Herscherik – Vol. 5 – Capítulo 6: Los preparativos de la fiesta, el secuestro y el curioso príncipe

Traducido por Shisai

Editado por Sakuya


Era otro día ajetreado en la frutería. Herscherik observó desde la distancia durante algún tiempo hasta que la multitud se redujo un poco y aprovechó la oportunidad para arrastrar a Kurenai a hablar con el dueño y su esposa. Aunque tan huraño como siempre, el dueño pareció aliviado al oír que tenían un plan para sacar a Ao y a Kurenai del país. Incluso le pareció a Herscherik que las comisuras de la boca del dueño se levantaron ligeramente. Luisa también estaba encantada.

La conversación giró entonces en torno a la proximidad de la fiesta de la cosecha.

—¿Van a abrir un puesto durante el festival? —preguntó Herscherik.

—Sí, por supuesto. Es una importante fuente de ingresos para nosotros, aunque me gustaría poder hacer algo especial para la ocasión… —Luisa suspiró.

Mientras jugaba con la hija pequeña de la pareja, Risch, Herscherik echó un vistazo a la tienda. Estaba llena de fruta fresca, como manzanas y uvas; Herscherik cogió una manzana roja y se puso a pensar.

—¿Sólo vendes tu fruta como siempre durante la fiesta de la cosecha?

Al ver que Luisa asentía, Herscherik devolvió la fruta.

—¿Qué tal vender trozos pegados en palillos para poder comerlos sobre la marcha? O tal vez vender envases llenos de trozos de fruta del tamaño de un bocado…

Herscherik recordó un programa que había visto en la televisión en su vida anterior. En él aparecía el propietario de una frutería situada en la esquina de un distrito comercial, que cortaba en trozos pequeños frutas caras como melones y piñas y las vendía a bajo precio a la gente que pasaba por ahí por las tardes de camino a casa. El dulce aroma llenaba las fosas nasales de los hambrientos transeúntes, inspirándolos a detenerse a mirar, para luego comprar la fruta y comerla en el acto al ver el increíblemente bajo precio. A medida que aumentaba el número de personas que acudían a la tienda en busca de un poco de fruta cortada, algunos compraban fruta entera para llevársela a casa, lo que suponía un beneficio para el propietario.

Vender fruta de esta manera requeriría más mano de obra y gastos, disminuyendo el beneficio neto por cada fruta vendida, pero al mismo tiempo atraería a la gente que quisiera disfrutar del festival y comer mientras pasea. Además, serviría de publicidad para la tienda.

Luisa escuchó las ideas de Herscherik con gran interés.

—Además, ¿qué tal si cubrimos algunas frutas con caramelo duro? —continuó Herscherik.

Pensó en las manzanas confitadas que habían sido un elemento básico del festival en su vida anterior. Cuando era niña, esas grandes manzanas rojas confitadas le parecían de alguna manera especiales a Ryoko, y siempre les rogaba a sus padres que le compraran una, aunque sabía que no sería capaz de terminarla. —Oh, está bien entonces —decía su madre, dándole una palmadita en la cabeza antes de entregarle una manzana. Al pensar en su madre de su vida anterior, Herscherik se puso ligeramente triste.

—¿Ryoko? —le habló Luisa, ya que el principito se había callado de repente. Herscherik, sin embargo, volvió rápidamente a la realidad y forzó una sonrisa.

—La fruta cubierta de chocolate también podría funcionar —añadió.

Junto con las manzanas confitadas, los plátanos cubiertos de chocolate también habían sido sus favoritos en su vida anterior. No pudo evitar sonreír con hambre al pensar en ellos.

Luisa pensó un poco en la propuesta de Herscherik, pero sólo fue por unos momentos, ya que rápidamente dejó a su marido a cargo de la tienda mientras corría a conseguir ingredientes, palillos y recipientes de otros propietarios de tiendas que conocía. Poco después, el dueño también tuvo que salir de la tienda para ocuparse de algunos problemas con un socio, y Herscherik se ofreció a vigilar la tienda mientras él no estaba. Herscherik y Kurenai acabaron cuidando de la tienda y de Risch ellos solos mientras esperaban el regreso de la pareja.

Acostumbrado a ayudar en la tienda, Herscherik se ocupó de los clientes mientras atendía a Risch. Kurenai le entregaba el cambio, mientras observaba con asombro cómo un miembro de la realeza manejaba esta humilde tarea con facilidad. Luisa y su marido, en cambio, tardaban bastante en volver. Cuando el sol empezó a ponerse y la fila de clientes se redujo, Kurenai salió para hacer una rápida visita al baño. Después de pedir prestado un baño en una tienda cercana, regresó para encontrar a Herscherik tratando con dos hombres groseros.

—¿Su Alteza? —Kurenai llamó a Herscherik, pero debido al viento y a la distancia entre ambos, su voz no llegó a él. Sin embargo, el viento llevó a sus oídos la conversación entre Herscherik y los dos hombres, y las cosas parecían empeorar.

—¿Qué quieres? —La voz de Herscherik sonaba más fría de lo que Kurenai había oído nunca de él. Apenas podía imaginar cómo alguien tan gentil como Herscherik podía producir una voz así.

Al oírle hablar, Kurenai se escondió instintivamente en las sombras de un edificio cercano.

—Lo descubrirás si vienes con nosotros. Si te niegas…

Kurenai se asomó a la parte trasera del edificio y vio que uno de los hombres groseros estaba junto a Risch, sosteniendo algo que brillaba a la luz. Al darse cuenta de que tenía un cuchillo en la mano, un escalofrío recorrió la columna vertebral de Kurenai. Como los dos hombres se agolpaban en torno al mostrador, dificultando que nadie más viera lo que estaba ocurriendo, Kurenai era la única que se había dado cuenta de lo que pasaba, además del propio Herscherik.

