Herscherik – Vol. 5 – Prólogo: Las llamas, la desesperación y la pesadilla

Traducido por Shisai

Editado por Sakuya


Las llamas que brotaban de los árboles bailaban como pétalos rojos mientras coloreaban el cielo nocturno de un carmesí intenso. Normalmente, este bosque, normalmente tranquilo, habría sido el hogar de muchos animales que dormían plácidamente durante la noche; ahora, sin embargo, los árboles se habían convertido en columnas de fuego, tiñendo todo de rojo hasta donde alcanzaba la vista.

Testigo de este espectáculo era una mujer que se arrodillaba en el suelo rodeada de sus compañeros, vencida por la desesperación.

—¿Por qué?

Su pregunta no iba dirigida a sus camaradas, sino a su oficial al mando, a su patria y a ella misma. Su cabello carmesí se agitaba con el viento caliente mientras sus ojos, oscuros como el cielo nocturno, reflejaban las rugientes llamas.

¿Qué he hecho mal…? Se repitió la pregunta una y otra vez en su mente.

La mujer no había sufrido ni una sola derrota desde que se graduó en la academia militar. Incluso en una sociedad tan patriarcal como la de su país, se había distinguido en una batalla tras otra, dedicándose a hacer progresar a su país.

No obstante, no había hecho todo esto sólo por patriotismo. Al principio, su intención era limpiar el nombre de su propia casa, la cual había caído en desgracia, y devolverle su antigua gloria. Cuando aún era una niña que no llegaba a los diez años, su país había sufrido una aplastante derrota. Su padre, quien había servido como jefe táctico durante la batalla, se había ofrecido como voluntario para tomar el mando de la retaguardia del ejército en retirada, y cayó en la batalla junto a sus hombres de confianza. Su madre, quien ya estaba enferma desde hacía tiempo, se debilitó aún más, tanto mental como físicamente, con la noticia de la muerte de su marido; pronto sucumbió a su enfermedad, como si siguiera a su esposo.

Para cuando la joven se enteró de lo que estaba ocurriendo, toda la culpa de esta catastrófica pérdida recayó en el jefe táctico. Su orgullosa casa, antaño famosa por su larga estirpe de tácticos, había caído en la ruina. Los parientes que antes habían hecho todo lo posible por adular a su familia se distanciaron, y los bienes de su casa fueron confiscados por el Estado. Había perdido a su querida familia, el hogar de su infancia, su condición de hija de una orgullosa casa noble… todo.

Cualquier otra muchacha noble se habría lamentado por su desgracia y quizás incluso habría acabado con su propia vida. Ella, sin embargo, no se permitió revolcarse en la desesperación. Podría parecer que la guerra, su país e incluso sus parientes le habían robado todo lo que tenía, pero seguía poseyendo su intelecto y su talento, así como los conocimientos y la comprensión de las tácticas que le inculcó su padre.

Finalmente, se graduó en la academia militar con lo único que llevaba puesto. Era una de las pocas mujeres que se habían graduado en la academia a lo largo de su dilatada historia, y lo había hecho saltándose varios cursos, hasta llegar a ser la primera de su clase a la temprana edad de catorce años.

Tras ello, sirvió a su país como táctica mientras trabajaba en la restauración de su casa. Sin embargo, con el tiempo, su objetivo cambió. Encontró algo aún más importante para ella que su casa: los compañeros que conoció en el campo de batalla. Quería utilizar su talento en favor de sus camaradas, que eran tan o más desafortunados que ella.

Con sus camaradas a su lado, salía victoriosa de cualquier batalla por desesperada que pareciera. Soportaron juntos el ridículo y el desprecio, actuando mejor que cualquier otra unidad en una batalla tras otra. Ahora, si sólo pudieran distinguirse durante esta batalla, todo su duro trabajo se vería recompensado, ya que ella y sus camaradas serían finalmente reconocidos por el país.

—¡¿Cómo pudo pasar esto?! —Golpeó el suelo con el puño mientras gritaba. Sus camaradas se sobresaltaron ante esta acción, tan distinta a la suya habitual, ya que verla tan agitada les infundía una sensación de peligro. Incluso ahora que las llamas se acercaban a ellos, ella no se movía, no podía moverse.

Gotas de agua caen sobre el dorso de su mano, gotas que caen de sus propios ojos. Ni siquiera ella podía saber si sus lágrimas nacían de la ira, la frustración o la tristeza.

—Esto es… —murmuró para sí misma, sus lágrimas seguían fluyendo mientras miraba el cielo enrojecido por las llamas— … ¿Esto…? ¿Esta es… la respuesta que me estás dando…?

El estruendo de un árbol que cae al suelo mientras las llamas lo atraviesan ahoga sus palabras, por lo que es imposible entenderlas. Volvió a golpear el suelo con los dos puños, gimiendo. Entonces, su visión se volvió negra.

♦ ♦ ♦

Abrió los ojos al sentir que alguien mecía su cuerpo. Sus ojos oscuros se encontraron con un par de ojos azules que la miraban. Parpadeó un par de veces mientras trataba de procesar la situación antes de recordar finalmente lo que había sucedido. Entonces esbozó una cálida y suave sonrisa mientras se incorporaba.

