Herscherik – Vol. 3 – Capítulo 9: Un viejo amigo, el mejor final y el reencuentro

Traducido por Shisai

Editado por Sakuya


Ryoko estaba tan sorprendida por su repentino reencuentro con uno de sus escasos amigos varones de su época escolar, que se olvidó de que seguía abrazada a él.

El amigo en cuestión era Yuto Takanashi, un compañero de instituto que ahora parecía el hombre de carrera por excelencia. En el instituto, había sido el chico popular y extrovertido de la clase. Con un comportamiento amistoso y una apariencia atractiva a juego, tenía numerosos admiradores en todos los niveles de grado. A pesar de ello, siempre había sido fiel a cualquier chica con la que salía, lo que había causado una buena impresión en Ryoko. 

—¡Hace años que no te veo! ¿Cuánto tiempo ha pasado? —Soltó a Ryoko de sus brazos, aunque mantuvieron una distancia íntima mientras compartían un paraguas bajo la lluvia.

Ryoko reconoció su sonrisa, y sonrió ella misma en respuesta. Él era el tipo popular que vivía la experiencia completa del instituto, pero nunca había tratado a Ryoko o a otros frikis de forma diferente. De hecho, las camarillas de su clase se habían mezclado entre sí mucho más de lo que era habitual. Takanashi había tendido puentes entre los empollones y los fiesteros, los deportistas y los artísticos, y los extrovertidos y los introvertidos, para que todos en su clase pudieran divertirse. En aquel momento, Ryoko lo veía como un héroe de manga shojo hecho realidad. 

—Ha pasado mucho tiempo, ¿verdad? —confirmó Ryoko—. Me ha ido bastante bien. ¿Y tú, Takanashi?

—No tan mal, no tan mal… Excepto por haber trabajado casi hasta la muerte. No pude ir a ninguna de las reuniones… 

—Yo tampoco —dijo Ryoko. Su clase siempre había celebrado reuniones cada pocos años, pero Ryoko no había podido asistir a las dos o tres últimas debido a su horario de trabajo. 

—Oh, Hayakawa. Sujeta esto un segundo. —Le entregó el paraguas y Ryoko lo cogió por reflejo. Tras asegurarse de que no había coches en dirección contraria, bajó por el paso de peatones y recuperó el paraguas plegable de Ryoko—. Aquí tienes.

Mientras Ryoko cogía su propio paraguas, Takanashi le quitaba el suyo de las manos, mientras se aseguraba de que se mantuviera seca, por supuesto. La maniobra fue tan natural que Ryoko no pudo evitar murmurar en silencio suave como la mantequilla… en un profundo acento sureño, nada menos. 

—Lo siento, gracias —murmuró en voz alta—. Lo habría conseguido yo misma…

—No te preocupes. ¿Todavía funciona?

Ryoko revisó el paraguas y vio que el marco se había doblado, haciéndolo irrecuperable. No pudo evitar soltar un largo suspiro. 

—Esto era bastante caro. —El paraguas era de una marca de alta gama, que había comprado por impulso hace muchos años y que había utilizado desde entonces. Y lo que es peor, la marca había descatalogado el diseño. 

Takanashi le dio una palmadita en el hombro a modo de consuelo. 

—Pero es mejor que morir, ¿no? Pero hay que tener mucho cuidado. Me habría marcado de por vida si te viera caer. 

—Lo dice alguien a quien le gustaban demasiado los juegos de terror en el instituto. 

Los videojuegos eran algo que Ryoko y Takanashi tenían en común. Aunque Ryoko ya estaba metida de lleno en los juegos otome, también se adentraba en todo tipo de géneros: juegos de lucha, juegos de mazmorras, juegos de rol y simuladores de cría de mascotas. A pesar de que su paga mensual y su salario a tiempo parcial se destinaban a los videojuegos, había conseguido llevar una vida escolar muy satisfactoria. 

Takanashi no estaba tan metido en el ámbito otaku como Ryoko, pero habían pasado muchas horas de acaloradas conversaciones sobre videojuegos. A él le gustaban especialmente los juegos de acción, y había dedicado un número exorbitante de horas a disparar a zombis en particular. Dicho esto, Ryoko siempre había sido reacia a todo lo que tuviera temática de terror, por lo que siempre había rechazado cualquier invitación de Takanashi para jugar a juegos de ese género con él.

—Los videojuegos no son reales, Hayakawa. Esa es la cuestión, ¿no crees?

—Sí, sí. Lo entiendo. Lo siento. Tendré más cuidado. Gracias por salvarme de la muerte. De verdad. —Realmente lo corté por lo sano, pensó Ryoko, y juró no volver a cometer el mismo error. Después de todo, ella no quería morir.

—La lluvia se ha calmado.

El comentario de Takanashi hizo que Ryoko mirara al cielo. No había rastro del aguacero, y las estrellas incluso se asomaban entre las nubes. La tormenta había llegado y se había ido. Takanashi cerró su paraguas y Ryoko cerró el suyo. Se oyó un desagradable chasquido en el camino, como si el pequeño paraguas hubiera dejado escapar su último aliento. Esto hizo que Ryoko dejara escapar otro suspiro. 

Takanashi dijo: —Parecía que tenías prisa. ¿Tenías algún plan? ¿Has quedado con alguien, quizá?

—No, sólo iba a la tienda de juegos de la calle… —Ryoko comenzó a responder, preocupada por su paraguas, y entonces se dio cuenta de que ella, una mujer de unos treinta años, acababa de confesar que tenía planes para ir a comprar un videojuego. Se tapó la boca demasiado tarde. 

—Sigues siendo una jugadora, ¿eh? —Takanashi se rio. 

Ryoko frunció el ceño para ocultar su vergüenza. 

—¿Te molesta eso? 

Él negó con la cabeza. 

—No. Me alegra ver que no has cambiado.

Ryoko no sabía qué hacer con la respuesta, y miró hacia otro lado mientras mantenía el ceño fruncido. 

De alguna manera, Ryoko había acabado en la tienda de juegos con Takanashi a cuestas. 

—Aquí tienes tu copia… y tu cambio.

—Gracias —dijo Ryoko, tomando la bolsa y las monedas de la cajera de la que hacía tiempo se había hecho amiga. 

—Ryoko… Me preocupa que hayas traído a un tipo para recoger este tipo de juego. —La cajera miró a Takanashi, quien ojeaba con curiosidad la estantería repleta de juegos usados de una generación anterior.

Ryoko dejó escapar una risita ante su mirada insinuante. 

—Bueno, sólo es un amigo del instituto con el que me encontré.

Una sonrisa se extendió por la cara de la cajera. 

—¿Oh? A mí me parece que estás en camino del mejor final. —Y ahí estaba la jerga de los videojuegos. Ella y Ryoko compartían un vicio, después de todo.

—No. No está sucediendo —negó Ryoko, sacudiendo la mano y la cabeza. Sus ojos comenzaron a desviarse, lo que sólo hizo que la risita en la cara de la cajera fuera más traviesa.

