Matrimonio depredador – Capítulo 3: Posada en mal estado

Traducido por Yonile

Editado por Meli

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Se decidió la boda de Leah y Byun Gyongbaek de Oberde. Para su decepción, su opinión no fue escuchada, no se le dio importancia en este matrimonio político. Recibió la noticia sin discusión previa.

Escuchó algunas palabras de aliento: «¿Byun Gyongbaek no es héroe fiel a Estia?¡La mejor manera de expresar gratitud de parte de la familia real eres tú!»; «Tu cuerpo le pertenece a la familia real. Este es un deber que la princesa debe asumir.»; «Esto es por el bien de Estia.»

Sin embargo, las frases de consuelo aumentaron más su ira. Para atarla a sus obligaciones, la gente empezó a susurrarle al oído, evaluandola para que se sometiera al decreto real.

¡Byun Gyongbaek no querrá una esposa indecisa después de todo!

Al descubrir que su existencia era con el único propósito de obtener un trato beneficioso, sintió desesperación. Y tan pronto como el inconmensurable dolor la abandonó, la ira tomó su lugar.

Mientras su mirada recorría el documento oficial que le notificó de su unión con Byun Gyongbaek, tomó una decisión. Resolvió provocar una desgracia duradera en la familia real de Estia, incluso si eso significaba su muerte prematura.

Como ella se negó al destino que la familia real le había pintado, un plan malvado comenzó a seguir su curso.

Esta noche, tendría compañía nocturna. Entonces la familia real sería acusada de entregar una novia desflorada al gran y poderoso Byun…

Contuvo la respiración, las yemas de sus dedos temblaban, el miedo se infiltraba… los vellos de su cuerpo se erizaron y sus piernas temblaron un poco.

Sin embargo, su fugaz vulnerabilidad desapareció; su determinación permaneció imperturbable.

La noche era joven, Leah se mordió el labio interior con fuerza, y continuó recorriendo las calles envueltas en oscuridad y obscenidades.

Gente embriagada caminaba tambaleándose debajo de las lámparas encendidas que colgaban entre los edificios antiguos. Se escuchaban risitas vulgares, y las bromas sucias se contaban en tonos ruidosos.

Leah apretó la capa alrededor de su cuerpo. Después de examinar con cuidado cada establecimiento; al final encontró el lugar que buscaba: una posada en mal estado que parecía que se derrumbaría en cualquier momento.

El pomo se sintió frío bajo su palma vacilante, abrió la puerta de madera.

La posada ya estaba llena de gente borracha e intoxicada. Como era de esperar, su entrada llamó la atención. Pero poco después, los que habían volteado a verla, perdieron su interés y siguieron charlando entre ellos.

Hizo los arreglos antes de venir: su acompañante vestiría ropa oscura y estaría sentado en el lugar más recóndito y discreto.

Su mirada recorrió todos los rincones y no pasó mucho tiempo antes de localizar su objetivo. El hombre se mezclaba con la oscuridad, lejos de todo el ajetreo del lugar, siendo la sombra y él una sola presencia.

Con lentitud se acercó al misterioso hombre, al llegar a él, golpeó la mesa donde estaba sentado y al instante, la mano que sostenía la copa de vino se congeló en el aire.

Aquellas manos, envueltas en guantes de cuero, eran tan grandes que el vaso de vidrio parecía un mero juguete.

—¿Eres mi compañero esta noche? —preguntó con valentía.

—Parece… —contestó después de unos largos segundos.

Era una voz baja y áspera que parecía arañar su interior. Leah parpadeó con fuerza, le habían dicho que los hombres con ese tono de voz, eran amables y hermosos.

Pero la voz que resonó en sus oídos era diferente a lo que esperaba, aunque se sorprendió, volvió a sus cabales con rapidez.

De todas maneras, todo terminará una vez que se hagan las cosas bien.

—Sígueme —indicó el hombre y ella asintió servilmente en respuesta.

Pronto la llevó a un tramo de escaleras que se dirigía al segundo piso del edificio. Los escalones de madera crujían por cada paso que daban. Después de atravesar un largo pasillo, entraron en una habitación al final de éste. Él abrió la puerta y dejó que ella entrara primero.

Parecía que la habitación alquilada era la mejor de toda la posada. Había cortinas gruesas y muebles acogedores, tenía un aspecto romántico, perfecto para las parejas que deseaban que su primera noche fuera memorable. Sin embargo, era un desperdicio, porque esta noche no era romántica, sino la parte de un claro plan.

Cuando él entró, cerró la puerta y puso el seguro. El sonido fue como una sentencia de muerte para Leah.

No hay vuelta atrás…

Respiró hondo para reunir todo su valor, se dio la vuelta y miró al hombre. Estaba atónita.

Hace un momento, en las sombras, cuando él se puso de pie, le sorprendió su enorme altura. Ahora, frente a ella estaba el hombre en todo su esplendor, era difícil ignorar la gran diferencia de altura entre ellos. A pesar de la escasa luz en la habitación, se podía ver con claridad sus hombros anchos y su gran físico.

Ella estaba avergonzada por el marcado contraste en sus aspectos. El hombre debió haberlo notado porque sus labios se torcieron en una leve sonrisa. Lanzó su pesada capa con una mano, revelando su rostro.

Lo que le dio la bienvenida fue una piel bronceada de aspecto saludable, cabello castaño oscuro y ojos apagados pero feroces.

En la oscuridad, sus penetrantes ojos dorados permanecieron nítidos y brillantes, reflejando la fiereza de una bestia.

Aunque anguloso, sus rasgos eran muy hermosos. Llena de una fascinación abrumadora, fijó con descaro su mirada curiosa en él

El corazón de Leah se aceleró y su garganta se secó al darse cuenta que el hombre no era humano.

—Kurkan… —murmuró para sí misma.

Su boca tembló cuando pronunció sin cuidado la palabra tabú. La piel oscura, su enorme físico y sus ojos dorados claros con pupilas de colores intensos eran las características de los Kurkans

Enarcó las cejas y admitió con frialdad:

—Ha pasado mucho tiempo desde que una persona me llamó Kurkan. Hoy en día, es normal que nos llamen salvajes —dijo arrastrando la última palabra.