Sin madurar – Capítulo 8: La historia de Leandro

Traducido por Den

Editado por Lucy


Era tarde en la mañana, Leandro se despertó con sudor frío, debido al dolor de cabeza.

—Ah… Maldición.

Era un dolor conocido. Las cosas que lo envolvían eran asquerosas.

Su pecho se sentía tan pesado como si lo hubieran llenado de piedras y, al mismo tiempo, lo estuvieran atravesando y desgarrando. Un grito de dolor se escapó de sus labios cuando sintió que, dentro de él, sus órganos se retorcían.

—Ugh… ah…

Leandro extendió su mano de forma apremiante, y agarró un puñado de medicamentos que estaban sobre la mesa de noche.

Nunca he visto una receta de tres pastillas al día. Aunque me haya tomado algunas, el dolor no desaparece.

Leandro tomó con fuerza su frente, como si quisiera acabar con el dolor insoportable, y se acurrucó. Era cuestión de aguantar por un momento. Esto era normal. Era habitual…

Abrió y cerró los ojos varias veces. Su visión era borrosa, como si varias capas oscuras estuvieran apiladas. Tuvo que aceptar que su condición del día de hoy no era buena.

—Joven maestro, no es bueno que esté en cama todo el día.

Recordó la voz de la doncella que últimamente se pegaba a su lado y refunfuñaba. Era molesta. Pero, de alguna manera, cuando ella lo despertaba todos los días, no sentía el punzante dolor de cabeza.

El aire de la mañana era refrescante y puro. La luz del sol de la mañana se sentía muy agradable.

Cuando la doncella lo visitaba, podía sentir el dulce olor del delicioso pan y de la miel. Cuando abría la ventana en pleno verano, podía sentir el viento y el olor de la hierba.

Sentía muchas cosas. Y entonces…

—Maldita sea.

Leandro rechinó los dientes. Tenía sed y los labios resecos, por lo que se los lamió y se quitó el sudor y la sangre. Frunció el ceño.

Tenía hambre, pero no decía nada. Rara vez ha tenido una buena comida desde que fue encerrado en el anexo. Las criadas, que sabían que el joven maestro se levantaba tarde, no le traían el desayuno.

Se levantaba en medio de la noche a causa de la fiebre, así que se tomaba el medicamento y se volvía a dormir. A pesar de que pronto moriría, resistía para ver otro día.

Su cuerpo ni siquiera podía aceptar de forma adecuada la comida, así que a menudo vomitaba los amargos jugos gástricos. Después de hacerlo,  tenía que cambiarse de ropa, pero por su cuenta. La mayoría de las criadas no podían tocar la piel fea y horrible de su cuello a causa de la maldición.

Pero…

—Por favor, mírelo. Esta es fruta fresca de esta mañana. La naranja se ve muy dulce. ¿Estará deliciosa?

—Dije que no puedo verlo.

—Ah, tiene razón.

—No voy a comer.

—Entonces, coma un poco.

—Dije que no comería.

—¡Ah, solo un poco! ¡Realmente solo un poco! 

—Si se ve tan deliciosa, puede comérsela. 

Leandro a menudo respondía de esa manera.

A veces comía una parte del pan que le traían, pero en otras ocasiones dejaba la mitad.

La doncella desvergonzada,  aquel día ni siquiera se había tomado la molestia de llamar a la puerta, entrando sin su permiso.

No parecía una equivocación. Estaba asombrado por la conducta y el trabajo de la joven.

Pero, aunque al principio todo fue confuso e irritante, ella logró superar la firme fortaleza de Leandro y consiguió domarlo.

Pensaba que era imposible que alguien se atreviera a hacer eso, pero la muchacha, a diferencia de todos, no lo hacía sentirse solo, no temblaba de miedo, no gritaba ni lo consideraba desagradable. No evitaba al niño cuyo rostro estaba cubierto de densos y horribles símbolos, sino que lo levantaba con facilidad, agarraba sus manos sin chillar, lo tocaba e incluso lavaba su cuerpo con mucho cuidado.

La doncella lo sorprendía por completo. Era tan diferente de las personas que conocía… Sí, demasiado.

Todos los años, a través de su visión borrosa, la única persona con la que podía hablar era el médico anciano que lo visitaba una vez al mes.

No me importa mi apariencia monstruosa, que hace fruncir el ceño a cualquiera… 

¿Monstruo?

Sí, monstruo.

Hubo una niña que llamó a Leandro así porque estaba aterrorizada de la enfermedad desconocida que le causaba este dolor insoportable y oscurecía todo su cuerpo. Ya habían pasado casi diez años desde ese incidente, pero podía recordarlo con tanta claridad como si fuera ayer.

Vio a la niña entre el mar de personas con su visión borrosa y febril. La vio  con un vestido fino retroceder, desplomarse en el suelo y echarse a llorar sin cesar.