Tengo que ir a buscar a alguien… Pero Kurenai no sabía a quién decírselo. Pensó en ir a buscar a un policía, pero aunque Herscherik la protegía, había entrado en el país de forma ilegal. Si le preguntaban quién era o cómo conocía al príncipe, no podría decírselo. Peor aún, ella misma podría resultar sospechosa. Las únicas personas en Greysis de las que podía depender, aparte de Herscherik, eran los hombres al servicio de Herscherik, pero estaban bastante lejos del castillo en ese momento.

Mientras Kurenai se devanaba los sesos, tratando de encontrar una salida a la situación, oyó hablar a Herscherik.

—No apuntes con un cuchillo a un bebé —Herscherik suspiró, encogiéndose de hombros antes de continuar con voz resignada—. Está bien. Si prometes no herir a la niña, iré contigo.

Al parecer, Risch se dio cuenta del peligro y empezó a llorar desde su cesta. Herscherik se quitó el poncho y se lo dio a Risch, la cual se calmó rápidamente, quizá por el olor familiar. Herscherik le habló al bebé con una voz suave, todo lo contrario de cómo le había hablado a los hombres.

—Risch, no te preocupes. Tu madre volverá pronto. Y yo también estaré bien.

Herscherik dirigió brevemente su mirada en dirección a Kurenai antes de marcharse con los hombres. Kurenai salió de las sombras del edificio y corrió hacia el bebé para asegurarse de que no le habían hecho daño. Tras ver que Risch se reía alegremente mientras mordía el poncho de Herscherik, Kurenai miró en dirección a los hombres que pronto desaparecerían de la vista.

Su Alteza se fijó en mí. Pero Kurenai se preguntó por qué, en ese caso, no pidió ayuda.

Kurenai había escuchado historias sobre el príncipe antes de salir de su país, y aún más después de llegar a Greysis. Parecían cuentos de hadas; era difícil imaginar que Herscherik pudiera llevar a cabo tales hazañas. Sin embargo, si la mitad de las historias eran ciertas, era muy probable que tuviera enemigos.

Sólo tuvo que considerar su siguiente movimiento un breve instante antes de decidir lo que tenía que hacer. Agarrando la cesta en la que estaba Risch, Kurenai echó algunas monedas de las ventas de hoy y dejó al bebé al cuidado de la dueña de la tienda de enfrente antes de salir en busca de los dos hombres.

Por suerte, todavía estaban a la vista, ya que las cortas piernas de Herscherik los frenaron. Los persiguió hasta que llegaron a una cuadra llena de mansiones nobles, y tras observar en qué casa entraban los hombres, dio rápidamente la vuelta y corrió hacia el castillo. En su apuro, sólo saludó con la cabeza al portero, quien la reconoció lo suficiente como para dejarla entrar, aunque de mala gana. Kurenai avanzó entonces por el castillo con demasiada rapidez como para que nadie pudiera reprocharle nada. Aunque atrajo miradas curiosas mientras corría, no tenía tiempo de preocuparse por eso ahora.

Kurenai no se dirigía a las dependencias exteriores donde se alojaba, sino a los campos de entrenamiento de la parte norte del castillo, porque sabía que la persona que buscaba estaría ahí preparándose para el festival de la cosecha. Afortunadamente, se encontró con el individuo en cuestión antes de llegar a su destino.

—¿Kurenai? —Un hombre con un traje demasiado sencillo para alguien que sirve a la realeza la llamó por su nombre.

—Sir Octavian —Kurenai se sintió aliviada al ver a Oran, pero el propio Oran sólo hizo una mueca de dolor en respuesta.

—No hace falta que me llames ‘sir’.

Amigable y accesible por naturaleza, a Oran no le importaban esas formalidades. Lo mismo podía decirse de su maestro, aunque esto dependía de la situación, por supuesto. Aun así, el hecho de que Oran tuviera el hábito de ser muy educado con sus mayores indicaba su educación noble.

Después de un momento, Oran arrugó la frente.

—¿No se suponía que ibas a salir con Hersche?

Recordó que su maestro había mencionado partir hacia la ciudad del castillo junto con Kurenai esta mañana. Oran había querido acompañarlo como guardaespaldas, pero su agenda no se lo había permitido, ya que tenía que prepararse para el combate de exhibición del primer día del festival de la cosecha. Imaginó que Herscherik debía de haberse ido antes de que Kuro se diera cuenta, ya que empezó a mostrarse aún más preocupado.

—Bueno…

Kurenai se apresuró a explicar todo lo que acababa de suceder, en voz demasiado baja para que nadie pudiera oírla, por supuesto. A medida que avanzaba en su relato, la expresión de Oran se volvía más severa; cuando Kurenai terminó, parecía estar a punto de marchar a la guerra.

—Ya veo. Pasemos primero por la habitación de Hersche —respondió Oran.

Oran se dirigió inmediatamente a los aposentos exteriores donde se encontraban las habitaciones de Herscherik. El caballero de guardia se dio cuenta de la expresión seria de Oran y trató de detenerlo, pero Oran se limitó a levantar una mano para despedirlo antes de continuar hacia su destino. Por el camino, confió un mensaje a unas siervas con las que se cruzó.

Antes de que pasaran diez minutos, los hombres al servicio de Herscherik, Kurenai y Ao estaban reunidos en la habitación de Herscherik.

