Emperatriz Abandonada – Capítulo 6: Despedida y encuentro (2)

Traducido por Lugiia

Editado por Yusuke


♦ ♦ ♦

—¡Su Alteza!

En medio de mi sueño, escuché unos gritos a mi lado.

—Por favor, despierte, Su Alteza.

En ese mismo instante, donde una persona me sacudía suavemente, abrí los ojos. Al hacerlo, vislumbré una expresión firme y unos ojos azules llenos de determinación.

Ladeé un poco la cabeza al ver a mi padre. De cierta forma, tenía un aspecto diferente de cuando se dirigió al palacio imperial. ¿Habrá sucedido algo?

—Su Alteza, por favor, escúcheme con atención. Tengo que ir a la frontera por un tiempo. Ocurrió algo donde me necesitan con urgencia. Espere mi regreso. Cuando eso suceda, le llevaré de vuelta a casa.

Abrí mis ojos al escuchar aquellas palabras tan familiares. ¿Qué demonios acaba de decir?

Mientras la situación daba vueltas en mi mente, me incliné y caí en cuenta que, en ese momento, no era la niña que acababa de cumplir doce años, sino aquella mujer de diecisiete años que estaba perdiendo la cordura.

—Por lo tanto, debe mantenerse firme y saludable hasta que regrese, ¿entiende?

¡No! Aunque estaba muy confundida, tenía que impedir que mi padre fuera a la frontera. Si lo dejaba ir, no volvería a verlo tal y como en el pasado. No puedo dejar que eso suceda.

—No se vaya…

—¿Su Alteza?

—No, padre. Por favor, no se vaya.

Intenté persuadirlo con urgencia, pero él solo se alejaba más y más de mí. Mi estómago comenzó a revolverse con los nervios mientras pensaba en que no debía dejarlo ir.

—Por favor, no te vayas —exclamé a aquella figura distante—. Por favor, papá.

En ese instante, consumida por la desesperación, estiré mi mano y la punta de mis dedos lograron tocar algo rígido.

Aunque no sabía qué era, me aferré a esa sensación con todas mis fuerzas.

—No puedes irte ahora.

—Tia.

—Jamás…

—Tia, todo está bien. Abre los ojos.

Abrí los ojos ante aquel susurro tan afectuoso y me encontré con unos ojos azules llenos de preocupación. Cuando miré rápidamente a mi alrededor, apareció mi habitación en la mansión. Al bajar la mirada, encontré mi pequeña mano aferrándose a la camisa de mi padre.

Todo fue un sueño.

Al darme cuenta de este hecho, suspiré aliviada. Mi padre, quien me tendió la mano y me estrechó entre sus brazos, me dio unas palmaditas en la espalda.

—Debes haber tenido una pesadilla —dijo suavemente para calmarme—. No te preocupes, Tia, es solo un sueño.

Al sentir su mano cepillar lentamente mi cabello, calmé mi respiración agitada. Me hundí en su abrazo para sentir un poco más de su confiable calidez. Solo entonces pude sentirme aliviada.

—Todavía eres muy joven. Soy bastante tonto, ¿no es así? Por seguir olvidando que eres una niña aunque no actúes como una.

—Papá…

—Estás decepcionada por mi partida, ¿verdad? Lamento no haberme dado cuenta antes.

—No, siento haberte preocupado. Más importante aún, ¿terminaste tus asuntos en el palacio…?

—Sí, terminé antes de lo que pensaba. Partiremos mañana por la mañana.

—Mañana por la mañana…

—Intentaré volver lo antes posible, pero quizá no lo haga hasta la próxima primavera. Lo siento.

—No tienes que disculparte.

Negué con la cabeza ante sus continuas disculpas, diciéndome a mí misma que mi comportamiento era decepcionante. Él estaba cumpliendo con su deber como noble y caballero imperial, por lo que no debía desanimar a alguien que partirá en un largo viaje por el bien del Imperio.

