Herscherik – Vol. 5 – Epílogo: El príncipe reencarnado y el Mayor Tesoro de Felvolk

Traducido por Shisai

Editado por Sakuya


Había pasado una semana desde la conclusión de la fiesta de la cosecha. En una colina, a un tiro de piedra del camino que conducía al oeste de la capital, se encontraban reunidos varios personajes de diversas alturas. Dos de ellos eran príncipes del reino, y junto a ellos estaban sus hombres de servicio. Por último, había dos antiguos inmigrantes ilegales.

—Menos mal que el tiempo es tan bueno. Es el día perfecto para partir —dijo el Séptimo Príncipe de Greysis, Herscherik, con una sonrisa a Kurenai a su lado.

Herscherik desvió la mirada para ver a su hermano mayor realizando una última inspección del carruaje junto con su propio mayordomo de servicio y Kuro. Shiro estaba leyendo solo a la sombra de un árbol, mientras Oran, Tatsu y Ao hablaban entre ellos. El vendaje blanco que rodeaba el brazo de Oran parecía doloroso, pero él mismo aseguraba que no afectaba a su trabajo diario.

La herida de Ao había sido poco profunda, y los hombres bestia aparentemente se curaban más rápido que los humanos, así que su herida ya había desaparecido casi por completo. Todavía le quedaban algunas cicatrices leves, pero probablemente también desaparecerían con el tiempo.

Después de que Herscherik llevará a Kurenai de vuelta al castillo, ella visitó a Oran. Él ya se había despertado, y ella se disculpó con una vigorosa reverencia que hizo que su pelo recién cortado se balanceara de un lado a otro. Oran, aparentemente comprensivo con la situación, aceptó sus disculpas, y después no hubo malos rollos entre ellos. También Herscherik se había disculpado profusamente por haber cortado el pelo de Kurenai, que para una mujer valía tanto como su vida, pero Kurenai se había limitado a sonreír y a explicar que ahora se sentía más ligera. Al parecer, su larga cabellera había sido algo así como un recuerdo para ella, o tal vez una oración: un recuerdo de su ambición por limpiar el nombre de su padre y restaurar la casa Danvir, y una oración por la libertad de sus camaradas.

—¿Era esto realmente lo correcto, Su Alteza? —preguntó Kurenai.

—¿Eh? ¿Qué quieres decir? —respondió Herscherik con una mirada de desconcierto.

—¿No te arrepientes de haber convertido a Felvolk en un enemigo?

Herscherik los había salvado a los dos, pero al mismo tiempo era muy probable que hubiera enfadado a la nación militar de Felvolk, al este. Aunque era poco probable que Thomas informará de su fracaso tal y como había sucedido, probablemente tampoco se quedaría exactamente callado. Todo esto podría dificultar los intentos de Greysis de establecer relaciones amistosas con sus vecinos.

Herscherik se rascó la mejilla en respuesta a la pregunta de Kurenai.

—Bueno, si tuviera que decir si esto es bueno o malo… Supongo que es malo. El reino aún no ha tenido tiempo de estabilizarse.

—Entonces…

—Pero Felvolk no podrá atacarnos pronto. No tienen ningún pretexto —dijo Herscherik mientras señalaba a Kurenai—. La historia pública es que el Mayor Tesoro de Felvolk fue ejecutado de acuerdo con la ley de Greysis. No hay nada que puedan reprocharnos aquí. Por lo tanto, si quieren declarar la guerra, tienen que inventar una razón persuasiva.

A diferencia de Greysis, donde el rey tenía la última palabra en la política nacional, Felvolk valoraba la opinión del público además del liderazgo del ejército y las diez casas. Una guerra con la mayor nación del continente supondría la pérdida de muchas vidas, y necesitarían una razón lo suficientemente buena como para convencer a la población.

—Ahora, ¿qué tipo de razón se le podría ocurrir a Felvolk para atacar a un país cuyo poderío militar iguala o supera al suyo? —Herscherik reflexionó.