—¿Qué hacemos? —Oran fue el primero en hablar. A menudo era él quien dirigía la discusión cuando Herscherik estaba ausente.

—¿Qué crees que vamos a hacer? Tenemos que irnos ahora mismo —contestó Kuro bruscamente. Parecía muy irritado, totalmente distinto a su habitual calma—. ¿Y en qué estaba pensando Hersche para empezar? Sabía que esto podía pasar, pero…

—No tiene sentido discutir sobre eso ahora —interrumpió Oran—. Además, eres muy consciente de que Hersche nunca hace lo que se le dice, ¿verdad?

Sin Barbosse, Herscherik tenía muchos menos enemigos a los que temer, pero no habían desaparecido del todo. Aunque Herscherik tenía la costumbre de ayudar a la gente, a menudo enfadaba a los individuos de menor reputación en el proceso. Pero aunque era plenamente consciente de este hecho, Herscherik seguía sin poder renunciar a sus excursiones secretas por la ciudad.

—Lo siento… Pero no voy a ceder en esto —había dicho Herscherik disculpándose, al tiempo que se negaba a ceder.

Oran había sugerido entonces que al menos podía llevar un cuchillo para protegerse, pero él había negado con la cabeza como respuesta.

—Eso no tendría sentido para alguien como yo, ¿verdad? Incluso podría acabar haciéndome daño a mí mismo.

Herscherik era consciente de su falta de habilidad con la espada, y se negaba a llevar incluso un pequeño cuchillo para protegerse. Oran había sospechado que tenía alguna otra razón subyacente para ello, pero por más que le preguntaba no conseguía sacarle una respuesta clara.

—Estaré bien. Soy un corredor rápido, ya sabes —había respondido su amo con seguridad, y no sin fundamentos: de hecho, ya había estado a punto de ser secuestrado antes mientras estaba en la ciudad sin sus hombres, pero con la ayuda de su rápido ingenio y su pequeña estatura había logrado esconderse y escapar. Nunca se lo había contado a sus hombres, por supuesto.

—¿Cómo lo salvamos? Sabemos dónde está gracias a Kurenai, pero no sabemos cuánta gente está involucrada. Será un problema si Hersche acaba siendo rehén, y si hacemos una escena demasiado grande afectará al festival.

Aunque la vida de Herscherik era de suma importancia, tampoco querían que esto se convirtiera en un incidente importante que dificultará la celebración de la próxima fiesta de la cosecha. Los emisarios del extranjero ya estaban presentes en la capital, y cualquier problema podría afectar negativamente a las relaciones diplomáticas entre Greysis y otros países. Por lo tanto, no podían solicitar la ayuda de la policía o de los caballeros, sino que debían manejar el asunto en secreto.

Tenemos más que suficiente poder de combate… Oran no estaba siendo complaciente: los hombres al servicio de Herscherik, incluido el propio Oran, eran guerreros increíblemente competentes.

—Si sabemos dónde están, yo me encargaré —dijo Shiro a Oran, quien estaba ocupado reflexionando sobre la situación.

—¿Cómo estás…? Espera, no tienes que decírmelo. La respuesta es no, —Al principio, Oran no podía creer lo que oía al escuchar la propuesta inusualmente cooperativa de Shiro, pero luego lo rechazó inmediatamente. Estaba claro que Shiro quería utilizar la fuerza bruta de su magia para hacer desaparecer a todos, excepto a Herscherik, con casa y todo.

El bello rostro de Shiro se torció en un ceño fruncido como respuesta mientras chasqueaba la lengua con resentimiento. Era tal y como Oran había predicho.

—Me infiltraré en el lugar.

—No tenemos ni idea de cuánta gente hay en esa casa. ¿Estás seguro de que estarás bien, perro negro?

—Estaré bien —respondió Kuro, pero la mirada amenazante de sus ojos preocupó a Oran.

Aunque Kuro era normalmente sensato, cuando se trataba de Herscherik perdía toda la compostura. Aunque Oran se negaba a usar su nombre por costumbre, ya conocía a Kuro desde hacía dos años; eran lo suficientemente cercanos como para intercambiar bromas, confiaban y se apoyaban mutuamente, y ambos sabían de qué era capaz el otro. Sin embargo, a Oran le seguía preocupando el grado de dependencia de Kuro con respecto a Herscherik.

Estoy seguro de que Herscherik también lo sabe…

En el pasado, Oran había advertido a Herscherik sobre Kuro, aunque quizá no fuera una advertencia real, sino que Oran simplemente se preocupaba por su camarada. Herscherik, por su parte, se limitó a asentir con la cabeza, al parecer ya consciente de lo que Oran había dicho.

Pero ahora tenemos que centrarnos en salvar a Hersche. Oran dejó de lado sus pensamientos sobre Kuro y se centró en el asunto que tenía entre manos.

Los tres podrían vencer a los secuestradores con facilidad, pero eso no sería suficiente.

Teniendo en cuenta las circunstancias, tendremos que manejar esto en secreto.

Si dejaban escapar a los secuestradores, podría volver a ocurrir lo mismo. Tenían que ser minuciosos. Herscherik habría querido lo mismo, pensó Oran; su amo nunca dejaría libre a alguien que secuestra niños.

Aun así, eso significaba que tenían que manejar todo de forma encubierta, sin que escapara ni una sola persona. No tenían ni idea de a cuántos se enfrentaban ni de lo hábiles que eran sus enemigos en la batalla. Además, tenían que asegurarse de que no se filtre nada al exterior. Atrapado entre una situación en la que no podían confiar en la fuerza bruta y dos compañeros a punto de enloquecer, Oran no sabía qué hacer.

