¡Juro que no volveré a acosarte! – Capítulo 47: Un lugar donde su amor no puede ir

Traducido por Lugiia

Editado por Freyna


La habitación de Maryjun era como un mundo diferente.

La propia habitación de Violette era oscura, pintada de un color tenue y, sinceramente, parecía más una habitación de invitados que el dormitorio de una adolescente. Había sido suya desde que nació, pero a pesar de eso, nunca había pintado las paredes; no reflejaba sus gustos en absoluto. Aun así, tenía todo lo que necesitaba y era el único lugar de la mansión donde podía relajarse, así que Violette le tenía cariño.

La habitación de Maryjun tenía un estilo completamente diferente; nunca se adivinaría que las dos habitaciones formaban parte de la misma mansión. Estaba decorada con colores brillantes y muebles bonitos, y cada objeto desprendía el gusto de Maryjun. Había peluches y marcos de fotos esparcidos por todas partes. Había muchas más cosas aquí que en la escasa habitación de Violette, pero todo estaba meticulosamente organizado, lo que evitaba que se sintiera desordenado.

Una habitación es un reflejo de su propietario; muestra claramente sus gustos y su estilo de vida. Si la habitación oscura y clínica era Violette, esta habitación suave era Maryjun. Mostraba la mente cariñosa y abierta que atesoraba mucho de lo que encontraba. Era un sitio construido con amor.

—¡Por favor, toma asiento! Ahora prepararé un poco de té. Acabas de comer, así que no tendrás hambre —dijo Maryjun.

—Sí, gracias… —dijo Violette.

Maryjun revoloteaba inquieta por su habitación, probablemente nerviosa. Sus ojos habían estado llenos de determinación cuando invitó a Violette a venir. Esto no era algo que ella hiciera normalmente.

Para ser sincera, era un poco sorprendente ver a Maryjun nerviosa. Violette la consideraba del tipo que podía superar cualquier dificultad con una sonrisa, pero no habían hablado cara a cara desde el día en que rescató a Maryjun y la sermoneó en el acto.

Eso fue… desesperante.

Solo recordar ese día hizo que todo el cuerpo de Violette se tensara. No se arrepentía de haber hablado con las acosadoras o con Maryjun; solo había hecho y dicho lo necesario. De hecho, estaba orgullosa de cómo se había comportado, pero esa era solo la opinión de Violette. Si Maryjun decidía que era una chica cruel que había acosado despiadadamente a su hermana menor, eso es lo que sería.

—Tengo té negro, ¿cómo te gusta tomarlo? ¿Con leche o sin ella?

—Con leche, por favor —respondió Violette.

—¡Por supuesto!

Maryjun tenía un juego de té preparado y empezó a servir una taza de té negro con manos experimentadas. Violette era buena preparando el té; cuando Marin no estaba cerca, generalmente lo hacía sola, pero la mayoría de los nobles dejaban esos detalles a los sirvientes. Incluso el té más aromático y de mayor calidad podía arruinarse por un solo error en el proceso de elaboración.

Ella había supuesto que la malcriada Maryjun no se molestaría en aprender.

—Aquí tienes —dijo Maryjun, pasándole una taza.

—Gracias. —La dulce fragancia del vapor que salía de la taza hizo cosquillas en la nariz de Violette. Cuando tomó un sorbo, se encontró con la dulzura que había previsto, pero con una textura que superaba sus expectativas. Miró a Maryjun, que estaba rígida esperando el veredicto de Violette.

—Delicioso —dijo.

—¿De verdad? Me alegro tanto… —Con esa única palabra, toda la tensión se desvaneció. Finalmente, se llevó su propia taza a los labios con una sonrisa.

—Parece que estás muy acostumbrada a preparar el té. ¿Siempre lo preparas tú misma?

—No, no exactamente… Estaba practicando para cuando vinieras.

—¿Hmm…?

Maryjun ocultó su tímida sonrisa detrás de la taza que sujetaba con ambas manos; sus mejillas estaban ligeramente sonrojadas. Era tan pura e inocente, como una niña: honesta, amable y suave. Violette ya sabía que Maryjun era una buena persona, pero aun así le sorprendió ver esa bondad expuesta. Sintió que la barrera que rodeaba su corazón se adelgazaba y se agrietaba en los bordes.

—Violette, he estado pensando en lo que me dijiste… —dijo Maryjun. Juntó las manos en su regazo y las apretó; estaba claro que había reflexionado seriamente sobre las palabras de Violette, a pesar de que se las había lanzado alguien que salió corriendo unos momentos después.

—Tienes razón. Como hija de esta casa… carezco de muchas cosas. Los deberes y la etiqueta social cambian en cada nuevo evento, y no entiendo nada de eso —dijo, lenta y cuidadosamente.

Maryjun se enderezó y la miró fijamente. Violette siempre había odiado los ojos de Maryjun; desde la primera vez que se conocieron, pasando por las muchas veces que había herido a esta chica, y cuando Violette retrocedió en el tiempo y la volvió a encontrar. Todavía los despreciaba. Incluso al borde de las lágrimas, nunca se nublaron.

—Pero no creo que me haya equivocado —continuó Maryjun—. Incluso ahora, me cuesta entender por qué debería importarme el estatus de alguien. Pero… sé que tampoco tenía toda la razón.

