Herscherik – Vol. 5 – Capítulo 8: La traición, el genio y la venganza

Traducido por Shisai

Editado por Sakuya


La fiesta de la cosecha de Greysis había concluido sin incidentes, y todos los visitantes extranjeros de la capital estaban ahora ocupados con el proceso de regreso a casa. Los dos invitados de Herscherik también habían aprovechado esta oportunidad para marcharse con seguridad.

—Alteza, muchas gracias por todo lo que ha hecho por nosotros —dijo Kurenai, quien acababa de hacer la maleta. Le hizo una profunda reverencia a Herscherik.

—Ni lo menciones. En todo caso, has hecho más por ayudarme —respondió Herscherik.

Gracias a Kurenai, Herscherik había avanzado mucho en la revisión de los documentos anteriores, y las próximas propuestas de proyectos de cada departamento se desarrollaban sin problemas. Al estar tan adelantado, Herscherik pudo relajarse por una vez; utilizó su tiempo libre para examinar a fondo las propuestas de proyectos, lo que le permitió hacer preparativos en caso de que algo saliera mal. Nada de esto habría sido posible sin Kurenai.

Los oficinistas del castillo ya estaban al límite debido a la pérdida de personal y a la reestructuración que había tenido lugar desde la reciente batalla. Trabajar en esas condiciones tenía que ser agotador, tanto física como mentalmente. Herscherik había querido hacer todo lo posible para reducir la carga de trabajo del personal, y se alegraba de haber podido ayudarles, aunque fuera un poco.

Kurenai le dedicó al alegre príncipe su habitual sonrisa.

—Bueno, entonces iré a despedir a Kurenai —dijo Oran, interrumpiendo el suave ambiente. Iba vestido con ropa sencilla e informal.

—Gracias, Oran. Cuento contigo —respondió Herscherik.

Kurenai y Ao partirían por separado antes de reunirse con un mercader que Herscherik había dispuesto para que los esperara fuera de la capital. Habían decidido separarse porque viajar en grupos más pequeños facilitaría el manejo de cualquier problema que pudiera surgir. Ao partiría un poco más tarde con Kuro, tomando las callejuelas menos concurridas.

—Estoy seguro de que estarás bien, pero cuídate, Oran —dijo Herscherik.

—No te preocupes, ¡lo tengo controlado! —respondió el caballero con una sonrisa.

Mientras Kurenai miraba en silencio, Ao se acercó a ella y le tomó la mano.

—Nos volveremos a ver, ¿verdad? —preguntó Ao mientras tomaba la mano de Kurenai. Su voz delataba una gran ansiedad para una persona tan normalmente estoica.

Kurenai mantuvo su habitual sonrisa mientras le respondía con un tranquilo asentimiento.

—Siento arruinar el ambiente aquí, pero ya es hora de irnos —dijo Oran, luchando por decidir hacia dónde debía mirar en ese momento.

La mujer se apartó de Ao y volvió a hacer una profunda reverencia a Herscherik.

—Lo dejaré a su cuidado, Su Alteza.

Herscherik respondió con un firme asentimiento.

En ese momento, no pensó mucho en el significado de las palabras de Kurenai. Sólo más tarde descubriría lo que ella había querido decir realmente.

Kurenai y Oran salieron de la habitación de Herscherik, pasaron por una de las puertas traseras del castillo y avanzaron por la concurrida calle principal de la ciudad. Oran se aseguró de vigilar sus alrededores, pero de repente sintió que alguien le agarraba del brazo. Dejó de caminar y miró hacia atrás para ver a Kurenai, cuya capucha le tapaba la cara mientras miraba hacia abajo.

—Kurenai, ¿pasa algo?

—Lo siento mucho, Sir Octavian, pero creo que el calor y la multitud han sacado lo mejor de mí… —Kurenai dijo débilmente. Hacía una mueca como si estuviera luchando contra las náuseas y se llevaba la mano a la boca.

Era una tarde sin nubes, tan calurosa como un día de verano, y aunque alguien tan en forma como Oran podría haberlo soportado, una mujer con un abrigo con capucha con este tiempo debía ser prácticamente asfixiante.

—Usemos un camino lateral sombreado en su lugar, ¿de acuerdo? —sugirió Oran mientras dejaban la vía principal.

Se metieron en un callejón casi desierto donde los edificios circundantes tapaban el sol, haciéndolo notablemente más fresco que la calle principal. Después de caminar unos minutos, Oran oyó un golpe detrás de él. Al volverse, encontró a Kurenai apoyada en un edificio mientras se deslizaba lentamente hacia el suelo.

—¡¿Kurenai?!

Oran corrió frenéticamente hacia ella, se arrodilló y extendió la mano para apoyarla. Sin embargo, al hacerlo, Kurenai extendió la palma de la mano justo delante de la cara de Oran. En el momento en que el caballero vio el colgante de cristal púrpura que se balanceaba en la palma de Kurenai, se dio cuenta de su propio error.

Antes de que Oran tuviera la oportunidad de alejarse de ella, el cristal empezó a brillar. Intentó protegerse los ojos con el brazo, pero ya era demasiado tarde: una repentina somnolencia le asaltó y tropezó con la pared, incapaz de mantener el equilibrio. En circunstancias normales, el dolor del golpe lo habría despertado, pero sus párpados seguían pesados mientras luchaba contra la somnolencia que se había apoderado de él.

Ella… me atrapó… Oran se lamentó en silencio, dándose cuenta de que había sido víctima de la Magia de Manipulación.

No poseía mucha Magia Interior. Aunque, a diferencia de Herscherik, tenía una pequeña cantidad que le permitía lanzar hechizos muy simples, no era suficiente para protegerse eficazmente de la Magia de Manipulación. Aun así, todo lo que tenía que hacer como caballero era eliminar a cualquier hechicero enemigo antes de que tuviera la oportunidad de atacar. Como el éxito de la Magia de Manipulación dependía en gran medida de la fortaleza mental del objetivo, su debilidad ante la magia no era precisamente fatal. Oran era capaz de rechazar la mayoría de los hechizos normales utilizando únicamente su fuerza de voluntad.

Por desgracia, esta vez lo había sorprendido Kurenai, en quien confiaba, y el hechizo era lo suficientemente fuerte como para ignorar la poca magia interior que poseía. Su somnolencia amenazaba con dormirle en cualquier momento. Oran podía sentir que empezaba a perder la conciencia.

