Matrimonio depredador – Capítulo 10: Reunámonos otra vez

Traducido por Yonile

Editado por Meli


Su declaración fue clara, al terminar de hablar cerró los labios con fuerza.

Él estaba anonadado, fue como si de repente hubiera olvidado cómo hablar.

Leah miró su rostro, para tratar de anticipar su reacción, pero fue sorprendida. Vio un movimiento en sus ojos dorados, sus pupilas se escogieron y un color rojo las rodeó como un cinturón.

Se asustó y los vellos de su cuerpo se erizaron.

Notó el miedo que le incitó, y suspiró profundamente.

Se revolvió el pelo, se frotó la cara, y se tapó los ojos.

Cuando su inquietante mirada se reveló de nuevo, el aura amenazante había desaparecido. Enmascarada con su habitual semblante relajado.

Arrastró el pequeño cuerpo de Leah sobre su abdomen, recogió su cabello plateado hacia un lado, y habló con sus labios presionados en su blanca nuca expuesta.

—En cuanto a mi historia, el Kurkan sin tatuajes, la contaré la próxima vez que nos veamos. —Una leve sonrisa se deslizó por sus labios, sus ojos destellaron con un brillo travieso—. Será muy divertido.

Que absurdo.

Estaba bastante seguro de que se volverían a encontrar. Leah se rio en silencio. La sonrisa expectante que tenía se derrumbaría en cualquier momento.

—Aferrate a la vida hasta que te cuente mi historia, ¿de acuerdo? —Preguntó frunciendo el ceño.

Leah asintió, era una promesa vacía. Vio como se deslizaba hacia la parte superior de la cama y posaba su cabeza en una almohada.

—Comamos algo.

Los hermosos músculos de su espalda, se estiraron y contrajeron, al igual que sus hombros y cadera. Aunque su cuerpo era enorme, ella encontraba su trasero bastante lindo, se veía tan pequeño y apretado.

Se había quedado mirando al hombre desnudo que deambulaba por la habitación, cuando su mirada inconscientemente viajó hacia el sur y se encontró con su miembro erecto. Tiró de la manta y se escondió bajo esta.

¡No puedo creer que habláramos de forma casual mientras estábamos desnudos!

Era un espécimen exquisito, que tenía confianza en su cuerpo, demasiada en realidad… eso es…

¡Este hombre no conoce que es la decencia! Un comportamiento digno de un bárbaro. Pensó, pero no apartó sus ojos de él, a pesar de todo no pudo integrar en esa deliciosa imagen la palabra “bestia”.

Con una bandeja en la mano, el hombre la miró envuelta en la manta y se rió. No tenía intención de quitarle la sabana.

—Frío, ¿eh?

Se sentó cerca de ella y puso la bandeja sobre su rodilla. En esta había un guiso de carne y verduras, y una hogaza de pan de trigo con pasas. Ya no estaba tan caliente ya que lo prepararon antes de que ella despertara.

No tenía mucho apetito, se negó y volteó la cara. La obligó a sujetar la cuchara y todo lo que Leah pudo hacer fue aceptar la bandeja de estofado y pan en pedazos pequeños, que el hombre había destrozado de antemano

Era un plato delicioso para una posada en tan mal estado.

El guiso era inodoro y el pan blando. Aunque no quería comer, su apetito creció mientras ingería la comida. Después de un tiempo, se sintió satisfecha, así que empujó la bandeja y el hombre la miró, y negó con la cabeza.

En lugar de retirar la bandeja, tomó un gran trozo de pan, lo sumergió en el estofado y se lo entregó.

—Come más. Eres más delgada que las ramas de un árbol.

Leah devoró lo que él le había dado, masticó con suavidad el pan humedecido. ¿Fue porque tenía hambre o solo sus sentimientos nublaban su juicio? No estaba segura de por qué, pero el estofado y el pan de trigo tenían un sabor más delicioso que los manjares del palacio real.

Mientras ella comía lo miraba de reojo, él cortaba el pan y la cuidaba sin decir una palabra.

El trozo de pan que era bastante grande en sus manos parecía pequeño en las de él. Leah era menuda y delgada en comparación con las mujeres de su edad, pero a lado de él se sentía como una niña.

Le echó un vistazo su antebrazo abultado. Los dos de ella ni siquiera equivaldrían a uno de los suyos. Incluso sus muslos eran tan gruesos que podían pasar como un tronco de árbol.

Este escrutinio le hizo recordar la pasión que compartieron anoche. Después de todas esas actividades rigurosas, parecía lejos de estar cansado. No es de extrañar, todo se debe a su cuerpo en forma, y ​​esos músculos esculpidos que se contraen mientras se mueve.

¿Qué estoy pensando?, se preguntó y se deshizo de sus pensamientos rebeldes.

Cuando el hombre la sorprendió mientras lo observaba, frunció el ceño.

—No me mires así.

No entendió qué lo ofendió. Parpadeó ante las palabras que sonaban como una advertencia.

Con cara seria, el hombre señaló con el dedo la parte inferior de su cuerpo, donde su longitud, luciendo tan emocionada como siempre, rogaba por su atención.

Entonces Leah se concentró en comer sin dedicarle una sola mirada.

Después de comer un tercio del estofado y el pan, su estómago se había quejado: estallaría si lo llenaran con más comida.

