Bebé tirana – Capítulo 31: Tómame bajo tu protección

Traducido por Den

Editado por Yonile


¿Por qué Mabel está aquí?

Preocupado por que pudiera resultar herida, Esteban disipó al instante su magia. Se exponía a un ataque, pero eso no le importaba ahora mismo; la seguridad de Mabel estaba por encima de la suya.

—Mabel, ¿por qué has venido aquí? Es peligroso.

En contraste con su voz tranquilizadora, lanzaba una mirada asesina a Lissandro, que estaba de pie detrás de Mabel.

—¿Cómo puede un humilde servidor como yo detener al emperador…? —murmuró el hombre mientras evitaba la mirada de Esteban.

En realidad, no exageraba. Después de que Xavier contara sin querer todas aquellas noticias a Lalima, Mabel decidió marcharse. Aunque el emperador regente y el Demonio de Deblin estuvieran en un peligroso enfrentamiento, pensó que era su responsabilidad como emperador afrontar la crisis y resolverla, si era posible. Era inútil advertir sobre los riesgos.

Su Majestad, el Demonio de Deblin no es poca cosa. Es demasiado peligroso ir allí…

Tú eresh fuelte, Lisanduroh. Tú puedesh purotejerme. (Tú eres fuerte, Lissandro. Puedes protegerme.)

P-Por supuesto, soy fuerte, pero…

Puesh vamos, ¿eh?

¿Cómo podría rechazar la pequeña mano que lo arrastró hasta aquí?

¡Bien, puedo protegerla…!

Lissandro en realidad había cedido ante la irresistible ternura de Mabel.

Ya veo, así que eso es lo que pasó.

Esteban podía imaginar lo que había ocurrido, pero eso no le aliviaba lo más mínimo. Aunque intentó hacerle señas para que volviera, Mabel no le hizo caso.

—No periés (No peleéis)

—¿Pelear? ¿Crees que tu padre se peleaba?

Esteban se encogió de hombros con inocencia.

—Eshtabaz periendo. Con ese hermano. (Estabas peleando. Con ese hermano.)

Mabel señaló sin miedo a Aidan, que parecía inusualmente animado. Sin embargo, lo que dejó a todos consternados fue que Mabel hubiera llamado «hermano» al Demonio de Deblin, siendo el más consternado su verdadero hermano, Oscar.

Ella… ¡nunca me ha llamado hermano!

Independientemente de que sus acciones dejaran a Oscar impactado, la primera y principal prioridad de Mabel era resolver esta situación. Algunas dudas habían empezado a surgir tras enterarse de que el chico había aniquilado a su propio ejército, la escena que tenía ante ella ahora era realmente desoladora: el Demonio de Deblin se alzaba sobre una montaña de cadáveres. Además, desde que ella había aparecido, el chico no le había quitado los ojos de encima ni una sola vez. Mabel empezó a sudar por dentro cuando su mirada la examinó por completo.

Siento como si me fueran a perforar la cara…

En el caso de Esteban, su mirada penetrante permanecía fija en Aidan.

Antes que nada, debo saludarlo.

Uno de los apodos de Ermano era el País Oriental de la Cortesía, y como nativa y a la vez su emperador, era natural que Mabel ya tuviera buenos modales. Sin embargo, en cuanto dio un paso adelante, Lissandro se interpuso entre ella y el Demonio de Deblin. No obstante, aunque no pudiera acercarse, Mabel aún podía agitar la mano. Así que se asomó entre las piernas de Lissandro y saludó a Aidan.

—Hola, soy Mabuhl.

El chico le devolvió el saludo en silencio.

—¿No puedes habuar?

Más silencio y más miradas.

Vale, me está ignorando…

Al sentir la malicia de sus ojos carmesí, Mabel se abrazó con fuerza a las piernas de Lissandro.

—Lissandro. Lleva a Mabel adentro…

Aidan dio un paso adelante en dirección a Mabel.

—Alto ahí —ordenó Esteban a Lissandro, que se tensó y desenvainó la espada, apuntando con su punta al muchacho. A pesar de ello, Aidan continuó acercándose sin vacilar. Pronto, la punta de la espada de Lissandro estuvo a un paso de su cuello, con la hoja afilada brillando de forma amenazadora.

—Para —ordenó Esteban una vez más.

Para suerte o desgracia de Mabel, Aidan dejó de acercarse a ella, aunque todos se mantuvieron en guardia.

Momentos después, Aidan volvió a moverse.