—¡Kure…nai…! —gritó, manteniendo sus pesados párpados abiertos con pura fuerza de voluntad. 

Sorprendido de que Oran siguiera despierto, Kurenai se arrodilló a su lado y habló.

—Lo siento mucho, Sir Octavian. No te preocupes, este hechizo sólo pone al objetivo a dormir. No lo dañará físicamente, y no tiene efectos secundarios persistentes.

—¿Qué… estás…? —Oran intentó preguntar qué estaba planeando, pero no logró completar su frase. Kurenai, sin embargo, entendió lo que intentaba decir y le devolvió la pregunta con una sonrisa preocupada.

—Por favor, cuida de él, de Gale. Tengo algo que hacer.

Oran se sintió confuso al oír este nuevo nombre que nunca había escuchado, pero no tenía tiempo para reflexionar ahora. Extendió la mano para intentar agarrarla, pero ella se levantó antes de que su mano pudiera alcanzarla, y Oran acabó agarrando el aire.

—Espe-

—Me gustaría… —Kurenai interrumpió a Oran tratando de detenerla. Le habló sin su habitual sonrisa suave ni su expresión preocupada de antes. En cambio, estaba al borde de las lágrimas.

Kurenai le dio la espalda a Oran, y el caballero no pudo hacer otra cosa que verla marchar mientras su visión se volvía más borrosa cada segundo. Su cuerpo se negaba a escucharle, y sentía como si le apretaran la cabeza con gran fuerza. Sabía que, si cerraba los ojos, podría escapar de su sufrimiento.

Oran se mordió el labio, y el dolor le devolvió la conciencia por un momento mientras el sabor de la sangre le llenaba la boca, pero la somnolencia lo abrumó rápidamente una vez más.

Sin dudarlo, Oran agarró inmediatamente el cuchillo que siempre llevaba y se lo clavó en el brazo.

♦ ♦ ♦

Tras dejar atrás a Oran en el callejón, Kurenai continuó rápidamente por caminos apartados para no llamar la atención. Al cabo de un rato, llegó al lugar acordado, donde la esperaba un carruaje. Subió a bordo y se quitó la capucha.

—Siento haberle hecho esperar —dijo con una sonrisa al hombre sentado frente a ella. El hombre, Thomas Rosseholm, asintió exageradamente al responder.

—Sí, ciertamente lo hiciste. ¿Te han seguido?

Kurenai negó con la cabeza, manteniendo su sonrisa sin ningún atisbo de ofensa.

—No.

—Bien. Partamos, entonces.

Aunque se sintió molesto por la sonrisa misteriosamente firme de Kurenai, Thomas ordenó al cochero que se pusiera en marcha.

♦ ♦ ♦

Al oír el informe, Herscherik se quedó momentáneamente paralizado por el shock. Entonces corrió hacia su caballero de servicio, el cual había regresado con la ayuda de dos soldados. Su brazo estaba envuelto en un paño que se iba manchando de rojo más a cada momento. Estaba claro que la mancha roja era la propia sangre de su caballero.

—¡¿Oran?!

—Lo siento… Yo… fui descuidado… —Oran dijo débilmente a su maestro—. Necesito… hablar… a solas…

Kuro entró en acción antes de que Herscherik pudiera dar la orden. Despidió a los soldados que habían traído a Oran hasta aquí, ordenando que no dijeran a nadie lo que había pasado, antes de coger un botiquín y arrodillarse junto a Oran.

—¡Tenemos que atender tu herida de inmediato! —gritó un pálido Herscherik, mientras Kuro retiraba el paño empapado de sangre y estudiaba la herida.

—¿Lo has hecho tú mismo? —preguntó Kuro, mirando a Oran. Se basó en la limpieza de la herida, en el hecho de que no se había lastimado ninguna arteria y en su ubicación en el brazo no dominante de Oran.

—No puedo permanecer despierto… sin dolor… —dijo Oran mientras jadeaba a intervalos cortos.

—Es magia del sueño —dijo Shiro, frunciendo el ceño mientras observaba el forcejeo de Oran antes de alargar la mano para investigar el hechizo que le habían lanzado.

—¿Puedes quitarselo, Shiro? —preguntó Herscherik frenéticamente.

—Es peligroso deshacer por la fuerza un hechizo que ya está afectando la mente de alguien. Además, no soy muy bueno con la Magia de Manipulación… —Shiro se interrumpió mientras su bello rostro se torcía en un ceño.

Herscherik sabía a qué se refería Shiro. La Magia de Manipulación fue traumática para él, ya que una vez alguien en quien confiaba resultó haber estado alterando sus recuerdos durante un largo período de tiempo en un intento de controlarlo. Ahora Shiro prefería no tratar con la Magia de Manipulación en absoluto si podía evitarlo.

—Aun así, puedo reducir temporalmente los efectos del hechizo.

Tras ver que Herscherik hacía una mueca de dolor, Shiro soltó un pequeño suspiro, puso su mano en la frente de Oran y empezó a recitar un conjuro. Su pelo blanco empezó a brillar con un tenue color púrpura, y la respiración de Oran se estabilizó un poco.

—Voy a tratar la herida ahora. Sólo trata el dolor.

—No… te preocupes… Necesito el dolor… para estar despierto…

Kuro sacó un trozo de tela y lo envolvió con fuerza alrededor del brazo de Oran para detener la hemorragia.

—Oran, puedes agarrarte a mi mano tan fuerte como quieras —dijo Herscherik, agarrando la mano dominante de Oran.

Kuro ató el trozo de tela alrededor de la parte superior del brazo de Oran para detener el flujo de sangre mientras empezaba a tratar la herida. Shiro seguía recitando su conjuro, con el rostro marcado con más arrugas de lo habitual. Herscherik no podía hacer otra cosa que mirar en silencio mientras soportaba el dolor de Oran al agarrar su mano.

—Hersche… —Oran dijo con voz tensa, claramente todavía con dolor a pesar de la magia de Shiro. Herscherik agarró la mano de Oran a su vez, como para recordarle su presencia.

—Oran, puedes ser breve. Explica lo que pasó.

El tratamiento de Kuro era sólo una medida provisional. Oran necesitaba ser tratado por un médico, y luego requeriría reposo. Pero no podía relajarse todavía, no cuando había llegado tan lejos para informar de lo que había sucedido a su amo, o su sufrimiento habría sido en vano.