El hombre se decepcionó;  su rostro se arrugó, parecía cuestionar por qué comía tan poco. Estaba a punto de protestar, pero ella se levantó y empujó la bandeja hacia él.

Era hora de volver a ser la princesa de Estia.

El tiempo corría y no podía permitirse que la vieran a la luz del día.

Tan pronto como puso un pie en el suelo, su mitad inferior se entumeció y sus piernas temblaron. Sin embargo, se vistió de manera normal, como si nada hubiera pasado. Cubrió su cuerpo desnudo, envolviendo capas de ropa a su alrededor, ocultando su piel desnuda tan bien que parecía encerrada por un caparazón duro.

Acomodó su peluca y sujetó el dobladillo de su bata; se veía igual que cuando entró por primera vez en la posada.

Volteó hacia el hombre que estaba sentado en la cama, y la miraba con ojos cautivados.

Se acercó a él y dejó caer una moneda de oro en su regazo.

—Me divertí.

El hombre hizo un puchero ante la moneda, que se sentía fría contra su piel. Lo recogió con calma y se lo devolvió.

—Está bien. —Las esquinas de sus ojos se arrugaron mientras sonreía con generosidad—. Vamos a encontrarnos de nuevo, maestro.

♦ ♦ ♦

Un carro que había contratado con anticipación  la esperaba detrás de la posada. Leah pidió ayuda al jinete y fingió ser una sirvienta que trabajaba en el palacio.

—Por favor, llévame al palacio.

Tan pronto como  subió al carruaje, sintió que el cansancio se apoderaba de ella. Un gemido de dolor escapó de sus labios; todo su cuerpo latía como si la hubieran golpeado.

Para su mala suerte el jinete condujo el carruaje con brusquedad. Con el rostro pálido, cerró los ojos mientras el viejo carruaje traqueteaba violentamente.

Aunque se había molestado, ahora agradecía que él la obligara a comer. Si no habría tenido más náuseas.

La dejaron en la puerta trasera del palacio, donde entraban las doncellas, le pagó al jinete.Y se aseguró de que se fuera antes de emprender su camino.

Sabía el turno, las rutas y las posiciones de los guardias en el palacio, por ello pudo evadirlos y deambular por el alto muro del palacio que conectaba a un exuberante bosque. Buscó a tientas y presionó la pared, ésta se movió de manera inaudible, y reveló un pasaje negro del palacio.

Era uno de los tantos pasajes secretos del palacio de Estia. Eran conocidos solo por la familia real. Incluso para las renovaciones, los trabajadores eran solo aquellos cuyas ejecuciones estaban cerca. Pero con el paso de los años algunos fueron olvidados, tal era el caso del que utilizó Leah.

Después de una larga caminata, se escabulló en su habitación, y allí apenas logró colapsar en su suave y lujosa cama.

Apestaba al familiar olor de la ciudad. Tomó un perfume y lo roció sobre ella.

Se vistió con un camisón fino, se peinó con cuidado el cabello largo y arregló el colchón.

En lugar de ser malcriadas, se esperaba que las princesas fueran disciplinadas; la cámara de Leah estaba bien organizada. No podía mostrar ninguna imperfección a las criadas que vendrían a despertarla por la mañana. Con todo preparado, Leah apoyó la cabeza en la almohada.

Miró por la ventana, una luz tenue se escapó por el hueco de las cortinas. Amanecía en el cielo distante y pronto tendría que comenzar su trabajo matutino. Pero necesitaba dormir más. Debía reponer sus fuerzas.

Su mente se negó a darle paz. No podía descansar, las cosas que sucedieron hace unas pocas horas causaron estragos en su cabeza.

La imagen del hombre irrumpió en sus pensamientos. Sin él a su lado, el aire helado le mordió la piel. La temperatura que la había envuelto, era tan alta que había ignorado las mantas. Debido a su tamaño, sintió que la cama en la posada era pequeña incluso cuando estaban acurrucados juntos.

Sobre todo, sus palabras groseras y contundentes siguieron siendo un recuerdo vívido. Sus palabras fueron vulgares, pero su toque fue suave y cálido.

No la trató como a una mujer noble. Por eso, fue capaz de actuar sin ninguna atadura, actuó de forma descarriada.

Cuando pensó en lo que pasó, se sintió a gusto. Cuando uno es fiel a sus instintos, como una bestia, no hay nada de qué preocuparse …

«Encontrémonos de nuevo, maestro» Sus palabras resonaron en sus oídos. ¿Podría ser de verdad… podría volver a verlo?

Recordó el momento que pasó con él y las conversaciones que tuvieron; se rió con desprecio. Fue ridículo: su búsqueda de alguna esperanza de que pudiera poner sus ojos en él una vez más.

Como un espejismo en el desierto, era una ilusión que había creado su mente caprichosa. Muy pronto, la muerte la reclamaría; por lo tanto, debía empujar esa esperanza incipiente al fondo de su mente.

Era un hombre con una identidad misteriosa; ella ni siquiera sabía su nombre. Todo fue solo un sueño salvaje.

Dejó Ir los recuerdos del hombre, cerró los ojos y buscó calor abrazando sus suaves mantas con fuerza en la oscuridad.

2 respuestas a “Matrimonio depredador – Capítulo 10: Reunámonos otra vez”

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