Traducido por Lucy
Editado por Meli
No pude dormir. La razón: mi conversación con Han Jinsoo.
Seguía repitiendo que yo le hice algo, pero además, ahora sabía las últimas palabras que mi querido Han Jinsoo me dijo. Escucharlas una vez más, con la misma voz que recordaba fue impactante, apenas pude contener las lágrimas.
—Ah… —suspiré.
La luz de la luna se colaba por los marcos de las ventanas cuadriculadas, dibujando un sutil patrón de color azul. Si el color tuviera temperatura, el brillo de la luna sería frío.
Sola en mi cama, lloré. Me sentí patética, recordando una y otra vez nuestra conversación. En ese momento quise gritarle: «¡Mírame, tú me querías, yo te importaba!», pero me quedé callada porque ya no estábamos en Corea y en este mundo, no era más que su prometida por conveniencia.
«No llores…», me había dicho y cuando confesó que se le rompía el corazón al verme llorar, apreté los dientes y le sonreí; sin embargo, me dolía el corazón y desolada, había vuelto a mi habitación, donde me permití llorar.
Quería cambiar mi vida, deseaba que este mundo fuera mejor.
—¿Podré… podré hacerlo? —murmuré y entonces recordé que incluso los príncipes habían cambiado un poco y reafirmé mi convicción—: Puedes hacerlo. Puedo hacerlo.
Me sentía confundida, pero sin importar cuánto reflexionara, creía que el Han Jinsoo de Corea y el de este mundo estaban relacionados de alguna manera, si no, ¿cómo podría saber las últimas palabras que mi amado me dijo?
—Siento no haber podido llegar antes —musité—. Siento haberte hecho esperar.
Y si, tal vez, si ellos eran la misma persona, yo…, pensé y las lágrimas brotaron.
—Llegaré temprano esta vez —sollocé—. Esta vez te haré estofado doenjang.
Así pasé la noche. Y por la mañana, aún con un colapso mental, Han Jinsoo se presentó ante mí, pero sin mediar palabra se había dado la vuelta en el mismo instante en que Ganapán apareció y entonces, todo comenzó a temblar.
♦️ ♦️ ♦️
Han Jinsoo se sintió abrumado y algo en su interior le dijo que debía justificarse si deseaba seguir viviendo.
—Debo irme —anunció.
—¿Cómo es eso? —inquirió el rey.
—Tengo que volver al Imperio a partir de hoy. Hay una importante prueba de promoción —se excuso y todo dejó de vibrar.
—¿Es tu última promoción? —preguntó Kim Hoonsang
—Sí.
—Así que un estudiante de la Academia Imperial de Maná, —intervino Alex, incrédulo. Había permanecido detrás del rey—. Que está a punto de hacer la prueba de promoción final, vino a la ceremonia del tesoro y además, se detuvo para despedirse.
¿Tiene sentido? —se burló para sus adentros el erudito—. El examen final de promoción es el más importante del plan de estudios de la academia, todos los estudiantes se preparan durante años para ello. Sin embargo, este chico se presentó en la ceremonia de recompensa de su pequeña prometida antes de la crucial prueba.
—Como se esperaba, la princesa Sanghee tiene algo que no entendemos —concluyó Alex, con una sonrisa.
—Creo que he dicho todo lo que tenía que decir… Voy a volver primero.
—Sí, hazlo bien en tu prueba de promoción. Eres el representante de nuestro reino.
Han Jinsoo se dio la vuelta. Kim Hoonsang se sentó en la cama de Kim Sanghee.
—¿Sí, papi?
—Aprieta el puño.
—¿Así? —Hizo un lindo puchero.
Kim Hoonsang la miró, mientras se acariciaba la barbilla, pensativo.
—¿La niña lo ha hecho bien? Apreté el puño con fuerza.
—¿Es una chica tan habladora? —dijo Kim Hoonsang.
—No lo sé —contestó indiferente Alex, cada día le costaba más fingir que no notaba la sonrisa del rey al ver a su hija.
—Hola —dijo Kim Hoonsang.
—¿Sí? —preguntó la princesa.
Un grito, ya conocido, provino de la habitación, provocando que los caballeros del rey sonrieran.
—¿Está la princesa Kim Sanghee volando de nuevo? —dijo uno de ellos.
—Sí, su majestad lo ha hecho.
—Mi padre lo hacía mucho cuando yo era joven. Era muy divertido.
—Mi padre no podía controlarlo… Solía golpear mi cabeza contra la pared algunas veces.
—Por eso no eres tan inteligente.
—Si yo fuera un niño pequeño, sería muy feliz —declaró con añoranza uno de los caballeros—. Sería muy divertido que alguien como su majestad me hiciera volar por el aire.
—Creí que a las mujeres les asustaba.