Justo cuando Ryoko estaba a punto de volver a negar sus sugerencias, Takanashi la interrumpió: —Hayakawa, mira esta explosión del pasado. —Sostuvo un particular juego de acción con un sistema de progresión basado en la caza de monstruos, la recolección de materiales y la mejora de las armas del personaje, en lugar de la subida de nivel del propio personaje, poniendo más énfasis en el equipo y la habilidad del jugador. Fue un gran éxito cuando Ryoko y Takanashi estaban en el instituto. Ryoko también recordaba haberlo jugado.

—Acaba de salir uno para la actual generación.

La serie de videojuegos había mantenido su popularidad hasta el título recientemente lanzado. Ryoko no lo había comprado, pero sin duda era el juego más difícil de adquirir de la temporada, agotándose en una tienda tras otra.

—¿Dónde? Muéstrame.

—Me pregunto si tendrán una copia aquí… He oído que se ha agotado en todas partes.

Se dirigieron a la estantería de novedades.

Para cuando salieron de la tienda de juegos, la cartera de Ryoko se había aligerado más de lo esperado, y Takanashi se había ido con un videojuego, una consola e incluso una guía de estrategia.

—Estoy deseando jugar este —dijo—. Por fin se han calmado las cosas en el trabajo. Mi equipo sabe lo que hace ahora, lo que significa menos horas extras para mí… Pero demasiado tiempo libre para que un soltero se siente solo en su apartamento. 

Ryoko ladeó la cabeza. 

—Espera, ¿no tienes esposa? ¿O hijos? —Recordó que Takanashi había ido a la misma universidad que su novia del instituto. Estaba convencida de que acabarían casándose.

Una sombra cayó sobre la expresión de Takanashi. 

—Todavía estoy soltero, sí. Si te refieres a mi novia del instituto, rompí con ella hace como diez años. 

Continuó contando que habían sido novios hasta que se graduaron en la universidad. Ella quería casarse enseguida, pero Takanashi le había pedido que esperara hasta que él empezara su carrera y construyera una base para sus vidas. Al parecer, a ella no le gustó esa respuesta, pero no se lo hizo saber a Takanashi, quien se dedicaba a trabajar muchas horas, día tras día. La empresa para la que trabajaba en ese momento estaba pasando por algunos cambios, lo que significaba que hacía horas extras todos los días y apenas recibía días libres. Sin embargo, el trabajo en sí era el de sus sueños, por lo que nunca se cansó de el. 

Al perderse en su trabajo, acabó descuidando a su novia. Una noche, cuando eran veinteañeros, ella lo había engañado con un compañero de trabajo, y su relación había terminado. 

¡Eso sí que es un drama a nivel de telenovela! intervino Ryoko en silencio. Sin duda, Takanashi tenía parte de la culpa por haber descuidado a su novia. Ella había estado desesperada por casarse, pero se vio obligada a esperar; luego, para colmo, su novio la ignoró. Era fácil entender que se hubiera enamorado de un hombre que le susurraba unas palabras amables.

Takanashi era un hombre objetivamente guapo, así que Ryoko esperaba que la novia también se sintiera un poco insegura por ello, por no mencionar que las mujeres tienen un reloj biológico. Construir relaciones románticas era una cosa, pero tener hijos sólo se volvía más peligroso con la edad. Ryoko, como alguien que estaba a punto de cumplir treinta y cinco años dentro de un día, podía entender en cierto modo la soledad, el nerviosismo y las inseguridades que debía sentir la ex de Takanashi.

Por otro lado, también podía simpatizar con Takanashi. Querer una base sólida para sus vidas era otra forma de decir que no quería que su novia se quedara sin nada. Ese era un sentimiento genuino, y era prácticamente una propuesta en sí misma. 

Además, la novia había lanzado el ultimátum prohibido: —¡Soy yo o tu trabajo!

Ese ultimátum era típico en los dramas, pero Ryoko imaginaba que sólo los personajes de ficción podían elegir realmente entre los dos. Takanashi había trabajado duro porque se preocupaba por su novia y quería que tuviera una buena vida. Pero ¿habría sido realmente feliz si hubiera descuidado su carrera, poniéndolos en dificultades financieras más adelante? Ryoko imaginaba que no lo habría sido.

No se hablaban lo suficiente, pensó, como la mayoría de las personas con más experiencia en la vida que la joven pareja podría haber comprendido. Takanashi y su novia habían sido jóvenes y se habían metido en sus propias vidas, descuidando la comunicación entre ellos. No se podía culpar a ninguno de los dos por completo, pero Ryoko siempre admiró en secreto a la pareja, por lo que no pudo evitar sentirse decepcionada de que su novia hubiera cruzado esa línea de infidelidad. 

—Debe haber sido duro —dijo Ryoko. Dudaba que él quisiera escuchar algún sermón o crítica de un compañero de instituto al que no había visto en más de una década, y tampoco tenía ganas de soltar algo como que su novia tenía toda la culpa. 

—¿Y tú, Hayakawa? Oh, supongo que no deberías salir conmigo a solas si tienes un marido esperándote.

—Como si alguna vez pudiera encontrar uno —declaró ella con orgullo, lo que provocó una risita de Takanashi. Ella se alegró secretamente de que la sombra en su expresión hubiera desaparecido.

—¿Es realmente algo de lo que estar orgulloso…? Si eso es cierto, deberías venir a jugar a esto conmigo alguna vez. Ah, ¿y quieres ir a comer algo?

—¿Qué? ¿Me estás invitando a salir? —Ryoko se burló, pensando que sólo estaba siendo educado. Terminó mirando a Takanashi, quien era un poco más alto que ella.

Su expectativa, sin embargo, fue traicionada por una sonrisa tímida. 

—¿Eso es un sí? —Ryoko sintió que el corazón le daba un vuelco ante la sonrisa de Takanashi, quien había adquirido un aire romántico de repente. 

Apartó la mirada, sin saber qué más hacer en una conversación de coqueteo en la vida real. 

—Me lo pensaré… —murmuró.

—En ese caso —Takanashi sacó rápidamente una tarjeta de visita y un bolígrafo del bolsillo de su abrigo y anotó algo en el reverso de la tarjeta—. Aquí está mi número. A mí también me vendría bien tu ayuda con este juego… —Le entregó la tarjeta a Ryoko—. Espero que me llames. —Con eso, se alejó.

Después de verle marchar, Ryoko miró la tarjeta de visita y se sorprendió al ver que en ella figuraba el nombre de una empresa muy grande, uno de los principales clientes de su propio trabajo. Era el jefe de un departamento. Tenían la misma edad, pero Ryoko podía ver lo mucho que había trabajado por la diferencia de su carrera. Aunque Ryoko también trabajaba en la sede de una gran empresa, tenía menos responsabilidades y menos presión, ya que no dirigía un departamento.

