Querida “amiga” – Capítulo 44: A menudo me siento así

Traducido por Lugiia

Editado por Ayanami


Aunque Xavier aceptó mi favor, no pude evitar sentir una pequeña pizca de arrepentimiento. Algún día tendré que devolvérselo.

—Pero ¿cómo sabe que fue Dorothea quien hizo esa petición? —Pregunté.

—Como dije antes, solo la hija de Cornohen le haría tal petición. Sé que usted no suele tener nada que ver con gente grosera, a excepción de ella.

—Es cierto —dije con una leve sonrisa—. También fue mi culpa. Aunque es muy extraño, a veces reacciono de forma infantil cuando estoy cerca de Dorothea. Quiero irritarla, burlarme de ella… Quizás, sea porque soy un poco quisquillosa —confesé.

—Aun así —dijo Xavier con una risa baja—, es natural. A menudo me siento así con el duque Escliffe.

—¿De verdad?

—Sí. Incluso hasta hace poco.

Así que alguien como Xavier podía ser susceptible… Aunque me resultaba difícil imaginarlo. La percepción que tenía de él en la novela estaba demasiado arraigada en mi mente. Para mí, Xavier era un hombre racional que nunca se inmutaba por nada.

No obstante, si su oponente era Klaude, tal vez, la mezquindad tuviera sentido. Si alguien como Klaude se empeñaba en irritar a alguien, muy poca gente sería capaz de quitárselo de encima.

Eso me incluía a mí.

—Por ello, no se culpe. En cualquier caso, todo terminó bien —concluyó Xavier.

—De igual forma, tendré más cuidado la próxima vez.

—Aun así, se lo agradezco.

—¿Disculpe? —Pregunté, confundida.

—Por primera vez, estoy agradecido con lady Cornohen. Si no fuera por ella, usted no habría visitado el palacio Thurman y, si no fuera por las hojas de té, habría enviado el pañuelo al palacio a través de un sirviente.

—Ah… —Me sentí avergonzada por la exactitud de su afirmación. Él tenía razón—. Si necesita un compañero de conversación, hágamelo saber, Su Alteza. Como siempre estoy libre, puedo aprovechar mi tiempo para visitar el palacio Thurman.

—Me alegra oírle decir eso. —Una sonrisa radiante se dibujó en su apuesto rostro—. ¿Qué le pareció el postre?

—Estuvo increíble —elogié. Desde los aperitivos hasta el postre, la comida fue una experiencia increíble. Le dediqué una sonrisa de satisfacción—. He disfrutado la comida gracias a usted, Su Alteza.

—Me alegra que le haya gustado.

—Bueno, Su Alteza. ¿Usted…? —Dudé sobre mis siguientes palabras—. ¿Usted qué piensa de ir a una cita a ciegas?

—¿Una cita a ciegas…?

—Sí. Como dije la última vez, me gustaría organizar un encuentro entre usted y lady Odeletta. Por supuesto, solo si está de acuerdo —añadí rápidamente.

—Hmm…

Xavier se quedó callado mientras consideraba mi sugerencia; mi corazón latía con fuerza a la espera de su respuesta. Después de varios segundos de ansiedad, abrió la boca para responder:

—Lo consideraré, lady Mariestella. En realidad, no es el mejor momento para acordar algo ahora.

—Por supuesto, Su Alteza. No quise apresurarlo —respondí, asintiendo en señal de comprensión—. Tómese su tiempo para pensarlo. No es urgente.

—Lo haré… —Xavier me sonrió y, por fin, sentí que había conseguido resolver un problema.

En cualquier caso, la mejor manera de acabar con Dorothea era que Xavier se casara con otra mujer. Ninguna otra mujer, aparte de Odeletta, enfurecería más a Dorothea siendo la pareja del príncipe heredero.

Cuando pensaba eso, la voz de sir Dilton interrumpió desde fuera, cortando nuestra conversación.

—Su Alteza.

Xavier giró la cabeza y preguntó: —Tengo un invitado aquí. ¿Qué sucede, sir Dilton?

—Mis disculpas, Su Alteza. Es urgente… —dijo sir Dilton, con una voz notablemente tensa—. Su Majestad Imperial lo está buscando.

En un instante, el rostro de Xavier se puso rígido. Poco a poco, recordé cómo era la relación con su padre en el libro.

No era del todo buena.