—Fue… Kurenai…

Oran explicó lo que había sucedido en fragmentos, mientras fruncía el ceño de forma intermitente y luchaba contra su somnolencia: cómo Kurenai había utilizado el hechizo de sueño con él, cómo se había desvanecido después, así como la forma en que no lucía como siempre cuando se separaron.

—Lo… siento… —dijo Ao de repente, habiendo sido incapaz de hacer nada más que mirar desde la distancia hasta ahora.

—¿Ao? —dijo Herscherik, aún sosteniendo la mano de Oran, mientras volvía sus ojos hacia el hombre bestia.

Ao bajó la vista, evitando la mirada de Herscherik.

—Esta magia sólo obliga al objetivo a dormir. Por lo que sé, no supone ninguna amenaza física.

Un camarada de Kurenai especializado en magia le había dado este objeto para su propia protección. Podía activarse simplemente imprimiéndole magia, y era famoso por su rápido tiempo de activación y su eficacia.

—Este ‘Gale’…del que habló… Eres tú… ¿no es así…?

Ao no lo negó.

—Lo siento de verdad —dijo Ao, antes de callar, simplemente quedándose en su sitio.

—Ao… ¿Te estás disculpando porque ella es ‘el mayor tesoro de Felvolk’? —dijo Herscherik, soltando la mano de Oran y poniéndose en pie.

Ao miró sorprendido a Herscherik.

—¿Tú… lo sabías?

—Lo siento, pero me tomé la libertad de investigarte. Había demasiadas cosas sobre ustedes que no cuadraban.

Herscherik no había podido deshacerse de la extraña sensación que había tenido sobre la pareja, y había pedido a Kuro que investigara su historia. El mayordomo había descubierto que recientemente se había producido un conflicto interno en Felvolk en el que la unidad perteneciente al genio táctico conocido como el Mayor Tesoro de Felvolk, había sido aniquilada. El táctico en cuestión había desaparecido.

La línea de tiempo coincidía con el momento en que Kurenai y Ao habían llegado a Greysis. Además, si Kurenai era la estratega en cuestión, eso explicaba sus habilidades. Herscherik había logrado vislumbrar sus talentos estratégicos cuando fue secuestrado, aunque fuera por accidente.

Los dos debían, por una u otra razón, haber huido de Felvolk y se dirigieron a Greysis. Era poco probable que Felvolk dejara escapar su ‘Mayor Tesoro’ tan fácilmente, y si sabían que ella viajaba con un hombre bestia probablemente asumirían que escaparía a la Confederación Lustiana, por lo que reforzarían esa frontera en consecuencia. Pero una táctica tan hábil habría anticipado ese movimiento, y en su lugar huiría a un lugar que Felvolk no esperaba: Greysis.

—Si hubieras salido tranquilamente de este país hacia la Confederación sin incidentes, no habría dicho nada ni presionado el asunto —explicó Herscherik.

Mientras no sacaran el tema ellos mismos, Herscherik había planeado guardar silencio sobre sus identidades. Creía que era lo mejor para ambas partes.

—Pero ahora que hemos llegado a esto, lo explicarás, ¿no? —dijo Herscherik en voz baja, pero con firmeza.

Ao cerró los ojos y permaneció en silencio durante unos instantes, antes de armarse de valor y abrir tanto los ojos como la boca.

—Mi nombre es Gale. Era el capitán de la unidad de esclavos de batalla de Felvolk. Ella, Alterisse Danvir, nos servía de táctica, y era la genio conocida como el Mayor Tesoro de Felvolk. Tal y como has adivinado, huimos de Felvolk.

♦ ♦ ♦

Ao/Gale se encontró por primera vez con ella cuando tenía catorce años, antes de que se le conociera como el Mayor Tesoro de Felvolk.

—Hola a todos. Mi nombre es Alterisse Danvir. A partir de hoy estaré al mando de esta unidad. Es un placer conoceros a todos —había dicho la chica de pelo carmesí y ojos oscuros mientras se inclinaba ante el grupo de hombres que la doblaban en edad y tamaño.

En su visita a los barracones de los esclavos de batalla -una estructura de una sola planta tan deteriorada que apenas podía considerarse un edificio real-, la chica se limitó a sonreír mientras se bañaba en las miradas asesinas de los esclavos de batalla.

—A partir de ahora, sus vidas estarán en mis manos.

Debido a la Marca de la Servidumbre, el estado de Felvolk ya controlaba la vida de cada esclavo que se presentaba ante ella. Si se les ordenaba luchar, luchaban; si se les ordenaba morir, no tenían más remedio que hacerlo. En el momento en que la Marca de la Servidumbre fue grabada en sus pechos, habían perdido su orgullo como hombres bestia.

Gale observó a la joven táctica y a sus camaradas hostiles desde la distancia.

Así que ese es nuestro nuevo comandante, eh.

Su anterior comandante había sido sustituido tras sufrir importantes bajas durante la última batalla de la unidad. El anterior comandante había culpado a los esclavos de la pérdida mientras cotilleaba alegremente sobre su sustituto.

La nueva comandante se había graduado en la academia militar, una hazaña que normalmente tardaba ocho años en completarse, lo hizo en la mitad del tiempo habitual. Sin embargo, no tenía experiencia real en la batalla y era hija de la deshonrada casa Danvir.

La casa Danvir había sido una vez una familia prestigiosa que había producido muchos tácticos de talento a lo largo de las generaciones. Pero eso fue antes de que el jefe de la casa sufriera una gran pérdida durante una importante batalla que acabó con una aplastante derrota del ejército, antes de ser finalmente asesinado él mismo. Como resultado, la casa Danvir, sin herederos, había caído en la ruina. La hija de esta casa, en otro tiempo distinguida, todavía una niña, no había sido más que un problema para el ejército. Gale comprendió que la muchacha había sido obligada a ocupar su posición actual por alguien de mayor rango.

Gale no se sintió ni emocionado ni abatido al darse cuenta, de hecho, no sintió nada en absoluto.

No es que vaya a cambiar algo. Seguirían obligados a luchar hasta el día de su muerte, como siempre.

Sin embargo, la predicción de Gale resultó estar muy equivocada. Alterisse sólo les dio dos órdenes: obedecer siempre su mandato y no renunciar nunca a vivir.

Sus estrategias les llevaban a la victoria en un campo de batalla tras otro, casi como si conociera el resultado de antemano, con tan pocas pérdidas que resultaba inútil intentar compararla con cualquier comandante anterior. Al cabo de unos meses, ningún miembro de la unidad seguía mirándola con desprecio, y sus miradas habían pasado de ser hostiles a estar desconcertadas.