Dio la vuelta a la tarjeta de visita para encontrar su número. Ryoko se quedó parada en su sitio durante unos minutos, mirando fijamente la tarjeta, un recuerdo de la primera vez que un hombre la invitó a salir. 

Después de volver a su apartamento, limpiarse el maquillaje y ponerse ropa de descanso, Ryoko dejó la cena en la mesa y se sentó en su querido sofá.

—Estoy agotada… —murmuró mientras encendía la televisión y abría una lata de cerveza, vertiendo el contenido en un vaso. La cerveza dorada se convirtió en una espuma perfecta, que ella bebió con vigor varonil antes de soltar un gruñido de satisfacción y limpiarse los labios—. Esto es lo mejor. No hay nada mejor que una cerveza fría después de un día de trabajo. —Ryoko asintió satisfecha mientras cambiaba de canal. 

Dejando la bebida a medias, cogió los palillos para empezar a cenar, que era más bien un acompañamiento de su vaso de cerveza. El plato de esta noche consistía en repollo cocido en el microondas con mayonesa, salsa de soja y copos de bonito, así como una chuleta de cerdo un poco más picante que había conseguido en casa de sus padres y una brocheta de pollo que había cogido en una tienda de camino a casa. Como Ryoko vivía sola, nadie podía quejarse de que su mesa careciera de cualquier sensación de feminidad o familiaridad. 

Pensé que me había quedado sin col, pero qué suerte. Pensó que una dieta totalmente carnívora no habría sido demasiado buena para su salud, pero no había tenido la oportunidad de comprar alimentos en medio de su apretada agenda. Esperaba llegar a casa y encontrar un cajón de verduras vacío en la nevera, pero se encontró con media cabeza de col. La col en juliana calentada en el microondas se había convertido en un alimento básico en el apartamento de Ryoko.

Después de recoger su cena y terminar su cerveza, Ryoko dejó escapar un suspiro. Ver la televisión y cenar sola era una rutina normal para ella, pero esta noche parecía tener dificultades para encontrar su apetito. También sabía exactamente por qué.

Mientras bebía cerveza, comía y veía la televisión, no podía evitar pensar en Takanashi. Siempre que llegaba a casa con un nuevo juego, solía interrumpir la cena para arrancarlo, pero esta noche ni siquiera tenía ganas de hacerlo. Miró hacia su tocador, con su bolso y su tarjeta de visita encima. Takanashi es aún más guapo ahora. Apuesto a que las chicas se le echan encima. Se había convertido en un hombre que lucía fantástico con un traje de negocios. 

No está realmente interesado en mí, ¿verdad? Ryoko era una maestra del amor cuando se trataba de videojuegos, pero sólo una solterona otaku en la vida real. Ahora, un apuesto compañero de clase había llegado a ella después de más de quince años. Es más, este hombre soltero y disponible le había salvado literalmente la vida. Tal y como había dicho su amiga cajera, si esto fuera un videojuego, obviamente sería un personaje conquistable.

—No. No va a suceder. Ni de coña. —Ryoko sacudió la cabeza como si quisiera desterrar ese pensamiento. La vida real no era tan cómoda como un videojuego, ni un sueño. Tampoco era ya una adolescente con ojos de estrella. 

En ese momento, escuchó una canción procedente del televisor. Se giró hacia la pantalla y encontró a una artista femenina cantando una balada. 

—Se ha vuelto muy popular ahora —reflexionó Ryoko. Normalmente, sólo le interesaban las canciones de anime y las bandas sonoras de los videojuegos, pero se había topado con esta cantante en particular y había comprado todos los álbumes que había sacado.

Cuando Ryoko escuchó por primera vez a esta artista, acababa de conseguir su primer contrato discográfico y no era muy conocida. Ahora cantaba en la televisión. Últimamente no había escuchado sus canciones. Cuando terminó la actuación, Ryoko apagó el televisor y se levantó de su asiento. Luego, encendió el equipo de música y puso el volumen bajo. Aunque las paredes de su piso estaban relativamente insonorizadas, era lo suficientemente tarde como para respetar a sus vecinos. 

Una canción nostálgica comenzó a sonar. Ha pasado el tiempo, pero esto nunca pasa de moda, pensó Ryoko. La canción tenía un ritmo más lento que se adapta a su sentida letra, y esta canción en particular siempre había ayudado a Ryoko a calmarse cuando estaba molesta. Cantó en voz baja, y justo cuando su parte favorita -el estribillo- estaba a punto de empezar, sintió un dolor punzante en la cabeza. 

Ryoko se apretó la frente y la imagen de una niña pequeña apareció en su mente. Su larga melena cobriza fluía al viento. ¿Qué? No reconoció a la niña, pero Ryoko sintió una sensación de falta de aire, como si alguien hubiera agarrado sus pulmones. ¿Qué está pasando? ¿Quién es esa chica…? 

Antes de que se le ocurriera una explicación, una oleada de dolor recorrió su cabeza, borrando la visión de la chica de la mente de Ryoko. Hoy me mojé con la lluvia… Quizá me haya resfriado. Supongo que lo dejaré por esta noche. Con un suspiro, Ryoko apagó el equipo de música. 

Entonces vio un reloj de bolsillo justo al lado. Un reloj de bolsillo de plata de aspecto antiguo. 

—¿Cuándo lo conseguí? —Se preguntó en voz alta. Alcanzó el reloj cuando su dolor de cabeza se volvió repentinamente fuerte, haciéndola soltar un gemido—. Será mejor que me acueste —murmuró mientras se apartaba del reloj sin tocarlo. 

Trasladando la vajilla que había dejado sobre la mesa al fregadero, Ryoko cogió medicina del botiquín y se cepilló los dientes antes de meterse en la cama. A continuación, cerró los ojos, temiendo ya levantarse temprano por la mañana para darse una ducha y lavar los platos.

Pronto perdió el conocimiento y se olvidó de la chica y del reloj de bolsillo de plata.

Ese fin de semana, Ryoko visitó la casa de sus padres. Su familia le organizó una fiesta de treinta y cinco años. Con una elegante pinta de helado en una mano, se dirigió a la casa de sus padres desde su apartamento. Cuando entró por la puerta principal, el perro guardián negro la saludó moviendo la cola.

—¿Quién es un buen chico, Kuro? —preguntó Ryoko. 

El gran perro negro, cuyo hocico llegaba a la cintura de Ryoko incluso cuando estaba sentado, contestó con un rugido. 

Justo entonces, un joven de pelo negro apareció en la mente de Ryoko. Espera… Le pareció que podría haberle reconocido. Sin embargo, el dolor de cabeza le impedía recordar exactamente de dónde lo conocía.

Supongo que no he superado ese resfriado. Ryoko se pellizcó el puente de la nariz. Últimamente tenía unos dolores de cabeza terribles, y los medicamentos que tomaba apenas le ayudaban. Incluso en el trabajo, el dolor de cabeza le había hecho fruncir el ceño constantemente, lo que llevó a su jefe a preguntarle si estaba molesta por algo.