El padre de Xavier, Henry XIV, se oponía intensamente a la idea de tener a Dorothea como nuera. Su relación de padre e hijo, que nunca había sido armoniosa en primer lugar, se desmoronó a lo largo de la novela.

—Mis más profundas disculpas, lady Mariestella. Mi padre me llama y me temo que tendré que ir —dijo con modestia.

Hice un gesto con la mano para indicar que todo estaba bien.

—No debe disculparse, Su Alteza. Lo que ocurre es que he abusado de su hospitalidad… Estaba a punto de irme.

Después de sonreír tímidamente, me puse de pie. Una expresión llena de desesperación se posó en el rostro de Xavier y, de alguna manera, me sentí aún peor que él.

—Estuve quitándole demasiado tiempo, así que ya estaba por retirarme, Su Alteza —traté de explicar—. Como esta no será mi única visita al palacio Thurman. No hay necesidad de lamentarse.

—Gracias por su comprensión, lady Mariestella. Aunque lamento no poder acompañarla, sir Dilton la escoltará fuera del palacio —dijo.

—Muchas gracias por ello, Su Alteza. Me retiraré. —Hice una reverencia formal y salí rápidamente del comedor para no retrasar más su visita al palacio principal.

Sir Dilton me guió hasta el carruaje en el exterior. Entonces, en la puerta principal, se presentó con un paquete de hojas de té Nilgiri.

—Estas son las hojas de té que solicitó. Es una pena que no sean para usted.

—Todavía tengo mucho del té que me dio Su Alteza. Le agradezco su amabilidad —respondí con cortesía.

—También es una pena que no haya podido pasar más tiempo en el palacio Thurman. Su Alteza también parecía estar muy apenado por ello —murmuró sir Dilton con pesar.

—No se puede evitar, quién le ha llamado no es cualquiera, sino Su Majestad, el emperador. Dado que Su Alteza está muy ocupado, no creo que sea educado quitarle demasiado tiempo —respondí en voz baja. Luego, volví a inclinar la cabeza y me despedí de sir Dilton—. Entonces, sir Dilton, espero que esté sano hasta que nos volvamos a encontrar.

—Goce de buena salud hasta que nos volvamos a encontrar, lady Mariestella.

—Así será. Me mantendré sana con toda seguridad.

Me retiré con una leve sonrisa, y subí al carruaje, partiendo de inmediato hacia la mansión Bellefleur.

♦ ♦ ♦

Tras enviar a Mariestella de vuelta a la mansión Bellefleur, Xavier se dirigió sin demora al salón imperial. Mientras se abría paso por el palacio para reunirse con su padre, la expresión cálida que llevaba tras encontrarse con Mariestella se desvaneció por completo. Su rostro estaba perfectamente inexpresivo, parecía tan desprovisto de emociones que cualquier espectador pensaría que no estaba vivo.

Cuando por fin llegó al salón, un sirviente que estaba fuera le hizo una reverencia mostrando obediencia.

—Saludos al Pequeño Sol del Imperio.

Xavier giró la cabeza sin decir nada, y el sirviente informó de inmediato a Henry XIV de la llegada de su hijo. En cuanto se le concedió el permiso, Xavier entró en la habitación.

Se encontraba en un salón amplio que acogía a los numerosos aristócratas que asistían al consejo nobiliario. En la posición más alta había un trono de oro, sobre el que se sentaba un hombre con un aire regio.

Solo había un hombre que podía sentarse en ese lugar. El único hombre por encima de Xavier. El gobernante absoluto de este Imperio.

—Saludos al Brillante Sol de Yonas. Que su reinado sea eterno —dijo Xavier.

El hombre era su padre, el emperador Henry XIV. Sin embargo, los ojos de Xavier al mirarlo eran tan fríos como un glaciar.

—¿He interrumpido algo? —Preguntó el Emperador.

—No, Su Majestad Imperial… —dijo Xavier de forma breve, y luego fue directo al asunto—. ¿Qué sucede?

—¿Es necesario que pase algo especial para que un padre vea a su propio hijo?

Por supuesto, Henry tenía razón. ¿Cómo puede una relación padre-hijo basarse solo en negocios? No obstante, esa era la realidad de su vínculo. Era perfectamente pragmática, y tenía que seguir siendo así.

Xavier continuó con sus palabras y una expresión seria:

—¿Está diciendo que no tiene nada que decirme?

—No…, no es eso lo que quería decir —dijo Henry, acariciándose la barbilla, y añadiendo—: Ya tienes veintitrés años.

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