El Conde y el hada – Volumen 7 – Capítulo 7: A cambio de tu vida

Traducido por Den

Editado por Meli


—Esta es… ¡la señorita Gladys! —exclamó asombrada al ver el retrato.

—He estado cuidando de este cuadro durante un tiempo. Puede que sea la razón por la que te hayas sentido atraída por mí o que me hayas prestado especial atención.

La banshee acarició suavemente el cabello dorado de la mujer con sus dedos, como si supiera que el ámbar se hallaba ahí.

—Estas son las lágrimas que predijeron la muerte de la señorita Gladys.

—No es tu culpa. Creo que, debido al ámbar, ella quería transmitir su voluntad después de su muerte. Anhelaba que alguien heredara su apellido —Siguió intentando convencerla. Estaba desesperado por salvar a Lydia, que no sabía cuánto tiempo podría durar disfrazada de la banshee antes de que Ulysses la descubriera, y a Edgar. Pero, sobre todo, porque se encontraban en ese lugar creado por la magia de las hadas—. Banshee, ¿no puedes usar tu poder para desbloquear tus recuerdos?

—Solo el gran talento de Ulysses puede hacer eso…

Sin elección, guardó silencio por un momento.

La banshee sabía mejor que nadie quién heredó el poder del conde, así que era inútil tratar de mentir diciendo que Edgar también podía romper el sello. Sin embargo, si Ulysses liberaba el sello, ella admitiría que era el sucesor de Gladys y le entregaría de inmediato el legado Ashenbert.

—Supongo que todavía no deseas volver a casa del conde Ashenbert conmigo, ¿verdad? —Paul agachó la cabeza, preocupado.

—Señor Paul, su conde sin duda es un caballero excepcional, pero después de todo no es mi maestro… —Lo miró con pesar.

En ese momento, la puerta de la habitación se abrió de golpe.

Asustado, Paul levantó la cabeza y vio a un joven enfadado frente a él. Era Ulysses.

—Hice que los perros siguieran el rastro de la banshee. Resulta que nunca salió de esta habitación. Entonces, ¿quién era la mujer que llevaba la capa verde? —Entró en la sala, seguido por los sabuesos del Infierno. Luego, clavó su mirada en Paul—. Es imposible que hayas entrado aquí por tu cuenta, así que eso significa que la otra mujer era la doctora de hadas —Esbozó una sonrisa—. No obstante, tampoco creo que tenga la habilidad para ingresar aquí, a menos que uno de ustedes tenga el ámbar de la banshee.

Paul agachó nervioso la cabeza, sin embargo, con ese gesto acabó confesando.

Al instante, Ulysses lo agarró con fuerza del pecho y lo aventó contra el suelo. La banshee dejó escapar involuntariamente un grito.

Antes de que Paul pudiera alzar la vista, lo pateó. El dolor le impidió respirar y ponerse de pie.

Uno de los sabuesos del Infierno se transformó en un hombre fornido y de gran tamaño. Con una mano, agarró a Paul por el cuello de la camisa y lo levantó.

—¿Dónde está el ámbar? Y no digas que prefieres morir, porque este tipo puede demostrarte lo que es ser despiadado.

—Ulysses, por favor, detente…

Jimmy se alejó de Ulysses y le propinó un puñetazo a Paul, quien finalmente se desplomó. Luego, otro perro negro alto registró su ropa en busca del ámbar. Sin embargo, regresó con su amo con las manos vacías.

—Quizá la doctora de hadas tiene el ámbar —dijo Ulysses mientras observaba a Jimmy retener a la banshee—. ¿Este hombre te entregó el ámbar?

El hada no supo cómo responder, pero Jimmy notó que su mirada estaba fijada debajo de la cama. De inmediato buscó ahí y, poco después, encontró el retrato de la señorita Gladys y se lo entregó a Ulysses.

—¿Qué es esto?

—El señor Paul… me lo dio. Pensó que me gustaría, así que me lo enseñó. Por favor, devuélvemelo —Le pidió a Ulysses, con voz temblorosa.

Aunque cree que él es su maestro, ¿por qué no le dijo la verdad?, pensó Paul mientras veía como Ulysses arrojaba el cuadro a la chimenea.

—El ámbar debe estar en manos de la doctora de hadas…

—Es posible que no… Ulysses, el cuadro no se está quemando.

Ante las palabras de Jimmy, se volvió sorprendido.

Esto es malo, pensó Paul.

La banshee se quedó paralizada de miedo.

El joven se acercó a la chimenea, examinando la pintura. El cabello de la mujer rubia brillaba mientras reflectaba las llamas.

—¡Así que este es el ámbar original que quitará el sello! —Sonrió y le insinuó sutilmente a Jimmy que cogiera el retrato del fuego. Luego, hizo una expresión siniestra mientras caminaba hacia el hada—. Sabías que este hombre estaba tratando de engañarme, y, aun así, ¿me desafiaste?

—No, no, cómo podría atreverme a…

—Solo yo puedo romper el sello, así que no te atrevas. Ven conmigo, quiero que me entregues el legado de Gladys.

El sabueso del Infierno arrastró a la fuerza a la banshee, quien no pudo dejar de mirar a Paul.

—¡Señor Paul…!

—Mientras te comportes, le perdonaré la vida.

♦ ♦ ♦

Ermine, Lydia y Edgar por fin abandonaron la ventisca del bosque. Los tres caminaron con discreción por el corredor; cada paso hacía crujir el suelo.

Por fin, regresaron a la habitación en la que había estado atrapada la banshee. Ermine entró primero, pero volvió sin nadie.

—¿El señor Paul ya se fue con la banshee?

Espero que así sea, pensó Lydia. Sin embargo, Edgar no estaba tan seguro de ello.