—Me encuentro bien, así que no te preocupes por mí y ten un buen viaje —dije con la mayor claridad posible. Al escuchar mis palabras, él dejó escapar un largo suspiro.

—De acuerdo… Entonces, vuelve a dormirte. Debes de estar muy cansada debido a tu pesadilla —dijo, bajándome con cuidado de sus brazos. Cuando vi que mi padre me tapaba con la manta, mi corazón empezó a latir con fuerza.

De forma inconsciente, me levanté y agarré las mangas de su uniforme cuando estaba a punto de marcharse.

—¿Tia?

—Oh, lo siento. No quise hacer eso.

Tras dirigirme una expresión perpleja, las comisuras de sus labios comenzaron a elevarse. Sentándose con mucho cuidado en el borde de mi cama, me recostó y me cubrió con la manta de nuevo.

—Me quedaré a tu lado hasta que te duermas.

—No, ya debes estar muy cansado por todo lo que hiciste hoy…

—Estoy bien. Creo que podré dormir sin problemas después de ver que te vea dormir.

—Pero…

—Estoy bien. Por cierto, Tia.

—¿Sí?

Mi padre dejó de hablar por un momento y luego dijo con voz suave:

—Mientras esté lejos, dejaré en tus manos todos los asuntos familiares. Sin embargo, solo ocúpate de las cosas que necesitan una rápida aprobación y deja las demás a un lado. Como tienes otro trabajo que hacer, no te agobies. ¿Entendido?

—De acuerdo, papá.

—Evita salir tanto como sea posible. Por como irán las cosas, lo mejor es mantenerte en casa.

—Sí, lo haré. No te preocupes.

—Bueno, confío en que estarás bien. No te preocupes demasiado por mí y sé moderada en tu entrenamiento. Aunque hayas mejorado últimamente, tu constitución base es muy frágil.

—Sí, papá.

—Y…

Empecé a sentirme somnolienta cuando me acarició suavemente el cabello revuelto sobre la almohada. Su suave voz comenzó a desvanecerse como consecuencia, haciendo que me costara mantener los ojos abiertos. No mucho después, me sumergí en el mundo de los sueños.

♦ ♦ ♦

Al día siguiente, fruncí un poco el ceño al ver el aire tibio que se respiraba incluso a primera hora de la mañana. Con ello, sentí que a mi padre y a los caballeros les resultaría difícil viajar a las zonas fronterizas.

Cuando llegué al campo de entrenamiento, un hombre de cabello plateado, quien tenía buen aspecto con su uniforme azul marino, estaba de pie frente a otros caballeros. Mientras calmaban los relinchos de los caballos, su mirada se dirigió hacia mí en el instante en que mis pies tocaron el campo.

—Oh, ¿estás aquí para despedirte?

—Sí, papá. Por favor, ten cuidado.

—Por supuesto, pero tú también debes cuidarte. Si algo sucede, no dudes en pedirle ayuda al duque Rass, ¿de acuerdo?

—Lo haré.

—De acuerdo, entonces, me iré.

—P-Papá, espera un momento —exclamé después de que acariciara mi cabeza, haciendo que se diera la vuelta al oír mi petición.

—¿Qué sucede?

—Esto… —Al observar el contenido en mis manos, sus ojos azules se abrieron de par en par. Ante su sorpresa, dije rápidamente—: Solo es para que regreses sano y salvo…

—Gracias —dijo con la voz ligeramente apagada tras recibir una borla de plata, la cual pasé toda la noche bordando.

Se quedó observándola por un momento mientras la colocaba en el mango de su espada. Abrí mucho los ojos cuando le vi quitarse los gemelos que decoraban las mangas de su camisa y entregármelos.

—Si te quitas esto…

—No te preocupes, tengo unos de repuesto. Ya que he recibido un precioso regalo, ¿no debería dar uno de regreso?

Me sorprendió verlo sonreír tan alegremente. Entonces, solo me quedé allí, desconcertada por su brillante sonrisa.