—Por favor, déjanos ayudar a salvar al príncipe —Kurenai extendió de repente una mano de ayuda mientras Oran se esforzaba por encontrar una solución. Junto a ella estaba Ao, con una mezcla de sorpresa y desconcierto que brillaba ligeramente en su rostro.

♦ ♦ ♦

Se oyeron gritos fuera de la habitación, seguidos de los pasos apresurados de varias personas. Herscherik se sentó en una silla, frunciendo el ceño mientras escuchaba.

Poco después, la puerta se abrió de golpe con gran fuerza y un hombre bien vestido entró en la habitación con expresión enfurecida. El ceño de Herscherik se frunció ante el fuerte ruido; el hombre se apresuró a recuperar la compostura y esbozó una falsa sonrisa en su rostro.

—Príncipe Herscherik, siento mucho haberme ido en medio de nuestra discusión. Y me disculpo por todo el jaleo: parece que un niño del barrio ha hecho alguna travesura fuera, provocando un pequeño incendio en el jardín…

El hombre se inclinó disculpándose, lanzando a Herscherik una mirada congraciada. Sin embargo, el destinatario de esta mirada obsequiosa no tenía ningún indicio de su habitual amabilidad. Por el contrario, tenía un aspecto francamente desagradable.

Herscherik se encontraba en una habitación poco iluminada dentro de una de las mansiones de un sector acomodado de la capital. Había cuatro hombres en la habitación con él, incluido el que acababa de hablar. Todos los muebles estaban cubiertos con sábanas para evitar el polvo, aparentemente en preparación para la venta, a excepción de la silla en la que estaba sentado Herscherik y la mesa frente a él, donde había un solo papel.

Hay un número decente de ellos por ahí…

Herscherik suspiró internamente. Recordaba haber visto al menos a otras cinco personas de camino a esta habitación. Mientras intentaba encontrar una oportunidad para huir, Herscherik sabía que incluso si lograba escapar de esta única habitación, una vez fuera probablemente sería atrapado en poco tiempo.

El hombre, sin mostrar preocupación por la angustia de Herscherik, señaló el papel sobre el escritorio.

—Ahora bien, Su Alteza, continuemos nuestra discusión. Todo lo que tiene que hacer es firmar este documento —dijo con una amplia sonrisa.

—No lo haré —respondió Herscherik, lanzando al hombre una mirada penetrante.

El documento sobre el escritorio no era un contrato ordinario. En primer lugar, su contenido no tenía sentido: decía que el hombre sería absuelto de todos sus crímenes y que sería nombrado para un puesto importante en el gobierno. Además, brillaba con una extraña y tenue luz púrpura, lo que indicaba que había sido imbuido con una forma de Magia de Manipulación: una maldición.

No tengo ninguna magia propia, así que, si me expongo a eso, se acabó el juego.

Habiendo recibido lecciones de Shiro, el maniático de la magia, a pesar de su propia falta de afinidad por la magia, Herscherik pudo decir inmediatamente que no debía firmar ese documento pase lo que pase.

Entre los hechizos categorizados como Magia de Manipulación, los que intentaban influir directamente en la mente de una persona tenían unas posibilidades de éxito especialmente bajas. La razón era sencilla: la propia Magia Interior del objetivo servía de protección y desviaba el hechizo. En circunstancias normales, era casi imposible afectar a una persona con este tipo de Magia de Manipulación, siempre y cuando ésta tuviera algo de voluntad propia.

Las maldiciones, por otro lado -hechizos que utilizaban objetos como medios- tenían una probabilidad de éxito relativamente alta en comparación con otras formas de Magia de Manipulación. En este caso, firmar el documento significaría aceptar la maldición, y Herscherik probablemente caería bajo el control del hombre inmediatamente. Aunque tenía su reloj de bolsillo, que aún contenía el hechizo de barrera de Shiro en caso de emergencia, no sería de mucha utilidad contra un hechizo no físico como éste.

Así, Herscherik no tuvo más remedio que negarse obstinadamente a tocar siquiera el papel. Llevaban ya más de una hora manteniendo la misma conversación, y finalmente, harto de la absoluta reticencia del príncipe a hacer lo que le decían, el hombre abandonó su fachada. Miró a Herscherik con rabia en los ojos, golpeando la mesa con el puño.

—Su Alteza, ¿pretende abandonar a un súbdito suyo que sufre?

—¿Sufrir? ¿Qué sufrimiento? —Herscherik se burló del arrogante comentario del hombre antes de continuar fríamente—. Alguien que toma dinero prestado frívolamente para servir a su propia codicia, para luego devolverlo robando dinero del tesoro nacional, no es súbdito mío. ¿Tienes idea de cuántas personas han sufrido como resultado directo de su malversación, Vizconde Galton?

El vizconde Galton había estado trabajando en la tesorería hasta que se descubrieron sus delitos. Había falsificado los libros de cuentas a su antojo y se había llenado los bolsillos con la discrepancia, y parte de sus ganancias mal habidas habían ido a parar al ministro Barbosse. Obviamente, Herscherik lo había arrastrado a los tribunales y lo había condenado.

El vizconde cerró la boca por un momento al ver la fría mirada del príncipe, pero, aún decidido, se acercó a Herscherik.