Y un día en que todos lo evitaban, Leandro agarró el dobladillo de la falda de la duquesa.

Como si algo inmundo la hubiera tocado, la mujer miró de forma sombría al niño y le golpeó la mano con el abanico.

Sí, esta mano… 

Leandro se encontraba en un estado raquítico. Al abrir y cerrar su mano se le marcaban los nudillos. Su madre le golpeó esa mano.

Muchas personas presenciaron la escena y se alejaron cada vez más de él. Lo mismo ocurrió con la señora Irene, quien servía al maestro de la casa.

Después de mudarse al anexo, hubo un tiempo en que intentó evitar a propósito encontrarse con los empleados.

Nunca quise levantar la mirada. Sin embargo era inaceptable que los sirvientes me miraran con desprecio y repugnancia. 

De esa forma, poco a poco se convirtió en un niño rebelde. Y decidió, por ejemplo, tirar utensilios como platos y cubiertos, y romper cosas.

Bajo la negligencia de sus padres, el niño erigió un muro de espinas alrededor de su pequeño cuerpo, comenzó a hacer muecas y se volvió cada vez más violento.

Sin embargo…

—¡Maldición, esto es una mierda!

Esa vez, la insolente doncella agarró del brazo a Leandro. No vaciló en hacerlo. Fue como un rayo.

A excepción del médico que venía todos los meses, no recordaba haber tocado a otras personas.

Ah, pero el contacto en una revisión médica es diferente, ¿debería excluirlo?

Tenía curiosidad, pero su vacilación era mayor.

¿Y si me rechaza? Si también me mira con “esos ojos”, yo… 

Leandro era imperfecto. Pero, de repente preguntó:

—¿P-Puedo tocarte?

La criada le dio una respuesta afirmativa sin dudar, hasta el punto de que estaba avergonzado por su angustia.

Fue a tientas hacia ella.

—¿Está enfermo?

No, no lo estaba. La mano que lo acariciaba era una de las cosas que siempre había anhelado.

Sus ojos estaban tan secos que apenas podía derramar lágrimas. Quería acercarse a la joven, pero el contacto era demasiado doloroso para él, incluso si era un pequeño roce.

Lo odio. No iré tan lejos. 

Así que él se negó primero.

—Solo vete de aquí, vete de una vez. 

Pero la doncella no lo escuchó. Se atrevió a intimidar a su maestro para poder cambiar las fundas de las almohadas y las sábanas, limpiar el dormitorio y quitar el polvo.

Normalmente no podía dormir sin sus medicamentos habituales, pero de alguna manera, se quedó dormido en el sofá.

¿Por qué? ¿Cómo era posible? Muchas preguntas surgieron dentro de él.

Cuando volvió a abrir sus ojos, la muchacha sujetaba su cuerpo, y en el momento en que sus ojos se encontraron con la mirada cálida de esos ojos color púrpura claro…

—¡Ah! 

Sin querer la empujó bruscamente. Cuando la doncella escuchó las palabras bruscas de Leandro, salió de la habitación en silencio y no regresó desde entonces.

Al día siguiente, e incluso al día subsecuente de ese, esa criada atrevida de ojos color lila no regresó.

Leandro quiso llamarla. Quería apresurarse y preguntarle: “¿Seguirás siendo la misma?”

Fue un momento muy breve como para molestarte y decidir abandonarme. ¿Ahora te doy asco?

Estaba en parte herido, y en parte enfadado. Fue una decisión impulsiva.

La doncella se acercó primero a él.

Tú fuiste la primera…

Decidió dejarlo estar. Pero, incluso después de que la asignaran para su cuidado, él no pudo llamarla.

Ya va… Emm parte es pensamiento.

¿Qué pasa si me odia? Pensó asustado, quería saber qué estaba haciendo. ¿Cuál será su respuesta?

No hizo sonar la campana en tres días. Pero quién vino primero fue ella. Vino a traerle el desayuno, llena de energía y como si no hubiera pasado nada.

—Joven maestro. 

Leandro no se atrevió a levantar la cabeza. Aunque no podía ver nada con sus ojos, tampoco podía enfrentarla.

—Es realmente delicioso. Lo es. 

La voz de la doncella era alegre. Estaba sorprendido. Le dijo que no lo odiaba. Había pensado muchas veces en cómo reaccionaría cuando le hablara, pero no esperaba que lo aceptara tan fácil.

Sus expectativas continuaron desmoronándose. La muchacha habló con Leandro varias veces, instándole a comer. En un momento dado, su corazón se ablandó y se disculpó con ella con una voz que parecía apagarse. Ibellina estaba muy contenta.

—¡La luz del sol es muy agradable! ¿Puedo abrir las cortinas? 