En ese momento, oí de repente una fuerte conmoción.

—¡Por favor, acepte el mío!

—¡El mío también!

—¡Aquí tiene!

—¿No tiene nada para nosotros, señorita?

Los caballeros se apresuraron a alinearse en el campo frente a mí, extendiéndome sus manos. Pude observar que todos tenían una manga suelta, ondeando contra el viento. Estaba demasiado avergonzada para responder.

¿Qué debería hacer?

Entonces, mi padre les ordenó bruscamente:

—¡Todos, nos ponemos en marcha!

—¡Pero, capitán, espere un momento!

—¿Podemos darle esto a la señorita Aristia antes de irnos?

—¡A nosotros también nos gustaría escuchar a la señorita deseando que podamos volver sanos y salvos!

Dudé ante aquella inesperada petición. Era comprensible que se sintieran decepcionados por mi falta de tacto. Aunque habíamos entrenado juntos en el campo de entrenamiento todos los días, solo recé por el regreso seguro de mi padre.

—¡Por favor, vuelvan todos sanos y salvos!

—¡Sí, volveremos en una pieza!

—Mientras no estamos, tiene que cuidarse, señorita. ¡Cuídese de los chicos engañosos!

—Así es. Por fortuna, el joven Allendis también partirá, pero nunca sabe quién más rondará. Debe tener cuidado, señorita.

—¿Perdón? Ah, sí. Tendré cuidado.

Asentí con la cabeza lentamente, abrumada por su excesivo interés en mí. Al ver que los caballeros me devolvían la mirada después de caminar varios pasos, les sonreí con suavidad.

Cuando todos desaparecieron, el campo, que hasta hace unos momentos gozaba de sonidos, se sumió en silencio. Me di la vuelva lentamente y miré los gemelos, de color blanco-dorado, que tenía en la palma de mi mano. Mientras los apretaba con cuidado, pude sentir el calor de mi padre a través de esos botones, cayendo sobre mi vacío corazón.

♦ ♦ ♦

Tras la partida de mi padre, los primeros días se desenvolvieron con un patrón en concreto. Entrenaba tanto como me lo permitiera mi fuerza física, realizaba tareas pequeñas en la mansión o leía libros. Aunque me sentía un poco solitaria, no me pareció tan malo.

Sin embargo, entrenar sola era mucho más difícil de lo que pensaba. Cada vez que experimentaba dificultades con el manejo de la espada, por mucho que me esforzara, no veía ningún progreso. Me era imposible avanzar.

Después de entrenar de esta manera por una semana, envié una carta al duque Rass preguntando si podía visitarlo. Al día siguiente, recibí una respuesta pidiéndome que pasara a tomar una taza de té en su mansión. Aunque intenté no causarle ningún problema, al final no pude evitarlo debido a los límites causados por un entrenamiento solitario.

—Es un honor conocerla, duquesa. Soy Aristia La Monique, la única hija del marqués Monique.

—Encantada de conocerle, señorita Aristia. Soy Ernia Shana de Rass. Por favor, tome asiento.

La duquesa Rass no era tan diferente de como la recordaba. A diferencia del duque o su hijo mayor, quienes daban una fuerte pero cálida impresión debido a su cabello y ojos rojos, el cabello y los ojos de la duquesa eran color azul cielo. Sus rasgos y su rostro inexpresivo hacía que diera la impresión de ser una persona muy fría.

—Escuché que el marqués le pidió a mi esposo que le asesorara sobre esgrima mientras no estuviera presente.

—Sí, así es.

—Entonces, no tenemos mucho de qué hablar. He enviado a alguien para que traiga a mi segundo hijo. Estará aquí pronto.

—Oh, sí. Gracias, duquesa.

Me estremecí ante su tono frío, pero expresé mi gratitud con una sonrisa. No era la primera vez que veía aquella actitud fría.

