lanzamiento, pero con los objetos mágicos sólo era necesario imbuirlos de poder. Por ello, Herscherik sólo tenía que ordenar al reloj de bolsillo en su mente mientras lo sostenía para activar el hechizo de grabación sin que se notara.

—¿Cómo… es posible…?

Herscherik sonrió al notar que la mirada de Barbosse se desplazaba entre él y su padre y hermanos.

—Oh, ¿te preguntas por qué están levantados? Eso es simple. Conseguimos el antídoto para el veneno que les has estado dando.

—¡¿El antídoto?! ¡Pero yo soy…! —empezó a decir Barbosse, pero antes de que pudiera completar su frase con “el único que lo tiene”, fue interrumpido por el sonriente príncipe que tenía delante, quien sabía exactamente lo que iba a decir.

—Oh, déjame ser más específico. No es un antídoto, sino un neutralizador que hemos hecho que contrarresta el efecto del veneno. Era obvio para nosotros que recurrirías al veneno como último recurso cuando te vieras acorralado, ya ves.

Este método ya le había funcionado a Barbosse en dos ocasiones. Después de haber fracasado tanto en conquistar a Herscherik como en asesinarle, era fácil predecir cuál sería su próximo curso de acción. No obstante, si le dieran el veneno, Herscherik también quedaría incapacitado como su padre.

—Al final, invariablemente usarías el veneno. Y después de eso, vendrías a hacer un trato conmigo.

Sin un antídoto para su veneno, Barbosse no tendría nada que ofrecer. Pero no había ninguna garantía de que dicho antídoto se tradujera en una recuperación completa.

Herscherik había estado peinando el castillo en busca de cualquier información que pudiera encontrar sobre el veneno desde que tenía sólo tres años; sin embargo, no había ninguna información de este tipo. Así que centró sus esfuerzos en encontrar un método alternativo para combatirlo, mientras recogía información durante sus visitas a la ciudad del castillo y sus viajes fuera de la capital para vencer el mal. A pesar de todo, no encontró nada sobre el veneno en sí.

—Pensé que no tenía otra opción que renunciar a descubrir ese veneno. Pero entonces, Jeanne vino al rescate.

Era el pendiente que le había regalado justo antes de morir. El pendiente resultó ser un mecanismo de almacenamiento que contenía información sobre cómo hacer el veneno característico de Barbosse.

—Gracias a ella, logramos replicarlo y, finalmente, pudimos inventar algo que lo neutralizara.

Sigel había sido el encargado de producir el neutralizador, y había aceptado la misión sin dudarlo.

—Soy el Hechicero al servicio de Mark. Por supuesto que ayudaré —había dicho, aunque no había podido evitar que sus sentimientos de expectación aparecieran en su rostro ante la idea de una nueva investigación.

En el proceso de creación del veneno, éste había sido imbuido con fórmulas mágicas. Sin embargo, esas fórmulas no sólo eran difíciles de descifrar, sino que estaban encriptadas, y Shiro se había visto obligado a ayudar, aunque, como “maniático de la magia” que era, había participado alegremente. Además, el veneno utilizaba algunas hierbas bastante raras, pero con la ayuda de Kuro, el cual por alguna razón resultó ser bastante culto en el tema, eso no supuso ningún obstáculo.

A Herscherik le había preocupado que alguien se enterara de la investigación que estaban realizando, pero como Sigel ya tenía la costumbre de encerrarse en su habitación y dedicarse a sus investigaciones, nadie sospechó nada. Incluso después de que Weiss se uniera al proyecto, la reacción tanto de la gente normal como de los Hechiceros del Departamento de Investigación había sido: —Tengo curiosidad, pero parece que sería peligroso curiosear. —Como resultado, todos los demás los habían evitado, permitiéndoles asegurar el tiempo para su investigación. Aun así, no se puede producir exactamente un veneno o un neutralizador de la noche a la mañana.

—Necesitábamos tiempo para producir el neutralizador. Por eso seguí tu plan y me fui a la frontera en primer lugar.

El objetivo de Herscherik había sido doble: ganar tiempo y llamar la atención de Barbosse. Sin embargo, no podían tomarse demasiado tiempo, o despertarían sospechas y se descubriría su investigación. Por eso necesitaba terminar la batalla lo antes posible. De ese modo, Herscherik podría acorralar psicológicamente a Barbosse y obligar al ministro a centrarse únicamente en él.

Y tal como se predijo, Barbosse recurrió a su último recurso. No obstante, seguía siendo una apuesta si serían capaces de hacer el neutralizador a tiempo. Cuando Herscherik llegó de vuelta a la capital, el neutralizador aún no estaba terminado, por lo que Shiro había ido directamente a la habitación de Sigel para ayudarle. Cuando Herscherik llegó a su casa después de haber estado presente en el parto de Luisa, le habían informado de que un prototipo del neutralizador estaba listo.

—No tenemos tiempo para experimentar. No sabemos si esto funcionará o no.

Sin duda era una apuesta. Aun así, Herscherik había asentido y llevado el neutralizador a su sufrida familia y, tras contárselo todo, se lo había entregado.

Al final, la apuesta de Herscherik ha dado sus frutos.

Por cierto, tras haber trabajado durante tres días seguidos sin dormir, Shiro y Sigel se habían derrumbado inmediatamente después de enterarse de la eficacia del neutralizador, y ahora dormían como muertos. El hecho de que Kuro, quien también había trabajado día y noche, siguiera bien, decía mucho de su experiencia como antiguo espía.

—Sin embargo, hay algo que siempre me pareció extraño. ¿Por qué no usaste el veneno conmigo?

Herscherik no había podido entender por qué Barbosse había llegado a extremos tan elaborados en sus intentos de matarlo. Habría sido mucho más sencillo hacer creer que había muerto por enfermedad, al igual que su hermana mayor, así que ¿por qué no lo hizo el ministro?

Pero entonces, Herscherik se había dado cuenta de algo. Tal vez él no podía ser asesinado de la misma manera. La razón estaba en lo que le separaba del resto de su familia.

—Lo que me separa del resto de mi familia… es mi Magia Interior.