Mientras se masajeaba el entrecejo para intentar mitigar el dolor en cierta medida, Kuro se frotó contra su pierna, preocupado. Ella le acarició la cabeza, y el perro movió la cola con tanta fuerza que parecía correr el riesgo de salir volando.

—Vamos a dar un paseo más tarde.

Kuro respondió a la promesa de Ryoko con un alegre ladrido. 

Ryoko entró en la casa y llamó a sus padres mientras iba a guardar el helado en el congelador. Mientras se esforzaba por hacer sitio a la pinta, su madre se acercó sigilosamente por detrás y dijo: —Parece que te pasa algo… ¿Por fin te has buscado un hombre?

—¡¿Eh?! —Ryoko soltó la sorpresa y dejó caer el helado. Por casualidad, cayó en el espacio que ella había dispuesto para ello, aunque con un fuerte ruido. 

Se dio la vuelta para encontrar una sonrisa en la cara de su madre, y su padre les devolvió la mirada desde el sofá donde había estado leyendo el periódico. 

—Eso salió de la nada —comentó Ryoko.

—Hay algo diferente en ti… Como si tuvieras un aura, ¿sabes? No subestimes la intuición de una madre —añadió, provocando que Ryoko balbuceara una respuesta. Su madre siempre tuvo un agudo sentido de la intuición, especialmente cuando se trataba de la familia. Ryoko no podía pensar en ningún secreto que hubiera logrado ocultar a su madre—. ¿Desde cuándo ocurre esto? —continuó—. ¿Qué edad tiene? ¿Dónde trabaja? ¿Vas a casarte con él?

—¿Por qué siempre tienes que saltar directamente a eso? 

—Sabía que te habías buscado un hombre —volvió a sonreír su madre. 

Ryoko finalmente se dio cuenta de que había caído en su trampa. Incluso después de treinta y cinco años, nunca sintió que tuviera una oportunidad contra su madre. 

—No es de tu incumbencia si lo hice —dijo para tratar de recuperar algo de dignidad, aunque salió sonando como una adolescente petulante. Miró hacia otro lado. La expresión de su madre cambió a una de preocupación. 

—Los dos estamos preocupados por ti —dijo—. Esperamos año tras año y nunca encuentras un novio, y mucho menos un marido. Sé que buscar un novio sólo para casarse parece retrógrado, pero ¿qué vas a hacer cuando nos vayamos?

—Estoy bien sola. Y tengo dos hermanas maravillosas y una sobrina preciosa… —Sin embargo, Ryoko no podía ser demasiado combativa ante la genuina preocupación de su madre.

Su madre continuó. 

—Puede ser muy duro cuando te encuentras sola. Te ayudará mucho tener a alguien en quien apoyarte.

Ryoko reflexionó. Sola. Se imaginaba viviendo sola, sin nadie en quien apoyarse. Envejeciendo, año tras año, sola. Le vino a la mente la imagen de un hombre de pelo plateado sentado en un sofá frente a una chimenea, pero también fue borrada por su dolor de cabeza.

—Ooh… estás pensando en un hombre, ¿verdad? —señaló su madre. 

Ryoko negó con la cabeza. No quería pensar en nada con el dolor de cabeza que tenía. 

—¡No estaba…! Todavía hay tiempo hasta que lleguen todos, así que me llevaré a Kuro un rato. —Pasó junto a su madre -quien no estaba satisfecha con la respuesta-, esquivó la mirada implicada de su padre y se dirigió a la puerta principal.

Al abrir la puerta, Ryoko encontró a Kuro preparado como un fiel soldado. Se rio al verlo, sacó la correa y la encajó en el collar de éste antes de salir por la puerta. Kuro era un perro de exterior que pasaba la mayor parte del tiempo en el patio, pero nunca pasaba de la puerta, aunque estuviera abierta, a menos que lo llevaran de paseo. Era un perro guardián tan inteligente, que incluso cuando un extraño entraba en el patio, ladraba pero nunca mordía. Además, nunca tiraba de la correa cuando se le paseaba y se adaptaba al paso de sus dueños. Sólo caminaba unos pasos por delante de Ryoko, girándose de vez en cuando como para asegurarse de que ella seguía ahí.

—¿Por qué no se calla mamá sobre el matrimonio, Kuro? —preguntó Ryoko. Kuro respondió con una mueca de simpatía, aunque Ryoko no creía que la entendiera realmente—. Gracias por dejarme siempre desahogarme.

Justo cuando Kuro respondía con otro golpe, Ryoko vio a una niña de unos seis o siete años que se dirigía hacia ellos. Ryoko guió a Kuro hasta el borde de la acera y le ordenó: —Kuro, siéntate… Túmbate. —Él obedeció inmediatamente. Aunque Ryoko no esperaba que Kuro atacara o incluso ladrara a un niño, era lo suficientemente grande como para intimidar a un hombre adulto. No quería arriesgarse a que la niña se asustara y saltara a la carretera.

Cuando la niña pasó junto a ellos con una pequeña mirada a Kuro, Ryoko podría haber jurado que la niña tenía el pelo rizado de color siena. Se giró para ver la parte trasera de la cabeza de la niña, pero tenía una trenza negra muy ordinaria colgando por la espalda. 

¿Qué he visto…? Ryoko inclinó la cabeza, y Kuro la fulminó. Con una disculpa, Ryoko reanudó el paseo de Kuro. 

Siguió la ruta habitual de paseo de los perros y llegó al parque casi al final. El crepúsculo había iluminado todo el cielo en un naranja dorado. 

—Hermoso… —murmuró. 

El sol se ponía cada vez más temprano a medida que se acercaba el invierno, por lo que Ryoko solía ser recibida por unas cuantas estrellas en el cielo nocturno cuando salía del trabajo. Hacía tiempo que no veía una puesta de sol así. 

El nostálgico color naranja le provocó un nudo en la garganta, como si se le rompiera el corazón. ¿Por qué…? El color del cielo mostraba una visión de un paisaje tenue que ella no conocía y de alguien que no reconocía. Ryoko trató de imaginar lo que estaba viendo con más claridad cuando el dolor de cabeza volvió a atacarla, como si la intimidara para que no pensara demasiado. ¿Qué es esto…? Esto había sucedido cada vez que intentaba recordar algo.

Ryoko se preguntaba, a través del creciente dolor de cabeza, si estaba olvidando algo importante. No podía deshacerse de la sensación, pero tampoco podía averiguar qué había olvidado. Cuanto más intentaba recordar, peor era su dolor de cabeza. Aun así, Ryoko no se rindió. Algo en su interior no le permitía hacerlo. 

Entonces, escuchó un maullido. Ryoko se giró hacia el banco del parque y encontró un gato sentado en él, bañado por el naranja dorado del atardecer. Sabía que el gato tenía en realidad un pelaje blanco puro, y que nunca se hacía amigo de nadie ni se acercaba a él. Era raro ver al gato maullar. 