—Oh, de ninguna manera. Él controla también su maná ¿cómo podría no ser divertido?
Kim Sanghee, los escuchó hablar, por supuesto no coincidía con su opinión, ella se sentía mareada.
—Su majestad debe realmente preocuparse por la princesa.
Luego de tantos años, no puedo acostumbrarme. ¡Es tan aterrador!, gritó en su interior Kim Sanghee.
El vuelo fue corto, Kim Hoongsang hizo descender a la niña y la saludó una vez más:
—Hola.
¿Qué, no tienes algo más que decir…? ¿Acaso no sabes que soy tu hija y me llamo Kim Sanghee?
—¿Eres feliz? —preguntó Kim Hoonsang.
Eso era algo que Kim Sanghee decía todos los días. “Gracias por lo que hiciste. Estoy feliz de que lo hayas hecho”. Y así sucesivamente. Este acto de lanzarla a todas partes, se llamaba “avión”. Gritaba, pero cuando se acababa, daba las gracias. Decir que “estaba feliz” era exagerado.
Kim Sanghee estaba confundida, ¿por qué le preguntaba aquello?, ella siempre le daba las gracias y le decía lo feliz que era por lo que el rey hacía por ella, aun cuando sus palabras distaran mucho de sus sentimientos reales.
¿Me hace volar porque en realidad cree que me gusta?
—Así es —confirmó sin atreverse a decir la verdad, temía por su vida—. La niña está feliz solo por poder pasar tiempo con su papi.
Claro, es natural, Kim Hoonsang enderezó los hombros. Levantó un poco la barbilla y habló en posición arrogante:
—He oído cosas extrañas.
—¿Qué…?
—Escuché rumores de que a las mujeres les daba miedo volar. Ya veo que es falso.
Alex se tambaleó y se llevó la mano a la cabeza. No daba crédito a lo que oía, el monarca tan inteligente y fuerte, no comprendía a las mujeres, no tenía idea de que su modo de vivir era por completo opuesto al de estas. El rey era demasiado ignorante de la diferencia.
Kim Sanghee sonrió.
—Solo estar con mi papi me hace tan feliz…
—¿Pero? —inquirió Kim Hoonsang y Kim Sanghee se asustó un poco.
—Pero, e-esto…
—Dime.
—Me da tanto miedo que estuve a punto de llorar.
En ese instante, el candelabro de araña dorado del techo se tambaleó y cayó, pero justo antes de golpear la cabeza de Kim Sanghee fue lanzado al suelo. Alex descubrió que sin tocarla, el rey había protegido a la princesa con su maná.
—¿Quieres decir que te gusta estar conmigo, pero no te gusta volar? —preguntó con rostro serio Kim Hoonsang.
—No me desagrada… Es que para una chica frágil e insignificante…, es un poco aterrador.
Kim Hoonsang, estaba sorprendido, pero se enfrentó a la realidad: Kim Sanghee odiaba volar.
—Alex.
—Sí.
—Haz un decreto real.
—¿Qué…?
Kim Hoonsang cruzó las piernas y cerró los ojos. Unos diez segundos declaró:
—A partir de ahora, la mujer que mienta será condenada a muerte.
Kim Sanghee se asustó, creyó que él la mataría. Sin embargo, Alex se dio cuenta de la intención del rey y aclaró:
—Dices que mentir sobre tus sentimientos es la pena de muerte, ¿verdad?
Kim Hoonsang asintió.
Así que se creó una ley especial: Si no hablas con honestidad, serás condenada a morir.
Alex añadió una cláusula detallada: Debes decir las cosas que dan miedo.
♦️ ♦️ ♦️
Unos días después, los académicos tuvieron un acalorado debate.
—¿No estarían purgando a las damas?
—Definitivamente hay demasiadas princesas.
—Tal vez una princesa le mintió.
Alex sabía que a nadie más aplicaría, la ley solo se creó para que la princesa Kim Sanghee dijera: “Tengo miedo”.
♦️ ♦️ ♦️
Luego de promulgar su ley, Kim Hoonsang, se levantó.
—Algo más.
—Sí, papi.
—Ahora golpéame. Justo aquí.
Kim Sanghee sintió que el cielo se ponía amarillo. No podía hacer aquello, quizás el rey trataba de matarla de una manera u otra.
—Cómo me atrevería…
—Es un decreto real —le ordenó.
Ella quería llorar. No sabía qué le pasaba al rey, sin importar que hiciera, estaría envuelta en un gran problema. Por supuesto, siempre había querido golpearlo, pero sabía que eso era imposible.
—Si no me golpeas, morirás —sentenció Kim Hoonsang.
Kim Sanghee estaba en una difícil situación, en la que no podía hacer ni esto ni aquello.