Matrimonio depredador – Capítulo 11: Invitados no deseados

Traducido por Yonile

Editado por Meli


El reino de Estia, ubicado en el suroeste del continente, era famoso por su cultura y arte. Los artistas más conocidos de la historia pertenecieron a ese vasto reino; amaban a su tierra y dedicaron algunas de sus obras a su querida familia real.

El palacio al centro del reino reflejaba su esencia, con una estética hermosa. Pináculo del arte, que los historiadores, describieron como impresionante; un espectáculo para la vista.

Construido con ladrillos rojos y piedra gris; el barniz brillaba con gracia bajo el sol. El hermoso exterior era espectacular, pero el interior era aún más magnífico.

Elegantes columnas verticales y largos pasillos, adornados con hermosas obras maestras: esculturas y pinturas, que conducían a docenas de habitaciones, cada una de las cuales estaba adornada con mármol blanco, piedras de colores, oro y gemas.

A diferencia del espléndido caparazón del palacio, los humanos en su núcleo eran miserables. La familia real despreció el arte, lo consideró un mero adorno que no merecía ningún cuidado, por lo que se dañó con el tiempo.

El rey, sin poder, se aferró al orgullo de un monarca poderoso como el sol y se hizo de la vista gorda ante la realidad: los nobles ya no le temían y él palidecía a lado de una pequeña lámpara.

El compromiso de la princesa real con Byun Gyeongbaek de Oberde, fue una clara indicación de la caída de la familia real, vendieron a Leah, sin ninguna objeción ni una cuidadosa consideración.

Él tenía el poder militar porque protegió la frontera de los Kurkans, un poder que debió pertenecer al rey de la nación. Hizo alarde de su riqueza y supremacía al vestir con ropa púrpura, que solo se le permitía a la realeza.

El tinte púrpura era un bien escaso y precioso en el reino; solo podía extraerse triturando miles de conchas de caracoles que viven en aguas cálidas y que solo teñiría un trozo pequeño de tela.

Byun Gyeongbaek monopolizó el suministro de tinte, de tal manera que ni siquiera la familia real pudo conseguirlo.

Su arrogancia fue criticada por muchos, pero solo hablaron a sus espaldas. Nadie se atrevió a desafiarlo abiertamente.

El impotente rey ni siquiera podía soñar con detenerlo. De hecho, habría sido más lógico llamar rey a Byun Gyeongbaek.

—Princesa, ¿debo pedir el nuevo carruaje?… —La condesa Melissa la miró con una sonrisa suave.

Leah volvió a sus sentidos al escuchar la voz que la despertó de su estupor de una manera cortés.

—Gracias, condesa.

Se había distraído por el mensaje que Cerdina envió a través de un sirviente esa mañana: «Ha pasado mucho tiempo desde que cenamos. Tengo un regalo para ti, así que ven al palacio de la reina».

Estaba nerviosa y mordió la lengua por accidente, cenar con Cerdina era su peor pesadilla…

Pero no podía pensar en esas cosas. Como responsable de la mayoría de los asuntos reales se había reunido en el palacio para trabajar con:  la condesa Melissa; Laurent, el ministro de Hacienda y el conde Valtein.

Asignó tareas y dio instrucciones sobre los detalles importantes, debía compensar  el tiempo perdió debido a la boda. Quería cumplir con sus responsabilidades hasta el final.

—Estoy pensando en reorganizar el sistema tributario por última vez antes de dejar el palacio. —Le entregó los documentos que había preparado de antemano a Laurent.

Él suspiró y se los pasó al conde Valtein que puso una expresión seria de inmediato.

—Creo que habrá mucha resistencia de Gran Bretaña, en especial de Byun Gyeongbaek de Oberde… —murmuró acariciando su hermoso bigote detuvo sus palabras ante la mirada de la condesa.

Byun Gyeongbaek era un enemigo.

—Condesa.

—Mis disculpas, princesa.

No fue hasta que Leah la llamó que dejó de lanzar dagas con los ojos al conde. Impasible ante el intercambio entre los dos, Leah lo miró para invitarlo a hablar.

—Sigue. —Su voz fría no contenía ninguna emoción.

—Byun Gyeongbaek utilizó a los bárbaros como excusa para pedir una reducción de los impuestos que se le imponen a Oberde. —dijo con cuidado.

Leah frunció el ceño. El poder de Byun Gyeongbaek radicó en los Kurkans; los utilizó como excusa para disfrutar de todo tipo de beneficios exclusivos que excedían a los de cualquier gobernante, incluso así, siguió pidiendo más.

—No hay fin para su codicia. En este punto, una invasión de los kurkans nos beneficiaría más. —declaró y mojó la pluma en tinta.

El conde Valtein y Laurent se aclararon la garganta a coro. Leah ocultó su sonrisa, pero la condesa Melissa se rio a carcajadas de su incomodidad.

—¿Tu secretaria no se comunica con ellos? Primero, verifiquemos si Oberde necesita los recortes de impuestos. Tomaremos la decisión basándonos en esos hallazgos.

—Está bien, princesa. Procederemos como usted dice. —Laurent respondió cortésmente.

—O tal vez sería mejor si yo mismo fuera a Oberde. —musitó mientras firmaba con vacilación el documento.

Un silencio incómodo y asfixiante llenó la oficina. Sus palabras inconscientes crearon una atmósfera pesada,. Se arrepintió de haber derramado sus pensamientos de esa manera.

Por suerte, una voz del exterior intervino rompiendo la tensión.

—Mi Alteza Real, ha llegado la baronesa Sinael.

—Que entre, por favor.

La baronesa Sinael trabajaba en el palacio principal y sus visitas siempre significaban noticias graves.

Leah se mostró tranquila, la baronesa se veía ansiosa, su rostro lucía pálido y cansado. Cuando entró en la oficina todos los ojos se fijaron en ella que apretaba los lados de su vestido largo.

—Los bárbaros… enviaron una carta al palacio real.

Leah saltó de su asiento mientras todos miraban a la informante con terror en sus ojos.

—El mensaje dice: «Quiero tener relaciones amistosas con Estia. Por lo tanto, me gustaría enviar un mensajero para la conferencia para una reunión…» —Contuvo la respiración por un momento y añadió con voz temblorosa—: el rey bárbaro visitará Estia como líder de los representantes.

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