Lucía – Capítulo 70: La duquesa Vivian (3)

Traducido por Maru

Editado por Tanuki


—Duque. Ya ves, mi ayudante y yo hicimos una apuesta.

Aquí vamos de nuevo, pensó Hugo. De vez en cuando, Kwiz seguía hablando sobre tonterías.

 —Era una apuesta si el duque lleva o no un pañuelo.

Hugo escuchó en silencio con una actitud cercana al desprecio, pero Kwiz fue inflexible.

—Los caballeros no suelen llevar sus pañuelos. Pero, quiero decir, el duque está en una zona gris. Entonces, elegí que el duque no lo lleva consigo mientras que mi ayudante eligió que si.

—¿Qué se apuesta?

—Si pierdo, ya no usaré una frase que uso con frecuencia.

Kwiz tenía una lengua desagradable. Era un hecho que todos sus colaboradores cercanos sabían. Debido a que Kwiz ascendía al trono y se convertía en el señor del país, el ayudante quería que él arreglara su manera de hablar para que su imagen no se viera afectada. Hasta ahora, sin importar lo que dijera su ayudante, Kwiz lo ignoró, pero a medida que aumentaba la frecuencia de las molestias, se volvía bastante fastidioso. Entonces Kwiz tuvo una buena idea.

—Haz una apuesta conmigo. Apostamos una palabra a la vez.

Regla 1: El contenido de la apuesta se realizará de acuerdo con lo que se le ocurra en ese momento en particular. Kwiz y el ayudante podrían turnarse para sugerir el contenido de la apuesta.

Regla 2: Si el ayudante ganaba, Kwiz no podría usar la expresión inapropiada que se estaba apostando después.

Regla 3: En caso de violación de la Regla 2, la apuesta se considerará como una pérdida.

Regla 4: si Kwiz ganaba, podría recuperar una expresión que se le había prohibido usar.

Después de hacer un conjunto de reglas muy inútil y específico, Kwiz comenzó el juego de apuestas. Era un camino interminable de repeticiones, pero con la idea de que al menos se estaba haciendo algo, el ayudante lo aceptó.

Hasta ahora, habían hecho una apuesta y Kwiz había perdido. Como resultado, Kwiz no podía usar la expresión “joder”.

El pañuelo del duque de Taran era la segunda apuesta. Para esta apuesta, se eligió la expresión “viejo muerto” que Kwiz usaba para referirse al difunto rey. Si Kwiz perdiera, tendría que referirse solemnemente al viejo muerto como el “difunto rey”.

—Entonces, duque. Dime. ¿Llevas un pañuelo?

Hugo alternó las miradas entre Kwiz, que tenía una mirada centelleante como si estuviera enfrentando el problema de su vida, y el ayudante cuya expresión estaba llena de súplicas.

¿Estaba realmente bien un ambiente tan relajado? Hugo se sentía dudoso. Por un breve momento, se preguntó si había tomado una buena decisión al tomarse de la mano con el rey.

—Lo llevo.

Kwiz se sorprendió y el ayudante aplaudió en silencio. Con una palabra, Hugo dejó caer una en el cielo y la otra en el infierno, pero su expresión era indiferente.

—¡De ninguna manera! ¡No hay forma de que el duque lleve ese tipo de cosas!

Si la apuesta hubiera sido hace un tiempo, el ganador de la apuesta habría sido Kwiz. Hugo no solía llevar un pañuelo. Si alguna vez surgió la necesidad de uno, podría ordenarle a alguien que lo limpiara. Pero había pasado bastante tiempo desde que comenzó a llevar un pañuelo.

—No mentiré por esas cosas —dijo Hugo.

—¿Cómo puede ser esto?

Kwiz se lamentó de pesar. Su plan de recuperar la expresión perdida “joder” al ganar esta apuesta fue infructuosa, ahora más bien, tenía que referirse a ese maldito carcamal como el “difunto rey”.

—Muy bien, muéstramelo. Ahora mismo.

