Sin madurar – Capítulo 51: El destino cambiado (1)

Traducido por Den

Editado por Lucy


Al cabo de un rato, la puerta del salón volvió a abrirse. Leandro no estaba acostumbrado al clima cálido del sur, así que se había arremangado las mangas varias veces y se abanicaba con las manos.

—Ya echo de menos el norte —dijo.

—Alteza, mis sirvientes le prepararán un baño. Tal vez debería descansar un poco antes de partir —respondió el barón.

—Buena idea. Me sentía un poco mareado por el calor.

—Es comprensible, ya que ha vivido toda la vida en el frío norte.

—Sí, y durante la mayor parte de mi infancia permanecí encerrado en mi habitación a causa de mi enfermedad, así que ¿cómo iba a acostumbrarme a este calor?

Ante el chiste de Leandro, el barón sonrió incómodo, sin saber cómo reaccionar. No había nadie que no hubiera oído hablar del niño maldito. Ahora podía bromear al respecto, pero en aquel entonces era algo de lo que la gente había evitado hablar.

Al notar el ambiente frío que se había instalado en la sala por su broma, se pasó la mano por la nuca, avergonzado.

El barón se acarició la barba y cambió de tema.

—Entonces le deseo un buen descanso, Alteza. Haré lo posible para servirle con mis capacidades durante su estancia como invitado.

—No es necesario. Partiré a primera hora de la mañana.

—¿Tiene que ir a algún lugar con tanta prisa?

—No, solo no quiero encontrarme con el hombre más detesto.

—Me temo que no entiendo…

—Está bien, no tienes por qué saberlo.

Con esas palabras, Leandro se acercó a mí. Me levanté el dobladillo de la falta y me aproximé al barón. Luego le pregunté qué habitación debía preparar para el invitado, pero él tiró de repente de mi manga.

 Chasqueó la lengua.

—Está bien. Ya lo hemos hablado —dijo como si le disgustara mi comportamiento—. Ya no eres una sirvienta de este castillo. No tienes por qué mostrar tanto decoro.

Abrí los ojos de par en par.

—Vaya, eso fue…

—Rápido, ¿cierto?

—Sí, pero déjeme mostrarle su habitación. Sigo siendo una veterana aquí.

Me acerqué al barón, dejando atrás a un atónito Leandro. Perplejo, mi ex empleador lo observó. El joven le hizo un gesto con las manos, indicando que me dijera qué habitación preparar, y lo hizo.

Cuando ambos nos marchamos del salón, me miró y enarcó las cejas.

—Dios, ahora eres de verdad una doncella hasta la médula, ¿no es así?

—Por favor, absténgase de hacer comentarios despectivos hacia las doncellas.

—No es como si estuviera insultando o algo así.

—Pues tampoco es como si lo hubiera dicho como un cumplido —exclamé con la cabeza en alto y las manos en la cintura.

Él se frotó la cara con las manos y dejó escapar un suspiro profundo.

—Ah, tenemos problemas. Nos queda un largo camino por recorrer —murmuró con tristeza para sí mismo.

Le di palmaditas suaves en la espalda y le hice la pregunta que había estado queriendo hacerle:

—¿Dónde están sus caballeros?

—Vine solo.

—Pero es peligroso.

—No, no lo es. Sé usar mi espada.

Al principio, cuando partió de la finca, había tomado un carruaje. Había elegido el más grande y lujoso para llevarme de vuelta a casa. Pero un carruaje tan caro no era rival para la velocidad de un solo caballo. Se había sentido ansioso durante todo el trayecto. Cuando se acercaban a la baronía, una de las ruedas quedó atascada en el barro. Así que salió de inmediato y se montó en uno de los caballos mientras los caballeros trataban de liberar el vehículo. Aunque escuchó que lo llamaban, los ignoró y galopó el resto del camino hasta aquí.

Tras escuchar su explicación, suspiré.

—Lo dice como si fuera algo de lo que estar orgulloso.

—Lo es.

—Aun así… estaba solo. ¿No sabe lo peligroso que es el exterior estos días?

Leandro se encogió de hombros.

—Sé cómo protegerme.

No sabía qué más decir. Al final de la novela, era tan habilidoso en la esgrima que incluso su espada desprendía un aura azul. Aunque viajara solo, no le pasaría nada.

Entonces, ¿por qué trajo a los caballeros?