En el pasado, también fue particularmente fría conmigo. No conozco la razón pero, a diferencia del duque, parecía no agradarle lo suficiente. Incluso su familia pertenecía a la misma facción política que la mía.

Mientras bebía té en aquel frío silencio, oí que la puerta se abría con fuerza.

Cuando giré lentamente la cabeza, observé que un chico, con una edad similar a la de Allendis, entraba con expresión caprichosa.

—¿Por qué sigues llamándome? Es molesto.

—Siéntate, tenemos una invitada. ¿Dónde están tus modales?

—Hmm, ¿por qué haces tanto alboroto por un invitad…? —resopló el chico mientras se daba la vuelta. Al encontrarse con mi mirada, cerró la boca de repente. Aunque no sabía la razón, le saludé con una pequeña sonrisa.

—Encantada de conocerle, joven Rass. Soy Aristia La Monique, la única hija del marqués Monique.

—Carsein de Rass.

El chico tenía el cabello rojo del duque y los ojos azules de la duquesa. Parecía emanar un aura fría, quizás debido a la semejanza con su madre.

¿Era por la atmósfera fría? Los ojos azules del chico, que me miraban fijamente, parecían recordarme a otra persona. En ese momento, sentí un escalofrío recorrer mi espalda.

—Espera, ¿Monique? ¿Es la chica que mencionaste? ¿Quieres que le enseñe esgrima a esta niña?

—Cuida tu tono, Sein. Parece que necesitas aprender modales de nuevo.

—Olvídalo. Eso haría que no tuviera tiempo para practicar esgrima…

—Sein.

—Ah, está bien. Seré educado.

El chico, quien respondió de mala gana al regaño de la duquesa, parecía muy disgustado. Después de mirarme fijamente por un momento, dijo con una voz aguda:

—Bueno, ¿nos vamos, señorita?

—¿A dónde vamos, joven Rass?

—A aprender esgrima de mí. ¿Tu visita no es para eso? Tengo que comprobar primero tus habilidades para ver si puedo practicar contigo. ¿No lo crees, señorita?

—Sein.

—Oh, ¿por qué me llamas otra vez? Estoy siendo respetuoso con ella.

Apretando su sien, la duquesa suspiró de forma profunda y me dijo:

—¿Qué hará, señorita? Solo pensaba presentarle a mi hijo hoy, pero si va a aceptar su oferta, enviaré a alguien para que le traiga un cambio de ropa.

—Ah, sí. No es mucho pedir, ¿verdad? Gracias por su consideración.

—No hay problema. Tomemos algo de té hasta que traigan la ropa. Siéntate, Sein.

El chico parecía disgustado, pero se sentó sin oponerse.

Dejé salir un suspiro mientras bebía el té, que casi se había enfriado por completo, sentada entre la hostilidad de las personas a mi lado.

Por esto no les había escrito. Quería evitarme todo este problema y entrenar sola.

Tan pronto como la doncella regresó con mi cambio de ropa, la duquesa dio por terminada la hora del té.

Le di las gracias por invitarme y me cambié a un traje de entrenamiento. Luego, la doncella me guió hasta el campo de la familia Rass.

—Tardaste mucho en cambiarte de ropa.

—Siento llegar tarde, joven Rass.

—¿Mi padre te dijo que practicaras esgrima conmigo?

—Así es.

—Ja, qué gracioso. ¿Crees que aprender esgrima es así de sencillo? No es algo que muchos puedan aprender.

Carsein de Rass, un niño que por ahora debía tener catorce o quince años, fue el caballero más joven de la historia con un récord sin precedentes, un genio que no tenía rival cuando se trataba de la habilidad con la espada. Una persona que solo aparece quizás una vez cada cien años.

Esa era toda la información que tenía en mis recuerdos. Como mi conocimiento era poco, me imaginé qué tipo de persona era mientras me dirigía a su mansión. Pensé que sería un hombre de pocas palabras, que solo se concentraba en la esgrima como mi padre.