Hugo frunció un poco el ceño, pero finalmente dio un pequeño suspiro y retiró el pañuelo del pecho y luego lo colocó sobre la mesa.

Los ojos de Kwiz se abrieron cuando vio el pañuelo blanco como la nieve y lo recogió. Su textura rugosa era de algodón y tenía una flor bordada en la esquina. Los nobles solían llevar pañuelos de seda oscura.

—Duque… ¿Tu gusto es único?

Los pañuelos de algodón normalmente los usaban los niños. Pero Hugo no se encogió en lo más mínimo. Por el contrario, se veía digno.

—Un pañuelo es para limpiar la suciedad. No hay nada tan bueno para realizar su función prevista como un pañuelo de algodón.

¿Me está enseñando la función de un pañuelo? Se preguntó Kwiz mientras reflexionaba sobre las palabras y la intención de Hugo. Kwiz descubrió el significado sutil detrás del pañuelo de algodón y lo miró con nuevos ojos. Además, dado que el duque parecía tan digno, el pañuelo no parecía tan malo cuanto más lo miraba.

El pañuelo era agradable al tacto, su color blanco estaba impecable y la flor de la esquina tenía su propio encanto. Las flores bordadas no estaban cosidas de manera elaborada, por lo que Kwiz tuvo una corazonada. Por lo que podía ver, no parecía el trabajo de un experto sino un bordado de la duquesa. La idea de que fue hecha por su hermana menor, cuya cara aún no había visto, lo hizo querer tenerlo.

—Mmmmmmm… Después de escuchar al duque, parece ser así. Entonces, dame esto.

—¿Perdón?

Hugo no pudo arrebatárselo al rey que lo había guardado en su bolsillo.

¿No era solo un pañuelo?

Por supuesto, para Hugo, no era solo un pañuelo. No lo llevaba consigo para usarlo, sino como una especie de encanto.

Un día, su esposa cortó trozos de algodón blanco y comenzó a hacer pañuelos ella misma. Ella se tomaría el tiempo o usaría su tiempo libre para bordar la esquina del pañuelo. Así, cuando hacía un montón, se lo enviaba a Damian cada pocos meses.

Un pañuelo de algodón blanco con una flor bordada en la esquina.

Cualquiera podría decir que era un artículo para un niño. Pero Hugo quería tenerlo.

Debido a que era vergonzoso decir de repente que quería tener un pañuelo de algodón con una flor bordada, se sirvió un poco. Hubiera sido mejor si lo declarara con confianza. Pero debido a que lo había hecho en un momento, no pudo decir nada más. Los pocos pañuelos que Hugo tomó se guardaban en el cajón de su oficina.

Después de un tiempo, cambió el bordado al nombre de Damian, afirmando que las flores no eran adecuadas para los niños. No importaba cuánto le gustaran a Hugo sus artículos hechos a mano, no quería llevar un pañuelo con el nombre del niño.

Los pañuelos con bordado de flores eran artículos de primera edición limitados que no se podían obtener actualmente. Solo existían unos pocos, pero uno le fue arrebatado.

El humor de Hugo se desplomó al instante. Hoy, de todos los días, ciertamente no quería ver el rostro desvergonzado del rey.

 ♦ ♦ ♦

Lucía se sintió profundamente exhausta tan pronto como llegó a casa. Una vez que entró en la casa, su tensión se evaporó rápidamente. Incluso si lo había experimentado en su sueño, en esta vida, fue su primera actividad y primera etapa.

Tener que mantener su expresión mientras estaba bajo el escrutinio de la gente requería un esfuerzo considerable. Además, tal vez porque Sofía se había puesto nerviosa, su cuerpo se sentía exhausto como si hubiera hecho un trabajo duro. Cenó temprano y se retiró a la cama pronto.

Hoy, Hugo regresó a casa después de la hora de la cena, pero no era tan tarde. Cuando vio que ella no había venido a saludarlo, la buscó con los ojos. Sin ser preguntado, Jerome dio una respuesta.