—Ahora, para la próxima batalla… —Alterisse explicó su situación actual y predijo la ubicación del enemigo, su número, así como todos los movimientos que harían. Continuó explicando la estrategia que había desarrollado para contrarrestar todo esto.

A pesar de estar constantemente en inferioridad numérica, utilizaba tácticas como emboscadas y trampas para cambiar el rumbo de la batalla a su favor, lo que se traducía en una victoria tras otra.

—La unidad que se esconde aquí debe atacar al enemigo por detrás a mi señal. ¿Alguna pregunta? —dijo con una sonrisa. Los esclavos se miraron entre sí antes de volverse hacia su capitán. Al ver sus miradas, Gale abrió lentamente la boca.

—¿Por qué siempre usas esas tácticas indirectas?

—¿Dices que es una vuelta de tuerca? —Alterisse le miró extrañada, manteniendo su sonrisa.

—Cualquier otro comandante nos enviaría al frente para luchar hasta la muerte.

Se les enviaba directamente a la batalla sin explicaciones, sin pensar en nada más que en matar a los enemigos que tenían delante, sin saber siquiera a cuántos soldados enemigos se iban a enfrentar. Sin embargo, desde que apareció esta nueva táctica, recibieron información anticipada y, al luchar y coordinarse según sus estrategias, consiguieron minimizar sus pérdidas. A menudo, incluso salían de la batalla sin sufrir una sola herida grave.

—Tus antiguos comandantes eran todos unos incompetentes. Tontos, todos ellos —escupió Alterisse con despreocupación, sin dejar de sonreír—. Son esclavos de batalla.

Esta afirmación hizo resurgir la hostilidad de los esclavos. Pero incluso mientras se bañaba en miradas hostiles, su sonrisa no vaciló ni un momento.

—Repito. Ustedes son esclavos de batalla. Son nuestros activos militares más preciados. Nunca encontrarán una unidad tan confiable como ésta, no importa dónde busquen.

—¿Confiable…? —preguntó uno de los miembros, confundido, a lo que Alterisse asintió.

—Estoy convencida de que poseen la destreza de lucha de una escuadra muchas veces mayor que ésta.

Los hombres bestia eran físicamente más fuertes que los humanos, para empezar, y había muchos que también destacaban en la magia. Su mayor debilidad era que sus carencias también solían ser más extremas en comparación con los humanos. A pesar de ello, podían enfrentarse fácilmente a una compañía normal con la estrategia adecuada para compensar, explicó Alterisse con su habitual sonrisa.

De repente, su expresión cambió, mientras miraba a los miembros de la unidad con una mirada penetrante.

—Tengo que hacer algo en este país. Para lograrlo, necesito un historial probado. Ustedes serán mi medio para ese fin.

Volvió a su amable sonrisa normal con tanta rapidez que su expresión feroz de hace un momento bien podría no haber existido. Miró a su alrededor en la silenciosa habitación antes de fijar su mirada en Gale.

—Dejar que el valioso poder de combate se desperdicie en una batalla tan insignificante está fuera de lugar.

No subestima la dificultad de la batalla que tenía por delante: para ella, era realmente insignificante.

—Ahora bien, ¿alguna otra pregunta? —dijo, mirando inquisitivamente a la sala una vez más. 

Nadie habló. Alterisse asintió con la cabeza mientras recogía los documentos repartidos por el escritorio y entregaba sus órdenes. 

—En ese caso, empiecen a prepararse para la batalla ahora. He oído que la lluvia puede ser bastante horrible en esta época del año, así que asegúrense de equiparse para el clima.

No recibió una respuesta afirmativa de los esclavos; al preguntar por qué, le informaron de que en realidad no tenían el equipo necesario.

—Así que ni siquiera procesan sus peticiones… Y lo mismo ocurre con los otros suministros… —Alterisse pensó unos segundos antes de continuar—. Muy bien. Por favor, déjenmelo a mí.

Alterisse abandonó entonces el cuartel. Unos días más tarde, no sólo recibieron el equipo que necesitaban, sino también alimentos, suministros médicos y mucho más.

Cuando Gale le preguntó qué había hecho para conseguir todo esto, Alterisse se limitó a sonreír y a responder: —Mi trabajo es asegurarme de que todos estén en las mejores condiciones para luchar. No te preocupes.

♦ ♦ ♦

Durante los tres años que Alterisse estuvo al mando de la unidad, no sufrieron ni una sola derrota. Por el contrario, se distinguieron en una batalla tras otra. La unidad de esclavos -junto con su comandante, Alterisse- se hizo famosa dentro del ejército.

—¡No eres más que una chica de una casa caída!

Gale se detuvo en seco al oír el insulto. Se asomó por detrás de un edificio para ver que dos hombres con uniforme militar habían arrinconado a Alterisse contra una pared.

—Si tienes un poco de suerte en el campo de batalla, se te sube a la cabeza, ¿eh? ¡Aprende tu lugar, mujer!

Los hombres le arrebataron de las manos el libro que sostenía y lo arrojaron al suelo. Sin embargo, Alterisse no mostró ningún indicio de miedo, ni se inmutó. Simplemente recogió el libro y sonrió a los hombres.

—¿Eso es todo lo que tenías que decir?

Su sonrisa, habitualmente amable y encantadora, fue nada menos que una provocación directa para el hombre que gritaba. Inmediatamente se enfureció y levantó el puño.

—¡Pequeña moza arrogante!

Sin embargo, su puño golpeó en cambio el sólido pecho de un hombre alto, y sólo acabó hiriendo su propia mano. En el momento en que parecía que Alterisse iba a ser golpeada, Gale había saltado para salvarla sin pensarlo dos veces.

—¿Gale…?

—¡Esclavo asqueroso! —gritó el hombre, ahogando a Alterisse. Agarró la espada que colgaba de su cadera y golpeó con fuerza a Gale en el hombro sin desenvainarla.

Gale hizo una mueca ante el despiadado golpe, pero no emitió ningún sonido mientras seguía protegiendo a Alterisse de sus atacantes. Se rendirían una vez que se cansaran, ésa era la única opción que tenía Gale como esclavo. La propia Alterisse le arrebató esa opción.

—¡Para! ¡Si sigues haciéndole daño, te denunciaré al inspector general! —gritó Alterisse mientras salía de detrás de Gale. Sin su habitual sonrisa, se quedó mirando a los dos hombres sin miedo.