El veneno funcionaba alterando la naturaleza de la Magia interior. El resultado era que la magia de la víctima se agotaba artificialmente en cantidades anormales; una vez que su magia se agotaba, se agotaba su resistencia y, finalmente, su propia fuerza vital. A un espectador le parecería que la salud de la víctima simplemente se deterioraba sin causa aparente. Pero al no tener magia propia, el veneno no funcionaría en Herscherik. Por el contrario, cuanta más magia se posea, peores serán los efectos del veneno. Los miembros de la familia real poseían más magia que el común de las personas, y Eutel, quien había poseído tanta magia que había desbordado su propio recipiente, había sentido los efectos aún más fuertes que el resto, y había estado en estado crítico.

—Este veneno altera tu magia y hace que se vuelva salvaje. Es lo que llevó a la familia real a la muerte. Como no tengo Magia Interior para empezar, no funciona en mí. Así que como no podías matarme y hacer que pareciera una enfermedad, no tuviste más remedio que recurrir a medios más contundentes.

No podía disfrazarlo de enfermedad, y cualquier intento directo de asesinar a Herscherik habría sido impedido por Kuro, un antiguo espía, y Oran, quien había ganado sin esfuerzo los Juegos de Combate y se había enfrentado a un centenar de fanáticos religiosos sin sufrir ni un rasguño. Después de que el genio mágico Shiro se uniera a él, Herscherik se había quedado prácticamente sin puntos ciegos.

Después de haber fracasado en su intento de ganarse al príncipe utilizando a su hija, a Barbosse le quedaban pocas opciones. Así, se había visto obligado a aprovechar el conflicto con el imperio. Enviándolo a ese conflicto, Barbosse podría desgastar las defensas de Herscherik antes de acabar con él. Otra posibilidad era dejar que el imperio lo tomara como rehén y que no volviera a pisar el suelo de Greysis. Las probabilidades estaban a favor de Barbosse, pero no estaban garantizadas.

—Eres de los que sólo actúan cuando saben que pueden ganar. Y, sin embargo, cuando quisiste tratar conmigo, recurriste al juego.

Sólo había una explicación.

—Tenías que deshacerte de mí, porque poseía suficientes pruebas para enviarte a tu perdición —dijo Herscherik, con una mirada hacia Kuro.

En respuesta, Kuro se dirigió rápidamente al estudio, y luego regresó llevando documentos. Herscherik cogió los documentos de Kuro y los levantó, como si fuera a empujarlos a la cara de Barbosse.

—Estos son los documentos sobre la droga incautada en la Iglesia, así como los del veneno que obtuve de Jeanne. Me informaron que algunos elementos de su composición tienen un sorprendente parecido.

Una vez que lo oyó, Herscherik comprendió por fin la relación entre los incidentes y la droga para aumentar la fuerza que habían incautado a la Iglesia en primavera. Los documentos que habían confiscado decían que la droga alteraba la magia del usuario para mejorar tanto su magia como su recipiente, y que esa magia mejorada servía a su vez para reforzar la fuerza física del usuario. A menos que siguiera tomando la droga, el usuario sería incapaz de mantener su cuerpo y su recipiente mejorados. La fuerza física y el sistema inmunológico del usuario se deteriorarían, debilitándolos hasta que finalmente se produjera su muerte.

Este veneno funcionaba alterando la magia del usuario, al igual que la droga. La investigación de Sigel y Shiro había demostrado además que los ingredientes y las fórmulas mágicas necesarias para ambos eran demasiado similares para que fuera una simple coincidencia.

—La conclusión obvia es que la droga y el veneno fueron producidos en el mismo lugar y con el mismo método.

Herscherik conjeturó que el Departamento de Investigación había tropezado accidentalmente con este veneno mientras investigaba la droga. La investigación sobre la droga se detuvo, pero una vez que se enteró del veneno, Barbosse lo adquirió en secreto y lo utilizó para asesinar al anterior rey y a sus hijos, haciendo creer que habían muerto por enfermedad. 

Todos los datos sobre la sustancia se habían trasladado a una bóveda protegida por una barrera en el Departamento de Investigación, y su propia existencia había sido olvidada. Todos los que habían participado en la investigación murieron posteriormente en accidentes o de enfermedades, uno tras otro. Debieron ser silenciados intencionadamente. Así, la verdad había quedado enterrada, con la excepción de los documentos de la cámara acorazada.

—Barbosse, usted temía que los documentos de la bóveda salieran a la luz algún día.

Los datos de la investigación son un activo vital para cualquier país, ya que un día se les puede dar un buen uso, sea cual sea. Por ello, los datos nunca se desechan. Alguien podría algún día interesarse por la investigación cancelada y retomarla. Si eso ocurriera, se enterarían de la existencia de la droga y el veneno, y existía la posibilidad de que se descubriera la verdad de la muerte prematura de la familia real.

—Cuando supiste que la Iglesia quería esa droga, fue la oportunidad perfecta para ti. Eliminaste cualquier información sobre el veneno de los datos y entregaste el resto a la Iglesia.

Aunque fuera evidente que algunos de los datos habían sido robados, con todos los implicados fuera de escena sería casi imposible rastrearlos. En el peor de los casos, podría simplemente culpar a la Iglesia.

—Entonces tomó la decisión de no deshacerse de los datos del veneno, por si los necesitaba en el futuro.

Barbosse era un hombre precavido. Nunca se habría deshecho de su propio as bajo la manga.

Sigel mencionó que el veneno se deterioraba a medida que envejecía, haciendo que perdiera eficacia. Eso haría imposible almacenarlo durante largos periodos de tiempo. Al mismo tiempo, no podía dejar los documentos al cuidado de otra persona, ya que eso supondría darle amplio material para el chantaje. Barbosse llegó a la conclusión de que mantenerlo oculto en su propia casa sería la solución más segura.

—Y así, toda la información sobre la droga y el veneno desapareció del castillo… o eso creías.

Herscherik tiró los documentos relativos a la droga al suelo, a los pies de Barbosse; luego, sacó unos documentos que había guardado en el bolsillo interior de su abrigo y los levantó.