—Mi señora se retiró a la cama temprano. Parecía estar cansada de la excursión de hoy.

Cuando Hugo frunció el ceño, Jerome agregó.

—Mi señora no mencionó estar preocupada. Ella dijo que no había necesidad de un médico y que la fiesta del té fue agradable.

Hugo rápidamente subió a su habitación. Entró en el dormitorio y se sentó en la cama, mirando su figura tranquilamente dormida. Después de un rato, extendió la mano para alisarle el cabello despeinado que estaba extendido sobre la almohada.

—Mmmmm… ¿Hugh? ¿Has vuelto?

Sus ojos parpadearon y se abrieron. Mientras estaba medio dormida, su voz sonó indistinta y confusa.

—No quise despertarte. Vuelve a dormir.

El sonido de su voz baja y reverberante era agradable. Lucía sonrió y, como si se estirara, levantó los brazos para alcanzarlo. Hugo sonrió y bajó su cuerpo. Sus delgados brazos se envolvieron alrededor de su cuello. Hugo colocó una mano sobre su espalda para sostenerla. Podía sentir su temperatura cálida saliendo de debajo de su delgada ropa de dormir. Envolvió un brazo alrededor de su cintura, levantándola y abrazándola. Su fragante aroma le hizo cosquillas en la nariz. Hugo sintió que su corazón se apretaba con pensamientos perversos y cerró los ojos.

—¿Te sientes enferma en alguna parte? —preguntó Hugo.

—No. Estaba un poco cansada. Creo que estaba tensa porque me encontraba a mucha gente después de mucho tiempo.

—¿Cómo estuvo la fiesta del té?

—Fue como una fiesta de té.

Hugo la apartó de él y la miró a los ojos.

—¿Eso es…?

—Aparte de eso, ¿qué más hay? Soy la duquesa. Todos estaban cuidando mi estado de ánimo.

Lucía no tenía intención de contarle sobre el incidente con Sofía. Las acciones de Sofía fueron completamente debido a su persistente apego y obsesión. No era su culpa. Ya había cerrado ese capítulo antes de su matrimonio. Aunque la forma en que lo rompió no fue dulce, ¿tenía sentido ser tierno cuando se trataba de la separación entre un hombre y una mujer? Era mejor cortarlo por completo en lugar de dar lugar a dudas.

Como le había dado una advertencia a Sofía, planeaba esperar y ver. Si Sofía se quedaba callada, Lucía planeaba dejarlo así, pero si la mujer se mostraba en el escenario social, no lo pasaría por alto.

Lucía era la duquesa. Si ella lo ordenara, sería una caminata en el parque hacer que sus seguidores, que se morían de ganas de ponerse en su buena voluntad, actuaran. No habría necesidad de que Lucía se ensuciara las manos. Mientras les echara un vistazo, era algo simple para ellas humillar a Sofía y asegurarse de que no pudiera mostrar su rostro en los círculos sociales otra vez.

El mundo de la alta sociedad no respetaba, ni toleraba, el perdón y la generosidad. Uno sería ridiculizado como un tonto que ni siquiera podía proteger su propia autoridad. No importaba cuán alta fuera la posición de la persona si mostrabas debilidad mental, había una cantidad desbordante de personas que te esponjaban con ojos brillantes. Incluso si ser vicioso dañaría el prestigio de uno, no se debía dejar que todo pasara bien. Lucía no quería dominar los círculos sociales, pero no tenía la intención de parecer un blanco fácil para nadie.

—Eso es bueno de escuchar. ¿No pasó mucho?

—No. ¿Qué pasa contigo? ¿Cómo fue hoy?

Hugo se deprimió por un momento cuando recordó el pañuelo que le quitaron.

—Fue lo mismo de siempre.

—Pero, ¿sabes cuántas preguntas recibí sobre que me escoltases hoy? No sabía que no debía hacerse.

Las cejas de Hugo saltaron.