Aunque estaba reclinado contra la pared, adolorido, se forzó a seguir caminando con sus últimas fuerzas. Para evitar que la sangre goteara en el suelo, agarró las cortinas que colgaban en los pasillos. Observó cómo la mancha de sangre se hacía cada vez más grande…

—Es imposible que Paul la convenciera en tan poco tiempo —Sorprendentemente, su voz seguía siendo clara.

Esta no es una persecución amorosa, pensó Lydia, no obstante, ella también estaba desconcertada por lo sucedido.

Edgar, que estaba prestando atención a todo su alrededor, entró en la habitación.

—¡Paul! —gritó.

Lydia, que lo seguía desde detrás, enseguida lo vio tumbado boca abajo en un rincón oscuro.

—¿Lord Edgar…? ¿La señorita Lydia también…? Ah, gracias a Dios.

—¿Qué pasó? ¿Y la banshee?

Cuando Paul vio a Ermine, se sobresaltó y se levantó de un brinco.

—Señor Foreman, ¿se encuentra bien?

—Ah, sí. Estoy bien, es que estoy un poco alterado… —Paul respiró hondo, tratando de calmarse. Finalmente, se volvió hacia Edgar y se arrodilló para disculparse—: Lord Edgar, lo lamento muchísimo. Ulysses rompió el sello de la banshee y me arrebató el ámbar.

—Entonces lo recuperaré —respondió este, sin pensarlo.

No tenían tiempo para hacer ese tipo de cosas. Lydia necesitaba darse prisa y encontrar a Nico para ayudar a Edgar a escapar. Pero a él parecía no importarle su condición física.

—Lydia, quédate aquí con Paul.

—No quiero. Vayamos juntos —protestó.

Sin embargo, con una sola mirada de Edgar a Ermine, ambos salieron de la habitación, cerrando la puerta.

—¡Espera, Edgar! ¡Abre la puerta!

—Lo siento, Lydia. Te aseguro que encontraré a Nico y le pediré que te saque de aquí.

—¡No quiero eso! Además, Ulysses construyó este edificio con magia. Definitivamente, te perderás sin mí.

—Lord Edgar, yo también quiero ir. ¡Por favor, abra!

Lydia y Paul golpearon con ímpetu la puerta. Aunque ella lo llamó constantemente, la puerta permaneció cerrada por fuera, y Edgar no volvió a responder.

¿Qué debería hacer? Edgar tiene planeado sacrificarse.

Lydia comenzó a buscar en la habitación, tratando de ver si había otra salida. Sin embargo, solo había ventanas, que no se abrían. Como estaban protegidas con magia, no importaba cuánto golpeara el cristal, no se rompería.

En cambio, Paul intentó mirar a través de la cerradura de la puerta para ver si era posible abrirla.

En medio de todo eso, las dos lunas seguían en lo alto del cielo. Lydia contempló el paisaje fuera de la ventana. No dejaba de pensar en que, cuando entró por primera vez en el edificio, ese extraño cielo la preocupó mucho.

Ahí la magia parecía estar fijada en el paisaje exterior, lo cual era muy similar a cómo las merrow usaban la magia. Pero no importaba cuán fuerte fuera, no podía cambiar la naturaleza de la escena. Por lo que en realidad no podía haber más de una luna.

Entonces, ¿por qué hay dos?, se preguntó.

La luna de la derecha parecía encontrarse en una posición más alta que cuando llegaron. La otra, en cambio, permanecía en el mismo lugar.

¿Por qué…?

—Señorita Lydia, ¿tiene una pistola?

Ante la voz de Paul, volvió a sus sentidos y recordó que estaba sujetando con fuerza el arma que Edgar le había dado.

—Ah, bueno, sí. Puedes usarla para romper la cerradura de la puerta.

—Sin embargo, el disparo podría llamar la atención de los sabuesos del Infierno y de Ulysses…

Lydia y Paul comenzaron a pensar de nuevo en una solución y, antes de perderse en sus pensamientos, se oyó una voz desde fuera.

—Lydia, ¿estás dentro?

¡Nico!

—¿Nico? —Se acercó a la puerta—. ¡Rápido, ayúdame a abrir! Esto no es bueno, Edgar está herido, pero ha ido con Ermine a ver a Ulysses.

La puerta se abrió de inmediato y vio a Raven y a un Nico enmascarado.

—¿Lord Edgar resultó herido?

El joven de tez morena reveló al instante una mirada asesina.

—Ulysses robó el ámbar para romper el sello de la banshee. Edgar tiene la intención de arriesgar su vida para impedir que Ulysses consiga el legado de Gladys.

—Entonces vámonos —ordenó Paul mientras salía de la habitación seguido de Lydia.

—Le dije que no volviera a involucrarse con el conde y nunca me hace caso —dijo Nico, encogiéndose de hombros con impotencia.

♦ ♦ ♦

Edgar pretendía ir solo con Ermine para emboscar a Ulysses. Pero, irónicamente, en lugar de buscarlo, Ulysses lo invitó. Poco después de dejar a Paul y Lydia, los sabuesos del Infierno salieron de los pasillos y los llevaron a la fuerza ante Ulysses.

—Fui demasiado descuidado. Había olvidado por completo que eras experto en el engaño. —Ulysses se detuvo orgulloso en medio del amplio salón, a no más de un paso de Edgar, y se cruzó de brazos como si estuviera molesto—. ¿Deseas continuar nuestra apuesta de antes?

La banshee estaba sentada en una gran silla junto a Ulysses con la cabeza gacha y al borde de las lágrimas. Al verla, Edgar dijo con compasión:

—No tienes que preocuparte por Paul. Mis amigos lo salvarán.

—Aunque alguien viniera a ayudarte ahora mismo, es imposible que ganes contra mí.

Ulysses miró de soslayo a Ermine. Edgar no estaba seguro de si se estaban comunicando en secreto.

—Lord, debo aconsejarle que suplique clemencia rápido. Así tal vez lo deje ir.

—¿Quieres decir que, mientras entregue mi cuerpo a Príncipe para que lo use, me salvaré?