Sin embargo, el chico que tenía ante mis ojos era completamente diferente de lo que había imaginado. No solo me había hablado informalmente en nuestro primer encuentro, también me despreció desde un inicio. No debo olvidar tampoco su falta de modales.

Era un fuerte contraste con el amable y amistoso Allendis, a quien llamaban un genio que podía liderar el Imperio.

Cuando lo vi mirándome con arrogancia, una ola de calor subió en mi pecho.

—¡No he dicho que vaya a aprender esgrima como broma, joven Rass!

—Ja, ya sé que pretendes aprender esgrima durante algunos años y luego dejarla para casarte. Si no es una broma, ¿qué es?

—¡Yo…!

—No intentes poner pobres excusas. Si no es una broma, ¿por qué no me muestras tus habilidades y tu determinación?

Cerré la boca lentamente. Aunque no quería admitirlo, él tenía razón. Por mucho que lo explicara, no podía demostrar mi voluntad a punta de palabras.

Entonces, está bien mostrarla con actos, ¿no es así? De todos modos era yo quien necesitaba ayuda, no él.

—Tiene razón. ¿Cómo puedo demostrarlo?

—Primero, veamos tus habilidades básicas —dijo, mirándome con insatisfacción.

En un rincón del campo de entrenamiento, entre aquellas espadas cuidadosamente organizadas, escogí la que parecía ser la más ligera. Demostré las habilidades básicas que había aprendido hasta el momento ante el chico de cabello rojo, quien observaba en silencio con los brazos cruzados. Incluso le mostré aquellas habilidades de las que no pude avanzar mientras entrenaba por mi cuenta.

—Es terrible. ¿Quieres aprender esgrima con este nivel de habilidad?

Aquellas palabras fueron una punzada a mi pecho.

—Tus habilidades básicas parecen estar relativamente bien, pero ¿qué es lo que me mostraste al final? Es terrible.

Me dieron ganas de llorar ante su tono despectivo, pero traté de parecer inexpresiva lo mejor que pude.

Tengo que tener paciencia. En este momento, soy yo quien pide ayuda.

Tras respirar hondo, dije con una voz lo más calmada posible:

—Como puede ver, he estado practicando por mi cuenta, pero no he tenido ningún progreso.

—Eso es seguro. ¿Sabes por qué? Tu postura básica es incorrecta. ¿Cómo puedes esperar mejorar de esa manera?

—Entonces, ¿qué debo hacer?

Después de señalar mis faltas, le pedí consejos para mis problemas, pero el chico respondió exasperado:

—¿Por qué debería decirte? ¿Por qué debería ayudarte con tu práctica? Deja de molestarme y averígualo tú misma.

—Joven Rass.

—¿Qué?

—Estoy segura que conoce la frustración de no avanzar por mucho que practique y la desesperanza de pensar muchas veces qué está mal sin llegar a ningún resultado.

—¿Hmm? Nunca me he sentido de esta manera, así que no sé de qué hablas.

Sentí crueldad en su comentario. Me di la vuelta después de mirarlo por un momento. No me parecía que fuera a obtener una respuesta aunque siguiera hablando, y no quería seguir enfrentándome a él por la sombra de otro hombre superponiéndose constantemente a la suya.

—Al ver que te rindes de inmediato, supongo que no ibas en serio con lo de aprender esgrima, ¿no es así?

—No tengo intenciones de hablar con alguien que solo juega con los sentimientos de los demás.

A mis espaldas, escuché una voz que parecía reírse de mis palabras.

—Careces de los músculos y la fuerza para practicar esgrima. Por eso no consigues avanzar. ¿Por qué no te fortaleces primero físicamente antes de hablar sobre esgrima?

En ese instante, me detuve. ¿Solo necesito fuerza y músculos? Aunque suspiré ante sus palabras, el haber encontrado una solución parecía desaparecer la preocupación en mi pecho. Al mismo tiempo, mi determinación aumentó.

Solo espera y verás. Te demostraré que nunca me rendiré.

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