—Oh, ya veo… —Kurenai asintió.

Si iban a atacar a Greysis, necesitaban una razón convincente para enviar sus tropas. Si querían hacer del Mayor Tesoro de Felvolk esa razón, tendrían que explicar qué hacía ella en Greysis para empezar. Pero si decían la verdad -que habían fracasado en su intento de eliminarla después de que pidiera la liberación de los esclavos, y luego pusieron una recompensa por su cabeza cuando huyó del país-, podrían desencadenar un levantamiento de esclavos. Si, en cambio, afirmaron que había traicionado a Felvolk, a mucha gente le resultaría difícil de creer a la luz de sus logros anteriores. Esto socavaría la confianza del pueblo en su país, lo que con el tiempo provocaría una discordia de la que podrían aprovecharse otros países. Era poco probable que Felvolk estuviera tan desesperado por atacar a Greysis como para aceptar ese riesgo.

Tessily también explicó que había múltiples facciones dentro de Felvolk, y que había muchos que esperaban ocupar su lugar como una de las casas gobernantes. Cualquier fallo podría hacer que una de las diez casas actuales cayera en la ruina, tal y como lo había hecho la familia de Kurenai.

—Entonces, aunque atacaran, probablemente tendríamos algo de tiempo para prepararnos. Haremos los preparativos necesarios para que no ocurra nada antes —tranquilizó Herscherik a Kurenai con una sonrisa.

Kurenai se asombró de la forma en que este pequeño príncipe estaba ideando rápidamente contramedidas que involucran a países enteros. Otra pregunta surgió entonces en su mente.

—¿Cuándo se dio cuenta de lo que realmente estaba pasando, Su Alteza? —preguntó Kurenai.

Herscherik habló como si lo hubiera visto venir desde el principio. Pero Ao, y especialmente Kurenai, no habían revelado sus identidades hasta el último momento.

—Desde el día en que nos conocimos, probablemente. Aunque sólo me convencí después de escuchar los resultados de la investigación de Kuro —dijo Herscherik tras pensarlo un momento—. Siempre he tenido la costumbre de planificar para lo peor. Además, este no es ni de lejos el peor de los casos.

—¿Cuál crees que hubiera sido ese ‘peor escenario’?

—¿Quieres saberlo?

Herscherik dirigió a Kurenai una mirada adorablemente curiosa, y ella asintió como respuesta.

—Si hubieras revelado tu identidad y manipulado a Greysis para que atacara a Felvolk —explicó Herscherik—. Me dijiste que tus posibilidades de éxito eran de un treinta por ciento, pero si hubieras utilizado el reino como peón, ¿no habría aumentado tus posibilidades de forma significativa?

Greysis era el país más grande del continente, y como tenían que proteger este vasto territorio de sus enemigos, su fuerza militar también era extraordinaria. Si Kurenai hubiera revelado quién era y hubiera convencido a Greysis para que lanzara un ataque contra Felvolk, no se sabría lo que podría haber pasado. Podría haber desbaratado Felvolk desde dentro, y luego invitar a Greysis a invadirlo. Las posibilidades de éxito de tal plan habrían superado con creces el treinta por ciento.

Sin embargo, la guerra también significaba inevitablemente un número importante de bajas en ambos bandos. Herscherik detestaba la guerra; por muy idealistas que fueran las causas, no quería ver morir a la gente, independientemente del bando en el que estuviera. Si Kurenai hubiera intentado llevar a cabo un plan así, Herscherik no habría podido ayudar a la pareja.

Al escuchar a su padre explicar la situación de los hombres bestia en Greysis, Herscherik se había preparado para dos cosas. Una era utilizar todos los medios posibles a su alcance para ayudar a Kurenai y Ao. La otra era, en el peor de los casos, utilizar todos los medios a su alcance para detenerlos, incluso si eso significaba acabar con la vida de Kurenai.

Herscherik se sintió aliviado en el fondo de su corazón de que esto último no se hubiera producido.