Puede que fuera un esclavo, pero Gale seguía siendo su subordinado. Si alguien que ni siquiera era su superior le hiriese sin motivo, el inspector general se vería obligado a reprender al agresor de alguna manera.

Los hombres chasquearon la lengua y se marcharon, lanzando improperios a la pareja mientras se retiraban. Una vez que se fueron, Alterisse puso su mano en la mejilla de Gale, quien tenía una marca visible del salvaje golpe.

—¿Por qué has intervenido, Gale? —preguntó Alterisse, al borde de las lágrimas.

—No lo sé —respondió Gale con sinceridad. En el momento en que parecía que Alterisse estaba en peligro de ser golpeada, su cuerpo se había movido por sí mismo. Apretó la delicada mano en su mejilla y le preguntó a su vez: —¿Por qué vas tan lejos para protegernos?

No se refería sólo al incidente que acababa de producirse. Una y otra vez, Alterisse había trabajado para mejorar las condiciones de la unidad de esclavos. Destinaba las recompensas que recibía por sus logros a mejorar los barracones o a compensar a las familias de los soldados caídos, quedándose sólo con lo mínimo para ella. Como resultado, las condiciones de vida de los esclavos habían mejorado notablemente en comparación con antes de que ella tomara el mando.

Alterisse apartó la mirada, tratando de evitar los ojos de Gale.

—El trabajo de un oficial es proteger a sus subordinados —explicó, pero sus palabras no convencieron del todo a Gale.

—Somos esclavos. Usted misma lo dijo, Comandante.

El cuerpo de Alterisse se sacudió al escuchar las palabras de Gale; le miró rápidamente antes de bajar la mirada al suelo.

—Lo… siento…

♦ ♦ ♦

Con cada año que pasaba, Alterisse acumulaba aún más victorias, y antes de darse cuenta, había cumplido veinte años. Tras haber sido soldado desde los catorce años y no haber perdido ni una sola batalla, había llegado a ser conocida por un nombre diferente dentro del ejército: el Mayor Tesoro de Felvolk, bendecida por la Diosa de la Guerra, quien podía revertir la marea de la batalla como si se tratara de una intervención divina, sin importar lo desesperado del panorama. Por aquel entonces, no quedaba ni un solo hombre en su unidad que soñara con menospreciarla; aunque era humana, la habían aceptado como aliada, compañera de armas y una táctica genial que siempre los llevaba a la victoria.

Sin embargo, mientras acampaba en el exterior durante una batalla concreta, alguien se dio cuenta de que Alterisse había desaparecido. Uno tras otro, los miembros de la unidad expresaron su preocupación por ella antes de que sus miradas se dirigieran inevitablemente a Gale. Impulsado por sus miradas, Gale se levantó y salió en busca de su comandante.

Encontró a Alterisse sentada sola en la cima de una pequeña colina, contemplando las estrellas. Cuando Gale la conoció, sólo tenía catorce años, pero con el paso del tiempo la joven se había transformado en una mujer adulta.

Gale se quitó el abrigo, se acercó a Alterisse en silencio y se lo puso sobre los hombros.

—Gale —dijo Alterisse mientras se daba la vuelta y le dedicaba una suave sonrisa. Sus ojos bajos enfatizaban su belleza femenina.

Todo el mundo en la unidad era consciente de que Alterisse había empezado a recibir ofertas de matrimonio. Como joven y talentosa estratega, no era de extrañar que todas las casas principales de Felvolk quisieran hacerla suya. Sin embargo, ella se negaba obstinadamente a aceptar ninguna, lo que llenaba a Gale de una extraña sensación de alivio.

—La brisa nocturna es fría —dijo Gale con brusquedad, y Alterisse respondió con una sonrisa aún más brillante y alegre. Preguntándose si era el único al que sonreía así, Gale se inquietó un poco; Alterisse, sin saber lo que pasaba por la cabeza de Gale, se cubrió con el abrigo de éste como si lo abrazara.

—Gracias… Gale, he tomado una decisión. Voy a cambiar este país —dijo Alterisse mientras miraba hacia arriba, como si jurara sobre las estrellas—. Al principio, todos ustedes eran sólo un medio para conseguir un fin. Sólo los utilicé para ascender en la escala social.

Alterisse le dedicó a Gale una triste sonrisa mientras lamentaba su propia insensibilidad.

—Pero ahora, me importa más quedarme con todos ustedes —continuó—. Los quiero a todos y a cada uno de ustedes. Son la única familia que tengo ahora, después de perder la mía, y no puedo soportar ver cómo siguen siendo oprimidos como esclavos.

Alterisse apartó la mirada del cielo y volvió a mirar a Gale.

—Obligaré a este país a reconocerlos. Lo juro —concluyó, mostrando a Gale una suave sonrisa que ocultaba una resolución inimaginablemente firme.

Después de eso, los dos se acercaron rápidamente. No pasó mucho tiempo antes de que Gale comenzara a llamarla por su nombre en lugar de simplemente ‘Comandante’, y muy pronto, Alterisse fue referida como el Mayor Tesoro de Felvolk no sólo por el ejército, sino por todo el país.

♦ ♦ ♦

—Seguimos luchando y ganando durante una década después de que Alte se incorporara al ejército —explicó Gale.

Las habilidades de Alterisse no se limitaban al campo de batalla. A medida que se iba distinguiendo, su influencia dentro del ejército era cada vez mayor. Llegó a tener fama, incluso fuera del ejército, de ser una táctica genio bendecida por la propia Diosa de la Guerra, y con esa reputación llegaron poderosos partidarios.

Siguió recibiendo ofertas de matrimonio de las diez casas, que rechazó con insistencia; al mismo tiempo, luchó contra las órdenes de arriba para poder seguir comandando la unidad de esclavos de batalla. La mayoría de la gente no habría podido desafiar las órdenes de sus superiores del ejército, pero como el Mayor Tesoro de Felvolk, tenía demasiada influencia en el ejército como para que sus superiores la ignoraran, en gran parte como resultado de sus propias maquinaciones, por supuesto. También permitía a las diez casas y a sus superiores atribuirse el mérito de algunos de sus logros, y también había almacenado mucho material de chantaje por si alguna vez lo necesitaba. No lo hizo por codicia personal, sino por el bien de sus camaradas y de su país.

Es probable que los altos mandos del ejército hayan empezado a darse cuenta de lo que intentaba hacer, algo que sacudiría los cimientos del país. Intentaron alejarla de la unidad de esclavos antes de que lograra su objetivo, pero ella desviaba cada intento.

