Una Verdadera Estrella – Volumen 2 – Capítulo 9: Actuando juntos por primera vez

Traducido por Shisai

Editado por Ayanami


—Le pregunté si tenía a alguien que le gustara, como a papá le gusta mamá —La niña diabólica, lucía una mirada picara. Enrollando sus brazos alrededor de los hombros de Albert, ella sacó la lengua juguetonamente.

—Esa fue una pregunta inteligente. ¿Cómo respondió? —A Albert no le molestó cómo había formulado su pregunta. Era soltero, así que el llamado “amor entre papi y mami” no era aplicable en su caso. Simplemente, necesitaba un hijo. Esa era la única razón.

No tenía idea de quién era la madre biológica de Annie y ella tampoco necesitaba saberlo.

—Dijo que no le gustaba nadie.

— ¿Qué preguntaste después de eso? —Albert no se sorprendió por la respuesta de su “hija”; él ya había esperado que fuera así. Y tenía razón.

—Le pregunté qué tipo de persona le gusta. Papá, su respuesta es tan estúpida. —Annie arrugó la nariz. Ella profundizó su voz y dijo en un tono parecido al de Tang Feng —hmm, sobre su apariencia, está bien siempre que me guste cómo se ve. En cuanto a la personalidad, espero que sea una persona amable. Alguien con una perspectiva soleada de la vida. También espero que tenga los mismos valores que yo.

Annie había transmitido la respuesta de Tang Feng, palabra por palabra. El tono gentil y maduro que había hecho mientras recitaba se contradecía con su apariencia joven, por lo que era una vista bastante cómica.

—Una persona amable con una perspectiva soleada de la vida… —Albert se rió con frialdad —jaja, que hombre tan tonto. Un idealista hasta el final. No puedo evitar estar preocupado por él. Como Esmeralda, ¿te enamorarás de alguien que no deberías?

♦ ♦ ♦

La mayoría de las personas nunca creerían que un niño de cuatro años y medio podría mentirle a un adulto. La razón obvia es porque la mayoría de las personas tiene una visión amigable de la vida, eligiendo creer en lo positivo en lugar de lo negativo.

Del mismo modo, las personas amables que residen en la iglesia costera de Irlanda nunca sospecharían del nuevo monje del este. Había llevado las cenizas del viejo sacerdote todo el camino a casa solo. Estaba lleno de polvo y cansado de su largo viaje. Incluso después de llegar, aún no había dicho una sola palabra. Todos, simplemente, suponían que el monje llamado Tang era muy ávido a su voto.

Tang, había llegado a una tierra extraña y remota, durante una tormenta de lluvia en la noche.

El trueno chocó y rugió en el oscuro cielo. El hombre que parecía encogido en su túnica negra, se aferraba a una rama seca en la mano como si fuera una muleta. Con cada paso que daba, sus zapatos se hundían en el barro suave. Sintió como si el suelo intentara tragarse sus piernas. ¿Quién se aferraba a sus talones debajo del suelo? ¿Era el diablo que quería arrastrarlo al infierno?

No lo sabía, pero estaba alarmado. Sintió frío desde la parte superior de la cabeza hasta la punta de los pies. El hambre lo carcomía constantemente desde el interior.

Las gotas de lluvia, del tamaño de un frijol, caían implacablemente del cielo salpicando su capucha y hombros. Su túnica estaba completamente empapada. Afortunadamente, la tela era negra. Si hubiera sido de un color más claro, ya estaría teñida de un gris sucio por todo el barro y la suciedad que se ha acumulado en la tela.

La lluvia había estado cayendo durante cinco días, y él había estado caminando bajo la lluvia durante ese tiempo. Ahora, no podía regresar. Lo único que podía hacer era caminar y caminar sin detenerse…

Reorganizó las delgadas ropas sobre su cuerpo y, usando un trozo de tela, ató la urna de cenizas alrededor de su estómago. De ese modo, podría proteger mejor la urna y evitar que choque contra algo y se rompa.

Después de pisar esta tierra extranjera, Tang se había basado en palabras escritas para transmitir sus intenciones: lo que quería, a dónde quería ir, qué camino debía tomar.

Algunas personas amables que conoció en el camino le daban comida y agua. Lo elogiaron por su acérrimo personaje como monje que había entregado la totalidad de su vida a Dios. La gente asumía que no hablaba porque había dedicado todo a Dios. Se sorprendieron al saber que un monje tan dedicado venía del lejano oriente.

Cielos, había caminado durante tanto tiempo, solo persiguiendo la guía y los pasos de Dios.

Tang no hizo ningún esfuerzo por disuadir las suposiciones de la gente acerca de él. Se alegró de no poder hablar. No había perdido la capacidad de hablar, simplemente no se le permitía hacerlo. La gente de su iglesia original, le hizo prometer que no pronunciaría una sola palabra durante cincuenta años. Además, tenía que escribir las doctrinas de Dios todos los días y comprometer las palabras en su corazón.

Lo obligaron a abandonar la tierra en la que había crecido para llevar las cenizas del viejo sacerdote a este lugar extraño.

Tang, no se sintió herido o sin esperanza debido al duro castigo, incluso estaba feliz. La nueva tierra a la que había venido estaba muy lejos de su tierra natal. El asqueroso y desvergonzado crimen que había cometido allí, nunca llegaría a oídos de la gente de aquí. No pidió mucho. No tuvo el coraje de intentar algo que lo alejara de las enseñanzas de Dios. Solo quería pasar los próximos cincuenta años en paz y tranquilidad, en una pequeña iglesia en algún lugar.