—No soy rival para ti, ¿verdad? —dijo Kurenai. Esa era la prueba de que sí había considerado el plan en cuestión.

—Kurenai… Quiero decir, Alterisse… —dijo Herscherik, sin saber cómo llamarla.

—¿No me llamará Kurenai, Su Alteza? —respondió ella.

El nombre que Herscherik le había dado ya no era un simple alias. Lo mismo ocurría con Ao. Por alguna razón, cada vez que el príncipe la llamaba por ese nombre, ella sentía una extraña sensación de confort y alivio.

—Lo tengo. ¡Kurenai será! —dijo Herscherik con un movimiento de cabeza—. Kurenai, ya no eres el Mayor Tesoro de Felvolk, Alterisse Danvir. Alterisse Danvir fue ejecutada por un príncipe de Greysis.

Kurenai contuvo la respiración en suspenso.

—Moriste y renaciste como Alterisse di Rot —La estratega que sufría por sus errores, odiaba a su patria y se maldecía a sí misma, ya no existía—. No te diré que lo olvides. Pero al igual que la gente que luchó para protegerte, quiero verte feliz. Deseo tu felicidad desde el fondo de mi corazón.

Su dolor nunca desaparecería del todo, por mucho que Herscherik intentara convencerla de que lo dejara atrás. Herscherik sabía lo descabellado de su razonamiento, pero aun así tenía que expresar sus sentimientos. Tal vez veía un poco de sí mismo en el sufrimiento de Kurenai.

Herscherik quería liberar a Kurenai de su maldición.

—Soportaré todo tu sufrimiento en tu lugar. Quiero que vivas libremente.

—Su Alteza…

Herscherik esbozó una sonrisa demasiado madura para un niño de apenas siete años. Al ver esa sonrisa, el corazón de Kurenai comenzó a acelerarse.

Pensando en el pasado, Kurenai se dio cuenta de que siempre le había costado mantener su máscara de táctica delante de Herscherik. Había pasado diez años como táctica en Felvolk, durante los cuales siempre había mantenido una sonrisa. Por muy angustiosa que fuera la situación, por mucho desprecio y desdén que le lanzaran los demás, su sonrisa no se borraba ni un momento, a excepción de aquella noche en la que sucumbió a la desesperación rodeada de un mar de llamas.

Pero este príncipe atravesaba su máscara como si nada. E incluso después de salvarlos a los dos, no había esperado nada a cambio. A pesar de haberlos declarado como sus criados, no había dicho nada más al respecto ni los había obligado a hacer nada después de regresar al castillo. Incluso ahora, se limitó a sonreír como si no hubiera pasado nada mientras los despedía. Un sentimiento de tristeza llenó el corazón de Kurenai, que se quedó callada, incapaz de expresar sus sentimientos.

—Oh, ya es casi la hora de partir —dijo Herscherik mientras cambiaba su mirada de Kurenai a Ao, quien se acercaba a ellos con un abrigo para ocultar sus alas—. Ao, ¿te sientes bien?

—Sí, estoy bien —dijo Ao, poniendo una mano en el centro de su pecho.

La Marca de la Servidumbre que una vez lo esclavizó ya no existía. Shiro se la había quitado.

—Todavía no puedo creer que haya sido posible quitarla —continuó.

La sorpresa de Ao era natural. Las Marcas de Servidumbre no eran iguales en todo el mundo: cada país y organización utilizaba sus propias fórmulas mágicas. Por lo tanto, la eliminación de cualquier marca requería una fórmula única. Un tercero necesitaría una gran cantidad de conocimientos y tiempo para lograrlo.

Sin embargo, en cuanto Herscherik se enteró de la Marca de Servidumbre de Ao, le había pedido a su hechicero de servicio, Weiss, que la revisara y este se había puesto a investigar su eliminación entre sus preparativos para el festival de la cosecha. Weiss había afirmado que simplemente estaba interesado en el físico de los hombres bestia y en las Marcas de Servidumbre en general como excusa para investigar la marca de Ao, aunque desde una perspectiva externa, las caricias de Shiro a Ao parecían ciertamente sospechosas.