Violette se quedó mirando. Esta chica era lo suficientemente abierta como para aceptar nuevas ideas, considerarlas y, a veces, cambiar su punto de vista, siempre avanzando, vacilando pero sin detenerse. Era su naturaleza. Para Violette, eso era increíble… y aterrador.

—Sé que no puedo asumir que nosotros, refiriéndome a los aristócratas…, tenemos siempre la razón, pero aún no sé de quién son las creencias correctas…

Hace apenas unos días, esta joven era prácticamente una plebeya. Venía de un linaje noble, pero no fue criada como una aristócrata. Era una niña atrapada en el limbo entre dos mundos, incapaz de pertenecer de verdad a alguno de ellos. Era un error obligarla a entrar en la nobleza y esperar que encajara de inmediato.

Aun así, la aristocracia no toleraba los errores.

Su padre debería haber sido quien la introdujera lentamente en este mundo, pero Auld amaba demasiado a su hija como para hacerla pasar por cualquier dolor. Maryjun había venido sin rechistar a este mundo y seguía siendo la persona pura que siempre había sido. ¿Cómo podía ser eso malo? Había sido criada como una buena persona, después de todo.

Amaba y era amada. Era amable, gentil, tranquila y hermosa.

¡¿Por qué eres…?!

¿Por qué Maryjun era tan pura? ¿Por qué era tan inmaculada? En el pasado, ella perdonó a Violette por todos sus crímenes, le mostró misericordia. A Violette no le gustaba admitirlo, pero su sermón no había sido por el bien de Maryjun; solo había descargado su ira.

La verdad que le apuñalaba el corazón no le permitía apartar la mirada.

Violette había pensado que el hecho de haber crecido en un hogar feliz y cariñoso, de haber sido mimada y consentida, había hecho de Maryjun una buena persona, pero se había engañado a sí misma. Si eso era cierto, podía culpar a las circunstancias: a su vida deprimente, a su dolor y a su personalidad retorcida. Quería creer que si se hubiera criado como Maryjun, podría ser feliz. Quería pensar que Maryjun le había robado la felicidad que merecía. No obstante, aunque sus posiciones se hubieran invertido, Violette sabía que nunca sería como Maryjun.

Incluso entre todas las personas afortunadas del mundo, criadas por padres cariñosos en vidas llenas de placer y alegría, solo unos pocos especiales podían perdonar a alguien que les hiciera daño como su yo del pasado había hecho con Maryjun. Ese nivel de misericordia era así de raro.

Violette no sabía si la pureza de Maryjun podría haber sobrevivido a la vida de Violette. Pero incluso si hubiera sido criada como Maryjun, no habría resultado así.

—¿… ana? Hermana, ¿estás bien? —preguntó Maryjun.

—¿Um…? Oh, lo siento. No es nada —tartamudeó Violette. No podía mirar a esos ojos llenos de preocupación por ella. Miró su taza de té, sin molestarse en beber, solo dando vueltas al contenido.

—Oh, debes estar agotada. Lo siento mucho, ¡demos por terminada la noche! ¿Puedo invitarte a volver en otro momento?

—Sí, en otra ocasión… —dijo Violette con un movimiento de cabeza.

La felicidad contagiosa de la chica era adorable; todo en ella lo era. Era una dulce hermana menor en todos los sentidos posibles, y quería desesperadamente desempeñar ese papel. Violette debería querer protegerla, debería querer solo lo mejor para ella. Incluso podría quererla.

—Entonces, discúlpame —dijo Violette.

—¡Buenas noches!

Violette se dio la vuelta y no miró atrás. Tuvo que ralentizar su paso intencionadamente; su instinto era romper a correr. Su corazón latía con fuerza en sus oídos.

Maryjun era amable y hermosa. Si no hubieran sido hermanas, Violette la habría adorado, y habría sido correcto y noble sentirse así. Pero ella era su hermana menor, la media hermana de sangre a la que su padre quería.

Así que Violette no podía amar a Maryjun. Simplemente no podía. El momento en que Violette la amara, sería el mismo momento en que la odiara para siempre.

Lo siento, Maryjun.

Violette no podía tragarse su odio. No podía separar claramente a Maryjun de sus padres. Sabía que no era culpa de Maryjun, pero no podía superar su resentimiento.

Al final, Violette no era como ella.

No podía amar, no podía perdonar, pero tampoco podía culpar a Maryjun. Para una persona rota como ella, lo mejor era dedicar su vida a Dios y expiar el pecado que nadie sabía que había cometido. Todo lo que Violette podía hacer era esperar el día en que finalmente pudiera dejar atrás este mundo. Lo único que deseaba era que Maryjun olvidara que había tenido una hermana mayor.

Violette quería que Maryjun fuera feliz.

Eso, al menos, no era una mentira.

2 respuestas a “¡Juro que no volveré a acosarte! – Capítulo 47: Un lugar donde su amor no puede ir”

  1. Muchas gracias por la traducción. ☺️

    No puedo dejar de pensar que la historia de la protagonista me recuerda mucho a la otra novela que también traducen aquí: Mi prometido está enamorado de mi hermana menor.

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