Gritos de asombro estallaron en lo alto de la muralla, e incluso Lissandro y Esteban parecían sorprendidos. El monstruo conocido como el Demonio de Deblin se había hincado una rodilla en el suelo e inclinado la cabeza. Al cabo de unos segundos, levantó la vista y miró al frente, Mabel estaba reflejada en sus ojos escarlatas. Aunque Lissandro se interponía entre los dos, no parecía importarle.

¿Qué está tramando?

Mabel permaneció detrás de las piernas de Lissandro, todavía insegura. Cuando sus miradas se encontraron, sintió que esos ojos carmesíes la absorbían.

Pronto, Aidan le habló por primera vez.

—Busco asilo en Ermano.

—¿Mm…?

Mabel dudó de sus oídos ante aquellas increíbles palabras, pero…

—Estaré bajo tus órdenes…

—¿E-Eh?

Sorprendida por la repentina declaración, Mabel hacía todo lo posible por comprender este inesperado acontecimiento.

—…así que tómame bajo tu protección.

—¿Eh?

Al darse cuenta de que le había oído bien la primera vez, Mabel se quedó helada, totalmente confundida. En ese instante, Esteban levantó la espada.

—Muere…

Cuando presintió el derramamiento de sangre que se avecinaba, Gustav gritó desde la muralla: —¡Majestad, el emperador está mirando!

Al oír el nombre de Mabel, Esteban envainó de inmediato la espada. Sin embargo, aún hervía de furia. Miró con atención al chico que seguía arrodillado y luego gritó una orden: —Debe estar loco. ¡Encarcélenlo ahora!

—¡Sí, señor!

Los soldados que estaban a la espera avanzaron lentamente hacia el Demonio de Deblin. Aidan los ignoró y permaneció arrodillado y con los ojos clavados en Mabel. En el momento en que uno de los soldados le puso la mano en el hombro, un gran estruendo resonó en toda la zona circundante.

El soldado salió catapultado por un golpe de energía ensordecedor.

Por suerte, el hecho de que gimiera de dolor significaba que aún vivía. Todas las demás tropas se quedaron inmóviles, renuentes a acercarse más.

¿Puede atacar a alguien solo con energía? ¿Qué tan fuerte hay que ser para hacer eso?

Mabel, que acababa de ver cómo una persona salía volando ante sus ojos, se quedó atónita.

¡Este… este tipo es una bomba de relojería!

Parecía sincero y su mirada le transmitía confianza, pero Mabel también podía ver en ella un resquicio de brutalidad. Si las cosas seguían así, le preocupaba que los aquí reunidos pagaran un alto precio.

—¿Qé esh asium? (¿Qué es el asilo?)

Se apresuró a intentar calmar la situación actuando como una niña, riéndose como si no conociera la gravedad de la situación. Pero el chico no se inmutó y siguió observándola. Mientras tanto, Esteban rechinaba los dientes y los soldados permanecían inmóviles, sin saber que Mabel estaba haciendo todo lo posible por salvar a Ermano.

—¿Qué estáis haciendo? —gritó—. Atrapadlo.

—¡Sí, Majestad!

Los soldados empezaron a acercarse de nuevo al chico, aunque más despacio. Por alguna razón, Mabel supo instintivamente que si uno de ellos volvía a agarrarlo, esta vez morirían de verdad.

Este chico ha perdido la cabeza por completo.

Justo antes de que se produjera otro desastre, cuando uno de los soldados estaba a punto de tocarlo, Mabel apretó los puños y gritó: —¡Bien! Puedesh pedí asium aquí. Pero solo si escuyas a papá. (¡Bien! Puedes pedir asilo aquí. Pero solo si escuchas a papá.)

El visto bueno del emperador a su petición de asilo dejó atónitos a los espectadores.

—¡¿M-Majestad?!

—¡Mabel!

Aunque a su alrededor estallaroon gritos de desaprobación, Mabel no vaciló lo más mínimo. El chico que tenía ante sí podría hacer algo mucho peor de lo que ya había hecho si ella se preocupaba por asuntos tan triviales.

—¿Vas a aser cazo? (¿Vas a hacer caso?) —preguntó Mabel, con voz dubitativa.

Para su sorpresa, Aidan asintió.

Dios mío.

Y así, sucedió lo menos esperado: el Demonio de Deblin solicitó asilo en el Imperio Ermano.

♦ ♦ ♦

Se celebró una conferencia de emergencia debido a circunstancias inesperadas derivadas de mi decisión.

—Esto… esto es una locura, Majestad. ¿Asilo? Ese monstruo eliminó a la mitad de nuestras fuerzas en la frontera —protestó un consejero.

—Estoy de acuerdo —coincidió otro.

—Esto debe ser parte de la conspiración de Deblin contra nosotros. Probablemente están tramando robar los secretos militares de Ermano.