—Sí, mi Hechicero es un poco demasiado OP…

Entre la actuación de apertura durante la fiesta de la cosecha, la eliminación de la Marca de la Servidumbre, e incluso el logro de construir un hechizo de vuelo, Herscherik se quedó sin palabras. Se quedó mirando a lo lejos, donde el mismo hechicero, demasiado guapo y con demasiados poderes, estaba leyendo junto a un árbol.

—¿OP…? —preguntó Ao, desconcertado por la palabra desconocida, pero Herscherik se limitó a dedicarle una vaga sonrisa antes de ir a buscar a Shiro.

Ao observó a la pequeña figura alejarse antes de acercarse a Kurenai.

—Alte… ¿Estás segura de esto?

—¿Gale?

—¿Estás segura de que quieres dejar al príncipe así?

Ao parecía haber visto a través de ella, y Kurenai parecía conflictiva.

—Ya no tienes que ocultar tus verdaderos sentimientos —continuó Ao mientras ponía una mano en la cabeza de Kurenai—. Yo también me he decidido.

Ojalá hubiera podido servir a ese príncipe como tú. Cuando pensó que se iba para siempre, esas fueron las palabras que se le escaparon de la boca. Todos sus sentimientos de aquel momento seguían existiendo, enterrados en su corazón.

Kurenai cerró los ojos. Alterisse Danvir, la estratega que había estado obsesionada con su venganza contra Felvolk, ya no existía. Aunque seguía teniendo esos sentimientos de odio, con la ayuda de Herscherik ya no dominaban su alma. Entonces, ¿qué necesitaba -o quería- hacer ahora?

Kurenai imaginó su futuro yo. Si se marchaba a Lustiana, podría vivir una vida tranquila y feliz con Ao. Abandonaría su identidad como táctica y encontraría la felicidad como una mujer normal y corriente.

No, eso no está bien. Kurenai rechazó la idea. Un futuro así habría sido realmente feliz, pero no era el que ella buscaba.

Volvió a abrir los ojos. No había ni una pizca de duda en ellos.

Comenzó a caminar y Ao la siguió. Caminaron en dirección a Herscherik, quien arrastraba a Shiro hacia el carruaje.

—Ustedes dos, es casi la hora de… —Herscherik se dio la vuelta, pero se detuvo a mitad de la frase. Ante él, Kurenai y Ao se arrodillaban mientras hacían una profunda reverencia. El gesto significaba la lealtad de un súbdito hacia su amo—. ¿Kurenai? ¿Ao?

—Su Alteza… no, Mi Señor —comenzó a hablar Kurenai con la cabeza todavía agachada—. Mi Señor, permíteme confesar. Cuando te conocí, te subestimé y traté de explotar este país para mis propios fines.

Si eso significaba que podía destruir a Felvolk, habría utilizado cualquier medio que tuviera a su alcance.

—Pero —continuó—, después de pasar tiempo contigo, y ver cómo no te detendrías ante nada para proteger este país y su gente, incluso sacrificándote sin pensarlo dos veces, abandoné cualquier pensamiento de ese tipo.

Sus sonrisas infantiles; sus expresiones maduras; el orgullo y la dignidad que poseía como miembro de la realeza. No podía apartar los ojos de él. En el fondo, había empezado a anhelar servir a alguien como él.

—Nunca he confiado en nadie en este mundo, aparte de Alte y mis compañeros —siguió Ao.

Se había acostumbrado a soportar la opresión. Las únicas personas en las que podía confiar eran los compañeros de su unidad y Alterisse.

—Pero nunca te importaron cosas como la apariencia o la raza, y me protegiste a mí y a mis deseos —continuó Ao.

Sin pedir nada a cambio, Herscherik les había tendido la mano sin más motivo que el de querer ayudarlos. Ao no podía expresar lo feliz que eso le había hecho.

—No tengo ni idea de cómo puedo pagarte —terminó.

Herscherik miró a los dos, todavía inclinados, con desconcierto.