—Para asegurarse de que nadie pudiera relacionarlo con el hecho, hizo que otra persona se encargara de las negociaciones: el conde Grim. Pero él sólo sirvió como intermediario. Esto es la prueba de que tú eres el que finalmente vendió esas drogas a la Iglesia.

En la mano de Herscherik había una comunicación secreta fechada cinco años antes, dirigida a la Iglesia.

—No hay ningún nombre escrito en el. Pero si uno analiza la letra, estaría claro quién lo escribió. He revisado muchos documentos en estos tres años.

Este mundo no tenía nada remotamente parecido a un ordenador, así que todos los documentos se escribían a mano. Había objetos mágicos que podían copiar el texto, pero el documento original seguía necesitando ser escrito. Tras haber pasado años revisando documentos en el castillo, Herscherik había desarrollado la capacidad de distinguir a simple vista quién había escrito un documento. Su padre, por ejemplo, escribía con un estilo bello y fluido, y tenía la costumbre de marcar el final de sus frases con un punto; Mark siempre escribía el primer carácter de una frase ligeramente más grande; y así sucesivamente.

Esta comunicación secreta, por su parte, presentaba una escritura distintiva marcada por una fuerte presión del pincel y una inclinación hacia arriba. Herscherik había tenido problemas para leer esta escritura desde el principio.

—Esta es su letra, Ministro Barbosse.

—¡¿Dónde has encontrado eso?!

Herscherik levantó su reloj de bolsillo como si fuera la insignia de un funcionario en respuesta.

—Estaba guardado en el reloj de bolsillo de Klaus.

Herscherik se acordó de algo que le habían dicho antes: —Te daré una pequeña bonificación. Asegúrate de no perder ese reloj de bolsillo que tienes. Te ayudará en el camino como ninguna otra cosa. —Así se lo había dicho el Oráculo. Este reloj de bolsillo ciertamente me ha ayudado, pensó Herscherik.

Había almacenado fórmulas mágicas para que incluso Herscherik, quien no tenía magia pudiera utilizar hechizos, le había protegido, e incluso había grabado las confesiones de Barbosse y otros, dándole acceso a pruebas irrefutables. Sin embargo, lo más importante que le había proporcionado era esta comunicación secreta. Ayudaría a vengar al anterior rey y a sus hermanos, los cuales habrían sido los tíos de Herscherik si hubieran vivido.

—Por sí mismo, este documento no sirve como prueba de nada más allá de la apropiación indebida. Eso es un delito mucho menos grave que la colusión con una nación enemiga. Por eso Klaus decidió no utilizarlo él mismo. Sin embargo, se aseguró de dejarlo dentro de este reloj de bolsillo. —Herscherik miró fijamente a Barbosse—. Supiste que esta comunicación había llegado inesperadamente a manos de Klaus. Y por eso lo inculpaste y lo ejecutaste antes de que tuviera la oportunidad de ver la luz del día.

Para Barbosse, Grim no había sido más que un peón al que echar a un lado cuando le convenía. No obstante, Grim, quien no sabía nada de la comunicación secreta, había hecho gala de su propia capacidad para percibir el peligro y decidió no destruir la comunicación. Aun así, el hecho de que finalmente terminara en manos de Klaus era una prueba de que no era la herramienta más afilada de la caja.

—Por fin todo se ha unido.

La tragedia de la familia real, la muerte de Klaus, la droga, el veneno… Todo se había juntado.

Herscherik respiró profundamente y miró fijamente al congelado Barbosse mientras exhalaba.

—Déjalo ya, Barbosse.

Herscherik tiró la copia de la comunicación secreta al suelo con los demás documentos.

—Este… Este país no va a cambiar tan fácilmente —refunfuñó Barbosse en voz baja mientras pisaba los documentos del suelo. Un crujido resonó en toda la sala—. Este país está podrido hasta la médula. Incluso si yo no hubiera hecho nada, habría seguido pudriéndose por sí solo. Yo soy la única razón por la que ha sobrevivido hasta ahora.

Reflejando sus propias emociones, la voz de Barbosse se hizo cada vez más fuerte. Antes de que Barbosse se convirtiera en marqués, antes de que ascendiera en el castillo, el país ya había empezado a pudrirse desde dentro. Los nobles habían despreciado al tímido rey dos generaciones antes, pavoneándose por el castillo como si fuera de su propiedad y depredando el país y su gente. Barbosse simplemente había seguido su ejemplo para sobrevivir. Y porque lo había hecho, Greysis había sobrevivido.

Sin embargo, el Rey Sabio no lo aprobó, ya que había intentado purgar las facciones corruptas de la nobleza. Incluso había intentado descartar a Barbosse, ¡el mismo hombre que había mantenido el país hasta entonces! Así que Barbosse lo había eliminado, dejando sólo al tímido Tercer Príncipe Soleil. Soleil se había resistido al principio, pero tras el nacimiento del príncipe heredero, Barbosse había matado a la hermana mayor del recién nacido. Desde entonces, Soleil siempre había obedecido.

—¡Aunque te deshagas de mí, este país no cambiará! De hecho, sin mí para controlarlo, ¡Greysis sólo se desplomará aún más rápido hacia la ruina!

Tal y como afirmaba Barbosse, los nobles y funcionarios que habían explotado este país no olvidarían fácilmente ese dulce sabor del dinero y el poder. Sin Barbosse en la cima, podrían incluso perder lo poco que les quedaba de moderación, lo que llevaría a una mayor putrefacción del país y, finalmente, a su decadencia definitiva.

—¿Crees que no lo entiendo? —Herscherik coincidió con el ministro.

Se acercó al escritorio que había junto a la ventana, recogió los documentos que había esparcidos sobre él y los tiró también al suelo.

—Por eso he estado recogiendo todo esto. Nobles, altos cargos, funcionarios, caballeros, soldados, generales… Figuras públicas y privadas por igual. He estado reuniendo pruebas de todas las fechorías de este país a las que he podido echar mano. —La voz de Herscherik era fría mientras reprimía sus sentimientos.

Barbosse miró los documentos para encontrar pruebas de los delitos. Herscherik siguió tomando documentos del escritorio y tirándolos al suelo. Ingresos fiscales falsificados, gastos inventados por la connivencia con los comerciantes, bienes y equipos militares malversados, acusaciones falsas, encubrimiento de los delitos de figuras públicas… Un documento tras otro, las pruebas se amontonaban en el suelo.