—¡Fue una cantidad insignificante! Además, no fui el único que lo hizo, ¡y hubo quienes robaron mucho más dinero que yo! Es completamente injusto que yo…

—Vizconde Galton, no se trata de si usted fue el único, o de cuánto malversó —dijo Herscherik como si reprendiera a un niño travieso—. Aunque te defendiera ahora e intentara que te perdonaran, todas las pruebas ya están ahí. Ya has sido condenado. Nada cambiará ese hecho.

Como castigo por sus delitos, el vizconde Galton fue condenado a devolver el dinero que había malversado del tesoro, así como a unos meses de arresto domiciliario y a un descenso de categoría. Por el aspecto de su mansión, parecía que no había podido pagar la cantidad exigida por el tribunal, lo que provocó el embargo de sus bienes.

Herscherik dirigió su mirada al otro hombre que los observaba desde un rincón de la sala. Era una figura delgada y sombría con gafas, y Herscherik lo reconoció de otro lugar.

—¿Quién iba a pensar que te unirías a un prestamista, eh? —dijo Herscherik al vizconde.

El hombre de la esquina era, en efecto, un prestamista aficionado a la usura. Prestaba dinero a los pobres que lo necesitaban, pero luego exigía intereses exorbitantes. Pertenecía a la cúpula de un grupo clandestino que probablemente se consideraba una red de delincuencia organizada. Cualquier intento de demandar a esta organización estaba condenado al fracaso, ya que sobornaban a personas importantes de la policía; como resultado de la búsqueda de justicia, las víctimas solían acabar en peor lugar que antes.

—Realmente esperaba que hubieras aprendido la lección, ya sabes… —dijo Herscherik, lo que hizo que el hombre delgado frunciera el ceño.

Durante la Operación ‘La Fortuna Favorece a los Audaces’, que Herscherik había ejecutado en un intento de atrapar a Barbosse, el príncipe había descubierto y destruido una organización que había pretendido especializarse en artículos de lujo, pero que en realidad servía para atrapar a la gente con préstamos depredadores, una organización dirigida por este hombre. Esa organización también estaba indirectamente relacionada con Barbosse a través de varios funcionarios y nobles. Herscherik la había eliminado de forma irrecuperable, pero parecía que aun así había sido demasiado benévolo con el líder de la operación. Con Barbosse y todos los demás patrocinadores influyentes fuera de escena, este parásito había encontrado un nuevo huésped en el vizconde.

—Tal vez no te castigué lo suficiente —dijo Herscherik con una sonrisa intrépida, y el ceño del hombre se frunció.

—Sigue con esa actitud sarcástica y las cosas no acabarán bien para ti.

—Eso es lo que dijiste la última vez. Recuérdame… ¿Cómo te resultó eso? —Las amenazas del hombre no funcionarían con Herscherik.

El hombre frunció el ceño y apretó la mandíbula con tanta fuerza que sus dientes posteriores rechinaron audiblemente, pero Herscherik se limitó a reírse como respuesta.

—Entonces, ¡¿por qué la familia real sigue llevando una vida de lujo como siempre?! —rugió de repente el vizconde Galton, interrumpiendo la conversación de Herscherik con el usurero.

—¿Vivir una vida de lujo? Seguro que dices cosas extrañas —Herscherik ladeó la cabeza adorablemente y le lanzó una mirada confusa—. La familia real no vive tan lujosamente como crees.

Es cierto que, en comparación con la gente corriente, llevaban una vida lujosa. Sin embargo, no abrían exactamente cinco botellas de vino caro en una sola noche ni apostaban enormes sumas de dinero, el tipo de exceso que había llevado a personas como el vizconde Galton a robar del tesoro.

—El hecho es que vivimos en un país gobernado por un rey. La familia real cuida del pueblo y lo protege. ¿Intentas descuidar la cúpula del país? —continuó Herscherik.

Aunque está claro que no deberían llevar una vida de excesos, la familia real seguía siendo la cara del reino. Si el símbolo de todo el país se vistiera con harapos, ¿qué pensaría el pueblo llano? ¿No se convertirían en el blanco de las burlas de otros países? Si eso ocurriera, el propio pueblo podría sufrir por ello. Por eso, la familia real debía mantener las apariencias hasta cierto punto.

El padre de Herscherik, el rey, había tomado una decisión equivocada al elegir a su familia en lugar del pueblo. Ahora, sin embargo, estaba haciendo todo lo posible para compensar sus errores. Y no sólo lo hacía el padre de Herscherik, sino toda la familia real. Todos ellos estaban agradecidos a los ciudadanos de Greysis, y consideraban que era su deber protegerlos.

Al oír a este hombre codicioso hablar de la familia real -los propios parientes queridos de Herscherik- como si fueran el mismo tipo de criminal codicioso que él, Herscherik simplemente sonrió. Pero al mismo tiempo, una intensa rabia ardía silenciosamente en su interior.

—Déjame preguntarte esto. —Por sus labios sonrientes pasó una voz lo suficientemente fría como para bajar la temperatura de la habitación por debajo del punto de congelación. Este príncipe de siete años tenía el control total del ambiente—. ¿Qué has hecho por el país para merecer tales lujos?

Cuando el padre de Herscherik se vio obligado a ocupar el trono, cuando le habían robado a toda su familia y se vio impotente para hacer algo más que sufrir en silencio mientras sus allegados eran amenazados… ¿Qué había hecho entonces este vizconde Galton?

—¿Qué has hecho además de esconderte detrás de Barbosse mientras te dabas el gusto? —La pregunta de Herscherik fue una condena—. ¿En qué te basas para desprestigiar a mi padre y a la familia real, tú, que robaste el dinero de los impuestos del pueblo mientras no hacías más que congraciarte con los de arriba?