De repente, Gale dudó un momento antes de armarse de valor y continuar su relato.

—Nuestra unidad había ido subiendo de estatus dentro del ejército y se había vuelto demasiado poderosa para ser ignorada. Se nos prometió que si nos distinguíamos en una sola batalla más, seríamos liberados de la esclavitud y acogidos como ciudadanos. Pero entonces… eso ocurrió.

♦ ♦ ♦

Kurenai -o Alterisse Danvir- vio pasar el paisaje mientras salía de la capital. El carruaje en el que viajaba, preparado por las diez casas, era uno de los más caros que el dinero podía comprar, y apenas se agitaba o hacía ruido al viajar. Era un mundo de diferencia con la carreta del frutero en la que había viajado a la capital.

Mientras miraba por la ventana, Thomas Rosseholm -quien estaba sentado frente a ella- comenzó a hablar.

—Ciertamente, nunca esperé que te acercaras a mí. ¿No te gustaban esos esclavos? —dijo con cierta sorna.

—Oh, ya he entrado en razón —respondió Alterisse con una elegante e imperturbable sonrisa—. Al final, no son más que bestias, inferiores a nosotros los humanos. No pude escapar de él y me vi obligada a venir a este país. Me alivió mucho verlos aquí. Por eso…

Alterisse abandonó su habitual sonrisa amable en favor de una expresión hechizante que aprovechaba al máximo su encanto femenino mientras continuaba.

—… quiero recompensarte. Por favor, déjame ayudarte en lo que desees —susurró íntimamente, ocultando sus verdaderas intenciones tras la máscara de su sonrisa. Aparentemente satisfecho por sus palabras, el hombre respondió con una sonrisa.

Qué simplón. Todavía forzando una sonrisa, Alterisse terminó de evaluar el carácter del hombre y tuvo que evitar reírse en voz alta de lo patético que era.

Este hombre había sido el segundo de la clase de Alterisse cuando se graduó, y también había recibido una oferta de matrimonio en el pasado. La primera impresión de Alterisse había sido la de un hombre lamentable cuyas ambiciones superaban con creces sus talentos.

Era el segundo hijo de la familia Rosseholm, una de las diez casas principales de Felvolk. Había crecido comparándose constantemente con su hermano mayor, el talentoso heredero de la familia, y su personalidad estaba dominada por su sentimiento de inferioridad respecto a su hermano y la presunción engreída de que, de alguna manera, era capaz de mucho más… y, además, una ambición desmedida que superaba a ambos. Quería superar a su hermano, convertirse en el heredero de su casa, y finalmente convertirse en el mariscal del reino y gobernar todo Felvolk. Esta era su gran -o risible, si se le preguntaba a Alterisse- ambición.

Era esa misma ambición la que le hacía más fácil de manipular, ya que le nublaba el juicio y le hacía aprovechar cualquier oportunidad para conseguir lo que quería; por otro lado, tendía a ignorar todo lo que le resultaba inconveniente. Era exactamente lo que Alterisse necesitaba. Al mismo tiempo, se asombraba de que la poderosa casa Rosseholm produjera alguien tan patético.

No puedo creer que mi padre haya sido superado por una familia como esta… ¿Cómo han podido arruinar una casa de tácticos tan prestigiosa? Se lamentó internamente Alterisse.

♦ ♦ ♦

Alterisse sólo tenía siete años cuando decidió que ella también se convertiría en táctica.

—Padre, yo también quiero ser táctico.

Lo que impulsó a la joven a declarar tal cosa fue una conversación que había escuchado entre los amigos de su padre que habían sido invitados a su fiesta de cumpleaños. Habían lamentado el estado actual de la casa Danvir, que había producido una larga línea de talentosos tácticos, pero que ahora sólo consistía en el padre de Alterisse, cuyo único hijo era una niña.

También se interesó simplemente por cómo era el trabajo de su padre para empezar.

—¿Alterisse? —había dicho su padre, lanzando una mirada de sorpresa a su querida hija mientras se sentaba frente a la chimenea con un libro en las manos. Alterisse le devolvió la mirada con determinación.

—¡Quiero convertirme en un táctico como tú, padre!

—Me alegro de oírlo. Pero tendrás que trabajar muy duro, ya sabes —respondió su padre con indiferencia, sin tomarse en serio su declaración, y sin saber cómo la incitaría.

A partir del día siguiente, Alterisse comenzó a estudiar como si estuviera poseída. Leía vorazmente no sólo libros de texto generales, sino también tratados militares. Cada vez que encontraba algo que no entendía, se lo preguntaba a su tutor particular o a su padre, sin importar la hora. Cada día que pasaba, sus preguntas eran más difíciles de responder.

—Sobre la batalla que tuvo lugar aquí, ¿no habría sido mejor preparar una emboscada usando…?

Su padre había supuesto que se cansaría de sus estudios con el tiempo, pero cuanto más veía a su hija hacer todo lo contrario, además de mostrar un talento tan tremendo a su corta edad, más empezaba a preocuparse. Su querida hija, que aún no tenía edad de ir a la escuela, estaba explicando los fallos tácticos de una de las batallas pasadas de la casa Danvir. Ya había demostrado ser demasiado para su tutor privado, por lo que finalmente había tirado la toalla.

Como jefe de la casa, lo único que pudo hacer el padre de Alterisse fue armarse de valor.

—Escucha, Alterisse. Un estratega nunca debe dejar que sus emociones se reflejen en su rostro —dijo su padre, mientras le explicaba la mentalidad adecuada para un estratega. El conocimiento podría venir después, pensó, pero primero tenía que asegurarse de que ella tuviera la fortaleza mental necesaria—. Si el estratega actúa visiblemente agitado delante de sus soldados, puede afectar a la moral. No importa lo desesperada que parezca la situación, se necesita la fortaleza mental para sonreír pase lo que pase. ¿Eres capaz de eso?

Alterisse grabó las palabras de su padre en su corazón.

Luego siguió estudiando, mientras se llenaba la cabeza de conocimientos. Entonces, a pesar de ser una niña y tener sólo diez años, aprobó el examen de ingreso en la academia militar con las mejores notas.

El día antes de que su padre partiera a una batalla, ambos mantuvieron una de sus habituales y animadas discusiones sobre estrategias. En ese momento, Alterisse ya lucía una sonrisa que parecía más madura que su edad.

—Alterisse, puede que no estés hecha para esta línea de trabajo.

