La Legión del Unicornio – Tomo II – Capítulo 8: La apuesta

Traducido por Kavaalin

Editado por Anissina


La multitud se empujaba, pero nadie daba un paso adelante.

Finalmente, un pequeño bandido se separó de la multitud.

Este fulminó con la mirada a Guantelete de Hierro y colocó una moneda en su mano derecha.

—Pequeño Fil —Guantelete de Hierro entrecerró los ojos—, escuché que te uniste a las Espinas. ¿Así que tus alas ahora más resistentes?

—No tuve el coraje de rechazarte en el pasado —respondió el bandido llamado Fil—, pero alguien lo hará algún día.

Su pequeño cuerpo estaba temblando, y a pesar de que veía asustado, le mantenía la mirada.

—“Alguien lo hará”. —Se rió Guantelete de Hierro, diciendo con tono compasivo—: Pero aparte de ti, ¿quién más? La amistad entre los débiles es  muy conmovedora.

El caballero buscó a tientas dentro de su bolsa de monedas. Por suerte quedaban dos monedas adentro, así que se puso de pie caminando hacia Guantelete de Hierro.

—El silencioso caballero blindado, Cain. —Miró al guerrero de armadura con interés—. ¿Qué sucede? ¿Como guerrero vas a votar en favor de la derrota del arquero?

—Dos monedas —respondió el caballero—. Apuesto a que el elfo ganará.

Vació la bolsa de monedas sobre la mesa, e ignorando la expresión de Guantelete de Hierro, regresó tranquilamente a su lugar junto a la puerta y se sentó.

—Maldita sea. Esa armadura es demasiado genial, va a hacer que me enamore de él. —Quien habló fue el más joven de los hermanos mercenarios, quien se puso de pie, e ignorando los intentos de su hermano por detenerlo, avanzó para colocar la moneda sobre la mesa. Entonces miró al elfo mientras sonreía—. El dinero de mi almuerzo de hoy depende de ti, no me decepciones, mi amigo elfo.

Esta atmósfera enérgica estableció el precedente, y puesto que muchos ya no lograron seguir resistiéndose, se adelantaron para hacer sus apuestas.

La mayoría de los arqueros y  de los mercenarios jóvenes decidieron ponerse del lado del elfo, en cambio, los que eran más cautelosos o los que no querían insultar a la Tropas del Águila, eligieron a Guantelete de Hierro. También hubo quienes optaron por observar, pero pocos pudieron resistir la oportunidad de unirse a la diversión.

—Ciento tres a treinta y cinco —anunció Guantelete de Hierro—. ¿Más apuestas?

El elfo, quien se había limitado a observar todo este tiempo, colocó una moneda de oro entre la pequeña pila.

—Apuesto a que ganaré —dijo sonriendo—. Esto es todo lo que me queda después de pagar el alquiler. Es una lástima, he perdido la oportunidad de ganar algo de dinero.

Cuando dijo eso, los que apoyaban al elfo vitorearon, y los que apostaron a que perdería revelaron expresiones de ligera incertidumbre. Entonces unos cuantos más se adelantaron, apostando por el elfo.

Guantelete de Hierro lo fulminó con la mirada. Pero este lo ignoró una vez más, yendo hacia un arquero cercano y preguntando muy cortésmente si podía tomar prestada su arma y su guante.

En el interior del muro exterior del Hogar de los Mercenarios se colgaban objetivos para practicar tiro con arco. La distancia desde el muro exterior hasta la entrada del edificio principal era de casi cincuenta metros. El público se colocó a ambos lados, y aquellos que habían oído de la conmoción y vinieron a unirse a la diversión, muchos corrieron hacia el segundo piso con la esperanza de encontrar una buena posición para ver el espectáculo. Por supuesto, nadie estaba cerca del objetivo, ya que dentro de cincuenta yardas, la potencia de la flecha seguía siendo bastante fuerte.

El elfo salió con un arco de madera, dejó el carcaj en el suelo y miró al Viejo Jake.

El anciano mercenario se sentó, colocando el reloj de arena en la mesa.

—Empieza cuando quieras.

El elfo asintió, sacó la primera flecha y la colocó en la cuerda, tensando el arco.

La multitud dejó escapar un sonido de decepción, los arqueros se miraron, sus expresiones lucían preocupadas. Y al ver esta escena, Guantelete de Hierro de repente comenzó a reír.

El caballero de la armadura de hierro suspiró ligeramente.

Era débil. Demasiado débil.

Normalmente se necesitaba una fuerza de cuarenta y cinco kilogramos para que el arco se tensara por completo y el elfo solo lo había estirado hasta la mitad, lo que significaba que solo tenía entre veintidós y treinta kilogramos de fuerza de tracción, el mismo nivel que una mujer joven podría alcanzar después de bastante entrenamiento.

—Dios. —Guantelete de Hierro estaba casi llorando de la risa—. Si hubiese sabido que eras una chica disfrazada te habría tratado con más suavidad, muchachita.

El elfo ignoró las burlas, soltando el agarre de la flecha.