—Cuánto tiempo sin verte, Shiro —llamó Ryoko, a lo que el gato respondió con un movimiento molesto de su cola. 

Shiro miró a Ryoko con sus ojos dorados antes de levantarse y salir del banco, como si dijera que el gato estaba demasiado ocupado para pasar mucho tiempo con ella. 

—Me das un maullido y luego vuelves a la normalidad. Qué burlón eres —se rio. 

Primero está caliente, luego está frío… Supongo que eso es mejor que el Señor Frío-Hielo-24-7. 

Ryoko se quedó helada. ¿En quién estoy pensando? No pudo responder a ese pensamiento mientras un dolor sordo se apoderaba de su cabeza. Hasta que Kuro se frotó contra su pierna, se quedó inmóvil. 

Regresó a su apartamento después de su trigésimo quinto cumpleaños y empezó a organizar los regalos que había recibido de sus hermanas. Uno de los regalos era una caja de DVD de edición limitada de un anime, que llevaba años deseando. Se había olvidado de pedirlo por adelantado y no había podido encontrarlo en las subastas online, pero sus hermanas habían dado con una copia por casualidad. Iba a poner el primer disco cuando la tarjeta de visita de Takanashi, que aún estaba sobre el tocador, le llamó la atención. Todavía no le había enviado un mensaje.

Las palabras de su madre resonaron en su mente: —Puede ser muy duro cuando te encuentras sola. —Después de pensarlo, Ryoko cogió su móvil y abrió su lista de contactos. 

Tras media hora de teclear y releer y releer el texto -que incluía otro agradecimiento por su ayuda, una disculpa por tardar tanto en contactar con él y una pregunta sobre su nuevo videojuego-, pulsó enviar.

El teléfono de Ryoko sonó cinco minutos después, indicando un nuevo texto. Lo leyó con entusiasmo y su corazón se aceleró. Takanashi le había dado las gracias por enviarle un mensaje, le había contestado que sí, que estaba disfrutando de su nuevo juego, y…

—¿Quieres salir a cenar este viernes? —¿Está… pidiéndome una cita? Ella tampoco había recibido nunca un mensaje de alguien invitándole a salir. Su corazón latió más rápido. 

Ryoko tardó otra media hora en responder. 

El viernes siguiente, Ryoko estaba inusualmente agotada. No dejaba de mirar el reloj de la pantalla del ordenador. El día solía pasar bastante rápido cuando estaba en el trabajo, pero hoy no.

Una de sus compañeras de trabajo más jóvenes comentó, media hora antes del final de la jornada laboral: —Hoy ha cambiado el maquillaje, señorita Hayakawa. 

—¿Te has dado cuenta? —Ryoko se cubrió las mejillas por reflejo. 

Efectivamente, había utilizado un colorete, una sombra de ojos y un pintalabios diferentes. Dicho esto, su maquillaje seguía siendo apropiado para la oficina y sólo se diferenciaba lo suficiente de su rutina habitual como para que uno tuviera que prestar mucha atención para darse cuenta. 

La pequeña Yamada es una mariposa social, después de todo… Su compañera de trabajo era un tipo tierno, una joven a la moda con un gran sentido del estilo. Era bastante popular entre los trabajadores masculinos de la oficina, pero ya tenía novio. Yamada también tenía un lado bobo, que a Ryoko le parecía su cualidad más encantadora. 

—¡Claro que sí! Hoy has ido con una paleta muy mona… ¡Oh, lo sé! Tienes una cita esta noche. 

—¡N-No, yo…! ¡¿No puedes al menos preguntar, Yamada?! —Ryoko entró en pánico al ver el brillo en los ojos de su compañera de trabajo. Algunos otros compañeros de trabajo levantaron la vista ante su reacción, pero Ryoko estaba demasiado preocupada para darse cuenta.

—¡Y hoy llevas ropa de colores! Tú nunca haces eso. 

De hecho, Ryoko se había puesto un atuendo desprovisto de sus familiares tonos neutros después de pasar una hora investigando el tema en Internet. Sin embargo, no iba a decir eso en voz alta. Ryoko sacudió violentamente la cabeza en señal de negación. 

—Te lo digo, Yamada. Yo no. ¡Y baja la voz! —añadió en voz baja.

Yamada la ignoró y cogió la pila de papeles que Ryoko había dejado a un lado. 

—Déjeme el resto a mí, señorita Hayakawa. Debería prepararse para irse.

—Sé que los viernes son noches de cita para ti y tu novio, Yamada. Y esa tarea… 

—¡Mi novio va a salir con sus compañeros de trabajo hoy, así que no te preocupes! ¿Tienes algo más?

Ryoko fue interrumpida antes de que pudiera decir —…no está previsto hasta dentro de una semana. —Al final del día, después de que Yamada siguiera como si fuera ella la que iba a tener una cita, Ryoko le dio las gracias y abandonó su asiento en cuanto pudo fichar. 

Una vez que Ryoko salió de la oficina, el resto de los trabajadores se reunieron en torno al escritorio de Yamada, aclamándola con todo tipo de preguntas. 

—¡¿Ryo tiene novio?! 

—¡No puede casarse! No podemos permitirnos perderla. 

—¡Hay un montón de gente en su antigua sucursal que ha puesto sus ojos en ella!

—Alguien me pidió que se la presentara… 

Finalmente, el jefe de departamento se unió a una reunión de emergencia, pero Ryoko no se enteró. 

Ryoko se puso su traje en el vestuario y miró su reflejo en el espejo de cuerpo entero de la pared. Llevaba una blusa blanca con volantes y una falda hasta la rodilla con un gran estampado floral. Ryoko pensó que era un conjunto de buen gusto, no demasiado llamativo, pero tampoco desaliñado y de aspecto de abuela. 

Claro, es un poco más brillante que lo habitual… En retrospectiva, se preguntó si estaba dejando escapar más de lo que creía, al ver que Yamada la había descubierto. Esta sería la primera cita real de su vida.

Entonces, vio una balanza que alguien había traído entre otros objetos personales que varios empleados guardaban en el vestuario. Hacía tiempo que no lo comprobaba… En otras palabras, no quería enfrentarse a la realidad de su físico en declive. Dicho esto, Ryoko quería mejorarse a sí misma si iba a entablar una relación en el futuro. 

Se subió con cuidado a la báscula. Cuando su peso apareció en la pantalla, algo se rompió dentro de ella. 

—Sip, uh huh. Sí. Por supuesto… —Se quedó mirando el espantoso número con la cabeza apoyada en la pared. 

Ryoko y Takanashi se encontraban en un elegante bar dentro de un lujoso hotel. Las ventanas iban del suelo al techo, lo que permitía una clara vista del horizonte más allá del interior suavemente iluminado. Los sofás y las mesas estaban colocados de forma que los clientes pudieran contemplar la ciudad, lo que hacía de éste un lugar popular para las parejas. 