—¿Padre? —respondió Alterisse, desconcertada.

—Eres demasiado compasiva e idealista para ser una táctica al servicio de este país. Me preocupa.

Incapaz de comprender la intención de las palabras de su padre, Alterisse volvió a lanzarle una mirada de desconcierto, pero éste se limitó a sonreír mientras le daba una palmadita en la cabeza.

Una vez terminada la batalla, su padre no regresó.

Alterisse fue informada de que su padre había cometido un error estratégico que había provocado una derrota devastadora, y que había sido asesinado en la batalla. Al enterarse, su madre cayó enferma; murió poco después, como si quisiera seguir a su marido. Alterisse, quien acababa de ingresar en la academia militar, era ahora el último miembro que quedaba de su casa.

La aplastante derrota hizo que la casa Danvir fuera despojada de su estatus. Mientras Alterisse se sentaba estupefacta durante el funeral de su padre y su madre, nobles cuyos nombres apenas conocía se disputaban las pocas riquezas que el Estado no había arrebatado ya a su familia antes de cortar sus vínculos por completo.

Como ahora vivía en la residencia de la academia militar, la propia Alterisse estaría bien hasta su graduación. Pero el Estado y la nobleza la habían despojado por completo de cualquier posesión que pudiera recordarle a sus padres. Recorrió su casa por última vez con estupor, buscando cualquier recuerdo de su familia, cuando tropezó con la verdad. Por pura casualidad, consiguió escuchar una conversación importante. El jefe de la casa Rosseholm, el cual había asistido al funeral, estaba hablando con uno de sus subordinados en uno de los pasillos de la finca, y no se fijó en Alterisse.

—Bueno, los muertos no cuentan cuentos, como dice el refrán —dijo el jefe de la familia Rosseholm.

—Sí, efectivamente. Qué suerte que el jefe táctico se haya ofrecido a unirse a la retaguardia.

—Gracias a eso, conseguimos echarle toda la culpa a él. Esa casa está arruinada, lo que nos evitará muchos problemas en el futuro. La hija estaba en la academia militar, ¿no? Bueno, si es lo suficientemente guapa, supongo que podría recompensarla dejándola casarse con uno de mis hijos.

Los hombres se fueron, riendo. Alterisse se tapó la boca con las manos para no hacer ruido y que no la descubrieran.

—Un estratega nunca debe dejar que sus emociones se muestren en su rostro.

Sí, padre. Nunca dejaré que mis emociones se muestren.

Incluso mientras las lágrimas corrían por sus mejillas, su boca seguía manteniendo una sonrisa.

Nunca los perdonaré.

Después, Alterisse dedicaba todo su tiempo disponible a estudiar, incluso sacrificando el sueño para asegurarse el primer puesto de la clase. Consiguió saltarse los grados, ya que superó todo tipo de récords escolares. Aunque normalmente se tarda ocho años en graduarse en la academia, ella completó todo el curso en un tiempo sin precedentes de cuatro, lo que la convirtió en la graduada más joven de la academia. A continuación, Alterisse se alistó en el ejército de Felvolk como táctica.

Sin embargo, por mucho talento que tuviera, seguía siendo una mujer en la sociedad patriarcal de Felvolk. Además, era hija de la infame casa Danvir que había llevado al país a una aplastante derrota, por lo que nadie en el ejército quería tener nada que ver con ella.

A pesar de todo, había quienes no querían que su talento se desperdiciara. Por eso, los dirigentes decidieron darle el mando de la unidad de esclavos de batalla, pero eso resultó ser un error por su parte. A pesar de que las probabilidades estaban en su contra, Alterisse se distinguió una y otra vez. En todo caso, el difícil entorno acabó dándole libertad para actuar a su antojo.

Ignoraba las órdenes después de salir victoriosa de una batalla tras otra, acumulaba logros a su nombre, ayudaba a sus problemáticos superiores para que acabaran en deuda con ella y descubría sus debilidades. Aplastar a alguien con unas pocas palabras bien colocadas, manteniendo al mismo tiempo una sonrisa y un tono elegantes, era lo más fácil del mundo para ella.

En poco tiempo, los logros de Alterisse habían empezado a acumularse, y ya eran pocos los que se atrevían a menospreciar su unidad de esclavos. Cuando Alterisse se volvió finalmente imposible de ignorar, hizo una demanda que haría temblar los cimientos del país.

—¿Qué? ¿La unidad de esclavos ganó otra vez?

—Dicen que la próxima vez que se distingan, les van a conceder a todos la ciudadanía…

Esto pondría en peligro la propia institución de la esclavitud, una de las piedras angulares del país. Felvolk siempre había expandido sus fronteras mediante la guerra. Como resultado, el país se encontraba en un estado constante de conflicto interno, e intentaría dirigir la ira resultante hacia los países circundantes en su lugar a través de invasiones. Los habitantes de los países ocupados se veían obligados a pagar impuestos exorbitantes, y los hombres bestia, en particular, eran gravados de forma mucho más opresiva que los humanos. Un hombre bestia que no pagaba por una sola vez era obligado a la esclavitud. Todo el sistema no era más que un pretexto para esclavizarlos, ya que los hombres bestia eran muy apreciados por sus habilidades naturales.

Alterisse era plenamente consciente de ello cuando exigió la libertad de los esclavos bajo su mando. Pero una vez que obtuvieran la ciudadanía y se liberaran de las Marcas de la Servidumbre que los retenían, ¿contra quién mostrarían sus colmillos estos hombres bestia recién liberados después de que Felvolk les hubiera robado sus países, matado a sus familias y arrebatado su dignidad?

Los dirigentes de Felvolk -las diez casas- decidieron eliminarla.

♦ ♦ ♦

Se suponía que era una misión normal para someter un levantamiento, como las muchas que habían emprendido en el pasado. Sus superiores ordenaron a la unidad de esclavos de Alterisse que se dividiera en varios escuadrones más pequeños y tomará posiciones en un bosque al amparo de la noche. Y entonces, de repente, su visión se volvió roja, el sonido de las explosiones sonó a su alrededor, y el bosque se vio envuelto en un mar de llamas.

—¡Comandante! ¡Hemos perdido el contacto con los otros escuadrones! ¿Cuáles son sus órdenes?

—¡Múltiples enemigos avistados en la zona! ¡Estamos rodeados! ¡¿Qué hacemos, Comandante?!

Los informes de los miembros de su unidad abrumaron a Alterisse mientras observaba el desarrollo de la escena, estupefacta.

