Emperatriz Abandonada – Capítulo 2: Aristia P. La Monique (3)

Traducido por Lugiia

Editado por Gia


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Al entrar en la oficina que mi padre tenía como capitán de los caballeros, me di cuenta de que no era muy diferente a la de mis recuerdos. Los documentos estaban apilados en un gran escritorio, había una mesa y unas sillas, tanto para los ayudantes como para las visitantes, además de un simple juego de té. Era una clásica oficina.

Aunque le dije varias veces que me sentía bien, de igual manera llamó al médico real tan pronto como llegamos a la oficina. Cuando el doctor dijo que me encontraba bien, que era probable que me sintiera mareada por mi débil cuerpo, se sintió aliviado y regresó al trabajo.

Al notar la pila de documentos, algo me vino a la mente.

En el pasado, siempre procesaba muchos documentos de manera automática. Si mis recuerdos son reales, ¿podría entender y manejar los documentos de mi padre también?

Para probar mi teoría, agarré uno de ellos, el cual se encontraba en la mesa de su ayudante. Mi padre me miró, pero no me dijo nada.

Contrariamente a lo que esperaba, el grueso documento era, para mi sorpresa, fácil de entender.

Si es así, ¿mis recuerdos no son parte de un sueño?

¿O estoy soñando ahora mismo?

Miré a mi padre con ojos temblorosos. Solo fue por un momento, pero instantáneamente cruzamos miradas, por lo que bajé la cabeza de prisa. Pretendiendo estar calmada, comencé a leer los documentos.

Algo no está bien, pensé, mientras inclinaba la cabeza.

—¿Está seguro? ¿Eh? Oh, tienes razón.

—Sí, es cierto.

De repente, la puerta se abrió de par en par y dos hombres entraron a la habitación. Un caballero, quien resaltaba por tener el cabello de un rojo brillante, y un hombre, quien tenía la apariencia de un erudito, con una cabellera de color verde. Me levanté de inmediato ante la aparición de estas dos personas familiares.

Eran el duque Rass y el duque Verita, los maestros que me enseñaron mucho en mis recuerdos.

—¿Cómo se encuentran, duque Rass, duque Verita?

—Mucho tiempo sin vernos, señorita. ¿Aprendiste todo lo que te enseñé la última vez? —me preguntó el duque Rass.

¿Me enseñó algo la última vez? ¿Qué me enseñó? Hasta donde sé, todavía no había comenzado los cursos para el puesto de la emperatriz. Estaba un poco desconcertada, pero asentí con la cabeza debido a mis borrosos recuerdos.

Oh, es verdad. Mis clases de emperatriz comenzaron después de que cumplí los diez años, pero me enseñó algunas cosas antes de eso.

Cuando él iba a nuestra casa a ver a mi padre, me hablaba de muchos temas.

Después de asentir, el duque Rass se acercó a mi padre con una leve sonrisa. Levanté la mirada, en lugar de centrarme en el documento, debido a que el duque Verita me miraba fijamente.

—¿Has escrito este documento, señorita? —me preguntó, señalando las hojas con interés.

—Sí, lo he hecho.

—¿Por qué has llegado a esta conclusión?

—Es porque…

Lo que me pareció extraño, hace un momento, fueron los gastos en los suministros de comida para los caballeros. El documento decía que, el mes que viene, algunos caballeros de la segunda división saldrían a inspeccionar la frontera. De ser así, el número de caballeros estacionados en la capital se reduciría; por ende, los gastos de los suministros deberían reducirse proporcionalmente, pero el documento no reflejaba necesariamente eso. Al darme cuenta de ello, busqué la última propuesta del presupuesto, y comparé el coste de los suministro de comida antes y después de ajustar la inflación. Al hacerlo, encontré que los suministros estaban siendo sobrecargados.

Cuando expliqué eso en detalle, el duque Veritas miró el documento cuidadosamente.

—Si eso es así, creo que tengo que encontrar al hombre responsable del sobrecargo y castigarlo.

—No, no debería.

—¿Por qué?

—Bueno, pudo haber cometido un error. Incluso si lo hizo deliberadamente, no creo que sea correcto que lo castigue sin averiguar el motivo exacto.

—¿Qué tal si llamamos al responsable ahora mismo y le pedimos una explicación? —volvió a preguntar, asintiendo con la cabeza.

—No, eso no es bueno.

—¿Por qué?

—Si cometió un error, podría ser perdonado con una ligera advertencia, pero si lo hizo a propósito, este podría mentir para evitar el castigo. ¿Cómo puede determinar si está diciendo la verdad con solo escucharlo? Si no tiene suficiente tacto, puede que se sienta asustado y huya ante su pregunta. Entonces, es mejor que investigue si tuvo algún motivo para sobrecargar los gastos en los suministros de comida.

—Creo que la explicación de la señorita tiene un error —intervino el duque Rass, sin saber en qué momento escuchó nuestra conversación—. Hemos descubierto los artículos sobrecargados y, debido a ello, queremos reducir los costos, ¿no? Sin embargo, si sigues la recomendación de la señorita, tienes que asumir el costo que conlleva la investigación de los documentos. En su lugar, llama al responsable de los sobrecargos y castígalo. ¿Por qué deberías preocuparte por eso?

—Porque somos aristócratas.

—¿Qué significa eso? —preguntó el duque Verita rápidamente.

—Somos aristócratas al servicio del emperador, mientras este gobierna a veinte millones de personas en el imperio, es nuestro deber apoyarlo en todo lo que podamos, para que así pueda tomar decisiones que mejoren la vida de las personas.

—¿Y entonces?

—Como saben, los aristócratas dependen de los impuestos recaudados de las personas del Imperio Castina. En ese sentido, ahorrar el presupuesto es muy importante, pero no debe hacerse sacrificando a gente inocente.

—Grandioso.

El duque Rass asintió en silencio. Con una ligera sonrisa, el duque Verita miró a mi padre.

En ese momento, recordé algo que era demasiado vívido como para llamarlo un sueño.

La mirada del emperador desde nuestro primer encuentro. La sonrisa que me dirigía, la cual era muy diferente de aquella que le brindaba a otra mujer. Su expresión mientras me sostenía. Su actitud al impedirme tocarlo, incluso en la intimidad. Todas aquellas acciones hacia mí eran tan frías, incluso la mirada que puso al enterarse de mi embarazo.

Mi corazón comenzó a latir a un ritmo acelerado. Recordé la promesa de mi padre, donde me decía que volvería pronto para llevarme a casa, la cruel risa del emperador después de decirme que mi padre había sido decapitado, su sonrisa distorsionada al apuñalarlo con la horquilla, y aquella carcajada que soltó cuando fui decapitada.

—¡Ay! —jadeé, apretando mi pecho. Apenas podía respirar. Empecé a sudar frío y me sentí mareada. Mi cabeza daba vueltas, ante mis ojos solo podía enfocar manchas borrosas de verde y plateado.

Escuché a alguien gritar.

El mundo entero se volvió negro. En el último segundo, sentí que alguien me sujetaba.

2 respuestas a “Emperatriz Abandonada – Capítulo 2: Aristia P. La Monique (3)”

  1. 😱🧐😮Excelente demostración para ella misma y los demás de sus conocí 😲😶🤯👍🏼😎👏🏻😅😅😅Las impresiones muy fuertes dan todo tipo de síntomas 😅😅😅

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