—Puedes pensar en ello como quieras. Solamente quiero que me veas recibir el legado de la señorita Gladys en este mismo momento.

Ulysses se levantó.

Edgar, con las piernas temblorosas, también se puso de pie.

—No importa lo que consigas, no tienes lo que se necesita para ser un noble —declaró de forma provocadora—. No estás cualificado para llamarte el último descendiente del conde. Tú, que ni siquiera entiendes la historia o el significado de este título inglés, ni las obligaciones nobiliarias, ni el espíritu de caballerosidad, ¿sigues pretendiendo enfrentarte a mí?

—Solo escupes palabras mordaces. No olvides que tu pobre vida y tu futuro ahora están en mis manos.

Aunque Ulysses hablaba con un tono orgulloso y arrogante, debía sentirse diferente, porque apretaba los puños con fuerza y temblaba.

En Inglaterra, no era fácil ser un noble. Incluso Ulysses, que se vestía con ostentación, pronunciaba palabras propias de un plebeyo. Mientras hablara de esa forma, siempre se le discerniría esa verdad.

—Príncipe es igual. ¿Esa virtud falsa también se considera realeza? —prosiguió Edgar—. Es un canalla en una farsa de belleza. Está subestimando en exceso la naturaleza histórica de la realeza británica.

Se decía que Príncipe formaba parte de la clase alta británica, pero eso no era lo más importante. Edgar solo intentaba enfurecer a Ulysses a propósito. Sin embargo, no cayó en la trampa.

—La charla inútil termina aquí.

Ulysses colocó el retrato sobre una mesa pequeña y tocó el cabello rubio con los dedos.

Así que ese era el ámbar original. Estaba muy bien escondido, pensó Edgar, sorprendido.

En ese momento, Ermine le preguntó en voz baja si debía quitarle el retrato. No sabía si eso en verdad provenía de su corazón o no, pero era evidente que las posibilidades no eran altas, así que solo negó con la cabeza.

—La única habilidad necesaria es aquella que permite que el ámbar de la banshee arda y se funda. Eso, lord, es de lo que usted carece.

Ulysses tomó un cuchillo y se rasguñó levemente la yema de los dedos. Con la sangre que brotó, manchó el sedoso cabello dorado de la señorita Gladys. Ese debía ser un momento extraordinario. Sin embargo, el joven carecía de gracia y belleza, por lo que Edgar no pudo evitar fruncir el ceño en señal de desaprobación.

Tanto si era hermoso como si no, el cabello teñido de sangre comenzó a emitir unas llamas. El ámbar ardió y las llamas se propagaron por el retrato. La banshee se situó al cuadro y lo observó fijamente. Al poco tiempo, se tambaleó y se desmayó.

Edgar intentó ir a su lado, pero Jimmy se lo impidió agarrándolo por la muñeca. Luego, usó su uña a propósito para cortar la herida de mordedura de Edgar.

—No me toques, canino degenerado.

Tras escuchar sus palabras, Jimmy se enfureció y adoptó su forma original. Ermine intervino de inmediato, bloqueando su ataque con su cuchillo, el cual Jimmy esquivó con un salto.

Edgar aprovechó esa oportunidad para acercarse a la banshee, pero acabó rodeado de otros sabuesos del Infierno. Uno se abalanzó contra él, por lo que agarró una vela para repelerlo. Sin embargo, los otros también se acercaron desde detrás y comenzaron a atacarlo. No pudo seguirles el ritmo, y fue incapaz de detenerlos.

Cuando uno de los perros negros iba a atacarlo por la espalda, fue derribado. Entonces vio a un chico de piel morena parado frente a él.

Milord, siento llegar tarde.

Raven sacó un cuchillo, para intimidar a los perros negros. Así se creó un nuevo campo de batalla.

Aunque era difícil para los humanos matar criaturas mágicas como los sabuesos del Infierno, parecieron darse cuenta del espíritu que acechaba en el cuerpo de Raven. Por tanto, gruñeron en lugar de moverse.

—¡Ah! —gritó la banshee.

Ermine agarraba un cuchillo contra su garganta.

Edgar y Ulysses no esperaban que sucediera eso en absoluto.

—Ermine, ¿qué estás haciendo…?

—Lord Edgar, si la banshee muere, el legado de la señorita Gladys ya no podrá ser entregado a nadie. Ahora poseo la magia de las hadas, así que puedo matarla.

—¡Detente!

Ulysses no pudo evitar ponerse tenso.

—Raven, rápido, llévate a lord Edgar. Sus heridas necesitan ser atendidas con urgencia, su vida depende de ello.

Ante sus palabras, Raven volvió su mirada hacia la muñeca de Edgar y se sorprendió. Sin embargo, no pudo moverse ni un centímetro porque seguía rodeado por los sabuesos del Infierno.

—Por favor, abran paso o la mataré.

Ulysses, entre sus dudas y preocupaciones, no podía ni siquiera adivinar las intenciones de Ermine. Edgar tampoco entendía el motivo de sus acciones, pero por la situación que había creado, sabía que podía salvarse. No obstante, después de pensarlo un poco más, el problema seguía sin resolverse.

Respiró hondo.

—Ermine, suéltala —le ordenó—. No tengo intención de sacrificarla para escapar.

Después de todo, la banshee era un miembro de la familia del conde. Aunque no tuviera los poderes, había heredado la espada de las merrow. Por lo que tenía la intención de asumir toda la responsabilidad que eso conllevaba.

Lydia, que le ayudó a reclamar el título de Conde Caballero Azul, del cual estaba muy orgulloso, había despertado su lado noble.

No podía sacrificar a los miembros de la familia.

Ermine lo miró desconcertada, pero obedeció.

Ulysses soltó una carcajada triunfante que resonó en el salón.

♦ ♦ ♦

Siguiendo los pasos de Raven, Lydia y Paul llegaron un poco después. Corrieron hacia la escalera del balcón de arriba, y desde ahí pudieron ver a Edgar, que estaba rodeado por los sabuesos del Infierno, junto con Ulysses que se reía a carcajadas.