Después de haber comido en un restaurante que Takanashi sugirió, hubo una pequeña disputa entre ellos cuando Ryoko sugirió dividir la cuenta, pero Takanashi insistió en pagar. Aunque ella había dejado que Takanashi pagará por su orgullo cuando llegó la cuenta, a Ryoko nunca le había gustado que paguen su comida. Una vez que salieron del restaurante, ella intentó darle dinero en efectivo, pero él se negó obstinadamente. Después de ir de un lado a otro, Takanashi finalmente cedió cuando Ryoko amenazó: —Si no dividimos la cuenta, no volveré a ir a ningún sitio contigo. 

Entonces, Takanashi se había ofrecido a invitarla a una copa por su cumpleaños, y ella había accedido. Cuando la llevó a un bar evidentemente caro en lugar de a un izakaya local, Ryoko supo que había sido engañada. No podía negarse a entrar en el bar cuando ya había insistido en dividir la cuenta de la cena, aunque no dejaba de preguntarse cuántas cervezas podría conseguir en su bar local por el precio de un cóctel aquí. 

—Entonces, uno de mis compañeros de trabajo dijo… —Takanashi le contó con entusiasmo historias sobre su trabajo, a lo que Ryoko asintió mientras daba un sorbo a su bebida—. Lo siento, ¿te estoy aburriendo? —preguntó Takanashi, al notar la falta de reacción de Ryoko—. Llevo un rato hablando de mi trabajo…

—No es aburrido en absoluto. Hay muchas cosas que aprender de ello y se nota que disfrutas tu trabajo. —A Ryoko también le gustaba su trabajo. Le gustaba su oficina y la gente que trabajaba ahí. En cierto modo, sentía una sensación de camaradería con Takanashi. Ella vivía para sus aficiones, mientras que Takanashi vivía para su trabajo, y ambos se acercaban a los cuarenta años, todavía solteros y sin pareja. 

—El trabajo me engañó. Después de eso, era lo único que tenía… —Takanashi soltó una carcajada de autodesprecio. 

—Sin embargo, apuesto a que eres popular entre las mujeres. ¿No hay alguien a quien le hayas echado el ojo? —Tiene que ser popular, pensó ella. Guapo, bueno en su trabajo, divertido y amable, y parecía haber envejecido muy bien. Todos los hombres que rodeaban a Ryoko que eran remotamente un buen partido ya estaban ocupados, así que los solteros solían tener algunos problemas. 

Takanashi volvió a reírse. 

—No lo soy, y no lo hay. Todo el mundo piensa que soy todo trabajo y nada de juego. 

—Qué locura. No te dejaría escapar —se burló Ryoko.

La expresión de Takanashi se volvió seria. 

—¿Lo dices en serio, Hayakawa? —Su reacción había sacado a Ryoko de su zumbido—. En realidad, me sentí aliviado cuando te encontré en ese paso de peatones. 

—¿Aliviado? 

—De que no hayas cambiado desde el instituto, quiero decir. 

—Bueno. Me he hecho mayor. 

—No tienes que decir eso de ti, sabes… Y no me refiero a eso —dijo con una risa—. A cómo eres, supongo. Siempre has tenido un aura única en ti. Es difícil de explicar. 

Ryoko le miró mal. 

—¿Intentas decir que soy rara? ¿O que soy tan inmadura como en el instituto?

—¡No, te estoy diciendo…! Estás haciendo esto a propósito, ¿no? —Takanashi dejó su vaso en la mesa y miró a Ryoko directamente a los ojos—. Hayakawa. Si te parece bien… Me gustaría volver a verte. Mucho más a menudo. —Se acercó a ella. A pesar de que el sofá era lo suficientemente grande para dos, Takanashi comenzó a cruzar a su mitad—. Y… ¿no me llamarás Yuto? Me gustaría llamarte Ryoko, si puedo. —Su rostro se acercó aún más al de Ryoko. 

Al instante siguiente, Ryoko lo detuvo con un golpe en la frente. 

—Ahora mismo estaría dando saltos de alegría… si algo de esto fuera real —sonrió Ryoko, manteniendo la mano en su frente. Luego se levantó, empujando a Takanashi por los hombros.

—¿Qué…? —Parecía congelado por el repentino rechazo. Dejándolo atrás, Ryoko se acercó a las ventanas del suelo al techo. Un magnífico horizonte se extendía más allá. 

—Dije que, si esto fuera real, Takanashi. —Se volvió hacia él, apoyándose en la ventana. 

Takanashi seguía inmovilizado. 

—Ryoko, no entiendo lo que estás…

Ryoko se rio, sacó el reloj de bolsillo de plata y lo miró fijamente. 

—Es una ilusión muy bien hecha. Casi caigo en ella —murmuró, apretando con fuerza el reloj. Como si le diera valor de nuevo como lo había hecho una vez, el reloj de bolsillo no se apartó de su lado—. Ryoko Hayakawa murió a los treinta y cuatro años. Soy Herscherik Greysis, el séptimo príncipe del Reino Greysis. 

Justo cuando declaró esto, el tiempo se detuvo, y el mundo de las ilusiones se resquebrajó y se rompió en pedazos, incluido el Takanashi, ahora completamente sin emociones… o algo más que había tomado su forma. 

Ryoko había sentido una sensación de desplazamiento aquí y allá, pero en general, este mundo era demasiado conveniente para Ryoko. Conoció a un hombre que era justo su tipo, al que conocía desde hacía años, pero que también estaba soltero y disponible. La lluvia había cesado cuando su paraguas se rompió. Se hizo con una copia de un videojuego agotado sin apenas esfuerzo, había coles en la nevera cuando debería estar vacía, su regalo de cumpleaños era un artículo especial al que había renunciado por completo, e incluso Yamada, quien siempre había salido puntual los viernes… Todo se resolvió demasiado a su favor. Además, estaba el dolor de cabeza que empeoraba cada vez que intentaba recordar algo. 

—Aunque no estaba completamente segura hasta que vi eso… —¿Debería alegrarse de haberse dado cuenta al subir a la báscula? El número de la báscula había mostrado el peso ideal para la altura de Ryoko, como si fuera una supermodelo, mucho menos que el peso que ella recordaba. En el momento en que se enfrentó a esa imposibilidad, reconoció la diferencia irreconciliable entre su percepción y la realidad; eso había roto algo dentro de ella, haciéndola recordar que ahora era Herscherik. 

Ryoko le dedicó una sonrisa al desvanecido Takanashi. 

—Gracias por mostrarme un hermoso sueño… Adiós. —Justo al decir esto, todo excepto Ryoko y una pequeña porción del suelo bajo sus pies se desintegró en la oscuridad.

Al quedarse sola, Ryoko se sujetó la cabeza con la mano y dejó escapar un suspiro. 

