Traducido por Lugiia
Editado por Freyna
Violette oyó el familiar crujido de pasos.
—¿Eh? —dijo una voz sorprendida.
Violette se giró inmediatamente al oírlo. Era un error suponer que nadie más vendría aquí. Después de todo, ella misma estaba aquí; tenía sentido que alguien más se escabullera con la esperanza de evitar a otras personas. Se sorprendió mucho más cuando vio la cara del intruso, ya que era una que reconocía.
—Princesa Rosette —dijo Violette.
—Oh… Señorita Violette.
Rosette tenía un aura tan dulce y encantadora como de costumbre. Un precioso cabello púrpura ondeaba maravillosamente por su espalda. Su cabello era la envidia de todos los que lo contemplaban: increíblemente liso, sin una sola onda ni rizo a la vista. Su sonrisa y sus ojos lavanda muy abiertos daban una impresión distinta a la habitual, probablemente porque la primera no llegaba a lo segundo. Su sonrisa se asentaba sobre la cara de pánico de alguien que no sabe qué hacer a continuación.
—Um…
Rosette apretó más contra su pecho el objeto que llevaba entre los brazos, mientras sus ojos iban de un lado a otro. Violette no conocía a esta chica lo suficiente como para entender si había un significado más profundo, pero estaba claro que Rosette se sentía preocupada por la presencia de Violette.
—Mis disculpas. Me retiraré pronto —le dijo Violette.
—¡Oh!
Violette ya estaba acostumbrada a que la gente no la quisiera. Ya no se sentía herida por ello, así que hoy en día ni siquiera se molestaba en rebatir su antipatía. Esas opiniones apenas le importaban ahora, siempre y cuando no tuviera que sufrir directamente la malicia de los demás.
Se levantó e intentó pasar junto a la princesa.
—¡N-No, espere! —gritó Rosette.
Justo cuando tomó a Violette por el brazo, el libro que llevaba cayó al suelo.
Violette la miró, confundida.
—¿Um…?
—Ah, lo siento. No se preocupe por ello.
Ambas se apresuraron a recogerlo, cuando sus manos chocaron entre sí y se congelaron en el sitio. Una de ellas, Rosette, se acercó al libro de forma brusca y antinatural, mientras que la otra, Violette, mantuvo su gracia habitual. Ambas miraron las páginas abiertas, acariciadas por el viento. Violette lo había tomado por una novela o algo así, pero en su interior podía ver un arco iris de colores. No era un libro de ilustraciones, sorprendentemente.
—¿Una guía de campo? —murmuró Violette.
Rosette dio un grito ahogado. Se estremeció visiblemente al ver a Violette procesando el contenido del libro, y las puntas de sus dedos extendidos llevaban un rato temblando. Violette no estaba segura de si mantener aquella postura le resultaba doloroso.
Había muchas imágenes y pasajes detallados en las páginas abiertas. Era parecido a los libros que su madre le había regalado cuando era pequeña, cuando la criaban como a un niño. Precisamente por eso, la posesión del libro por parte de Rosette fue muy inesperada. No era una simple guía de campo, sino una con un enfoque muy peculiar. La impresión que Rosette daba a las masas era sin duda la de alguien que pasaba páginas vibrantemente pintadas con hermosas flores. Violette había pensado lo mismo al observarla desde lejos.
Violette tomó el libro y le quitó los finos granos de suciedad. La cubierta estaba sucia, pero no parecía haber ningún daño real. Lo hojeó, pero no había ninguna página rota.
—Aquí tiene —dijo Violette, entregándoselo.
—Ah, claro.
Rosette aceptó el libro con una torpe sacudida y se lo acercó. Violette supuso que se había puesto tensa por la sorpresa, pero debía de estar intentando ocultar el libro. Sus esfuerzos habían sido en vano, ahora que el contenido había quedado al descubierto.
—E-Em, esto es… —Rosette comenzó.
Por más que intentaba inventar una excusa, no encontraba las palabras adecuadas. Ahora que su secreto había sido revelado, era inútil intentar engañar a Violette, así que se mordió la lengua. Violette la comprendió perfectamente porque ella ya había pasado por lo mismo. Sabía lo que la princesa sentía y lo que quería decir.
—No hace falta que me lo explique —dijo Violette—. No me entrometeré ni diré una palabra a nadie.
—¿Qué?
—Si me dice que lo olvide, lo haré. No quiere que la gente lo sepa, ¿verdad?
Cuando se vieron por primera vez, Rosette no solo se sintió incómoda porque hubiera alguien. La presencia de cualquiera la habría inquietado, pero su pánico se intensificó cuando vio que era Violette, objeto de varios rumores desagradables.
—Intentó detenerme porque pensó que me haría una idea equivocada.
Rosette se había dado cuenta de que Violette lo entendería mal y supondría que la princesa la odiaba, así que la agarró del brazo para disipar esa idea. Por desgracia, eso le costó revelar su secreto. Nadie se equivocaba, solo actuaban las fuerzas de la casualidad. Aun así, la ansiedad de Rosette no parecía disminuir.
—Gracias por eso —continuó Violette—. Le pido disculpas por haberla molestado.
No le gustaba revelar los secretos de la gente. A decir verdad, no le interesaban en absoluto. Las palabras de Violette no sonaban muy persuasivas, sobre todo teniendo en cuenta que eran relativamente desconocidas, pero solo podía esperar que Rosette la creyera.
—¿No se siente… desilusionada o algo así? —preguntó Rosette.
—¿Sobre qué?
—Quiero decir, yo…
—Supongo que es un poco inusual, tal vez…
El título del libro que Rosette tenía en la mano decía “Guía de Campo de Reptiles”. Tales tomos eran generalmente impopulares entre los estudiantes. A muchos de ellos les encantaban las flores y disfrutaban de la naturaleza, pero los insectos y los reptiles se consideraban en general algo aparte. Aunque la academia era rica en vegetación y plantas, era raro ver la fauna que normalmente vivía junto a ellas. De vez en cuando se colaban desde el exterior, pero no solían reproducirse dentro de los terrenos de la academia. Era lógico que a los estudiantes de la academia, independientemente de su edad o sexo, les repugnaran esas criaturas.
—Es libre de disfrutar lo que quiera…
Los gustos de una persona eran los disgustos de otra, y viceversa. No había ningún decreto que obligara a alguien a amar únicamente las cosas que los demás amaban. La gente tiene derecho a hacer sus propias elecciones, a decidir sus preferencias. Claro, podían ocultar esas preferencias, pero no había razón para obligarles a cambiar.
—Sin embargo, algunas personas no pueden soportarlos, así que téngalo en cuenta.
Tener la libertad de disfrutar de las cosas era algo completamente distinto a ser considerado con tu entorno. Imponer tus pasiones a los demás solo te convertía en una peste. La anterior Violette no lo había entendido. Había impuesto sus cosas favoritas a los demás, había forzado a la gente a adaptarse a sus necesidades, y al final todo había acabado perjudicándola. Parecía que todo aquello había ocurrido hacía mucho tiempo, pero aún recordaba con perfecta claridad la sed de sangre a la que se había aferrado aquel día.
Violette hizo una rápida reverencia.
—De todos modos, que tenga un buen día.
Luego, se alejó sin mirar atrás.
Aquel encuentro accidental pronto quedó relegado a los rincones más recónditos de su mente. No tuvo el impacto suficiente para despejar la niebla de sus pensamientos. Sin embargo, el nombre de Rosette se hizo más vívido en su mente, haciendo de este un encuentro posiblemente fortuito.