—¡Sí, debe ser eso!

Todos los presentes se opusieron furiosos a lo que yo había hecho. Sin palabras, los observé debatir entre ellos.

No les importa si soy un bebé o no…

Tanto la niñera como estos consejeros seguían olvidando que yo era todavía una bebé que apenas podía pronunciar algunas palabras. Si delante de ellos hubiera estado sentado un bebé normal, ya estaría llorando sin parar, incapaz de entender por qué tantos hombres se gritaban unos a otros.

—Todo esto del asilo es solo un complot para infiltrarse en el palacio.

—Yo también pienso lo mismo, Majestad.

El Demonio de Deblin debía de ser un enemigo temible, a juzgar por la palidez de todos los presentes.

Bueno, yo también estoy algo asustada, pero…

Mientras esperaba a que los consejeros se cansaran, sorbía un zumo de naranja dulce que me había traído un criado. Elaborado únicamente con naranjas recién exprimidas, estaba muy bueno.

Qué refrescante.

Cuando iba por el segundo vaso, la rabia ya se había disipado. Ahora, todos los hombres de la sala me observaban.

Uf. Qué molestos.

Con desgana, solté la pajita y luego dije con apatía: —Vejos stupidos. (Viejos estúpidos.)

—¡¿Eh?!

Aunque solo les había llamado estúpidos, sus ojos se abrieron de par en par al oír semejante palabra salir de mis labios.

Jaaa…

Suspiré y observé a los presentes en esta sala.

—No impota si ez mentía o no. (No importa si es mentira o no.)

—¿Qué…?

—Si llealmente bushca asium, ez wueno. Si eztá pinjiendo, tenemoz un pwisoneho en nuesto pawacio, así que también es bueno. (Si realmente busca asilo, eso es bueno. Si está fingiendo, tenemos un prisionero en nuestro palacio, así que también es bueno.)

Nadie habló después de mi explicación, así que proseguí.

—Solo neshezitamó una wena seguridá. (Solo necesitamos una buena seguridad.)

En cualquier caso, Ermano salía ganando. No importaba que nadie confiara por completo en él cuando su estado de refugiado era, por ahora, temporal. Lo que en verdad me preocupaba era…

En ese momento, sus ojos… Había estado a punto de matar a alguien.

También tenía curiosidad por saber por qué esos mismos ojos parecían mucho más suaves cuando me observaban. Al cabo de poco, volví en mí y miré alrededor de la habitación en busca de su respuesta.

—¿Hm?

¿Estaba imaginando cosas? Por alguna razón, la forma en que los consejeros me miraban un poco diferente.

—¿Q-Qué?

En cuanto pregunté vacilante, todo el grupo gritó.

—¡Su Majestad es realmente extraordinaria!

—¡Qué sagaz!

—¡Así que confía en la Orden de Caballeros de Ermano! Tiene razón, ¡no son tan incompetentes! ¡No dejarán escapar a su rehén una vez más!

—¡Desconocíamos el propósito original de Su Majestad…!

—¡Su Majestad es tan adorable…!

Me quedé boquiabierta ante la lluvia de cumplidos. Y justo en ese momento, un pensamiento pasó por mi mente: espera, ¿no me estoy esforzando demasiado…? ¡Mi objetivo final era que me echaran del trono!

♦ ♦ ♦

Quizás mi experiencia anterior como trabajadora a tiempo parcial tuvo la culpa. Pero lo hecho, hecho está, así que no podía hacer nada.

Había pasado un día desde el ataque de Deblin y, sin embargo, no oía nada nuevo sobre el destino del Demonio de Deblin. Cada vez que intentaba preguntar al emperador regente, ocurría lo mismo.

—De…

—Olvidé que tengo asuntos que atender.

Salía de la habitación.

—Debl…

Madame Lupe, tráigale unos snacks a Mabel —dijo.

—¡Shnacks…!

O me distraía con aperitivos.

—Deblin…

—Es hora de dormir, Mabel. Duerme bien, muah.

O me daba un beso en la frente y apagaba las luces.

Empezaba a enfadarme que el emperador regente evitara constantemente el tema. Lo único que quería saber era dónde estaba el chico y cómo lo trataban.

Ahora que la situación es así, tengo que conocerlo en persona.

Al parecer, no quería que viera al Demonio de Deblin por los posibles riesgos. Sin embargo, tal y como yo lo veía, el chico ya me habría matado si hubiera querido. Debía tener otras intenciones.

Al día siguiente, por la noche, no comí la tarta de chocolate que habían sacado de postre. Le pedí a Lalima que la metiera en una cesta con un tenedor.