—¿Y ahora qué…? Según el señor Shiro, esto debería bastar. —Ryoko recordó la lección de Shiro sobre cómo combatir los hechizos de Manipulación Mental.

Shiro había explicado primero que la magia de uno, la armadura de su mente, reducía el riesgo de sucumbir a un hechizo de Manipulación. Por lo tanto, la falta de Magia Interior de Herscherik lo dejaba prácticamente indefenso ante un ataque de este tipo.

Entonces, había dicho: —Si, por casualidad, alguien intenta lavarte el cerebro o atraparte en una ilusión… Aférrate a tu sentido del yo, y no te pierdas en él. Los hechizos de este tipo son ineficaces para empezar, por lo que la Magia del lanzador se agotará más pronto que tarde. Una vez que eso ocurra, encuentra el núcleo del hechizo. Enfréntate a él con determinación y el hechizo empezará a deshacerse, y pronto se romperá. 

A petición de Shiro, Ryoko había intentado salir de la ilusión tan pronto como supo que estaba atrapada en un hechizo. Cuando eso no funcionó, trató de pellizcarse la mejilla con toda la fuerza que pudo, sin éxito. De hecho, el dolor en su mejilla era tan intenso como lo hubiera sido en la realidad, muy a su pesar.

Después de eso, se centró en encontrar el núcleo del hechizo, que resultó ser Takanashi, como ella había esperado. Probablemente esto es algo que quería, en el fondo. Había una parte de ella que se preguntaba: si nunca hubiera muerto aquella noche, podría haber conocido a alguien, tener una relación, casarse, formar una familia… podría haber tenido una vida normal. Aunque el miedo a estar separada de Kuro y Oran debió contribuir, el hechizo había tocado un punto débil en su corazón, un profundo deseo que ni siquiera ella sabía que tenía. 

Un mundo creado a partir de su propia memoria era un lugar maravillosamente cómodo. Pero al final, no era más que una ilusión. Hay cosas que tengo que hacer. Ryoko respiró profundamente, acariciando el reloj de bolsillo con el pulgar. 

—Pero ¿qué puedo hacer ahora?

Ryoko se observó a sí misma. A pesar de haber encontrado y destruido el núcleo del hechizo, ella misma no había cambiado en absoluto. De hecho, el suelo de abajo se estaba acercando poco a poco a ella. Eso parecía malo. ¿No se romperá el hechizo? ¿Está programado para matar al objetivo cuando el hechizo falle? ¿O atrapar su mente para siempre? Eso parecía muy plausible. Casi demasiado plausible, si Hoenir era quien estaba detrás de él. 

Justo cuando el sudor frío le resbalaba por la cara, el suelo se inclinó. Al instante siguiente, el suelo bajo ella se hizo añicos. Tras un momento de ingravidez, Ryoko comenzó a descender en la oscuridad junto con los fragmentos destrozados de la ilusión.

Justo cuando Ryoko se preparaba para lo peor, el reloj de bolsillo comenzó a brillar en su mano. Cerró los ojos contra el brillo, y entonces sintió que alguien la rodeaba con sus brazos, aliviándola de la ingravidez. 

Cuando abrió los ojos, Ryoko fue recibida por un rostro que no había visto en mucho tiempo. 

—Siento llegar tarde, mi señor. 

—Conde… ¿Luzeria? 

—Sí —sonrió. Tenía una expresión atrevida en su rostro, con el pelo pulcramente recortado de color mostaza y un par de ojos añiles en los que Herscherik nunca se había fijado realmente—. Has roto un poderoso hechizo de Manipulación. Increíble. —Luzeria agitó la mano y un suelo se materializó bajo ellos. Bajó a Ryoko a sus pies y la examinó de pies a cabeza.

Ryoko, a través de su confusión, sabía que tenía preguntas que hacer, pero no sabía por dónde empezar. Tras lo que pareció un error de sobrecarga mental, soltó la pregunta más trivial de todas. 

—Parece usted más joven, Conde. ¿Siempre fue tan joven? ¿Era usted más joven que yo? 

Luzeria se rio ante esto. 

—No estaba precisamente en buena forma cuando me conociste. Ahora sólo tengo mi alma, así que debo aparentar más mi verdadera edad. Tampoco esperaba que mi joven señor fuera una mujer hermosa. —Mostró una sonrisa relajada, que debía ser su aspecto habitual. 

Ahora que su confusión se había calmado, dio un suspiro con un dramático ascenso y descenso de sus hombros. 

—Nunca pensé que escucharía una palabra de adulación de usted, Conde. Debe estar decepcionado de que el adorable príncipe no sea más que una vieja por dentro.

—En absoluto —replicó el Conde Luzeria, desafiando el autodesprecio de Ryoko—. No importa la apariencia, sólo tú eres mi señor —dijo con toda sinceridad. 

—Gracias… —Ryoko respondió, algo avergonzada. Al mismo tiempo, algo hizo clic—. Has estado enviándome señales todo el tiempo. —Los fragmentos de los recuerdos de Herscherik, que habían estado molestando a Ryoko en el mundo de sus deseos, tenían que ser obra del Conde Luzeria. 

—Yo sólo asistí en la creación de un catalizador para desentrañar el hechizo. El resto fue todo obra suya, Alteza. 

Ryoko se rio al ser llamada “Su Alteza” en su cuerpo de mujer de treinta y cinco años. 

—Sin su ayuda, no sé dónde estaría… Mi muerte fue inesperada, así que todavía tengo familia ahí. Cosas que me gustaría haber hecho… —Ryoko puso una mano sobre su pecho. Había tomado la decisión de vivir su vida como Herscherik, pero al mismo tiempo, una parte de ella seguía añorando su vida anterior. Ella esperaba que eso continuara mientras fuera Herscherik. Aunque ese sentimiento sólo le pesara, era una parte preciosa de Ryoko que nunca podría dejar escapar. 

—¿Puedo hacerle una pregunta, mi señor? —preguntó el conde. Ryoko vio su expresión seria y enderezó su espalda antes de asentir—. ¿Por qué Su Alteza trabaja tanto para el reino?

—¿Cómo qué por qué?

—Nuestro mundo, comparado con el hogar de mi señor… —No pudo decir más. A través de los recuerdos de Ryoko, Luzeria había vislumbrado un mundo increíblemente más próspero que el suyo, sobre todo en Japón. Ahí todos eran considerados iguales, incluso a pesar de las considerables diferencias de riqueza entre los individuos. No había guerras sangrientas, los asesinatos eran poco frecuentes y todo tipo de personas tenían acceso a abundante luz y alimentos. Luzeria se imaginaba que su mundo debía parecer terriblemente indigente para alguien como Ryoko, quien había vivido una vida cómoda en un mundo como aquel. 

—Hmm… —Ryoko gimió—. La verdad es que nunca me lo había planteado así. Quiero decir, nací en ese reino y crecí ahí. ¿No es natural querer ayudar a tu patria y a tu familia? —Después de meditarlo mucho, ésta fue la única respuesta que se le ocurrió a Ryoko.