Finalmente, agarró con ambas manos un gran montón de papeles que había sobre el escritorio y lo lanzó, como si quisiera expresar alguna emoción indescriptible.

—Los he estado recolectando todo este tiempo.

Desde que aprendí a leer, desde que empecé mis auditorías hace tres años… ¡Todo este tiempo!

Día tras día, incluso cuando había luchado contra su propia sensación de impotencia, Herscherik había continuado sin descanso. Aunque se había llevado a Kuro y a Oran con él para derrotar el mal en todo el país, como cierto shogun de los dramas que Ryoko solía ver, aún quedaban muchos más males. Incluso con todas sus pruebas y victorias, lo que había logrado era sólo una gota de agua. Pero, aun así, se había negado a rendirse, y continuó firmemente su trabajo.

Todo había sido para este día.

—No dejaré que nadie se salga con la suya.

Si iba a hacer esto, tenía que ser minucioso. Cada uno de ellos tenía que ser acorralado. Después de todo, por eso había estado reuniendo las pruebas todo este tiempo.

Herscherik siguió hablando con Barbosse, el cual se había callado.

—Oye, ¿lo sabías? —Hablaba casi como un niño pequeño—. En un pueblo, un anciano murió de hambre en invierno. No le quedaba dinero después de pagar impuestos exorbitantes, y prefirió no comer nada, dándoselo a su hijo y a su nuera en su lugar.

—¿Por qué no había venido a salvarlos antes?, le habían preguntado aquel día el hijo, su mujer y sus hijos.

—En el barrio rojo, una joven se separó de su prometido y trabaja para mantener a su familia.

Aquel día se había quedado sin palabras al ver su triste sonrisa.

—Un hombre lloraba porque ya no podía pagar las medicinas que necesitaba su hermana pequeña y tuvo que recurrir al robo. Incluso había matado a alguien en un intento desesperado por salvar a su hermana. Y al final… su hermana también murió.

Se había preocupado por ese hombre mientras lamentaba sus crímenes en su lecho de muerte.

Herscherik había salvado a tanta gente como había podido. Pero al mismo tiempo, había llegado demasiado tarde para muchos de ellos. Todavía los recordaba vívidamente, ya que estaban sumidos en la desesperación.

—Y en esta batalla también tuvieron que morir muchos soldados.

Incluso si no hubieran sido emboscados, los soldados podrían haber muerto en el campo de batalla. Pero si hubieran sabido de antemano que iba a estallar un conflicto, podría haber habido una forma de evitarlo. Al mismo tiempo, sin embargo, una parte de Herscherik se preguntaba si no estaba desviando la mirada de su propia impotencia, echando toda la culpa a Barbosse.

—La gente que no tenía que llorar, lloró. La gente que no tenía que morir, murió. Eso es imperdonable.

Ninguno de los dos podía ser perdonado, ni el ministro que sabía del conflicto que se avecinaba, pero se negaba a detenerlo, ni el propio Herscherik que era incapaz de hacerlo. Aunque los demás le perdonaran, él nunca se perdonaría a sí mismo.

—¡La familia real es igual de culpable por no detenerme! ¡El rey es igual de culpable! —gritó Barbosse, como si quisiera sacudirse las palabras de condena de Herscherik.

—¿Igual de culpable, dices? —respondió Herscherik con voz burlona—. Mi padre no abandonó su deber. Comprendió las circunstancias y aun así decidió permanecer en el trono para protegerme. Y tú lo utilizaste.

Barbosse había estado al tanto de todo. Todo esto había sido para asegurarse un chivo expiatorio, para garantizar su supervivencia en caso de que el pueblo se rebelara. Por eso había matado al anterior rey y a la joven hija de Soleil, y por eso había amenazado a Soleil.

—Mi padre se enfrentó a sus crímenes y aguantó sin huir, mientras tú desviabas la mirada en tu ansia de más riqueza y poder. ¡¿Cómo puedes afirmar que ambos son igual de culpables?! No lo toleraré —Herscherik levantó la voz.

Soleil observó el desarrollo de la escena con una expresión de tristeza.

—Herscherik… —Lo llamó por su nombre, pero el príncipe no lo escuchó.

El hijo menor de Soleil estaba tan furioso como si le hubiera ocurrido a él mismo. Herscherik tenía tendencia a dar prioridad a los demás, y su empatía y bondad hacían que sintiera el dolor de los demás como si fuera el suyo propio. El sufrimiento que debió de soportar a lo largo de los años era inimaginable. Al rey le invadió el impulso de correr hacia su hijo y abrazarlo en ese mismo momento; sin embargo, aunque hubiera tomado el neutralizador, llevaba tanto tiempo confinado en su cama que apenas podía mantenerse en pie con la ayuda de Rook.

Herscherik respiró profundamente para calmarse antes de seguir hablando.

—Sin embargo, los crímenes de nuestros súbditos son los crímenes de la familia real. No voy a apartar la vista de esos crímenes.

Aunque ellos mismos no hubieran cometido los crímenes, así era como debía ser una familia real, pensó Herscherik. Sus hermanos probablemente pensaban lo mismo. Vio que Mark y William asentían con la cabeza en su visión periférica.

—Así que para que este país cambie, primero hay que juzgarlo —declaró Herscherik, mientras Barbosse se limitaba a dejar que las palabras de Herscherik lo invadieran.

Herscherik extendió una mano.

—Devuélveme el pendiente. Es lo último que dejó. Es importante para mí.

Era lo único que tenía para acordarse de ella.

Barbosse se acercó lentamente a Herscherik y le puso el pendiente en la mano abierta. Pero justo cuando el pendiente estaba a punto de tocar la mano de Herscherik, Barbosse le agarró del brazo y tiró del príncipe hacia él. Cuando el pendiente cayó al suelo, Herscherik se encontró sujetado por detrás por Barbosse, sin poder escapar.