El vizconde Galton se puso rojo de ira cuando se acercó a Herscherik y levantó la mano. Herscherik se cubrió instintivamente la cara con los brazos al tiempo que era derribado al suelo, junto con su silla.

—¡Pequeño mocoso! Intento comportarme lo mejor posible y mira lo que consigo —gritó el vizconde, asomándose a Herscherik en el suelo. Luego se volvió hacia el usurero—. ¡Tú ahí! ¡Toma al Hechicero!

—Buena idea. El Séptimo Príncipe es un fracasado sin magia propia. No debería ser difícil ponerlo bajo un hechizo. Todo lo que tenemos que hacer es asegurarnos de que esté inconsciente. —El usurero hizo una cruel mueca, y el vizconde Galton se unió a él.

—Mientras tenga a este príncipe bajo mi mando, incluso yo podría…

—¿Gobernar el país desde las sombras como Barbosse? —Herscherik interrumpió al vizconde mientras se incorporaba, frotándose el brazo—. Nunca serías capaz de ocupar el lugar de Barbosse. Él era al menos… —Herscherik le dedicó al vizconde una radiante y angelical sonrisa—. Al menos era increíblemente hábil, capaz y astuto. Alguien como tú, que se deja llevar por la nariz por los usureros y no puede hacer otra cosa que secuestrar y amenazar a un niño… No serías capaz de seguir sus pasos ni aunque lo intentaras durante diez mil años.

Al momento siguiente, Herscherik se tiró al suelo. Al mismo tiempo, la puerta se abrió de golpe y una violenta ráfaga atravesó la habitación. El vizconde Galton se protegió la cara. Cuando la ráfaga se calmó, el vizconde echó un vistazo a la habitación y se quedó atónito. El usurero y sus hombres estaban inconscientes en el suelo, sin mover un músculo. Pero eso no era todo: junto al usurero había un hombre que sostenía un bastón tan largo como su altura, y entre el vizconde y el príncipe había un hombre de pelo oscuro vestido de negro.

—¡¿Quiénes son ustedes?! —gritó el vizconde.

—Hersche, ¿estás bien? —El hombre vestido de negro ignoró por completo al vizconde y se dirigió a Herscherik.

—Me golpeé el brazo con algo, pero estoy bien. Gracias por preocuparte. Has llegado antes de lo que esperaba. Gracias a ti también, Ao —dijo Herscherik mientras el hombre vestido de negro -Kuro- le ayudaba a levantarse. Ao se limitó a asentir.

—¡¿Cómo has entrado aquí?! ¡¿Qué pasó con los guardias?!

—Fueron a ver el fuego, y supongo que ahora estarán descansando en el césped —respondió una voz de mujer a Galton. La fuente de la voz entró entonces en la habitación.

—¡Kurenai!

—Me alivia ver que está a salvo, Alteza —respondió Kurenai con su habitual sonrisa.

Aunque Herscherik tenía todo tipo de cosas que quería preguntar, lo primero era controlar la situación.

—Kuro, captura al vizconde… No lo mates, ¿vale? No se librará de esto tan fácilmente —dijo Herscherik a su mayordomo, cuyos ojos carmesíes ardían de sed de sangre.

—Entendido… —Kuro respondió tras una breve pausa.

Kuro sujetó inmediatamente al vizconde Galton, aunque Herscherik fingió no ver la patada ‘accidental’ de Kuro en el estómago del vizconde.

♦ ♦ ♦

—Tengan piedad… Por favor, ¡tenga piedad! —suplicó el vizconde atado, postrándose frente a Herscherik, quien había vuelto a tomar asiento en la silla. La policía, con la que se había contactado en secreto para evitar una escena, hacía tiempo que había detenido al usurero y a sus hombres, dejando sólo al vizconde.

—Mira aquí… —Herscherik dijo con cansancio mientras el hombre de mediana edad suplicaba por su vida, con lágrimas y mocos corriendo por su cara—. Ya te di una oportunidad, ¿no?

Incluso si confiscaran todos los bienes del vizconde, no habría sido suficiente para cubrir lo que había robado. A pesar de ello, le habían dejado la cantidad mínima de dinero necesaria para llevar una vida medianamente cómoda después de que Herscherik hubiera desenmascarado sus crímenes. Incluso se le había permitido mantener su título de vizconde, así como su trabajo en el castillo -aunque en un departamento diferente-, lo que le garantizaba una fuente de ingresos incluso después de que terminara su arresto domiciliario.

No todos los que habían apoyado a Barbosse lo habían hecho por su propia voluntad; algunos simplemente habían sido asustados para que se sometieran. Sin embargo, un crimen es un crimen. Por el bien de todos los que habían sentido que no tenían otra opción, Herscherik se había encargado de que Galton y otros tuvieran fondos suficientes para mantenerse. De ese modo, si cambiaban de opinión y trabajaban lo suficiente, podrían volver a ascender a su antigua posición algún día.

Por supuesto, algunos de los secuaces de Barbosse habían sido condenados a la pena capital. Pero, en última instancia, la familia real también era responsable de no haber controlado a Barbosse y sus seguidores. Así que, aunque el propio Herscherik se daba cuenta de que posiblemente estaba siendo demasiado indulgente, seguía dando a las personas que se habían manchado las manos la oportunidad de arrepentirse.

Este hombre, en cambio, no había captado nada de eso, ni siquiera lo había intentado.

—Por favor, mi querido y amable príncipe. Se lo ruego. Tenga piedad.