—¿Quién dice que no?

—Nadie lo hace. Eso es prácticamente lo mismo.

—Si lo hago, se hará de ahora en adelante.

Lucía lo miró con el lado de los ojos. Ahí iba de nuevo. En cualquier caso, su irracionalidad y orgullo no podían ser detenidos.

—No quiero la próxima vez. No quiero convertirme en un espectáculo.

—¿Por… qué estás tan preocupada por las miradas de otras personas?

—Estás demasiado despreocupado.

Cuando él permaneció en silencio y la observó, los ojos de Lucía se abrieron un poco. De repente apretó su agarre sobre ella y cubrió sus labios con los suyos. Él mordió sus tiernos labios ligeramente y le metió la lengua en la boca. Sintiendo su suave lengua moverse en su boca, sus dedos comenzaron a palpitar. Lucía apretó los brazos alrededor de su cuello y apretó los puños sin apretar. El beso fue dulce sin ninguna ferocidad.

Hugo se apartó de sus labios y besó el costado de su boca. Luego la recostó en la cama.

—Acuéstate. Tus ojos están llenos de sueño. Iré y haré algo de trabajo durante la noche.

—¿Hay mucho trabajo?

—En lugar de acostarme a tu lado y pasar una noche de insomnio, voy a hacer algo de trabajo.

—Tú… ¿Solo piensas en eso todos los días?

—Por supuesto.

Lucía lo miró con incredulidad y luego se echó a reír.

 ♦ ♦ ♦

Hugo examinó la lista de participantes para la fiesta del té a la que Lucía había asistido hoy. Fabian se quejó por dentro al tener que entrar a la residencia ducal a altas horas de la noche con documentos, pero en el exterior, su expresión era seria.

A pesar de que Fabian a veces se mantenía firme contra el duque, nunca había olvidado que, fundamentalmente, el duque era una persona aterradora. A menos que fuera absolutamente necesario, Fabian nunca haría ni diría nada que ofendiera al duque.

Hugo le había pedido alegremente a Fabian que trajera la lista de los asistentes de hoy. En el futuro, ella asistiría a fiestas más a menudo y le era imposible verificar individualmente quién asistía cada vez. Iba a revisarlo esta vez porque hoy era su primera reunión.

Mientras Hugo echaba un vistazo a la lista de participantes, sus ojos temblaron ligeramente.

Mierda.

Una palabra que Kwiz usó a menudo apareció automáticamente en su cabeza. La “condesa Alvin” se imprimió muy audazmente en la lista. Hugo esperaba haber leído mal, así que lo revisó varias veces más, pero no había duda. Hugo de repente comenzó a sudar.

—Esta fiesta del té. Descubre exactamente lo que sucedió durante esta fiesta —exigió Hugo.

El trabajo había aumentado otra. Fabian se lamentó por dentro.

—¿Cuándo lo quiere?

—Tan pronto como sea posible.

La voz de Hugo era oscura.

En momentos como este, uno debía gatear incondicionalmente. Fabian respondió de manera confiable.

—Entendido. Centraré toda la mano de obra en él y me ocuparé de ello.

Unos días después, Hugo recibió un informe. Una parte de las criadas que esperaban a los asistentes a la fiesta fueron compradas y la situación en ese momento se recreó tanto como fue posible. Parte de eso era el parloteo bastante inútil de las mujeres y la cantidad era bastante gruesa, pero Hugo lo leyó con paciencia. Cuando terminó de leer todo, su sentimiento era simple:

Estoy en problemas.

Tanuki
Hola Dios, soy yo de nuevo

6 respuestas a “Lucía – Capítulo 70: La duquesa Vivian (3)”

  1. Qué mala espina me da esto del pañuelo que Kwiz le robó a Hugo… En cualquier momento Lucía se nos queda embarazada, y seguro va a haber alguna tramoya rara de que es hija de alguien más y van a poner el pañuelo en el medio como prueba o algo así… Mi mente no deja de pensar cosas malas

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