—Lord, acaba de sacrificar a su camarada en esta lucha. Qué juicio tan ingenuo.

—En aquel entonces, una camarada y esta joven eran diferentes. Además, mi posición también lo era.

—¿Hablas desde el orgullo de un noble? Si esto se convierte en una debilidad perjudicial, preferiría no tenerlo.

En la sala se respiraba un ambiente tenso.

Lydia, que observaba escondida la escena, intentaba idear una forma de resolver la crisis ante ella.

—¿Todavía no ha roto el sello de la banshee? —murmuró Paul para sí mismo.

—Debe haberlo hecho, porque hay ámbar en el borde del lienzo de la mesa. Eso significa que lo quemaron.

Tras escuchar las palabras de Nico, Paul no pudo evitar fruncir el ceño.

—Ah~~ Un trabajo tan espectacular ahora es gris…

Paul parecía haber atesorado el valor del arte del retrato mucho más que el ámbar de la banshee.

—Banshee, ven aquí —gritó Ulysses. El hada se dirigió a él, tambaleándose—. Al final, todos tus recuerdos deberían haberse restaurado. ¿No tienes nada que darle al descendiente del Conde Caballero Azul?

El legado de la señorita Gladys no debe caer en manos de Ulysses, pero ¿cómo se podría evitar? Lydia tragó saliva. Solo podía esperar en silencio y ver qué pasaba.

La banshee se detuvo frente a Ulysses e hizo una pequeña reverencia, como si se tratara de un noble.

—Ulysses, por favor, salva la vida de este caballero —dijo—. Por favor, envíalo a un lugar con luz solar, y luego te entregaré el legado de la señorita Gladys.

—¿Estás tratando de ponerme condiciones? ¿Le dices algo así a tu maestro? —Ulysses frunció el ceño ante semejante petición.

—No, solo estaba… —Las lágrimas se deslizaron por su rostro y su cuerpo empezó a temblar. Probablemente, tenía mucho miedo de los sabuesos del Infierno y de Ulysses. Pero, entonces, observó de reojo a Edgar, ganando terreno, y luego miró con determinación a Ulysses y declaró—: No creo que seas mi maestro.

Todos estaban estupefactos. El silencio reinó en la habitación durante un instante.

En ese momento, una ira fría emergió de Ulysses.

—Entonces lo mataré ahora mismo. No tienes elección en el asunto.

Con la mano, Ulysses le ordenó con excitación a Jimmy que comenzara. El sabueso infernal volvió a su forma de niño antes de abalanzarse sobre Raven blandiendo un cuchillo. A continuación, los otros perros arremetieron desde detrás. Pronto la habitación se sumió en el caos.

—¡Ya basta! —gritó Lydia mientras salía de su escondite.

—¿Lydia? ¡Quédate atrás! —le advirtió Edgar para detenerla.

Cuando Lydia llegó al final de la escalera, un sabueso del Infierno se abalanzó contra ella con garras amenazadoras. Sin más remedio, se agachó de inmediato, dispuesta a recibir el impacto. Pero cuando por fin levantó la vista, vio que el perro negro saltaba y se preparaba para atacar a Edgar.

—¡Edgar! ¡Cuidado! ¡Detrás de ti!

Edgar también había notado a la criatura que estaba detrás, pero solo pudo sentarse apoyado contra la pared, cansado. Probablemente, ni siquiera podía ver bien.

En ese momento, una silueta se interpuso entre él y los sabuesos del Infierno. La banshee se precipitó frente a él y, recibiendo el ataque, cayó al suelo.

¿Cómo es posible…?, pensó Lydia. Sin embargo, sin tiempo para meditar su decisión y sin saber si podría lograrlo o si su suposición era correcta, agarró con fuerza la pistola que Edgar le había dado.

Debemos sacar a todos de aquí.

Esta era la perseverancia de una doctora de hadas.

—Sabuesos del infierno, escuchad con atención. Regresad a vuestra guarida ahora. ¡A vuestro cementerio! ¡De lo contrario, traeré de vuelta al sol a este lugar! —amenazó, mientras levantaba en alto el arma de fuego.

Los sabuesos fijaron su mirada en ella. Gruñeron un tanto confundidos.

—Antes de que la luz del sol os ciegue, ¡regresad rápido a vuestra guarida!

—Oh, me gustaría ver lo que puede hacer la supuesta doctora de hadas —se burló con arrogancia Ulysses.

—Conectaste la noche al edificio con magia. Sin embargo, no importa lo ingeniosa que sea tu magia, no puede ocultar ese vínculo, revelado por las lunas —expuso Lydia, con firmeza—. La luna de la izquierda nunca se mueve, como si estuviera pegada a la ventana. Si esa es la unión que representa la fuente de la magia, entonces una vez que la destruya, el sol retornará a este lugar.

Los perros negros rugieron alborotados, casi con miedo. Parecía que Lydia había acertado, no obstante, ese no era su único reto.

—Ya veo que has podido entenderlo. En verdad me gustaría aplaudirte. Pero tanto si fallas el tiro como si no, mientras intentes disparar, los sabuesos del Infierno te desgarrarán la garganta en el acto.

Lydia nunca había usado una pistola. La luna colgaba en la ventana lejana, y una vez disparara, si fallaba, sería imposible escapar.

—Lydia, no hay problema. Puedes acertar…

Edgar sonrió mientras la observaba. Parecía estar a punto de desmayarse.

Lydia reprimió el temblor de su muñeca y trató de apuntar al objetivo.

Oh, Dios mío…

—Eso es… Apunta bien.

A los ánimos de Edgar, Lydia rezó en su corazón, y enseguida apretó el pesado gatillo. Al momento siguiente, la luna junto con la ventana se hizo añicos.

—¿L-Le di? ¿Le di?