Algunas personas podían dar un giro a sus vidas, pero por muy desafortunado que fuera, también había quienes no podían hacerlo. El hombre que se arrastraba ante él pertenecía a esta última categoría. Esta era la realidad, pensó Herscherik, y sintió que le dolía el corazón.

—No soy amable, en absoluto. Piénsalo. —Las palabras de Herscherik eran desapasionadas, suprimiendo sus propias emociones mientras hablaba—. Si yo fuera el príncipe complaciente y misericordioso al que estás suplicando, no los hubiera perseguido a todos para empezar.

Para Galton, esta afirmación bien podría haber sido una sentencia de muerte.

—Tú mismo perdiste la oportunidad que te di.

Al oír esto, el vizconde tiró la cabeza al suelo y soltó un grito enloquecido. Herscherik lo observó en silencio, sin apartar la vista, con aspecto de intentar contener las lágrimas. Kurenai y Ao se limitaron a observar al príncipe en silencio desde la distancia.

♦ ♦ ♦

Después de atar todos los cabos sueltos y de recibir una reprimenda de sus dos hermanos mayores -así como un prolongado sermón de su mayordomo-, Herscherik se sentó cansado en su sofá favorito junto a la ventana cuando se acercaba la noche.

Vaya… El día de hoy fue muy largo… No es que haya planeado ser secuestrado o algo así, ya sabes… Herscherik refunfuñó internamente. Tendré que tener más cuidado la próxima vez. Sí… Me arrepiento un poco de cómo manejé eso.

Pensó en que, si Kuro pudiera oírle, le habría dado otro largo sermón sobre cómo se estaba arrepintiendo de lo que había hecho. Inclinándose hacia atrás, Herscherik respiró profundamente un par de veces. Luego dirigió su mirada a la ventana y observó las estrellas que brillaban en el cielo nocturno. Finalmente, se apartó de la vista y le dedicó una sonrisa a la persona que lo acompañaba.

—Gracias por venir a salvarme, Kurenai.

—No hice mucho —ella respondió mientras permanecía de pie.

Actualmente, Kurenai era la única persona en la habitación de Herscherik, además del propio príncipe. Oran había ido a informar del incidente a la policía y luego se dirigió a su casa, y Shiro ya había regresado a sus propios aposentos. Ao se había retirado a su habitación antes de que alguien lo descubriera, y Kuro había ido a olfatear los últimos restos de la organización criminal del usurero, sólo para estar seguro.

—Pero no sólo rastreaste a los secuestradores, sino que incluso ideaste una estrategia para rescatarme. Nunca hubiera esperado que pudieras hacer todo eso —dijo Herscherik con admiración, pensando en la estrategia en cuestión que Kurenai le había contado después del hecho.

En primer lugar, les había mostrado al grupo la mansión. Luego, Ao utilizó su magia de investigación para descubrir cuántas personas había en la mansión y dónde estaban. Siendo un experto en magia de viento, Ao también era competente en el campo relacionado de la magia de investigación.

Tras saber cuánta gente había dentro, se dividieron en dos grupos, con Oran y Shiro por un lado y Kuro, Kurenai y Ao por otro. Oran y Shiro se dirigieron a la parte trasera de la casa, donde Shiro levantó una barrera que cubría el terreno, impidiendo que el sonido se escapara y también impidiendo que nadie más entrara. A continuación, encendió un pequeño fuego. Shiro procedió a atrapar a cualquiera que se acercara a apagar el fuego dentro de las barreras insonorizadas mientras Oran los dejaba inconscientes. De este modo, se encargaron de todos los que se acercaron a ver lo que ocurría fuera, uno por uno.

Kuro, Kurenai y Ao se infiltraron en la mansión mientras los de adentro estaban distraídos por el fuego, eliminando a los guardias que se perdían mientras se dirigían a la habitación donde estaba retenido Herscherik. En un golpe de suerte, se encontraron con el Hechicero en su camino; Kuro lo sometió inmediatamente. Ao utilizó entonces su magia de viento para llevar su voz hasta Herscherik e informarle del plan.

Herscherik hizo lo que se le dijo, provocando al vizconde y creando una situación en la que podía cubrirse en el suelo sin levantar sospechas. En el momento en que Herscherik cayó al suelo, Ao activó su magia de viento para asegurarse de que ninguno de los hombres del vizconde pudiera ver nada. Después de eso, fue sencillo para él y Kuro acabar con el usurero y sus socios.

Como resultado, habían conseguido capturar a todas las personas de la mansión, sin matar a nadie ni permitir que nadie escapara. Si sólo hubieran estado ahí los hombres al servicio de Herscherik, probablemente habrían carecido de la mano de obra necesaria para que todo saliera tan bien. Manteniendo los disturbios al mínimo, habían conseguido evitar que la fiesta de la cosecha se viera afectada negativamente también.

En realidad, Herscherik no esperaba que Kurenai acudiera en su ayuda. Supuso que ella se limitaría a informar a sus hombres del secuestro, y entonces podría simplemente ganar tiempo mientras esperaba que vinieran a salvarlo.

—Su Alteza, ¿me permite hacer una pregunta? —preguntó Kurenai al impresionado Herscherik. No llevaba su habitual sonrisa tranquila, sino que miraba al príncipe con expresión seria.

—¿Eh? Claro, si es algo que puedo responder —respondió Herscherik.

—¿Por qué acompañaste a esos hombres? Cuando estaban a punto de llevarte, ¿no podías simplemente haber levantado la voz para protegerte?