—Sólo hice lo que quería —explicó Herscherik—. No hace falta que se sientan tan en deuda conmigo.

En lo que respecta a Herscherik, sólo había arrastrado a todos con sus propios caprichos. En todo caso, sentía que debía disculparse con ellos.

—Sólo los hice mis criados como una pretensión, o más bien, un medio para un fin. Nunca tuve la intención de atarlos.

Aunque no había tenido otra opción en ese momento, convertirlos en sus súbditos había significado atarlos por la fuerza al reino. Puede que fuera el último recurso, pero aun así, se sentía apenado por haber restringido su libertad, aunque sólo fuera sobre el papel.

Kurenai levantó la mirada y miró a Herscherik directamente a los ojos.

—En ese caso, ¿nos concederá nuestro deseo?

Puso su mano derecha en el pecho.

—Mi intelecto existe para tus ideales, mi voluntad para tu gloria y mi vida para tu justo gobierno.

Este era el juramento que había hecho a la edad de catorce años, cuando se unió por primera vez al ejército de Felvolk como táctica. En aquel entonces, se lo había prestado a su país, no a un individuo, y había dicho ‘poderoso gobierno’, no ‘justo gobierno’, y no había puesto absolutamente ninguna emoción en él.

—Me llamo Alterisse di Rot —dijo Kurenai, pronunciando el nombre que le había dado Herscherik mientras se inclinaba una vez más—. Te lo ruego, mi señor, déjame servir a tu lado.

Ao siguió el ejemplo de Kurenai.

—Yo, nombre verdadero Gale Fal Kilvy Blau, lo dedico todo a mi maestro, Herscherik.

Además de los nombres propios, los hombres bestia también tenían nombres verdaderos, que sólo revelaban a sus compañeros de toda la vida y a aquellos a los que juraban lealtad. Además de su nombre verdadero, Ao había incluido el nuevo nombre ‘Blau’, que significa ‘azul’, que le había dado Herscherik. Ao estaba jurando su fidelidad a Herscherik de por vida.

—Mi cuerpo es una espada que atraviesa a tus enemigos, un escudo que te protege del daño y un bastón que guía tu camino —Kurenai recitó la promesa de lealtad.

—Mi señor, por favor, permítenos unirnos a usted —dijo Ao, solicitando el permiso de Herscherik.

El juramento de lealtad fue lo suficientemente famoso en Greysis como para que se hicieran libros ilustrados. Originalmente, era el juramento que los sirvientes del héroe Ferris habían hecho hace tiempo. Con el tiempo habían surgido muchas variantes en otros países. El juramento que Kurenai había hecho originalmente a Felvolk también descendía de esta promesa.

Durante su estancia en el castillo, Kurenai había encontrado un libro ilustrado con la promesa de lealtad y le preguntó a Oran si él mismo había jurado su lealtad a Herscherik con esas mismas palabras. Oran le había respondido con un movimiento de cabeza avergonzado, lo que la había puesto celosa.

—Por favor, permítanos llamarle Nuestro Señor —suplicó Kurenai.

Herscherik observó a los dos mientras se arrodillaban; todos los demás se limitaron a observar la escena que se desarrollaba. Una brisa acarició la mejilla de Herscherik y agitó su cabello dorado claro.

El silencio que siguió no duró más de un minuto, pero le pareció una eternidad. Herscherik respiró profundamente y luego exhaló.

—¡Bien, de acuerdo! ¡Me rindo! —dijo, mientras su rostro rebosaba de alegría. Luego se arrodilló junto a la pareja—. Levanten la cabeza, los dos.

Los dos miraron a Herscherik, quien los saludó con una cálida sonrisa que recordaba al sol de primavera.

—Alterisse di Rot, Gale Fal Kilvy Blau, tienen mi permiso. Vengan conmigo.

Herscherik extendió una mano a cada uno de ellos, que tomaron.

—Su deseo es nuestra orden —dijeron los dos al unísono.