En realidad, la bala no había dado en la ventana, sino que se incrustó en la pared. Sin embargo, Raven había arrojado su cuchillo al mismo tiempo que disparó, lo que rompió el cristal. Lydia no tenía ni idea de eso y consideró que el disparo fue de verdad un milagro.

La deslumbrante luz del sol entró por la ventana rota. El paisaje nocturno del exterior de la sala comenzó a fundirse y a desaparecer mientras el cielo soleado emergía. El revestimiento mágico del edificio se desvaneció y el entorno original del lugar volvió a la normalidad, tal y como era en el mundo humano.

Debido a eso, muchos sabuesos del Infierno huyeron. Al mismo tiempo, Jimmy, que se transformó en humano, abrió una puerta en un rincón de la habitación.

—¡Ulysses, date prisa!

A ese ritmo, parecía que incluso la oscuridad se resistía a conectar con los espíritus malignos de la noche.

Ulysses se detuvo delante de la puerta, mirando indignado a Lydia.

—Lord, considérese afortunado, pero hasta ahí puede llegar su suerte —dijo, volviéndose hacia Edgar—. Su Alteza Real, que está en Estados Unidos, visitará Inglaterra muy pronto. Creo que tus métodos son muy claros para él. Quizá para entonces te sientas mejor siendo asesinado por mí.

Con esa amenaza, desapareció por la puerta. Raven se acercó enseguida y la abrió. Sin embargo, al otro lado solo había una habitación vacía y corriente.

—¡Edgar! —Lydia tiró la pistola y corrió a su lado—. Te has salvado, ¡todo está bien!

Edgar levantó la muñeca que fue mordida por el sabueso del Infierno y miró la herida con asombro. La sangre se había ido. Incluso la tela teñida de sangre estaba limpia.

—Las heridas y la sangre desaparecieron…

—Eso significa que en realidad no estabas herido. Era solo la magia de las hadas oscuras, que el sol disipó.

Confundido, Edgar ladeó ligeramente la cabeza.

—Pero la profecía de la banshee no desapareció.

—Está bien, he bloqueado la profecía por usted —explicó el hada mientras se apoyaba en el brazo de Paul—. Señor Paul, creo en su conde. Por favor, lléveme a su lado.

Paul asintió y la levantó. Una vez al lado de Edgar, la banshee se arrodilló y le sonrió.

—Gracias por salvarme la vida, banshee. ¿Te dolió la mordida del sabueso infernal? Debería haberse recuperado con el sol.

—Soy un hada, así que no podemos resistir la magia de otras hadas. Para los humanos, la luz del sol puede disiparla, pero no surte ningún efecto sobre nosotros.

—¿Cómo es posible? —susurró Paul con tristeza.

Edgar le dirigió una mirada de esperanza a Lydia. Sin embargo, ella solo pudo negar con la cabeza.

—No importa. También soy un miembro de la familia del conde. Mi profecía de muerte se ha cumplido y los otros miembros no han muerto.

—Pero ¿por qué te sacrificaste hasta este punto…? ¿Por qué te resististe a Ulysses que ayudó a liberar el sello?

La figura de la banshee comenzó a marchitarse. Aunque no sangraba, Lydia sentía que su vida se agotaba con cada segundo.

—Porque recordé mi propósito —comenzó a explicar—. Esperábamos predecir la muerte de un familiar, pero también existía la posibilidad de que me convirtiera en un sacrificio para salvar la vida de nuestra familia… Realmente quería salvar a la señorita Gladys, que era la última descendiente de sangre del conde Ashenbert. Ella hubiera querido vivir y esperar a las generaciones futuras. Sin embargo, por culpa del Príncipe de la Calamidad tuvo que renunciar a su propia vida y el resto quedó en mis manos.

Edgar miraba a la banshee a los ojos, como si escuchara atentamente para no pasar por alto ni una de sus palabras, al mismo tiempo que asentía con la cabeza.

Quizá sus palabras eran instrucciones personales de la señorita Gladys para él. Aunque le gustaba interpretar el papel de un noble, había ocasiones en que se mostraba como un verdadero líder.

A los ojos de Lydia, Edgar despedía una luz deslumbrante.

—La fuerza de sus soldados fue drenada con la muerte de la señorita Gladys. De ese modo, la historia y la fuerza del conde se perdieron para siempre. Aun así, mi maestra se arriesgó para evitar que el legado cayera en manos equivocadas. Por eso, eligió que esta reliquia se transmitiera a las generaciones futuras. Mi señora esperaba de todo corazón existiera alguien en Inglaterra, y tal vez incluso otros descendientes del conde, que pudiera recuperar la espada de las merrow y heredar el título de conde. Por ese motivo, me encomendó una última misión, una gran responsabilidad: elegir al próximo conde Ashenbert. Inglaterra era una tierra prometida donde humanos y hadas podían coexistir. El Conde Caballero Azul podría haber sido el doctor de hadas del reino de las hadas…

De hecho, el original era un doctor de hadas, pero no uno cualquiera.

—Cada vez que el país se viera sacudido por la intervención de las hadas, que sembraban el caos, era responsabilidad del Conde Caballero Azul traer la paz. Para mostrar gratitud a las contribuciones del conde, independientemente de su desaparición hace cien años o que se desconozca su heredero, el país siempre otorgará el título de Conde Caballero Azul a quien lo merezca.

—¿El Príncipe de la Calamidad está relacionado con las perturbaciones entre las hadas…?

—Sí.

—Pero ¿quién es el Príncipe?

—Por lo que sé, es la sangre derramada y el resentimiento de las familias británicas enfrentadas durante la batalla de Culloden [1]. De aquello, junto con la magia oscura, nació él…

La batalla de Culloden había ocurrido hace cien años. Debido a los descendientes de Jacobo II que fueron exiliados.

Con el fin de recuperar el trono y desatar el apoyo a Jacobo II, instigaron una guerra trágica y despiadada que terminó con la muerte de innumerables soldados.