Me sentí mal por los caballeros que fueron abandonados por su amo y que ahora seguro arrastraban el carruaje hacia aquí.

—Esa es otra razón por la vine a llevarte de vuelta —añadió.

—Aquí se está bien porque estamos en las afueras. Dicen que es peligroso, pero en esta baronía no ha pasado nada como tal.

—Aun así, quién sabe.

La habitación que el barón había preparado para Leandro era muy espaciosa. Además, estaba inmaculada, quizás porque la habíamos mantenido limpia después de que se marcharan el príncipe y su séquito.

Nada más entrar, abrió la ventana y aspiró la cálida brisa de verano. Se secó el sudor del cuello y suspiró.

—Cuesta respirar. ¿Cómo has sobrevivido aquí tanto tiempo?

—Te acostumbras después de un tiempo. Además, trabajo en la cocina, así que siempre estoy a la sombra. Apenas me he bronceado.

—¿Alguna vez… echaste de menos la finca?

—Por supuesto. Casi todos los días…

Mi voz se fue apagando cuando sentí la mirada de Leandro.

Era una mirada llena de resentimiento que exigía una respuesta a por qué no le envié ni una sola carta.

—Bueno, Lily escribía las cartas para mantenerlo informado —dije como quisiera excusarme, mientras miraba al suelo—. Además, todavía no sé escribir muy bien.

—Aún estás aprendiendo.

—Ah, ¿lo sabía? Solo puedo leer libros infantiles.

—Claro que lo sé. Leí las cartas que Lily me enviaba una y otra vez. Incluso las he guardado todas.

—Pero rara vez respondía. Pensé que… se había olvidado de mí.

—¿Por qué siquiera pensaste eso?

—Bueno, lo pensaba en ese entonces… pero ya no.

—La razón por la que no respondía es que… no sabía qué más decir aparte de suplicarte que regresaras. Sin embargo, dijiste que no volverías a verme si iba tras ti. No quería que me odiaras.

—Ah…

—Me sentía perdido y sufrí mucho.

—Lo siento.

—¿Sabes cómo me sentí?

—Por supuesto.

—Bueno, también lo siento…

—¿Por qué se disculpa, mae-? Ah, quiero decir, Alteza.

—No sabía lo que pasaba en la casa. Era demasiado joven. No sabía que lo estabas pasando tan mal. Lo siento —expresó con tristeza, su tranquila voz llena de sinceridad.

En aquel entonces, no sabía que la diferencia de nuestro estatus social causaría tanto alboroto. Lo único que había hecho era prestarme un poco más de atención y tratar de ser más cercano conmigo, pero no había esperado que esas acciones tuvieran tal desenlace.

—No sabía que los mismos que me miraban con asco mientras me hallaba bajo la maldición te incriminarían, a la única persona que se quedó a mi lado en los momentos más difíciles. Me culpé a mí mismo por no estar al tanto ni escuchar a mis alrededores mientras estaba en la posición más alta —explicó con una risa autocrítica.

Se apoyaba con impotencia en el alféizar mientras miraba el paisaje exterior del castillo. Seguí su mirada hacia los campesinos que podaban las vides.

Me acerqué a él. Cuando agarré el dobladillo de su camisa, enderezó la espalda y me miró sorprendido.

—No fue culpa suya…, Alteza —lo consolé.

Ahora todo estaba en el pasado,

Mirando hacia atrás, no me importa lo que pasó, así que solo deseo que Leandro también lo deje atrás. Después de todo, él y yo no hicimos nada malo. Fue la gente que nos rodeaba la que se excedió.

—No esté tan molesto…, Alteza. Ahora estamos aquí, juntos de nuevo. Gracias a usted…, Alteza.

—También es incómodo para ti, ¿verdad?

—Ah, me pilló. ¿Cómo lo supo?

—Solo llámame por mi nombre.

—¿Cómo podría?

—¿Por qué no?

—No puedo.

—¿Aunque ya no seas una sirvienta?

—Hmm.

No entendí qué quería decir.

Entrecerré los ojos y lo miré. Antes de darme cuenta, su cuerpo estaba contra el mío.

Después de tanto quejarse del calor que hace, ¿quiere estar tan cerca de mí? No lo entiendo…

A diferencia de las sirvientas que olían a trapo mojado cuando sudaban, él olía a jabón incluso cuando sudaba.