Sujetándolos de la mano, Herscherik los puso a ambos en pie. Al ver a su pequeño, pero feliz hermano, Tessily dejó escapar un silencioso suspiro.

—¡Ves, sabía que esto pasaría! —exclamó Tessily.

Tessily, el resto de la familia y los hombres al servicio de Herscherik habían percibido la tristeza de Herscherik al separarse de ellos, pero Herscherik se había abstenido de decir nada, pues no quería atar a los dos.

—¿Tessily?

—¡Y eso, mi querido hermano, es por lo que he traído esto! —dijo Tessily con una sonrisa de satisfacción mientras entregaba un documento arrugado a Herscherik, quien hacía un mohín en un intento de ocultar su vergüenza.

—Gracias, Tessily.

Herscherik cogió el papel de Tessily, se volvió hacia la pareja y se los dió.

—Lean esto, ustedes dos.

—Esto es… —Kurenai dijo, interrumpiendo con sorpresa al leer las palabras escritas en el papel.

El documento era un decreto redactado por Soleil, el mismísimo rey de Greysis, en el que se nombraba a los dos como ayudantes del Séptimo Príncipe y se les declaraba emisarios responsables de forjar relaciones con la Confederación Lustiana.

—Este país aún no está preparado para aceptar a Ao y a sus compañeros bestias —explicó Herscherik.

Puede que Ao sea ahora uno de los sirvientes de Herscherik, pero sigue siendo un hombre bestia, y no podrá vivir abiertamente en Greysis por el momento. Por lo tanto, hasta que el país estuviera listo para acogerlo por completo, Ao debía permanecer fuera de las fronteras del reino, y el país más seguro del continente para los hombres bestia era la Confederación Lustiana.

—Quiero que visiten la Confederación como emisarios oficiales del reino. Tessily les explicará los detalles y lo que sucederá durante el viaje.

—¿Se… cambiará realmente Greysis? —preguntó Kurenai, comprendiendo el significado de lo que decía Herscherik.

Herscherik asintió. El reino, que hasta ahora había prohibido la entrada a los no humanos, estaba a punto de cambiar todo eso, y establecer relaciones con Lustiana era un primer paso vital en ese camino. Sin embargo, si uno de los emisarios habituales de Greysis intentaba visitarla, la Confederación podría haberles negado la entrada por precaución. Por eso, Herscherik quería que Ao y Kurenai fueran en su lugar, y sentaran las bases de las futuras relaciones entre los dos países. Como esto también garantizaría la seguridad de la pareja, eran dos pájaros de un tiro.

—Eres rápida captando las cosas, Kurenai. Pero probablemente será más difícil de lo que crees, sabes.

Independientemente de las circunstancias reales, oficialmente los dos países habían roto las conexiones. Era difícil imaginar que el restablecimiento de las relaciones diplomáticas fuera tan fácil.

Además, al igual que los hombres bestia eran discriminados en otros países, Herscherik no podía dejar de preocuparse por cómo se trataba a la minoría humana en un país de hombres bestia.

Kurenai le dedicó al príncipe, visiblemente ansioso, una cálida sonrisa.

—Sin duda, será más fácil que destruir un país entero —dijo, con una sonrisa llena de confianza. Su rostro era ahora el de la estratega que una vez fue llamada el Mayor Tesoro de Felvolk.

Al ver la expresión alentadora de Kurenai, Herscherik respondió con una sonrisa conflictiva.

—Bueno, seguro que pareces confiada… —dijo el príncipe—. Ao, estoy seguro de que será difícil para ti también, pero cuento contigo.

—Estaré bien —respondió estoicamente Ao.

Herscherik estaba encantado con sus dos nuevos amigos de confianza.

Pero entonces, llegó el momento de separarse.

—Partimos ahora, mi señor —dijo Kurenai, haciendo una profunda reverencia a Herscherik. Ao asintió con ella.

—Llámame Hersche —respondió Herscherik, dándose cuenta de repente de algo—. Oh, casi lo olvido: hay otro trabajo importante que necesito que hagas.