—Avie —lo llamé.

—¿Sí, Majestad? ¿Quieres salir a dar un paseo nocturno?

Xavier miró la cesta que yo me esforzaba por sostener, pero me limité a negar con la cabeza.

—¿Ónde eztá el Demonio de Debulin (¿Dónde está el Demonio de Deblin?)

—Ah… ¡¿eh?! —Se sobresaltó como si acabara de oír algo que no debía oír. Se puso tan pálido que empecé a lamentar haber preguntado.

—Eh, bueno, no estoy seguro. En verdad, no lo sé, ja ja.

Por desgracia para Xavier, su voz rígida y robótica delataba que, de hecho, sabía dónde estaba el chico.

—Quiero vé al Demonio de Debulin —exigí con voz severa.

 —¿Perdón? No es posible. Es demasiado peligroso. ¡El emperador regente…!

—¿El empeado lejente o io? (¿El emperador regente o yo?)

—¿Cómo dice?

—¿Te gushta má… el empeado lejente que io? (¿Te gusta más… el emperador regente que yo?)

Puse mi cara de enfado habitual, lo que debilitó el corazón de Xavier. Esta vez casi le temblaban.

—E-Es que… —balbuceó.

—Savié, te odo…

—Vamos, ¿por qué siempre me hace esto? —Aunque se quejó, se puso en marcha con diligencia.

Mientras le seguía, Lissandro apareció a mi lado de la nada.

—¿A dónde va, Majestad?

—Demonio de Debulin.

—¿Perdón…?

Lissandro palideció antes de cerrarme el paso rápidamente. Le miré con el ceño fruncido, pero se limitó a negar con la cabeza.

—No.

—¿Poh qué?

—Es demasiado peligroso. Si pierde el control… y el emperador regente también…

Como antes, interrumpí a Lissandro con:  —¿El empeado lejente o io? (¿El emperador regente o yo?)

—¿Perdón?

—¿Te gushta má… el empeado lejente que io? (¿Te gusta más… el emperador regente que yo?)

—No, ¿cómo puedes decir eso? Jamás.

Al ver que su reacción difería de la de Xavier, decidí que enfurruñarme no funcionaría con este hombre.

—Entonshes, ¿poh qué le ases cazo? (Entonces, ¿por qué le haces caso?)

—Eso es porque las órdenes de su padre intentan mantenerla a salvo, Majestad.

—Poh supuéto, Lissanduro. Te gushta má el empeado lejente que io… (Por supuesto, Lissandro. Te gusta el emperador regente más que yo…)

—Eso son tonterías.

Me alejé de él. Me di cuenta de que Lissandro se estaba poniendo nervioso, así que le asesté el golpe definitivo.

—Hmph. Como shea. Te odo Lissanduro.

—M-Majestad —tartamudeó.

—Te odo.

—Yo también la guiaré.

Una vez superados los primeros obstáculos del camino, entregué la cesta a Lissandro y retomé feliz el camino. Pronto llegamos por fin a la entrada de la prisión subterránea del palacio. Con un vistazo rápido pude ver que un gran número de tropas montaban guardia. Solo nos dejaron pasar tras reconocer a Lissandro.

Xavier extendió los brazos y me hizo señas para que me acercara.

—La cargaré, ya que hay muchas escaleras.

—Chi.

La escalera de caracol por la que descendimos parecía no tener fin. A veces llegábamos a un pasillo corto y al final nos esperaba otro tramo de escaleras.

¿Cuánto tiempo nos llevó descender? Daba igual, porque parecía que habíamos llegado a nuestro destino.

Uf, ¿qué es este olor?

Me apresuré a taparme la nariz ante el hedor nauseabundo mientras Xavier se dirigía hacia una celda situada al final del pasillo.

Cuando la puerta de la celda se abrió con un chirrido, me quedé impactada al ver el estado de la habitación. No esperaba mucho de él dado que se llamaba «demonio», pero esto…

Esto es demasiado…

El chico estaba encadenado a una pared, con grilletes alrededor de sus cuatro extremidades. Y en cuanto a la persona responsable de su estado actual…

¿Vas a aser cazo? (Vas a hacer caso?)

Espera un segundo, ¡soy yo…!

En cuanto me di cuenta de la verdad, el chico abrió sus ojos carmesíes, los cuales se clavaron en mí sin vacilar.

Ay, no.

Algo malo iba a ocurrir si no arreglaba este desastre aquí y ahora. Ya podía ver mi pequeño cuerpo de bebé siendo lanzado contra una pared por el chico, que seguramente, y con razón, estaba enfadado conmigo por ponerle en esta situación.

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