—Sí… está bien. Sé que harás lo que quieras, pero igualmente te responderé. 

—¿Puede decírmelo de forma cortés?… 

—Sí, ábrelas. 

La doncella abrió las cortinas oscuras para dejar que la cálida luz del sol entrara en la habitación, la brisa fresca que entraba enfrió la cabeza del niño empapada de sudor.

Gracias a ella, los moretones de sus rodillas y muslos, a causa de sus caídas constantes, también comenzaron a desaparecer. Su estilo de vida también cambió por completo.

Antes, su vida consistía en dormir durante todo el día, tomar los medicamentos que al final no servían de nada, debido a que no evitaban que se siguiera sintiendo enfermo, ni el constante dolor o los vómitos, para luego, al final de esa tortura, volver a dormir. Cuando la situación se volvía insoportable, no tenía más remedio que pedir ayuda a los empleados asignados a sus baños, que odiaban su apariencia.

No es malo estar a su lado todo el tiempo y molestarla.

¿Cuándo volverá a venir?

—Ah.

Leandro habló aturdido, aunque por lo general no lo haría. Si lo recordaba correctamente, todo eso lo aprendió de ella. Estaba mal que haya corregido a su maestro. Chasqueó la lengua.

Entrecerró los ojos y, con la visión borrosa, miró el reloj en la pared. Ya eran más de las diez.

Es insolente de su parte todavía no haber llegado. No es posible que se haya quedado dormida.

Pero de repente recordó que estaba de vacaciones. Salió del esponjoso edredón con el que ella lo había cubierto. Todavía le dolía la cabeza.

Ese medicucho… Esa medicina no me da fuerzas. 

¿Por qué está tan lejos ese maldito vaso de agua? Se quejó insatisfecho. Tenía sed, así que se levantó de la cama tambaleándose.

—¡Ugh, maldición!

No había nada que pudiera hacer sin la doncella. Intentó tirar de la sábana, pero cayó al suelo. Exhaló enfadado. Últimamente se jactaba varias veces de que su vista comenzaba a mejorar, pero ahora estaba así.

La doncella y el médico estaban alegres de que por fin la medicina estuviera funcionando, pero Leandro sabía bien que no tenía ninguna fuerza incluso si tomaba varias pastillas del tamaño de una uña.

Fue en aquel momento, cuando la doncella se sentó junto a su cama y le puso la mano sobre su cabeza, el dolor que le oprimía desapareció, en ese instante fue que su vista regresó. Por eso la imagen persistente[1] que el niño tenía de la criada era brillante y nítida. Un cabello largo y trenzado, un rostro con una sonrisa traviesa con la nariz y el ceño fruncidos.

Qué demonios… 

En ese momento la joven dijo una tontería, pero él no prestó atención porque la miraba con tanta nitidez que se sorprendió.

Ibellina… 

Ese era su nombre. La señora Irene dijo que era una nueva criada que acababa de llegar. Aunque fue asignada al anexo sin ninguna razón, tan pronto como llegó. Era bueno ver que era inteligente y trabajaba sin decir nada.

Había empleados que incluso frente a él, el maestro del anexo, decían que se rehusaban a trabajar allí. No podía decir hasta qué punto lo rechazaban como su señor.

Se levantó, se frotó las rodillas adoloridas, recordando el rostro de Ibellina. Ojos violetas como flores lilas bien abiertas…

Tenía que admitirlo. Solo habían estado unos días juntos, pero sentía en grande su ausencia. Solo porque no lo despertó por la mañana, el niño se levantó con un terrible dolor de cabeza y empapado en sudor.

—Dos días —murmuró en voz alta.

Ibellina, Ibellina… 

Leandro, llamándola una y otra vez, ya echaba de menos las conversaciones animadas que tenía con ella.


[1] La persistencia de la visión fue un supuesto fenómeno visual descubierto por Peter Mark Roget que demostraría cómo una imagen permanece en la retina humana una décima de segundo más, antes de desaparecer por completo. Esto hace que veamos la realidad como una serie de secuencias ininterrumpidas y no como una sucesión de imágenes estáticas e independientes.

Den
No saben los dolores de cabeza que tuve con este capítulo. Tantos tiempos verbales, tantas confusiones con la primera persona y tantas oraciones con palabras con más de un significado. Pero… Me siento bien de haberlo conseguido, al final el esfuerzo valió la pena. ¡También me complace presentar a mi nueva linda editora Lucy, quien terminó de darle sentido a este capítulo tan difícil! ¡Disfruten de la lectura <3 !

5 respuestas a “Sin madurar – Capítulo 8: La historia de Leandro”

    1. ¡Gracias por leer! Traeremos los capítulos lo más rápido que nos sea posible <3. (Yo tampoco puedo esperar para leer como sigue esta historia.)

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