¿Cómo? ¿Quién filtró la información?

Sin un conocimiento previo, habría sido imposible que nadie, salvo un dios omnisciente, supiera exactamente en qué lugar de este oscuro bosque se escondían. Sin embargo, el enemigo había señalado su ubicación exacta y había preparado un ataque en consecuencia. La única persona que conocía el paradero de la unidad de esclavos debía ser el líder de la fuerza principal, el jefe de la casa Rosseholm.

No puede ser… Por mucho que odiara ese pensamiento, no había otra explicación. Un aliado debe haber filtrado la información sobre ellos. Esa era la única explicación.

Aunque los esclavos eran muy capaces en la batalla, su número era menor que el de los soldados regulares, y en ese momento se habían dividido en grupos aún más pequeños para preparar una emboscada. Si el enemigo sabía dónde estaban y los tenía rodeados, serían aniquilados todos a su vez.

—¿Por qué? —se preguntó Alterisse mientras escuchaba los informes que le llegaban de sus subordinados. ¿En qué se había equivocado?

Una vez terminada esta batalla, tanto ella como sus compañeros serían aceptados por su país. Se suponía que Felvolk iba a cambiar. ¿Cómo había salido todo tan mal?

—¡¿Cómo ha podido pasar esto?!

Un estratega nunca debe dejar que sus emociones se muestren en su rostro. Las palabras de su padre resonaban en su cabeza. Alterisse, puede que no estés hecha para este tipo de trabajo.

Tal vez su padre lo sabía desde el principio: Felvolk nunca le ofrecería a Alterisse lo que deseaba, por mucho que trabajara, por mucha lealtad que tuviera o por mucho que lo deseara.

—¿Es esto…? ¡¿Es esta… la respuesta que me das, Felvolk?! —Los gritos de Alterisse desaparecieron en el cielo nocturno, teñido de rojo por las llamas que saltaban.

♦ ♦ ♦

—¿Qué pasa?

Los pensamientos de Alterisse volvieron al presente al oír hablar a Thomas, y le respondió con una vaga sonrisa.

—Oh, sólo estaba perdida en mis pensamientos, pensando en un pasado que nunca olvidaré.

Aquel mar de llamas parecía haber ocurrido hace mucho tiempo. Rodeados por el fuego, sus compañeros habían estado desesperados por ayudarles a ella y a Gale a escapar. Era obvio que, al no poder encontrar sus cuerpos, el ejército bloquearía todas las rutas hacia Lustiana.

Así, la única opción para escapar de Felvolk había sido hacer lo inesperado y huir a Greysis en su lugar. Como mínimo, quería ayudar a Gale a escapar.

Mientras Alterisse miraba a lo lejos, Thomas se burló.

—No te pongas sentimental. Las cosas no han hecho más que empezar.

—Tienes razón —respondió Alterisse desde detrás de su máscara sonriente. Las palabras de Thomas le entraron por un oído y le salieron por el otro.

Alterisse se llevó una mano al pecho, donde el collar que le habían regalado estaba oculto bajo su ropa.

Sí, así es. Mi venganza contra los que me traicionaron -nos traicionaron- no ha hecho más que empezar. Se juró a sí misma que vengaría a su padre y a sus compañeros caídos. Incluso si eso significa tener que traicionarlo a él también.

Alterisse pensó en la expresión estoica del hombre que amaba, consiguiendo a duras penas que la pena no apareciera en su rostro.

Estará bien. Sé que lo cuidarán bien. Estaba convencida de que el amable y decidido príncipe haría todo lo posible por ayudar al hombre bestia.

—Lo siento, Gale… —Su susurro desapareció en el ruido del carruaje y no llegó a los oídos de Thomas.

♦ ♦ ♦

Cuando terminó de explicar cómo habían llegado los dos a Greysis, Ao respiró profundamente antes de abrir la boca con decisión.

—Alte está tratando de vengarse de Felvolk. Quiere destruirlo. Esa es la única explicación que se me ocurre.

—¿Destruir a Felvolk? —Herscherik pensó que ese debía ser un plan de venganza demasiado grande para que una sola persona lo llevará a cabo.

—Alte me dijo una vez que destruir a Felvolk sería un juego de niños.

Tal vez sólo estaba achispada, o tal vez sólo estaba de buen humor después de una de sus muchas victorias, pero ella había explicado cómo hacerlo una vez con las bebidas.

—Ese país se mantiene unido por un hilo. Si no se tiene cuidado, puede soltarse fácilmente. Todos los miembros del gobierno y de las diez casas no piensan en nadie más que en sí mismos —había dicho Alterisse mientras se reía—. Si te lo propones, destruir este país sería un juego de niños. Sólo tienes que hacer que los dirigentes y las diez casas se peleen entre sí, eso lo debilitará desde dentro. Luego, todo lo que tienes que hacer es filtrar información a los países cercanos, y ellos devorarán lo que queda.

Aunque no fuera tan fácil como ella lo hacía parecer, no parecía una broma viniendo de un genio de la táctica como Alterisse.

—Así que —continuó—, este país necesita unirse. Hay un límite a la cantidad de territorio extranjero que se puede conquistar mientras se suprime cualquier descontento. Si este país quiere sobrevivir, necesita cambiar.

Y había hecho todo lo que estaba en su mano para liderar el camino, pero ahora que el país la había traicionado, Gale llegó a la conclusión de que éste sería el único medio de Alterisse para vengarse.

Herscherik guardó silencio mientras procesaba la historia de Gale. Oran, cuya herida seguía siendo tratada por Kuro, comenzó a hablar mientras el príncipe seguía sumido en sus pensamientos.

—Hersche, justo antes de que Kurenai se marchara, dijo esto al borde de las lágrimas: ‘Ojalá hubiera podido servir a ese príncipe como tú’ —Oran había querido entregar esas palabras a su maestro, aunque significara herirse a sí mismo.

Herscherik cerró los ojos y apretó el puño. Cuando sus ojos esmeraldas volvieron a abrirse, no había ningún indicio de vacilación en ellos.

—Gracias, Oran. Puedes dejarme el resto a mí.

Al oír eso, Oran permitió finalmente que sus pesados párpados se cerraran. Shiro dejó de lanzar su magia y Kuro terminó rápidamente de curar la herida antes de llevar a Oran a su dormitorio por orden de Herscherik. Entonces, justo cuando Herscherik estaba a punto de indicarles qué hacer a continuación, apareció un visitante inesperado.

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