—¡No te muevas! —gritó Barbosse, mientras rodeaba con su brazo el delicado cuello de Herscherik. Oran, con la mano en la empuñadura de su espada, así como Kuro, habían estado a punto de acercarse para salvarle, pero se congelaron al oír el grito del ministro—. ¡Si te acercas, mataré al príncipe!

Barbosse apretó la garganta de Herscherik y éste mostró una expresión de angustia mientras luchaba por respirar. Si Barbosse apretara más su agarre, podría haber partido fácilmente el cuello de Herscherik en dos.

Todos los presentes se quedaron sin palabras, ya que se les impidió acudir a salvar a Herscherik.

—Abre la puerta. ¡Si me sigues, la vida del príncipe está perdida!

Los hombres a su servicio, así como la familia de Herscherik, no tuvieron más remedio que dejar paso a Barbosse. Después de que el ministro abandonara la sala, arrastrando a Herscherik con él, las personas que permanecían en la sala guardaron silencio. El primero en abrir la boca fue Oran.

—Sabes lo que hay que hacer, ¿verdad, Perro Negro?

Kuro asintió con la cabeza, contrariado, y salió rápidamente de la habitación sin hacer ruido.

—Herscherik…

Apoyado todavía por Rook, el pálido Soleil intentó perseguir al ministro, pero Mark lo detuvo.

—Padre, deberíamos dejar esto a los hombres al servicio de Hersche. Has estado expuesto al veneno durante mucho tiempo. Necesitas descansar. Tú también deberías tomártelo con calma, Will —dijo Mark a su padre y al igualmente pálido William.

El propio Mark parecía un poco indispuesto, pero se había obligado a venir para presenciar la conclusión del plan de Herscherik. Sin embargo, los trillizos y Eutel, que eran los que poseían más magia de todos los hermanos, seguían sin poder moverse.

—Pero…

—Todo estará bien, padre. ¿No es así, Octa? —declaró Mark, mientras dirigía su mirada al caballero de Herscherik.

—Sí. Hersche lo tiene todo controlado —asintió Oran con firmeza.

♦ ♦ ♦

Un hombre observaba su entorno desde las sombras de un edificio de la Defensa Nacional. Su pelo, antes bien cuidado, era ahora un desastre y su costosa ropa estaba rota. Apenas se le podía reconocer.

El hombre se llamaba Teodor Seghin. Había sido general de Greysis durante la reciente batalla, pero tras ser emboscado por el imperio había huido por su cuenta a la fortaleza fronteriza. Como resultado, había sido arrestado por deserción y abandono de sus hombres, así como por intentar vender a un príncipe a un país enemigo.

Por suerte, el carcelero de aquel día había sido un antiguo subordinado suyo. Sabiendo que este antiguo subordinado podía ser fácilmente sobornado, le prometió una compensación monetaria a cambio de dejarle salir de la cárcel. Ahora, se ocultó en las sombras mientras esperaba que su antiguo subordinado hiciera los preparativos para su fuga, tratando de evitar que se dieran cuenta.

—Dónde… ¿Dónde me he equivocado…? —murmuró Teodor, sumido en la desesperación.

Según el plan del ministro, lo único que tenía que hacer era entregar al príncipe al imperio. Pero en lugar de eso, había pasado de ser un general a un vulgar criminal.

¡Pensé que sería capaz de arruinar a ese hombre!

Teodor pensó en el hombre que se había convertido en general a pesar de proceder de un humilde entorno mercenario. Ese hombre engreído, al que el General Ardiente le había tomado cariño, que se había distinguido y que finalmente llegó a ser llamado el ‘General Invicto’. El hombre negligente, que pasaba su tiempo fuera del campo de batalla fumando y bostezando. El hombre que había sido bendecido por sus superiores y que era amado por sus subordinados, así como por el pueblo, a diferencia de Teodor, quien a pesar de haberse graduado en la academia con notas sobresalientes, de haber engatusado a los nobles y a los altos mandos de la Defensa Nacional, y de haber comprado su camino hacia el rango de general, seguía teniendo cargas incluso después de haber llegado a la cima.

Se suponía que la responsabilidad de los acontecimientos de la expedición recaerian en ese hombre. Eso es lo que había dicho el ministro. ¿Dónde había salido mal el plan?

—Acepten los hechos: Barbosse los ha utilizado como peones desechables. —Las palabras que el príncipe había pronunciado en el fuerte resurgieron en su mente.

—Todo es por culpa de ese hombre… Por culpa de ese príncipe… Por culpa de él…

De repente, Teodor oyó pasos y se encorvó para esconderse. Oyó las voces de los soldados que conversaban frenéticamente mientras entraban en el edificio.

—Oye, dijeron que el ministro secuestró al Príncipe Herscherik…

—¿Su Excelencia? No puedo creerlo…

Esperó a que los soldados desaparecieran en el edificio y volvió a ponerse en pie.

—No voy a morir todavía.

Cuando su antiguo subordinado vino a buscarlo, los ojos de Teodor ya no mostraban un atisbo de desesperación, pues estaban impregnados del color de la locura.

♦ ♦ ♦

Se encontraron en un callejón al lado de la calle principal de la ciudad del castillo. Estaba oscuro incluso en pleno día y, por muy desierto que estuviera, bien podría haber sido construido específicamente para esconderse. Por el estrecho pasillo entre los edificios se movían dos sombras, una grande y otra pequeña. La sombra pequeña pertenecía al príncipe Herscherik de Greysis, mientras que la grande pertenecía al ministro Volf Barbosse.

Tras salir de los aposentos reales, Barbosse había empujado a Herscherik a su propio carruaje mientras ordenaba al confundido cochero que saliera del castillo y condujera el carruaje hasta la residencia del ministro por el camino más corto posible. Sin embargo, por dondequiera que pasara el carruaje, los guardias reales bloqueaban el camino. Con los bloqueos por todos lados, Barbosse se quedó sin vías de escape. Finalmente, agarró a Herscherik del brazo y salió del carruaje, dirigiéndose a un callejón demasiado estrecho para atravesarlo si no era a pie.

No obstante, Barbosse no sólo viajaba normalmente en carruaje, sino que además arrastraba a un niño con él; se estaba desgastando por momentos. Herscherik no hizo nada por resistirse, dejándose a merced de Barbosse.