Debido al hambre y el agotamiento, Tang cayó en el camino embarrado. Antes de perder el conocimiento, miró por última vez al cielo sobre él. Estaba oscuro y pesado, como la túnica negra que llevaba. El cielo parecía estar cada vez más cerca de él, convirtiéndose en una tela negra helada e impermeable que lo envolvía gradualmente.

Eres una vergüenza para Dios…

Monje, has cometido un crimen sucio. Tu castigo es mantener su voz para sí mismo durante cincuenta años. ¡Soportarás las consecuencias de tu crimen!

Tang, respiró hondo y, abruptamente, abrió los ojos. Se sentó con la cara pálida. Sus ojos negros brillaban con la luz de las estrellas, parecía que, en cualquier momento, se rompería. Eran ojos llenos de impotencia, dolor y arrepentimiento.

—Estás despierto —desde la ventana de madera, un débil rayo de sol entró en la habitación. Un hombre rubio estaba sentado al lado del joven monje. Cuando Tang lo miró, el hombre rubio reveló una sonrisa brillante. Al igual que el sol, la sonrisa atravesó los ojos de Tang e instintivamente retrocedió por el dolor. Comparado con el hombre rubio, él era como el lodo, sucio y oscuro.

—No sé si puedes entenderme, pero te desmayaste junto al mar. Un sacerdote te encontró y te trajo. Dios tuvo piedad, estás vivo. Un momento después y habrías muerto, y te habría tragado el dios del mar —el hombre rubio sonrió de nuevo. A pesar de su sinceridad, Tang no pudo entender lo que estaba diciendo.

Tang decidió permanecer en silencio y escuchar —encontramos una carta sobre ti. Afortunadamente, se había envuelto bien o el agua la habría empapado. Sabemos que eres un monje del este. Te damos las gracias por traer de vuelta las cenizas del sacerdote Dolen. El sacerdote principal ha dado su permiso para que te quedes. Tang, ¿te quedarás?

Tang bajó la cabeza, sus ojos estaban desenfocados. Sabía de la carta de la que hablaba el otro hombre. Cielos, la carta había sido escrita por la gente de su iglesia original. Detallaba el crimen que había cometido. Durante su viaje por Europa, había arrojado la carta al océano. La carta que el joven monje había leído fue escrita por su propia mano.

No podía calmar el pánico dentro de su corazón, dejándose más debilitado y lamentable por fuera.

—Pareces asustado. No te preocupes, estarás bien. Sabemos que eras cercano al sacerdote Dolen. Todos te ven como un amigo aquí —el joven monje se inclinó hacia Tang. Su proximidad le permitió a Tang ver claramente las características del otro. El hombre rubio era guapo y tenía un par de ojos azules que brillaban como gemas.

Entre los europeos, el joven monje debía ser considerado muy guapo. Ante eso, Tang se sorprendió de que un pensamiento tan sucio se le hubiera cruzado por la mente otra vez. No podía, cometer otro error.

Tang bajó rápidamente la cabeza y asintió, indicando que había entendido.

El hombre rubio se rió entre dientes junto a su oreja, su cálido aliento rozó ligeramente las mejillas de Tang —mi nombre es Chris. Aunque no puedes hablar, espero que algún día pueda escucharte decir mi nombre —Chris hizo una pausa y continuó en voz baja: — ¿Todos los orientales tienen ojos como los tuyos? Son hermosos. Son los ojos más bellos…que he visto en mi vida, Tang.

Chris, Tang murmuró el nombre para sí mismo, una y otra vez.

Sintió que la calidez se extendía dentro de su pecho y una sensación extraña impregnó su cuerpo. Quizás, todo saldrá bien. Rápidamente, Tang recuperó su salud y se unió oficialmente a la iglesia costera. Todos le dieron la bienvenida, pero aparte de la curiosidad inicial de ver a un extranjero, la mayoría de la gente lo dejó solo.

Para Tang, eso era algo bueno. Estaba contento de no poder hablar. De esa manera, podría evitar decir, accidentalmente, palabras feas a la gente.

Había una excepción a esto: el monje llamado Chris. Había escuchado a otros decir que Chris era extremadamente inteligente. Una pequeña iglesia junto al mar no era suficiente para satisfacerlo. Por lo que, muy pronto, Chris iría a una ciudad más grande para continuar sus estudios.

Cuando se despertó por primera vez, Tang tardó un tiempo en darse cuenta de que estaba completamente desnudo debajo de las sábanas. Se agarró a las sábanas y miró alrededor de la habitación en pánico, buscando su túnica negra, sucia y rasgada.

—Tus túnicas son irreparables. El sacerdote principal me dijo que preparara otro set para ti —dijo Chris. Luego sonrió —te quité la ropa. También te he limpiado el cuerpo.

Tang hizo todo lo posible por ignorar las burlas en los ojos de Chris, mientras hablaba. En los últimos días, donde quiera que caminara, podía sentir los ojos de Chris detrás de él. Pero Chris nunca habló con él, solo lo miró, mientras permanecía parado lejos.

Que persona tan extraña.

♦ ♦ ♦

— ¡Corte! ¡Muy bien! —Gritó el director. La primera escena de Tang Feng con Gino había pasado sin problemas.

Vistiendo túnicas de monje, Tang Feng y Gino se miraron y sonrieron al mismo tiempo. Parecía que discutir el guión hace dos días había sido una buena idea.

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