Lydia había oído un poco sobre esa historia. Al parecer hubo un príncipe que aseguraba ser el heredero de un rey exiliado.

—Cuando Inglaterra obtuvo la victoria sobre las Tierras Altas de Escocia, el país pudo restaurar la paz. Sin embargo, la batalla no había terminado para la señorita Gladys. Ella y los demás tuvieron que seguir luchando y recibiendo más daño de Príncipe, cuya presencia ni siquiera era conocida por el rey de Inglaterra. Una vez, la señorita me dijo que, si aparecía alguien capaz de desbloquear mis recuerdos, yo debía decidir si estaba cualificado como Conde Caballero Azul. —La banshee volvió a mirar a Edgar, como para confirmar de nuevo que su juicio era correcto—. Siempre he creído que la sangre era más importante que cualquier otra cosa. Pero, parece que no es el caso. Creo que la señorita Gladys está satisfecha con la decisión que tomé. —Se llevó la mano de Edgar a la frente—. Mi señor, estoy aquí para entregarle la llave Ashenbert, con la que usted y las generaciones futuras supervisarán el reino de las hadas. Por las amables hadas de la isla y las del país vecino, Inglaterra, por favor, asegúrese de usar el poder de los Ashenbert para interrumpir la sangre del malvado Príncipe de la Calamidad.

La frente de la joven comenzó a brillar de repente, pero su cuerpo se volvió cada vez más transparente, como si pudieran ver a través de él.

La banshee translúcida miró a Lydia y notó el anillo de piedra lunar en su dedo.

—Esta es la piedra lunar del conde… Ah… Ni siquiera me fijé en el anillo. Es muy vergonzoso por mi parte. Doctora de hadas, por favor, perdone mi descortesía. Usted es la esposa del conde.

—¿Qué? Ah, bueno…

—Que los guardianes de las hadas les presten sus poderes siempre. —No prestó atención a la vacilación de Lydia. Como se estaba quedando sin tiempo, se levantó lentamente, se giró para despedirse y sonrió con timidez—. Señor Paul, gracias por cuidar de mí. Gracias a usted, pude encontrar al heredero de la familia del conde Ashenbert. Ahora por fin puedo ir al lado de la señorita Gladys, al lugar de retorno del alma humana tras recibir la llamada de Dios. Para mí, es algo digno de celebración…

Finalmente, la banshee se disipó en el aire, aunque su voz perduró en los ecos de los pasillos. Paul siguió mirando hacia la ventana sin moverse, y sin entender por completo lo sucedido. Era como si aún estuviera viendo partir a la banshee.

Todos se sumieron en el silencio.

La habitación vacía y polvorienta fue bañada por una luz blanca y los pasillos del edificio estaban tranquilos. Era como si el tiempo se hubiera detenido en ese momento.

Al final, Edgar se puso de pie, cansado, y rompió el silencio.

—La llave Ashenbert… No puedo ver ni sentir nada —murmuró irritado, mientras abría la mano que la banshee había tocado—. Lydia, ¿la ves?

—Yo tampoco puedo verla. Es probable que solo aquellos que la heredan pueden sentirla.

Entonces era algo que con certeza solo pertenecía al Conde Caballero Azul. Por tanto, nadie más, ni siquiera Ulysses, podía quitársela.

—No puedo ver a las hadas ni la llave. Al no saber usar la llave que me entregó, ya he fracasado en cumplir sus expectativas.

A pesar de lo que dijo, cerró con fuerza la mano, decidido a atesorarla incluso si no podía ver lo que había dentro de su puño.

♦ ♦ ♦

El edificio que Ulysses utilizó se encontraba a varios kilómetros de Londres, por lo que Edgar tomó el carruaje para regresar. De camino, contempló, sumido en sus pensamientos el paisaje a través de la ventana con los ojos entrecerrados ante las nubes suaves y apacibles, que atravesaba de vez en cuando la brillante luz del sol.

Mencionó que quería hablar con Lydia a solas, sin embargo, tras abordar, había permanecido en silencio. Lydia se sentó a su lado, totalmente alerta para evitar que el reciente suceso íntimo se repitiera, si Edgar comenzaba con sus avances, definitivamente lo rechazaría.

Aunque se recordó a sí misma que debía ser cuidadosa, notó que él estaba serio mientras pensaba, tanto que no pudo evitar preocuparse.

La “llave” de la banshee, que se le confió a Edgar y que no sabía cómo usar, representaba la misión inconclusa de la última descendiente del conde. Era algo que Edgar tenía que continuar y asumir. Pero era probable que ni siquiera supiera cómo ver esa gran responsabilidad.

—¿Bridget…? —dijo Edgar de repente.

—¿Qué? ¿Qué has dicho?

—Ese era el nombre del perro que crié.

—Ya veo…

—¿No era ese nombre? Lydia, por favor, al menos dime la primera letra.

—¡¿E-Estabas reflexionando sobre ese asunto con una expresión tan seria?!

—Esto es muy importante.

Si la banshee hubiera conocido la verdadera naturaleza de Edgar, sus expectativas idealistas habrían sido aplastadas.

Lydia exhaló un fuerte suspiro.

—Lydia, si no me perdonas, no podré seguir avanzando.

—Estás exagerando demasiado.

Lydia tenía las manos firmemente apoyadas en las rodillas. Pero Edgar, sin dudarlo, las entrelazó con las suyas.

Como siempre, con una sonrisa confiada, la observó con una actitud atrevida. Sin embargo, de alguna manera, en ese momento, su tono parecía más serio que nunca.

—Desde hace mucho hasta ahora, mi propósito era vengarme de Príncipe. Por eso lo desafiaba constantemente. Sin embargo, pensándolo bien, tal vez mi corazón nunca quiso ganarle. Solo quería que se arrepintiera de haberme asestado tan cruel golpe, a mí, a mis padres y al duque Sylvainford. Por lo tanto, nunca me importó si moría o no.