Barbosse soltó el agarre de Herscherik y se apoyó en la pared de un edificio mientras recuperaba el aliento y trataba de averiguar qué hacer a continuación. Estaba claro que no podía permanecer más tiempo en Greysis. Su única opción era desertar a otro país.

Una vez que regrese a la mansión, tengo que recoger cualquier cosa de valor, y luego…

—Barbosse, esto es inútil —Herscherik, quien hasta ahora había sido complaciente, interrumpió el hilo de pensamiento de Barbosse—. ¿Qué esperabas exactamente aquí?

Barbosse no pudo hacer otra cosa que fruncir el ceño ante la pregunta demasiado abstracta, mientras se secaba el sudor de la frente. Pero Herscherik levantó la vista y continuó interrogándole.

—¿Fortuna? ¿Fama? ¿O quizás poder? ¿Qué es lo que querías?

—Silencio… —Barbosse habló en tono irritado. No obstante, Herscherik no cerró la boca.

—Has herido a tantos, has hecho llorar a tantos otros… ¿Fuiste capaz de satisfacer cualquier deseo que tuvieras?

—¡Te he dicho que te calles! —gritó Barbosse mientras golpeaba con el puño la pared que tenía detrás. El polvo cayó sobre él desde arriba y aterrizó en sus costosas ropas, pero no le dio importancia mientras seguía hablando, sin hacer ningún esfuerzo por ocultar su irritación—. ¡Yo soy el que ha dirigido este país! Soy la única razón por la que el reino de Greysis pudo desafiar a otras naciones en igualdad de condiciones.

Los nobles tenían mucha influencia en Greysis, y muchos de ellos tenían conexiones con otros países. El propio Barbosse poseía una red privada de conexiones que envolvía el continente como una telaraña. Esa red de inteligencia podía ser, en efecto, de gran utilidad para el país; sin embargo, también en este caso sólo se había preocupado por su propio beneficio. Barbosse ocultaba todo lo que aprendía que no le beneficiaba, aunque hubiera servido al país.

—¡Pero la familia real se negó a reconocer mi valor! ¡De hecho, me menospreciaron y trataron de robarme todo lo que tenía! ¡Así que lo obtuve todo con mis propias manos! ¡Riqueza, fama, todo!

El país había empezado a decaer incluso antes de que el anterior rey fuera coronado. La nobleza se volvía más y más tiránica cada día, y los funcionarios seguían su ejemplo mientras adulaban a los de arriba y oprimían a los de abajo. Así que, para frenar a los nobles que se habían vuelto locos con sus propias ansias de poder, el Rey Sabio había intentado castigar a la aristocracia y reformar el país. No obstante, la tragedia había golpeado su reinado, y el país había seguido decayendo sin freno.

—No me parece mal que los nobles lleven una vida más acomodada que los plebeyos —dijo Herscherik con voz tranquila, todo lo contrario a los gritos desaforados del ministro—. Eso es porque a cambio de su riqueza, la realeza y los nobles también tienen una responsabilidad mucho mayor.

Por ello, Herscherik no se opone a que los nobles lleven ropa cara y cenen comida gourmet. Al igual que todo el mundo recibe una compensación por su trabajo, a los nobles se les permitían lujos acordes con su posición.

—Pero tú eres diferente —Herscherik rechazó directamente a Barbosse.

Barbosse consideraba a todo el mundo, excepto a sí mismo, como meros instrumentos que podía utilizar y desechar cuando terminaba con ellos. Echaba toda la culpa de sus actos a los demás, borraba todo lo que le resultaba inconveniente y abandonaba toda responsabilidad a la primera oportunidad.

—¿Realmente es todo lo que querías?

Era una pregunta genuina. A Herscherik le resultaba imposible imaginar que el ministro no hubiera deseado realmente más que riqueza, poder y fama.

—Si no hubieras tomado un camino equivocado en la vida, este país habría sido más próspero. Si lo hubieras hecho, habrías obtenido toda la riqueza, la fama y el poder que querías por medios honestos. Entonces, ¿qué te hizo rebajarte a esto? ¿Qué pretendías conseguir?

Barbosse era muy capaz. Muchas veces, durante sus auditorías internas, Herscherik había intentado sorprenderle, pero cada intento había terminado en fracaso. En cambio, se había sorprendido por el talento del ministro. Barbosse había explotado al pueblo todo lo que podía sin hacer que se volviera contra el país. Había conducido todos los asuntos gubernamentales sin problemas, asegurándose al mismo tiempo de que salía ganando. Herscherik no pudo evitar preguntarse en qué se había equivocado.

—¿Por qué te desvalorizas así? —le preguntaron una vez a Barbosse.

Una princesa dorada, con el pelo rubio que brillaba como el sol y los ojos del mismo color. Había aparecido como una mensajera de los cielos, y había amado al rey, consolando a las reinas, acariciado a los jóvenes príncipes y princesas, y había sido amada por los sirvientes y los funcionarios del castillo: la reina favorita del rey, el Sol de los Cuartos Reales. Barbosse le dio vueltas a sus palabras, pronunciadas con una expresión que podía ser de ira o de tristeza.

—Tienes mucho talento, pero ¿por qué sólo haces cosas que sirven para hacer infelices a los demás? ¿Qué quieres?

La reina lo había observado atentamente, mientras Barbosse se quedaba sin palabras. Normalmente era capaz de desviar las preguntas con facilidad, pero por alguna razón, las palabras de ella en particular se le quedaron grabadas. Y ahora, su hijo le hacía la misma pregunta.

—¡Silencio!

Barbosse agarró a Herscherik por el pecho y lo empujó contra la pared. Herscherik hizo una mueca de dolor por el impacto.

—¡¿Entonces por qué no me mataste?! ¡Ese ‘Colmillo en las Sombras’ tuyo podría haberlo hecho con facilidad! ¡Podrías haberle dado la orden a ese mocoso de Aldis o a ese monstruo que tienes guardado!

Los hombres de Herscherik le habían preguntado lo mismo en el pasado. ¿Por qué no lo mató simplemente?

Herscherik cerró los ojos.