—Es tarde. ¿Ocurre algo? —dijo la mujer en voz baja, criticando suavemente al hombre que la había despertado por no dormir él mismo.

Los dos se encontraban en el bosque, junto a un camino que llevaba a la capital de Greysis. La mujer miró a su alrededor y encontró una hoguera a poca distancia; junto a ella, la persona que les había salvado se había quedado dormida sentada. Volvió la mirada para encontrar al hombre en proceso de sentarse junto a ella, su cabello azul oscuro se balanceaba al hacerlo.

—¿Estás bien? —dijo el hombre con una mirada preocupada, ignorando la pregunta de la mujer mientras la acercaba a él.

Esta se encomendó al hombre y se sentó entre sus piernas. Apoyó la cabeza en su hombro y en su pecho respirando aliviada por el calor de su cuerpo. Era sólo el comienzo del otoño, pero el aire frío les había quitado más calor corporal de lo que ella había imaginado.

La manta que había en el suelo y las prendas exteriores que llevaban puestas eran muy finas y apenas les protegían del frío. Pero su cuerpo helado y el calor del hombre la devolvieron a la realidad.

Acarició el cabello carmesí de la mujer, que le llegaba hasta la cintura, mientras se inclinaba para hablarle cerca del oído.

—¿Te has tomado otra? —preguntó con una voz tranquila y calmada, no lo suficientemente dulce como para dar la impresión de una charla de amantes, sino simplemente para expresar una preocupación genuina.

La sonrisa de la mujer se congeló durante un breve instante, pero al haber estado cerca de ella durante muchos años, esa fue una respuesta suficiente para él.

—Olvídalo —dijo con voz admonitoria.

El hombre sabía que esa escena la atormentaba cada noche mientras dormía, y que incluso cuando esbozaba su habitual sonrisa, esas llamas seguían ardiendo en su interior. Cada noche, él la amonestaba de la misma manera, pero su respuesta era siempre la misma.

—Me niego —respondió secamente, sin dejar de sonreír.

El hombre dejó escapar un profundo suspiro ante la habitual respuesta. La mujer lo miró con preocupación mientras él se encogía de hombros. Su mirada se fijó en la espalda del hombre… o, mejor dicho, en la antinatural joroba de su espalda, que evidentemente no era un rasgo humano corriente, sino algo que para el hombre valía más que su vida.

—¿Duele? ¿Se… mueve?

El hombre guardó silencio. Esa fue su única respuesta.

—Lo siento.

Mientras se disculpaba con expresión apenada, la mujer enterró su rostro en el robusto pecho del hombre, su mente volvió a pensar en su pesadilla.

♦ ♦ ♦

Un carruaje viajaba por un camino que conducía a la capital del país más antiguo y grande del continente del Reino de Grandinal-Greysis. El cochero ya podía divisar la ciudad en el horizonte, al igual que los pasajeros del carruaje.

—Maestro, nuestro destino se acerca —dijo un hombre, mirando por la pequeña ventana del carruaje.

El hombre parecía tener unos treinta años, con un rostro de aspecto feroz, pelo largo y negro que llevaba atado y ojos negros. Llevaba un kimono, algo inusual en este continente, y tenía a mano una espada con vaina negra. A diferencia de las espadas habituales en este país, la suya era estrecha, fina y larga.

El hombre apartó la mirada de la ventana y se dirigió a su amo, quien estaba tumbado, ocupando dos asientos de forma maleducada.

—¡Oh, por fin!

El maestro era demasiado joven para llamarlo ‘hombre’, pero demasiado mayor para que ‘niño’ le pareciera correcto: a los quince años, tenía los ojos castaños y un rostro amable y agraciado. Bostezó mientras se alborotaba el pelo rubio ligeramente rojizo, que no le llegaba a los hombros, tras lo cual estiró los brazos hacia arriba para aliviar sus hombros rígidos. A continuación, se recogió despreocupadamente el pelo en la nuca con las manos, se lo ató con un cordón que le ofreció su seguidor y se quedó mirando por la ventana para observar su antigua ciudad natal mientras se frotaba los hombros.

—A tu llegada, ¿cuál es tu intención?

—Buena pregunta…

Su criado hablaba de una forma muy poco habitual. La mayoría de las personas de estatus lo habrían ridiculizado o reprendido de haberlo escuchado hablar, pero su amo simplemente lo ignoró mientras se rascaba las mejillas, pensativo. Tenía muchas cosas que informar, y aún más que quería preguntar. Tenía que ponerse al día de todo lo que había pasado mientras estaba fuera.

Sus ojos se posaron por casualidad en la pila de cajas, grandes y pequeñas, que estaban apiladas en una esquina del vagón. Contenían recuerdos de sus viajes.

—Primero, quiero volver a ver a mi familia —dijo con una suave sonrisa.

Este chico era en realidad un miembro de la familia real. No era otro que el Sexto Príncipe de Greysis, Tessily Greysis. Los que lo conocían se referían a él como el Príncipe Pródigo.

Shisai
Los príncipes en orden son: Mark, Willian, Arya, Reinette, Eutel, Tessily y Herscherik. Después las princesas están la que falleció y no recuerdo su nombre, luego Cecily y Meno.

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