Lydia estuvo de acuerdo con sus palabras. Especialmente ahora, debido a las predicciones de la banshee, pretendía acabar con Ulysses y enterrarlo. Incluso si eso significaba que él y su gente tenían que renunciar a sus vidas al igual que a cualquier apego a este mundo.

—Sin embargo, cuando me hirieron por causas ridículas y me enfrenté de verdad a las puertas de la muerte, tú estuviste a mi lado. Entonces, a partir de ese momento, de repente no deseé morir. Si hubiera muerto, te habría tomado otro hombre. Evidentemente, susurrarte palabras de amor al oído, tomarte de la mano así, o incluso mirarnos a los ojos… Esos son mis privilegios exclusivos.

¡No son tus privilegios exclusivos!

—Además, todavía no te tengo por completo. Así que no puedo tolerar que haya otro hombre, cuando ni siquiera sé cómo eres cuando eres mía.

De verdad que cada vez eres más ridículo.

—En ese momento, quería seguir viviendo. Antes de que regreses a casa sana y salva, antes de que te enamores de mí… Antes de que te permita ser feliz, debo continuar viviendo esta buena vida junto a ti. Cuando los deseos de mi corazón se desbordan, mi ánimo también cambia de inmediato. No solo quiero seguir viviendo, sino que quiero cumplir todos los deseos de tu corazón con mis propias manos.

Ante sus palabras, Lydia no pudo evitar querer huir en el acto. Sin embargo, aunque se acercó a la esquina del asiento, Edgar se arrimó a ella sin miramientos.

—Lydia, ¿podemos empezar de nuevo? No quiero romper contigo.

Nunca estuvimos juntos, ¿así que qué quieres decir con empezar de nuevo? ¿Romper?

—Sé una cosa: fui capaz de conseguir mi título de Conde Caballero Azul, no con mi propio poder, sino por la señorita Gladys, cuyo futuro espero poder vivir, y la banshee, quien me brindó la oportunidad de poder estar aquí ahora. Con tu ayuda, la de Paul, Raven y todos, pude desempeñar con éxito mi papel de Conde Caballero Azul. Por lo tanto, ya no viviré ni me preocuparé únicamente por mi venganza personal. Ya no puedo seguir luchando de una manera tan autodestructiva.

Mientras Lydia estaba confundida, Edgar apretó con fuerza su mano. En un principio, estaba desanimada, pero después de que este le mostrara tan fuerte determinación, su desprevenido corazón se aceleró.

—No quiero volver a perder nada. Me gustaría proteger a todos los que me rodean, sin dejar que nadie se convierta en un sacrificio. La vida que la banshee me dio y el nombre de conde ya no son una herramienta para mi venganza. Pero lo que es más importante es que espero hacer lo mejor que pueda para que tanto las hadas como los humanos vivan en paz y tranquilidad… Y eso solo puedo conseguirlo contigo.

—Sin embargo, no tengo la fuerza del Conde Caballero Azul. No puedo convertirme en una gran doctora de hadas.

—Entonces me convertiré en un excelente Conde Caballero Azul. Aunque no tengo ningún parentesco con la magia de las hadas, la banshee también dijo que el linaje no es lo más importante, sino que lo es la responsabilidad del Conde Caballero Azul de derrotar a Príncipe. Por lo tanto, lo venceré. Sé que esto te pondrá en peligro. A pesar de eso, no puedo ver un futuro donde esta lucha no sea así. Lo único que espero es poder seguir creyendo en la posibilidad de un futuro mejor. Así que te ruego que escuches mi única y descarriada petición.

En ningún momento Edgar apartó su mirada sincera de Lydia, lo que hizo que su corazón se acelerara aún más, haciéndola sentir mareada.

—Espero comprender mejor y asumir con firmeza esta responsabilidad, para poder proteger a quien debo. Por eso, espero que te quedes a mi lado para siempre.

—Para siempre… Si es como la especialista de la familia en la mansión del conde…

—No, hasta que la muerte nos separe.

¿Se trata de una tercera propuesta?

El ambiente se impregnó de su afecto. Lydia estuvo a punto de asentir, hasta que se dio cuenta de lo que quería decir y negó con la cabeza, desesperada.

Edgar bajó la mirada, como si estuviera un poco preocupado, mientras pensaba.

—Bueno, ¿al menos puedes decirme esto? ¿Te gusto hasta el punto de ser más que amigos corrientes?

—Eres un egocéntrico.

Lydia se sonrojó y agachó la cabeza.

Ni su toque ni sus palabras le parecían convincentes. Sin embargo, se mostró mucho más determinado que antes.

—Lydia, por muy amable que seas y por mucho que desees ser reconfortante, es imposible entrar en el dormitorio de un amigo común y corriente. Creo que deberías mantener esa discreción.

—E-Esa actitud tuya…

—Sin embargo, en ese momento, cediste a mis demandas irrazonables.

—Simplemente no sabía qué hacer.

—Entonces supongo que tú, que eres amable sin remedio, debes estar muy preocupada por mí, que soy un hombre con muchos defectos. Por eso, no puedes dejarme solo. En otras palabras, soy el ideal para ti.

De hecho, hizo bien en entregarse a sus falacias favorables.

—Creo que esto no se trata de un amor no correspondido.

—Sin embargo, no me voy a casar contigo…

—Entonces, ¿admites que te gusto?

Lydia no podía negarlo, así que permaneció en silencio. Porque una vez que lo admitiera, sin duda se convertiría en su amor no correspondido.

Edgar la agarró del hombro y la acercó a él. Lydia sintió su mano tocando su mejilla y levantándole la barbilla. No sabía cómo reaccionar, así que bajó la cabeza con rigidez.

—Acordamos que cuando volviéramos, me darías un beso. ¿Te negarás?

Lo había olvidado por completo. ¿Qué debo hacer…? ¡Esto no es bueno! ¡Esta vez debo decir que no! Eso es. Necesito mostrarme decidida, o si no…

—Pero solo cuando anheles este beso —dijo Edgar, como para consolarla, al ver su expresión de pánico—. De lo contrario, perderá su significado. Así que antes de que prometas casarte conmigo, estoy dispuesto a esperar.