—Yo… quería matarte —Habló con una voz tensa y llena de emociones oscuras que serían inimaginables viniendo del Herscherik habitual. Estas emociones se reflejaron en sus ojos cuando los abrió, mirando fijamente a Barbosse—. Has matado a Klaus. El barón Armin y la prometida de Oran podrían no haber muerto si no fuera por esa droga que vendiste. ¿Por qué tuvieron que morir?

Herscherik sintió que sus emociones -una rabia profunda y oscura- brotaban en su interior, y no pudo detenerlas.

—También atrapaste a Jeanne, haciéndole creer que no tenía otra forma de sobrevivir. La utilizaste, sólo para matarla una vez que se puso en tu camino… Murió ante mis propios ojos.

Herscherik aún lo recordaba como si fuera ayer: su cuerpo cada vez más frío. No podía olvidar la sensación de sus manos empapadas de sangre. Cada vez que Herscherik recordaba a Jeanne, su corazón se llenaba de amor y de feroz ira.

—Te odiaba tanto que quería matarte con mis propias manos —se mofó Herscherik, con los ojos ardiendo de un odio tan ardiente que cualquiera que lo viera se aterrorizaría.

Barbosse se quedó sin palabras. Entonces se dio cuenta, sorprendido, de que en realidad había retrocedido ante el príncipe. Pero, incapaz de admitirlo ante sí mismo, abrió lentamente la boca, con los labios ligeramente temblorosos por la rabia… o quizá por el miedo.

—Entonces…

—Pero si te condenara basándome sólo en el odio, no sería diferente a ti —interrumpió Herscherik a Barbosse.

La sonrisa de Herscherik desapareció. Apretó el puño en un intento de controlarse. Luego continuó hablando, como para convencerse a sí mismo.

—Si lo hiciera, no… no sería feliz. Sólo los pondría tristes.

El odio no era lo único que le habían dejado a Herscherik: también le habían confiado su esperanza al partir. Así que Herscherik había refrenado sus sentimientos de rabia. Un resentimiento feroz, como el que nunca había sentido en su vida anterior: Herscherik tomó este sentimiento, que estaba dirigido tanto a sí mismo como a Barbosse, y lo escondió en su interior.

No voy a soltar estos sentimientos, ni se los voy a entregar a nadie. Me pertenecen a mí, y sólo a mí.

Quizá se desvanezcan con el tiempo, pero nunca desaparecerán del todo. Mientras tuviera esos sentimientos, sentía que nunca olvidaría a las personas que había perdido.

—Barbosse, confiesa tus crímenes. Admitelos, acéptalos y expíalos.

Aunque Barbosse fuera condenado a muerte, Herscherik no lo dejaría morir aquí. Había algo más en su expiación que la muerte.

—Oh… Eso lo explica —Barbosse se dirigió al príncipe como si por fin hubiera comprendido algo. Entonces agarró el cuello del príncipe con más fuerza y lo levantó en el aire.

—¿Bar…bosse…?

El ministro levantó al delicado príncipe con facilidad, y a Herscherik rápidamente le costó respirar. Herscherik se agarró por reflejo a la mano que le sujetaba, pero no se movió ni un milímetro.

—Príncipe Herscherik: dejaste que te capturara a propósito para intentar convencerme, ¿no es así?

Barbosse había percibido que había algo extraño en la falta de resistencia del príncipe. Y aunque los guardias reales establecieron bloqueos, no había indicios de que los buscaran activamente. En otras palabras, incluso ahora la situación estaba completamente bajo el control del príncipe.

—Qué ingenuo. ¡Oh, qué ingenuo, príncipe!

Después de todo este tiempo, intentar ganárselo con palabras era una tontería. Al fin y al cabo, el príncipe no tenía la capacidad de ser verdaderamente despiadado, se burló Barbosse.

—Voy a hacer mi escape. Voy a huir de este país, ¡ya ves!

Barbosse apretó aún más su agarre. Herscherik no podía respirar, su visión se volvía borrosa y podía sentir que su conciencia comenzaba a desvanecerse.

Sin embargo, al momento siguiente, la presión alrededor de su cuello desapareció, y Herscherik cayó al suelo, como si hubiera sido arrojado. Mientras se retorcía de dolor por haber sido arrojado al suelo, jadeó y notó el olor a hierro. Enderezó la espalda y buscó el origen del olor, y sus ojos se abrieron de par en par, sorprendidos.

—¿Barbosse…?

El ministro yacía boca abajo en el suelo, con un charco rojo de sangre extendiéndose bajo él. Herscherik volvió a recordar lo que había presenciado el día de la muerte de Jeanne.

Barbosse gimió en el suelo, con la mano pegada al pecho. Encima de él había un hombre que miraba al ministro caído.

—General… ¿Seghin…?

¿Qué hacía aquí este hombre que debía estar en la cárcel? ¿Por qué sostenía una espada bañada en sangre? Al no poder procesar la situación, Herscherik siguió respirando con dificultad, ya que el olor a sangre y la entrada de aire en sus pulmones le ayudaron finalmente a comprender lo que había sucedido. Teodor había escapado de la cárcel, tras lo cual había encontrado a Barbosse estrangulando a Herscherik y lo había empalado por detrás con su espada.

—Príncipe Herscherik, acabo de salvarle la vida —dijo Teodor con una voz extrañamente tranquila para alguien que acababa de matar a un hombre. En sus ojos brillaba la luz de la locura—. Te imploro que reconozcas este acto heroico, y que perdones mi reciente descortesía. Y si me lo permites, será un placer servir a tu lado…

Herscherik conocía las palabras que la locura del hombre le llevaba a buscar. También sabía que si no respondía como él quería, su vida correría peligro. Sin embargo, Herscherik fijó su mirada en Teodor y le cortó el paso.

—¿De qué estás hablando? —Herscherik rechazó la súplica del general, incluso cuando el hombre aferraba su espada ensangrentada—. Tu crimen no fue tu descortesía hacia mí. Fue estar en una posición en la que tenías el deber de proteger al país, pero seguir los planes de Barbosse, vender a tu propio ejército, antes de abandonar finalmente a tus hombres y desertar.