¿Cómo es posible? Tal vez porque es el segundo protagonista masculino es algo especial, pensé. Luego me incliné más hacia él y lo olfateé.

Sorprendido, Leandro echó el cuerpo hacia atrás.

—¿Qué haces…?

—Huele bien.

—¿Eres una pervertida o qué?

—Su Alteza también solía hacerme esto.

—Nunca olí tu cuerpo de esa manera…

Es cierto.

Le gustaba juguetear con mi pelo largo y olerlo, pero nunca pegó la nariz a mi pecho como yo estaba haciendo en este momento. Aunque quería seguir oliendo su aroma, no tuve más remedio que retroceder. Supuse que estaba siendo tímido porque hacía mucho que no nos veíamos.

—No he dicho que no me guste —se quejó, cruzándose de brazos.

Sabía que había sido un poco impulsiva, así que me disculpé en voz baja.

—¿Por qué te disculpas? —Frunció el ceño—. No hiciste nada malo.

—Estaba tan contenta de verlo que no pensé…

Dejé de hablar porque llamaron a la puerta. Dejando a Leandro junto a la ventana, me dirigí hacia la puerta. Estaba a punto de detenerme y pedirme que continuara con lo que iba a decir, pero ya había girado el pomo de la puerta.

Al otro lado había doncellas con una bañera de madera y varios cubos de agua.

—Estamos aquí para servirle —anunciaron.

Una de ellas lo examinó con ojos deseosos. Quizás debido a la aventura que había ocurrido durante la visita del príncipe y su séquito, las criadas eran mucho más proactivas. Al notar la mirada descarada de la mucama, Leandro arrugó el ceño.

Las doncellas colocaron la bañera en medio de la habitación y vertieron el agua. La última sirvienta entró y se quedó parada con una toalla y jabón en las manos.

Cuando Leandro se acercó a la bañera, ella lo siguió con entusiasmo y le dijo:

—Escuchamos que estaba sufriendo por el calor, así que le hemos preparado un baño de agua fría.

—Ya veo.

—¿Quiere que lo ayudemos a quitarse la ropa?

Él guardó silencio, su expresión denotaba molestia. Sin embargo, interpretando su silencio como una afirmación, la doncella se acercó a él. Recordé que evitaba que otras personas lo tocaran.

¿Ahora le parece bien?

Lo observé con ojos curiosos.

Permaneció inmóvil. Pero cuanto más se acercaba la criada, más se contraía su rostro de incomodidad.

Lo sabía. Todavía lo odia. ¿Por qué no dice que no?, pensé para mí misma al ver el cambio en su expresión. No podía entender por qué permanecía en silencio.

Al final eché a la sirvienta por él. Parecían decepcionadas, pero me hicieron caso porque era una veterana. Cerré la puerta después de echar a la más joven, que me lanzó una mirada de insatisfacción.

Leandro suspiró aliviado.

—Oh, gracias a Dios.

—Las podría haber echado desde el principio.

—Quería hacerlo, pero me quedé sin palabras cuando me miraron con esos ojos de lobo.

Luego revisó la toalla que había sobre la mesa y olió el jabón que había encima de ella. No se podían comparar con los que usaba en la finca, pero no podía quejarse ya que era un invitado.

Leandro se encogió de hombres y comenzó a quitarse la camisa. En cuanto vi sus abdominales bien formados, me olvidé de cómo respirar. Lo quedé mirando con atención. Había entrenado su cuerpo con la espada siempre que había tenido ocasión y ahora era muy diferente al niño delgado y enfermizo.

Tiró la camisa al suelo. Disfrutando de la sensación de frescor que le producía quitarse la camisa empapada en sudor, empezó a desabotonarse los pantalones. Casi le silbo, olvidando por completo que el hombre delante de mí era Leandro. La vista era de alguna extraña manera provocativa.

Den
¿Leandro ha olvidado por completo que Evelina está allí? XD Y ¿cómo es que Evelina no se sonroja con semejante espectáculo >/////<?

Como si de repente recordara que seguía allí, se detuvo y me miró.

—¿Por qué no te vas? —preguntó, levantando una ceja.

—¿Qué quiere decir? Antes no le importaba quitarse la ropa delante de mí.

—Bueno, ya no es lo mismo…

—¿Por qué es diferente?

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