Traducido por Lugiia
Editado por Freyna
En opinión de Rosette, la perfección significaba no desviarse nunca de lo que la gente esperaba de ti. “Pura”, “hermosa”, “adorable”, “maravillosa” e “ideal”: el sinnúmero de cumplidos se acumulaba y la asfixiaba. Aplastaban su verdadera imagen de sí misma. Cuando se dio cuenta de lo mucho que le dolía, su cuerpo ya estaba sumergido más allá del punto de escape. No le molestaba su nombre, que tanto recordaba a las rosas, pero que la compararan con una flor le resultaba terriblemente constrictivo.
Supongo que esta vez tampoco…
En la escuela media e incluso después de entrar en la escuela especializada, iba a comprobar cada vez que oía que había llegado un libro nuevo, solo para terminar decepcionada. En comparación, las bibliotecas de esta academia tenían una colección enorme, que incluía libros especializados de todos los campos. Por eso, tenían lo que Rosette deseaba.
Sin embargo, no eran más que libros técnicos. Contenían pasajes detallados sobre elaboradas investigaciones, por lo que era cuestionable hasta qué punto un aficionado podría encontrar en ellos placer. Rosette prefería las ilustraciones al texto, aunque lo que más le gustaba eran las fotografías. Por desgracia, para ella, estos tomos solían dar prioridad al texto sobre los otros dos.
—Si busca algo, ¡yo la ayudaré, señorita Rosette! —se ofreció una estudiante.
—Si hay algo que quiera leer, a nosotros también nos gustaría intentar leerlo —dijo otra.
—También me gustaría escuchar sus recomendaciones —añadió una tercera.
—Gracias a todos, pero está bien. Solo he venido a ver los libros nuevos —les dijo Rosette.
Las alumnas que la miraban con ojos brillantes ya se imaginaban el tipo de recomendaciones que Rosette les daría. La Rosette que había en sus mentes seguramente les sugeriría una historia de amor dulce y conmovedora, o una colección de fotografías de paisajes. Si le pidieran algo inesperado, sin duda elegiría algún tipo de novela esotérica de misterio.
De repente, alguien soltó un grito.
—¡Eek!
—Oigan, ¡¿quién ha sido el que ha dejado la ventana abierta?!
Rosette se giró para ver a la gente huyendo por una esquina de la habitación. Una pequeña criatura merodeaba cerca de los libros y cuadernos abandonados. A juzgar por su tamaño, lo más probable es que fuera un lagarto joven. Balanceando sus cuatro patas al andar, no parecía que fuera a hacer daño a nadie. Era tan pequeño que no haría gran cosa si se le dejaba solo.
—¿Qué hacemos?
—Iré a llamar a alguien.
Este pequeño nunca sería bienvenido en la academia. Una vez descubiertos, los de su especie siempre eran expulsados de las instalaciones. Los estudiantes gritaron y corrieron, esperando que los adultos liberaran al lagarto afuera. Los lagartos no tenían la mejor reputación aquí; la mayoría de la gente tenía sentimientos desagradables hacia ellos. No se les mataba, pero tampoco eran bienvenidos en el recinto. En pocas palabras, se esperaba que uno los reprochara, y especialmente si se trataba de una dama conocida.
—¿Se encuentra bien, señorita Rosette? —gritó una estudiante con expresión preocupada.
Rosette se quedó paralizada.
—Sí, gracias.
Seguramente, esta chica tampoco era muy buena tratando con reptiles y era del tipo amable que siempre tenía en cuenta los sentimientos de los demás. Era una virtud magnífica. Si su preocupación se hubiera dirigido a otra persona, no le habría causado dolor.
Rosette guardó silencio.
¿Qué cara pondría esta chica si lo supiera? ¿Y si descubriera lo que la verdadera Rosette, la princesa ideal de las damas, amaba a estos seres más que cualquier otra cosa? ¿Cómo la vería esta chica? ¿La seguiría mirando con tanta amabilidad?
Imaginó la respuesta… y, sin decírselo a nadie, abandonó el espacio.
♦ ♦ ♦
Rosette creía que todo había empezado por la influencia de sus hermanos. Sus dos hermanos mayores mimaban mucho a su hermana pequeña. Querían estar con ella en todo momento cuando eran pequeños. Tanto si dormían, comían o jugaban, ella lo hacía todo tomada de la mano de sus hermanos. Jugaban en la biblioteca y no en el jardín, porque sus hermanos sabían que no podían ver a la princesita corriendo cubierta de barro. Eran príncipes, pero sus hermanos seguían siendo niños.
Le encantaban los cuentos que le leían sus hermanos, pero la lectura solía aburrir a los niños, sobre todo cuando eran pequeños. Para empezar, Rosette no era de las que se sentaban tranquilamente con un libro, así que, para mantener su interés, los hermanos revolvieron toda la biblioteca y le leyeron libros de todos los géneros. Empezaron con bonitos libros ilustrados, pasaron a historias de amor agridulces, relatos sobre la amistad y fantasía, e incluso llegaron a antologías de poesía.
Rosette no recordaba cuándo sus hermanos recurrieron finalmente a las guías de campo que poseían personalmente, pero se quedó fascinada con su contenido. Tenían grandes fotografías acompañadas de densas explicaciones. De vez en cuando, había fotos de criaturas grotescas, pero a ella le parecían encantadoras a su manera. Cuando fue capaz de leer por sí misma, se interesó también por su ecología.
Todos los días se reunían los tres y se sumergían en sus guías de campo. Para entonces, los hermanos acompañaban a su hermana pequeña. Aun así, ni una sola vez llamó “raras” a las criaturas de esos libros. Nunca condenó, despreció ni desmoralizó a ninguna de ellas.
Empezó a darse cuenta de la triste verdad: que ser una princesa que amaba a los reptiles no sería bien recibido por los demás.