La Princesa derriba banderas – Capítulo 134: La adoración de la princesa reencarnada (3)

Traducido por Ichigo

Editado por Ayanami


—¿Sir Leonhard…? —Pregunté, confundida debido a que me agarró las manos de repente.

—Princesa, yo…

Intentó decir algo antes de que su voz se cortara. El resto de la frase desapareció y nunca se materializó en sonidos. Con una expresión de dificultad, Sir Leonhard siguió buscando desesperadamente palabras adecuadas.

Pero cuando no se le ocurrió nada, finalmente se dio por vencido y volvió a ser el mismo de siempre. Aunque sus ojos estaban abatidos y su cabeza se movía lentamente de un lado a otro.

Cuando vi eso, pensé que estaba tratando de consolarme. Se preocupa mucho por mí, incluso por mis manos destrozadas.

Es muy amable. 

Ni siquiera es tu culpa.

—Está bien. En realidad, no le doy mucha importancia en primer lugar… De verdad que no, pero es una pena, ¿no? —Sonreí al decirlo. Pero poco después, supe que había errado el tiro.

Quería que se riera, pero si decía algo tan auto despectivo, seguramente pondría en aprietos a alguien tan bondadoso como Sir Leonhard.

—¡Eso no es cierto! —Sir Leonhard me refutó inmediatamente en voz alta. Mi cuerpo se puso rígido por la repentina presión que desprendía.

Al verme así, no tardó en exhalar y volver a calmarse.

—Lo siento mucho… No era mi intención asustarte. —Leonhard exhaló una voz teñida de arrepentimiento.

Fruncí los labios y negué con la cabeza en respuesta. Yo tampoco quiero que pongas esa cara.

El silencio se apoderó de la habitación.

Sir Leonhard exhaló de nuevo, esta vez con una sonrisa.

Bajó la mirada una vez más, esta vez sus ojos estaban llenos de auto burla. Su expresión inusualmente despreocupada me hizo relajar mis hombros tensos. Nos tomamos de la mano y nos reímos mientras nos quedábamos frente a frente.

—Soy un hombre despreciable. Estaba tan ocupado teniendo miedo de herirte, que en lugar de eso terminé poniéndote ansiosa. Si esto resulta ser así, entonces debería haber sido honesto desde el principio… Princesa…

—¿Sí?

—Si sientes que mis palabras te hieren de alguna manera, aunque sea un poco, ¿puedes decírmelo de inmediato?

—Lo haré. —Cuando asentí obedientemente, Sir Leonhard pareció más aliviado.

Aaah, estoy feliz, aunque pueda estar en problemas. Te quiero tanto que sólo asiento a lo que dices~. 

Leonhard levantó mi mano izquierda y tocó una herida en mi pulgar. —Esta es una cicatriz nueva… ¿no?

—Um… Fue cuando estaba cocinando hace un tiempo… Estaba pelando verduras, pero mi mente estaba en otro lugar.

—¿Y ésta? —Trazó una gran cicatriz que atravesaba mi palma. Sin embargo, como originalmente era bastante superficial, casi se había desvanecido.

—Ah, esa fue de cuando me quedé en la aldea Kua. Estaba recogiendo algunos ingredientes y las hojas estaban bastante afiladas.

—¿Esto es… una marca de quemadura? —La atención de Sir Leonhard se dirigió de repente a una marca rojiza en el borde de mi mano derecha.

—Estaba revolviendo la medicina en una olla y me cayó un poco, pero en realidad no fue nada.

Leonhard recorrió cada cicatriz con sus dedos mientras confirmaba una por una.

Tenía una expresión de preocupación en su rostro todo el tiempo, e incluso la culpa afloró en un momento dado, pero no dejó de comprobarlo.

—Princesa. No deseo que le hagan daño.

—Sir Leon…

—Pero no puedo decir lo mismo si estuvieras a mi lado. Aunque me doy cuenta de que no es el mejor momento para decir frases tan geniales como esta —añadió, riendo juguetonamente y reduciendo la tensión en la habitación, mientras lo hacía con una expresión de lo más apenada.

—Estoy seguro de que siempre serás tú misma, sin importar quién esté a tu lado.

¡No…! Era lo que no podía decir.

Aunque fuera Sir Leonhard quien estuviera a mi lado, no podría dejarlo todo en sus manos. Eso es porque quien soy no lo permitiría.

—Teniendo en cuenta quién eres, no puedo impedir que intentes ayudar a los demás o, mejor dicho, no quiero que dejes de hacerlo… Así que, princesa, las siguientes son las palabras que quiero transmitirte.

Esperé en silencio a que Sir Leonhard continuará.

Estaba preparada para que se enfadara. Había actuado como quería, y a veces me excedía. Como resultado, algunas cosas fluyeron en una buena dirección y se convirtieron en pequeñas victorias, pero un paso en falso y, fácilmente, habría perdido mi vida.

Si me hubiera pasado algo, habría molestado a mucha gente. No era solo mi problema.

Ah… Pero, si no estás enfadado conmigo, ¿qué debo hacer?

¿Y si dices: “Ya he tenido suficiente” y me alejas?

Tras imaginar el peor de los escenarios, las yemas de mis dedos se pusieron rígidas.

Cerré los ojos y me mordí los labios en previsión.

—En general, lo has hecho admirablemente.

—¿Eh…? —Por un momento, no entendí lo que dijo.

Estaba tan lejos de mis expectativas, que sus palabras no se registraron en mi cabeza; parecía que estaba hablando en un idioma extranjero. Con los ojos bien abiertos, miré la cara de Sir Leonhard.

Sonreía.

Sus ojos, llenos de infinita amabilidad, no contenían ni una pizca de decepción.

—No conozco todo lo que has pasado en tu viaje hasta ahora. Pero cuando miro tus manos, no tengo ninguna duda. Son las manos de una persona trabajadora —añadió Leonhard, mientras rodeaba las mías con sus manos.

El calor de sus ásperas palmas fue calentando mis dedos congelados de antes. Se impregnó en todo mi cuerpo y mis preocupaciones se derritieron lentamente.

La tensión, la fachada, todo se desprendió y se disolvió. Lo único que quedaba era yo.

La excusa lamentable y poco fría de una mujer que quiere mucho a Sir Leonhard.

—Puede que sea insensible de mi parte decir esto… Pero, por favor, no se avergüence de las cicatrices que se has ganado.

—¿Aunque estén tan desgarradas…? —Intenté reírme, pero me temblaba la voz. Tenía la nariz tapada y me dolía la garganta.

—Aun así. —Leonhard hizo un pequeño gesto con la cabeza. —Para mí, estas son las manos más bellas de todas.

En el momento en que oí esas palabras, se me saltaron las lágrimas.

Sir Leonhard se asustó cuando vio caer pequeñas gotas de mis ojos. —Princesa… lo siento.

—¡No…! No, no es nada de eso. —Sacudí la cabeza y exprimí una voz tensa. Era nasal e impropia, pero no quería en absoluto que me malinterpretara, así que continué. —Me hace feliz.

Pude ver la sorpresa de Sir Leonhard a través de mis lágrimas.

Tras unos cuantos parpadeos, sus ojos se entrecerraron suavemente. Su gran mano se extendió y acarició suavemente mi cabeza.

Ah… me alegro. 

Me alegro mucho de quererlo. 

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