El vizconde, la vizcondesa y sus hijas esperaban en el comedor. La mesa era estrecha y larga. Me senté junto a Leandro y frente a la vizcondesa.
—No es mucho, pero esperamos que lo disfrute —dijo ella.
Al contrario de sus palabras, la mesa estaba repleta de una ensalada mixta aliñada con vinagreta, varias frutas en cestas de madera y pollo asado relleno y especias. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 55: El destino cambiado (5)”
Sentado a lo lejos con la barbilla apoyada en la mano, Leandro me miró y sonrió. Era una mirada tranquila que sugería que no le importaría que hiciera lo que quisiera.
De repente el carruaje se detuvo y un caballero lo llamó.
Abrí un poco más la ventana y asomé la cabeza. Al pie de la colina, vi un pueblo lleno de tejados coloridos. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 54: El destino cambiado (4)”
El carruaje del duque era precioso, aunque estuviera pintado todo de negro. En el centro de la brillante pared lateral del vehículo estaba el emblema de la familia. Era incomparable con aquellos cabriolés que estaban inclinados o tenían partes rotas. Para empezar, este carruaje les doblaba en tamaño.
Leandro hablaba con el barón. Como no me interesaba ningún procedimiento formal de saludo entre altos nobles, tomé mi maleta y me acerqué al carruaje. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 53: El destino cambiado (3)”
Aunque hace mucho tiempo abandoné la finca, Leandro seguía siendo mi amo y yo su sirvienta. Recogí la camisa que había tirado al suelo para recordárselo.
—¿Tiene alguna muda de ropa?
—Todas mis cosas están en el carruaje. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 52: El destino cambiado (2)”
Al cabo de un rato, la puerta del salón volvió a abrirse. Leandro no estaba acostumbrado al clima cálido del sur, así que se había arremangado las mangas varias veces y se abanicaba con las manos.
—Ya echo de menos el norte —dijo.
—Alteza, mis sirvientes le prepararán un baño. Tal vez debería descansar un poco antes de partir —respondió el barón. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 51: El destino cambiado (1)”
Asomé la cabeza de entre los brazos de Leandro. A lo lejos, una sirvienta alta venía corriendo hacia nosotros, levantándose el dobladillo de la falda.
Entrecerré los ojos y vi el pelo blanquecino ondeando con el viento.
—¿Lily? Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 50: El reencuentro (11)”
Cuando estiré de forma inconsciente la mano para agarrar su camisa blanca, me detuve.
—Ah.
Luego me retorcí un poco para escapar de su agarre.
Al notarlo, el rostro de Leandro se contrajo. No me soltó, en cambio, me atrapó en sus brazos una vez más. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 49: El reencuentro (10)”
—¿Y si de verdad regresa a por ti?
—Parece que Su Alteza intenta convertirte en su amante.
—Imposible.
Negué con la cabeza. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 48: El reencuentro (9)”
A la mañana siguiente, los sirvientes tuvimos que despertarnos temprano para despedir al príncipe heredero y su séquito. Por órdenes del mayordomo, me dirigí al establo a llevar el desayuno a los criados. Estaban preparando el pienso para los caballos.
Los saludé y charlé con ellos un momento, luego regresé al castillo. Cuando pasé junto a un árbol grande cerca de la entrada del servicio, divisé a una pareja abrazada detrás del árbol. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 47: El reencuentro (8)”
Los ojos de Diego me examinaron de arriba a abajo. Se reflejaba un leve atisbo de molestia en su mirada. Intenté esconder la cabeza dentro de mi cuerpo como una tortuga.
—Alteza, este no es lugar para usted.
—¿No? Aún no conozco este castillo. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 46: El reencuentro (7)”
—Sí, y encima después de que tocaras mis partes bajas —comentó Diego.
—Hmm, por favor, no diga esas cosas…
Me encogí. Sonaba demasiado vulgar saliendo de la boca del noble príncipe.
—Entonces, ¿por qué pones esa cara tan triste? —preguntó, encogiéndose de hombros. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 45: El reencuentro (6)”
Volví a sentarme. En ese momento, me compadecí de mí misma por ser una campesina. ¿Por qué tuve que despertarme un día como sirvienta? ¿Por qué no pudo haber sido como aristócrata…?
Mientras contemplaba mi situación, miré el vaso de whisky frente a mí. Pensé que Diego solo me dejaría ir si me bebía eso. Luego me pregunté lo solo que debía sentirse para querer que una mucama fuera su compañera de copas. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 44: El reencuentro (5)”
—Las cosas se podrían haber vuelto violentas —se rio Diego. Sus ojos se curvaron en dos medialunas.
Me arreglé el vestido y me levanté.
—Estaba bastante aburrido, por lo que vine a beber contigo —explicó mientras se frotaba la barbilla. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 43: El reencuentro (4)”
—Evelina, Liliana, preparaos para emplatar la comida. Pronto serviremos —anunció el chef.
Pusimos los platos en una bandeja como se nos había ordenado. Otras doncellas y sirvientes se encargaban de servir la comida. Lily cuajó uno de los pudines y una calabaza cruda con su fuerza excesiva, pero, aparte de eso, la preparación marchó sin problemas. Y como si fuera una compensación por habernos dejado la piel antes de la llegada del príncipe heredero, no tuvimos mucho que hacer después. Pero claro, como había más bocas que alimentar, había más platos que fregar. Era un suplicio. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 42: El reencuentro (3)”
—Tirala —dijo, después de leer la carta.
—¿Qué?
—Tírala.
—¿No deberías decirme al menos lo que pone? Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 41: El reencuentro (2)”