Las yemas de los dedos de Edgar tocaron suavemente sus labios.

Lydia se quedó de piedra. Enseguida levantó la vista, haciendo contacto visual con él, quien entornó sus ojos color malva ceniza mientras le sonreía con calidez. En ese momento, Lydia sintió una repentina e inexplicable tristeza, y miró a Edgar con lágrimas en los ojos.

Sobresaltado, apartó rápidamente el dedo de sus labios. Pero las lágrimas de Lydia no cesaron.

—Lo siento, por favor, no llores.

—¿Por qué te disculpas?

—No lo sé, pero siento que siempre te hago llorar.

Sí, todo es culpa tuya.

—Ya es suficiente. Siempre prometes estas cosas sin importar el momento.

Aunque dijo eso, Edgar la envolvía con fuerza en sus brazos. Su cabeza permaneció enterrada en su pecho mientras lloraba. Era como si él le estuviera diciendo: “te amo”.

—No importa cuántas veces me rechaces, nunca me rendiré. De lo contrario, mi confesión solo sería una mentira.

Aunque digas eso ahora, un día te darás cuenta de que no es a mí a quien verdaderamente necesitas.

 

Den
Ay, Lydia :\'(

—Ermine de verdad quiere protegerte… Su conexión secreta con Ulysses puede ser solo un malentendido.

Con el repentino cambio de tema, Edgar supuso que estaba siendo tímida.

—Bueno, por ahora la observaré.

Por el bien de Edgar, Lydia no quería que la traición de Ermine fuera cierta. Esperaba de todo corazón que no sucediera.

¿Cuánto sufriría si la perdiera?, pensó Lydia. Quizá Ermine esperaba cortar con todo lo que había enfrentado en su pasado.

Lydia se sintió culpable por Edgar.

♦ ♦ ♦

Kelpie dormía en High Park, en el fondo del lago. Al amanecer, comenzaron a formarse ondas. Al parecer alguien había irrumpido en su territorio.

Decidió deshacerse del intruso, se precipitó hacia el otro lado del lago. Su cabello negro ondeaba con las olas.

Al final, resultó ser la chica selkie. Sin embargo, permanecía en su forma humana en el agua. Debido a que no tenía su pelaje, le era imposible recuperar su apariencia de hada.

La mujer de cabello corto que vestía ropa de hombre se volvió hacia él en el fondo del lago.

—Así que eres tú. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Me gusta nadar de vez en cuando.

—Este es mi territorio.

—Este es un parque público. —Como selkie todavía era demasiado joven, así que continuó hablando en un tono humano—. ¿No vas a encontrar una manera de separar a la señorita Lydia de lord Edgar?

—Como si fuera tan simple. Su compromiso no es fácil de romper.

—Eso significa que has fallado.

—Cállate. ¿Quieres que te devoren?

Ermine miró a Kelpie con cautela, no obstante, él no tenía intención de atacarla. Así que se quedó donde estaba.

—Quería que supieras que es imposible que la señorita Lydia no se vea involucrada en la batalla de lord Edgar, porque ni él ni el enemigo esperaba que ocurriera este gran cambio —prosiguió.

—¿Qué quieres decir?

—Príncipe viene a Inglaterra. Ulysses, como enemigo de lord Edgar, no tiene interés en nada más que desafiarlo constantemente, en un intento de humillarlo. Sin embargo, Príncipe es diferente. Lord Edgar es muy importante, así que intentará ponerle las manos encima.

—¿Quién diablos está en cada bando?

Ermine no contestó.

—Solo hay una forma de proteger a la señorita Lydia de la destrucción de Príncipe: ayudar a Ulysses —prosiguió con voz apagada y monótona.

—¿Qué? No me hagas reír. ¡No recibo órdenes!

Kelpie nunca había estado tan enfadado en toda su vida.

Detesto a ese chico llamado Ulysses y, aun así, ¿me pides que lo ayude? ¡No me hagas morir de risa!

—Ulysses no querría que nada interfiriera en sus planes. Por lo tanto, cuando llegues a un acuerdo con él, podrás concertar las condiciones adecuadas para proteger a la señorita Lydia. Será una sabia decisión meditarlo.

Dicho eso, Ermine nadó tranquila hasta la superficie del lago y desapareció de la vista de Kelpie.


Den
Por favor, Kelpie, no… T^T Te lo ruego… no… mi Kelpie… Por otro lado, este volumen ha sido una montaña rusa de emociones… Ah~~ En fin, el siguiente volumen está formado de historias paralelas que espero que disfruten mucho. Gracias por acompañarnos en este volumen y nos vemos en el próximo~~ PD: también gracias por tenerme tanta paciencia en traer capítulos. Perdóname Meli Q^Q

Meli
Fue un volumen en el que juro, odié en muchos momentos a Edgar, pero también entiendo que el enamorarse de alguien no hace que tu pasado se vaya o sea menos doloroso. ¡Den, vemos por un volumen más!

[1] La batalla de Culloden (16 de abril de 1746) fue el choque final entre jacobitas y partidarios de la Casa de Hanóver durante el levantamiento jacobita de 1745. Fue la última batalla librada en suelo británico hasta la fecha, y supuso para la causa jacobita, que defendía la restauración de la Casa de Estuardo en el trono británico, la derrota definitiva de la que nunca se recuperó.

Los jacobitas, en su mayoría escoceses de las Highlands (Tierras Altas), apoyaban las pretensiones al trono de Carlos Eduardo Estuardo (conocido como Bonnie Prince Charlie o El joven pretendiente), hijo de Jacobo III. Se les oponía el ejército británico, liderado por el príncipe Guillermo Augusto, duque de Cumberland, hijo menor de Jorge II, miembro de la Casa de Hanóver.

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