El crimen de Teodor contra la familia real no era en absoluto menor. No obstante, no parecía darse cuenta de que había cometido crímenes aún peores que ese. Ver esto llevó a Herscherik más allá del punto de ira, a la pura exasperación.

—Sálvame todas las veces que quieras, no cambiará los hechos. Nunca borrará los crímenes que ya has cometido.

Teodor se quedó callado un momento antes de volver a abrir la boca.

—Muy bien. Supongo que no tengo otra opción.

Con una expresión enloquecida, dirigió su espada bañada en sangre hacia Herscherik.

—Así es como sucedió: El príncipe fue asesinado por Barbosse, su propio ministro. Cuando llegué a la escena, el pobre muchacho ya estaba muerto. Para vengar al príncipe, ejecuté al ministro.

Teodor pasó por encima del cuerpo del ministro y se acercó a Herscherik, paso a paso. Con los zapatos mojados por la sangre del ministro, dejó huellas ensangrentadas en el suelo mientras se acercaba al príncipe con la espada en alto. Una vez frente a Herscherik, quien seguía sentado, levantó la espada en el aire.

—¡Muere!

Mientras gritaba, bajó su espada, que atravesó fácilmente el cuerpo de Herscherik.

Por supuesto, eso sólo ocurrió en la cabeza de Teodor.

En realidad, su espada estaba atascada en lo que parecía ser un espacio vacío, y era incapaz de bajarla o subirla. En realidad, no era sólo su espada la que estaba afectada: él mismo era incapaz de moverse un centímetro.

Teodor movió la mirada y observó su propio cuerpo. Estaba envuelto en un fino cable de acero, con cada extremo fijado a las paredes cercanas. Teodor había sido capturado como un insecto atrapado en una tela de araña. Volvió a mirar al príncipe y en su lugar estableció contacto visual con un hombre cuyos ojos eran de un rojo oscuro y sangriento.

—Kuro.

—Hersche, este tipo no va a cambiar. Es demasiado tarde para él.

Algunas personas eran capaces de cambiar. Había quienes habían mejorado después de conocer a Herscherik. Sin embargo, Kuro también sabía que algunos no podían: los que se negaban a admitir sus errores y los que se habían entregado a la locura. No se podía volver de la locura así, sólo había un camino hacia la salvación.

—Matarlo es la opción más compasiva.

Pero Herscherik rechazó la sugerencia de su mayordomo.

—No podemos, Kuro.

—Sin duda intentará hacerte daño en algún momento.

—¡Aun así! —dijo Herscherik con firmeza—. Este no es el lugar para sentenciarlo.

Eso fue lo último que escuchó Teodor antes de caer inconsciente.

Ignorando a Teodor, Kuro se acercó al ministro y se arrodilló. Luego le dio la vuelta e inspeccionó su estado.

—Hersche, el ministro ya está… —dijo Kuro, intentando detener la hemorragia de la herida del pecho de Barbosse. No obstante, la espada había atravesado completamente su torso; el ministro ya estaba al borde de la muerte.

—Quién iba a decir que me mataría… mi propio peón de sacrificio… al final… —susurró el ministro mientras jadeaba. Nunca había esperado encontrarse con un destino tan innoble como ser apuñalado en un callejón oscuro por uno de sus propios títeres.

Herscherik se acercó a él, se arrodilló junto a Kuro y le miró a los ojos.

—Barbosse, ¿pudiste obtener lo que deseabas?

Al oír que Herscherik repetía su pregunta, los recuerdos de su pasado pasaron ante sus ojos mientras buscaba la respuesta.

En algún momento, se había abierto un agujero en su corazón, un agujero enorme y hueco. Ansiaba algo que llenara ese vacío, pero no tenía ni idea de qué podría ser. Así que aprovechó su posición de noble para apoderarse de todo lo que pudiera conseguir. Pero incluso después de obtener una fortuna, de comandar a un gran número de nobles y de tener el control de la propia familia real, Barbosse seguía sin estar satisfecho. Cuanto más obtenía, más ansiaba, y más grande era el agujero que le hacía falta para conseguir algo. Pero todavía no tenía ni idea de lo que quería.

Ante sus ojos se proyectó la imagen de la princesa dorada. Cuando el rey se la presentó por primera vez, a pesar de no ser una belleza destacada en una corte llena de mujeres despampanantes, ella parecía brillar de alguna manera. Al intercambiar palabras con ella, sintió que su corazón se aceleraba.

Pero antes de que él pudiera comprender la verdadera naturaleza de sus sentimientos, ella partió de este mundo, dejando atrás sólo a su único hijo con el rey. Ese niño era peculiar, como lo había sido ella. Recordó la imagen de los habitantes del pueblo cargando contra el castillo tras la desaparición de Herscherik. Había sentido una amarga emoción al verlos. La visión del digno e inquebrantable príncipe, amado por el pueblo, aparecía vívidamente ante sus ojos incluso ahora, cuando su vista se oscurecía, como si todas las luces se apagaran una a una. Unas feas emociones brotaron del fondo de su corazón. Lo odiaba. Lo envidiaba. El príncipe no tenía nada, pero era amado y reconocido por todos. Era una luz que iluminaba la oscuridad.

¿En qué se había equivocado? Cuando era joven, todavía tenía sus propias ambiciones, pero en algún momento habían sido superadas por sus propios intereses. Había envidiado al príncipe, que a diferencia de él se había mantenido fiel a sus ideales. La mirada penetrante de Herscherik, al igual que la suya, lo había aterrorizado.

Ah… Ya veo… Lo envidiaba… y también le temía.

Por primera vez comprendió lo que se escondía en su interior. Sin embargo, no tenía motivos para contarle al príncipe nada de esto, concluyó Barbosse.

—Qué ridículo…

Nadie pudo saber si sus palabras iban dirigidas al príncipe o a él mismo. Sin llegar a transmitir sus verdaderos sentimientos a Herscherik, la conciencia de Volf Barbosse se rindió.


Shisai
Wow, me gustó Barbosse como villano. ¿Qué opinan del personaje? Aún queda el volumen 5, me pregunto cómo seguirá la historia sin él.

Una respuesta en “Herscherik – Vol. 4 – Capítulo 9: El príncipe, el ministro y el fin de la tragedia”

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