El Viejo Jake giró el reloj de arena y al mismo tiempo, la flecha voló hacia el objetivo.

—¡Centro! —exclamaron las pocas personas con buena visión, algunos de los más curiosos se acercaron unos pasos más al objetivo.

El elfo lanzó la segunda flecha sin detenerse, luego la tercera, la cuarta…

No había dudas de que todas daban en el blanco.

La multitud estaba en silencio, más personas se movieron cuidadosamente hacia el objetivo, algunos exclamando con admiración y conmoción.

No solo había dado en el blanco, sino que cada flecha aterrizaba con precisión dentro del círculo rojo en el centro.

—Parece que sí eres un hombre. —En la sexta flecha, Guantelete de Hierro finalmente no pudo seguir conteniéndose—. Pero disparar demasiado rápido no es bueno, un hombre necesita resistencia.

Esta vez nadie le prestó atención, todos miraban en dirección del elfo. Eso le irritó inmensamente, así que hizo una señal a los miembros de la Tropa del Águila y continuó vociferando una sarta de insultos. Las blasfemias continuaban saliendo sin parar de su boca, lo que hizo que algunos de los mercenarios más jóvenes e impresionables se sonrojaran al escucharlo.

Los movimientos del elfo comenzaron a volverse cada vez más inestables, y finalmente una flecha aterrizó fuera del centro. Algunas personas, las cuales pensaron que estaba siendo influenciado por las provocaciones, comenzaron a gritarle furiosamente a Guantelete de Hierro para que se callara. Pero solo unos pocos notaron cuál era la verdadera anomalía, entre ellos, el caballero.

De vez en cuando, aparecerían algunos destellos de luz en la pared.

En esos momentos, la mayoría de la multitud se encontraba parada cerca del objetivo, y los miembros de la Tropa del Águila se habían dispersado entre la multitud usando pequeñas placas de metal en sus manos para reflejar la luz del sol. Cada vez que el elfo tensaba el arco, apuntarían a sus ojos.

El Viejo Jake, que actuaba como juez, estaba concentrado en el reloj de arena y no se había dado cuenta de esto.

El caballero frunció el ceño, pensando si debía intervenir o no. Pero ya había destacado demasiado por hoy, si se metía aún más, seguramente terminaría en líos innecesarios.

Por suerte, en ese momento, el elfo se detuvo.

—Hagamos que esos tiros sean de práctica —dijo—. ¿Estaría eso bien?

—Bien. —El Viejo Jake lo miró confundido—. ¿A pesar de que no has fallado ni un tiro?

—Solo quiero confirmar algo —dijo el elfo—. ¿También se consideraría como un fallo si le doy a algo más aparte del objetivo?

—Obvio. —El Viejo Jake parecía desconcertado.

—Entonces —sonrió—, por favor, ayúdeme a comunicar esto: si esos caballeros de allí continúan usando esas placas de metal para interferir con mi visión, les concederé su deseo y perderé una moneda de oro. Pero, a cambio, ellos podrían perder algo más importante, como un ojo o sus vidas.

—Ya lo escucharon. —El Viejo Jake se dio cuenta de inmediato, y frunciendo el ceño, gritó—: ¡Quien quiera jugar sucio, puede empacar e irse ahora mismo del Hogar de los Mercenarios!

—Muchas gracias. —El elfo asintió y comenzó a tensar el arco una vez más.

El caballero dejó escapar un suspiro de alivio, moviéndose para apoyarse en la pared y observando los movimientos del otro.

El elfo se veía exhausto, pálido y débil. Respiraba con dificultad cada vez que tiraba del arco, pues este parecía requerir de toda su fuerza. En ocasiones se mordía los labios inconscientemente, como si sintiera dolor. Sin embargo, sus ojos, que desde el principio se encontraban enfocados hacia el frente, ardían como un fuego esmeralda, orgullosos e implacables.

—Deslumbrante.

Esa fue la única palabra que el caballero pudo pensar para describirlo.

Pero no como la luz del sol, la cual era lo suficientemente brillante como para iluminarlo todo, sino como un fuego que lo quemaba todo. Como una estrella fugaz que dejaba un rastro de luz en los ojos de las personas.

El caballero de repente tuvo un extraño pensamiento.

El elfo no pertenecía aquí, al contrario, parecía como si ni siquiera perteneciera a este mundo.

Cuando la decimotercera flecha aterrizó en el objetivo, la arena del reloj seguía cayendo incansablemente.

En la multitud, alguien comenzó a contar en voz baja, seguidamente, el sonido se fue haciendo cada vez más fuerte.

Catorce, quince, dieciséis…

Ya había alcanzado el límite de velocidad, aun así, ni una sola flecha se salía del centro del objetivo.

Lo más aterrador era que el elfo no pasaba mucho tiempo apuntando, era tensar el arco lo que más lo agotaba.

Aunque su cuerpo ya había alcanzado su límite, y se veía casi incapaz de ponerse de pie, todavía continuaba tercamente repitiendo los movimientos sin parar.

—¡Tiempo fuera!

Anunció el Viejo Jake, justo cuando la multitud gritó:

—¡Veinte!

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