—¿Un trabajo? —preguntó Kurenai de forma inquisitiva, y Ao lanzó una mirada confusa a Herscherik. Los hombres a su servicio e incluso Tessily lo miraron con expresiones similares, pero Herscherik les respondió a todos con una sonrisa radiante.

—¡Quiero que tengan una vida feliz juntos! No puedo esperar a ver a sus hijos.

En el momento en que Herscherik pronunció estas palabras, un silencio incómodo se apoderó de la reunión, como si todos se hubieran congelado. Herscherik lanzó a los demás una mirada de desconcierto.

—¿Eh? ¿Por qué están todos tan callados? Quiero decir, son amantes, ¿no? Se van a casar, ¿no? ¿Qué les pasa a todos? —dijo, perplejo.

La hija de la pareja de la frutería, Risch, era muy bonita, y Herscherik estaba seguro de que el hijo de Kurenai y Ao sería igual de adorable.

Mirando a su alrededor, Herscherik se dio cuenta de que el genio de la táctica, que en otras circunstancias estaría sonriendo en todo momento, miraba al suelo con la cara tan roja como su pelo. Ao ocultaba su rostro con una mano, pero también estaba rojo hasta las orejas.

Tessily se acercó a su confundido hermano y, en silencio, le dio una bofetada en la parte superior de la cabeza.

—¡Ay! —exclamó Herscherik, sujetándose la cabeza con los ojos empezando a llorar. Al levantar la vista, vio a su hermano mayor con una fría sonrisa.

—Hersche, a veces eres un poco entrometido, sabes.

Herscherik miró a su hermano, todavía confundido.

Más tarde, Herscherik se enteró de que, aunque Ao y Kurenai estaban enamorados, su relación no era exactamente física todavía. En el momento en que se dio cuenta de que efectivamente había acosado sexualmente a una pareja inexperta, se puso a cuatro patas para disculparse en la dirección que habían tomado. Al compás de Herscherik, el atrapavientos de la fortuna -decorado con plumas de los dos colores- se agitó junto a la ventana, con sus cristales brillando a la luz del sol.

♦ ♦ ♦

Hubo una vez una estratega conocida como el Mayor Tesoro de Felvolk. Se unió al ejército de Felvolk a la tierna edad de catorce años, donde ideó muchos planes para llevar a su país a la victoria en un campo de batalla tras otro. Sin embargo, tras su derrota en la batalla durante un levantamiento, desertó al reino de Greysis, donde finalmente fue ejecutada. Murió a la edad de veinticuatro años.

Al mismo tiempo, una táctica con un profundo cabello carmesí apareció ante el Héroe de la Luz, Herscherik Greysis. Su nombre era Alterisse di Rot. Coincidentemente compartiendo un nombre con el Mayor Tesoro de Felvolk, ella dominaba el campo de batalla como si fuera guiada por los dioses, trayendo a su maestro Herscherik la victoria una y otra vez.

Manteniendo siempre una sonrisa en el campo de batalla, sin importar lo desesperante de la situación, la gente se refería a ella como la ‘Sonriente Táctica Carmesí’. Donde va el Héroe de la Luz, también va la Sonriente Táctica Carmesí, decía la gente. Mientras su estratega estuviera a su lado, la victoria del Héroe de la Luz estaba asegurada.

La Táctica Carmesí también tuvo un único hijo junto a un hombre pájaro que servía a Herscherik, conocido como la Tempestad Azul. El niño tenía el pelo púrpura oscuro y los ojos oscuros y creció con habilidad en la magia del viento; al igual que la Táctica Carmesí, este niño llegaría a defender el reino. Desde entonces, todos los descendientes de la Sonriente Táctica Carmesí se dedicarán a garantizar la paz y la estabilidad de Greysis.

Con el tiempo, la casa Rot se convirtió en la casa más prestigiosa de tácticos de Greysis, mientras que la genio táctica que una vez fue conocida como el Mayor Tesoro de Felvolk fue olvidada por la historia.

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