—Pero si lo hiciera, podría haber puesto en peligro a Risch y a la gente del pueblo —Herscherik respondió a la punzante pregunta de Kurenai con un triste suspiro—. En parte es culpa mía por ser descuidado. Nunca esperé que alguien fuera tan estúpido como para hacer algo así a plena luz del día y a la intemperie, con la fiesta de la cosecha a la vuelta de la esquina, incluso si lo acosaban los usureros.

—¿Alguna vez piensa en sí mismo, Su Alteza?

Todos los individuos poderosos y de alto rango que Kurenai había conocido siempre habían priorizado su propia seguridad por encima de todo lo demás, y nunca dudarían en utilizar o herir a otros para conseguirlo. Se dio cuenta de que el príncipe que tenía delante era diferente.

—¿Eh? Hmm… —Herscherik pensó largo y tendido—. Para ser totalmente sincero, todo esto da bastante miedo, y no me gusta que me hagan daño. Por mucho que odie decirlo, soy débil, y no tengo medios para defenderme.

Sintiéndose patético por su impotencia, Herscherik esbozó una triste sonrisa.

—Entonces, ¿por qué sigues visitando el pueblo así?

Kurenai era consciente de que Herscherik no pensaba como los demás niños de su edad, y que no era tan optimista como para engañarse pensando que nunca sufriría ningún daño. Así que Kurenai no podía entender por qué se lanzaba de cabeza al peligro de esa manera.

La triste sonrisa de Herscherik no se había borrado.

—Salgo para sentir que lo que hago no es en vano.

El hecho de ver a los habitantes del pueblo sonreír fue suficiente para que todo valiera la pena. La visión le convencía de que todo lo que había hecho no había sido en vano, y que aquellos que había perdido como resultado de su propia impotencia no habían muerto en vano. Aunque sólo fuera por un momento, llenaría el vacío de su corazón.

—Kuro y los demás se enfadan conmigo, pero no puedo dejarlo. Es gracias a todo el mundo que soy capaz de trabajar tan duro como lo hago. Puede que sea un poco egoísta, pero esa es la fuente de mi motivación —explica Herscherik con desparpajo.

—No es la única razón, ¿verdad? —Kurenai siguió indagando. Aunque Herscherik afirmaba que era sólo por su propio bien, Kurenai no podía evitar sentir que había algo más.

Los ojos de Herscherik se abrieron ligeramente por la sorpresa, pero rápidamente se relajó de nuevo.

—No puedo ocultarte nada, ¿verdad? —dijo mientras se encogía de hombros—. Si ando por la ciudad como siempre, ayuda a que todos se sientan seguros.

Herscherik, un joven y vulnerable príncipe, se paseaba solo, sin acompañantes ni siquiera un arma para protegerse. En otras palabras, era la prueba de que este país era lo suficientemente seguro como para que un niño saliera a la calle solo. Herscherik pensó que esto ayudaría a infundir una sensación de seguridad en la gente del pueblo. Si eso era suficiente para que se sintieran seguros, exponerse al peligro era un pequeño precio a pagar.

—Amo este país, donde todo el mundo puede tener una sonrisa en los labios, y quiero protegerlo —continuó Herscherik, cuya expresión triste se había convertido en una suave sonrisa—. Kurenai… hasta hace poco, todo el mundo en la ciudad parecía siempre muy sombrío.

Cuando Barbosse aún controlaba el país desde las sombras, los habitantes de Greysis pasaban sus días con miedo a lo que pudiera traer el mañana. Pero ahora, el país estaba empezando a cambiar.

—Por fin puedo ver a la gente con expresiones más alegres. Es como si ahora todos tuvieran esperanza en el futuro —Herscherik imaginó a los sonrientes habitantes del pueblo en su cabeza mientras continuaba—. Tengo más miedo de perder sus sonrisas que de resultar herido. Tengo mucho más miedo de que les hagan daño. Por eso quiero protegerlos con todo lo que tengo. Bueno… eso es lo que me digo a mí mismo, al menos. Al final, supongo que es sólo para mi propia satisfacción. ¿Responde a tu pregunta?

Herscherik miró inquisitivamente a Kurenai, que fue incapaz de dar una respuesta. El príncipe afirmaba que actuaba por puro egoísmo, pero al haber pasado el día en la ciudad con él, Kurenai sabía que había algo más que eso. Cada vez que saludaba a la gente del pueblo, les hablaba o les saludaba, todos respondían con brillantes sonrisas. No había ni rastro de preocupación en sus rostros.

Dice que es por él mismo, ya que se sacrifica por el bien de los demás… Esa es la naturaleza de este príncipe. Habiendo llegado a una conclusión en su cabeza, Kurenai pudo sentir que la tensión en su cuerpo se disipaba, y dio su habitual -no, una sonrisa aún más suave que la habitual-.

—Es usted una persona curiosa, Su Alteza.

—Es la segunda vez que me dices eso hoy —Al ver que Kurenai volvía a su encantadora sonrisa habitual, Herscherik se echó a reír.

Mientras observaba al príncipe, Kurenai susurró algo en voz demasiado baja para que Herscherik pudiera oírlo.

—¿Eh? —Herscherik lanzó a Kurenai una mirada curiosa, pero ella negó con la cabeza como respuesta.

—No, no es nada. Gracias por hablar conmigo. Me voy a ir ahora.

Sin dejar de mirarla con curiosidad, Herscherik la vio inclinarse una vez antes de darse la vuelta y salir de la habitación. Fuera, Kurenai caminó sola por el oscuro pasillo. Una vez que estuvo a cierta distancia de la habitación del príncipe, se perdió en sus pensamientos.

—Tal vez podría ser…

El resto de su murmullo se perdió en la oscuridad del pasillo.

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