Tres años más tarde.
—Evie, ¿te has enterado? —preguntó una de las sirvientas.
—¿De qué? Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 40: El reencuentro (1)”
Tres años más tarde.
—Evie, ¿te has enterado? —preguntó una de las sirvientas.
—¿De qué? Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 40: El reencuentro (1)”
—¿Qué demonios estás haciendo?
Fulminé con la mirada al extraño.
Era descortés tocar a alguien sin su consentimiento. El desconocido me soltó la muñeca de inmediato y levantó las manos en el aire como si se rindiera. Parecía estar indicando que no debía tener miedo. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 39: La despedida (12)”
Al día siguiente me desperté temprano, me maquillé y salí de la posada. El carruaje que se dirigía al sur parecía bastante robusto, quizá porque tenía que viajar por caminos de tierra.
Le entregué mi billete al cochero y me senté en una esquina. Luego de que una pareja de ancianos entrara, el cochero comenzó a conducir los caballos. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 38: La despedida (11)”
La señora Irene retrocedió un paso. El maestro siempre se mostraba inexpresivo y tajante con ella, por lo que verle mostrar por completo sus emociones la asustaba. Creía que hacía lo mejor para todos. Pensó que, si el maestro era sabio, sin duda lo entendería.
—Te has extralimitado. No conoces tu lugar. Te… lo había advertido —dijo Leandro. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 37: La despedida (10)”
—Princesa, ¿qué acaba de pasar? —preguntó la sirvienta mientras juntaba las manos, cautivada por el rostro angelical de Leandro.
Pero todo lo que Eleonora pudo hacer fue observar cómo él se alejaba. No le respondió a la mucama.
—¿Princesa? ¿Se encuentra bien? —le volvió a preguntar y, entonces, Eleonora soltó la sombrilla y se dejó caer en el suelo. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 36: La despedida (9)”
Este maldito palacio imperial es demasiado grande, pensó Leandro. Seguía al sirviente al establo donde estaba aparcado su carruaje.
Mientras recorrían el aparente camino interminable, suspiró molesto. El sirviente no dejaba de echarle miradas incómodas al duque que caminaba detrás de él.
—¿Vamos por el camino correcto? —preguntó Leandro. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 35: La despedida (8)”
Las palabras de la señora Irene me pillaron desprevenida.
Mis ojos vagaron inquietos.
Tenía razón. No podía negarlo ¿Un maestro que se saltaba las clases para visitar a su sirvienta? ¿Un maestro que se enfadaba con su sirvienta por ser amable con los sirvientes? Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 34: La despedida (7)”
—¿Qué?
—¿Qué clase de respuesta es esa? ¿Quieres que lo repita? Llámame Lean.
—No puedo hacer eso —me negué de inmediato. Me sorprendió tanto que casi salté de mi asiento. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 33: La despedida (6)”
Sorprendida, retrocedí un paso y grité.
—M-Maestro, qué… ¿Qué está haciendo?
—Es una pena ver cómo tus bonitas manos se llenan de cicatrices cada día que pasa. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 32: La despedida (5)”
La larga temporada de lluvias por fin acabó y los días soleados de verano regresaron junto con el cantar de las cigarras.
Después de mucho tiempo, al fin salí. Me apresuré a ir al lavabo con las doncellas de la lavandería para lavar las sábanas. Remangamos el dobladillo de los vestidos para que no se mojara, e hicimos burbujas con el agua resbaladiza del jabón. Luego, dimos saltitos y reventamos las burbujas. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 31: La despedida (4)”
Parpadeé. Leandro me miraba sin apartar la vista. Cuando no dije nada, arqueó las cejas.
—Dímelo.
No puedo. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 30: La despedida (3)”
Al día siguiente, el enorme carruaje del duque con fondo negro adornado con un patrón dorado llegó para llevarse a la duquesa. Unas espesas nubes negras cubrían el cielo desde primera hora de la mañana. Llovía un poco.
Hice fila ante la puerta principal con todos los sirvientes de la finca para despedir a la señora de la casa. Hacía el tiempo perfecto para una despedida. El cielo sombrío se tornó gris, así que me pregunté si seguiría lloviendo durante un tiempo. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 29: La despedida (2)”
Las estaciones cambiaron varias veces más y llegó el verano.
La duquesa se estaba desmoronando poco a poco: vendió el rancho de la familia para comprarle a su amante un juego de joyas, bebía por la mañana y se despertaba en mitad de la noche llorando y gritando; e intentó regalar la mina de la familia, un activo importante, en una fiesta benéfica. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 28: La despedida (1)”
Las acciones de la duquesa eran tan impactantes como sorprendentes. Parecía que no le importaba quién la viera. En lugar de mantener su aventura en secreto, no solo invitó a su amante a la finca, sino que también le envió el majestuoso carruaje adornado con el emblema del duque.
Cada vez que estaba cerca de la habitación de la duquesa, incluso a mediodía, oía gemidos.
Qué indignante. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 27: Creciendo (11)”
—¿Qué quiere decir con eso? Nunca me ha atrapado.
—Estás arruinando el momento —sonrió con suavidad y se frotó la cara contra el dobladillo de mi vestido.
—¿De qué habla? —le volví a preguntar, pero no parecía querer responder. En su lugar, sacó la sábana de debajo de la mesa, la puso sobre mi regazo y recostó la cabeza sobre ella. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 26: Creciendo (10)”