Oh, por eso… Después de que Ryoko dijera esto como si fuera lo más normal del mundo, Luzeria casi lloró de alegría. Se preguntó cuánta gente pensaba realmente así y actuaba en consecuencia. 

El Conde se arrodilló en el lugar y tomó la mano de Ryoko. Habló, como un caballero que hace un juramento a una princesa: —No puedo imaginar un amo mejor que usted, mi señor. Conocerte me ha traído más felicidad que cualquier otra cosa en mi vida. 

—Al menos ponme después de tu esposa y tu hijo —replicó Ryoko. Entonces, ella misma se arrodilló, se encontró con los ojos del conde y tomó su mano entre las suyas. Había algo que siempre quiso decirle—. Yo también me alegro de haberle conocido, conde Luzeria. Pude esforzarme porque usted sacrificó su vida… No puedo agradecerte lo suficiente. —Luego, una expresión de amargura cruzó su rostro—. Y hay algo que necesito decirte.

—¿Mi señor?

—El conde Grim, uno de los hombres que diseñó tu muerte…

—Oh, sí. Él… 

—Aunque fue parcialmente responsable de tu muerte, él está… —Tratando de cambiar, Ryoko casi dijo. 

Después de ver al Conde Grim en el baile de Año Nuevo, Herscherik lo había investigado en detalle. Aunque quería confiar en los consejos de Grim, no era tan ingenuo como para hacerlo sin investigar mucho. De hecho, Herscherik había sospechado una trampa.

Pero se sorprendió gratamente al descubrir que el Conde Grim estaba gestionando sus tierras, que formalmente habían pertenecido al Conde Luzeria, de forma bastante positiva. El conde Grim utilizaba sus numerosas conexiones para el mejoramiento de su pueblo. Había adquirido semillas y fertilizantes para cultivar en su pobre suelo, había pavimentado el camino, había aliviado los impuestos… Al final, su pueblo pudo sobrevivir, incluso vivir cómodamente, durante el invierno. Grim estaba tratando de cambiar. Además, mostraba un profundo remordimiento por lo que había hecho y trataba de expiarlo. 

Pero ahora, Ryoko no sabía qué esperaba que hiciera Luzeria con esa información. No podía atreverse a pedirle que perdonara al Conde Grim. 

—Por favor, no esté tan triste, mi señor. No puedo perdonarle después de que me arrebatara a mi esposa y a mi hijo —dijo, haciendo que la expresión de Ryoko decayera aún más. Luzeria le dedicó una sonrisa—. Pero, también tiene usted razón, mi señor. La gente puede cambiar. Es cierto que ha cometido crímenes terribles, pero su expiación por ellos no tiene nada que ver con mi odio. Si se miró bien a sí mismo y decidió expiar sus actos antes de caer en la Oscuridad de Abajo, eso es algo maravilloso… Al final, me preocupé más por mi propia obsesión y acabé empeorando la vida de mi gente. Si pueden encontrar la felicidad en el gobierno de Grim, no podría pedir más. 

Ryoko creyó en las palabras del Conde. 

—Gracias, Conde Luzeria. 

—No debe agradecerme nada, mi señor. —Justo cuando Luzeria lo dijo, el cuerpo de Ryoko comenzó a brillar débilmente—. Es casi la hora… —Una señal de que el hechizo estaba a punto de romperse. El Conde tomó las manos de Ryoko, y se puso de pie.

—Conde Luzeria… 

—Klaus. Mi nombre es Klaus Luzeria, mi señor.

Ryoko se rio, recién ahora se dio cuenta de que nunca había aprendido su nombre de pila. 

—¿Puedo llamarle Klaus?

—Soy su súbdito, mi señor. Puedes dirigirte a mí como quieras. 

Después de un tiempo, Ryoko dijo con determinación: —Klaus. Ya estoy bien. 

—¿Qué? 

—Tengo a Kuro y a Oran. Y también a mi familia. Así que… ya puedes irte a casa con los tuyos. —Ryoko esbozó una suave sonrisa. 

A pesar de la diferencia de género y apariencia, Luzeria vio la sonrisa familiar de Herscherik. 

Realmente eres amable con todos… Incluso con los muertos. Por eso la gente se reunía en torno al príncipe, pensó Klaus. Todos veían en él un rayo de esperanza. 

—Si no os importa, me quedaré, mi señor. Mi esposa y mi hijo me esperarán. —Sólo me dirían que lo viera, ya que los metí en esto, pensó. Especialmente esa hermosa esposa mía—. Habrá más tribulaciones por delante, mi señor. Pero tengo fe en que saldrás adelante.

—Gracias, Klaus… —Ryoko dijo, y cerró los ojos. Brilló más por un momento antes de que la luz desapareciera, junto con la propia Ryoko.

Klaus se quedó solo en la más absoluta oscuridad. 

—Tengo fe en que vencerás lo que te espera, mi señor —murmuró, antes de desaparecer para estar al lado de Herscherik, aunque ya no pudiera verlo. 

Herscherik abrió los ojos y se encontró en una habitación cuadrada, cuyas paredes, suelo y techo eran blancos. Lo único que había en la habitación era una puerta y un cristal destrozado sobre una mesa. La altura de su vista volvió a resultarle familiar, y bajó la vista hacia sus manos. Para su alivio, volvían a ser pequeñas. 

Luego, se volvió hacia el cristal roto. 

—Así que esta cosa lo controlaba todo… —Herscherik cogió un fragmento y miró dentro. Apenas pudo distinguir una débil línea de símbolos, que supuso era una fórmula mágica, que desapareció ante sus ojos. 

Bastardo enfermo, maldijo Herscherik en silencio mientras arrojaba el fragmento a un lado y oía cómo se hacía añicos en el suelo. 

Había podido dar las gracias a Klaus, pero se estremeció al imaginar que su mente seguía atrapada en el hechizo. Sin su mente, Herscherik se habría convertido en una marioneta sin alma. Las armas, las drogas, y ahora un hechizo de Manipulación. Una marioneta viva y de la realeza sin Magia… Su hipótesis se estaba convirtiendo rápidamente en una teoría, pero aún faltaban algunas piezas. 

Herscherik sacó su reloj de bolsillo y comprobó la hora. Bien. No he estado aquí tanto tiempo. Su peor temor era que hubiera pasado demasiado tiempo mientras estaba bajo este hechizo. Herscherik miró hacia la puerta que tenía delante -todos le esperaban más allá de ella-.

Te salvaré, Jeanne. Señor Shiro. No dejaré que los maten. Herscherik volvió a guardar su reloj en el bolsillo y se acercó a la puerta.


Shisai
Por un momento creí Conde x Ryouko, pero luego nos recuerdan que él sigue amando a la esposa y está muerto... Así que es un ship que no logrará navegar

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